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Memorias de Venecia por EvE

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Notas del fanfic:

Dedicado a mi gran amiga Sady, a quien espero que este fic le agrade. Lo hubiera querido tener en tu cumpleaños, pero sabes que me fue imposible. Solo deseo que te guste y no te resulte tedioso. Te quiero muchísimo, feliz cumpleaños retrasado.


Y a todas aquellas personas que lean este fic, un sincera disculpa por cualquier falla que contenga; hace mucho qe no escribía y probablemente quedó terrible. Agradecimiento especial a Setsuna por su revisión en las primeras 8 hojas, tal vez sin esa pequeña guía hubiera quedado peor.


La historia esta ubicada en un universo alterno, por lo general siempre me inspiro en una canción a la hora de hacer un fic, pero este emergió practicamente de la nada. Aunque me hace pensar en la canción "Spine" de Suilen.


Ojala que quien lo lea pase un rato agradable y no pierdan su tiempo en vano. Jamás he ido a Venecia, asi que si alguien que lo lea ha ido, disculparán las pobres descripciones, simplemente dejé volar mi imaginación.


El fic no contiene ninguna advertencia, excepto que puede resultar cursi y tedioso, jejeje.


Muchas gracias de antemano por leerlo, y un saludo a todos.


Patts.


nota: es el primer fic de esta pareja que hago, espero no haberlos desmerecido demasiado.

Memorias de Venecia.



Apenas llevaba un día en Italia, pero era suficiente para saber que nunca volvería en lo que le quedaba de vida, al menos no a esa horrenda ciudad estancada en el agua y con olor a cloaca. Probablemente, nunca iba a comprender por que la gente hablaba maravillas de Venecia, pero a decir verdad, no le interesaba descubrirlo.

De hecho, para la tarde de ese su primer día, regresar a Barcelona era una idea que sin duda a la mañana siguiente se convertiría en un hecho, por que no iba a permanecer más tiempo ahí. Todavía le parecía increíble haber cedido al capricho de su hermana; pero bueno, el hecho de que lo haya amenazado con tener que cuidar de la tía Eugenia durante el verano funcionó bastante bien, y esa díscola empedernida que era su querida hermana Leonor se salió con la suya.

A decir verdad, la amenaza de Leonor solo había servido para ocultar el hecho de que Shura jamás hubiese aceptado que quería agradecer todos esos años de apoyo incondicional y compañía incansable. Su hermana pasaba los días casi suplicándole que abandonara Barcelona, que se diera un tiempo para el, preocupada por que ya iban cinco años desde la muerte de su esposa y continuaba de luto. Para Leonor era un motivo de preocupación que su único y querido hermano no hubiese empezado otra relación desde aquel fatídico hecho. Lo pensaba deprimido en sus adentros, aunque Shura nunca lo exteriorizara… pero en realidad no era así.

Una criatura tan alegre, natural y dulcemente básica como Leonor, nunca podría entender que a pesar de la apariencia gris de su vida, no existía tal depresión. Shura era así, un hombre de gustos sencillos, que prefería no hablar de los motivos para alegrarse la existencia y permanecer en anonimato. Únicamente su padre y su esposa Norma lo habían llegado a conocer del todo, pero ninguno de los dos vivía ya, así que su personalidad continuaría en el misterio para siempre, como un secreto que guardaban en sus tumbas esos seres que habían sido tan importantes para el en algún momento de su vida. Leonor quería ayudarlo, en realidad sus intenciones no eran malas, pero Shura sabía que de nada iba a servir ese absurdo viaje a Venecia que le había regalado con motivo de su cumpleaños número treinta, principalmente por que la fantasía romántica de la que la ciudad hacía gala no le emocionaba, tampoco su bullicioso carnaval… había pocas cosas en la vida que le daban gusto y Venecia con sus multitudinarias celebraciones y ese denso ambiente cursilón y sofocante no era una de ellas.

Al menos estando en Italia podría visitar Roma y sus museos, esa era una oferta mas interesante.

La noche lo había sorprendido deambulando por los callejones ya obscuros e iluminados en la distancia por faroles. Era una noche helada, medio brumosa y por consiguiente húmeda. Agradeció su siempre inteligente sentido de la prevención que le había hecho tomar su gabardina antes de salir del hotel a deambular por la ciudad, para no desperdiciar del todo el viaje y husmear un poco en las antiguas callejuelas. En la distancia escuchaba el barullo de la fiesta, pues en aquella noche de luna llena, el tradicional baile de máscaras, ese que era el centro de las fiestas de carnaval se iba a llevar a cabo en la explanada principal de la ciudad. Se suponía que Shura tenía un bonito disfraz esperando en su habitación del hotel, pero daba igual, por que el ni por asomo tuvo la intención de asistir, solo lo había conservado por cortesía al ver la insistencia atroz con la que el camarero se lo entregara.

Una cosa era segura: Venecia era mejor de noche. Había menos ruidos, un olor a podrido mas soportable y era doblemente mas tranquila, sobretodo por que la mayoría de los visitantes y habitantes de la ciudad –sino es que todos- estaban concentrados en aquella plaza, disfrutando de la fiesta que se suponía era el carnaval mas importante y famoso del mundo.

< Menuda pérdida de tiempo >

Fue el pensamiento del español, mientras se quedaba de pie junto al embarcadero a donde sus pasos le habían llevado, con sus manos embutidas en las bolsas de la gabardina y su mirada azul profundo fija en el destello que iluminaba el cielo y la noche veneciana, allá, lejos, donde el mundo giraba en torno a disfraces, música y máscaras… luces, risas y danzas interminables.

Era increíble, pero el deseo de estar ahí y ser testigo de los excesos que la adrenalina causaba en la gente comenzó a convertirse en un genuino impulso. Tal vez si hubiese estado un gondolero en aquel embarcadero, habría saciado esa curiosidad inesperada que le había asaltado, mitad capricho, mitad morbo, y que se iba haciendo más fuerte al paso de los minutos.

Pero como solía ocurrir cada vez que Shura sentía la necesidad de dejar de ser un muñeco de cera, no había nadie alrededor para que fuera testigo de ello. Suspiró casi desalentado, preguntándose ahora como iba a llegar al hotel. La verdad es que ni siquiera contó las calles, ni se fijó por donde iba; había llegado a ese embarcadero por pura casualidad, lo único de lo que estaba seguro era de que el hotel estaba al oeste, y ahí volvería a encaminar sus pasos.

Lo hubiera hecho, si una sombra entre la bruma iluminada de tenue luz plateada y el destello de un farol no le empezara a dibujar la silueta de un hombre remando sobre el canal.

– ¡Buenas noches, Señor! –

Saludó a grito abierto el hombre, mucho antes de que su góndola se hubiera terminado de acercar y la figura completa emergiera de la niebla que permanecía suspendida sobre las aguas.

Tal vez el cielo quería que Shura se concediera el capricho de su curiosidad, o simplemente se trataba de una coincidencia que de repente le resultó hasta molesta.

– Buenas noches –

Fue su fría respuesta, tan fría como la noche misma.

Pero al gondolero pareció no importarle, por que continuó acercándose a el hasta su barca golpeó ligeramente la madera del pequeño muelle, dejando que Shura observara su perfil iluminado por la luna y el farol de su góndola. Se trataba de un hombre joven, no debería pasar de los treinta años. No distinguía bien su rostro, pero veía su perfil a contraluz y se le antojó perfecto, además, por entre las sombras era distinguible el destello de una blanca sonrisa.

– ¿El señor necesita llegar a la fiesta, verdad? –

< No >

Quiso responder, pero no pudo hacerlo.

– ¡Todo mundo está en la fiesta! – Exclamó el italiano con notable entusiasmo, casi haciendo retroceder a Shura, las personas con ánimos tan excesivos solían… cohibirle – Suba, suba, yo lo llevaré –

– Es que yo no voy a la fiesta, muchacho… pretendo regresar a mi hotel – pretendía, era verdad.

– ¿Regresar a su hotel? ¡Que disparate! ¿Es que no tiene con quien ir al baile? –

– No –

– Venga conmigo, yo seré su acompañante –

La sonrisa del gondolero resplandeció más. Shura observó como le extendía una de sus manos enguantadas para ayudarle a subir a la góndola como si de una damisela se tratase, algo que le hacía sentir sumamente incómodo. No existía motivo alguno para aceptar la invitación de aquel desconocido… no existía ninguno excepto esa insistente curiosidad, de la que Shura no podía escapar y a la que estaba a punto de ceder.

– Pero no traigo puesto mi disfraz –

– ¡Eso no importa! Nadie lo notará –

Había algo en su voz que resultaba hipnótico, y esos ojos… escarlata, como la pañoleta que estaba anudada a su cuello, rojo sangre, intenso. Hasta ese momento notó que aquel iba vestido con el atuendo emblemático de los gondoleros. La camisa monocromática de mangas de tres cuartos, el pantalón negro, la pañoleta, hasta ese pequeño sombrero en su cabeza que parecía esconder una abundante cabellera tan plateada como la misma luna… parecía salido de una típica pintura de recuerdo veneciana.

Con un suspiro y prácticamente desconociéndose, aceptó la mano del gondolero y subió a la embarcación, sentándose en un lugar tras el, dejando que el hombre la maniobrara para abandonar finalmente su antiguo sitio y se dirigieran ahí, a donde Shura había jurado que no podía sentir deseos de ir, convencido por su curiosidad y por un extraño que apareciera en medio de su soledad, casi como una insolente luz.

La voz alegre del hombre comenzó a escucharse, entonando una canción en italiano que Shura no se preocupó por comprender, concentrado como lo estaba en admirar las sombras de las viviendas y el resplandor verdoso del agua en sus paredes, que danzaba casi al compás de la música cada vez más cercana. Shura tenía razón al decir que Venecia era mejor de noche, por fin podía sentir un poco de ese ambiente bohemio del que tanto hablaban; ahí, trepado en una góndola con su impertinente gondolero, que ya le tenía un poco aturdido y con las palabras por callarlo quemándole la boca, había descubierto la magia envolvente de la ciudad flotante, y se sentía extrañamente bien al respecto.

– ¿Cuál es su nombre, Señor? –

El aludido se distrajo de su contemplación para fijarse en la imponente silueta del italiano frente a el, que parecía mirarlo por encima de sus hombros, sin que sus manos interrumpieran el constante movimiento con el que remaba.

– Soy Shura – respondió con serenidad, aunque sus manos habían apretado la tela de la gabardina dentro de los bolsillos – Y tú, ¿Cómo te llamas? –

– Me dicen Máscara de la Muerte mis compañeros de oficio – y a la respuesta le siguió una alegre carcajada – ¡Pero no hay nada que temer, Señor! No soy un mal hombre y no voy a hacerle daño… algunas personas creen que mi apodo es por alguna clase de mala fama, pero en realidad no tiene nada que ver con eso –

Hablaba demasiado, pensó Shura… pero no dijo nada al respecto. La verdad era que su pseudónimo le tenía bien sin cuidado, aún si aquel extraño gondolero pretendiera hacerle daño, el español no iba a permitírselo.

– Es un apodo peculiar –

– Si, es alegórico… como el carnaval –

La sonrisa resplandeciente del gondolero fue perfectamente visible para Shura, puesto que estaban llegando a la plaza principal y desde ahí, la luz llegaba a ellos como un inmenso reflector. El hombre atracó la góndola y se apresuró a colocarse una larga capa roja en los hombros, haciendo un nudo de cordel a la altura de su clavícula. De entre los asientos sacó también un sombrero de tres picos, tan rojo como su capa, adornado con múltiples remaches y bordados dorados que le daban un toque hermoso y distinguido. Finalmente, una máscara que era nada más y nada menos que la figura de una calavera fue acomodada en su rostro, sin que ocultara su sonrisa, puesto que dejaba al descubierto la boca del gondolero.

