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Sonata # 30 para un solo escucha por chibiichigo

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Notas del fanfic:

Harry Potter es propiedad de JK Rowling.

Notas del capitulo: Hola. Sigo haciendo mis pininos en este fandom. Espero les guste mi trabajo.

Aclaración: Semi AU y leve (o no tan leve) OoC.

Sonata # 30 para un solo escucha

Por: chibiichigo

 

Si de algo podía estar seguro Harry Potter era de su nada desarrollada madurez musical. De aquello se había percatado después de llegar a Hogwarts para su quinto curso, poco tiempo atrás, cuando un extraño piano se había instalado arbitrariamente en el recibidor del castillo y durante tres días había tocado lo que él creía era la misma pieza. No obstante, Hermione le había sacado del error al mencionar a todos y cada uno de los compositores y las piezas, acentuando las diferencias entre periodos y muchas cosas más que el ébano prefirió ignorar mientras sonreía amablemente a la de cabello esponjado.

Así de sencillo. Harry Potter no tenía, ni tendría nunca el oído lo suficientemente desarrollado para esa clase de composiciones complicadas. Para él, la música se clasificaba únicamente en agradable o desagradable.

 

 

Regresaba a la Sala de Gryffindor más tarde de lo habitual, posterior a su entrenamiento de Quidditch, y ya los pasillos se encontraban desiertos. No había siquiera prefectos rondando por la zona para revisar que los chicos de primeros cursos estuviesen en su respectiva casa, lo cual marcó la pista a Harry para apresurar el paso y optar por uno de los escondrijos que le llevaban a la casa leona.  Aquel pasillo, oscuro y angosto, terminaba en el mismo piso que el Cuarto de los Menesteres, frecuentemente usado por sus amigos y él.

Al pasar por el sitio escuchó algo que llamó su atención de modo especial. Justo donde la pared que escondía la entrada del salón secreto comenzaba, un extraño pero agradable eco aparecía. Al principio, un timbre sofocado por la piedra se hizo presente y poco a poco fue seguido por una melodía deleitable al oído del de cabellos negros. No tenía idea que era, ni la seguridad de haber escuchado la pieza con anterioridad. Sólo sabía que le gustaba mucho más que las otras canciones – de las cuales su amiga le había dado la más completa información –.

Inconscientemente, fue acercándose más y más hacia la fría piedra oscura, aguzando el oído para no perderse nada de aquella música. Estaba tanto intrigado como embebido por la composición; decidió quedarse unos momentos y entretenerse de todo el ajetreo. La tonada lo asfixiaba poco a poco, generándole el extraño deseo de escucharla la noche entera, casi como si de un embrujo se tratase.

Permaneció ahí, sentado justo frente a la entrada del Cuarto de los Menesteres durante largo tiempo, hasta que se dejó de escuchar la canción que aquel pianista tocaba con tanta maestría. En aquel instante, sintiendo que había quebrado la extraña privacidad del otro y perdiendo la capacidad para hacer algo más inteligente, se marchó corriendo.

 

 

-¿Qué tarareas Harry?- preguntó Ron a la hora de la cena, al tiempo que se metía un pan a la boca y lo devoraba casi por completo- Llevas así todo el día.

-No sé- se encogió de hombros el aludido, sabiendo que no mentía a su amigo pero un poco avergonzado. Estaba de sobra decir que no era normal que el de la cicatriz en forma de rayo se quedara con una canción en la cabeza.

La melodía de su boca era la misma que había escuchado la noche anterior y que le había absorto por completo. Sencillamente no podía apartársela del pensamiento, ni siquiera en clase de Pociones frente a la mirada escrutadora de Snape. Era inevitable.

 

 

Si había algo que Potter detestara por sobre todo lo demás era la histeria de Angelina previa a la temporada de Quidditch. Eso, como alguna vez se había puesto a maquilar en ratos de ocio, era el legado que Wood había dejado, como un extraño ente que se apoderaba de los cabezas de equipo desde tiempos inmemoriales. La capitana del equipo rojo les había obligado a asistir a entrenamiento de nuevo y estaba francamente agotado.

Repitió, más por costumbre que otra cosa, el mismo trayecto de la noche anterior. Estaba tan cansado que el mero hecho de recordar la música de la noche anterior le parecía ridículamente difícil. Sentía que habían pasado miles de años desde aquel episodio. Al pasar por el lugar, escuchó de nuevo las apagadas notas provenientes del otro lado del muro. Estuvo tentado a sentarse a escuchar unos momentos, pero la pesadez en su cuerpo y la mención mental de toda la tarea que debía entregar para Transformaciones, Encantamientos y Pociones quebró su idea cual la colisión una piedra contra un vidrio.

No, aquella noche no habría nada de música para él.

