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Exhumación por chibiichigo

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Notas del fanfic:

Cláusula de propiedad extendida: La marca Naruto es propiedad intelectual de Masashi Kishimoto. Yo no recibo remuneración por mi trabajo, puesto que está elaborado sin fines de lucro para el entretenimiento.

Notas del capitulo: Hola:

Bien, espero que lo disfruten. Por algún motivo no podía dejar de pensar en ello, así que lo tuve que escribir.

Exhumación

Por: chibiichigo

 

¿Qué le había llevado ahí, a ese paraje devastado y reseco a la mitad de la noche?: Los pasos de su recién encontrada consciencia. La razón no tenía nada que ver en aquella ocasión; el único responsable era el resonar de su mórbida cabeza. Su dolor, el mismo que le había acompañado durante muchos años ya, pero intensificado en aquel demencial lugar.

Había tomado en su momento las resoluciones pertinentes y no se arrepentía en lo absoluto, ni podría hacerlo jamás. Quizás conocía a la venganza mejor que cualquiera, pues la había plasmado con vehemencia en todos los actos que había llevado a cabo, pero ahora todo lo sentía diferente.

Se acercó silenciosamente, sólo escuchando sus secos y apagados pasos, a una formación rocosa que estaba a poca distancia, escuchando  sin desearlo y sin poderlo reprimir, todo lo que su putrefacta alma le ponía como una sinfonía de dolor y de engaño.

Vaciló, contrario a su costumbre, y permaneció estático a unos cuantos centímetros de aquello que se erigía como un irónico monumento a la destrucción. Deseaba no verlo, no ser presa de los recuerdos que le atosigaban y que se intensificaban a cada momento. No le podía, sin embargo, apartar la mirada, casi por una cuestión de orgullo calado hasta la médula.

Siguió avanzando hasta posarse justo frente a él, y una vez en su puesto, se arrodilló.

Removió, no sin esfuerzos, algunas piedras antes de encontrar aquello que buscaba: Una piel fría, tan blanca que podría brillar con el reflejo de la luna, cubierta con polvo y con restos de un opaco líquido que en sus inicios había sido escarlata. Sintió una punzada de desesperación, de odio y de ira al mismo tiempo, revolviéndose en su estómago. Encontró, asimismo, los restos de una desgarrada capucha negra y, tras darle un tirón separó el cuerpo de su hermano, su verdugo, de las rocas.

Lo contempló unos momentos, incapaz de dilucidar qué era lo que hacía, palpando los sentimientos más majaderos – y a los que durante años había enaltecido – existentes dentro de su ser. Quería escupir el rostro de Itachi, patearlo y destrozar su ya inerte cuerpo… Deseaba hacer del de coleta la piltrafa humana que él mismo se sentía en aquellos momentos. Desmembrarlo con  el fin de sentirse un poco más completo… de hacerle pagar su engaño.

Una lágrima iracunda brotó de sus orbes, llegando a la mejilla de la persona que tanto había odiado y, tristemente, amado. Su labio inferior temblaba incontrolable, reprimiendo todo aquello que quería gritar, que detestaba y que, como siempre, se había burlado de él, haciéndole sentir inferior.

 ¿Por qué? ¿Por qué había destruido su vida?, se preguntó. No era pretexto el que quisiera ayudarle, salvarlo. No, sencillamente no lo era.

Lo odiaba por quien era, por lo que había hecho, por haberle hecho desear terminar con su existencia so pretexto de venganza. Porque nunca, ni siquiera muerto, podía sacarle de su mente. Lo detestaba porque su tan aclamada venganza no tenía fin aún.

Tenía los ojos vidriosos de rabia y el cuerpo emanando todo su resentimiento por los poros con tal viveza que sentía su piel arder en llamas de desesperación. Añoraba la venganza, una tan real que ni siquiera con la muerte quedaba saldada…

Se acercó hasta Itachi y, sin decoro alguno, sustrajo sus pocas y maltrechas prendas. Quería sentir a su hermano, palpar su pecho como en la infancia que ya se había alejado. Necesitaba sentirlo suyo. Arrebatarle todo lo que le quedaba del mismo modo en que él le había acabado: De manera bestial y devastadora.

Sus manos comenzaron a recorrer con vehemencia y sin cuidado el cuerpo, un tanto amoratado del más alto. Itachi no merecía siquiera su tacto, una gentileza. No  merecía más que su desprecio, dibujado en cada sencillo roce intercambiado por sus pieles. Y él, nadie más que él, habría de matarlo inclusive después de muerto…

Porque podía matar a Itachi mil veces, porque merecía ser muerto todas esas ocasiones. Por haber asesinado a su familia, por haber teñido de carmesí la lluvia de aquella noche; por aquellos gritos desesperados de familiares y amigos… Por haberle traicionado con cada palabra y con cada obra. Por haber hecho menos su cariño, tan genuinamente profesado a una edad donde las mentiras no tienen cabida. Por todo aquello que le había robado.

