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Amaranth por KakaIru

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Notas del fanfic:

Uish! Este es un fanfic bastante viejo que nunca pensé en terminar. Pero... parece que sí ;D

 

Y como dije, se lo dedico a mi encantadora Beta, Scap-chan! ;D Porque no sé cómo demonios puedes lidiar conmigo, de verdad! Mil besossss!!!! n3n

Notas del capitulo:

Gosh, más notas? Pues... etto... es un GaaLee!!! Aunque al final quedó (en mi opinión) más LeeGaa, pero bueeeeeh... Son Gaara y Lee, así que eso es suficiente para mí ;D

 

Espero que disfruten con el (ofensivamente) largo One-shot!!!

 

Enjoy! ;D

 

 

Amaranth

Un One-shot Gaara/Lee

 

 

 

 

 

 

Reaching, searching for something untouched

Hearing voices of the Never Fading calling

 

Caress the one, the Never Fading

Rain in your heart, the tears of snow white sorrow

Caress the one, the hiding amaranth

In a land of the daybreak

 

 

 

 

 

* * *

 

 

 

—¿¡Tuviste sexo con un muerto!? —exclamó Kankuro en lo que pareció un chillido y un gimoteo.

 

 

Miró a su hermano como si le hubiese crecido otra cabeza y por momentos dio la impresión de ser como un pez fuera del agua, aunque tal vez esto se debió a la boca tan abierta como la tenía. Si Gaara se esforzaba, y hubiese tenido las costumbres de antaño, habría podido introducir un puño entero en la boca de su hermano sin ningún tipo de problemas.

 

 

—No lo digas así —repuso con expresión seria, queriendo ignorar las miradas que en ese momento estaban puestas en ellos. Toda la cafetería parecía haberlos coronado como el acto del día, y a Gaara esto lo estaba molestando... y mucho.

 

 

—¿Pero estaba muerto? —repitió el castaño sin aún poder creérselo, pero esta vez limitando el tono de voz para no atraer tanto la atención, cosa que su hermano agradeció internamente— ¿Muerto muerto?

 

 

—No, muerto vivo, ¡claro que muerto! —dijo Gaara con obvia impaciencia— Pero... fue extraño.

 

 

Kankuro le dirigió una cara graciosa.

 

 

—¿Tan mal estuvo?

 

 

—No, todo lo contrario —contestó el pelirrojo con seriedad—. El sexo fue asombroso.

 

 

—Sin descripciones, por favor.

 

 

—No iba a hacerlo —dijo encogiéndose de hombros. Dedicó una mirada furtiva a la taza de chocolate y a las galletas de canela que estaban destinados al cesto de la basura—. Nunca había estado con una persona así.

 

 

—Diablos, Gaara, suenas como si quisieras repetirlo —cuando el otro no respondió, le miró nuevamente con esa expresión suya que avisaba de algún daño a su cerebro que probablemente sería irreparable— ¡Gaara! ¡No lo dirás en serio! ¡Un muerto!

 

 

—Cállate, Kankuro —desvió el rostro a un costado, tratando de esconder el rubor que comenzaba a apoderarse de sus mejillas—. Además, no creo que haya ninguna posibilidad.

 

 

—Claro —gruñó Kankuro entre dientes, y el pelirrojo no supo si lo decía en serio o realmente había usado una nota de sarcasmo—. Lo que no entiendo es cómo te diste cuenta de que estaba muerto. Es decir, no iba con un letrero colgado en el pecho, ¿o sí?

 

 

El pelirrojo ni siquiera dignificó la pregunta con una respuesta. Le dedicó una mirada seria y penetrante.

 

 

—Podría haber sido un gigoló.

 

 

—No era un gigoló —expresó Gaara con aire ofendido—. Cuando me levanté esta mañana ya no estaba. Pensé que se había ido, y la verdad es que no me habría sorprendido en lo más mínimo.

 

 

—Tú mismo eres de los que tiene esa costumbre, ¿o no?

 

 

Gaara decidió que mejor era ignorar el tan acertado comentario. Sí, él era de los que hacía ese tipo de cosas, pero el asunto que estaban discutiendo no eran sus manías, sino el hecho de que él había pasado una de las mejores noches de su vida y justo la persona que no quería que se marchara al día siguiente, había desaparecido. Y eso no era lo peor, sino que aparentemente Gaara había tenido sexo no con un ser humano vivito y coleando, sino con uno que llevaba más de tres años en el otro mundo. ¿Podía su suerte ser peor?

 

 

—El punto es que no estaba —continuó su relato con voz medida, recordando los sucesos pasados—. Lo busqué por todas partes e incluso le pregunté al portero si lo había visto salir.

 

 

—Y te dijo que no.... —adivinó el mayor de los hermanos.

 

 

—Exacto. Luego encontré aquel periódico que hablaba del incendio en el edificio hace tres años. Su rostro estaba entre las fotos de las víctimas que perecieron entre las llamas.

 

 

—¿Pero estás completamente seguro?

 

 

—Más que seguro, Kankuro. Incluso investigué y sí, era él. Todo concuerda, la edad, el nombre, e incluso la ropa que llevaba puesta. Era él sin duda alguna.

 

 

—¿Y qué vas a hacer ahora? No puedes perseguir a un difunto...

 

 

—Pues... 

 

 

—¡No lo digas! —interrumpió el castaño. Gaara no iba a decir lo que él pensaba que diría, ¿cierto? Pero por su mirada decidida, la respuesta era más que obvia— ¿Gaara, te das cuenta de lo que estas insinuando? Tuviste sexo con un muerto, y te gustó. ¿Eso te convierte en un necrofílico? Eres asqueroso...

 

 

—Cierra la boca, Kankuro —pidió el pelirrojo masajeándose las sienes—. No es nada de eso. Es sólo que no quiero que las cosas queden así.

 

 

—¿Y cómo quieres que queden?

 

 

—Pues... quiero verlo una vez más.

 

 

—¡No me jodas, Gaara! Vas a buscar a un muerto, ¿y para qué? ¿Y qué te hace pensar que lo vas a encontrar? ¿Usarás la guía telefónica o qué?

 

 

—Kankuro, no seas idiota. Quiero encontrarlo para saber por qué...

 

 

—¿Por qué se acostó contigo? —el pelirrojo asintió. Esa era una de las interrogantes que tenía. Las demás pues... Kankuro no tenía por qué saberlas— ¿Y dónde piensas buscarlo? Digo, si se puede saber...

 

 

—He pensado que el primer sitio es en el cementerio.

 

 

—¿¡QUé!? —este fue Kankuro, gritando de forma histérica y escupiendo el café que recién se había llevado a los labios.

 

 

Gaara le miró con furia por su actitud aparentemente tan chiquilina y por el modo tan ridículo en que estaban atrayendo las miradas del resto de los presentes.

 

 

—¿Quieres calmarte?

 

 

—¡Pues adivina! No, no quiero calmarme —y su actitud sugería esto justamente—. Gaara, ¿te estás escuchando? Quieres ir a un cementerio en busca de un chico MUERTO con el que tuviste sexo UNA noche, ¿y lo dices de esa forma tan campante? ¡Como si fuese la cosa más natural del mundo!

 

 

—Es que no entiendes, Kankuro —y tan sólo por el tono tan angustioso en que lo dijo, Kankuro se detuvo a mirarle, esperando a que continuara, y por momentos aparentó más lúcido de lo que realmente era—. Sé que suena a estupidez, sobretodo viniendo de mí, pero lo que sentí anoche fue...

 

 

—No me digas... “especial” —el mayor de ambos tuvo que hacer hasta lo imposible para no rodar los ojos.

 

 

Porque, contrario de lo que esperaba, Gaara asintió débilmente.

 

 

—Necesito verlo de nuevo.

 

 

—Pero Gaara, aunque lo veas... está muerto. Estaba muerto antes de que lo conocieras y cuando lo vuelvas a ver seguirá estando muerto. No puedes llevar una relación con un cadáver.

 

 

—No tienes que decir lo obvio, Kankuro.

 

 

—Sí, sí lo tengo que decir. Para ver si algo de sentido común te entra en esa cabezota que tienes. Porque por más que te diga que esto no tiene sentido, que deberías buscarte cualquier otro tipo que follar, sé que no me harás caso.

 

 

El pelirrojo volvió a asentir y su hermano soltó un suspiro de hastío.

 

 

—Muy bien —accedió finalmente, y aún a sabiendas de que se arrepentiría, y tal vez de por vida, añadió:—. Entonces te escucho... ¿cuál es tu plan?

 

 

 

 

* * *

 

 

 

 

Gaara contempló a su alrededor. Nunca, ni en sus peores pesadillas, hubiese pensado que terminaría en un cementerio a causa de una buena noche. Kankuro había protestado un buen rato pero finalmente le había ayudado a llegar hasta allí. Había buscado toda la información, había movido un par de hilos y hablado con las personas correctas y finalmente le había llevado justo hasta donde necesitaba. Hasta la lápida de Rock Lee.

 

 

Una vez estuvo allí, contempló las viejas inscripciones, con las negras letras cubiertas de polvo y sin embargo tan visibles como si hubiesen sido trazadas ayer. El lugar parecía olvidado, sin flores ni nada. Tan sólo la piedra, el nombre, había muerto tan joven, y un débil epitafio que rezaba 'aquí yace el alma noble'. Una caligrafía que parecía hecha a mano, y Gaara acarició las letras como si de algún modo pudiese borrar la tinta.

