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La decisión por EvE

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Notas del fanfic:

Cuarto fic de San valentin. Dedicado a Irel, ojala que te guste TwT nunca antes he escrito de esta pareja, pero como pediste Isaac x Hyoga, te doy isaac x hyoga XD es tu culpa si queda chafa -O-

Contiene un poquito de lemon. Espero sea disfrutable para todos los que lo lean ^^

Saluditosh.

Patts.

La decisión.

 

Lo había buscado por casi una hora, pero no lo encontró. La planicie congelada donde entrenaban era enorme, sin embargo, el sitio en el que por lo general frecuentaban, era un lugar pequeño, significaba una especie de rincón cálido dentro de otro enorme rincón, como lo era Siberia.

 

Hyoga no tenía idea de donde podría estar su amigo, pero ya estaba anocheciendo, y aquel día de San Valentín por terminar. Era un fin de semana, su maestro Camus los había dejado solos, confiado en que sus alumnos ya eran lo suficientemente grandes como para darles la confianza de mantenerse a salvo en su lugar de entrenamiento. El podría tomarse un pequeño receso, bien merecido luego de entrenarlos sin descanso por casi 3 años.

 

El chico ruso tenía un regalo especial para Isaac, pero comenzaba a pensar que tal vez el joven peliverde había hecho otro tipo de plan para ese día, después de todo era bastante popular en el pueblo y sabía perfectamente que mas de alguna de las adolescentes soñaba con salir con el. A Isaac no le eran indiferentes, por lo que Hyoga realmente estaba considerando la idea de olvidar su regalo y darse por vencido.

 

Cuando llegó a su choza, ya iba con los ánimos bastante disminuidos. Pero para su sorpresa y buena suerte, Isaac estaba ahí, con sus largas piernas sobre la mesa, chupándose los dedos luego de devorar una caja de chocolates que ahora yacía vacía en el piso.

 

Hyoga abrió sus ojos azules tan grandes como eran, no sabía si gritar de alegría por encontrar a Isaac ahí o ir a golpearlo, se había comido los chocolates… que eran para el en cualquier caso, pero que el rubio deseaba darle por su propia mano.

 

Isaac volteó hacia la puerta, sonriéndole con un gesto burlón, sin importarle que sus dientes estuvieran manchados de chocolate aún.

 

– No me digas… ¿Eran tuyos? –

 

Preguntó con indudable burla, entornando los ojos al tiempo que se mecía sin preocupaciones sobre la silla, luego mirando atento la reacción del otro, que parecía una estatua en el umbral de la puerta.

 

– Eran para ti… ¡Pero no debiste comértelos antes de que yo te los diera, pedazo de zoquete! –

 

– Oh, bueno, te ahorré el trabajo –

 

Hyoga gruñó al ver el gesto socarrón del peliverde y todos sus planes hechos pedazos por el, había estudiado inclusive las palabras que le diría al entregarle esa caja de chocolates; palabras como… que era el mejor amigo que una persona podría desear, que estaba muy contento de haber nacido en la misma era que el, de compartir esa fecha y saberlo su compañero… pero Isaac lo había arruinado todo, y la cólera de Hyoga era mas que evidente.

 

– No es para tanto –

 

Intentó excusarse el otro al ver que Hyoga lo observaba como si quisiera pulverizarlo. Iba a incorporarse de la silla, pero una bola de nieve impactó directamente en su rostro.

 

– ¡Eres un idiota! –

 

Alcanzó a escuchar antes de sentir que el cuerpo de Hyoga lo derribaba, tumbándolo irremediablemente de la silla. Empezó un forcejeo frenético, que a Isaac no pudo mas que divertirlo, el rubio estaba enfurecido y siempre le causaba risa ver la ira del otro…  y Hyoga lo sabía, le daba mas coraje estar consciente de que aquello solo iba a aumentar la diversión de Isaac mas que dañarlo.

 

– ¿Cuál es tu problema? ¡Los chocolates eran para mí! –

 

– ¡Lo arruinaste todo, bobo! –

 

– ¡No seas berrinchudo! –

 

No supo como fue, pero Hyoga se descubrió de espaldas en el piso., con su compañero sobre el, sujetándole firmemente las muñecas por encima de su cabeza, dedicándole esa sonrisa burlona que ya conocía perfectamente mientras ambos resoplaban rostro contra rostro, algo enrojecidos por el forcejeo, el de Hyoga notablemente sonrojado por la ira.