– ¡La muerte Casanova! –

– Eso es aún mas alegórico – replicó el español, mirando algo desconcertado el atuendo con el que se había armado el gondolero en cuestión de minutos.

– Tengo esto aquí, Señor – los brillos de una máscara con forma de gato, blanca de fondo, líneas de tonos pastel y cortas orejas felinas llamaron la atención del español – ¡Úsela! Se la prestaré –

Shura se sintió casi indignado.

– ¿Te has dado cuenta que es de mujer? –

Y ahora el indignado fue el gondolero.

– ¡Cuanta mesura! ¿Se ha dado cuenta de que es un carnaval? –

– No usaré eso – Dijo con voz contundente el español.

– Pues no lo dejaré bajar de la góndola si no la usa –

La sonrisa burlona y desafiante de ese que respondía al nombre de Máscara de la muerte, comenzó a resultarle francamente molesta. ¿Pero que más podía hacer? Estaba en un muelle, a poca distancia de la fiesta y a saber cuantos canales atrás de su hotel. Aún si quisiera volver ahora, dependía totalmente del caprichoso gondolero y al parecer, estaba decidido a pasarse la noche en el carnaval y obligarle a ponerse esa ridícula máscara femenina.

En realidad no tenía demasiadas opciones, y quedarse sentado en la góndola esperándolo tampoco era una de ellas.

Tomó la máscara con un fuerte movimiento de la mano italiana mano enguantada y se la puso, no sin emitir un pequeño gruñido.

Aquello fue como el detonante de una explosión. El gondolero se inclinó sobre su embarcación y emergió con un elegante bastón de Casanova, lo arrastró de una mano hacia tierra firme y se dirigieron prácticamente corriendo hacia el centro de la celebración, que a través de los orificios de la máscara, al español le parecía mitad circo, mitad baile.

Había tanto a donde mirar, que tuvo que deshacerse de la máscara para poder hacerlo con libertad. Máscara de la muerte lo observó, pero no dijo nada al respecto, se limitó a sonreír con autosuficiencia, como si hubiese estado seguro de que esa iba a ser la reacción de su improvisado acompañante.

Shura contemplaba todo entre maravillado y anonadado; había hombres y mujeres en zancos, que resaltaban como los enormes gigantes que eran bajo una multitud enfebrecida que parecía saltar tratando de alcanzarlos. Varios grupos de acróbatas se jugaban la vida haciendo complicadas figuras monumentales de personas: pirámides, flores, hasta animales… cualquier cosa que se les ocurría - o al menos eso pensaba Shura – solo para luego lanzarse hacia el cielo y confiarles la salud de sus huesos a los que los esperaban sobre los escenarios, recibiendo aplausos de la concurrencia que parecían resonar mas fuerte incluso que la música. Música, tanta música… pequeños grupos se orquestas compuestas apenas por un violinista y un flautista, otros mas nutridos y otro mas que eran verdaderas sinfónicas, entonando canciones que a pesar de ser diferentes, sonaban extrañamente armoniosas, formando un conjunto de sonidos de colores que aunque el no lo creyera, parecían resultarle agradables.

La luz candente de una llamarada que se sintió demasiado cerca le alarmó, se echó hacia un lado de forma brusca, golpeándose contra el pecho del italiano que lo observaba bajo su máscara de calavera. Había sido sorprendido por un traga-fuegos, que ahora ejecutaba su acto solo para los ojos casi asustados del español, lanzando sus llamas hacia el cielo oscuro, trazando una línea de fuego dorado que a Shura le recordó vagamente la estela de un cometa.

El traga-fuegos le sonrió al español e hizo una pronunciada reverencia, recibiendo el aplauso incondicional de Máscara de la muerte de y de otros muchos espectadores, mientras Shura se limitaba a mirarlo aún azorado y luego tratar de sonreír, aunque todo ese número le tenía los pelos de la nuca erizados.

– ¿El señor nunca había visto un traga-fuegos? –

Pero que hombre mas insolente era aquel gondolero… ¿Quién no había visto a un traga-fuegos en su vida?

– No a punto de quemarme las pestañas –

La airada respuesta del ibérico de ojos azules provocó una carcajada sonora en Máscara de la muerte, que irritó aún más a Shura.

– Ese hombre no quería quemarle las pestañas, era su manera darle la bienvenida al carnaval de Venecia –

– Pues vaya forma de hacerlo –

– ¡Relájese! O no podrá disfrutar de la fiesta… –

Disfrutar de la fiesta… Shura empezaba a creer que una frase así casi era ironía.

Dio un pequeño salto al sentir un puño de collares de vistosas cuentas cayéndole sobre el cuello, como si de un torete lazado se tratase. El español miró aquellos objetos, luego alzó sus ojos confundidos arriba, y ahí estaba… uno de esos gigantescos bufones que había visto al llegar, saludándolo desde su altura con fuertes movimientos de sus brazos.

– ¿Otra bienvenida? –

La sonrisa casi exagerada de Máscara de la muerte se lo confirmó. Shura miró los collares y los sujetó con una mirada hastiosa, dejándolos caer sobre su pecho antes de volver a colocarse la ridícula máscara de gato. No es que fuera supersticioso, pero se sentía con tan tremenda mala suerte, que era capaz de encontrarse con algún conocido en el carnaval, más le valía ocultar su española faz de cualquier mirada.

Pero apenas hubo puesto su máscara de forma correcta, se sintió arrastrado entre el mar de gente una vez más. Aquel gondolero parecía poseer una energía inagotable, se movía como si las personas no fueran más que las tiernas ramas de la hierba crecida en un enorme prado, saludando a algunos, gritándoles a otros, hablando en ese molesto idioma que al español casi le irritaba. Nunca le había gustado el acento italiano, y ya lo había escuchado más de lo tolerable en esas escasas horas que tenía ahí.

– ¿A dónde vamos? – la molestia en la voz de Shura era bastante notable.

– ¡A donde sea! –

– ¡Esto es francamente ridículo! –

– ¡Es una fiesta! –

Si, una fiesta de la que Shura se estaba cansando demasiado rápido, sobretodo al ser arrastrado cual cometa entre la ventisca, hasta su brazo comenzaba a dolerle.

– ¡No puedo admirar tu precioso carnaval si te estoy sirviendo de muñeco de trapo! –

– ¡Paciencia, paciencia! –

El español estuvo a punto de soltarse del agarre, pero afortunadamente para el bienestar de su brazo, Máscara de la muerte se detuvo frente a uno de los múltiples puestos que había en aquella extraña feria. Era de flores, pero todo lo que veía eran rosas y claveles, ninguna otra variedad. Una mujer medio regordeta y de amplio escote estaba al frente del puesto, con una máscara femenina de sonrisa grotesca y exagerado maquillaje.

– Quiero una docena de claveles, los más bonitos que te queden –

Solicitó el italiano, haciendo que Shura entornara los ojos. Después de todo, el gondolero iba de Casanova, y era su deber andar regalando flores aquí y allá.

La mujer le extendió el ramillete y el otro sonrió de forma amplia. Cuando quiso pagarle, la dueña del puesto se negó, y a Shura se le figuró que sonreía coqueta debajo de la horrenda máscara que tenia puesta.

– Para mi Casanova favorito, son gratis –

– Entonces tú serás la primera en recibir una de mis flores –

El pecho de la mujer comenzó a ascender y descender rápidamente, evidenciando que las palabras del gondolero le habían acelerado la respiración. Shura agradeció que después de toda esa reverencia innecesaria, aquel hombre vestido de “Muerte Casanova” se dignara a abandonar dicho puesto, por que la actitud de la mujer ya le estaba cansando y que decir de la suya. Le parecía que eso de ser un Casanova era una reverenda tontería.

La mujer se quedó suspirando con su clavel en la mano, y Máscara de la muerte se giró hacia el español con una sonrisa tan resplandeciente como un farol recién encendido, ofreciéndole su mano para continuar con su recorrido. Por supuesto que Shura lo rechazó, pero aquel gesto indiferente solo provocó que el gondolero volviera a tirar desconsideradamente de su brazo y lo arrastrara consigo, recorriendo entre sonrisas y pasos saltarines el lugar.

– ¡Esto no es mi idea de disfrutar una fiesta! – Replicó el español, haciendo que Máscara de la muerte se detuviera y el pudiese descansar un momento su maltrecho brazo.

Cuando pudo observar los ojos rojizos brillar emocionados tras la máscara, Shura supo que de nuevo, había activado alguna especie de comando en aquel hombre y quiso retroceder. Tragó saliva, sin tener oportunidad de huir, Máscara de la muerte hacía unos aspavientos con su mano, como si hubiese estado seguro de adivinar la idea de disfrutar la fiesta de la que Shura hablara.

– ¡El Señor quiere bailar! –

– ¡NO! ¡No, por la Virgen! ¡Por supuesto que no! –

– ¡Si, si! ¡Vamos a bailar! –

Y aún sosteniendo su ramillete de claveles, fue capaz de arrastrarlo por la cintura y abrirse camino entre el mar de gente, que bailaba al compás de una alegre canción entonada por la sinfónica mas completa del sitio y que los tenía dando brincos como conejos en primavera.

Shura se resistió, por supuesto que lo hizo; sus pies se tensaron con toda su fuerza en el piso para impedir el avance del italiano con su cuerpo hacia ese lugar que al de ojos azules le parecía casi terrorífico, haciéndole dar tropezones por la torpeza de sus pasos al negarse rotundamente a eso…

Pero no fue suficiente. En unos minutos se vio en medio de la pista, rodeado de máscaras que le sonreían por fuera y por dentro, brincando, alzando las manos, cuerpos apretándose unos contra otros y girando. Shura casi se sintió mareado.

¿Cuándo había sido la última vez que el bailó? Si mal no recordaba, eran tres las veces que en sus 30 años se había atrevido a adentrarse en los tenebrosos terrenos de una pista de baile. La primera, obligado por su madre a bailar con la prima Blanca en sus fiesta de quince años. La segunda en su graduación de la universidad, por pura obligación otra vez, y la tercera… en su boda, con su amada Norma… sin duda esa había sido la única ocasión en la que el disfrutara un baile.

Pero estar ahí a media pista, empujado por un HOMBRE y en medio de un carnaval con cientos de desconocidos, sobrepasaba por mucho lo que Shura estuviese dispuesto a soportar. Al menos agradecía llevar puesta la máscara, de otro modo el italiano hubiese notado el sonrojo violento de su rostro.

– ¡Deje que sus pies se muevan! –

– ¡Serás gamberro! ¡Odio bailar! – Tan ofuscado se sentía, que hasta había olvidado hablar en italiano. El otro lo miró confundido por un momento, antes de soltar una alegre carcajada.

– ¡Solo déjese llevar! –

Dejarse llevar… el italiano no sabía que aquellas casi eran palabras desconocidas para el.

Pero la presión que ejercía sobre su cuerpo no cedió, por el contrario, lo rodeó por la cintura y tomó una de sus manos con la que sostenía su ramillete de claveles, poniéndolo en la posición adecuada para moverlo con más facilidad por entre la multitud, siguiendo sin ninguna dificultad los compases de la música, aún con el rígido cuerpo de Shura entre sus brazos.
Al español por su parte le palpitaba demasiado rápido el corazón; no sabía si era por que sus pies habían comenzado a moverse al mismo ritmo de los del italiano casi por pura inercia, o por que su cuerpo estaba demasiado pegado al de aquel hombre… tanto, que le daba miedo que sintiera los latidos desbocados de su corazón.

