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Sodoma por Marquesa de Sade

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Notas del capitulo:

Ya he publicado la introducción a mi nuevo fanfic, "Hyacinthe". Por el momento es lo único que llevo escrito (estoy esperando a hacerme de tiempo y de descanso para comenzar con los capítulos). Ojalá lo lean y les guste.

 

 

 

 

Después de unos cuantos segundos, Edward logró abrir los ojos. Ahora que tomaba la medicación cada once horas y media en lugar de cada doce, sufría de somnolencia todo el tiempo y el cuerpo no le obedecía correctamente. Pero por fin, después de tantos días de aislamiento, su soledad se interrumpía al menos durante un rato. Las caricias de su querido Coronel lo habían despertado y no quería desperdiciar tal ocasión.

 

—Te extrañé...—le confesó con voz tenue, despegando la cara de la almohada para recibir sus besos más cerca de los labios. Después de todo, más allá del afecto y de los cariños, resultaba sencillo extrañar al único contacto humano que tenía.

 

La sábana que lo cubría pronto encontró su destino a los pies de la cama. Era su espalda desnuda la que ahora recibía las devotas caricias de su protector, sus besos húmedos y tibios. Antes de que tuviera siquiera la oportunidad de voltearse, toda la longitud del miembro lubricado del Coronel se introdujo en él, arrancándole un clamoroso quejido.

 

—Lo siento, ¿te duele?

 

—Estoy bien... Continúa...

 

Cumpliendo el deseo del menor, Roy comenzó a entrar y salir de él con fuerza y velozmente, cosa que no era su costumbre. Los gemidos de Edward, algunos de ellos sofocados en la almohada, no tardaron en hacerse oír. Sus manos se aferraban a los barrotes dorados de la cama.

 

—Lamento tener que hacerlo así... Llevo prisa. En realidad... ni siquiera tenía tiempo... para venir hasta aquí...  Pero... no quería seguir sin verte...

 

—Gra-gracias—respondió el rubio, esbozando una sonrisa que fue enseguida reemplazada por una expresión de goce. Éste se esforzó por levantar el cuerpo y colocarse en una posición que le permitiera moverse él mismo y así dejar que el Coronel terminase de quitarse la ropa. Una vez desvestido, Roy se inclinó sobre su espalda y masturbó su miembro mientras con los labios rozaba su cuello. Ambos, a su manera particular, anhelaban que aquello no tuviese que terminar tan rápido.

 

Toc-toc.

 

Ignorando el llamado, el Coronel hizo mayor presión para lograr una penetración más profunda.

 

Toc-toc.

 

—¿QUÉ?—preguntó de mala gana.

 

Toc-toc.

 

Fastidiado, retiró su miembro y fue a colocarse una bata, para luego dirigirse hacia la puerta.

 

—¿Qué sucede? Sabes que no deben molestarme cuando esté aquí.

 

—En verdad lamento interrumpirlo, señor, pero es una emergencia.

 

Aquél fue el único fragmento que Edward escuchó de la conversación, pues luego ambos hombres continuaron hablando en el pasillo. El de mayor rango regresó a los pocos minutos, mostrando un semblante serio y cargado de preocupación.

 

—¿Ha ocurrido algo?—quiso saber Edward, cubriendo su desnudez con las sábanas que acababa de recoger.

 

—Tú no te preocupes—procuró tranquilizarlo el otro mientras se quitaba la bata y comenzaba a colocarse nuevamente el uniforme militar.—Mira, ya es hora—indicó, señalando los últimos granos de arena que caían dentro del reloj. —Te he traído tu medicación. Tómala pronto y quédate tranquilo. Volveré en cuanto pueda.

 

A los pocos instantes que la pequeña pastilla fuera colocada junto al vaso de agua que reposaba sobre la mesa, se oyó un fortísimo estruendo al tiempo que un temblor sacudía todas las cosas. Tanto la pastilla como el vaso cayeron al suelo, éste último haciéndose añicos. Pero el Coronel tenía demasiada prisa como para reparar en ello y salió corriendo, cerrando la puerta de la habitación con llave.

 

Edward, sabiendo que no debía perder ni un minuto si en verdad deseaba recuperar su memoria, se arrojó al suelo a buscar la pastilla. Todo lo que consiguió fue cortarse la planta del pie con los vidrios del destruido vaso. El piso pronto se manchó con su sangre, diluyéndose en el agua derramada.

