Otro día, habían visto -casi por obligación de Jiroh- una película cómica juntos, con cómica se refería a dibujitos animados haciendo tonterías que no daban risa…daban pena.
Que gustos cinematográficos tan elementales e infantiles tiene este niño pensó con fastidio el líder de Hyotei, agradeciendo que tuviera en sus manos su celular, aunque fuese solo para leer de nuevo el buzón de entrada.
–¿¡Viste Atobe!? ¿Viste? ¡Se cayó al agua! – susurró emocionado el chico, riéndose. Al aludido le parecía encantador verlo sonreír de esa manera tan jovial pero no podía evitar pensar en lo que podrían estar haciendo justo en ese momento, que se le había negado últimamente, de estar en otro lugar. No podía evadir la molestia que le causaba, sin embargo, para no amargarle la velada a su amado forzó su vista a concentrarse en la pequeña pantalla del móvil por el resto del filme.
Al salir de la función, Atobe se llevó literalmente a rastras al travieso chico que quería ir a la sala de juegos del centro comercial.
–Ya hice lo que querías, ahora te toca hacer lo que yo quiero–contrarrestó con forzada paciencia ante la queja del otro.
–Está bien. Pero igual no es justo– contestó resignado, con un puchero fastidiado.
Llegaron a la casa de Jiroh al caer la tarde, el crepúsculo, según el esculpido de “Eros-sama” Atobe era la hora más sensual del día. Solo en ese momento el sol confería a la atmosfera un delicioso y elegante tono anaranjado-rojizo, que se reflejaba con exquisitez en los orbes castaños del dueño de la casa.
Perfecto, hoy si
Planeaba casi con malicia lo que le haría a su querubín para compensar todos los disgustos que últimamente le hacía pasar. Entraron en la morada, subieron a la habitación. El chiquillo estaba de excelente humor así que no opuso resistencia a las caricias de Atobe y las correspondía distraídamente.
El Rey del tennis se emocionó al ver la acción del chico, comenzó a toquetear con mas descaro y rapidez, Jiroh se dejaba hacer soltando suspiros de vez en cuando, Keigo estaba a punto, todo salía como quería, Akutagawa estaba excitado, él también…todo perfecto.
La penetración no se hizo esperar, embestidas salvajes, movimientos sexys, sonidos lujuriosos…y mucha pero mucha ¿risa?
Abrió los ojos de par en par, el dormilón se estaba riendo a carcajadas, con los ojos fuertemente cerrados, el rostro rojo y sudado, haciéndose un ovillo, riéndose casi en el colapso nervioso.
Atobe quería llorar sangre…o hacerlo sangrar: no se decidía. Tanta así la risa del otro, que dejó de sostenerse de los hombros musculosos del semi dios griego y en cambio apretaba su estomago con sus manos.
–Y le dijo “No eres tú, ni yo… ¡es ella!” – la frase que había hecho que el chico soltara tal risotada en plena función, que fue mandado a callar por el público y regañado por el supervisor de la sala. Keigo simplemente quería morir. No esperó a que Jiroh dejara de reír, solo lo levantó, salió de él con cierta dificultad y recogió su ropa del suelo.
–Lo siento Atobe, pero me da mucha risa. No puedo evitarlo– se disculpaba con un gesto de la mano, secándose las lagrimillas de los ojos.
–Tranquilo, ríete cuanto quieras, yo estaré…ocupado– respondió tratando de sonar conciliador la con voz ronca, con un severo tic en el ojo.
–Nos vemos mañana– le dijo aún entre risas.
–Ajá– respondió de mala gana, y ya vestido, bajó las escaleras hasta salir de ese apartamento de pesadilla. Él también se reía, pero con una risa amarga y lúgubre.