Los ojos azules de Shura observaron fijamente los escarlata del gondolero, a pesar de que los ojos de su máscara estaban cubiertos por una ligera malla negra, podía distinguir el brillo deslumbrante de aquellas orbes rojas… tan alegres, tan vivas, y encima de todo, algo le decía que el italiano adivinaba su mirada confundida y se burlaba de eso.

Bueno, quizás no se burlara… en el fondo Shura tenía el presentimiento de que el italiano simplemente agradecía con sus ojos, su gesto de permitirse disfrutar un poco. Aunque eso no tenía sentido.

¿Cómo podía un desconocido sentirse alegre por el? No había nada que les uniera, nada que fuera lo suficientemente fuerte como para querer hacerle un bien.

Sin embargo, las palabras de Leonor acudieron a su cabeza en ese instante. Su hermana solía decir que había personas buenas en el mundo, personas que ayudaban a los demás sin esperar nada a cambio, que lo hacían por que en dar alegría encontraban la propia… a Shura se le figuraba que su hermana era de esas personas, y si no fuera por que la conocía, el seguiría creyendo que dichas gentes no existían en el mundo. Pero era su culpa por ver las cosas de forma tan exageradamente negativas.

¿Podría ser que aquel italiano fuese una de las personas de las que Leonor hablaba?

No lo sabía… pero cuando se dio cuenta, su cuerpo ya estaba meciéndose alegre al ritmo de las flautas y violines, aunque no con pasos tan acertados y expertos como los del gondolero, pero sus piernas hacían el intento. De alguna forma, se habían desprendido de su mente, pues el español estaba seguro de que no eran sus pensamientos quienes gobernaban en sus acciones, era su propio cuerpo buscando un desfogue para la atemorizante vitalidad que ahora poseía.

Sonrió como un estúpido, así se sintió, pero no importaba por que nadie le veía, además… empezaba a creer que era demasiado egocéntrico pensar que todo el mundo estaría al pendiente de sus reacciones, como si no tuvieran mejores cosas que hacer que burlarse de un pobre reprimido.

– ¡Lo hace bien! ¡Lo hace muy bien! –

– ¡No es verdad! ¡Ni siquiera sé que estoy haciendo! –

– ¡Déjese llevar! –

Las palabras del italiano provocaron una sonrisa espontánea en Shura, que la máscara ocultó pero que de alguna manera, el otro presintió, por que también sonrió ampliamente y lo apretó más contra sí, aumentando la energía de su baile, hasta encontrarse ambos envueltos en el sopor del carnaval, girando entre la gente, sin que el español sintiera de nuevo ese mareo del principio, a pesar de que en ese momento mas que nunca, las luces y las máscaras le daban vueltas alrededor de la cabeza con más fuerza.

Shura estaba genuinamente emocionado, y era… bastante desconcertante. El hecho de que ese desconocido lo hubiera arrastrado hasta el carnaval y de que las circunstancias no le hubiesen permitido escapar, le parecía demasiada coincidencia. Pero ahí estaba el, sin duda alguna, disfrutando de la fiesta en brazos del gondolero, escuchando las risas, la música, contagiándose de ese ambiente de pura calidez y alegría… sintiéndose feliz, si, feliz como hace tiempo que no se sentía.

A Norma le había tomado años arrancarle una sonrisa alegre, y con ese gondolero, con su bullicioso carnaval, solo había necesitado de algunos minutos para dejar fluir por sus venas la euforia.

¿Por qué? ¿Acaso estaba tan ansioso por eso, que solo necesitaba la excusa mas absurda para dejar salir su reprimida personalidad?

Y lo más importante… ¿Por qué se hacía tantas preguntas?

Fuera lo que fuera, lo estaba disfrutando mucho, y sería demasiado hipócrita si en ese punto quisiera dar marcha atrás.

Dejó que su cuerpo se moviera, dejó que la música se le colara en las venas, y antes de que pudiera hacerse mas cuestionantes, permitió que los movimientos fluyeran, acompasándose con Máscara de la muerte, tan sincronizado con el, como nunca antes se había sentido, ni siquiera con Norma.

No supo en que momento terminó esa canción, ni cuando comenzó la otra, pero el baile continuó y Shura arrastrado en el; escuchaba carcajadas y le parecían las suyas, pero no estaba seguro, pues de tan pocas veces que reía, el sonido de su risa le era casi desconocido. Había un pequeño dolor en sus piernas y el aliento escaseaba en el, obvia señal del agotamiento, pero tampoco eso lo detuvo, solo cuando la canción terminó –que Shura no sabia si era la cuarta, la quinta o la novena- fue capaz de detenerse un poco y aplaudir, como todos los demás.

El miedo de que su recién descubierto entusiasmo desapareciera le hizo presa por un instante, pues lo estaba pasando tan bien que temía que el mismo se arruinara el momento. Pero aquello no ocurrió. Solo lo distrajo el repentino aleteo de unas palomas, que pasaron casi rozándole los cabellos al volar, dejando una que otra pluma sobre sus hombros.

Palomas…

Frunció el entrecejo y miró a su acompañante, que parecía muy entretenido viendo como aquellas continuaban volando sobre la gente, hasta perderse en el cielo nocturno mas allá de donde las luces las hacían visibles.

– ¿Qué hacen esas palomas en el carnaval? – cuestionó más que intrigado.

– Llevan sueños… ¿Desea comprar una? -

La respuesta le dejó perplejo, parpadeo insistente bajo su máscara y luego se la quitó, dejándola sobre su cabeza como si fuese una extraña visera.

– Tal vez si me explicas mejor… –

– Venga –

Parecía que Máscara de la muerte no conocía otra manera de mostrarle las cosas que arrastrándolo de su brazo. Pero así como habían llegado al centro del baile, así lo condujo hasta otro de los puestos que circundaban el lugar, donde había un montón de palomas apiladas en jaulas. Varias personas estaban en el puesto, el italiano hasta empujó algunas para poder llegar al frente, a pesar de la negación de Shura ante tan inadecuado comportamiento.

– ¿Cuántos sueños dejará volar esta noche? –

– ¿Cómo dices? –

La pregunta del gondolero le había dejado aún mas descolocado. Tragó saliva y volvió a parpadear, observando como el hombre al frente del puesto, un tipo con un antifaz adornado con plumas azules y amarillas, le mostraba una enorme sonrisa a todos sus posibles clientes.

– Escribes tu sueño aquí – mostrándole una tira de papeles en forma de pergaminos pequeños – Y se lo atas a la pata de la paloma… así, tu sueño volará y se hará realidad –

Era lo más ridículo que Shura había escuchado, pero sin embargo, le pareció una idea… esperanzadora. De haber tenido un sueño, le hubiese gustado escribirlo.

– Entiendo… es una linda idea – Dijo, con un tono de voz repentinamente bajo.

– Yo le compraré una paloma –

– No es necesario –

– ¿Por qué no? ¿Es que no cree en los sueños? –

– Es que no tengo ningún sueño –

Su respuesta no solo contrarió y detuvo el entusiasmo de Máscara de la muerte, parecía que hasta aquellos que les rodeaban, el hombre del puesto y los clientes que habían alcanzado a escucharlo, se alarmaban. Shura comenzó a ponerse nervioso, y atinó a meter sus manos a los bolsillos de su gabardina.

– ¿Qué es la vida sin sueños, y sin anhelos? –

El español se quedó meditando la pregunta del italiano con una tensión en su cuerpo casi dolorosa. Era absurdo que el hombre aquel, con sus tontos juegos infantiles de carnaval, lo hiciera confrontarse de esa forma consigo mismo.

– Sin sueños, las personas están muertas –

– Yo no estoy muerto –

– Entonces escriba algo –

Le extendió una larga pluma antigua y uno de los pequeños pergaminos, mientras solicitaba otra paloma para el mismo.

Shura no sabía que hacer con esas cosas en sus manos.

– Empezaré yo – dijo el italiano, tomando otra pluma para inclinarse sobre el mesón, extendiendo el pequeño pergamino mientras sonreía a Shura – “Sueño con que el Señor Shura, tenga sueños” –

– Esto es absurdo –

< ¿A ti que te puede importar si tengo sueños o no? >

Quiso gritarle, pero las palabras se habían escapado de su boca, y el papel escrito por el gondolero estaba a punto de ser puesto en la pata de la paloma. Shura contempló todo aquello con el entrecejo fruncido y una mirada que iba desde la indignación, hasta la franca consternación. Se sentía desarmado, esa era la verdad, y con la imperiosa necesidad de ser como aquel hombre era… libre, deseando no sentir miedo, ni de soñar ni de ser feliz, ni de que aquella noche de carnaval terminara.

Por que el bien sabía que cuando saliera el sol, tendría que volver a su coraza, y la alegría, la vida que corría por sus venas, volvería a apagarse. Era cierto que nunca hasta ese momento, había sentido esa clase de temores, nunca había extrañado dejarse llevar por impulsos, o el sonido de sus propias risas, hasta el de su corazón golpeando de forma acelerada su pecho. Pero se sentía demasiado bien hacerlo, y el hecho era que acababa de conocer lo que significaba sentir todo aquello… y la vida iba a parecerle muy vacía cuando todo volviera a la normalidad.

Entonces, Shura deseó que eso no terminara… se permitió tener el sueño de que estaría suspendido en esa dicha toda su vida.

La paloma de Máscara de la muerte salió volando, dejando caer plumas blancas frente a sus ojos. El español suspiró, volteando a ver al gondolero que lo observaba con una sonrisa tenue y casi dulce, guardando silencio hasta que el de ojos azules se decidió. Metió la pluma en el tintero y escribió en italiano sobre el papel, colocándolo en la pata de la paloma, que tomó entre sus manos temblorosas, acariciando un poco su suave lomo lleno de blancas plumas.

– Libérelo – Le dijo el gondolero, solamente con el movimiento de sus labios.

Y Shura lo liberó, si, dejó que la paloma se llevara su sueño, allá, lejos… donde sus miedos no lo alcanzaran, y donde hubiera esperanza de que se hiciera realidad.

El español suspiró profundamente, dejando que sus labios dibujaran una sonrisa complacida. Sintió un brazo rodeándole los hombros y luego una palmada, era el gondolero que parecía felicitarlo, empujándolo juguetonamente contra sí. Se sentía muy bien de haber hecho aquello, se sentía feliz… tuvo el pensamiento de que si Norma hubiese visto un poco más de esa personalidad que ella tanto se esforzaba en conocer, sus días a su lado tal vez, se habrían llenado de mas color… tal vez, la hubiese hecho más feliz.

Shura sintió que sus ojos se nublaban paulatinamente, lágrimas… estaba a punto de liberar u par de lágrimas. No había llorado en el funeral de su padre, tampoco en el de Norma, y venía hacerlo ahí, cuando más feliz se sentía.

< ¡Que tremenda ironía! >

– A veces, cuando la felicidad no cabe en el corazón… un poco de esta asoma por los ojos –

Un dedo enguantado capturó una de las lágrimas de Shura, el español alzó la mirada para contemplar los ojos rojos que le observaban libres de burla, genuinamente alegres y casi tiernos. La blanca sonrisa del gondolero le contagió, haciéndole esbozar una a el, amplia, ligeramente avergonzada, pero tan inocente como la de un niño sorprendido en alguna dulce travesura.