 

 

Esa noche no asomaba ni una estrella, era todo nubes, la sombra de una luna llena y leves murmullos de un viento que mecía las hojas secas que acompañaban a ese decoroso suspiro melancólico propio de los cementerios. Gaara odiaba ese tipo de sitios, pero estaba allí, esa noche y no otra. Llevaba en la mano una linterna, su hermano había aconsejado una pala, y en ese preciso instante no sabía qué hacer. La piedra de la tumba de Lee se sentía fría, y el pelirrojo se preguntó por qué el sitio se sentiría tan abandonado, tan vacío.

 

 

—Lee... —llamó suavemente siquiera antes de ser consciente de ello— ¿Puedes oírme?

 

 

Cuando no obtuvo respuesta se sintió un poco idiota. ¿Qué hacía él hablándole al viento? Tal vez Kankuro tenía razón... Tal vez todo lo ocurrido había sido producto de la borrachera. Pero entonces, pensando en ello, ¿por qué habría él de soñar con alguien a quien ni conocía? ¿Por qué con Lee?

 

 

De algún modo... todo lo que hacía le parecía lógico. Tenía, de pronto, todo el sentido del mundo.

 

 

—Lee, ¿me escuchas? —nuevamente sólo silencio, inmutable e imperturbable silencio— Soy yo, Gaara.

 

 

Al decir su nombre el viento sopló más fuerte, como Gaara había visto que sucedía en las películas. Esperó a que algo apareciera, algún fantasma, algún ruido ensordecedor, pero nada.

 

 

—Lee... —repitió, y el viento aumentó, haciéndole latir los oídos hasta que no fue capaz de discernir otro sonido más que ese— Lee... —el viento azotó más fuerte, haciéndole tambalear en su sitio y amenazando con volar su linterna— ¡Lee!

 

 

—¿Qué sucede?

 

 

El viento se detuvo de pronto.

 

 

Gaara se paralizó, inmóvil, respiración detenida y los ojos ardiéndole. Conocía esa voz. La conocía demasiado bien.

 

 

—¿Lee? —y cuando volteó a verle era el mismo que la vez anterior.

 

 

Llevaba la misma ropa, los vaqueros desgastados y la remera verde, calzando los tenis que debían haber visto épocas mejores y las pulseras que resplandecían a causa de la luz de la linterna.

 

 

—¿Me buscabas? —su voz sonaba igual sino es que más suave. Su pelo era igual de brillante, en ese peculiar corte de bacinica, y sonrió con la misma soltura, la misma facilidad.

 

 

Gaara le sintió hasta más joven, su piel más reluciente, casi saludable. Pero de pronto, entre toda la oscuridad y el silencio y el canto de las cigarras, aparentaba una figura superpuesta. Era como debían ser los fantasmas, supuso. Y por un instante Gaara se sintió... intimidado, casi temeroso. Pero hizo su miedo a un lado, enfundado con su linterna y reprochándose por no haber llevado la pala, aunque realmente no podría haberle encontrado un uso. Se atrevió a dar un paso en dirección a Lee, quien le observaba.

 

 

—¿Eres tú?

 

 

—¿Quién más podría ser? —contestó con otra pregunta, sonriente— Después de todo es mi tumba...

 

 

El pelirrojo permaneció en silencio, mirándole.

 

 

Quiso tocar su rostro. Le recordaba tan suave, y las emociones habían sido tan intensas...

 

 

—¿A qué has venido?

 

 

—No lo sé... —no sabía; de pronto no sabía.

 

 

—¿No sabes? —repitió Lee con burla, y Gaara apretó los puños.

 

 

—La verdad es que quería saber... ¿por qué? ¿Por qué te acostaste conmigo?

 

 

—Porque incluso los fantasmas necesitamos algo de diversión de vez en cuando, Gaara —contestó llevándose una mano al rostro, echando hacia atrás sus lacios cabellos del color de la noche.

 

 

El pelirrojo no pudo evitar sonrojarse, por la forma en que lo dijo y porque había adorado el sexo esa única vez.

 

 

—Veo que tu también lo... disfrutaste —continuó el fantasma.

 

 

Una larga y jovial risotada se extendió por el cementerio.

 

 

Gaara no se dejó intimidar por él.

 

 

—¿Por qué yo? —preguntó entonces.

 

 

Y la risa disminuyó hasta hacerse un murmullo casi placentero.

 

 

—Podría haber sido cualquiera.

 

 

—Pero fui yo. ¿Por qué?

 

 

Lee permaneció en silencio. Su rostro lució pensativo. Su expresión, por contados segundos, se hizo más oscura, y Gaara temió haberle enfadado. Sus pobladas cejas se fruncieron, dándole una apariencia más vieja de la que en verdad tenía.

 

 

—No lo sé —dijo luego de lo que pareció una eternidad—. Realmente no lo sé.

 

 

—Debe haber una razón.  que hay una razón.

 

 

—Tal vez... tal vez fue porque tú podías verme —susurró Lee desviando la mirada al suelo, sus gemas del color del ébano como si pudiesen taladrar agujeros en la superficie. Su voz era melancólica, perdida—. Pasé tanto tiempo en la oscuridad, encerrado; y estaba tan solo... Y de pronto apareciste ahí. Me hablaste. Fuiste la primera persona en tres años que me dirigió la palabra. Y estabas interesado en mí. Aunque quisieras sólo mi cuerpo, ¿sabes cómo me hiciste sentir?

 

 

—Vivo... —completó Gaara sin darse cuenta, ojos entrecerrados.

 

 

Lee le miró, con los enormes ojos bien abiertos y acuosos, como si contuviera las lágrimas.

 

 

Efectivamente.

 

 

—Ciertamente, tal vez no fue una coincidencia que fueses precisamente tú.

 

 

Gaara le escuchó de forma atenta.

 

 

—Quizás estabas tan solo como yo. Lo único que nos diferenciaba es que tú estabas vivo y yo muerto. Pero ambos estábamos entumecidos, abandonados, temerosos.

 

 

—No tenía miedo... —opuso Gaara sin muchas fuerzas, pero Lee pareció no escucharle, o más bien fingió hacerlo.

 

 

—Tenías miedo —continuó, su voz cargada de seguridad—. De vivir, de estar solo. ¿No te das cuenta? Éramos iguales. Todos estos años y lo único que queríamos era... que alguien escuchara. ¿No es así, Gaara?

 

 

No supo cómo, o en qué momento lo hizo, pero unas suaves manos le levantaron el rostro, y cuando lo vio estaba muy cerca. Cerca de unos ojos que parecían tragarlo todo y que hablaban de cosas que había padecido siempre, de emociones que habían estado ocultas pero que siempre habían permanecido allí, atormentándolo. Esas lagunas negras hablaban de soledad y aislamiento, de un sufrimiento que era más poderoso que cualquier otra cosa, de un deseo de ser comprendido, de ser escuchado, de ser querido.

 

 

Entonces sus labios estaban demasiado cerca. Y le besó. Tenía la boca fría, y un sabor que nunca antes había degustado. Era, propiamente dicho, besar a un muerto. Se sentía mal, se sentía equivocado, y al mismo tiempo no podía apartarse de él. Sentía que podía morir besando esos labios. Y cuando cerró los ojos, de pronto, su cuerpo se sintió liviano. Y su mente se llenó de memorias. Memorias y recuerdos que eran suyos, y otros que no...

 

 

Aquella había sido una tarde calurosa, propia de un verano. Cuando abrió los ojos de nuevo Gaara pudo verlo, y al momento se dio cuenta de que no eran sus ojos. No eran sus emociones y sin embargo le ardía justo encima del corazón. Entró en su departamento y resultó ser que no era el suyo. Las luces estaban apagadas, la sala silenciosa. No sabía el motivo, pero le dolía el pecho, como si tuviese una enorme herida allí. Caminaba de forma lenta, y las imágenes se iban haciendo borrosas, distantes. Se movía de forma torpe, y al llegar al baño, la imagen de su reflejo le dejó sin aliento. Tenía los ojos rojos por el llanto, lucía una vieja remera verde y, al verse, la imagen de Lee le miró de regreso. En ese momento comprendió que lo que le impedía ver con claridad eran sus propias lágrimas, y que aquel dolor en el pecho no era más que el resultado de una decepción tras otra.

 

 

Se había acercado a la bañera. Dejaba el agua correr. Estaba caliente, pero de pronto fría. Se introdujo sin siquiera quitarse la ropa. Hundió hasta medio rostro y se estuvo así hasta que los pulmones le ardieron, pero ni siquiera así se detuvo. Cerró los ojos un momento, sintiendo las lágrimas fundirse con el agua. Deseaba que se detuvieran así como el dolor que le cruzaba el pecho. Pero nunca paraba. Al contrario, se hacía más potente, más intolerable. El agua, sino llenaba sus pulmones, al menos ahogaba su llanto.

 

 

No se había dado cuenta hasta ese momento, pero en las manos llevaba un cuchillo, o una navaja, no podía distinguirlo bien, pero estaba filosa. Cortó a través de su piel como si nada en el mundo pudiera detenerla. Y la piel cedió, delicada, inocente, y de ella brotó la sangre. El dolor entonces dejaba de ser tal y al mismo tiempo lo era todo. Más que un dolor psicológico era uno físico que se extendía por cada célula de su cuerpo. La sangre, en ese instante, se había apoderado de todo, hasta de sus pensamientos.

