Perdonar no es nada fácil por Himemi

La cafetería de la escuela estaba a rebosar y Carlos y Elena terminaban sus hamburguesas en una de las pocas mesas que habían encontrado vacías. -¿Vas a comerte las patatas? –La mirada de Carlos Vagó desde su plato a la cara de su amiga. –Me las comería si fuesen patatas. Esto es alguna clase de experimento transgénico. –Elena soltó una carcajada con el comentario de Carlos y se adueñó de su plato. –Me gustan los experimentos. –Carlos iba a responder que allá ella y su estómago, pero en lugar de eso señaló la puerta con la cabeza y dijo. -¡Oh! No, ogro a las once en punto. -La chica giró la cabeza hacia la entrada, buscando con interés a la persona que, según Carlos, había convertido las prácticas en un infierno. -¿Quién? No veo nadie sospechoso. –dijo mientras ponía cara de detective, o algo así. –El rubio de la camiseta de Warcry –Elena volvió a echar un vistazo y no pudo contener su sorpresa al descubrir a quien se estaba refiriendo Carlos.

-¿Quique? ¡Un momento! ¿El ogro, borde, que solo te habla si es imprescindible es Quique? ¡Pero si ese chico es un ángel! – Carlos miró a su amiga como si se hubiese vuelto loca -¿Un ángel? Te refieres a uno caído ¿No? –La chica rió divertida. –No, me refiero a uno de verdad. De los de alitas blancas y aureola brillante. –Carlos bufó incrédulo. -¿Segura? Yo lo describiría más bien con cuernos, patas de cabras y rabo picudo. –Ella ignoró el comentario y siguió hablando. –En serio, el cuatrimestre pasado me salvo la vida con el proyecto de circuitos. ¿Recuerdas que Roberto me dejó tirada a una semana de la entrega y que tuve que hacer la última práctica de datos yo sola? Pues él se comió el proyecto solito y no sólo puso mi nombre en la práctica, sino que incluso me explicó todo lo que había hecho para que no la cagase en la presentación. Además de que es un chico súper majo y muy divertido. –Tras la explicación de su amiga a Carlos sólo se le vino una cosa a la cabeza. -¿Intentaba ligar contigo? –Elena sonrió con picardía y dijo -¡Ojala! ¿Tú has visto que cuerpo? Pero tengo serias sospechas de que es gay –Carlos volvió a bufar, pero esta vez su bufido contenía un toque de humor. –Tú ves gays en todas partes… -Ella se encogió de hombros y dijo. –Contigo tenía razón ¿No? –Esta vez fue Carlos el que río. –Sí, pero Roberto, Luis y Manu, son perfectamente heterosexuales. Opino que uno de cuatro decanta más la balanza a mi favor ¿no crees? –Elena le dio un puñetazo suave en el hombro. – ¡Un fallo lo tiene cualquiera! De todas formas, yo intentaría hablar con él. A lo mejor tenía un mal día y por eso fue tan borde. –Carlos asintió, sabía que su amiga tenía razón, si había sido tan majo con ella, no era normal que fuese tan borde con él. Aún así, bromeó diciendo. –Sí, o a lo mejor es bipolar y tiene un trastorno de personalidad múltiple. –Los dos jóvenes se levantaron de la mesa riendo, mientras se encaminaban a las prácticas que tenían juntos.

Cuando Quique llegó aquella noche a su casa tenía un correo de Carlos esperándole en su bandeja de entrada.

Hola

Quique miró los horarios que le proponía su compañero, aquello no había por donde cogerlo. Los viernes a esas horas él tenía clases, el jueves de dos a cuatro prácticas de electrónica y ese lunes en concreto tenía una tutoría a la que no podía faltar. ¡Empezaba bien el curso!

Cogió el teclado para responder al mail, pero se lo pensó mejor. Si empezaban con el correo, seguro que no conseguían quedar hasta el año siguiente y no le apetecía hacer esas prácticas solo, que eran un coñazo. Así que buscó el trozo de papel que le había dado Carlos el día anterior y marcó el numero de móvil. Por teléfono sería más rápido.

-¿Si?-La voz de Carlos se dejó oír al otro lado del teléfono. -¿Carlos? Soy Henry tu compañero de prácticas. He visto tu email y no hay nada que me venga bien- Al otro lado del teléfono su compañero enmudeció. Pues estaba asimilando el hecho de que era Henry quien estaba hablando con él y parecía que hoy estaba simpático. Aunque bueno quizá se debiese al hecho de que no lo estuviese taladrando con la mirada.