Máscara de la muerte inhaló una profunda bocanada de aire, como si estuviese incrédulo ante el hecho de verlo sonreír así. Lo tomó de los hombros, sacudiéndolo ligeramente, haciendo que los ojos acuosos de Shura lo miraran con un discreto desconcierto.

– Señor Shura… es usted un hombre muy bello –

La saliva casi se le atora al español en la garganta y por un momento se sintió estremecido de pies a cabeza. Hubiera querido decir algo, pero la sorpresa ante aquellas palabras le había enmudecido; por su parte, el gondolero sonreía una vez más, dejando una caricia en la mejilla izquierda del español, que finalizó cuando los gritos de un hombre parecieron distraerle de forma abrupta.

– ¡Hora de atrapar al gato! –

Y al siguiente segundo, un montón de vítores se dejaron escuchar.

– ¡Vamos! –

– ¿Ahora que?? –

– ¡Atraparemos al gato! –

Atrapar un perro era difícil, ¿Qué les hacía pensar que podrían atrapar un gato? Shura pensó que tendría que ser una broma.

El italiano tomó apresurado su ramo de flores –lo había dejado en el mesón para escribir – y de inmediato, volvió a arrastrar a Shura entre la multitud como ya era su costumbre. Al menos, pensó el español, ahora lo había sujetado de su otro brazo, así podrí reponerse del maltrato sufrido durante la noche. No había más remedio que ser partícipe de otra de las ocurrencias de Máscara de la muerte, aunque esa francamente no la entendía.

– ¿De verdad vamos a atrapar a un gato? –

Cuando llegaron al centro de la improvisada reunión y miró un hombre vestido de arlequín, sosteniendo un precioso gato negro, supo que si, eso de atrapar al gato iba literal.

– ¡Les deseo mucha suerte a todos! –

El público se echó a gritar una vez más, Máscara de la muerte entre ellos. Hicieron más grande el espacio en medio del círculo que formaban y aquel arlequín liberó al felino en el. Este se lamió indolente una de sus garras, lanzándose a correr justo segundos antes de que un hombre con máscara de Doctor de la peste le atrapara por la cola.

Eso fue como el disparo de partida en una competencia de carreras. El gato salió disparado entre las piernas de la concurrencia, corriendo hasta no salir del mar de gente y comenzar a avanzar por un puente entre un canal y la calle siguiente. Shura alcanzó a ver la mancha negra antes de que se perdiera en una calle aledaña, y antes de que fuese capaz de hilar otro pensamiento, ya tenía al gondolero jalándolo de un brazo por enésima vez, corriendo entre todo el montón de personas tras el bendito gato que ya ni siquiera estaba en su campo de visión.

– ¿Y cual es… el propósito de esto?? –

Logró articular, sin que la carrera fuera interrumpida, con otro montón de gente casi pisándole los talones, mientras corrían como locos entre las calles húmedas y medio iluminadas por pequeños faroles de luz amarilla.

– ¿Ha escuchado la leyenda de la olla de monedas al final del arcoíris?? – Preguntó el italiano sin soltarlo, volteando a verlo por un instante – ¡Es algo parecido! ¡Si atrapamos al gato, nos mostrará algo especial! –

– ¡Por Cristo! ¡Pero es ridículo! ¡Nunca atraparemos al gato! –

– ¡Lo atraparé este año! –

El español entornó los ojos y fue bajando la velocidad de su carrera paulatinamente, empezaba a agotársele el aliento y eso que según el, tenía buena condición física. Solía caminar dos kilómetros diarios antes de marchar a su oficina, practicaba esgrima 3 días a la semana y jugaba golf los sábados con su cuñado Fernando. Pero… lo cierto es que hacía mucho tiempo que no corría, y sin calentamiento previo, aquella inesperada carrera le estaba cansando rápidamente.

Dejó que sus pasos se convirtieran en trote y que la gente pasara a su lado, se detuvo y se inclinó hacia el piso, sosteniéndose con las manos en sus rodillas mientras trataba de recuperar el aliento, pero eso no duró mucho. Máscara de la muerte lo volvió a jalar y tuvo que emprender la carrera una vez más, dejándose arrastrar por el sin remedio, metiéndose entre las callejuelas oscuras y húmedas, apareciendo por otras mas iluminadas y secas, siguiendo casi a ciegas el maullido de un gato que se escuchaba cada vez más lejos.

– Parece que lo hemos perdido –

Dijo desanimado un hombre al lado de Shura y que llevaba una máscara de Casanova en toda su forma. El nutrido grupo de perseguidores se había detenido en una pequeña calle que finalizaba con un pequeño canal a unos cuantos metros, señal de que ya se habían alejado lo suficiente y de que el gato había ganado. Necesitarían una góndola para cruzar, y no había góndolas ahí, además, todos comenzaban a sentir que el felino se acababa de salir con la suya, pues ya no escucharon su insolente maullido.

– Que remedio…–

Exclamó otro hombre vestido de bufón. La verdad era que a Shura le alegraba que empezaran a decaer los ánimos, casi pudo sonreír bajo su máscara, pero… Había uno de ellos que no se rendía, continuaba oteando en la noche, buscando el maullido del felino y cualquier posibilidad de escucharlo, el sonido del cascabel o de sus pequeñas patas chasqueando en el agua. Y para su mala suerte tenía que ser ese gondolero loco con el que había decidido pasar la noche.

– Se ha ido, mejor regresamos ¿No te parece? –

Parecía que no le escuchaba y Shura suspiró aún más desalentado que los demás. Mientras la gente emprendía su camino de regreso, el español se levantó la máscara y secó el sudor fino que cubría su frente con el dorso de su brazo. Se acercó a su compañero italiano y le jaló de la capa como un niño que pidiendo dulces a su padre, tratando de llamar su atención, pero parecía demasiado concentrado en buscar un indicio del bendito gato negro que se había perdido en las sombras.

Como tenía que ser… Shura jamás pensó que lo atraparían.
La gente se fue y ellos se quedaron solos en aquella calle angosta y húmeda. Shura metió las manos a sus bolsillos, esperando a que el gondolero también se rindiera, mientras contemplaba el cielo estrellado y le asaltaba el antojo de fumar un cigarro. Pero estúpidamente los había dejado en su habitación.

< Y con el antojo de tabaco que tengo... >

Pensó, limitándose a contemplar el ir y venir del italiano por la calle, con el absurdo anhelo de toparse con el gato. Shura estaba a punto de recargarse en una pared a esperar que le pasara la terquedad, pero el maullido del insolente felino volvió a resonar.

– ¡Ahí está! –

Al final de la calle, lamiéndose indolente una garra e iluminada su silueta a contra luz gracias a los faroles, estaba el gato sentado sobre sus patas traseras.

Shura quiso evitar se arrastrado por Máscara de la muerte encogiendo mas sus brazos contra su cuerpo, pero eso no lo detuvo. Volvió a correr o más bien, a dar tropezones en la calle para tratar de igualar los pasos que llevaban a Máscara de la muerte tras el insolente gato.

– ¡Esto es inaudito! –

Fue la exclamación exasperada del pelinegro, mientras corrían peligrosamente por la angosta calle pegada al canal, de apenas un metro de ancha, resbalosa por el intenso rocío de la noche y apenas iluminada de amarillo gracias a los faroles.

El gato iba corriendo delante de ellos, tan ágil como lo era, dando vuelta en otra calle mas adelante, que se abría ante ellos como un rectángulo de grandes proporciones, ancho y menos peligroso, ya no caerían al canal como Shura había pensado que sucedería mientras corrían por la otra angosta callejuela.

Pero, el nuevo escenario resultaba desalentador… para Máscara de la muerte claro. Aquel era un callejón cerrado, y Shura se sintió hasta feliz de que al fin, los impulsos del gondolero fueran a cesar.

– ¿Ahora si podemos regresar? –

Pero ese gato era una encarnación del mal, ahora si que lo creía el español, por que el muy insolente volvió a maullar, despertando la esperanza que veía que iba a dormirse en el gondolero y mostrándole que, entre las sombras de una de las paredes, se encontraba una pequeña escalera de concreto que ascendía hasta el techo del edificio contiguo.

– No puede ser… –

– ¡Vamos! –

Shura tenía la esperanza de que eso que el empezaba a creer que pasaría, fuera solo una ilusión. Corrieron por la pequeña escalera hasta abrirse espacio en los techos, vislumbrando l anoche veneciana en todo su esplendor, y el español supo que no estaba errado.

Ahora iban a correr por los techos…

– ¡Detén esta locura ahora mismo! –

Pero el gondolero no le escuchó para variar, lo hizo correr por el techo a todo lo ancho, siguiendo el camino del gato y el sonido de su cascabel sin detenerse, pasando de vivienda en vivienda, usando escaleras como las del callejón y a veces simplemente valiéndose de su precario equilibrio para no caer cuando corrían por las angostas bardas. Shura juraba que no saldría sano de aquella excursión por los techos de las casas de Venecia.

– ¡Me quebraré un pie! –

– ¡Jamás lo dejaría caer! –

Respondió el italiano sonriéndole, sujetando con más fuerza la mano de Shura como para reafirmarle sus palabras…. Su mano… ¿En que momento le había tomado de la mano? Era una mano cálida y fuerte, enguantada en terciopelo negro que la hacía deliciosamente suave. El español se sintió atribulado de ir corriendo de la mano de un hombre, y tanta fue su sorpresa que no se percató de que ya se habían detenido, justo después de dar un salto hacia unas escaleras mas abajo. Iba demasiado distraído tratando de recordar el momento en que Máscara de la muerte cambiara su adolorido brazo por su mano, por que de otro modo no lo hubiera hecho saltar más de dos metros al vacío.

Sus ojos azules se alzaron para contemplar al italiano y este le señaló lo que había frente a ellos: una hermosa cúpula de mármol, similar a esa emblemática cúpula de la Iglesia de la Salud, pero más pequeña, con un corredor alrededor por donde fácilmente cabían ellos dos al pasar. El gato estaba en la baranda de concreto, meneando su cola al vacío mientras volvía a lamerse una garra.

Máscara de la muerte se acercó sigiloso, rodeando a la cúpula para llegar hasta donde estaba el felino y tomarlo entre sus brazos y acariciar su cabeza de forma tierna.

– ¡Al fin te atrapé! –

< Al fin >

Repitió en su mente el agotado español, recargándose en la cúpula para tomar aire. Tenía tantas cosas que gritarle a ese gamberro italiano, que necesitaba todo el aliento posible. Y cuando se acercó a hacerlo, lo reunió, iba a escucharlo hasta que sus oídos italianos reventaran, claro que sí.

– ¡Pudimos haber muerto! – Comenzó, empujándolo por un lado con notable ira – ¿Te das cuenta de que nos hiciste correr por los techos?? ¡Cómo se te ocurre! ¡Ahora tenemos que regresar y de solo pensarlo me dan escalofríos! – El italiano no le escuchaba – ¡Óyeme, no me ignores! ¡Todo esto es una estupidez! ¡Perseguir a un gato por los techos de Venecia… y una mierda! – dijo airado y en perfecto español – A ver… ¿Dónde esta el jodido premio? –

Un maullido lo interrumpió y tuvo ganas de arrojar al felino al vacío, pero al observarlo se dio cuenta de que estaba demasiado cómodo entre los brazos del gondolero y este muy abstraído en la contemplación del horizonte.

Simplemente, el italiano levantó su brazo y le mostró lo que el veía. Shura, tan airado como lo estaba, solo podía pensar en azotarlo contra la cúpula de cabeza. Tensó los puños y alzó los brazos dispuesto a hacer lo que pensaba, pero se topó con la visión arrebatadora que Máscara de la muerte trataba de mostrarle.