 

 

La piel de su antebrazo parecía hecha de papel y los cortes eran profundos y largos. Una línea horizontal, otra diagonal, y muchas más, como si su propio cuerpo tuviese la culpa de todas las desgracias que le aquejaban. Lo supo Gaara en ese momento como lo supo Lee en aquel instante: no había salida. Ese era el momento definitivo, y cuando estuvo lo suficientemente satisfecho, dejó descansar sus lastimadas extremidades un poco sobre el borde de la bañera. El agua fría le alivió un poco, lo necesario como para llevarle una última sonrisa a los labios.

 

 

Esa tarde había sido la última. Y cuando las llamas devoraron el edificio, ya Rock Lee había partido de este mundo desde mucho antes.

 

 

Por eso no había podido escuchar las sirenas de los bomberos. Por eso había permitido que el fuego lo consumiera todo, que purificara su alma luego del pecado que había cometido.

 

 

La Redención.

 

 

Un plan perfecto.

 

 

—Pero no desaparecí, como pensé que sucedería...

 

 

La voz de Lee adquirió un matiz taciturno y apagado. Gaara no recordó, ni recordaría, como había llegado hasta aquel alejado rincón. Pero la cabeza le dolía horrores, y el corazón. Arrodillado sobre el sucio suelo, una mancha de vómito descansaba debajo de él. Cuando intentó levantar la cabeza una nueva arcada le obligó a devolver el desayuno. En ese momento se sintió enfermo, y la voz de Lee era como hilos de sufrimiento que se enredaran en su alma, apretando y apretando, arañando hasta hacerla sangrar.

 

 

Por algún motivo desconocido Gaara pareció solidarizarse con el pesar de Lee, con lo que había sentido y que asemejaba tanto a su propia pena. Sí, Gaara sabía de soledad, de tristeza y de auto-compasión. Lo sabía demasiado bien.

 

 

—Quedé vagando en una especie de limbo —relató Lee sin mirar a Gaara ni un segundo, como si simplemente hablara a la nada—. Todo era oscuridad para mí, y silencio. Hasta que apareciste. Cuando me hablaste por primera vez no estuve seguro de si te referías a mí, pero sí. Me estabas mirando —al decirlo sonrió, como si hablara de una memoria muy preciada para él—. Fuiste la primera persona que me deseó... luego de tanto tiempo.

 

 

Fue lo último que dijo, y cuando calló fue como si el mundo hubiese callado con él. Miró a Gaara levantarse de su sitio, rostro pálido, mejillas amarillentas y mirada afiebrada. Se limpió la boca sucia con la manga de su camisa y sintió un sabor hediondo en los labios. Cuando observó a Lee de nueva cuenta, su imagen era borrosa, parecía moverse de un sitio a otro. Pero, extrañamente, le pareció más atractivo que la noche en la que habían intimado. Era esa cierta atracción en el hecho de saber a ciencia cierta que estaba muerto, que nada de eso tenía sentido y que, sin embargo, le tenía allí en frente, tan cerca con su hechizo espectral que parecía inundar todo el cementerio.

 

 

—No vas a dejarme, ¿cierto? —preguntó Gaara apoyándose en la lápida que tenía más cerca. La lápida de Lee.

 

 

—¿Quieres que lo haga? —cuestionó el pelinegro a su vez.

 

 

Gaara negó lentamente.

 

 

—No quiero —dijo de forma categórica, más que convencido—. No quiero que te vayas nunca.

 

 

Lee tan sólo sonrió más ampliamente.

 

 

—Entonces nunca me marcharé. Aunque luego te arrepientas, nunca te dejaré ir...

 

 

 

 

* * *

 

 

 

 

Kankuro dio un largo y sonoro sorbo a su trago. Sus ojos tenían que estarlo engañando, y sus oídos también. Terminó su vaso y pidió otro, el cual apuró rápidamente por su garganta, sintiendo una sensación como de ardor extenderse por todo su cuerpo. Iba a emborracharse, tenía que emborracharse. Porque no había manera posible o imaginable de lidiar con el ser extraño que tenía enfrente.

 

 

—Vamos, Gaara —ronroneó un rubio con voz sensual mientras hacía intento de colarse entre las piernas del susodicho—, no te arrepentirás.

 

 

—Lo siento, Naruto —respondió el pelirrojo con una ínfima y casi imperceptible sonrisa en los labios—. En este momento estoy en una relación formal. No puedo acostarme contigo, ni con nadie, de hecho.

 

 

El rubio hizo un delicioso puchero que, de haberse tratado del Gaara normal y no de aquel desconocido ser que asemejaba al hermano menor de Kankuro, le habría tenido comiendo de la palma de su mano. Pero al parecer no esa noche, y posiblemente no las que vendrían.

 

 

—¿Ni siquiera por los viejos tiempos?

 

 

Gaara soltó una pequeña risita, pensando en Lee.

 

 

—No, ni siquiera por los viejos tiempos —tras decir esto le bajó toscamente de su regazo.

 

 

Naruto le dirigió una mirada airada y se fue soltando improperios, pero Gaara ni un poco de atención pareció prestarle. Devolvió la mirada a su trago, el cual ni siquiera había tenido oportunidad de probar antes de la interrupción de su antiguo amante; aunque decir 'antiguo amante' sería darle demasiado crédito a lo que sólo había sido una noche de sexo que se había repetido en contadas ocasiones.

 

 

—¿En dónde íbamos? —preguntó a su hermano.

 

 

Pero Kankuro no respondió. Demasiado sorprendido con esta actitud suya. ¿Dónde demonios había quedado el antiguo Gaara, el pelirrojo que no desperdiciaba una oportunidad para colarse entre los pantalones de cualquier chico lo suficientemente apuesto como para desatar su libido?

 

 

El asunto con el cementerio había tenido lugar una semana atrás, y desde aquella noche Kankuro podía jurar que su hermano no había vuelto a ser el mismo. Algo había ocurrido en aquel sitio, y Gaara había cambiado. Ya casi ni podían verse. Cuando llegaba la noche, el pelirrojo simplemente desaparecía. De hecho si estaban allí esa noche era porque Kankuro había esperado a su hermano a la salida de su trabajo y prácticamente le había secuestrado y llevado a ese antro. Eso explicaba, de algún modo, porqué Gaara aún llevaba el traje de la oficina.

 

 

—Gaara, ¿estás bien?

 

 

El otro asintió:— Perfectamente, ¿por qué?

 

 

Kankuro tragó el nudo que comenzaba a formarse en su garganta.

 

 

—Es sólo que... —hizo una pausa, meditabundo— desde hace días que no podía verte —forzó una sonrisa sobre sus labios—. Quería preguntarte como te había ido con... con lo del muerto.

 

 

—Lee, su nombre es Lee —le rectificó sin problemas—. Y todo salió bien.

 

 

—¿Bien? ¿En qué sentido?

 

 

—No pudo salir mejor, Kankuro. Ahora mantengo una relación con él. Obviamente no podemos vernos cuanto quisiéramos, pero al menos en las noches siempre estamos juntos. Nos reunimos luego de que salgo de trabajar y tenemos sexo en el cementerio.

 

 

Kankuro no pudo dar crédito a lo que escuchaba. No sabía realmente qué era lo que más lo perturbaba, si el hecho de que Gaara aceptara tener una relación con un muerto, lo cual decía muy poco de su sanidad mental, o el que confesara tener sexo con un cadáver en un cementerio. Bebió su trago como si contuviera agua y, cuando miró a Gaara, había en sus ojos una mezcla de preocupación, incredulidad y asco. 

 

 

—Gaara... —no supo qué decir. Cualquier cosa que dijera de igual modo iba a sonar mal, iba a sonar retorcido; entonces optó por lo más sano— Gaara, quiero que veas a un psiquiatra.

 

 

Esto le ganó una severa mirada de parte de su hermano.

 

 

—¿De qué demonios estás hablando?

 

 

—Es en serio. Tienes que ir a una consulta. ¿Cómo es eso de que eres novio de un fantasma? ¿Te das cuenta de lo descabellado que eso suena?

 

 

—No me importa —opuso el pelirrojo respirando hondo. Estaba preparado para eso, y para cosas peores—. No iré a ver a nadie. No estoy loco.

 

 

—Permíteme dudarlo.

 

 

No estoy loco, Kankuro —dijo como si fuese la cosa más obvia—. Y no voy a ir a ver a ningún psiquiatra.

 

 

—Pero Gaara, ¡deberías! Lo digo en serio.

 

 

—Yo también lo digo en serio, Kankuro. Y doy por terminada esta conversación.

 

 

De forma airada se levantó de su asiento, ignorando el rostro furibundo de su hermano y sus gritos histéricos para que regresara. Pero Gaara tenía mejores cosas que hacer que perder el tiempo con su hermano. Esa noche, tenía un celoso amante al cual visitar.

 

 

 

 

* * *

 

 

 

 

Nada más visualizar la lápida de Lee frente a él, Gaara sintió un par de delgados aunque fuertes brazos enrollarse alrededor de su cintura, y fue automáticamente sumido en un asfixiante abrazo. Presionado contra el pecho de Lee, el pelirrojo notó, no sin cierta fascinación, que no podía escuchar los latidos de su corazón, y que tampoco tenía ningún aroma. Perfectamente Gaara podía estar abrazando al viento y no iba a haber ninguna diferencia.

 

 

—Tardaste mucho —ronroneó Lee aún sin soltarle—. ¿Dónde estabas?

 

 

—Lo siento —se disculpó Gaara de inmediato, y se apresuró a besarle pasionalmente en los labios.

 

 

Lee le recibió gustoso, y se besaron largamente; pero cuando se separaron, Gaara le vio con el ceño fruncido, luciendo levemente molesto.

 

 

—¿Pasa algo? —inquirió, preocupado. 

