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Sodoma por Marquesa de Sade

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Notas del capitulo:

Me tardé un poco...

 

El pequeño apartamento se encontraba en silencio. Como todas las horas. Como todos los días.

 

Toc toc.

 

A veces la televisión era encendida. Pero nada cambiaba, porque no había nadie que le prestara atención. La encendía cuando el miedo al silencio se tornaba demasiado real.

 

Era inútil.

 

Toc toc.

 

El muchacho se sobresaltó, apartando sus ojos de la ventana a medio abrir. Las pesadillas habían teñido sus sueños, por lo que se había levantado temprano y había pasado toda la mañana mirando con apatía el cielo despejado.

 

—¿Quién es?—preguntó con cierto desgano, acercándose hacia la entrada.

 

—Soy yo, Envy.

 

Durante un momento el cuerpo se le paralizó, al mismo tiempo que la expresión de su rostro se endureció, pero enseguida intentó recobrar la compostura (o lo que le quedaba de ella).

 

—Envy, te he dicho que...

 

—Estoy con tu hermano.

 

“¿Qué?”, fue lo que pensó, aunque no respondió nada. Se quedó observando fijamente la puerta sin que ninguna palabra le saliera de la boca.

 

—Alphonse, será mejor que me abras antes de que algún vecino nos vea. Te aseguro que he derribado muchas puertas en los últimos tres días, pero ya me duelen mucho las piernas y tendría que dejar a Pride en el suelo para hacerlo de nuevo.

 

Antes de hacer lo que le exigían, colocó la cadena de seguridad y entreabrió la puerta. Efectivamente, allí estaba Envy, cubierto de sangre y mugre, su ropa un poco rota, con cara de pocos amigos y sosteniendo en brazos a...

 

—¿Necesitas más pruebas?—le preguntó el peliverde, arqueando una ceja.

 

De inmediato retiró la cadena y abrió. Se quedó viendo cómo el otro entraba y recostaba a Edward sobre su sofá-cama.

 

—¿Piensas cerrar la puerta o qué?

 

Nuevamente hizo lo que le demandaban(se encontraba demasiado turbado como para haberlo realizado por propia iniciativa) y permaneció deseando una explicación, pero sin animarse a preguntar nada.

 

—Será mejor que llames a una ambulancia y lo lleves a un hospital. Tiene una sobredosis—declaró Envy finalmente.

 

—¡¿Una sobredosis?!

 

—Sí, pero no es lo que tú crees—le respondió con fastidio frente a la cara que había puesto. —No fue su culpa. Y tampoco sé qué diablos fue lo que la causó. Unas píldoras que provocan una especie de hipnosis o amnesia, no estoy seguro. Jamás había oído hablar de ellas... Tú llévalo al hospital y diles eso.

 

—Y tú... ¿Tú qué vas a hacer?—inquirió al verlo quitarse el top y dirigirse hacia el lavabo.

 

—Necesito darme un baño, comer algo y dormir unas horas. Después debo ocuparme de un asunto urgente. Quizá me tome algunos días. No es que me guste mucho la idea de alejarme de Pride ahora que por fin lo he encontrado, pero no me queda otra alternativa. Y será mejor que me escuches: —le dijo, poniéndose serio y mirándolo muy fijo a los ojos. —He pasado por muchísimas, muchísimas cosas para rescatarlo. No escatimé “lastimar” gente, como notarás en la sangre que me cubre y que evidentemente no es mía. Tampoco estoy muy feliz por dejarlo contigo, pero por el momento ni él ni yo tenemos a nadie más. Sé que crees que te arruiné la vida y bla, bla, bla, pero no cometas ninguna estupidez que haga que me enfurezca y que tú te arrepientas, ¿de acuerdo?

 

El peliverde no esperó a que le contestara y cerró la puerta del baño en su cara. Alphonse dudó unos instantes, aunque luego terminó de reaccionar y tomó el teléfono para llamar al hospital.

 

En cuanto dejaron el edificio en la ambulancia, Envy aún seguía en la ducha, quitándose las imborrables manchas del crimen.

 


 

—Lo lamento. Hemos hecho todo lo que nos es posible, aunque, para ser sincero, no hay nada que podríamos haber hecho. Lo que sea que haya ingerido y que le causó semejante daño no dejó rastros en su organismo. Pero el daño, como he dicho, es innegable. Las diferentes zonas de su cerebro en las que se almacena la memoria han sido alteradas de variadas maneras, y no sabríamos a ciencia cierta qué es lo que recuerda ahora, si recuperará algún día algunos o todos sus recuerdos, o siquiera si despertará del coma. Nunca nos hemos topado con un caso semejante. Al menos sus signos vitales son buenos, y su vida no corre peligro. En verdad lo lamento mucho.