Desde la altura en que se encontraban, la ciudad se abría paso ante ellos como una ensoñación. La luna se derramaba sobre el canal como plata líquida y polvo de diamantes, brillando en la superficie acuosa, bañando las viejas paredes y techos con su luz. Al este, no muy lejos de donde se encontraban, podía ver las luces de la fiesta, en la plaza principal, las calles que los circundaban, con sus matices amarillos y plateados por los faroles, la humedad de sus pisos resaltada por la luna llena que coronaba sus cabezas en la noche oscura, cual faro lejano.

Sin duda alguna, aquella era una de las visiones más bellas que había visto en toda su vida.

Y la habían encontrado gracias al gato que Shura momentos atrás aborrecía.

– No es una olla con monedas de oro… pero sin duda es algo que permanecerá por siempre en mi memoria –

Mencionó el italiano, sin que Shura pudiese despegar sus ojos azules de la belleza que tenía frente a el.

– Es mejor que el dinero… el dinero siempre se acaba – Y tal vez ni volviendo a nacer podría olvidar lo hermosa que se veía Venecia en las noches de luna llena.

El italiano suspiró y soltó el gato, que caminó alrededor de ambos mientras maullaba por lo debajo. Se sentó en la banqueta que formaba el batiente de la cúpula y dejó sus flores a un lado, solo esperando que Shura decidiera hacer lo mismo, cosa que hizo pasados algunos minutos.

Su coraje se había dispersado, se lo había llevado el viento que movía sus lacios cabellos, ahora solo estaba ligeramente preocupado por la forma en que tendrían que regresar, pero no podía volver a renegar luego de haber contemplado aquello. Shura sonrió ligeramente, acomodó unos cuantos mechones de cabello tras uno de sus oídos y se sentó al lado del gondolero, con las manos entrelazadas al frente de su cuerpo y las piernas lánguidas hacia el suelo.

Sus piernas agradecían el descanso. Luego de bailar, correr, ser arrastrado y volver a correr sabrá Dios cuantas calles, necesitaban urgentemente un descanso. El silencio se prolongó entre ellos, aunque no resultaba incómodo. Era como si ambos hubiesen decidido hacer un pequeño paréntesis para reencontrarse con si mismos en aquella noche que iba casi comenzando.

El español fue el primero en romper con la quietud. Volteó a ver al gondolero que parecía muy abstraído acariciando los claveles que aun conservaba, tal vez lamentándose de que estuvieran algo maltrechos tras la carrera.

– ¿Tienes un cigarro? –

Los ojos rojos agazapados en las cuencas de la calavera que era su máscara, lo observaron con sorpresa, como si no comprendiera la naturaleza de sus palabras. Shura hizo la señal del cigarrillo juntando su dedo índice y el de en medio en su boca, haciendo que el italiano sonriera ampliamente y sacara de uno de los bolsillos de su pantalón una arrugada cajetilla de cigarros, ofreciéndosela al de ojos azules sin poder disimular la sorpresa.

Máscara de la muerte puso uno en sus labios, usando un fósforo de otra caja que estaba dentro de la misma caja de cigarros, luego miró al español y se acercó para ofrecerle su fuego, acercando su rostro al suyo, tanto, que casi le rozó con la máscara. Shura no pudo explicarse por qué, pero esa simple acción volvió a acelerarle el corazón… falta de costumbre, nunca había recibido tantas atenciones de otro hombre.

– Gracias – Sonrió con cierto nerviosismo, al mismo tiempo que se recargaba en la cúpula cómodamente y exhalaba el humo de su primera inhalación.

El italiano imitó sus acciones, recargándose también en la cúpula. Puso una mano tras su cabeza y se dedicó a disfrutar del tabaco, mirando las estrellas como pequeñas luces de bengala. Shura no había visto las estrellas tan de cerca, o tan brillantes, tal vez por que en Barcelona al ser una ciudad grande se perdía cierta magia en las noches, y no eran tan estrelladas como ahí, pero era algo digno de apreciar.

– Me gusta su acento español – el aludido frunció el entrecejo – Suena bien –

Shura sonrió ligeramente, y casi con cinismo, respondió:

– A mi me irrita tu acento italiano –

La elocuente afirmación del pelinegro arrancó una carcajada al gondolero.

– ¿Por qué está solo en Venecia? –

– Mi hermana me compró el viaje para que me distrajera, esperaba que regresara acompañado – Sonrió de nuevo al recordar la broma que le hiciera Leonor antes de abordar el avión.

El gondolero sonrió para sí, liberando lentamente una voluta de humo.

– ¿Es divorciado? –

– Soy viudo, mi esposa falleció en los atentados terroristas de Madrid hace cinco años – respondió con voz neutra el español – Estaba visita con su madre –

Máscara de la muerte se medio levantó sobre uno de sus codos. Shura sintió sus ojos rojos sobre el y volteó a verlo. Descubrió una mirada tranquila, benévola, que nada tenía que ver con la máscara casi terrorífica que portaba.

– Lamento si le traje un mal recuerdo con mi pregunta –

– No hay problema, hace tiempo que lo asimilé –

– La muerte es parte fundamental de la existencia humana –

– Es inevitable –

El humo del tabaco al exhalarlo le hizo ver el rostro del italiano medio difuso por unos instantes.

– Mi prometida también murió, hace tiempo –

Shura arqueó sus cejas, mientras el gondolero miraba el cielo y se incorporaba totalmente, retirándose el sombrero de tres puntas y la máscara, dejando que el español mirara por primera vez su rostro, sin sombras gracias a la luz de la luna.

Era un hombre muy atractivo, de rasgos puramente italianos. Nariz larga y afilada, mentón esbelto, pómulos sobresalientes y ojos en forma de avellana, expresivos y brillantes, de un inquietante tono escarlata. Su boca era tan perfecta como los cánones exigían. El labio superior más delgado que el inferior, de tamaño medio con una sonrisa sensual y algo retorcida adornándola.

Sonrisa sensual… ¿Desde cuando le parecía sensual un hombre?

– ¿Sigue amando a su esposa muerta? – Y la forma en que se movía para hablar… el español se sorprendió de escuchar las palabras de Máscara de la muerte mientras contemplaba su boca.

Alzó la mirada tratando de parecer lo más natural posible y sacudió su cigarrillo, suspirando para tratar de responder sin torpeza la pregunta hecha por el gondolero.

– A veces extraño mucho su compañía… era la única persona con la que podía conversar sin que se aburriera – Shura sonrió casi por inercia – Bueno, eso creía yo, tal vez no me lo decía por que me quería –

– Pues yo no me estoy aburriendo, al contrario, me agrada mucho conversar con usted –

– Si, desde que me secuestraste apenas y me has dejado abrir la boca – Pareció reclamarle con acritud.

– ¡Jaja! ¡Pero si yo no lo he secuestrado nunca! –

– ¿Cómo le llamas a arrastrarme por las calles entre la muchedumbre? –

– Usted no puso resistencia alguna –

Vaya insolente.

– ¡Por supuesto que me opuse! – Reparó indignado – Pero tú estabas demasiado ocupado con tus propias emociones –

– Bueno… Pero se ha divertido, ¿O me equivoco? –

Shura le dedicó una mirada un tanto contrariada. Volvió a toparse con sus ojos rojos, con su rostro desnudo y sin máscaras, que formaba un cuadro armonioso, digno de contemplarse por mucho rato, todo el que fuese necesario. El español sentía que el italiano era de esas personas de las que la gente no se aburría de mirar.

– Ha sido una noche… peculiar –

– Lo he visto reír, y algo me dice que no es de las personas que ríen mucho –

Máscara de la muerte se había acercado demasiado otra vez, ahora si que había sentido su aliento contra sus mejillas y podía oler el aroma del tabaco del aire que exhalaba.

– ¿Se me nota lo amargado? – Preguntó, haciendo como que la cercanía del italiano no le ponía los cabellos de la nuca bien erizados.

El otro pareció meditar la pregunta, casi exasperando al pelinegro.

– Tal vez un poco – Sonrió ampliamente, mostrándole la perfección de sus dientes blancos a Shura, en un gesto que le pareció… lindo – ¿Y por que no ha vuelto a hacer su vida? –

– ¿Por qué no has hecho tu lo mismo? – Quería retroceder, pero su cuerpo no le respondía.

– No he vuelto a encontrar a nadie que me inspire lo que Anabella me inspiraba –

– Me pasa lo mismo –

Evadió sus ojos rojos y volvió a posar la mirada en la vista de ensueño que tenían enfrente, casi terminaba su cigarrillo, y este le temblaba ligeramente entre los dedos. Estaba rogando por que el italiano no notara ese pequeño descontrol en el.

– ¿Entonces la sigue amando? –

– No creo que sea eso… Pero fue muy difícil adaptarme a Norma, acostumbrarme a ella, renunciar a ciertos aspectos de mi mismo por ella, y no creo que me vuelva a permitir ceder a las emociones otra vez –

– ¿Por qué no? –

El gondolero parecía empeñado en seguir la mirada de Shura. Se acercó aún más a el, buscando insistente sus ojos al echarse hacia adelante y toparse casi de frente con el español, que no pudo evitar retroceder un tanto sorprendido, haciéndole mas fácil al platinado mirarlo directamente a los ojos.

– Esta noche usted ha cedido a sus emociones, lo he visto sonreír, disfrutar del baile, maravillarse con la luz de la luna bañando las aguas… no me puede decir que no es capaz de abrirse a la vida de nuevo, por que no se lo creería –

Shura entreabrió sorprendido sus labios, como queriendo objetar algo.

– No tiene nada de malo liberarse un poco – El italiano sonrió – Por la forma en que se ha entregado a la alegría del carnaval, podría jurar que tenía sed de ser libre –

– No jures por hacer suposiciones sobre alguien que vas conociendo – La voz de Shura sonó casi fría, amenazante, pero el gondolero no cambió una pizca su semblante templado y alegre.

– Lo he conocido lo suficiente, he visto su verdadero yo al liberar la paloma, como sus ojos brillaban por las lágrimas, su rostro era… tan hermoso ahí – Máscara de la muerte se acercó más, haciendo que el pelinegro temblara inexplicablemente y reclinara su espalda para tratar de evitarlo – Lloró de alegría, ¿Cierto? Era su corazón el que lloraba de alegría –

– ¿Quién te has creído que eres para…? –

No pudo terminar su pregunta, por que Máscara de la muerte lo sujetó de la nuca y le impidió seguir escapando de su cerco.

– Señor Shura, quiero volver a verlo reír, quiero ser testigo de ese espectáculo… su risa es mas bella que Venecia de noche, no quiero que la vuelva a ocultar bajo su máscara de fría porcelana –

– Aléjate de mí –

– No se lo permitiré –

– Mañana me marcho a Barcelona –

Aquella afirmación detuvo un por un momento al gondolero. A Shura le pareció que sus ojos perdían cierto brillo, pero lo recuperó casi al instante, lo mismo que el agarre en su nuca, que hizo mas firme y del que el español se sintió incapaz de escapar.

– La noche aún es joven, me quedan muchas horas para hacerlo reír tan fuerte, que la sonrisa no desaparezca ni mañana, ni nunca –

Inesperadamente, Máscara de muerte le soltó. Se giró un poco para sujetar el ramo de claveles maltratados y extendérselo a Shura. El español sintió que su corazón le palpitaba en la garganta, se atragantó, por pura inercia tomó los claveles, sin saber que decir ni que hacer.

Acarició las flores con una mano notablemente temblorosa y sin querer, sin siquiera notarlo, sonrió.

