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Te seguiré a donde vayas. por Winamark

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Todos los personajes al igual que el anime/manga/novela Kyou Kara Maou pertenecen a Tomo Takabayashi , Temari Matsumoto y Studio Deen (y demás socios). A mí únicamente me pertenecen los personajes originales que puedan aparecer.

No hay intención de lucro alguno en la realización de esta historia.

Te seguiré a donde vayas.

Prólogo

Todo había terminado. Ya no quedaba ningún enemigo en pie, como tampoco había ningún aliado y mucho menos amigo. La tierra de Lamietra que hasta hace meses era un paraíso terrenal, llena de vida y de luz, ahora era una tierra muerta sembrada de cadáveres y bañada en sangre, tanto de humanos como mazokus, e incluso de animales y bestias sagradas que se habrán extinguido en esta batalla final, como la Serpis Roja o el Cancerbero.

El hombre de armadura negra se dejó caer sobre la enorme roca, estaba cansado y agotado, pero sobretodo aliviado de que todo aquello hubiera acabado por fin. Miró a su alrededor, la visión de aquel lugar no debía diferir mucho de lo que era el infierno. Junto a él estaba el cuerpo inerte de aquél que había sido un gran amigo en un tiempo pasado, pero que se convirtió en su mayor enemigo e instigador de esta guerra. Volvió a ver su rostro y no entendía porque había esa gran sonrisa en su cara, ni había entendido sus palabras finales; “Tú pierdes”. Realmente curiosas, porque era él quien le había atravesado con su espada el corazón y la sangre se escurría entre sus dedos.

…l no ha perdido sino que ha ganado la guerra, el enemigo ha sido vencido. Aunque debía reconocer que el precio había sido muy alto por conseguir la victoria, a su alrededor estaban los cadáveres que se podían contar por miles, tanto de aliados como de enemigos y esto solamente era uno de los frentes, a cinco kilómetros estaba el otro. Sabía que también habían vencido, la señal de su victoria resplandeció en el cielo minutos antes de que él diera la estocada final al amigo de antaño. Por primera vez, se permite pensar en quienes han combatido allí, no le importa quien haya muerto, mientras que su amante haya sobrevivido, es la única persona que le importa, su primer y único amor, no tiene duda de que sigue con vida, se habían prometido sobrevivir pasase lo que pasase y su amante siempre ha cumplido sus promesas, tan diferente a él que ha quebrantado tantas y ha traicionado a tantos.

- Deja de sonreír idiota – dice, le molesta mucho que siga teniendo esa sonrisa, no entiende por qué siente esa rabia, esa furia que le está carcomiendo. Los dragones de agua no tardan en hacer presencia y rodeando el cuerpo inerte lo lanzan a unos metros -. He agotado todo mi maryoku, estarás contento viejo amigo, tal y como dijiste. Pero no voy a morirme por esto.

- Alteza, alteza – puede oír a alguien llamándole. Así que alguien más ha sobrevivido, eso si que es una novedad -. ¿Dónde estáis?

Se levanta de su asiento. Todo su cuerpo se queja de dolor, seguramente tendrá un par de costillas rotas, pero nada grave, cuando recupere sus fuerzas, él mismo sanará sus heridas. Puede ver un grupo de sus soldados y algún que otro sanador, estos buscan supervivientes entre los cadáveres, si es uno de los suyos el sanador comprobará la gravedad de su situación, si puede ser salvado o se le da el golpe de gracia para que no sufra más, si es un enemigo se le rematará sin contemplación, esas son sus órdenes.

- ¡Estoy aquí! – dice caminando hacia sus soldados, con paso seguro, quienes le vieran pensarían que está dispuesto para entrar en otra batalla, después de todo es el Príncipe Oscuro.

Todos se quedan quietos y centran su atención al hombre que les acaba de hablar. Al ver la armadura negra, manchada por la sangre y el cabello negro, al igual que sus ojos rasgados, no tienen duda que es su señor y que ha sido el vencedor del enfrentamiento.

- ¿Se encuentra bien Su Alteza? – pregunta uno de los sanadores.

- Estoy bien, no requiero de tus servicios. Sólo necesito descansar un poco. Informarme de la situación – dijo el de cabellos negros.

- Un ochenta por ciento de nuestro ejercito ha sido aniquilado, el resto está herido o ayudando a los heridos. El ejercito enemigo ha sido aniquilado en su totalidad y los pocos que han sobrevivido han huido – explicó uno de aquellos hombres, se fijo en su armadura, desde luego era alguien con algo de mando, pero el soberano de cabellos negros no lo reconocía, así que debía ser un simple teniente.

