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Mensajero de la Muerte por Amethyst

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Notas del fanfic:

Tenía este fic desde hace mucho tiempo, hace unos días lo encontré y ¡ya ni me acordaba de él! No se si tardaré en actualizar pero lo iré escribiendo poco a poco, junto a mis otras historias que tengo empezadas.

Notas del capitulo:

Como podéis ver, es un mundo completamente inventado. En él existen los samuráis y para que os hagáis una idea tiene un aspecto parecido a la época feudal japonesa con un toque de fantasía medieval. Espero que os guste.


MENSAJERO DE LA MUERTE

1. El hombre de la Leyenda.



    En un mundo en que las guerras amenazaban con hundir los Reinos en la más profunda miseria y desdicha, el Emperador de Aarleen buscaba aliados en reinos vecinos para enfrentar a los soldados de Shyloon. Su reino estaba sufriendo un período lleno de incertidumbre, caos y hambruna. Sumidos en la inseguridad de la guerra, los propios ciudadanos de Aarleen comenzaron a revelarse contra las ineficaces decisiones del emperador.

    Entre ellos, un misterioso joven llamado “Mensajero de la Muerte” por su experta habilidad en el asesinato, comenzó a estar en boca de todos. Tomando la justicia por su mano, asesinó a soldados de Shyloon y del propio emperador para impartir su propia justicia imparcial. Mas todo lo concerniente a él era un misterio. Nadie le conocía y nadie vivía lo suficiente para ver su rostro pues siempre actuaba solo. Los rumores sobre él comenzaron a propagarse por el reino y el emperador mandó su búsqueda y captura. Pero resultó inútil, era como un fantasma. Al terminar la guerra, desapareció sin dejar rastro y nunca nadie supo más de él.

    Motivados por las acciones de aquel hombre, un grupo de samurais renegados crearon la más grande rebelión nunca vista en el reino, acogiendo a civiles inconformes con la situación actual de su país. Ahora aquellos hombres luchaban para dar a su gente una oportunidad de sobrevivir en la miseria en la que les habían condenado. Y así, conseguir la abdicación del emperador y todo su linaje, esperando un nuevo cambio en el reino y en el futuro de sus vidas.



    La noche trajo consigo una falsa calma, pues los corazones de aquellos samurais permanecían inquietos. La reunión dio comienzo en la aislada cabaña de madera y todos permanecían a la espera del líder de la rebelión. Únicamente el sonido de los grillos se oía en aquel lugar hasta que la puerta de los aposentos del admirado líder se abrió dando paso a tres hombres. Todos observaron a los tres jóvenes, sentados arrodillados frente al resto de la milicia. La incertidumbre y los murmullos no tardaron en aparecer, todos observaban atónitos la figura pelirroja que permanecía sentada al lado derecho del jefe Takaya. En el lado izquierdo se encontraba el segundo jefe al mando, Ren, un muchacho rubio muy astuto y  habilidoso. Se caracterizaba por ser un gran estratega.

— Silencio todos — habló el líder Takaya, una fornido hombre que transmitía tranquilidad, pero a sus enemigos una ira insostenible —. Debemos ser cautelosos si queremos obtener la victoria en esta contienda — todas las miradas se dirigían a la persona que permanecía callada, con la cabeza gacha, al lado del líder.

— ¿Quien es ésa mujer? — murmuró despectivamente un joven llamado Toshiro refiriéndose al joven pelirrojo, mas todo el mundo guardó silencio

    — ¡Idiota! — contestó otro de la banda —. ¿No sabes quién es? ¿No has oído los rumores? No debes subestimarle por su apariencia, aunque sea más bajo que nosotros es muy poderoso. Estoy seguro que es él.

    — Procederemos a contar el plan — dijo Ren mirando a Toshiro con enfado —. Y no toleraré interrupción alguna, ¿entendido?

    — Gracias Ren — Toshiro fue quien continuó hablando —. Puesto que parecéis muy interesados, comunicaré acerca de la participación del Mensajero de la Muerte para esta misión tan importante — de nuevo débiles murmullos reinaron en aquel lugar, pero el aludido apenas se movió de donde estaba —. Ahora Ren os explicará en que consiste la misión.