 

– No pude resistirme, se veían demasiado ricos –

 

El rubio bufó, volviendo a forcejear contra Isaac sin que su coraje pareciera ceder, pero el otro tampoco lo hizo, le obligó a quedarse en el suelo a base de empujones fuertes.

 

– ¿Estás enojado por que no te guardé ninguno? –

 

– ¡Déjame en paz, ya no quiero escucharte! –

 

Isaac sacudió la cabeza, dejando que la nieve que aun quedaba en sus cabellos cayera impertinente sobre el rostro del otro, haciéndole bajar ligeramente la guardia.

 

– ¿Quieres probarlos? –

 

– ¿Qué dices? –

 

La pregunta de Hyoga estaba acompañada de un enorme gesto de sorpresa en su rostro, Isaac tan solo se limitó a sonreír, antes de juntar su boca contra la del otro, que en ese momento sintió que el corazón se le detenía para comenzar a latir tan rápido, que el retumbar de aquel llegaba hasta su cabeza.

 

Fue su primer beso, con sabor a chocolate, dulce, delicioso y tiernamente erótico. Le había encantado descubrir la textura de la lengua de Isaac y sus avances en su boca, tan lentos como ansiosos, y como su propia lengua había ido correspondiendo, al principio reticente, a las caricias y roces, estremecedores, que le encendieron el lívido de una forma que Hyoga nunca lo hubiera pensado… era casi un niño cuando todo eso pasó.

 

Aquel había sido su primer beso, pero no el último.  La noche fue testigo de cómo sus cuerpos se habían entregado al placer mutuo, de cómo entre las viejas frazadas de la cama de Isaac, habían descubierto por primera vez lo que era tocarse, sentirse, notar cada temblor que levantaban sus manos en su piel, disfrutar de la textura ardiente de esta, el sudor que iba haciéndose una constante conforme los roces aumentaban hasta tornarse sofocante el calor que ambos generaban… y la entrega, la unión plena de sus cuerpos, tan dolorosa como enviciante. Hyoga se entregó a el en un acuerdo que ni siquiera necesitó palabras, su cuerpo lo pedía e Isaac lo sabía, lo deseaba también… el rubio adoró verlo temblar mientras se acomodaba torpemente entre sus piernas, con la inexperiencia de la que hacía gala y no reprimió. Isaac nunca fue pretencioso, era transparente, cálido… como el agua de un manantial.

 

Un suspiro cortó el recuerdo.

 

Hyoga no sabía por que estaba recordando todo aquello en ese instante. Ya habían pasado muchos años desde esa noche de San Valentín en Siberia, y si había que ser sinceros, por largo tiempo ni siquiera la revivió. Pero esa tarde de 14 de Febrero en Japón, mientras veía el atardecer desde su casa con vista al mar, le azotó una racha de nostalgia.

 

Recordó su infancia y fue inevitable recordar a Isaac, y su mente derivó hasta aquella noche, una noche deliciosa, llena de caricias y murmullos entrecortados, miradas que podían derretir los icebergs y besos tibios.  El rubio supo en ese momento que con todas las experiencias ya vividas hasta entonces, nada se podía comparar al recuerdo de esa noche… nada, y tampoco nada iba a compararse con Io que Isaac le había hecho sentir.

 

En algún momento del camino, supo que de alguna forma, perdió parte de su capacidad de asombro.

 

El timbre sonó. Hyoga se apartó de la ventana y caminó presuroso hasta la puerta. Esperaba a Seiya y los demás, pues aquella tarde-noche de San Valentín habían hecho planes. Milagrosamente Ikki iba a ir, no podía evitar sentirse un poco emocionado de que así fuera.

 

Abrió la puerta, topándose con la espigada figura de un joven de tez blanca como la nieve, ocultaba una cicatriz bajo sus cabellos verdes pero tenía una sonrisa enigmática en el rostro.

