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Mensajero de la Muerte por Amethyst

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Notas del capitulo:

Segundo capi. En este fic los capítulos son más cortos de lo que usulamente suelo escribir, principalmente para actualizar mas rapido xD aunque a saber... seguramente luego me ande por las ramas para variar U_u

 

 2. Sin salida.

 

 

 

            Le dolía terriblemente la cabeza. Se maldijo interiormente al caer del caballo de esa forma tan estúpida. Intentó esquivar uno de los árboles sin mucho éxito, pero era un bosque demasiado cerrado y era imposible cabalgar. Se masajeó la zona adolorida mientras observaba el terreno. No conocía aquel lugar, ahora estaba completamente perdido y sin caballo.

 

            Por unos segundos a su mente llegaron las imágenes de la emboscada. ¿Qué habría sido de Tetsu y Hiro? Sintió la incertidumbre de la angustia inundar su corazón, debía volver al lugar de la batalla y buscar a sus hombres. Dio media vuelta pero el sonido del vuelo de un grupo de pájaros le detuvo. Se quedó en silencio sin mover un solo músculo sin dejar de observar el frondoso bosque.

 

            No percibió presencia alguna y continuó andando con cuidado, hasta que notó un lacerante dolor en la cabeza, más agudo que el recibido minutos antes por la rama del árbol. Intentó girar para ver el rostro de quien le golpeó pero su vista se volvió borrosa y su mente sucumbió a un oscuro abismo del cual deseó no despertar.

 

 

 

            Cuando recobró la consciencia sintió un profundo dolor en la sien, aquello iba de mal en peor. Intentó incorporarse y se percató de un pequeño detalle que le quitó la respiración. Sus manos permanecían encadenadas con fuertes cadenas a la pared. Tiró de ellas pero era imposible siquiera pensar en romperlas, él no era de complexión débil pero aun así era algo impensable para él. Comenzó a sentirse demasiado angustiado por la situación y observó con desesperación la pequeña habitación donde se encontraba.

 

            Estaba completamente austera, sólo había una pequeña mesa de madera a su izquierda y dos puertas, una supuso que llevaría a una habitación y la otra a la salida. Una ventana frente a él, al lado de la puerta, le indicó que aún era de día. Se levantó para asomarse y ver dónde se encontraba, algo bastante estúpido porque sabía que no iba a reconocer el lugar, pero las cadenas no le permitieron recorrer más de tres pasos. Comenzó a tirar de ellas con más fuerza pero fue en vano, sólo consiguió hacerse daño en las muñecas. Aun así no desistió, esa situación le estaba enfureciendo cada vez más y haciendo acopio de toda su fuerza tiró de las cadenas hasta que escuchó cómo la puerta de la otra habitación se abría tranquilamente dando paso a alguien que reconoció al instante.

 

            Se sorprendió al ver allí a la muchacha que apareció horas antes en la emboscada, pero había algo extraño en ella, su ropa había sido reemplazada por un hakama de samurai. Se quedó sin habla al ver que no se trataba de una mujer, ¡era un hombre! Su mente sufrió una ligera conmoción al recordar lo sucedido, le había engañado como a un tonto. ¿Fue el causante de todo cuanto pasó? Sin darse cuenta quedó absorto, observando al misterioso joven, con la boca abierta de la impresión.

 

            Ryu se acercó en silencio observando al joven prisionero. Recordó el momento en que le encontró dando vueltas por el bosque, era evidente que se perdió al escapar de la batalla, pero ¿por qué huyó y dejó al príncipe completamente solo? Entrecerró los ojos con desconfianza y se sentó cerca del marco de la ventana. Apartó la vista del muchacho, en cierto modo su rostro le inquietaba demasiado, sosteniendo su espada a la vista.

 

            — Si no cierras la boca voy a pensar que eres estúpido — mencionó sin más el samurai, observando al exterior de la ventana.

 

            El moreno apretó los puños con rabia, ¿quién se creía que era ése? Por un momento pensó que tal vez podría convencerle para que le soltase, pero era evidente que no tenía posibilidad alguna. El rostro del muchacho era sereno y frío, suerte tenía si salía de allí con vida. El joven reconocía un asesino a leguas de distancia, debía ser precavido en la vida, pero en esta ocasión no le sirvió de mucho. Su mirada cambió a una más dura, observando al joven con firmeza.