    — Como todos sabéis el emperador Koryuu posee grandes ejércitos que son imposibles de eliminar, pero en esta ocasión no nos enfrentaremos a una batalla abierta — hizo una breve pausa antes de continuar, sin dejar de observar a sus hombres —. Hemos recibido buenas noticias de nuestros espías, mañana el príncipe heredero viajará por asuntos reales, al Reino vecino. Lo que debemos hacer es interceptarle, secuestrarle y acabar con su vida.

    — ¿Por qué arriesgarnos para matar a ese individuo? Nuestro problema es el emperador, ¿no? — mencionó de nuevo Toshiro —. Yo no voy a arriesgar mi vida para una misión en la que no obtendremos ningún beneficio.

    — En eso te equivocas, Toshiro — dijo con soberbia Takaya, mirándole con superioridad —. Es su único hijo. El último de su propia sangre real. Le atacaremos por donde más duele, acabaremos con su descendencia y después con él. Luego lamentará haber tratado como basura a su propio pueblo tras la guerra, destruyendo nuestras tierras y condenándonos a la miseria.

    — Aun así — otro de aquellos hombres continuó hablando —. Eso va a ser bastante arriesgado, el príncipe Shiryu nunca ha salido de palacio. No conocemos su aspecto. Además tendrá escolta con él.

    — Así es, pero el príncipe posee un tatuaje en la espalda que le hicieron al nacer, cerca del hombro — interrumpió Ren, algo cansado de las dudas de sus hombres —. Además desconocen nuestras intenciones. El plan es sencillo, atacaremos en el bosque de las luciérnagas, allí podremos camuflarnos entre los árboles y pasaremos desapercibidos, luego uno de nosotros aparecerá en el camino para que la diligencia se detenga y mientras el resto aprovechará para atacar y despistarles, seremos el señuelo para que éste hombre acabe con la vida del príncipe.

    — ¡Un momento! — gritó otro de los samurais, bastante angustiado —. ¡Es una misión suicida! ¿Y de cuantos hombres estamos hablando? ¡Llevará un ejercito entero con él!

    — Nunca dije que fuese fácil, pero es necesario — sentenció Takaya —. Yo mismo asistiré, les plantaré cara aunque muera en el intento y espero que hagáis lo mismo. No por mí, si no por vuestro pueblo. Por el Reino de Aarleen, para que vuelva a ser como era antaño, una ciudad pacífica sin miserias y sin pobreza. El hombre encargado de asesinar al príncipe será el Mensajero de la Muerte.

    — ¿¡Cómo dices!? — gritó Toshiro sin poder ocultar la rabia que sentía —. ¡No tiene derecho a participar en esta misión! Ese hombre es un asesino y si es cierto todo lo que he oído de él es mejor no mezclarlo en esto. Nunca menciona palabra, es sádico y frío con sus propios compañeros. No pertenece a ningún bando, no me fío de él ¡Yo mismo puedo hacerlo, Takaya!

    — ¡Silencio! — gritó exasperado Ren, mirando fijamente a Toshiro —. No vuelvas a interrumpir al líder o tendré que castigarte. Sus órdenes no se discuten. Preparaos para mañana, lo necesitaréis. ¡Mañana será el día que daremos un paso más hacia nuestra libertad!

    El joven pelirrojo no mencionó palabra en toda la reunión, pero en aquel momento alzó la vista hacia Toshiro, desafiándole. Sus ojos parecían ardientes como las llamas del fuego. Toshiro tragó con dificultad y apartó la mirada de aquellos ojos endemoniados. ¿Cómo un rostro tan bello podía poseer tanta frialdad? Los tres hombres desaparecieron por donde habían venido dejando a sus samurais bastante animados por la misión encomendada. Todos excepto uno, cuya rabia fluía por sus venas en oleadas de ira contenida.