 

 

Estaba acostumbrado a las risas y los cariños, no a la expresión de absoluta ira y rencor. Gaara odiaba verlo así. De las memorias de Lee había tomado aquellos sentimientos que tanto le habían herido, y procuraba no lastimarle de aquella misma forma.

 

 

—Besaste a alguien más —estipuló Lee con voz grave, no preguntó ni dudó. Contempló la expresión descolocada de Gaara y lo condenó siquiera antes de escuchar su defensa.

 

 

—Lo siento, fue algo sin importancia —se explicó a duras penas—. Naruto, un chico con el que salía. Me besó y...

 

 

—¿¡Y lo dejaste que te besara!? —gritó Lee perdiendo los estribos, gesticulando de forma excesiva.

 

 

—Claro que no —se defendió el pelirrojo acercándose a él y atrayéndolo en un nuevo y más poderoso abrazo. Le tuvo de espaldas, la cual juntó con su pecho, y le habló directamente sobre la nuca, suavemente, de forma calma buscando amansarlo—. Perdóname. No volverá a ocurrir.

 

 

—Eso espero, Gaara —amenazó Lee sin que su tono lo delatara; se hundió en el pecho del pelirrojo y permitió que le besara el cuello. Finalmente soltó un suspiro de gusto. Entre dientes, murmuró:—. Cuando vuelvan a acercarse a ti, aléjalos.

 

 

—Lo haré —respondió el otro, más ocupado en devorar su piel.

 

 

—Lo digo en serio, promételo. Prométeme que no dejarás que nadie te toque, que te bese. Sólo yo y nadie más que yo. ¿Comprendes?

 

 

—Por supuesto que sí, Lee. Lo prometo —juró mientras colaba sus manos por debajo de la remera verde. 

 

 

Lee tan sólo se entregó al contacto, cerrando los ojos.

 

 

—No sé qué haría sin ti —susurró Gaara contra su cuello.

 

 

El pelinegro sonrió.

 

 

—¿Me amas?

 

 

—Te amo —respondió el más joven, como poseído—. Sólo tú puedes entenderme. Nadie más.

 

 

Al decir esto, Lee se volteó de pronto. Con un ímpetu excesivo y una fuerza arrolladora le besó en los labios, como si quisiera ahogarlo. Lo abrazó de tal forma que Gaara pudo jurar que había escuchado sus huesos crujir. Pero nada de eso le importó. Lee sabía... él sabía qué palabras decir, cómo decirlo. Todo lo que Gaara sentía, él lo transformaba en palabras que lo reconfortaban, palabras de entendimiento. Realmente Lee lo comprendía.

 

 

—Claro, Gaara —dijo Lee con voz hipnótica una vez se hubo separado. Lo miró a los ojos directamente—. Porque tú y yo somos iguales. Ninguna otra persona te entenderá más de lo que yo te entiendo; ni tampoco te querrá más de lo que yo te quiero —entonces repitió—. ¿Me amas?

 

 

Y, como sumido en un trance, la contestación llegó.

 

 

—Te amo —nunca podría cansarse de decirlo—. Te amo tanto, pero Kankuro piensa que estoy loco. Dice que nuestra relación no tiene sentido.

 

 

Lee le apretó más fuerte.

 

 

—Shhh... no importa lo que Kankuro diga. No importa lo que el mundo diga, tú y yo estamos destinados a estar juntos. ¿Entiendes, Gaara? Juntos...

 

 

El pelirrojo asintió, sus ojos entrecerrándose, completamente relajado.

 

 

—Sí, juntos...

 

 

 

 

* * * 

 

 

 

 

Kankuro tocó a la puerta y esperó. Estaba preocupado, y esto normalmente no pasaba. Sentía un vacío en el estómago que se acrecentaba conforme el tiempo pasaba y Gaara no contestaba en su departamento. Volvió a golpear con los puños, y cualquiera que le mirara pensaría que arremetía con zaña contra la pobre puerta. Pero nada de eso. Kankuro estaba preocupado de veras. Esa mañana, tras regresar de su usual caminata hasta la cafetería, le había recibido un mensaje de la oficina en la que trabajaba su hermano. Gaara no se había presentado en la empresa y tampoco contestaba a su celular. Esto, por sí solo, era suficiente alarma, y ahora, para colmo, no daba señas de vida.

 

 

Como perdiendo la cabeza, gritó el nombre de su hermano.

 

 

—¡Gaara!

 

 

Del otro lado se escuchó como si alguien tropezara y luego el sonido de vidrios al quebrarse.

 

 

—¿Qué pasa? —preguntó un adormilado Gaara abriendo lentamente la puerta.

 

 

El castaño le observó, alucinado. 

 

 

Su hermano ni siquiera se había cambiado la ropa del día anterior. En ese momento llevaba la camisa abierta y por fuera, el pantalón lleno de pliegues, el pelo revuelto y una cara que denotaba una obvia falta de sueño. Y como para apoyar tal pensamiento, el pelirrojo lanzó un largo y muy poco educado bostezo.

 

 

—Kankuro, ¿qué haces aquí? —arrastró las palabras como si estuviera ebrio, aunque el otro sabía que ese no era el caso.

 

 

—Estaba preocupado por ti, ¿qué más? —hizo a su hermano a un lado y se internó en el departamento sin importarle si el otro le seguía o no.

 

 

—Claro que puedes pasar —dijo Gaara con sarcasmo mientras cerraba la puerta a sus espaldas.

 

 

Siguió a su hermano hasta la sala y lanzó todo su peso en el cómodo sofá de cuero. Kankuro tomó asiento a su lado, en la esquina más alejada del sofá, y desde allí se dispuso a disecar al pelirrojo con la mirada. Nunca antes le había notado de ese modo. Tenía la piel extremadamente pálida y, por lo mismo, las ojeras que rodeaban sus ojos se hacían más notables, al igual que el tono rojo de su cabello.

 

 

—¿Y bien? —preguntó Gaara recostándose hacia un lado del sofá, observado a su hermano con ojos entrecerrados. Dio la impresión de que volvería a dormirse de un momento a otro, probablemente a mitad de una oración. Y aunque el pensamiento de algo como eso ocurriéndole a su hermano resultaba casi hilarante para Kankuro, en ese momento no hizo sino agudizar su preocupación.

 

 

—No fuiste a trabajar hoy —comenzó el mayor de ambos hermanos con voz clínica.

 

 

Gaara tardó un par de segundos en responder, como pensando. Era cierto... había faltado al trabajo y ni siquiera se había dado cuenta de ello. Tal vez el despertador no había sonado, pero entonces yacía estampado contra la pared. ¿En qué momento? 

 

 

—Estaba cansado —contestó a lo último—. He estado trabajando horas extra en la oficina. Me quedé dormido.

 

 

Kankuro no comentó el hecho de que Gaara nunca se quedaba dormido. ¡Si tenía el sueño tan delicado como una pluma! En cambio, dijo:

 

 

—¿A dónde fuiste anoche?

 

 

—Estaba con Lee —contestó sin ningún problema, atento a las reacciones de su hermano, quien tan sólo apretó los puños—. ¿Sabías que este era su departamento?

 

 

—No, no lo sabía —dijo el castaño fingiendo interesarle el tema. Tal vez si escuchaba lo que Gaara tenía que decir y le convencía de lo mal que estaba su seudo-relación con ese tal Lee, podría convencerle de ir a terapia. Pero entonces se preguntaba, ¿en qué punto su hermano había caído en ese extraño hoyo? Había sucedido tan rápido, de la noche a la mañana...

 

 

Tan sólo un día había estado bien, bebiendo en el bar. Y a la mañana siguiente decía que había tenido el mejor sexo de su vida con un chico muerto. Y luego el cementerio, sus palabras, sus ojos... ¿en qué punto lo había perdido?

 

 

—Antes del incendio vivía aquí —relató Gaara perdiéndose en las memorias que había extraído de Lee aquella lejana noche en el cementerio—. ¿Puedes creer que se suicidó en el baño?

 

 

Ante esto, Kankuro abrió los ojos como platos.

 

 

—¿En tu baño?

 

 

Gaara asintió:— Sí, llenó la tina de agua tibia y se cortó las venas. Un corte así, y otro así, y otro más.

 

 

Mientras le contaba, hacía mímicas con sus brazos, imitando los cortes. Y por la forma tan tranquila en que lo dijo, Kankuro de verdad sintió que más de una cosa estaba mal dentro de la cabeza de su hermano. 

 

 

Sí, Gaara había tenido una infancia difícil, y la adolescencia había resultado aún peor. Muchas traiciones lo habían vuelto un ser desconfiado, alejado de todo y de todos. Finalmente, con su ayuda, se había abierto un poco más, había aprendido a disfrutar, a crear lazos. Toda la mezcla de vivencias dentro del pelirrojo, incluidas el desamor, la apatía y el descontrol, le habían otorgado una personalidad cambiante y resuelta. Se había sumido en el desenfreno, entregándose a relaciones que no tenían futuro pero que no le afectaban porque nunca entregaba su corazón. Nunca se había enamorado, y Kankuro pensó que finalmente su hermanito estaba bien, estaba sano. Él, como todos, había sido engañado por esa máscara. Las manías de Gaara, su forma de actuar y de ver las cosas, lo habían engatusado sin remedio.

 

 

Ahora se quitaba la venda de los ojos y contemplaba al verdadero pelirrojo, mentalmente inestable.

 

 

—Gaara...

 

 

—Sé lo que vas a decir —le interrumpió de forma calma, apacible—. Lee ya me advirtió de ello. Me dijo que tú, y muchos más, estarían en contra de lo nuestro. ¿Y sabes qué? No me importa.