 

La pastilla parecía haber desaparecido. No estaba bajo la mesa ni bajo la cama, ni detrás de ninguno de los muebles. Aunque siendo ésta redonda no era de extrañarse.

 

A cada minuto que pasaba, la desesperación de Edward aumentaba. Él quería recordar, recordar quién era, de dónde venía, qué había ocurrido con su memoria. Las lágrimas le nublaron la vista.

 

De repente se oyó un ruido bastante fuerte. Le pareció que venía del techo, así que al levantar la cabeza descubrió que allí habían hecho un agujero, y que alguien bajaba desde el piso superior. Era un muchacho joven, de extraños cabellos verdosos, quien se dejó caer desde el cielorraso y aterrizó con gracia sobre el suelo. Llevaba un revólver a un costado de la cadera.

 

—¡Pride!—exclamó. Luego notó las lágrimas en sus ojos y la sangre desparramada por el piso. —¿Estás herido?

 

—¿Quién eres?—le preguntó con miedo, arrastrándose hacia atrás.

 

El muchacho se detuvo en seco, adoptando una expresión de desconcierto.

 

—¿Cómo que quién soy? Soy yo, Envy. ¡He venido a buscarte!

 

Edward no contestó, sino que continuó alejándose de él como si se tratara de una terrible amenaza. Al impactar su espalda contra la pared sufrió un gran sobresalto, y se quedó allí sin decir nada. Envy también se mantuvo inmóvil, incapaz de lograr que su boca articulara palabra alguna.

 

Entonces la puerta se abrió, y tras ella apareció Mustang, quien logró esquivar el disparo que el peliverde le dirigió.

 

—¡Roy!—exclamó el rubio, temiendo por la seguridad de la única persona que conocía.

 

—¡Edward! ¿Te encuentras bien?—preguntó el Coronel desde el pasillo.

 

Gracias a tan simple y breve comunicación, Envy lo comprendió todo.

 

—Hijo de puta... —pronunció casi en un susurro. —¡Hijo de puta! Tú... ¡Le lavaste la mente!

 

Una lluvia de disparos se originó, esta vez causada por quien se encontraba en el pasillo. Envy se echó al suelo y buscó refugio detrás del jacuzzi. Edward, asustado, se hizo un bollito junto a la cama, cubriéndose la cabeza con los brazos.

 

—Tú no eres el más indicado para reclamarme tal cosa, Envy—se escuchó la voz del militar fuera de la habitación.

 

—¿Qué mierda quieres decir?

 

—Tú debes saberlo mucho mejor que yo.

 

El aludido se asomó de su escondite para lanzar un par de balas a ciegas, histérico de furia.

 

—¡Maldito desgraciado!—exclamó. —¡Ni intentes compararlo con lo que le has hecho!

 

Entre estruendo y estruendo, los aturdidos oídos del rubio recibían parte de la conversación entre ambos contendientes. No entendía en absoluto qué significaba, pero comprendía que se referían a él. Desesperado, se cubrió las orejas con las palmas de las manos, encontrándose al borde de la cordura.

 

—Ya basta... Ya basta... —repetía una y otra vez mientras las armas continuaban disparándose a su alrededor. —Quiero recordar... Quiero recordar... Por favor...

 

Afuera, las bombas se detonaban sin cesar. Esporádicamente se oían los quejidos de agonizantes soldados. Las paredes temblaban y los libros caían de las estanterías junto con decenas de dorados ornamentos. Entonces se acordó del reloj cuya arena se hallaba ya esparcida por el suelo, y de su extraviada píldora. De pronto se le ocurrió que si ésta no se encontraba en ninguno de los sitios que había buscado, entonces el chico de cabello verde podría tenerla. Sí, era una alta posibilidad.

 

Envy echó un rápido vistazo a su cargador y descubrió que en éste sólo restaba una única bala. Probablemente su oponente estuviese en una situación similar, pero no podía arriesgarse a ser asesinado. Cercanos pasos a sus espaldas lo hicieron ponerse alerta. Tenía una sola oportunidad. Sosteniendo el arma con fuerza, se giró e hizo fuerza sobre el gatillo... Sus reflejos apenas fueron suficientes para lograr que el proyectil rozara el cabello de la persona que tenía adelante en lugar de enterrarse en su frente.

 

—¡Pride! ¡¿Te has vuelto loco?! ¡Casi te vuelo la cabeza!

 

—Tú... —dijo el rubio sin dejar de acercársele. —Tú tienes mi píldora. Debes devolvérmela. Debes...