    La luna iluminó su semblante y la fría mirada de sus ojos. La suave brisa nocturna ondeaba sus largos cabellos y sintió que alguien se acercaba por detrás. Al instante se percató que era Ren, por el sonido de sus pasos. Ningún detalle se le escapaba, era calculador y preciso. El joven de cabellos rubios se acercó al muchacho y observó la vistas de aquel lugar. Era un bosque precioso pero peligroso si no se tenía cuidado. Luego observó al joven de cabellos rojos y suspiró algo indignado. Sus hombres nunca iban a confiar en ese joven, hasta él dudó en hacerlo, pero era importante. Ningún hombre poseía la habilidad de ese joven. Su reputación hablaba por sí sola.

    — No se fían de ti — dijo sin más —. Pero yo estoy seguro que vas a conseguirlo. Al igual que ellos — señaló en dirección a la cabaña — creerán que eres una mujer. ¿No te molesta que digan eso de ti? — miró al joven para ver su reacción, pero éste apenas se inmutó —. Eres muy misterioso, Mensajero de la Muerte, ¿o debería llamarte Ryu? — el pelirrojo giró el rostro hacia Ren, sin dejar de observarle bastante intrigado —. Al fin conseguí captar tu atención. Los espías de Takaya han conseguido poca información acerca de ti pero lo suficiente para saber tu verdadero nombre, tu edad, la cual me deja sorprendido, y algunas de tus habilidades. Pero, yo ya sabía mucho más de ti antes que ellos. Todo el mundo habla de un asesino que se mueve en la oscuridad de la noche, un fiero samurai que nadie querría tener como enemigo. Sé que posees un tatuaje de un dragón en tu brazo izquierdo, nunca demuestras debilidad ante tus enemigos y tampoco pronuncias palabra alguna delante de nadie. Pero lo que más llamaba mi atención es lo que decían acerca de tu aspecto, al parecer tu belleza perturbaba a todo el que la viese, dejándoles hechizados en ese instante. Siempre quise saber si eso era verdad.

    Ryu dejó de observar al samurai que no dejaba de hablar, sus continuas palabras acabaron con la poca paciencia del joven. Ren se dio cuenta de ello y tomó el rostro del muchacho sin contemplaciones mirándole fijamente a los ojos.

    — Realmente todo lo que dicen es cierto. Nunca había visto nada tan hermoso en mi vida.

    Pero Ren no pudo continuar hablando pues Ryu desenfundó su kunai tan rápido como el viento, y lo posicionó en el cuello del rubio, rasgándole superficialmente en señal de aviso. Ren se alejó un poco del pelirrojo sin dejar de observarle.

    — También eres tan rápido como dicen. Será mejor que descanses, mañana nos espera un día complicado.

    Ren se alejó de allí mostrando una sonrisa sincera. Ryu escondió de nuevo su kunai, deseando que todo acabase bien. Sí, su reputación era envidiable y todos le temían, pero ¿acaso él no era humano? Él también sentía miedo como los demás, inquietud, odio, pero sus emociones nunca se reflejaban en su rostro. No podía permitirse ese lujo si quería sobrevivir. A sus diecisiete años, Ryu ya era conocido en todo el reino, sus habilidades con la espada eran reconocidas tanto por enemigos como amigos, aunque estos últimos eran muy pocos. Siempre fue un chico solitario. Desde que sus padres le abandonaron cuando cumplió los cuatro años anduvo vagabundeando intentando sobrevivir. Para su suerte, o desgracia, encontró a un hombre que se hizo cargo de él. Le enseñó el arte de la esgrima y otras muchas habilidades, pero también le introdujo en el oscuro oficio del asesinato. Así se convirtió en lo que era ahora, el Mensajero de la Muerte, ya nada podía cambiar eso, ni siquiera su destino.

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Sus ojos color celeste observaban el bello paraje, mirase donde mirase podía ver frondosos árboles que parecían alcanzar el cielo. Se acercó más a la ventana, viendo todo el séquito real que les acompañaban. Aburrido por tan largo viaje se sentó lo más cómodamente posible en aquella carroza. Observó al hombre que tenía delante, mantenía el porte noble, vestido con caras prendas. Se sintió inquieto, aquel viaje le estaba matando. Se asomó de nuevo a la ventana aburrido de ver siempre la misma cara estirada delante de él. Pero algo llamó su atención. Un poco más adelante en el camino había una extraña silueta, intentó fijar la vista en ella y se percató que era una mujer de cabellos largos. Se mantuvo de espaldas hasta que la guardia real del príncipe no pudo seguir adelante. Desde donde estaba, el joven no podía ver bien a aquella mujer, pero cuando ésta mostró su rostro quedó cautivado por aquella misteriosa mirada. Sin poder remediarlo dejó escapar un suspiro de admiración.