 

 

Kankuro sintió una vena palpitar en su sien. Lee, Lee, Lee, ¡todo era Lee ahora! Estaba harto de escuchar ese nombre. Asqueado ante todas esas cosas que Gaara decía sentir.

 

 

—¡Basta! —gritó, no pudiendo aguantarse más. Se levantó de su sitio y miró a Gaara con severidad— ¿Estás loco?

 

 

Antes de que respondiera, continuó:

 

 

—Deja de hablar de Lee. Últimamente todo es 'Lee-esto', 'Lee-lo-otro'... ¡Basta! ¿No te das cuenta? ¡Lee no existe!

 

 

Esto, sin duda alguna, molestó al pelirrojo.

 

 

—¡Deja de actuar como si ese tal Lee fuese una persona! ¿Acaso no lo notas? Estabas tan solo, viviendo de forma tan superficial, que te inventaste a este chico. Buscaste una alternativa para acabar con tu sufrimiento. Y está bien, te entiendo, ¡pero basta ya! Lee no existe, no existirá nunca. ¡Es sólo un invento de tu imaginación!

 

 

—¡Cállate! —gritó Gaara a su vez, también levantándose de su cómoda posición. Sus ojos parecían brillar de pura rabia— Tú mismo buscaste su información.

 

 

—¡De un chico que murió hace TRES años! —contra atacó Kankuro— Y te has obsesionado con algo que no existe. Lee está muerto. Ni siquiera sabes quién fue.

 

 

—¡Guarda silencio! —dijo finalmente Gaara, su voz no permitiendo réplica alguna. Miró a Kankuro con decisión; una decisión que era mezcla de coraje, decepción y tristeza. No podía creer que Kankuro, justamente, fuese la persona que no le creyera, que no le apoyara— Vete de mi casa.

 

 

—¿Qué?

 

 

—Largo de aquí, fuera...

 

 

Nuevamente se sintió agotado, los ojos se le cerraron y perdió la consciencia por el más breve de los momentos. Antes de caer al suelo, Kankuro estuvo a su lado y le tomó en brazos, asustado. Pero menos de un minuto después volvió a abrir los ojos. Tenía la respiración agitada y la mirada desenfocada. Al darse cuenta de que estaba entre los brazos de su hermano le apartó de sí con un empujón. Hizo caso omiso a la expresión consternada del otro y de forma demandante le exigió que abandonara el departamento.

 

 

—Pero Gaara... —Kankuro no quería irse, mucho menos luego de semejante escena. Pero Gaara no le daba otra opción.

 

 

—Lárgate.

 

 

Prácticamente le sacó a empujones del departamento, cerrando la puerta de un sonoro portazo. Kankuro no se fue inmediatamente. Estuvo ahí un par de minutos y, al comprender que su hermano no le pediría volver, se dio la media vuelta, pensativo. 

 

 

Del otro lado, en el apartamento, Gaara se recostó contra la pared y se dejó caer hasta quedar sentado en el suelo. Apoyó la cabeza sobre sus rodillas y tomó una larga bocanada de aire. A lo lejos contempló el cuadro que se había caído y los cristales esparcidos por el suelo. Hizo un intento por acercarse a recogerlos pero el agotamiento se lo impidió. Decidió, en ese momento, que tal vez lo mejor era descansar un poco. Ya más tarde hablaría a la oficina y se inventaría alguna excusa.

 

 

Por ahora sólo se preocupó en cerrar los ojos.

 

 

Y soñar con Lee.

 

 

 

 

* * *

 

 

 

 

Con el blanco pecho al descubierto, ligeramente perlado de sudor, y las mejillas sonrojadas, Lee era la cosa más hermosa que Gaara hubiese visto nunca. Calmando su respiración y relajándose en los brazos de su amante, dejó descansar su cabeza en el hombro del otro, siempre abrazándole posesivamente de la cintura como si temiera que fuese a desaparecer de un momento a otro. Lee, como sabiendo de sus pensamientos, soltó una corta risita y permitió que Gaara lo apretara aún más fuerte contra su pecho. No solamente estaban juntos cuando hacían el amor, porque definitivamente eso era, hacer el amor, sino después, como en aquel momento, cuando la gloria del sexo apenas se desvanecía lentamente, como la bruma, y ellos estaban aún muy cerca, como si fuesen un mismo ser.

 

 

—Me gusta tenerte así —murmuró Gaara en el oído del pelinegro—, en mis brazos. Cuando estoy contigo es tan diferente...

 

 

—Lo sé.

 

 

—Contigo no es como con los otros. A ti sí puedo amarte...

 

 

—Shhh... no hables de tus ex-amantes cuando estés conmigo, Gaara —dijo Lee mientras le golpeaba el pecho en son de broma.

 

 

—¿Celoso? —preguntó Gaara con tono extrañamente juguetón.

 

 

—Mucho.

 

 

Pero por el tono en que lo dijo, Gaara no estuvo seguro de si lo decía en broma o en serio, así que le besó castamente en los labios. Le gustaba besar a Lee, porque sus labios nunca sabían igual. Cada beso era diferente. A veces eran fríos, otras cargados de un calor asfixiante. En ocasiones eran cortos, como meras caricias, pero luego se tornaban intensos. Con un beso podía despedirse, o podía pedirle que se quedara por siempre. Gaara no sabía qué esperar de cada beso, por eso se moría por probar su boca, a cada instante, a todo momento, cuando debía y cuando no.

 

 

Esa noche le había besado tantas veces que tenía los labios rojos e hinchados.

 

 

Pero no cambiaría nada. Lee era suyo, así como él era de Lee.

 

 

—No quiero que nada nos separe, amor —confesó Lee agachando la mirada de pronto, sus ojos oscureciéndose y tornándose sombríos y apagados.

 

 

Gaara, atemorizado por su actitud, le levantó la barbilla y le habló muy de cerca.

 

 

—Eso no pasará.

 

 

—¿Cómo lo sabes? —preguntó, mordiéndose los labios, sin embargo su ojos esperanzados.

 

 

—Lo sé porque no dejaré que nada me aleje de ti, ni Kankuro ni nadie...

 

 

El pelinegro medio sonrió, satisfecho. Acercó sus labios a los de Gaara y, apenas rozándolos, murmuró:

 

 

—Eso es lo que quiero escuchar, Gaara. Porque te necesito tanto como tú me necesitas a mí.

 

 

—Por supuesto —contestó el pelirrojo.

 

 

—Muchas personas estarán en contra de lo nuestro —vaticinó Lee temblando casi imperceptiblemente, aunque no hubiese ni un poquito de aire—. Pero siempre recuerda, Gaara: yo soy el único que puede entenderte. Sólo yo.

 

 

—Lo sé, claro que lo sé, Lee. Tú eres la persona perfecta para mí.

 

 

—¿Me amas? —esa pregunta no podía faltar.

 

 

—Te amo...

 

 

La respuesta tampoco.

 

 

—¿Darías tu vida por mí?

 

 

 

 

* * *

 

 

 

 

—Gaara, quiero disculparme por lo de ayer.

 

 

El pelirrojo le miró de arriba hacia abajo. Su hermano no tenía cara de estar bromeando, así que simplemente asintió y trató de volver a lo que hacía. Cuando comprendió que el castaño no se marcharía y que la conversación pintaba para más larga, se giró a verle, inquisitivo.

 

 

—¿Necesitas algo más?

 

 

—Quiero que hablemos.

 

 

—Kankuro, si es sobre Lee, créeme que no...

 

 

—Ya lo sé —interrumpió el mayor de ambos, ahorrándole toda esa perorata—. Pero quiero que hablemos de todos modos. ¿Es posible? —el pelirrojo le dedicó una mirada no muy convencida— Como antes...

 

 

Y qué demonios, Kankuro era la única persona, además de Lee, en la que podía confiar, y además se había tomado la molestia de ir hasta su despacho. Lo menos que podía hacer era atenderle.

 

 

Asintió con serenidad y le hizo un gesto para que esperara. Contemplando el reloj que descansaba a un lado de su escritorio, Gaara calculó que faltaban unos quince minutos para su hora de descanso. Kankuro tomó asiento frente a él y esperó pacientemente, brazos cruzados a la altura del pecho y mirada fija en el concentrado rostro de su hermano, quien no hacía más que teclear rápidamente en el computador. Kankuro no adivinó lo que hacía, y no quiso hacerlo tampoco. Pensando en esto, frunció el ceño, molesto consigo mismo. Justamente ese había sido siempre el problema, que nadie se había interesado en Gaara, y probablemente por eso es que había terminado… así.

 

 

—Muy bien, vámonos —ordenó Gaara levantándose de su asiento y alcanzando su sobretodo negro.

 

 

Kankuro le miró, aún sentado, y asintió dócilmente.

 

 

Caminaron, sumergidos en un imperturbable silencio, hasta llegar a la cafetería en la que usualmente Gaara tomaba su almuerzo. La chica que se acercó a atenderlos los recibió con una agradable sonrisa, los guió a una mesa algo alejada y, antes de marcharse con sus pedidos, le lanzó un coqueto guiño a Kankuro. El joven la vio marcharse, vio su rostro decepcionado a falta de una respuesta, y por momentos se preguntó si la locura de Gaara había terminado por contagiarlo. El Kankuro que él, y todos los demás, conocían, era uno que no dejaba pasar ni una sola oportunidad de salir con una chica bonita. Entonces miró a su hermano, vio sus ojos duros hechos de cristal y comprendió que, justamente, si estaba allí no era para galantear sino para resolver un problema muy importante.

