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Un nuevo Arcoíris por Katsuu

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Notas del fanfic:

Eh... no tengo mucho por decir. Obviamente, the GazettE NO ME PERTENECE (oh~ qué más quisiera este pobre alma de fan (?))

Es un AoixKai, y va dedicado a Gabriela Muñóz. 

(si escribí mal su apellido, se jodió XD)

¡Te quiero mucho, Negra!

También, va dedicado a Yojiromi por alentarme para pasar las 8000 palabras ;D Llegué a las 8212 *3*! ¡Te quiero Yoji!

Mi próximo fanfic será para Valentina, ya lo tengo todo planeado... ojalá que lea esto la muy muérgana -w- XD

Notas del capitulo:

Eh...

¡DISFRUTÁDLO!

 

  Ingresos, egresos, depositar, retirar, cobrar, pagar, salida, entrada, deuda, factura; todo aquello lo tenía vuelto loco. Estaba hastiado de la larga jornada de trabajo, y daba gracias a Dios de que fuera sábado, así podría descansar todo el largo domingo… por lo menos hasta la llegada del hostigoso lunes. Miró impaciente el reloj de su gran oficina, y cuando éste marcó la hora que tanto esperaba salió pitando del gran edificio gris que veía todos los días, y en sus pesadillas algunas veces. Con el tiempo simplemente había empezado a mosquearse del trabajo.

  Abordó su auto color plomo y condujo a velocidad moderada, directo a su hogar. No planeaba hacer parada en ningún lado, sólo esperaba con llegar a su casa, encontrar a su sonriente hijo y ver una película juntos, si es que el chico no tenía planes para esa noche. Ah, ahora la vida era tan ocupada. Solía preguntarse ¿dónde quedó el tiempo para papá? Y el simple hecho de preguntarse eso lo hacía sentir viejo, pero a la vez le sacaba media sonrisa, no podía creerse lo rápido que pasaba el tiempo y los acontecimientos alrededor de su vida.

  Empezó a llover a mitad del camino, y maldijo por ello. Aún así, apuró el paso todo lo que pudo, tenía una prisa inhumana por llegar a su hogar. No tenía ni la más mínima idea de dónde había salido, pero ahí estaba y lo impulsaba a presionar cada vez más fuerte el pie contra el acelerador. Se preguntaba lo que habría pasado, porque algo tuvo que haber pasado para sentir aquello que no comprendía. Por lo menos, antes de lo esperado ya estaba aparcando en el garaje de su quinta.

  Se bajó y entró por la puerta lateral para evitar mojarse, cuidando de alguna manera su cabello. Recordaba que en el instituto, su cabello era lo primordial, y aunque ya no lo fuera igual necesitaba un mínimo de atención ¿no? Sin dejar de pensar en cualquier cosa que se le atravesara por la mente, entró a la casa, oyendo  el constante repiqueteo de la lluvia contra los grandes ventanales que daban al exterior. Dejó la chaqueta en el perchero y el maletín a un lado de la puerta, además de los zapatos en la entrada. Subió las escaleras rápido, mientras se sacaba la corbata y entraba rápidamente a su cuarto para dejarla regada en algún lugar, en ese momento no era exactamente a su cama a la que quería ver, todo por el extraño sentimiento que se había instalado en él.

  Caminó por el largo pasillo de la planta alta, pasando por algunas puertas mientras soltaba a suerte algunos botones de su camisa, la cual lo tenía casi asfixiado. Llegó a la puerta que deseaba, y sin mucha ceremonia la abrió de manera apresurada. Dentro, se encontró algo que no cuadraba con su concepto ‘llegar a descansar después de un largo día de trabajo’.

  Su hijo, su querido hijo, se encontraba en medio de un desastre. Su cuarto estaba totalmente desordenado, las almohadas esparcidas por el piso, sus plumas desparramadas y revueltas entre sí, cubriendo el suelo de blanco; la tela de las sábanas y cortinas estaba rasgada y esparcida por un lado y otro, colgando y ondeándose, dándole un aspecto peor del que tenía a las hojas de los libros regadas por los suelos, encima de la cantidad de vidrios pertenecientes a los portarretratos y las ventanas, las cuales al estar rotas dejaban entrar la infernal lluvia. La cama estaba de medio lado, como si hubiera querido voltearla, y todo lo demás era indescriptible ante sus ojos. Frente a él, estaba su hijo.

  Se encontraba sentado en el suelo, abrazando sus rodillas y el rostro entre éstas. La lluvia lo había empapado por completo al estar al lado de una de las ventanas, temblaba de frío, pero no parecía inmutarse ante esto. Se acercó a él lentamente, con cuidado de no tocar ninguno de los vidrios rotos en el piso, y le tocó el hombro delicadamente. El chico levantó lentamente el rostro sollozante y con semblante adolorido, volteando sus ojos hinchados hacia su padre y mirándole sin poder si quiera abrir la boca. El padre le miró insistentemente, quería saberlo, aunque presentía bastante de lo que había pasado, la única razón que podría haber para que su hijo estuviera así, y no pudo más que abrazarlo con fuerza.