- Bien, ya buscaremos a esos que han escapado, la justicia llegará a ellos tarde o temprano. ¿Hay noticias del Ejercito del Este? – preguntó directamente a quien antes le había respondido.

- No sé nada Su Alteza, sólo que vi la señal de la victoria hace unos minutos, nunca me pareció tan hermoso ver las llamas del Gran Dragón – contestó el hombre de mirada gris.

Sí, el fuego del Gran Dragón siempre ha sido presagio de muerte y destrucción, sin embargo hoy había sido de esperanza y fin de una contienda que había azotado todo su mundo.

- ¡Alteza, alguien se acerca! – exclama un soldado desvainando su espada dispuesto a combatir si se trata de un enemigo.

Se trata de un grupo de jinetes, el que monta un caballo blanco va mucho más adelantado que los otros. No detiene su carrera hasta que está enfrente del hombre de la armadura negra, quien reconoce enseguida el caballo como el de su amante, pero lo está montando otro, que sin más preámbulos desmonta e intenta herirle con una estocada, siendo esquivado fácilmente por el Príncipe Oscuro.

- ¡Todo esto es tu culpa! – exclama furioso el chiquillo rubio recién llegado. Un mazoku que apenas tiene setenta años, demasiado joven e inexperto para ni siquiera rozarle en esos vanos intentos de herirle con la espada. Pero el rubio lo intenta una y otra vez.

- ¿Eso es todo lo que te ha enseñado? Debes ser un alumno muy malo – dice el pelinegro aburrido. En un movimiento rápido su puño golpea en el estómago del más joven. El dolor es tal que el rubio empalidece y su cuerpo se dobla hacia delante cayendo de rodillas -. Ya es suficiente, ser mi nieto no te permite hacer lo que quieras a quien quieras. Hay límites.

Su nieto le mira con odio en los ojos. Le duele ver tanto odio en un rostro que es prácticamente idéntico al de su amor. Pero, por qué está tan enojado.

- Tú le has matado – dice el rubio a duras penas, ya que el dolor por el golpe recibido apenas le permita hablar, desplomándose sobre la tierra.

- Yo sólo he exterminado al enemigo. Esto es la guerra, la gente muere, es lo más normal del mundo. No decías que es algo glorioso y honorable. Por supuesto que sí. Pero tienes que mancharte de sangre para ello y caminar junto a la muerte, sin que ésta te alcance. Alguien que apreciabas ha muerto, ¿verdad? – pregunta, sabiendo de antemano que la respuesta es afirmativa -. Tal vez ese amigo que siempre está contigo. Superalo, si quieres ocupar mi lugar algún día – pero en ese momento llegan el resto de jinetes que le seguían. Todos bajan de su montura y se arrodillan casi todos para mostrar su respeto.

- Su Alteza, disculpe a Su Excelencia por su comportamiento – dice un joven pelinegro de la misma edad que su nieto, le reconoce, es el amigo. ¡Qué sorpresa ha sobrevivido! Su amante tenía razón en que el chico valía más de lo que parece.

Pero su atención se centra enseguida en la jovencita rubia que ha llegado también con los jinetes, pero sin embargo ha permanecido de pie mirándolo con ojos llorosos. ¿Por qué está aquí la nieta de su amante? Es la debilidad de su amor, jamás hubiese permitido que saliera al campo de batalla, por mucho que él insistiera a su amante que ella debía participar en la batalla, pues poseía el mejor maryoku del elemento de fuego.

- El abuelo... – la jovencita rubia no puede seguir hablando porque la expresión de furia que ha visto en el pelinegro de imponente figura, dirigiéndose hacia ella, le ha aterrado.

- ¿Qué ha pasado con él? – sisea el adulto pelinegro. Y al no obtener respuesta mira al otro pelinegro.

- Ha muerto – dice el joven amigo de su nieto.

- ¡Mientes! – grita furibundo y golpea aquél que cree que le ha mentido, enviándole al suelo con el labio partido y sangrando.

Sin tiempo que perder, monta uno de los caballos y cabalga hacia donde se encuentra el ejercito del este. No le importa nada más, ni nadie, ni siquiera su dolor. Llega enseguida, el panorama no es muy diferente a lo que ha dejado atrás, muerte, heridos, dolor, olor a sangre por todos lados. Con paso rápido se dirige a la tienda con el estandarte de su amante que ondea a media asta, apartando a todos los que se encuentra a su paso, hasta que alguien le golpea haciendo que caiga al suelo.

- ¡Maldito egoísta! ¡No permitiré que entres a perturbar su paz! – dice quien le acaba de golpear. Sin duda alguien poderoso, porque le ha tumbado de un solo golpe.