 

 

Amaneció con unas ojeras que bien podrían haber competido contra las de un panda; había dormido menos de dos horas por completar sus deberes y, aun así, tendría que hacer uso de los pergaminos de Hermione.

Se encontró con sus amigos en la sala común y bajaron por el desayuno antes de tener que correr a sus clases. Era un problema de talla mayor el que sus primeras clases estuvieran tan lejos del Gran Comedor.

-Dios, creo que invertiré el fin de semana en dormir como lirón- bostezó el pelirrojo al tiempo que revolvía su melena. Harry no pudo más que concordar con él; después de esa semana no querría volver a oír de tareas o trabajos en su vida.

-Vamos, tienen que empeñarse más y organizarse mejor. Yo he dormido magníficamente bien- se jactó la de cabellos castaños al tiempo que apresuraba más el paso, dejando a sus amigos atrás- Vengan, apenas y llevamos tiempo para comer un bollo.

Los otros la siguieron con desgano. Para el de cabellos oscuros comprendía ya un esfuerzo sobrehumano el ver moverse a su amiga, por no mencionar seguirla por los pasillos. Miró por el rabillo de su ojo al de mechones bermejos y, para su alivio, pudo apreciar que Ron tampoco tenía energías para el ritmo de la mañana.

Al momento de llegar al Gran Comedor, la mayoría de los alumnos se habían marchado o hacían un poco de sobremesa matinal. Apuraron un par de tartitas para comer durante la primera asignatura y, raudos, bebieron un vaso de jugo de calabaza; no tenían tiempo para nada más sustancial si querían estar a tiempo para la clase de McGonagall.

-Chicos- se apresuró a soltar Hermione en voz baja tan pronto salieron al corredor-¿vieron las ojeras que tiene Malfoy? Seguro que ustedes no son los únicos que la están pasando mal.

-Espero que sí. A ver si con eso se le quita la cara de superioridad y de malaleche que se carga- comenzó a grillar el menor de los chicos Weasley.

Harry, que se encontraba demasiado fatigado como para formar parte de una conversación insustancial, se limitó a encogerse de hombros. Él ni había visto al rubio de Slytherin ni le interesaba indagar el porqué de sus ojeras. Prefería concentrarse, por lo menos unos momentos, en aquel piano que sonaba desde el Cuarto de los Menesteres y le embriagaba con cada nota.

 

 

Tras pasar el día haciendo deberes (gracias a Merlín Angelina había desistido de ponerlos a entrenar por una tormenta que hacía pensar que el Día del Juicio Final había llegado) y leyendo, sentía que la cabeza le iba a estallar a causa de toda esa información. Además, aunque no quisiese, muchos de sus pensamientos en tiempos muertos se dirigían hasta ese punto del corredor de la séptima planta, al lado de la estatua de Barrabás el Chiflado.

Quería, casi con una necesidad imperiosa, escuchar de nuevo algo sacado de la mente del personaje desconocido de la sala de los Requerimientos.

Salió discretamente, aprovechando que Ron estaba demasiado ocupado intentando comprender lo que Hermione le explicaba sobre Júpiter y la influencia de sus anillos sobre el ajenjo. Probaría un poco su suerte y escucharía al pianista tocar alguna de sus hermosas piezas.

Se sentó en el mismo recoveco que la vez anterior, dejándose llevar por la música que emanaba con más intensidad desde el otro lado del muro. No comprendía por qué ni cómo se había llegado a obcecar con aquello, si hasta pocos días atrás su conocimiento por esa bella arte se reducía a las viejas canciones que su tía Petunia escuchaba en la radio; pero, no tenía que comprenderlo: Se sentía hechizado y nada más podía decir al respecto.

Consideró en aquel momento observar al creador de semejante belleza lírica. Sólo tenía que esperar más tiempo, hasta que saliera y atisbar desde el otro lado de la estatua. Recapacitó; si hacía eso violaría el mágico anonimato y lo que escucharía tendría un nombre; además, si algo salía mal y era descubierto… No, no quería ni pensar en ello.

Sacó de su bolsillo un papel y, garabateando de forma rápida escribió una nota para el desconocido del otro lado: “Tocas muy bien. Tu música me anima” La colocó al lado de la estatuilla y se marchó antes de que sus amigos notasen su ausencia. No deseaba dar explicación de su paradero.

 

 

La noche siguiente, cuando la música ya había comenzado a resonar quedo, Harry se avecinó al sitio sólo para encontrar un pequeño pedazo de papel pulcramente doblado y con una caligrafía meticulosa: “¿Llevas mucho tiempo escuchando?”

Un simple “Sí. ¿Está bien?” fue lo que colocó a manera de respuesta. Sonrió para sí mismo; comenzaba a sentirse inmerso en un juego de niños. Se sentó en el punto que había servido como butaca preferente en el concierto que se hacía sólo para él.