 

            — ¿Quién eres? — preguntó con decisión.

 

            — Me temo que no estás en disposición de hacer preguntas — ahora dirigió su rostro de nuevo hacia él, con una mirada glacial —. Yo soy quien hace las preguntas aquí, ¿entendido?

 

            El joven encadenado bufó por la prepotencia del joven. Se reprendió mentalmente por haber sentido algo al ver el rostro del chico, aunque en su momento pensó que era una mujer, eso no cambiaba el hecho que esa mirada le perturbaba demasiado. El joven que tenía delante era bastante bajito, pero estaba seguro que era muy ágil y fuerte a pesar de su afeminado aspecto. Alzó una ceja esperando que ese joven le explicase cualquier cosa sobre su cautividad, pero el silencio del muchacho comenzó a desesperarle.

 

            — ¿Es que no vas a decirme por qué me tienes aquí encerrado? — preguntó hastiado por la pasividad de su captor.

 

            — Lo diga o no, eso no cambia el hecho de que eres prisionero — el joven se levantó y se dirigió a la otra habitación, dejándole solo.

 

            — Maldita sea — susurró el joven cautivo, un sudor frío comenzó a caer sobre su frente.

 

            La situación era demasiado peligrosa y él lo sabía, pero no podía escapar. Se dejó caer al suelo con pesadez, ahora todo le pareció inverosímil de imaginar, pero allí estaba. Era prisionero de alguien misterioso que daba temor al verle y en un lugar apartado del mundo. Abrazó sus piernas con los brazos y dejó caer pesadamente el rostro sobre las rodillas. Aquello no podía estar pasando.

 

 

 

            Se despertó por un leve sonido que provenía de la habitación contigua, su corazón latía rápidamente, al parecer había tenido una pesadilla en el poco tiempo que había permanecido dormido. Aún con el rostro sudando y una mirada perdida, observó como la puerta se abría nuevamente. El joven que le tenía prisionero se acercó a él de forma amenazante, sosteniendo una afilada katana en la mano derecha.

 

            — Llegó el momento del interrogatorio — dijo sin sentimiento alguno en el rostro y en la voz —. Estabas en el carruaje del Príncipe Shiryu, dime ¿quién eres?

 

            El joven de cabello negro dudó en contestar, observando cómo su captor acercaba la katana a su rostro. El tema se estaba volviendo peligroso y edbía tener cuidado con sus palabras. Le miró a los ojos y tragó saliva con algo de temor, pero intentó hablar con firmeza.

 

            — Soy sirviente del Príncipe Shiryu.

 

            — Un sirviente muy leal huyendo del campo de batalla — añadió Ryu con sarcasmo.

 

            — ¡Eso no fue culpa mía! — gruñó con ira mal contenida —. Mi caballo se asustó del estruendo de la emboscada y perdí el control.

 

            — Un suceso muy oportuno, ¿no crees? — acercó aún más el filo de la katana al cuello del moreno —. Tu nombre.

 

            — Me llamo Soryu — dijo escuetamente, sintiendo el frío metal rozar su pálido cuello.

 

            — Muy bien Soryu, debo informarte que he asesinado al príncipe heredero, ¿te duele oírlo?

 

            Soryu sintió un escalofrío recorrer su cuerpo y por un momento sintió como su corazón dejaba de latir. Intentó mantener la compostura pero las fuerzas comenzaron a fallarle y sin poder evitarlo sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no dejó caer ninguna. Miró con rabia al joven pelirrojo y pronunció las palabras en voz baja.

 

            — Te arrepentirás de haberlo hecho — sus pensamientos ahora se dirigieron a Hiro, y sintió como su interior se quebraba por la culpabilidad —. ¿Vas a llevarme ante tu líder?

 

            — Yo no tengo líder, pero te entregaré a alguien, sí — afirmó con simpleza —. Si quieren negociar o matarte ya no es problema mío.