- ¡Alteza! ¡Excelencia! – grita la gente alrededor de ellos, asustada por lo que acaba de ocurrir y por lo que puede suceder. El Príncipe se incorpora para enfrentar a su agresora.

- Apártate hermana o te enfrentarás a mí – dice el pelinegro a la mujer que esta enfrente de él. Pero ésta en un movimiento rápido le vuelve a golpear, aunque en esta vez sólo retrocede. Sí, su hermana mayor es una de los pocas personas que puede hacerle frente.

- Y yo te he dicho que no entrarás – dice la mujer de largos cabellos negros y ojos oscuros almendrado, cuyas facciones son muy parecidas al hombre pero más suavizadas.

- ¡Deteneos los dos, ahora mismo! – grita una mujer vestida con una túnica púrpura que sale de la tienda -. Mi Señor no querría esto, deshonráis su memoria si lucháis entre vosotros.

- Sacerdotisa, no te entrometas en nuestros asuntos, asiste a tu señor – sisea la mujer de cabellos negros.

- Por favor Excelencia, era la voluntad de mi Señor que Su Alteza estuviera presente en este momento– ante esas palabras la mujer de cabellos negros se va del lugar, no sin antes mirar a su hermano con un profundo desprecio –. Alteza, entrad.

Con pasos rápidos entra en la tienda, traspasando la dependencia de entrada y apartando a las personas que se encuentra en su camino. Parándose en seco al ver el cuerpo de su amante inerte y extrema palidez encima de la cama que horas antes habían compartido, puede ver como una mujer de cabellos rubios con una armadura plateada manchad de lodo y sangre llora sobre él desconsolada. Hay más gente en la inmensa tienda, pero no le importan en absoluto.

- ¡Levántate ahora mismo! – grita. La mujer se incorpora enseguida y mira a quien ha perturbado su dolor -. No tengo ganas de jugar a estos juegos, somos mayores para estas cosas – con esas palabras todo el mundo se percata que el Príncipe Oscuro está hablando con el fallecido.

- Mi padre ya no se va a levantar más para seguiros. Está muerto – dijo la mujer de cabellos rubios que intenta controlar sus emociones ante el hombre que siempre ha detestado.

- ¡Mientes! ¡Todos estáis mintiendo! – gritó acercándose al cadáver de su amante y lo coge entre sus brazos, abrazándolo con desesperación -. ¿Por qué estás tan frío? ¿Por qué no reaccionas? ¡Salid todos de aquí! ¡Fuera!

- No pienso dejar a mi padre con vos. Es mío, no vuestro – gritó enfadada la mujer de cabellos rubios. Mientras que varios de los presentes se dirigen hacia la salida obedeciendo la orden.

- Lady Gertrudis, entiendo vuestro dolor, pero debo dar un mensaje a Su Alteza de mi Señor – dijo la sacerdotisa -. En privado, por favor – añadió al ver que la mujer no tenía intención de moverse.

- Buscaré a mi hija – dijo la mujer rubia -. Cuando vuelva no os quiero cerca de mi padre, Alteza. Su familia le honrara como merece.

El hombre de armadura negra ignoraba todo a su alrededor, su atención estaba en el cuerpo sin vida que sostenía. Se había quitado el guante de la armadura y con los dedos recorría el contorno de su cara, delineando sus facciones y peinando su cabello.

- Me prometiste que no morirías antes que yo, prometiste que viviríamos juntos cuando la guerra terminase, me convertiría en el Maou y tú... tú... Teníamos planes, promesas que cumplir – decía el Príncipe Oscuro quien no se percataba que lloraba -. ¿Quién ha sido? Si sigue con vida va a lamentarlo, no habrá piedad, ni clemencia.

- Nadie. Ha rebasado los límites de su poder, su corazón ya no es tan fuerte y su edad es considerable, a pesar de no aparentar más de ciento cincuenta años. Estaba tan agotado por los enfrentamientos anteriores, no tenía que haber combatido, pero él os lo había prometido y siempre cumple sus promesas. Os seguiría hasta el fin del mundo – explicó la sacerdotisa -. Yo estaba junto a él cuando ocurrió, sus últimas palabras fueron para Su Alteza.

- ¡Hablad! – ordenó.

- Sus palabras textuales fueron; Deseo que por fin encuentres la paz y la felicidad. Todo está perdonado – dijo la sacerdotisa y luego salió de la tienda como habían hecho los demás.

Tú pierdes. Las últimas palabras de su enemigo resonaron con fuerza. Tenía razón, había ganado la guerra pero él estaba muerto. Los gritos de desesperación por la perdida del ser amado resonaron por todo el campamento.

Notas finales: Los mazokus envejecen cinco veces más lentos que los humanos, de allí que salgan esas edades tan elevadas.

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