– Te harán falta, gondolero Casanova –

El aludido contempló el gesto de Shura casi alelado, negó lentamente y se acercó a él de nuevo, sonriéndole con una seducción más que obvia.

– Ya no las necesito, tengo la compañía que deseaba conquistar –

Shura abrió sus ojos azules. Aquella afirmación había sido la que mas le sorprendiera de todo montón de cosas que el gondolero mencionara.

Pudo haber dicho algo, pero una explosión no muy lejos de ahí le sobresaltó. Miró hacia el frente y descubrió una estela dorada surcando el firmamento de la noche, hasta explotar como una enorme flor de múltiples colores, a la que le siguieron más y más y más, logrando adornar la luna con las luces e iluminar totalmente el cielo, prevaleciendo por encima de las estrellas.

Era el espectáculo de pirotecnia que marcaba el principio del gran baile, y Shura supo que esa posición en la que se encontraban era la más perfecta para admirar todo ese despliegue de fuego multicolor.

Ya había visto luces pirotécnicas muchas veces, pero con Venecia de fondo, era incomparablemente bello.

– Aquí tenemos nuestra olla de monedas –

Dijo Shura, sin poder apartar los ojos del cielo, contemplándolo con abstracción.

– Yo he encontrado la mía –

No le dio tiempo de analizar sus palabras. El gondolero le volteó el rostro con una mano y al siguiente segundo sintió sus labios quemándole los propios. Su sorpresa fue tal, que por un momento no pudo más que quedarse quieto y con los ojos muy abiertos, sintiendo la humedad de sus labios abrasarle, estremeciéndole como nada le había hecho estremecer jamás, castigando las flores contra su cuerpo al estrecharlas como si aquellas pudieran salvarle de esa marea de emoción que amenazaba con hacerle desfallecer.

Trató de apartarse y abrió la boca, ansioso de gritarle lo desagradable que era, lo mucho que estaba aborreciendo la hora en que se cruzara en su camino, pero aquello solo permitió que la hábil y hambrienta lengua del italiano se colara en su boca, rozando la suya de una forma en que no pudo más que disfrutar.


Era un hombre el que lo besaba con ansiedad, y un hombre al que le correspondía sin tregua, y se sentía tan bien tan… vivo. No se percató de cuando arrojó las flores al piso y lo que le quedaba del cigarro entre los dedos, solo supo que sus brazos lo rodearon por el cuello, que su cuerpo se pegó al suyo y que se unió con el en un beso que se le antojó interminable, asfixiante, tórrido y desesperado.

El cuerpo del italiano se adelantó al de Shura también, ansioso de encontrar la calidez que le había visto mostrar en el puesto de las palomas, rodeándolo por la espalda, estrechándolo hasta que el español protestó por la falta de aire., pero ninguno de los dos quiso separar sus bocas.

Shura escuchaba las explosiones pirotécnicas, sobre sus párpados cerrados danzaban las sombras de las luces cada que se dispersaban en el firmamento, pero nada fue capaz de hacerle romper el contacto con la boca de Máscara de muerte. Solo se apartó cuando ya no podía respirar.

Lo hizo de forma brusca, retrocediendo sumamente agitado, las mejillas le ardían, los labios le palpitaban y su piel estaba ardiendo, tanto como sus ojos azules que Shura sentía, casi irradiaban fuego.

El italiano pareció presentir la tormenta que iba a desatarse en el de ojos azules, por lo que le sujetó de las mejillas con fuerza y le impidió escapar, haciendo que Shura retrocediera airado y sujetara con ambas manos sus muñecas, queriendo luchar contra el agarre de acero, inclusive haciendo caer la máscara que había estado suspendida en su cabeza como una visera, por lo airado de sus movimientos.

– Le dije que no permitiría que volviera a ocultarse –

– ¡Déjame en paz, maldito seas! –

– Quiero verle reír –

– ¡Suéltame! –

– Déjeme verle reír –

Shura lo contempló con un gesto cercano a la angustia; Máscara de la muerte fue acercándose otra vez, lento, sutil, sus labios húmedos y enrojecidos, temblando ligeramente por una ansiedad que el español sintió como propia, tal vez por que era imposible ocultar que deseaba besar su boca hasta el hartazgo.

El segundo beso fue una caricia erótica y suave, sus lenguas se reencontraron luchando por controlar sus impulsos, palpándose en un reconocimiento temeroso e inseguro al principio, pero no por eso menos delicioso. Poco a poco los fuegos artificiales fueron disminuyendo en intensidad, pero ninguno de los dos lo notó, por que su beso iba haciéndose un arrebato otra vez, sus brazos se rodearon y sus bocas se buscaron anhelantes y sus lenguas se enroscaron en una danza húmeda y caliente, imposible de detener.

Shura no sabía que estaba haciendo, solo tenía consciencia de lo delicioso que era entregarse a los besos del gondolero, que era un hombre irresistible, un hombre que besaba como debería besar un demonio y que le hacía hervir el corazón en un fuego desconocido, alarmante y enviciante.

Al final, el olor a pólvora recién quemada inundó sus fosas nasales, la pirotecnia había finalizado y un instante después, su beso con el gondolero. Esta vez no se separó bruscamente, disfrutó hasta el último momento del contacto con sus labios, sintiendo que lo extrañaba apenas hubo roto la caricia.

– Eres un hombre –

– Si –

El español tragó saliva, buscando el sabor del otro en ella.

– Nunca había besado a un hombre –

– Yo tampoco – Respondió el gondolero con la voz en un hilo, entrecerrando los ojos mientras contemplaba el rostro de Shura – Pero quiero volver a hacerlo… solo si es usted –

La boca del de ojos azules esbozó una sonrisa casi temerosa. Tenía miedo, sí, miedo de lo que estaba sintiendo, de esa necesidad desconocida por sus besos, de la emoción que fluía en sus venas y le hacía estremecer. Se sentía tan pleno, tan completo entre los brazos de aquel hombre, y entre más pasaban los minutos más crecía su miedo… por que tenía que irse a España, por que iba a perderlo.

Negó con la cabeza, sin saber que decir o que hacer, solo quedándose suspendido contra su cuerpo.

– No diga nada – El italiano había adivinado de nuevo, lo que le estaba sucediendo – Vamos a disfrutar la noche, quiero hacerlo reír muchas veces, quiero que se sienta feliz –

– Pero es que… yo no puedo… –

– Shh… – Los dedos enguantados se posaron sobre su boca, silenciando las palabras atropelladas que emergían de su garganta – El baile de máscaras ha empezado, por favor, acompáñeme a disfrutar de el, y márchese mañana… si aún desea hacerlo –

Lentamente, los brazos de Máscara de la muerte cedieron libertad al cuerpo de Shura, y lo mismo ocurrió con los del español. El gato se paseó entre sus piernas, haciendo que el de ojos azules reparara en su presencia, en las flores en el piso y la máscara junto a ellas. Se inclinó a recogerlas, mirando los brillos de la máscara con las mandíbulas temblorosas.

El gondolero se levantó de su lugar. Colocó su máscara, el sombrero y tomó el bastón que llevara desde el principio, adoptando una postura erguida y gallarda. Extendió una mano enguantada hacia Shura y este levantó los ojos, sintiéndose desarmado de nuevo, queriendo esbozar una sonrisa que derivó en carcajada.

Era hasta hilarante lo que le estaba sucediendo. ¿Quién lo diría? Conquistado y derrotado en una noche por un hombre desconocido.

Al menos era una derrota que estaba dispuesto a disfrutar, así tuviese que luchar contra sí mismo de nuevo.

Colocó la máscara en su rostro y apretó las flores. Sostuvo su mano con fuerza, abandonando su improvisado asiento, dejando en el suelo sus cadenas para rendirse a la noche veneciana, al gondolero, al baile del que tanto hablaba.

A su propia alegría que buscaba desesperadamente adueñarse de él en plenitud.

– Los techos son peligrosos –

Fue la queja del español.

– Encontraremos otra manera de volver –

El gondolero volvió a sonreírle conciliador por encima de un hombro, y también había seducción en su gesto. Shura se estremeció y apretó más fuerte su mano. Siguió mansamente sus pasos ahora, al mismo tiempo que rodeaban la cúpula y comenzaban a descender por una escalinata opuesta a la que habían usado para llegar ahí.

Shura se alegró, pues esa escalera daba directamente hasta la calle y no habría más necesidad de escalar edificios. El gato los seguía, podía escuchar su cascabel, y cuando pisaron la calle, se detuvo a observar al felino tras ellos. Máscara de muerte lo observó a el, el español lo sintió, se topó con su mirada roja bañada de luz de luna, esbozando una sonrisa que se le antojó torpe… al menos ahora tenía la máscara puesta.

– ¿Listo? –

Asintió, y de nuevo, comenzaron a correr sin detenerse por las calles, inclusive soltando una que otra carcajada cuando sus zapatos o los del gondolero resbalaban en las banquetas, casi amenazando con hacerlos caer. El gato los adelantó y se perdió de su vista en algún momento, Shura ya no reparó en eso, ya no reparó en nada cuando luego de unos minutos de carrera, estuvieran a punto de cruzar el puente que los iba a llevar hacia la plaza principal, donde un par de personas perfectamente coordinadas, danzaban al ritmo de la música que se elevaba como un eco rotundo por toda Venecia.

El español se sintió intimidado por un instante, pero Máscara de la muerte no le permitió retroceder. Lo obligó a caminar a su lado, a internarse entre la gente y ser un dúo más bailando, movido por sus brazos, por la música, a la que se entregó sin reservas, tal como se entregaba al desconocido gondolero rindiéndose a sus movimientos, en una sincronía perfecta.

Shura levantó la máscara que portaba y buscó la boca del italiano, besándolo mientras la música seguía su curso y el giraba prendido a su cuerpo, siguiendo su impulso, cediendo a su instinto por primera vez, asumiendo que besarlo era un placer al que no deseaba renunciar jamás.


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La fiesta finalizó.

El español y el italiano volvieron a su góndola entre carcajadas y charlando de forma animosa, acompañados de otras parejas más tampoco paraban de reír, en parte por que seguían eufóricos, y en parte por que venían ebrios. Shura y Máscara de la muerte no habían necesitado de ningún licor para embriagarse. Ellos se habían embriagado de música, de besos y de calor, aún cuando el frio de la mañana les hiciera titiritar y la falta de ejercicio luego de que finalizara el baile se resintiera en sus músculos tibios, tensándolos casi al borde del dolor, no podían dejar de sentir esa embriaguez en sus cuerpos.

La góndola iba llena en esa ocasión, pero se fue vaciando poco a poco. El gondolero hizo varias paradas en el camino, hasta que ya con el cielo claro sobre sus cabezas y la acostumbrada niebla matutina rodeándolos, se acercaran al destino final donde Shura debía quedarse: su hotel.

Conforme iban avanzando por el canal, el silencio se había apoderado del espacio. Solo era roto por el remo que golpeaba el agua, la misma agua que azotaba con gentileza la madera de la góndola, y que le iba diciendo a Shura que su noche idílica estaba a punto de terminar.

No quería que eso sucediera.

Las flores volvieron a sufrir la presión de sus manos al atraparlas contra su pecho, sacudido por el miedo que daba la certeza de saber que pronto, se separaría del gondolero, y que su plan de marcharse a Barcelona lo iba a distanciarlo de el… tal vez para siempre.

Una profunda tristeza le oprimió el pecho, el miedo le sobresaltó cuando la góndola topara contra la madera del pequeño muelle, donde se había detenido al finalizar el camino de regreso al hotel.