 

 

Conforme pasaban los días daban paso a las semanas, la mente del Niño Que Vivió se había visto invadida de más y más música. Ese piano y ese desconocido se habían vuelto el eje central de su extraño secreto; el único motivo por el cual deseaba quedarse hasta tarde en la biblioteca so pretexto de estudiar o terminar al último de cambiarse tras los entrenamientos de Angelina. Un momento de importancia tan fundamental como misteriosa dentro de la vida de Harry.

Las notas, por supuesto, habían seguido como una especie de juego entre esos dos extraños. Tras el “Sí, no me incomoda. ¿Qué te gustaría que tocara?” en respuesta a su segunda nota, los esbozos de diálogos entre ambos se volvían más interesantes y, por extraño que pudiera sonar, habían causado la remoción de algo en Harry. Para él, esos pedazos de papel meticulosamente cortado y con caligrafía bien trazada eran casi oro: la prueba fehaciente de que su obsesión era devuelta. El extraño había compenetrado con él, aunque ninguno supiera de quién se trataba. Parte de la magia.

Una noche de jueves, Harry abrió la nota que, sabía, le tenía preparada. Fue igual de cuidadoso con ese trozo de pergamino que con los anteriores y, al abrirlo agradeció estar solo por el tono carmín que tomaron sus mejillas: “Mañana te daré una sorpresa especial”

 

 

El viernes transcurrió mucho más lento de lo que Harry podía soportar. Había tenido doble clase de Pociones a última hora y, si bien eso nunca era atractivo, las ansias por saber qué era lo que le había preparado el chico del piano (porque ya ambos conocían el sexo del contrario, gracias a las notas). Se encontraba más feliz que de costumbre y más separado de la realidad, pero al tiempo la espera le fastidiaba un poco.

Corrió a toda velocidad por la séptima planta, tan pronto dio la hora. Los gritos de los cuadros no se hicieron esperar, pero los ignoró de forma olímpica. Quería saber cuál era esa sorpresa… Cuando la tuvo en su poder, abrió la nota con torpeza: “Sonata # 30 para un solo escucha. Sólo para ti”

La música, sonando un poco más fuerte que de habitual,  inundó el rincón donde Harry se sentaba a deleitarse con aquel piano. Era una melodía suave que poco a poco lo fue envolviendo entre sus brazos, lo guiaba a través de toda una gama de emociones que hasta el momento no había experimentado por nadie. Su piel estaba erizada por la fascinación que ejercía sobre él la pieza, contagiándole a cada nota su pasión.

La melodía más hermosa que Harry Potter hubiese escuchado. Creada e interpretada sólo para él, como su extraño placer personal; como el himno a un sentimiento ajeno a él pero que lo embriagaba.

 

 

 

 

Era lunes por la mañana y todavía no lograba sacar la tonadita de la canción de su mente, así como no lograba eliminar la sonrisilla que se le dibujaba discretamente en la comisura de los labios. Estaba tan increíblemente feliz que sentía que el pecho le iba a estallar de tan henchido o que se pondría a sobrevolar la escuela.

Tarareaba en voz baja, para el descontento de Ron, que ya comenzaba a quejarse de que el de orbes verdes no hiciese nada más productivo con su boca, como guardar silencio, y de repente se dedicaba algún pensamiento de complicidad hacia el sujeto del otro lado de la Sala de los Requerimientos.  Sólo ellos dos, que habían sido partícipes de todo, sabían esa canción. Era su canción. Se colocó a pocos pasos de la entrada del salón de Snape, tan inmerso en su idilio que no notaba el paso de los demás.

De pronto, escuchó la misma tonadita inconfundible que había presenciado el viernes. ¡Su pianista estaba cerca! Aguzó el oído mientras el tarareo involuntario seguía emanando de sus labios y ahí, acercándose en línea recta, estaba él. El inconfundible pianista: Draco Malfoy.

Los dos se detuvieron ipso facto, escrutándose con odiosa mirada.

-A un lado Potter- bramó el rubio.

A regañadientes, Harry optó por quitarse. Draco pasó a su lado, con una sonrisa arrogante y sus dos guaruras. Se veía tan… Malfoy que el de cabello negro se sorprendió de la manera menos grata que existía. El otro pasó casi rozándole y, tras guiñarle un ojo, agregó cómplice, con una voz sólo audible para él: “Hoy volveré a tocar para ti, como cada noche.”

 

 

Si de algo estaba seguro Harry Potter era de querer escuchar por siempre al rubio pianista, y de que  Draco continuaría tocando para él todas las noches. Seguiría siendo su secreto.

 

 

Notas finales: Espero les haya agradado este pequeño shot.
Los invito a dejar sus comentarios para que yo pueda tener bases para mejorar y ofrecer contenidos de mayor calidad.

c.

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