Tras un buen rato de yo no puedo aquí, ni yo allá. Llegaron a la conclusión de que esa semana sería imposible coordinar sus horarios. Así que como la práctica consistía en tres partes separadas y ya habían hecho una. Cada uno de ellos haría otra y quedarían el sábado en casa de Henry para ponerlo todo en común. Cuando colgó, Quique no estaba muy seguro de por qué había propuesto su casa para la reunión, pero dado que el sábado era el único día que los dos tenían libre y que la escuela no abría ese día por la tarde, le pareció que era mejor si el que se tenía que mover era Carlos y no él.

Carlos colgó el teléfono maravillándose de su suerte. Había conseguido solucionar el tema de las prácticas sin necesidad de quedar con Henry y su mal humor. Pues aunque su conversación telefónica no había sido tan tensa como las que habían tenido durante la clase, tampoco había sido el colmo de la amabilidad y simpatía. Y francamente, prefería no tener que hablar con ese chico si no era imprescindible.

Y llegó el sábado por la tarde. A Carlos le había costado horrores encontrar la casa de Quique ya que éste vivía en una urbanización a las afueras y todas las calles tenían nombres muy parecidos, relacionados con El Quijote. Pero por fin estaba allí. Calle del caballero de la triste figura número doce. Un chalecito de dos pisos, con garaje y que comparado con su casa era un palacio. Llamó al telefonillo con algo de duda, pero antes de que pudiera decir su nombre oyó la voz de Henry diciéndole que empujase fuerte la puerta.

Subió los cuatro escalones que lo separaban de la puerta y llamó al timbre. DE nuevo la voz de Henry se dejó oír, esta vez desde el interior de la casa. –Pasa, la puerta está abierta. –Entró en la casa con mucho cuidado y se encaminó hacia el lugar desde el que había oído al rubio. Lo encontró en la cocina hablando con otro hombre, que dedujo sería su padre. No se enteró de nada de lo que decían ya que a parte de hablar rapidísimo, lo estaban haciendo en francés. Y su francés se reducía a “merci” y “s’il vous plaît”

Henry le hizo un gesto para que esperara un momento, al parecer estaban hablando de algo importante. Carlos se quedó allí de pie en mitad de la cocina, sin decir nada y sin atreverse a mover ni un dedo por miedo a molestar. Tras unos pocos minutos, que a Carlos le parecieron horas, su compañero dio por finalizada la conversación y le pidió que lo siguiera al piso de arriba

-Trabajaremos en la buhardilla, ahí no nos molestará nadie y terminaremos lo antes posible. –La tensión se podía cortar con un cuchillo, Quique no había sido demasiado borde esta vez, pero seguía sin poder ser del todo cordial y su tono era bastante frío. Por su parte Carlos, estaba preguntándose dónde se escondía el muchacho tierno y divertido del que hablaba Elena, porque estaba seguro de que Henry y Quique eran dos personas distintas, su absurda teoría de la bipolaridad, cada vez se hacía menos absurda. Pero al parecer las sorpresas no habían acabado para Carlos, porque cuando estaban a punto de subir la última escalera, la puerta de una de las habitaciones se abrió, dando paso a una mujer que se lo quedo mirando y con una sonrisa de oreja a oreja le plantó dos besos mientras decía -¡Pero mira quién tenemos aquí! ¡Cuánto tiempo Carlitos! ¡Has crecido un montón! ¿Y esas barbas que me llevas? ¿Y tus padres? ¿Están bien?

Carlos estaba alucinando, no tenía ni idea de quién era esa señora, pero parecía que ella si sabía quién era él. Aunque ahora que lo decía, su cara sí le sonaba un poco, pero no recordaba de qué. Por su parte, Quique se lo estaba pasando bastante bien con la escena, que aunque vergonzosa para él, lo estaba siendo más para Carlos. Su madre siempre había sido demasiado efusiva y no tenía ni idea de que Carlos no sabía quién era su hijo, de hecho probablemente ni se acordase de él. Además ella nunca se enteró de lo que le había pasado en el colegio y daba por sentado que él y Carlos habían sido muy buenos amigos. Así que, antes de que su progenitora metiese la pata, murmuró un tenemos que trabajar y se llevó a su compañero escaleras arriba, aún así, cuando subieron el ultimo escalón pudieron oír la voz de su madre que decía desde abajo –Se quedará a cenar ¿No?- Quique sacudió la cabeza, en un gesto que Carlos interpreto como ¡Ni de coña!

La buhardilla era un lugar acogedor, las paredes estaban llenas de estanterías con libros, a la derecha había una mesa con un ordenador y a la izquierda un sofá cama y un viejo scalextric que ocupaba gran parte del suelo. Pero lo que más llamó la atención de Carlos fue una foto que colgaba en una de las paredes. La reconoció al instante, porque él tenía una igual. Ya que él era aquel niño sonriente que sujetaba la medalla de plata de la competición escolar de cien metros lisos que se había celebrado en su colegio durante su último año. Pero ¿Por qué tenía Henry una foto suya? ¿Acaso era algún tipo de acosador obsesionado con él? Tal vez por eso se comportaba de forma tan extraña. Y tal vez por eso lo había invitado a su casa. Quizá tuviese algún tipo de intenciones oscuras con él.