Shura volteó hacia atrás y vio perfectamente el letrero que indicaba cuan cerca estaba del hotel que ocupaba, tal vez a unos 100 metros, siguiendo la banqueta de la esquina. Era muy poca distancia… hubiese querido estar muy lejos, para no tener que volver a el, para no abandonar la góndola de Máscara de la muerte.

Este estaba frente a su rostro, aguardando recargando en el remo dentro de la góndola por que Shura hiciera algún movimiento. Terminó por quitarse el sombrero y la máscara, arrojándolos entre los asientos para que el español contemplara su faz plenamente, con la luz del nuevo día que iba emergiendo de las entrañas de la noche, un día gris, rodeado de niebla y triste… a Shura le parecía demasiado desalentador.

– Gracias por todo –

Pronunció el español, poniéndose de pie para dejar la máscara en el asiento, a lo que el gondolero negó con la cabeza.

– Quédesela, nadie más podrá usarla luego de esta noche, no soportaría verla en otro rostro que no fuese el suyo –

El español quiso sonreír, pero solo salió una mueca difusa en sus labios delgados. Le dio la espalda y lentamente abandonó la góndola, girándose hacia el con la boca abierta y un nudo en la garganta. Máscara de la muerte saltó los asientos con lentitud, posó el remo en el muelle y se inclinó hacia Shura, acariciando sus mejillas con su mano enguantada, rozando sus labios contra los del español sin concretar el beso que todos los sentidos de este gritaban por obtener.

– No quiero irme, no quiero dejarte –

– Entonces regrese – Murmuró con voz baja y susurrante, casi hipnótica, ese italiano que le había reavivado el corazón – Yo estaré aquí, en este mismo muelle, esperando por usted –

– ¿Me lo prometes? –

– Se lo juro –

Shura esbozó una sonrisa espontánea, mordiéndose luego el labio inferior.

– Me he enamorado de su sonrisa, si no vuelvo a verlo, me perderé –

El español buscó sus labios y lo besó, lento e intenso, como si quisiera quedarse suspendido en el tiempo, deseando que aquello nunca terminara.


Se apartó de el con los ojos entrecerrados, retrocediendo un paso, mientras el gondolero acariciaba su rostro hasta que el propio Shura se alejó lo suficiente como para que su brazo ya no lo alcanzara. El de ojos azules lo contempló de pie en su góndola, mirándolo fijamente con una sonrisa serena y seductora, como si supiera que aquel gesto hacía que el español perdiera la cabeza.

Le dio la espalda y comenzó a remar, alejándose lentamente suspendido entre las aguas del canal, notando como volteaba a verlo antes de que la niebla lo devorara, perdiéndolo de vista sin remedio.

Shura se sintió vacío. Las piernas le temblaron, como si fuese un niño aprendiendo a caminar. No supo como fue que le respondieron ni como empezó a caminar por pura inercia hacia el hotel, siguiendo la banqueta húmeda, topándose de vez en cuando con uno que otro transeúnte disfrazado, que venían de la fiesta tal como el, y que no repararon en el rostro desesperanzado del español.

Aún si volviera a verlo mañana, pasado y todos los días que se pudiera quedar en Venecia, Shura estaba seguro de que no sería suficiente. Se iban a separar al final de cualquier modo, el no pertenecía ahí, su hogar estaba en España, tenía un trabajo, una familia a la cual acudir, una vida que retomar… y que con solo vislumbrarla le parecía demasiado gris.


En esa noche, el abrió los ojos para ver los colores del mundo, abrió su mente a los sueños y abrió su corazón por un desconocido que lo había hecho adicto a su presencia, que le había enseñado que sin el, no podría ser nada mas que un muñeco movido por la inercia y la monotonía.

Shura no sería nada sin el gondolero, y era una relación tan absurda, tan imposible, tan tristemente imposible…

Lo mejor sería empacar y marcharse a Barcelona esa misma tarde, antes de que la noche cayera y le atrapara, y el deseo de volver al muelle fuera irrefrenable… si eso sucedía, el español sabía que volver a su vida normal jamás le sería posible.

La entrada del hotel estaba frente a sus ojos. Una pareja entró al edificio, tan silencioso y solitario como podría estarlo a esas tempranas horas de la mañana y luego de una fiesta tan agotadora como la de la otra noche.


Pisó el primer escalón que antecedía a la puerta del hotel, pero no tenía ganas de pisar el otro, se quedó por un instante así, sintiéndose desarmado y con un hueco insondable en el pecho.

– ¡El día es la noche! –

La voz festiva de un jovencito vestido de arlequín le sobresaltó, haciéndole despegar los ojos de los escalones cuando sintió como enredaba en su cuello los hilos de papel de una serpentina.

– Y la noche es el día... –

Shura no comprendió al muchacho… no sabía de que hablaba, este le hizo una pronunciada reverencia y se alejó. Demasiado festivo, parecía que para el la fiesta iba comenzando, pero seguramente tenía toda la noche sobre sus hombros.

< La noche es el día… >

Las palabras del bufón fueron tomando forma para Shura. Si, la noche anterior había sido tan pletórica de luz y color como lo era un día, tal vez más, por que el español nunca había vivido un día así de vibrante.
Y nunca lo volvería a vivir.

Vió los collares en su cuello que acompañaban la serpentina y los tocó con sus dedos; al menos ahora tenía algo que contarle a Leonor, algo que revivir en Barcelona, cuando el hastío lo sofocara y recurriera a las memorias de esa noche para escapar de su tortura, aunque eso significara una tortura aún peor.

Siguió su camino esta vez sin detenerse hasta no estar en su habitación. Cerró la puerta tras de si y suspiró con pesar, arrojando las flores y la máscara a la mesa de la antesala, junto con los collares y la serpentina, avanzando hasta derrumbarse en la cama con los brazos extendidos y una pierna colgando al piso.

Estaba agotado, sin fuerzas, con un nudo en la garganta tan doloroso… quería llorar pero no se lo permitió, simplemente cerró los ojos y dejó que el sueño le venciera, con la esperanza de escapar de esa desgarrante tristeza que le carcomía el corazón.


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Cuando Shura sintió que iba recuperando la consciencia, se negó a abrir los ojos. Tenía frío e instintivamente buscó arroparse mas con la frazada, encogiéndose sobre si mismo para evitar que el frío le siguiera calando los huesos. No sabía por que sentía tanto frío… la noche anterior hasta había sudado, el fuego que los besos del gondolero le dejara en sus labios le encendieron hasta el alma, y ahora todo era frio a su alrededor.

Continuó con los ojos cerrados.

Si mal no calculaba, tendrían que pasar al menos de las tres de la tarde. A esa hora el clima era agradable, así que no se explicaba por que estaba todo tan helado.

Le extrañaba, quería ver al gondolero, algo en el le decía que se levantara de la cama y acudiera a buscarlo, pero Shura tenía un plan: regresar a Barcelona, y no podía desecharlo, hasta había arreglado su maleta el día anterior, ya estaba todo listo para marchar.

Así que se resignó a abrir los ojos.

La habitación estaba terriblemente helada, el ventanal abierto le dio la respuesta del por qué tanto frio en el lugar. Shura estaba recostado de lado en la cama, con su cuerpo entumido y la mente aún aletargada, pero podía recordar lo que era sentir los labios del gondolero en los suyos, la sensación quemante y deliciosa en la que se refugió para tratar de obtener un poco de calor.

Se levantó lentamente, sentándose en la orilla. Estiró una mano para encender la lámpara de la mesa de noche, antes de tallar sus ojos con una mano y volver la vista al ventanal, reparando en el azul obscuro del cielo y las sombras que envolvían la ciudad más allá de los límites de su terraza.

< Por Dios … >

Había dormido demasiado, ahora era casi de noche y la ansiedad por verlo le terminó de despertar, sentía una tensión casi dolorosa en su vientre, todo el cuerpo le temblaba y hasta la respiración se le aceleró. Se tocó el corazón y notó que latía desbocado, como Shura sabía que iba a latir si veía la posibilidad de volver a verlo. Presionó más, como si quisiera detener el violento palpitar, notando algo que le extrañó y le distrajo un poco de su desesperación. Estaba vestido con su acostumbrada pijama de seda azul marino, pero no recordaba el momento en que se la pusiera.


Debió estar demasiado aletargado para notarlo, por que tampoco recordaba haber puesto pulcramente su gabardina sobre el sillón junto al buró.

Se quedó quieto un instante. Recordaba que la tarde anterior había salido en un recorrido turístico por el canal principal de Venecia, que había renegado por lo apestoso que le resultó todo, y que enfurruñado, había vuelto al hotel con las primeras estrellas de la noche en el firmamento. Se había topado con un arlequín en la entrada, este le recitó unas palabras absurdas y luego se fue, dejando que Shura continuara su camino hasta el bar del hotel donde se había quedado bebiendo hasta pasadas las diez de la noche, cuando ya todo estaba solo y al bar tender le urgía despacharlo, pues iría al baile como todo mundo y su presencia solo le estorbaba.

Entonces, Shura había vuelto a su recámara, había preparado su maleta, dejado la gabardina pulcramente acomodada en el sillón donde ahora la veía y luego se había dispuesto a tomar un relajante baño. Así, embutido en su pijama, se había rendido al sueño con la firme idea de regresar a España en el primer vuelo que encontrara.

Eso había ocurrido. El no pasó la noche en el carnaval, el no se había encontrado con ningún gondolero vestido de muerte Casanova y nunca había sentido sus besos.

< Un sueño >

La revelación le hizo ponerse de pie y acudir al balcón casi a tropezones. Se sostuvo de la barandilla con desesperación y casi angustiado, miró como el cielo en vez de oscurecerse se iba haciendo paulatinamente claro, señal de que no era la noche como pensaba, sino el amanecer, y de que lo que el había creído una realidad maravillosa solo era parte de un sueño cruel.

Lloró, no pudo evitarlo. Las lágrimas surcaron sus mejillas heladas al ser consciente de que la realidad era peor de lo que había pensado, por que la verdad era que el gondolero no existía, y eso le dejaba más vacío de lo que se sintiera en el sueño cuando abandonara la góndola tras la noche más intensa de su vida.

¿Cómo podía ser posible? ¿Por qué la vida le jugaba una broma de ese tipo?

Y lo más importante… ¿Por qué seguía sintiendo sus labios encendidos? ¿Por qué sentía las piernas tan cansadas, como si hubiese pasado la noche entera bailando? ¿Por qué todas esas emociones vividas en el sueño, eran tan despiadadamente reales?

Shura dejó que su frente tocara el barandal. Había sido un sueño hermoso, tan hermoso que llegó a sentirlo en la piel, que las sensaciones vividas ahí no le abandonaban… inclusive las extrañaba; aún podía oler el aroma del gondolero, que olía a tabaco y colonia masculina, aún podía sentir sus brazos rodeándolo, la sensación deliciosa que había sido arder entre contra su cuerpo mientras bailaban.

Una cosa era cierta: tenía que aceptar que era mejor que todo fuese un sueño, así, el podría seguir con su plan original y regresar a España. El gondolero no existía, era más fácil volver con esa certeza, pues no había nada que le atara a Venecia.

< Que bello sueño >

Pensó el español al tiempo que se incorporaba, aspirando el aroma de la mañana, casi oliendo a Máscara de la muerte en el aire. Negó para sí y volvió sobre sus pasos al interior de la habitación, estaba congelándose ahí afuera, sería mejor que descansara un poco más, así podría disponerse a abandonar esa ciudad cuando el sol estuviera en lo alto.

Caminó hacia la cama, y antes de meterse en ella otra vez, un bulto de colores a escasos metros frente a él llamó su atención.