    En aquel instante Ryu se percató de aquella mirada que le observaba y percibió un extraño sentimiento en su interior. Sus ojos se perdieron en esos orbes celestes que le observaban, como si le absorbiesen completamente. ¿Acaso fue una alucinación? Nuca sintió algo semejante y ese pensamiento le asustó. Estaba en mitad de una misión y no debía desconcentrarse.

    — ¿Por qué demonios nos paramos? — preguntó el hombre de caras prendas —. ¡Apartaos de la ventana y dejadme ver! ¿Quién es esa mujer? ¡Seguid adelante, os lo ordeno en nombre del Emperador!¡Debo llegar cuanto antes al Reino de Kushistein! — gritó a su guardia real.

    — Sólo es una mujer, mi “príncipe” — le comentó el joven de ojos celestes.

    De pronto el sonido de un montón de caballos rechinaban en sus oídos, un ajetreo monumental reinó en el lugar. El joven escuchó el sonido de un montón de flechas volar de un lado para otro, repliques de espadas chocando unas con otras, era una fiera batalla. Se levantó de su asiento y tomó una de las espadas del hombre que tenía delante.

    — ¿Qué hacéis? — le preguntó al cogerle la espada — ¡Vos no debéis luchar!

    — ¡Necesitáis ayuda, yo sé pelear! — amenazó el joven, se acercó a la ventana de la carroza pero el hombre que estaba a su lado le agarró de su negra melena y le empotró contra el asiento — ¿Qué hacéis, Hiroshi?

    — ¡No me llaméis por mi nombre! Además, esto es asunto mío, no dejaré que os interpongáis — se acercó a la ventana y silbó atrayendo la mirada de un hombre —. Tetsu, tráeme mi caballo, es el momento — Tetsu se acercó al galope llevando consigo a un precioso caballo negro.

    — ¡Subid! — demandó Tetsu al muchacho de ojos celestes.

    — ¡No es justo! ¡Yo también quiero luchar! — el joven se negó, estaba decidido a participar en el combate. Pero Tetsu no era tan paciente como Hiroshi, le agarró del hombro y le subió al caballo a regañadientes.

    — ¿Tetsu? — miró preocupado al jinete, pero éste solo le mostró una leve sonrisa, golpeó los cuartos traseros del animal y le hizo cabalgar rápidamente pendiente abajo desapareciendo entre el bosque. Al parecer nadie se había percatado de ello.

    Tetsu dirigió una mirada a Hiro y éste asintió con la cabeza. Habían echo lo correcto. Tetsu galopó contra el viento ordenando a sus hombres proteger al príncipe heredero. En cambio Hiro permaneció en silencio dentro de la carroza pero un sonido le distrajo del ajetreo que reinaba fuera. Al volver la vista vio aquella persona pelirroja ante sus ojos y pudo darse cuenta que no era una mujer. Su fría mirada le inquietó por completo pero debía permanecer sereno, ésa era su misión.

    Desenfundó su arma y atacó al joven, pero éste era demasiado ágil. Se situó en la espalda del hombre y le rajó el cuello con su kunai. La sangre cayó copiosamente, inundando su cuerpo del color carmesí. Comenzó a sentir un frío helado por la falta de sangre y dejó escapar su último aliento sabiendo que al menos, su muerte no había sido en vano. Ryu empujó el cuerpo inerte al suelo, fuera de la carroza. Salió de allí lo antes posible dando la señal de retirada. La misión había sido un éxito. Todos comenzaron a desperdigarse entre la arboleda, sin dejar rastro, dejando al séquito real desconcertado. En cambio Ryu se marchó en dirección contraria a su grupo, hacia la dirección en la que había huido aquel misterioso sirviente del príncipe.

 

Continuará...

Notas finales:

reviews? :D


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