Quique termino de arrancar el ordenador y cuando levantó la vista de la pantalla vio que Carlos observaba la foto de su último día de colegio. Su madre había colgado allí esa foto, orgullosa porque su hijito había ganado una medalla de oro. ¿Pero como no ganar una medalla en velocidad, si llevaba casi dos años entrenando todos los días a la hora del recreo huyendo de sus compañeros? Vio como la cara de Carlos cambiaba de color y supuso que por fin se había dado cuenta de quien era, pero supo que su suposición era errónea en el mimo momento en el que el castaño abrió la boca y dijo con voz entrecortada- ¿Por… por qué tienes una foto… una foto mía?

Henry sintió deseos de darse de cabezazos contra la pared más cercana. No quería ni pensar qué se estaría imaginando el otro para preguntarle eso, con ese tono. Se acercó a la pared en la que estaba la foto y se señalo a sí mismo, con su cara de felicidad mordiendo la medalla que acababa de ganar. –No todo el universo gira alrededor de tu persona. ¡Creído!

Carlos se volvió para mirar lo que estaba señalando el rubio, respirando tranquilo al comprobar que no era él. Recordaba vagamente a aquel niño rubio de ojos azules, sabía que de pequeño se metía con él porque era francés y no sabía pronunciar bien la r. Pobre chaval, tenía que reconocer que de crío había sido un grandísimo hijo de puta. Y se preguntó qué habría sido de aquel niño. ¿Cómo se llamaba? ¿Quique? De pronto la pieza que fallaba en todo aquel lío hizo ‘clic’ con una suavidad extrema. El pelo rubio, los ojos azules, la ascendencia francesa. -¡Tú eres Quique! –Exclamó sobresaltado señalando a Henry con el dedo. Su compañero rodó los ojos y resopló. – ¡Bravo, genio! ¿Quieres una medalla?

La mirada de Carlos pasaba de la foto a Quique y de Quique a la foto. -¿Pero a ti que te han dado de comer en estos años? ¡Si te sacaba una cabeza! ¡Y ahora tú me sacas dos! ¡No te hubiese reconocido en mi vida. ¡Es increíble que después de tanto tiempo hayamos acabado estudiado juntos de nuevo. ¡Menuda coincidencia! –Henry clavó de nuevo en él su mirada asesina -¡Sí! ¡Hagamos una fiesta! –La mordacidad de la respuesta hizo que el entusiasmo de Carlos se enfriase varios grados. –Oye, no seguirás enfadado por aquello ¿verdad? Y a sé que fui un capullo, pero era un crío. Ya no voy por ahí haciendo yuyus ni dando balonazos. –Henry se estremeció al recordarlo y soltó un bufido despectivo. Que Carlos interpreto como un ¡No te lo crees ni tú! -¡Oye! ¡Que lo digo en serio! ¿Vas a estar todo el curso cabreado conmigo por algo que te hice cuando tenía doce años? ¡No me jodas! Reconozco que fui un cabrón y te pido disculpas, pero en aquella época mis neuronas aún no hacían contacto.

Quique copudo evitar sonreír con el comentario, pero aún así no dio su brazo a torcer. –Ya claro. ¿No crees que es un poco tarde para que me pidas disculpas? Me hicisteis la vida imposible durante dos años. Y créeme, fueron los dos peores años de mi vida. Y ahora llegas y pretendes que te perdone y sea tu amigo del alma. ¡No es tan fácil!

Carlos se quedó mudo. No sabía que su compañero lo había pasado tan mal en el colegio. Es decir, sabía que eran unos imbéciles y que se portaban como cerdos con él, pero jamás había pensado que pudiese haberle hecho tanto daño. Se sentía fatal y lo peor de todo, es que ya no podía hacer nada por cambiar el pasado. –Mira, no te estoy pidiendo que seamos amigos ¿vale? Pero al menos podías intentar darme una oportunidad como compañero. Te prometo que después de estas prácticas no tendrás que volver a soportarme, pero al menos finjamos que nos llevamos bien hasta junio.

Quique sopesó sus opciones, ciertamente no tenía mucho sentido llevarse a matar durante todo un cuatrimestre y tampoco tenía ganas de estar de mal humor durante los tres meses que durarían sus prácticas. Así que asintió con la cabeza y dijo: -Está bien, te daré una tregua.-Carlos suspiró aliviado y ambos se sentaron delante del ordenador para empezar a trabajar.