 

—¡Espera!—le ordenó Envy, en vano estirando los brazos para evitar que el otro se le arrojase encima. —¿De qué estás hablando? ¡Apártate!

 

En cuanto logró hacerlo a un lado, descubrió a la figura del Coronel a pocos metros de distancia. Empuñaba el revólver con firmeza.

 

—No puedo negar tus agallas por haber llegado tan lejos. Evidentemente Kimblee me ha traicionado, de otra forma no me explico cómo hallaste esta casa. Al final no se puede confiar en nadie, ¿eh? Pero todo termina aquí para ti.

 

Contrario a lo que el hombre esperaba, Envy torció los labios en una sonrisa, descubriendo sus blancos dientes.

 

—Al menos moriré sabiendo que yo me gané a Pride por mí mismo y no con estúpidos truquitos militares lava-cerebros.

 

El semblante de Mustang se ensombreció, probablemente afectado por aquellas punzantes palabras.

 

—Despídet-

 

Antes de que pudiera terminar la palabra, una explosión en uno de los cuartos contiguos derribó la pared y con su fuerza empujó a todos hacia el lado opuesto. El fuego se expandió rápidamente y comenzó a consumir tapices y telas.

 

En el momento en el que el cuerpo del Coronel cayó al suelo, una buena cantidad de redondas píldoras rojas cayeron de sus bolsillos y se desparramaron a su alrededor. Edward, quien había regresado a su autismo anterior, reaccionó al verlas rodar cerca suyo.

 

—Quiero recordar... Quiero recordar... —decía mientras ingería una tras otra, forzando a su garganta a tragarlas sin ayuda de una gota de agua.

 

Roy Mustang abrió los ojos y se encontró con las espaldas en el suelo. La temperatura de la habitación se había transformado de una agradable a la correspondiente a un infierno. Las lenguas de fuego mordían el alto techo. Los plásticos y materiales derretidos y consumidos despedían nauseabundos olores.

 

Al incorporarse un poco y dirigir la mirada al frente, le pareció que el cuerpo de Envy surgía de las llamas. En una de sus manos éste llevaba un arma. La suya. La misma se le había resbalado por culpa de la explosión, y probablemente hubiese caído al fuego pues la mano de su enemigo temblaba y daba la impresión de haber sufrido graves quemaduras. Sin embargo, en su rostro, terrible y brutal, ningún dolor deformaba su expresión endurecida. Un monstruo. Un monstruo lleno de cólera porque se habían atrevido a robar sus pertenencias.

 

No cabía dudas de que en un combate normal y justo, el militar habría ganado. Pero aquél no era el caso. Con los ojos llenos de frialdad, Envy levantó el brazo y gastó la anteúltima bala.

 

Simultáneo al sonido del disparo, Edward se estremeció violentamente. La explosión no le había causado ningún daño, pero se hallaba muy confundido y asustado. Con miedo, giró lentamente la cabeza en dirección en la que había oído la descarga. Entonces descubrió al cuerpo de Roy. Completamente inmóvil. La sangre oscura se expandía debajo suyo. Inmediatamente se llevó una mano a la boca y profirió un alarido. Ignorando el ardiente caos a su alrededor, se arrastró por el suelo hasta llegar a su lado y lo abrazó, llamándolo a gritos.

 

—Lo mataste... Mataste a Roy... ¿Por qué...?

 

Envy observaba semejante espectáculo atónito, sintiendo arcadas. Él no había llegado hasta allí para presenciar esto. Ése, ése que tenía adelante no era su Pride. Era otra persona. La ira que en ese momento experimentó era incontenible.

 

Sin siquiera meditarlo, volvió a estirar el brazo y apuntó a la cabeza del rubio.

 

—Si las cosas van a ser así—le dijo entre dientes—prefiero verte muerto.

 

Sin importar el peso de tales palabras, Edward continuó llorando a su amado. Absolutamente nada a su alrededor parecía tener la capacidad de afectarlo. Envy comprendió eso enseguida, y el pulso no le tembló.

 

—Sería menos patético si estuvieses rogando por tu vida—sentenció, apoyando el dedo índice en el gatillo.

 

Cerró los ojos, sabiéndose incapaz de detenerse. Maldito Greed, maldito Mustang, maldito extraño que tenía delante. De pronto recordó las estúpidas palabras de Alphonse: “Esa persona a la que llamas Pride no es más que una invención creada por ti. Por eso crees amarlo, porque sólo te amas a ti mismo”. Al carajo. ¿Por qué mierda tenían que meterse los demás con sus cosas? Él hacía lo que le daba la gana. Y en ese momento tenía ganas de matar.