Podía oler su cabello, de suave aroma a lavanda hasta cuando su cuerpo parecía pútrido y rancio. Esas mechas sucias que no perdían su sedosidad hasta después de haber perecido, las mismas que había idolatrado al ser pequeño… Esas que se habían bañado de terroríficos recuerdos y que se erigían como bandera de un desahuciado.

Aquella desnudez que le recordaba las horas invertidas en entrenamientos, en juegos, en interminables baños en los ríos cercanos a la aldea. El cuerpo que parecía puro, casi marmoleo cuando no respiraba más y todo resquicio de humanidad se había evaporado de su cuerpo. Aquella maldita perfección que le carcomía por dentro… aquel cuerpo maldito que le había obligado a odiarle, a detestarlo como nunca había hecho. Su atadura más grande, su lazo ya no fraternal, sino de enemigos íntimos.

Reprimió toda clase de sonidos, mientras se enfocaba en aquel cuerpo pétreo, inmóvil. La culminación de su odio, tan claramente plasmado con su forma, parecía parsimonioso y resignado… tan jodidamente distinto al Itachi que él recordaba, al hermano del que se había sentido orgulloso. Al que había aprendido a odiar en apenas un segundo, el hombre a quien se había consagrado en cuerpo y alma. 

No, lo odiaba... Lo odiaba como nunca había odiado, como jamás llegaría a odiar a nadie más. Con todas sus entrañas, con todo su desquiciante ser.

Colocó su oído cerca de su pecho, consumido por el tiempo y por la indudable culpa. Sintió un corazón que no volvería a latir jamás, si es que alguna vez lo había hecho. El órgano más detestable con el cual podía contar la anatomía humana… Aquel que recuerda la mortal esencia de todos los que pisaban ese malparido mundo. Deseó por un segundo que aquello funcionara, para poder asesinarlo de nuevo, para que con ello la deuda se saldara… Para desmenuzar su corazón tan vulgarmente como él había hecho con el suyo, pretextando conservar su vida pero arrebatándosela al mismo tiempo.

Toda su ira se reflejaba en sus orbes, fijas y escrutadoras de aquel ser caído. De aquel traidor que le había dañado y que, como un extraño juego del garrafal destino, le había mostrado la abyección de todos los que le rodeaban. Había desvelado al verdadero enemigo, que durante años había vivido hombro a hombro con él.

Sí, aquel maldito que se hacía llamar su hermano lo había engañado, le había mentido y dejado en la boca del lobo. No podía perdonarlo porque aun muerto seguía jugando cual titiritero con los hilos de su existir: Hacía y deshacía a placer todo con tal de que aquella venganza que le había dirigido los pasos no terminase jamás. Lo odiaba con todas y cada una de las fibras de su ser. Con todo lo que era.

Se atrevió entonces a mirar sus ojos, tapados por las sábanas de piel que eran sus párpados. No lo comprendía, de verdad que no… Todos sus recuerdos, su dolor, sus engaños, sus mentiras, sus metas, ¿dónde estaban?  Se había concentrado por años en destruirle a él, su único y final objetivo, pensando que así sería feliz… pero se había equivocado. Todo había sido una trampa, un maquiavélico juego tendido por el hombre que detestaba y al que alguna vez había amado… Y eso le dolía; no podía perdonarlo porque eso atentaría contra su propio existir.

Se esforzó un momento por recordar sus ojos, a sabiendas de que su turbulento sentir no se lo perdonaría.

Un escalofrío recorrió su espina, avivando todo aquello que llevaba gestando en su interior por años. Vivía a base de dolor, de ira y de resentimientos. De metas que cuando fuesen alcanzadas no le darían espacio a crecer. Y todo tenía que ver con Itachi, con su motivo para dejarle ahí en una noche que le había marcado.

Todo tenía que ver con aquella lágrima que le había dicho “Te quiero”. Con ese estúpido instante de redención que había tenido el bastardo antes de morir… Aquel que le impulsaba a tomar venganza contra lo que había sido su hogar, a reivindicar el nombre mancillado de su hermano.

De aquel que le había mentido.

De aquel que había matado atrozmente a todos los que amaba.

De aquel que le había salvado.

Aquel al que comenzaba a extrañar, después de años de detestarlo.

Su hermano, su verdugo de mil maneras… Aquel al que había matado incluso después de muerto porque jamás terminaría de vengarse de él.

Notas finales: ¿Reviews?

Más información sobre éste y otros trabajos:

cassis-regret.livejournal.com


Kissus,
c.

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