 

Tales eran los argumentos de todos los doctores que revisaron e hicieron estudios a Edward en el hospital. Por supuesto que entre ellos cuchicheaban y discutían arduamente acerca de con qué clase de drogas y químicos había experimentado el muchacho para divertirse.

 

“—Tan joven y tan apuesto... Qué pena.”

 

“—La juventud definitivamente está perdida”.

 

“—¿Y dónde estaban sus padres? De seguro drogándose por ahí como su hijo y contagiándose ETSs.”

 

Alphonse, desmoralizado, decidió llevarlo de vuelta a su apartamento, sabiendo que allí nada podrían hacer y careciendo de dinero con el cual seguir pagando las atenciones médicas. Una vez en su hogar, se dejó caer de rodillas sobre el suelo, sin saber qué hacer.

 

—Bueno... Al menos empezaré por bañarte—dijo, intentando sonreír.

 

Envy ya se había marchado; era como si nunca hubiese estado. Supuso que resultaba normal que uno perdiera el sentido del tiempo cuando se encuentra dentro de un hospital. No sabía si habían pasado dos o diez días.

 

Durante los minutos que tardó en llenarse la tina, se ocupó de desnudar al cuerpo inerte de su hermano con sumo cuidado. La pasividad del mismo frente a tal situación lo colmó de un indescriptible nerviosismo. Su piel, sus músculos, su respiración, su rostro... Todo daba la impresión de que únicamente se encontraba profundamente dormido. Y el pensar en su despertar también le infligía ciertos temores: ¿Qué Edward despertaría? ¿Aquél que había sido su hermano, o acaso el amante de Envy? ¿O un Edward completamente nuevo y desconocido?

 

Una vez que la mayor parte de su figura estuvo cubierta por el agua tibia, su desnudez ya no le importunó. Otros turbulentos pensamientos aprovecharon para acudir a él.

 

Ninguna píldora ni sobredosis había sido necesaria para alejarlos. Edward se había ido por su propia voluntad. Se había convertido en Pride. Lo había abandonado cuando más lo necesitaba.

 

¿Qué había hecho para merecer su desprecio? ¿Su total indiferencia? Mientras que Envy se trataba de un delincuente, un asesino, un mentiroso, un maldito borracho, un drogadicto... Él ni siquiera había sido capaz de odiar a su padre cuando éste los abandonó. ¿Por qué, entonces, era el que se había quedado solo? ¿Qué clase de justicia prevalecía, pues, en suerte semejante?

 

Él amaba a Edward. Lo admiraba y adoraba con todo su corazón.

 

Pero se había negado a ayudarlo cuando estuvo en peligro.

 

¿Había sido lo correcto?

 

De pronto sintió una enorme vergüenza.

 

Sus manos se movieron solas... Envolvieron tiernamente el cuello fraterno y lo hundieron hasta que la cabeza estuvo completamente sumergida. Algunas burbujas se desprendieron de la nariz del rubio y subieron hasta la superficie, pero ninguna reacción le dificultó la tarea.

 

Tan solo unos minutos, y luego... y luego... Pero...

 

Enseguida se dio cuenta de que el simple hecho de retirar sus manos no daría marcha atrás a sus actos. Tuvo que sujetar a su hermano por debajo de los brazos para levantarlo y evitar que continuara ahogándose.

 

—¡Nii-san! ¡Nii-san!—exclamaba mientras lo recostaba boca abajo sobre las baldosas del suelo y le palmeaba con fuerza la espalda. —¡Por favor, no te mueras! ¡No te mueras!

 

Por fin, la suerte de la que tanto renegaba, al menos en ese momento estuvo de su parte. Edward no despertó, pero su cuerpo por fortuna tenía energía como para toser un poco y vomitar el agua que acababa de entrar a sus pulmones.

 

—Te llevaré al sofá... —le dijo mientras lo envolvía en una toalla para trasladarlo al sitio que había mencionado. Lo hizo cabizbajo y sin animarse a mirarlo a la cara, avergonzado por lo que había intentado realizar.

 

Silencio.

 

Pudo haber pensado mil cosas, preguntado a sí mismo otras cientas. Sin embargo, se quedó sentado junto al sofá observando la puerta de entrada con añoranza, quizá deseando que Envy regresara para ponerle fin a tan amarga situación. Pero tal cosa no ocurrió, y de pronto descubrió que la respiración de su hermano le taladraba los oídos. Lentamente giró la cabeza para encontrarse con su rostro sereno, tan discordante con el de alguien que había estado a punto de ahogarse.