 

            — ¡Ellos no van a negociar por mí! — se exaltó con furia y del rápido movimiento la katana rozó su piel haciendo un pequeño corte. Se alejó del filo nuevamente y miró a su captor. No iba a permitir que más personas muriesen por su culpa —. ¡Mírame! Sólo soy un sirviente, por los Dioses, ¡el emperador no arriesgaría nada por alguien como yo! Lo mejor que podéis hacer es matarme.

 

            — ¡Cállate! — dijo Ryu envainando su katana —. Eso no lo decido yo, además, conozco muy bien a ese tipo de nobleza. Ellos arriesgan mucho por recuperar lo que es suyo, porque no quieren que nadie toque sus pertenencias.

 

            Soryu se quedó en silencio al escuchar esas últimas palabras. Tras unos segundos dirigió la vista al suelo, pensando en su funesto destino. Sabía bien que no iban a negociar por él y sea cual sea la decisión de aquellos hombres, su final era el mismo. La muerte. Tras un breve silencio dejó escapar una risa despectiva, asimilando la situación en la que se encontraba. Ya no tenía nada que perder.

 

            — La gente como tú me da asco — dijo de pronto sin pensar en las consecuencias —. Creen que pueden tomar la justicia por su mano y no se dan cuenta de la verdad. Así no cambiaréis nada.

 

            Antes de poder decir algo más, Ryu propinó un fuerte golpe en el rostro del moreno. En ese mismo instante se reprendió por actuar así pues no debía dejarse llevar por ese tipo de sentimientos. Respiró con calma observando el rostro del sirviente y cuando esos ojos celestes se fijaron en él sintió un malestar en el cuerpo que le resultó indescriptible.

 

            — Golpeas fuerte aunque tengas ese cuerpo de mujer — susurró con sorna observando al muchacho, sabía que iba a enfadarle más, pero ya no le importó. Eso era lo que él quería.

 

            Ryu desenvainó la katana tan rápido que Soryu no se dio cuenta cuándo el filo volvía a posarse sobre su cuello. El samurai no movió ni un músculo más, sin dejar de observar los celestes ojos del muchacho. ¿Por qué le afectaba tanto lo que ese insignificante hombre le decía? Más de una vez le confundieron por una mujer, o se burlaban de él aun sabiendo que podían morir en el intento, pero nunca le afectó lo más mínimo. Pero ahora, su sangre hervía al oír la voz de ese muchacho.

 

            — Será mejor que tengas mucho cuidado conmigo — susurró sin apartar la mirada de aquellos embriagantes ojos —. Nadie que me haya hecho enfadar vive para contarlo.

 

Soryu tuvo un mal presentimiento y observó en silencio aquella gélida mirada carmesí. Realmente ese joven inspiraba temor, pero su curiosidad era mayor.

 

            — ¿Quién eres? — preguntó Soryu bastante desconcertado, el rostro del pelirrojo aún permanecía a pocos centímetros de él.

 

            — Alguien a quien debes temer.

 

            Tras esas últimas palabras, Ryu envainó la katana y se alejó de allí con pasos firmes, dejando al prisionero solo en la habitación. El joven samurai salió al exterior, necesitaba calmar sus nervios, nunca en toda su vida sintió algo como aquello y un leve temor apareció en su semblante. ¿Qué le ocurría? Llevó una mano hasta su rostro y suspiró, se dijo a si mismo que era debido a la adrenalina por la batalla de hace unas horas, nunca estuvo tan alterado como ahora.

 

            Se dejó caer cerca de un árbol, sintiendo el fresco aire del campo en su rostro. Eso consiguió despejar un poco su mente y dedicó una última mirada a la pequeña cabaña. Tenía que encontrarse con Takaya y decidir qué hacer con él. Al fin y al cabo, sólo sintió una extraña sensación, fugaz como un rayo, al observar aquellos ojos por primera vez antes de la emboscada. Sólo fue curiosidad, nada más, eso se repitió una y otra vez en la mente. Ahora ese muchacho no tenía nada que ver con él, se lo entregaría al líder Takaya y se olvidaría del asunto para siempre.