 

Isaac estaba ahí, como reafirmando los recuerdos de Hyoga, haciéndole saltar el corazón de la misma forma en que lo había hecho cuando se robara su primer beso. Siempre supo que el peliverde estaba vivo luego de todas batallas, en algún lugar del mundo, pero nunca esperó que fuera a buscarlo, consideraba que las heridas en los corazones de ambos eran incurables, y siempre evitó reencontrarse con el, a pesar de que muy dentro de el, algo gritaba por verlo… lo supo en ese instante en que lo miró por primera vez luego de todos esos años, el vacío en su vida que nunca pudo llenar, le pertenecía a Isaac.

 

Estaba tan embargado de dicha, que sentía sus piernas temblar.

 

– Esta vez si te guardé chocolates –

 

Su voz, ahora más masculina, de hombre adulto, despertó de su contemplación a Hyoga. Pudo ver que alzaba una caja de chocolates frente a sus ojos, mientras aún terminaba de comerse uno de estos.

 

– Yo… no puedo creer que estés aquí –

 

– ¿En serio? –

 

Hyoga sonrió de forma estúpida, no recordaba que Isaac fuera así de atractivo, la cicatriz no tenía importancia, no había nada de el que no resultara incitante…

 

¿Cuándo había aprendido a derretir hielos con una sonrisa?

 

– Debiste informarme que venías  – Quiso escudarse con dignidad.

 

– ¿Estoy arruinando planes? –

 

Se recargó en el umbral de la puerta, acechando aún más a Hyoga, que parecía tener los pies unidos al suelo con cemento, se sentía incapaz de moverse.

 

– Yo debo… –

 

El claxon del nuevo automóvil convertible recién adquirido por Seiya le obligó a despegar sus ojos azules de Isaac. Asomó por encima de sus hombros hacia la calle, donde pudo ver al Pegaso, Shiryu, Shun e Ikki montados en el lujoso vehículo. Los primeros tres se notaban bastante animados, solo el Phoenix parecía mantener su faz imperturbable, a pesar de que seguía los movimientos de Hyoga y del peliverde que obstruía prácticamente todo su campo de visión.

 

Isaac tampoco se inmutó, sus ojos continuaron escrutando a un Hyoga cada vez mas contrariado, con una sonrisa casi socarrona en sus labios, divertido de nuevo de ponerlo en aprietos, justo como solía hacerlo cuando eran niños.

 

¿Y que podía hacer Hyoga al respecto?

 

Podía irse con sus amigos, dejar a Isaac parado en la puerta, después de todo no tenía derecho a venir y arruinar sus fantásticos planes de esa noche solo por que tenía años sin verlo y había estado pensando en el durante la última hora antes de su llegada. Podría decirle que se encontraran al día siguiente, inclusive que fuera con ellos, sabía que al menos ni Shun ni Seiya iban a oponerse… Pero no deseaba ninguna de esas cosas.

 

Descubrir cual era su verdadero deseo le hizo abrir los ojos y mirar al peliverde casi atemorizado.

 

– ¡Hey Hyoga, se hace tarde! –

 

Insistió Seiya en la distancia, el rubio volvió a mirarlo, mientras negaba con la cabeza y se mordía un labio.

 

– Están rellenos de mermelada de fresa – Murmuró Isaac en el oído del ruso, dando por terminada la confrontación de opciones de aquel.

 

– Lo siento chicos… ¡Será en otra ocasión! –

 

Los del auto se miraron entre sí, confundidos. Ikki fue testigo de cómo Hyoga tomaba de  las solapas de su camisa al peliverde y lo metía de un empujón a su casa, mientras este cerraba la puerta con una patada tras de sí.

 

No había más que hacer ahí.

 

Y Hyoga descubrió minutos después de haberse encerrado con Isaac en su casa, que todo lo que había necesitado en su vida desde aquel lejano San Valentín en Siberia, eran los besos sabor a chocolate de Isaac y sus brazos ciñendo su cuerpo… Que en realidad, no necesitaba de nada más para sentirse pleno.

 

– Esos chocolates… no son mejores… que los que yo te regalé en aquella ocasión –

 

Consiguió decir Hyoga mientras Isaac lo empujaba sin rumbo por la sala de la casa, envuelto en el calor implacable del peliverde, derretido como mantequilla entre sus brazos.

 

– Cretino… verás que si lo son… –

 

En esa ocasión, la cama se encontraba demasiado lejos… el sillón tendría que bastar para ellos.

 

Fin.

Notas finales:

Feliz san valentin Irel! (aunque not e guste la fecha xDD)


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