 

—Lo siento... —susurró, inclinándose para besarle la mejilla. —Lo siento, nii-san, perdóname—repetía mientras continuaba besando sus suaves facciones, su pequeña nariz, sus cejas rubias, sus párpados relajados. Supo que debía evitar sus labios cuando ya había apoyado sobre ellos los suyos. Cuando ya fue demasiado tarde para evitarlo todo... Ahora sí que pensaba, sí que se lamentaba. Se cuestionó, al mismo tiempo que no sin cierta aniñada curiosidad hacía las sábanas a un lado, si acaso las perversiones de Envy habían tenido algún efecto nefasto en su conducta y en su débil cordura. Los besos descendieron entonces por el cuello y el torso de aquél con quien compartía su sangre. Había algo desconocido, algo diabólico en él que lo obligaba a continuar. A llenar de besos y caricias al cuerpo inmóvil que pronto tuvo bajo su peso. A pasar sus manos por sitios por los que antes jamás había tenido interés. Algunas veces se había descubierto a sí mismo pensando indecorosamente acerca de su mejor amiga, Winry, pero enseguida se reprendía y olvidaba el asunto. En este momento todo era tan diferente, pues no tardó en darse cuenta de que le resultaba imposible sacudir la cabeza y olvidarlo todo. Una extraña punzada de placer concentrada en su entrepierna y la excitación en aumento lo distraían de sus represiones morales.

 

Qué ingenuo había sido al imaginar que una persona necesitaba previa instrucción y consejo para ejecutar lo que ahora hacía sabiamente guiado por el instinto. Qué ingenuo  sería echarle la culpa al mero instinto de que las piernas de Edward terminaran apoyadas sobre sus hombros...

 

—A... ¿Al?

 

La reacción del metabolismo de Alphonse frente al inesperado y milagroso despertar de su hermano fue tan cruel, tan insignificante, que rozaba con lo paródico. Su cerebro, por otro lado, moría por detener semejante locura, por abrazarlo y pedirle perdón de rodillas. Aunque lejos estaba de ser obedecido, como si cada uno de sus miembros estuviese atado por inquebrantables hilos de un deseo irrefrenable.

 

Creyó que enloquecería.

 

—Al... Al, ¿qué haces? Mamá... Si mamá llegase a vernos...

 

Presa de un horror tremendo, tanto por lo que él estaba haciendo como por los delirios de Edward, el castaño apretó las sábanas con fuerza. Quería parar, él quería parar.

 

—Al... Me haces daño... —balbuceó Edward en el momento en que introdujo su miembro en él.

 

—¡¿Entonces, por qué sonríes?!—le preguntó a gritos frente a tan discordante reacción, bañándole el rostro con sus lágrimas. —¡¿Por qué sonríes si te hago daño?!

 

—Porque... Se siente bien, ¿no es verdad? Tú te sientes bien haciéndome esto. Me hace feliz que tú seas feliz... Al...

 

Cuánta mentira, cuánta crueldad. Cerró los ojos y un nuevo caudal de lágrimas se filtró a través de sus párpados. Puede que en alguna parte de su subconsciente una voz le susurrara que cuanto más violenta, cuanto más profundamente poseyera al Edward que tan altruista sonreía, más posibilidades tendría de que éste se quedara a su lado, porque en lugar de detenerse, sus movimientos pélvicos se incrementaron en fuerza y velocidad. Así continuó, sin pensar en nada, hasta que finalmente alcanzó el clímax y se desplomó, agotado, derramando las últimas gotas de su esencia dentro del cuerpo del otro.

 

Se quedó dormido enseguida, probablemente deseando no despertar jamás.

 


 

—Sí, Envy, claro que comprendo tu punto de vista. Lo que quise decir fue que si no me hubieses rescatado tampoco habría sido el fin del mundo. ¡Al menos mis servicios eran bien remunerados!

 

La primera en entrar al apartamento fue Lust, quien se quedó un poco confundida por la escena que se le presentó allí dentro. La siguió Gluttony. Por último llegó Envy, sin duda el más afectado al ver a su querido Pride, completamente desnudo y despatarrado debajo de Alphonse, ambos profundamente dormidos.

 

—¡Alphonse Elric!—exclamó, a punto de echar fuego por la boca. —¡Me encantaría saber qué es lo que comprendes por no hacerme enfurecer!

 

Notas finales:

Continuará...


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