 

 

 

            Esa misma noche Ryu llegó con antelación a la reunión del grupo rebelde. No quería permanecer allí más tiempo del necesario y entró en la habitación del líder sin ser visto por nadie. Entró por una de las ventanas de la habitación y se mezcló entre las sombras sin hacer ruido. Vio a Ren y Takaya cerca de una pequeña mesa, hablaron sobre la exitosa operación y dio un par de pasos para que se percataran de su presencia.

 

            — ¡Maldita sea, Mensajero de la Muerte! — Gruñó Ren con la katana en mano, apuntándole —. No nos des esos sustos de muerte.

 

            — Al parecer, el plan fue un éxito.

 

            — Así es, gracias a ti — concluyó Takaya con una sonrisa —. Espero poder contar contigo más adelante si precisamos tu ayuda.

 

            — Siento tener que declinar la oferta, creo que desapareceré por un tiempo — dijo el samurai con voz fría —. Pero antes de eso, debo comunicarte que encontré a un sirviente del príncipe merodeando el bosque de las luciérnagas. Escapó de la emboscada.

 

            — ¿Un sirviente? — preguntó Ren extrañado —. Es impresionante que haya podido escapar, pero no creo que nos sea de mucha utilidad.

 

            — Un momento — Takaya permaneció pensativo unos segundos antes de continuar —. Hiciste bien en contarlo, ¿le tienes con vida?

 

            — Así es — contestó Ryu —. Esperaba instrucciones al respecto, por eso no le hice nada.

 

            — Puede que nos sea de utilidad si conoce el palacio del emperador y a sus hombres — continuó diciendo Takaya —. Ahora debemos mover el campamento, es peligroso permanecer aquí, recibirás noticias mías pronto. Por ahora, mantenle con vida hasta que decidamos que podemos hacer con él. Hay que sacar provecho de todo cuanto podamos.

 

            — Es posible que pueda darnos información valiosa — mencionó Ren, sin dejar de observar a Ryu.

 

            — Muy bien — sin decir más, Ryu se marchó con el mismo sigilo con el que apareció.

 

            — Takaya — Ren mostraba un semblante preocupado —. Tengo un mal presentimiento.

 

 

            Cerca de allí, unos oídos curiosos escucharon toda la conversación. Aquel hombre llamado mensajero de la muerte era su mayor problema, le odiaba más que a nada, pero tal vez podría utilizar la información a su favor y así, tener el reconocimiento de su líder Takaya. Sólo tenía que esperar su oportunidad, todo el mundo tenía debilidades.

 

 

 

            La noche se hizo eterna para Soryu, las pocas horas que consiguió conciliar el sueño, las pesadillas aparecían para atormentarle una y otra vez. Finalmente desistió dormir, intentó no pensar pero era imposible. El rostro de Hiro aparecía en su mente, ¿realmente estaba muerto? Se sintió tan miserable que golpeó con fuerza la pared con sus manos. Todo era por su culpa, tenía que pensar con claridad para volver aquella situación a su favor, ¿pero cómo iba a hacerlo? Era algo imposible. El dolor de sus puños parecía apaciguar la angustia de su corazón. Ese samurai le asesinó, ese joven que parecía tan frágil mató a la persona que había dado su vida por él. Pero, aunque era un asesino, también era humano, ¿tendría alguna debilidad?

 

            Escuchó la puerta abrirse de golpe y vio como el samurai entraba en silencio a la cabaña. Ya era muy tarde y no le vio desde la última conversación que tuvieron en la tarde. Los ojos rojos que tanto le habían cautivado al verlos por primera vez, le miraban con frialdad. Soryu apartó la mirada, ya no quería saber nada de ése chico. Le odió por todo lo que había hecho y por el sufrimiento que ahora iba a tener que soportar.

 

Sin decir nada, Ryu se adentró en su habitación y cerró la puerta sigilosamente. Cuando

Soryu quedó solo en la habitación, dejó escapar un cansado suspiro, lleno de resignación. No había escapatoria posible, a partir de ese momento los días serían muy duros y más sabiendo que su final estaba próximo. Aunque, tal vez ese era su único consuelo.

 

Notas finales:

reviews? :D


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