 

 

—Gaara —dijo tras tomar una profunda bocanada de aire—, tenemos que hablar.

 

 

—Estamos hablando —apuntó el pelirrojo de forma tajante.

 

 

Kankuro se encogió de hombros y negó lentamente con la cabeza:— De algo en específico, Gaara.

 

 

Su hermano lo miró intensamente, apremiándolo para que continuara.

 

 

Por un momento, Kankuro no supo qué decir, o cómo darse a entender de la forma correcta. No quería que su hermano volviera a enfurecerse, no quería destruir el precario lazo que había formado entre ellos luego de los innumerables e infructuosos intentos que prácticamente había pagado con sangre. Definitivamente no quería volver a ver a Gaara en tan lamentable estado…

 

 

—He estado pensando —dijo finalmente, sus ojos nunca abandonando los del pelirrojo; tenía las manos firmes sobre la mesa, sus puños estrujando el delicado mantel blanco—, y he llegado a la conclusión de que, pase lo que pase y hagas lo que hagas, siempre serás mi hermano, y debo apoyarte en tus decisiones.

 

 

—¿Lo dices en serio? —preguntó Gaara ligeramente sorprendido.

 

 

—Por supuesto —contestó con un asentimiento, su pecho revolviéndose al notar la esperanzada mirada de su hermano. A veces se sorprendía de lo ingenuo que podía llegar a ser, a su manera, por supuesto.

 

 

Gaara sonrió de forma casi imperceptible:— Me alegra escucharlo, Kanku.

 

 

Al oír la mención, el mayor de los Sabaku no pudo sino estremecerse. “Kanku”. Hacía tanto tiempo que no le llamaba así; desde que eran pequeños, será, mucho antes de que Gaara perdiera el rumbo y se apartara de todos los lazos familiares. El pequeño mote no hizo sino recordarle a Kankuro lo mucho que quería a su hermano menor, lo mucho que se preocupaba por él, y volvió a sentir aquel tirón en el pecho, una sensación metálica y fría recorriéndolo, extendiéndose hasta la punta de sus dedos.

 

 

Kankuro tembló fuertemente.

 

 

—Kankuro, ¿estás bien? —preguntó Gaara con preocupación, inclinándose hacia adelante en su asiento, su ceño fruncido y los labios levemente crispados.

 

 

—¿Qué? —Kankuro apenas tuvo tiempo de salir de su momentánea ensoñación.

 

 

—Que si estás bien… —el pelirrojo alzó una de sus invisibles cejas, tratando de ocultar la consternación que lo había recorrido al notar el cambio de actitud en su hermano.

 

 

—S-Sí… claro que sí. No pasa nada, Gaara —rió Kankuro con nerviosismo, agradeciendo infinitamente a los dioses cuando su hermano se dispuso a atacarlo a preguntas justo antes de que la camarera apareciera con sus órdenes.

 

 

Kankuro le agradeció en silencio, sonriéndole con confianza y ganándose un tierno sonrojo. Y todo ese tiempo, Gaara lo miró por el rabillo del ojo, fingiendo interesarse en su plato. A veces no terminaba de entender la actitud de Kankuro, pero estaba bien; no preguntaba porque suponía que no era de su incumbencia. Fue cuando un pequeño pero insistente pensamiento se introdujo dentro de su cabeza.

 

 

—Kankuro… —su hermano lo miró, asustado por la suavidad de su voz y el llamado tan calmo.

 

 

—¿Sí?

 

 

—¿Qué hay de Lee? —porque eso era lo importante. Por más que Gaara apreciara a Kankuro por sobre todas las cosas, lo que tenía con Lee era demasiado preciado como para dejarlo ir de esa manera, ni por él ni por nadie.

 

 

—Pues… —se removió en su asiento, reprimiendo el intenso deseo de simplemente negar con la cabeza y vociferar que no había absolutamente nada que discutir respecto a Lee, porque estaba positivamente seguro de que aquel no era más que un pobre invento de la depravada imaginación de Gaara. Pero no había forma alguna de que pudiese comentarle aquello, es decir, no si esperaba seguir en buenos términos con Gaara; así que tan sólo suspiró pesadamente, arrepintiéndose todo el trayecto cuando dijo:— Es tu decisión, Gaara. Si quieres estar con él, no hay nada que pueda hacer para evitarlo. Trataré, en la medida de lo posible, de hacerme a la idea y ayudarte en lo que necesites.

 

 

Lo que siguió fue algo que no sólo lo dejó boquiabierto, sino que hizo latir su corazón a una velocidad tan impresionante que tuvo miedo de estar sufriendo un paro cardíaco. Y esto no fue más que el delicado contacto cuando Gaara se inclinó hacia adelante, posó su blanca mano sobre la de Kankuro y, con una diminuta sonrisa cargada de cariño y agradecimiento, susurró:

 

 

—Gracias.

 

 

 

 

* * *

 

 

 

 

Un audible grito se extendió por el desolado cementerio, fundiéndose con gruñidos guturales y una respiración laboriosa y agitada. Gaara dio una última embestida y descargó su espesa semilla dentro del invitante cuerpo que se retorcía debajo de él. Sintiendo las piernas temblorosas e incapaces de sostenerle por más tiempo, el pelirrojo cayó hacia adelante, enterrándose más, si cabe, dentro de la acogedora calidez que era Lee, jadeando levemente y tratando de recobrar el aliento. Dos fuertes brazos, increíblemente protectores, lo atraparon en un envolvente abrazo, y Lee depositó un casto beso sobre su frente. Soltó un suspiro de contento cuando Gaara atrapó sus labios en un beso que, de él no encontrarse tan cansado, habría sido apasionado y furioso, sin embargo siendo lo contrario, dulce y suave.

 

 

Sin mostrar ninguna seña de incomodidad o indicios de querer moverse de su posición, Lee hundió el rostro en el cuello de Gaara, como si se tratara de un niño pequeño. El pelirrojo sonrió con suavidad y acarició los mechones de brillante pelo negro que se encontraban húmedos de sudor.

 

 

—No quiero dejarte ir… —jadeó Lee de forma casi inaudible, pero captando la atención del otro inmediatamente.

 

 

—No voy a irme —aseguró Gaara con firmeza, el solo pensamiento pareciéndole ilógico e inaceptable.

 

 

Estrechó a Lee aún más fuerte en un gesto consolador, tomando como descabelladas sus palabras. Entendía su temor, porque comprendía que Lee había estado solo por demasiado tiempo y el espectro de desaparecer nuevamente lo aterrorizaba, pero Gaara nunca iba a dejarlo, nunca.

 

 

—No puedo estar sin ti, Gaara —comenzó a temblar, a pesar de que la temperatura era más bien agradable, y el pelirrojo sintió el cuerpo de Lee tornarse frío como el hielo; y este hecho lo espantó inmensamente.

 

 

—Y no lo estarás —reafirmó con ímpetu, casi pudiendo palpar la desesperación del otro—. No voy a irme, Lee. No tengo nada allá fuera, no tengo a nadie. Tú eres lo único que me importa.

 

 

—¿Lo único? —lo miró con sus ojos exageradamente grandes, peligrosamente líquidos, y Gaara asintió, el corazón palpitándole con desmedida fuerza; las mejillas de Lee brillaban adorablemente, y sus labios eran tan puros e inocentes… No había nada mejor que él.

 

 

—Lo único, Lee —le besó en los labios con delicadeza, apenas saliendo del interior del pelinegro; Lee lanzó un gemido ahogado cuando Gaara se deslizó fuera de su cuerpo, sintiendo un extraño vacío en el pecho. Algo faltaba, algo que poseía un valor incalculable—. Más importante que todo, más importante que mi familia, más importante que yo.

 

 

Lee posó su mano sobre el pecho de Gaara, justo sobre su corazón:— Late tan rápido… —murmuró.

 

 

—Por ti —sonrió como pocas veces lo había hecho y esta vez, a diferencia de tantas otras, no dolió en lo más mínimo—. Late sólo por ti, su dueño.

 

 

—¿¡Su dueño!? —exclamó Lee, sorprendido, sus ojos abiertos como platos y llenos de una incredulidad avasalladora.

 

 

Gaara asintió de forma resuelta:— Su único dueño —cerró los ojos, tan sólo dejándose invadir por el silencio nocturno y el canto del viento que arrullaba las hojas a lo lejos—.  Porque toda mi vida te pertenece, Lee. Eres mi dueño como no lo ha sido nunca nadie.

 

 

Hubo un pequeño momento de calma, una calma casi divina, durante la cual, Lee tan sólo estuvo allí, escuchando los latidos de aquel corazón tan fuerte. Y cuando el pelinegro volvió a hablar, finalmente, su voz fue más baja que un suspiro.

 

 

—Si es así, entonces demuéstramelo.

 

 

 

 

* * *

 

 

 

 

El vaso que bailaba dichosamente entre los dedos de Kankuro, creó un ruido espantoso al quebrarse contra el suelo, cientos de pedacitos de cristal disparándose en todas direcciones, y el jugo de fresa ensuciando la punta de sus zapatos. Kankuro miró hacia abajo, por primera vez su rostro estaba carente de toda expresión, tan sólo sus ojos castaños observando con curiosidad el desastre que se vertía en su dirección. A su lado, un chillido agudo y femenino se estrelló contra sus oídos antes de que una hermosa jovencita saliera disparada hacia la cocina en busca de una escoba, un recogedor, y un paño húmedo para limpiar el piso. Kankuro ni siquiera se dignó a mirarla, porque no recordaba el nombre de la camarera y porque se hallaba demasiado absorto perdiéndose en el oscuro color del jugo.

