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Sodoma por Marquesa de Sade

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No podría saber si habían andado treinta minutos o dos horas, pero Envy se vio obligado a detenerse en el momento en que se dio cuenta que Pride ya no se sujetaba de él. Inmediatamente lo recostó en el suelo, removiendo un poco la sábana que lo abrigaba para observar su estado: inconsciente, respiraba débilmente y un sudor frío lo cubría por completo. La sobredosis de píldoras comenzaba a mostrar su efecto.

 

—Resiste, Pride.

 

Como burlándose de él, apenas dichas esas palabras el rubio comenzó a convulsionarse espantosamente. Su cuerpo temblaba con tanta intensidad que poco pudo hacer para mantenerlo quieto. Entonces, ocurrió lo más temido: los movimientos pectorales ascendentes y descendentes que separan la vida de la muerte cesaron. Envy se paralizó por un momento, preguntándose si no sería el cansancio que le mostraba perversas ilusiones, pero enseguida estiró el brazo para posar la yema de sus dedos sobre la vena del cuello del rubio.

 

Nada. No había pulso.

 

Tampoco Envy se encontraba en la cumbre de su estado físico o mental. Sin embargo, tras cerrar el puño se encargó de golpearle el pecho con todas sus fuerzas, una y otra vez. Sus labios se unieron, con un propósito muy diferente al de las anteriores pasionales ocasiones.

 

—Ni lo sueñes... Si te atreves a morir te juro... Te juro que te seguiré hasta el mismísimo Infierno para hacerte arrepentir por ello. ¡Ni lo sueñes!

 

Si había algo de lo que él mismo y que la mayoría de los que lo conocían eran conscientes, esto era que sus amenazas siempre causaban algún efecto. Afortunadamente, el efecto de ésta última resultó en el regreso de la respiración y los latidos de Pride. Exhalando un suspiro de momentáneo alivio, el peliverde volvió a arroparlo y se puso de pie, intentando pensar en cómo diablos llegarían a algún sitio habitado. A pesar de haber logrado salvarlo, su condición continuaba crítica, y no sabría decir a cuántos pasos de la muerte se hallaba. Tanta incertidumbre le ponía los pelos de punta. Y más aún: si aquellas píldoras habían servido para alterarle la memoria a tal punto que ni lo había reconocido, ¿qué le causaría a su mente haberse tragado unas cuantas? Bueno, de momento lo importante era asegurarse  de su supervivencia y conseguir un transporte más práctico que sus propias piernas. Quizá podría regresar a la mansión y fijarse si llegaron refuerzos con vehículos. Aunque su cansancio y el tener que abandonar a Pride después de su último paro cardiorrespiratorio lo hacían dudar acerca de semejante plan. No, debía idear algo mejor...

 

—Ma... Mamá...

 

Envy dejó de dar vueltas en círculos para dirigirle una mirada cargada de asco e ironía a la vez. Definitivamente esas píldoras estaban afectando su cerebro de una manera en especial engorrosa.

 

—Diablos, Pride... No sé cómo hacemos siempre para terminar en este tipo de situaciones. Será que ese malcogido de Dios nos odia. O tal vez nos tenga envidia, ¿eh? —. Mientras hablaba, los chillidos de los murciélagos que volaban en los alrededores se hicieron más audibles; la niebla del bosque, más espesa. —Y pensar que en un principio yo debía matarte. Al final, he pasado por un millón de problemas para rescatarte. Creo que sólo te has salvado porque eres tan lindo...

 

Apenas se dio cuenta de lo que decía, su rostro se inyectó de sangre. Agradeció que Pride estuviese lo suficientemente inconsciente como para no haber oído semejante cursilería. Terminó por comprender que ya no era capaz de pensar claramente, por lo que decidió echarse junto al rubio y dormir un poco para recuperar energías.

 

No fue la claridad del tardío amanecer lo que lo devolvió al mundo de la vigilia, sino el sonido lejano de un motor en marcha. Un automóvil transitaba por el camino del cual se habían mantenido cautelosamente alejados. Sin perder el tiempo, Envy se levantó y se dirigió con rapidez hacia aquella dirección, escondiéndose detrás de los tupidos arbustos y árboles para evitar ser detectado. Evidentemente, un vehículo se acercaba. Era factible que se tratase de tardíos refuerzos pedidos por Mustang y sus desafortunados hombres, o quizá(teniendo en cuenta la despreocupada velocidad a la que avanzaban) de un cambio de guardia. Lo que hizo al respecto fue lo siguiente: tomó la piedra más grande que pudo hallar, se trepó a un árbol cuyas ramas se extendían sobre la carretera y allí aguardó los segundos que faltaban para que el automóvil pasara por debajo. En cuanto eso ocurrió, levantó la piedra y la arrojó sobre el parabrisas con todas sus fuerzas. Como resultado, el automóvil dio un par de vueltas y se estrelló contra otro árbol. El oficial que ocupaba el asiento del copiloto fue despedido unos cuantos metros y no se movió más. Envy aguardó dos o tres minutos para asegurarse que nadie estuviese consciente, luego descendió de la rama y se acercó, aún escondido en el bosque. La sangre se escurría tanto debajo del cuerpo del hombre que había caído en la carretera como de la ventanilla abierta del conductor. Decidió que ya había aguardado lo suficiente y se acercó al cuerpo que yacía sobre el pavimento para quitarle su revólver, con el cual se acercó al vehículo y comprobó que nadie quedara allí dentro con vida. Escondió los cadáveres entre las plantas, se subió al coche y giró las llaves una o dos veces.

 

—Je, una de las pocas cosas buenas que tienen los militares: sus cacharros—dijo tras lograr ponerlo en marcha y estacionarlo fuera del camino.

 

Gracias al reloj que encontró en la guantera, el cual marcaba casi las siete de la mañana, supo que debía darse más prisa. Apagó el motor por si acaso y corrió hacia el lugar desde donde había venido. Afortunadamente, el rubio seguía respirando.

 

—Ya nos vamos Pride... Resiste un poco más.

 

Lo cargó en brazos hasta el vehículo y lo colocó en el asiento trasero lo más delicadamente que le fue posible.

 

—Ya nos vamos—repitió, y comenzó a manejar en la dirección contraria hacia donde los fallecidos conductores se dirigían. El motor se quejó debido a la repentina velocidad que adquirieron. —La pregunta es adónde. ¿Adónde diablos puedo llevarte? Si no nos busca la Mafia, lo harán ahora los Militares. Esto es una pesadilla... Podrías darme una mano y ayudarme a pensar, ¿eh?—se quejó, echando una fugaz mirada hacia atrás. Sus largos y revueltos mechones verdosos eran violentamente agitados por el aire que se colaba a través del parabrisas roto. El sueño y el cansancio comenzaban a afectar su humor. —¡Mierda!—exclamó mientras daba un puñetazo al volante, sabiendo que la única idea que se le venía a la mente era, por el momento, la única alternativa.

 

Notas finales:

Se acerca el final...


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