Sebastián
Sebastián había existido durante mucho tiempo, cientos de vidas residían dentro de su esencia, los acontecimientos pasaban frente a el sin que lesa afectará o importarán, los siglos parecían días y los meses segundos en su existir pero desde hacía un par de años había algo o mejor dicho alguien que le hubo dado placer a su vida…
Observaba a los humanos con aparente apatía pero aquello no significaba que no hubiese cosas que le gustasen, pequeños detalles que por momentos le hacían esbozar una sonrisa…
Se deleitaba ante la belleza de las rosas, frágiles y bellas pero a la par inútiles ya que fuera de su aspecto meramente decorativo no había desde su punto de vista una función que las hiciera merecedoras de vivir peso a ello sus deficiencias era compensada con creces por su belleza.
También apreciaba el ingenio y la inteligencia de los humanos, le daba gracia el como siendo criaturas tan insignificantes y estúpidas como para destruirse a si mismas se las ingeniaban para crear extraños artefactos, elaboradas recetas, extraordinarias obra de arte y un sinfín de cosas que hacían parecer a las criaturas de su mundo como imbéciles, si, la inteligencia de los hombres era algo digno de admirar y el la ejemplificaría a la perfección mientras fungiera el papel de mayordomo ya que tarde o temprano aquello habría de terminar y quizás fuese la única oportunidad que tendría antes de que los humanos se autodestruyesen o evolucionarán al grado que el y los de su especie cayeran en el olvido.
Pero si había criatura que de verdad le gustase ese era el gato, ágil, independiente, arisco pero sobretodo orgulloso; en este pequeño animal parecían reunirse todas las características de los demonios, por algo los humanos los habían denominados como médiums entre el mundo espiritual y terrenal…simplemente eran maravillosos.
El niño se agito en la cama tosiendo fuertemente, levanto la mano sudorosa como si esperase que alguien la sostuviera y así fue ya que Sebastián lo tomó entre la suya con gentileza. La enfermedad de Ciel parecía no remitir y la fiebre no disminuía de modo alguno desde hacía 3 días en los que yacía en cama sin fuerzas siquiera para comer; al principio no se trataba mas que de un simple resfriado pero debido al asma que el niño padecía las cosas se fueron complicando hasta que finalmente cayo en cama.
-Mamá, papá…Ayúdenme- Murmuró entre sueños aferrándose a la mano de Sebastián con tal fuerza que le clavo las uñas hasta hacerle sangrar, un dolor delicioso para su mayordomo ya que provenía del ser que mas le gustaba.
Ciel ejemplificaba para Sebastián todo aquello que le gustaba de este mundo; al igual que las rosas su existencia no tenía lugar ni porque ya que ningún humano que se alimentará del odio era digno de vivir pero esos mismos sentimientos en un cuerpo tan pequeño y frágil era lo que le hacían tan bello y justificaban su vida; también era inteligente como pocos, quizás no fuese el chico mas talentoso pero tenía una capacidad de adaptación que muchos demonios envidiarían y aunque era llamado “El perro de la Reina” difícilmente se le podía identificar con aquel sobrenombre, era mas bien como un gato arisco, pretencioso, caprichoso y por momentos hasta chantajista…pero hermoso, muy hermoso capaz de crear una inmediata ternura en quién lo observase…
-No me toques…-Musitó el niño casi en un susurro abriendo los ojos con lentitud-cuándo no te lo ordene…
-Lo siento Joven Amo- Se disculpó como tenía por costumbre apartando la mano.
La temperatura aun no disminuía pero eso no le preocupaba realmente porque Ciel no moriría de esa manera, no lo haría hasta que viese cumplido su deseo pero mas valía prevenir que lamentar.
-Tengo…frío- Exclamó el niño incorporándose hasta sentarse- Abrázame.
Obedeció sin chistar como era usual, tomando entre sus brazos el menudo cuerpo de su Amo quién temblaba pero no precisamente de frio.
-¿Ha tenido pesadillas?- Preguntó
-No es algo que te interese- Sonrió feliz deleitándose con el orgullo del pequeño conde.
Aquel instante era algo que debía disfrutar tanto como le fuese posible, el día que tomaría su alma estaba cada vez mas cerca, podía sentirlo al igual que su hambre incrementándose y cuándo ese momento llegará nada en este mundo le importaría o gustaría ya que de alguna manera lo llevaría con el para siempre, todos los seres terrestres y espirituales podían desaparecer si así lo desearán porque todo lo que quería lo llevaría consigo hasta la eternidad.
Respondió a la boca ansiosa de Ciel que buscaba a la suya…
-No creo que deba hacer esto estando tan débil- Opinó sin resistirse realmente.
-Cállate es una orden- Concluyó el otro bastante irritado.
-Me temo que debo desobedecerle- Replicó colocándolo nuevamente en la cama- Esta demasiado débil como para jugar. Aceptaré cualquier castigo que me imponga por mi falta- Y sonrió ante la mirada furiosa del niño quién se limitó a gruñir por debajo para decir.
-Si que te interesa mi alma.
El mayordomo se limitó a sentarse junto al pequeño para cubrirlo como debía mientras acariciaba su rostro con una delicadeza que impacto a Ciel quién se limitó a acurrucarse en los brazos del mayor.
Y Sebastián sonrió atesorando aquel momento, tendría toda una eternidad para disfrutar del él pero solo unos “segundos” para tener a ese Ciel en el que no había ayer ni mañana, solo el presente donde el mayordomo conocido como Sebastián lo era todo y a la vez nada y sin duda alguna eso le gustaba.
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