 

 

Se agachó con parsimonia y, con la misma exasperante lentitud, mojó su dedo índice dentro de la dulce bebida; alzó su mano, ahora húmeda, y al caer en cuenta de la aterradora similitud entre el jugo de fresa y la sangre, un terrible presentimiento le trancó el pecho. Se levantó del suelo de un gran salto, el corazón agitado y sudando frío, el rostro pálido y el cuerpo tembloroso. Hinata le preguntó si se encontraba bien, o era Matsuri, o Zari, no supo decirlo, pero de haber sabido su nombre tampoco hubiera contestado.

 

 

El pánico se apoderó de él en menos de lo que toma un respiro, y supo, desde el fondo de su corazón, supo que algo malo estaba sucediendo, algo desastroso. Sus piernas temblaron, y él tuvo que apoyarse de la pared más cercana para no impactar de cara al suelo. Se llevó una mano a la frente, limpiando las gotas de sudor que resbalaban por su piel fría como la de un muerto; tuvo que cerrar los ojos un momento para combatir un fuerte mareo que le sobrevino. El rostro de Hinata-Zari-Matsuri se materializó frente al suyo, una mueca de preocupación increíble, y aunque sus labios se movieron una y otra vez, él no pudo definir lo que estaba diciendo. Se llevó ambas manos al rostro, tratando de calmarse. No comprendía qué era lo que estaba pasando, pero tenía que parar. Fue cuando, de la nada, apareció una imagen en la parte posterior de su mente, y la sensación de tornó insoportable.

 

 

¡Gaara!

 

 

Kankuro estuvo completamente seguro de que algo le estaba pasando a Gaara.

 

 

—¡Kankuro! ¿Quieres que llame a una ambulancia? —resonó la voz de la chica dentro de su cabeza, desorientándolo.

 

 

Negó repetidas veces. No, lo que menos necesitaba era una ambulancia. Dando tropiezos y a punto de volver a caer al suelo, ignorando las miradas escandalizadas y preocupadas del resto de los clientes de la cafetería, Kankuro sacó su celular. Las teclas se movieron frente a sus ojos, apareciendo y desapareciendo, aquí y allá, tratando de burlar su mente. Dio una inhalación profunda, luego otra, y marcó tan rápido que no estuvo seguro de si había sido el número correcto. Se llevó el diminuto aparato al oído, esperando; un timbre, luego dos, y eran tres, después cuatro, al final cinco…

 

 

‘Habla Gaara, en este momento no te puedo atender. Ya sabes qué hacer.’

 

 

—Demonios —maldijo Kankuro entre dientes. Durante todo ese tiempo, no había dejado de temblar. Colgó y marcó de nuevo, y esperó.

 

 

‘Habla Gaara, en este momento no te…’

 

 

Volvió a colgar y marcar, desesperado. Cuando finalmente comprendió, tras el tercer sonido del contestador, que Gaara no iba a levantar el teléfono, supo que algo realmente malo estaba sucediendo sino es que a punto de suceder. Sin dar ningún tipo de explicación, se levantó de su silla y salió de la cafetería a toda velocidad. Lo último que escuchó fue el grito distante de una chica, pero no se atrevió a mirar atrás. En lo único que podía pensar, era su hermano.

 

 

—Maldición, Gaara, que estés bien, que estés bien, ¡por favor! Kami, que no le haya pasado nada malo…

 

 

Menos de media hora después, ya había llegado al departamento de su hermano. ¿Cómo sabía que estaba ahí? No lo podría haber explicado, pero sabía, una parte de él sabía. Golpeó la puerta con todas sus fuerzas, sus puños dolieron y pulsaron, pero no se detuvo cuando no escuchó respuesta.

 

 

-¡Gaara!

 

 

Por supuesto, nadie contestó, pero Kankuro fue capaz de percibir el más fantasmal signo de movimiento. Volvió a golpear, sin importarle que otros vecinos pudieran oírle y llamar a la policía. Y con cada segundo que pasaba, su desesperación se intensificaba. Porque no podía perder a Gaara. No, Kankuro no estaba dispuesto a perder al último de sus hermanos.

 

 

¡¡¡GAARA!!!

 

 

 

 

* * *

 

 

 

 

Si alguien hubiese dicho a Gaara alguna vez que iba a estar rodeado de tanta calidez, muy probablemente el pelirrojo se hubiese reído en su cara, con desprecio y con malicia. Ahora, sin embargo, una increíble sensación de bienestar lo recorría, y Gaara no pudo recordar un momento en el que se hubiese sentido mejor. Sus pies se movieron solos, como guiados en una pista de baile, e incluso el suelo se notaba agradable. Gaara alzó la mirada, apoyándose ligeramente en el marco de la puerta, contemplando con adoración la hermosa imagen frente a él. No pudo evitar que una pequeña sonrisa se instalara en sus labios. Por respuesta, una sonrisa aún más grande fue enviada en su dirección.

 

 

—Gaara… —llamó Lee, sentado en el borde de la bañera mientras su mano viajaba en mociones circulares a través del agua, creando ondas que se expandían hasta casi tocar su alma. Sus ojos brillaban, llenos de un amor que parecía sobrepasarlo; justamente ese amor tan incontenible que sentía hacia aquel pelirrojo.

 

 

Lo había sabido siempre, incluso antes de conocerlo. Cuando Gaara le habló aquella noche, medio inducido por el alcohol y sin ser enteramente consciente de sus palabras, cuando alzó una de sus suaves manos y tocó su mejilla, antes de juntar sus bocas en un beso demandante y furioso que, de haber tenido la capacidad de respirar, le habría quitado el aliento, justo cuando le sonriera de medio lado, sus ojos azules brillando espectralmente bajo las luces de las farolas, cuando murmuró, voz dulzona y grave: “Te deseo.” Lee lo supo inmediatamente, aún antes de que lo tomara de la mano, sus dedos entrecruzándose, y lo llevara al departamento, su departamento; sí, antes de que le despojara de la ropa lentamente, saboreando su piel, murmurando palabras que le podrían haber hecho llegar al éxtasis; mucho antes de que procediera a dejar su tersa piel al descubierto y Lee contemplara, mudo de asombro, lo hermoso que era, lo pálida y perfecta que era su piel. Claro, muchísimo antes de la primera embestida, Lee supo que Gaara era la persona a la que había estado esperando siempre.

 

 

Su compañero perfecto.

 

 

—Ya es hora —susurró con voz aterciopelada; extendió una mano en dirección al pacífico joven que le miraba desde la puerta.

 

 

Gaara asintió, caminando dentro del baño y ajeno a la puerta que se cerraba a sus espaldas. Era como estar flotando sobre una nube, rodeado por el vapor, por la calidez, rodeado de Lee. No había mayor perfección que aquella, no existía mejor cielo que aquel, con la única persona a la que amaba, el único ser al que le entregaría no sólo su vida sino hasta su alma. Sólo yo puedo comprenderte, Gaara. Sí, con su sonrisa de ángel, con su marcada inocencia, con su belleza etérea. Nadie te querrá más de lo que yo te quiero. Porque tenía que ser amor, ¿qué otra cosa si no? Esa abrumadora sensación que lo llenaba, que alejaba de su mente cualquier otro pensamiento que no fuese la grandiosa felicidad de tener a Lee entre sus brazos, de poder besar sus labios. Era amor lo que invadía su cuerpo célula a célula, el sentido de pertenencia, de ser de alguien y no sólo no ser nada. Era tener a Lee y saberse amado de igual forma. Era la Gloria. Tú y yo estamos destinados a estar juntos. Por supuesto, nada lo separaría de su ángel, de aquel que había sanado las profundas heridas de su corazón, que había demostrado un nivel de compresión y cariño como nadie; era su destino.

 

 

—Mi Lee… —jadeó con voz grave, dos manos tersas y gentiles acariciando su pecho, sumergiéndolo en la tina, su ropa empapándose pero, de alguna forma, sin realmente importarle aquello; Gaara soltó un placentero gemido, suave, quedamente.

 

 

—Sí —musitó contra sus entreabiertos labios—, tuyo. Por siempre tuyo, Gaara.

 

 

—Para siempre… —repitió el pelirrojo, incapaz de mantener sus ojos completamente abiertos. Un sopor tremendo lo invadió, entumeció sus extremidades, confundió sus sentidos hasta que ya no fue consciente de nada salvo la presencia de Lee, la voz de Lee, las manos de Lee.

 

 

—Sí, para siempre. Una y mil eternidades, Gaara, para amarnos y tenernos siempre. ¿No te parece maravilloso?

 

 

Gaara asintió a duras penas:— No puedo esperar.

 

 

Su corazón parecía que iba a detenerse de un momento a otro, o simplemente iba a saltar de su pecho, porque la emoción no podía ser mayor. Gaara dejó que Lee lo sumergiera hasta que el último de sus cabellos desapareció bajo la superficie del agua, y cuando salió a flote, su piel parecía brillar con luz propia. Lee le besó intensamente en los labios, en los párpados cerrados, en la frente y en la clavícula. Susurró hermosas y prometedoras palabras en su oído, y Gaara se estremeció de ansias.