Sobre la mesa de centro estaba el maltrecho ramo de claveles, los collares, la serpentina y la máscara femenina de gato que el gondolero en su sueño le regalara.

Era imposible, tendría que estar alucinando.

Se talló los ojos en repetidas ocasiones, hasta sentir dolor, pero la visión de aquellos objetos no desaparecía, así que se obligó a ir hacia allá con pasos lentos e inseguros, constatando que esas cosas seguían ahí, en el mismo sitio que las dejara cuando, dentro de su sueño, había llegado agotado de la fiesta a derrumbarse sobre la cama.

Estiró una mano trémula hacia los claveles y los acarició, eran reales. Rozó sus yemas en la máscara, esta dejó un destello de polvo brillante en el, también era real. Tocó los collares, la serpentina, todo era sólido, tan sólido como la mesa donde estaban reposando y Shura no podía explicarse el por qué. Tenía la certeza de lo que había hecho la noche anterior, de que lo vivido con el gondolero no sucediera, pero no podía explicar la presencia de aquellos objetos ahí.

Empezaba a creer que había bebido más de la cuenta, y algo ocurrido durante la noche se convirtiera en una laguna mental.

– Yo estaré aquí, en este mismo muelle, esperando por usted –

La voz profunda con su acento italiano de aquel gondolero le llenó por completo. Se abrazó a si mismo y tembló, sin saber que pensar o que hacer. Tal vez había enloquecido, no podía distinguir la realidad de la fantasía, tal vez continuaba en un sueño y no podía despertar.

< ¿Qué está pasando? >

Se preguntó desesperando, sosteniendo su cabeza con ambas manos mientras trataba de encontrar una lógica en todo lo ocurrido, pero no la halló. No podía explicarse nada… solo sentía que la respuesta la encontraría en el muelle, tenía el impulso loco de salir corriendo hacia allá.

Y eso hizo, giró hacia el sillón y tomó la gabardina, poniéndosela con torpeza lo mismo que sus zapatos, que se calzó entre saltos. Se arrojó sobre la mesa y tomó todo lo que ahí había, llevando los claveles, la máscara y los collares entre sus brazos, algunos se le cayeron cuando abrió la puerta y la cerró, pero Shura no se detuvo.

Tampoco se detuvo a tomar las llaves de la recámara ni a esperar el elevador del edificio; tomó las escaleras y descendió como alma en pena por estas, cargando entre sus brazos con esos objetos inexplicables hasta comenzar a correr por la banqueta que, en su supuesto sueño, había usado para llegar al hotel.

No le importó toparse con una pareja en el trayecto y hasta empujarlos, necesitaba llegar desesperadamente a ese muelle, no sabía por qué, era ilógico todo lo que estaba sintiendo, pero no se detuvo.

El lugar estaba solo y una bruma densa se dibujaba frente a el cada que respiraba, hacía frío, mas del que recordaba del sueño, pero el corazón le palpitaba violentamente, luchando por calentarle la sangre.

No había nadie en el sitio, ni un gondolero, ni una góndola atracada, el lugar estaba tan solitario como tenía que ser en la alborada de un día que antecede a una noche de fiesta total. Todo lo llenaba un silencio sepulcral. Shura sintió hasta miedo, retrocedió un par de pasos con un nudo en la garganta y los ojos acuosos, sin saber si su tristeza era por que efectivamente el sueño era una mentira o por que le daba la impresión de estar enloqueciendo.

El aleteo de un ave le hizo dar un pequeño salto. Siguió con sus ojos azules la figura de una paloma, que fue a posarse sobre un tubo de fierro puesto ahí para atar los cabos de las góndolas. La paloma traía en su pata una pequeña nota, gorgoreaba dulcemente, y a Shura se le heló la sangre en las venas.

Apretó contra si los objetos que iba cargando y los sujetó con una sola mano, estirando la otra hacia la pata de donde arrancó gentilmente el pequeño pergamino, que estiró entre sus dedos y leyó.

“Quiero volver a soñar”

Eran sus palabras, era su caligrafía… esa nota la había escrito el la noche anterior, cuando liberara esa misma paloma en el negro firmamento, con la esperanza de salvaguardar sus sueños de sus propios temores.

< No puede ser real >

No podía serlo, pero entre sus manos cargaba collares, máscara y claveles, ante sus ojos tenía una paloma mensajera y en sus dedos reposaba tembloroso un pergamino escrito por el, con el deseo mas sincero que había sentido en su corazón plasmado en letra.

Simplemente no había explicación.

Volvió sus ojos al canal cuando escuchara el rumor del agua, similar al que hacía una góndola al desplazarse. La bruma era blanca y densa, no le permitía ver más allá luego de 20 metros, pero se quedó con los ojos fijos en esa dirección. La paloma surcó el cielo, sin distraer a Shura, que casi sintió que los pies se le hundían en el concreto al vislumbrar la silueta de una góndola y su gondolero remando.

Era el, tenía que ser el. Abrió la boca con ánimos de gritar, dio un par de pasos adelante y se detuvo cuando su instinto le indicó que estaba a punto de caer al frio canal. El corazón le palpitaba tan fuerte que Shura creía que iba a salírsele del pecho, los claveles y collares crujieron contra su pecho, y le pareció eterno el momento que tuvo que esperar para ver salir a Máscara de la muerte de entre la niebla, vestido con capa y pantalón negros y la camisa monocromática bajo esta, con su sombrero de gondolero sobre su cabeza.

Ya no llevaba el de tres puntas ni tampoco su máscara de calavera, ahora solo veía su rostro masculino y apuesto, sus ojos de rojo sangre, la sonrisa que brillaba entre la bruma como una luz, la luz que Shura estaba necesitando.

< No fue un sueño >

– ¡Buenos días, mi buen Señor! – Saludó el gondolero, alzando una mano antes de llegar al muelle y que su góndola topara contra este – Luce muy bien esta mañana –

– No fue un sueño –

– No lo fue – Le confirmó el italiano con una sonrisa seductora, inclinándose hacia el para tenderle su mano – ¿Aún quiere marcharse a España? –

Shura sabía que no, pero no podía responderle, por que simplemente estaba demasiado feliz de verlo ahí, de que no hubiese sido un sueño como el creía.

Tomó su mano y lo jaló hacia sí, balanceándolo un poco pero capturándolo con su boca, que volvió a probar sin pudor, que descubrió tan cálida y deliciosa como la había conocido la noche anterior.

– No quiero irme nunca – Respondió el español mientras lo miraba, sintiendo sus mejillas encendidas luego de ese beso fugaz e intenso que intercambiaran.

Máscara de la muerte sonrió, y tomándolo de su mano, se inclinó a besar su dorso con galantería, antes de invitarlo a subir a su góndola.

– Entonces voy a mostrarle Venecia, como nunca antes la ha visto –

– Estoy ansioso por ello –

Dijo Shura, al mismo tiempo que se sentaba en la góndola y dejaba caer las cosas que llevara entre los brazos a su lado. Intercambió una mirada de complicidad con el gondolero. El de ojos azules le devolvió una sonrisa amplia y emocionada.

– ¿Le he dicho ya que estoy enamorado de su sonrisa? –

– No me molesta que lo repitas –

– Entonces se lo repetiré cada día y cada noche, hasta que se lo grabe en la mente y en la piel –

El español asintió, aceptando la propuesta del gondolero, que ya se disponía a tomar su lugar al frente de la góndola y comenzaba a remar por el canal.

– Quiero conocerte más, háblame de tú – Máscara de muerte le miró sonriente por encima de sus hombros – Dime cual es tu nombre –

Los ojos rojos del italiano se entrecerraron con una chispa de picardía en ellos, como si estuviese preparando una sorpresa para Shura. Arrojó el sombrero a la góndola, para que su abundante cabellera plateada, corta y rebelde, comenzara a ser acariciada por el viento que ahora circulaba con más fruición entre ellos, al ir acelerando la marcha sobre el agua.

– Pronto lo sabrás, Shura… el día apenas empieza –

La mirada enigmática y el aura de misterio que habían invadido al gondolero le estremecieron; por un instante sintió miedo, pero nunca le cruzó por la mente retroceder. Ahora más que nunca deseaba perderse en aquellos canales, deseaba quedarse en Venecia, conocerlo, compartir su vida con ese hombre de quien no sabía nada, y cuyas circunstancias que lo habían llevado a conocerlo aún eran desconocidas.

Probablemente nunca sabría que fue lo que ocurrió la noche anterior en realidad, si lo que al levantarse había creído un sueño era realidad, o si el sueño era aquel instante, pero no importaba… nada importaba por que estaba feliz de ir ahí, navegando entre la bruma, escuchando la voz del gondolero que volvió a elevarse en el silencio como la noche anterior, con la misma canción… que Shura no se preocupó por entender una vez más.
Miró el cielo y sonrió. Tenía la certeza de que ese iba a ser el mejor día de su vida, y lo mejor, que todos los días a partir de aquel, iban a estar colmados de dicha, por que no iba a regresar a España… por que se iba a quedar al lado del gondolero que le robara el corazón.
~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~ La tarde de aquel día, una góndola negra con arabescos dorados, había sido encontrada flotando a la deriva por el canal Grande, cerca de la punta de la Dogana. En su interior viajaba el cuerpo sin vida de un hombre de piel blanca como la nieve y cabellos negros, cuya expresión en su rostro, a pesar de estar muerto, daba la impresión de encontrarse en una enorme paz. Sobre su pecho había un ramo de claveles, algunos collares y una máscara de carnaval con forma de gato, una máscara femenina, ni más ni menos.

Fue identificado como Shura de Indart y Almeida, conocido y acaudalado empresario español que había llegado el día anterior de Barcelona a Venecia, solo, y probablemente con la intensión de disfrutar el carnaval, como todos los demás… Cuando la policía rescatara el cuerpo, hicieran la investigación pertinente y entregaran a su hermana Leonor los resultados de la autopsia, se había determinado que el occiso visitante había muerto por causas naturales, probablemente dormido, mientras el gondolero propietario de la góndola donde había sido encontrado, le daba el clásico recorrido turístico por la ciudad.

La góndola no estaba en los registros, y tampoco encontraron al gondolero. Aparentemente nadie los había visto partir, así que llegaron a la conclusión de que el gondolero, tal vez asustado de descubrir a su ocupante muerto, se había dado a la fuga para protegerse de cualquier sospecha.

En todo caso, no había nadie a quien acusar. El corazón del español simplemente se había detenido mientras navegaban, la teoría del asesinato estaba descartada.

Pero los gondoleros más viejos conocían la verdad. Hubo uno de ellos que le vió subir a la góndola de Máscara de la muerte, y su hermana Leonor fue enterada, poco a antes de que partiera a España con el cuerpo de su hermano.

Nunca se conocería el motivo de su decisión, pero la muchacha española había decidido incinerar el cuerpo de Shura, arrojar la mitad de las cenizas al canal Grande y llevarse el resto a España, para ponerlas en la cripta familiar.

Así finalizó la vida de Shura, cuya muerte misteriosa, comenzó a despertar una vez más una antigua historia, que había circulado silenciosamente entre los gondoleros, y que solo aquellos que habían experimentado un encuentro con el gondolero de la Máscara de la muerte, eran capaces de creer.

Y en cierta forma sabían, que aquel joven hombre español, viviría por siempre en la mítica Venecia, por que su espíritu había sido conquistado ahí, y ahora era parte de la ciudad misma… como las diminutas algas verdes, que pululaban los canales.

Fin.

Notas finales:

Leer Epílogo en la siguiente página.


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