 

—Espera—oyó que le decían.

 

Él no tenía ganas de esperar.

 

—Espera—repitió el rubio, abriendo grandes los ojos y mirando el rostro sin vida del Coronel. —Él me dijo... me dijo que si tomaba las píldoras recuperaría mi memoria. Pero era todo lo contrario. ¡El hijo de puta me engañó!

 

—¿Pride?—preguntó el peliverde, desconfiado de que se tratase de una actuación.

 

—¡Envy!

 

No sabía a ciencia cierta cuánto tiempo había transcurrido desde la hora en la que tendría que haber tomado su supuesta medicina. El punto era que, casi como una revelación milagrosa, los recuerdos volvían a él y todo se tornaba claro en su mente. Sin ningún tipo de reparo, hizo a un lado el cuerpo sin vida al que instantes atrás había llorado con desesperación y echó un vistazo a su alrededor: la habitación no tardaría en colapsar. Incluso ya resultaba dificultoso respirar con tanto humo acumulado y tan alta temperatura en el aire.

 

—¿En verdad eres tú?—cuestionó Envy. —Creí que...

 

—Envy... —lo interrumpió el otro, sujetándolo del brazo ahora que se le había acercado y clavándole una mirada cargada de preocupación. —Yo... Yo me voy a morir. Me estoy muriendo.

 

—¿Qué? ¿De qué diablos estás hablando?—fue la única forma en la que pudo preguntárselo. ¿Que Pride se estaba muriendo? ¿Acaso era una broma? ¿Cuándo terminarían de lloverles los problemas? Necesitaba un maldito respiro.

 

—Esas píldoras que me causaban la amnesia... Con sólo tomar una cada once horas y media me hacían sentir terrible. Y ahora... ahora he tomado como media docena.

 

Envy se le quedó mirando, intentando procesar lo que acababa de decirle. Luego reparó en el incendio que ya se les venía encima y exhaló un fuerte suspiro.

 

—De ninguna manera. No he llegado tan lejos para verte morir. No dejaré que eso suceda.

 

Aunque no estaba muy seguro de cómo cumpliría con las palabras que acababa de pronunciar, se ocupó de envolver el cuerpo de su amante con las sábanas que arrastraba, lo alzó en brazos y salió de la habitación un instante antes de que el techo se derrumbara. Los únicos obstáculos que encontraba a su paso eran el amenazador incendio en aumento, mobiliario en llamas y los cuerpos mutilados y a medio calcinar de los desafortunados soldados que habían caído víctimas de las numerosas explosiones. Por fortuna, éstas parecían haber cesado. El insoportable estruendo de las bombas siendo detonadas había sido reemplazado ahora por las crepitaciones de los objetos incendiados y por el clamor de algún que otro derrumbe. Pronto llegaron a la intemperie, donde respiraron agradecidos el aire libre de humo y hollín. Sin embargo, el alivio duró poco: si las bombas no habían perdonado a un miserable soldado ni a una habitación, tampoco a ninguno de los vehículos con los que podrían haber escapado de aquel remoto lugar.

 

—Ese demente de Kimblee... —masculló Envy, sin detenerse a cerciorarse de que el hombre estuviese vivo o muerto. En verdad le daba igual.

 

Con la posibilidad de que refuerzos militares viniesen en camino, se internó en el bosque que bordeaba a la mansión, seguro de que no sería nada bueno para la situación de Pride quedarse esperando a que les surgiera una oportunidad de trasladarse con mayor rapidez.

 

Apenas se alejaron unos metros de la casa cubierta en fuego, el frío de la noche avanzada les azotó con violencia los cuerpos exhaustos. Envy marchó, a pesar de todo, varios kilómetros al amparo de la luz de la luna llena, dispuesto a salvar a la persona cuyo peso soportaba sin quejas. Pride se abrazaba a su cuello con todas las fuerzas que sus escasas energías le permitían. Era consciente de que no importaba cuánto se esforzara el peliverde, no había manera en que pudiera ayudarlo. Pero al mismo tiempo comprendía que resultaría imposible disuadirlo de su cometido. Con una agridulce sensación trepándole por el pecho, se apretó más contra su piel, preguntándose si acaso sería aquella la última vez.

 

Notas finales:

Continuará...


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