 

 

Haciendo gala de una suavidad exquisita, el pelinegro levantó la mano de Gaara, tan impoluta, sin siquiera la más leve marca, como una hoja en blanco. Besó cada uno de los dedos, los nudillos, la muñeca… dejó cortos besitos de mariposa a todo lo largo del brazo y siguió su camino hasta llegar a su hombro; aquí también besó la tela y continuó hasta llegar al pálido cuello. Gaara jadeó en voz baja cuando los labios de Lee descansaron sobre su piel, su lengua acariciando sensualmente, y tan sumergido en la marea de placenteras sensaciones se encontraba, que ni siquiera sintió el dolor punzante que se disparó desde su brazo cuando Lee hundió la filosa navaja en su tierna piel.

 

 

—¡Ah! —se quejó Gaara débilmente, pero no lo suficiente antes de que Lee se apropiara de sus labios, desencadenando una batalla que Gaara buscó dominar, ignorando el dolor agonizante que suplicaba por llegar a su aturdido cerebro y alertarle.

 

 

Sin un ápice de duda, Lee deslizó la navaja en un limpio corte transversal, y hubo tanta sangre en ese momento… Fue como si se hubiese roto una barrera inexistente, la barrera de la carne, y cortó de nuevo, esta vez más largo y más profundo, y luego el último.

 

 

—Juntos… —gimió Lee contra los labios del pelirrojo, procediendo a repetir los cortes esta vez en la otra mano.

 

 

Y para Gaara estuvo bien, el lejano dolor que no actuaba sino como un pequeño recordatorio de todas las desgracias y padecimientos que estaba dejando atrás, que jamás volvería a conocer porque Lee no lo permitiría. Ahora podía ser libre, de su pasado y de su presente, de todas las cosas que odiaban y que lo encadenaban.

 

 

Gaara…

 

 

Lo único que realmente lamentaba dejar de lado, era su hermano. Pensó en Kankuro brevemente, antes de que los labios de Lee absorbieran todo otro pensamiento que no estuviese ligado a ese perfecto futuro juntos. Su pobre Kankuro, qué doloroso iba a ser para él cuando comprendiera que en la nueva vida de Gaara no había cabida para él, no había espacio en su corazón. Así que Kankuro iba a estar solo, e iba a sufrir mucho, pero era algo que Gaara no podía evitar. Ah, Kankuro, si estuviese ahí en ese momento, para así poder decirle adiós, explicarle que lo amaba, pero no tanto como a Lee, nunca como a Lee.

 

 

Gaara…

 

 

El pelirrojo dejó escapar un gruñido de insatisfacción cuando insistente tirón de su hombro le hizo moverse de su sitio. Maldijo por lo bajo, furioso. ¿Por qué demonios no podía sentir los labios de Lee?

 

 

—¡Gaara, no te vayas! —escuchó el llanto de Lee, escuchó su histeria y su dolor; y al mismo tiempo sintió su violencia.

 

 

“¡No voy a irme!”, quiso gritar, y tuvo la imperiosa necesidad de abrir los ojos, de moverse, ¡de hacer algo! Porque la sensación de bienestar comenzaba a diluirse en un dolor que poco a poco se tornaba atroz, insoportable. Llegado a un punto sus oídos silbaron, y aquel dolor se hizo inaguantable. Un grito agudo rasgó su garganta hasta casi hacerla sangrar.

 

 

—¡¡¡Gaara!!!

 

 

—¿K-Kankuro…? —dijo con voz débil, la imagen de su hermano materializándose frente a sus ojos. Kankuro lo veía con una preocupación que Gaara no había vislumbrado nunca, ¡incluso estaba llorando! Gaara no comprendió de inmediato, ¿qué pasaba? ¿Dónde estaba Lee? ¿Por qué de pronto todo se había torcido de tal manera? Gaara se retorció ante el increíble dolor que le recorrió el cuerpo, sin voz suficiente para gritar ni fuerza para moverse. No comprendió absolutamente nada, y no pudo evitar caer en el pánico. Miró a Kankuro, ojos llenos de espanto, pidiendo una explicación— L-Lee… ¿d-dónde está Lee?

 

 

—Shhh… no te preocupes, Gaara —Kankuro le tomó en brazos, y aunque reía, gruesas lágrimas resbalaban por sus mejillas. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué su hermano lucía tan desesperanzado? ¿Y dónde demonios estaba Lee?—. Todo va a estar bien, otôto —le aseguró, aunque ni siquiera él estaba completamente seguro. Fue tal vez por el intenso martilleo de su corazón contra sus sienes, que no escuchó de Lee hasta que un desgarrador gemido se extendió por el pequeño baño.

 

 

—¡¡¡NO!!! —aulló Lee con el corazón destrozado y los ojos anegados en lágrimas— ¡No te lo lleves, onegai! ¡No te lleves a mi Gaara! —en un último intento desesperado, tomó uno de los lastimados brazos del pelirrojo, quien se chilló de agonía, a punto de perder la consciencia— Por favor, no te lo lleves, no me quites a mi Gaara. Yo lo amo… por favor… no te lo lleves. Él es… lo único que tengo.

 

 

Y por un momento de locura, Kankuro casi sintió lástima, casi sintió pena por él.

 

 

Agachó la mirada y contempló el desencajado rostro de Lee, contempló directamente su pena, y luego miró el pálido rostro de su hermano, aún más blanco a causa de la pérdida de sangre. Y su decisión fue rápida e irrevocable.

 

 

—Tú no amas a Gaara —dijo con voz severa, en un tono que nunca antes había usado—. Si lo amaras como dices, procurarías su bienestar. ¿Pero te das cuenta de lo que has hecho? ¡Intentaste matarlo!

 

 

—¡Tú no comprendes!

 

 

—¡Eres quien no comprende! En tu amor egoísta no te importó herirlo, ¡porque sólo te preocupas por ti!

 

 

—¡¡No es cierto!! —exclamó Lee llevándose ambas manos al rostro, negando repetidas veces con la cabeza. No era cierto, nada de lo que decía era cierto. Él amaba a Gaara, lo amaba más que a su vida. ¿Por qué nadie podía entenderlo?— Mi Gaara…

 

 

—Él nunca fue tuyo, Lee —soltó el moreno antes de desaparecer.

 

 

Con el cuerpo inconsciente de Gaara entre sus brazos, tan liviano como una pluma y pálido como un… no, no iba a decirlo, Kankuro corrió a toda velocidad. Corrió como no había corrido nunca en su vida, hasta que sus piernas dolieron y, aún así, siguió corriendo.

 

 

 

 

* * *

 

 

 

 

Horas.

 

 

¿O habían sido minutos?

 

 

Kankuro no pudo estar seguro, porque todo no había sido una secuencia borrosa, imágenes que saltaban de sus sitios, se descomponían y volvían a recomponerse. Un momento estaba corriendo, sus pulmones ardiendo, la sangre bombeando por sus venas a una velocidad asfixiante y arrebatadora, y luego todo se tornó gris, lleno de gritos y alarmas. Y después el silencio, una calma enloquecedora, y la espera… la siempre desgarradora espera.

 

 

Una mano benditamente mansa se depositó en su hombro, y Kankuro alzó la mirada, sus ojos heridos encontrando un remanso de agua pura. Un Ángel.

 

 

Era un ángel enfundado en una bata blanca. Un ángel que olía hospital y causas perdidas.

 

 

—Kankuro, tienes que descansar… —susurró el ángel con voz melodiosa.

 

 

El moreno negó suavemente:— No puedo, Neji. No hasta que él despierte.

 

 

Apoyó la cabeza contra el cuerpo del ángel, suspirando y llorando de desesperación. Neji apenas alcanzó a suspirar, consternado al caer en cuenta de que aquella imagen, aquella escena, ya se había repetido con anterioridad, y el ver a Kankuro en semejante estado, de nuevo, le partía el corazón. Con una delicadeza impropia de él, acarició los cortos cabellos de Kankuro, tarareando por lo bajo una vieja canción de cuna que por algún extraño motivo se mantenía presente en su memoria. Cantó y le arrulló hasta que el castaño hubo cerrado los ojos, descansando. Para cualquiera que pasara por allí, aquella era la imagen, un tanto extraña e íntima, de un médico consolando a un paciente; pero para Kankuro, fue la de un ángel guardando sus sueños con su preciosa voz…

 

 

—Anhelando, buscando, algo intacto. Escuchando las voces del llamado que nunca se calla…

 

 

 

 

* * *

 

 

 

 

Abrió los ojos lentamente, sus pupilas dilatadas ante la brillante luz. Parpadeó un par de veces, tratando de enfocar la vista; y cuando lo hizo, contempló el techo blanco, las paredes pulcras, el mismo aire aséptico y frío, y aquel lejano zumbido que ahogaba cualquier otro sonido. Gaara cerró los ojos, no pudiendo soportar la tormentosa levedad de su propio cuerpo.

 

 

Sus labios moldearon una diminuta sonrisa.

 

 

—Gaara…

 

 

Abrió los ojos nuevamente, dándole la bienvenida a la sublime caricia que estrujó sus cabellos con adoración mientras su mano era sostenida con fuerza, llenando su alma de una calidez extremadamente acogedora.

 

 

—Sentí que me estabas llamando… —susurró Lee con voz cantarina, su sonrisa suave y fresca como la brisa.

 

 

Gaara asintió y lo recibió en los labios.

 

 

“La verdad es que… nunca dejé de llamarte.”

 

 

 

 

Notas finales:

OMG! Eso estuvo largo!!!! XDDD

Pero quedé contenta con el resultado, porque a pesar de demorarme tanto en terminarlo, el fic quecó como yo quería que quedara desde un principio ;D

Espero que lo hayan disfrutado aunque sea una milésima de lo que yo ;D

Besos!!! ;D Y gracias por leer! *0*

 


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