  El chico sollozó en los brazos de su padre y se escondió en su pecho, pero no tuvo valor para tocarlo, temiendo que los vidrios enterrados en sus manos le fueran a hacer daño al más inocente de todo el asunto, que visto más objetivamente era totalmente ridículo… pero a él le dolía, y en eso no había remedio. El mayor lo apretó contra su cuerpo y alzó su cuerpo entre sus brazos, saliendo de aquella nefasta habitación y cerrando la puerta detrás de sí con un empujón del pie. Sin mediar palabra, se dirigió hasta el baño, donde se dedicó a sacar los vidrios de las palmas de su hijo.

  Lo sentó en el inodoro y tomó una pequeña pinza del botiquín que había en la gaveta, empezando a sacar los vidrios, que por suerte eran todos grandes, sin riesgos a que quedaran pequeñas astillas invisibles dentro. El chico sólo lo miraba atentamente, y fruncía un poco el seño cuando el alcohol que mojaba el algodón pasaba por sus heridas, pero comprendía que era totalmente necesario para el teatro que había realizado. Suspiró, bajando la mirada, una vez su padre empezó a guardar todo.

  —Papá… yo…— susurró con la voz quebradiza y un poco ahogada. Su padre lo miró de manera tierna y le acarició la mejilla.

  —No hables, Uke-kun. Ya después podrás contarme. Desvístete mientras lleno la bañera, necesitas un baño caliente para subir tu temperatura— dijo en tono lento, para que el chico le captara con más rapidez. El menor asintió y comenzó a sacarse la ropa húmeda y gélida, mientras su padre ponía a llenar la bañera de agua caliente, por lo menos lo suficiente para calentar y no hervir a su hijo.

  —Yo…— volvió a hablar el menor, parándose frente al espejo del baño y viendo su menuda figura de piel pálida y cuerpo escuálido, su cabello castaño cayendo mojado por sus hombros y su rostro hinchado por tanto llorar. —Lo siento, en verdad. Soy patético—. Bajó la mirada, decepcionado de su propia imagen. Su padre lo miró, con un poco de lástima o compasión, y se acercó para abrazarlo por detrás, haciendo que levantara la mirada y volviera a mirar el reflejo, donde ahora estaba el reflejo de ellos dos abrazados.

  —No lo eres, Uke-kun. Sea lo que sea que haya pasado, ten por seguro que no es por tu culpa, no eres para nada patético y lo sabes. No debes dejar que cosas de la vida te afecten, ni hacer tanto revuelo, todavía eres demasiado joven para tomar las cosas tan a pecho ¿sabes?—. El chico le miró a través del espejo, y el mayor le sonrió, soltando una risa baja.

  —Tampoco es como si estuvieras muy viejo, Yuu— susurró, dibujando una débil sonrisa ladina en su rostro. Su padre asintió, haciendo que sus cabellos oscuros se movieran ligeramente encima de su rostro.

  —Treinta y cinco años son treinta y cinco años. Tiene su considerable valor—le dijo riendo. Uke le sonrió y entró a la ducha, que se encontraba llena y con el agua en ella totalmente serena, esperando su entrada. Yuu se arrodilló a su lado y tomó una gran esponja y un envase con jabón líquido. El menor rió suavemente ante esto.

  — ¿Vas a bañarme? Sé que extrañas al pequeño niño de dos años, pero no es para tanto, papá— comentó, sonriendo y jugando con el agua que estaba a su alrededor. Su padre alzó una ceja y mojó la esponja para luego verter un poco de jabón líquido sobre esta.

">  —Sólo quiero ver si no tienes más heridas en el cuerpo— contestó, serio. Uke dejó de jugar con el agua, y bajó la mirada totalmente desanimado, esperando a que dijera otra cosa para aliviar el ambiente, sin embargo su padre sólo se dedicó a lavar su cuerpo y cabello, sin dejarlo salir hasta que su cuerpo estuvo lo suficientemente caliente.

  —No tenías por qué hacer eso, es mi culpa, yo fui el estúpido, yo debía cuidarme— le susurró el castaño, un poco indignado porque su padre lo tratara de esa manera. Yuu siguió sin hacerle caso, sólo se dedicaba a terminar de enjuagar su cuerpo e ir preparando mentalmente las preguntas el extenso interrogatorio que tenía en mente realizar por el resto de la noche.

  Una vez terminó de bañarlo, lo sacó y lo envolvió en una toalla, llevándolo a cargas hasta su cuarto. Uke sabía que no tenía caso protestar, de todas maneras su padre seguiría sin hacerle caso, por lo que cayó y se dejó hacer. El mayor le llevó una muda de ropa que había quedado a salvo en algún rincón del armario perteneciente a la habitación destruida, la dejó en su cama y salió de la habitación para que el chico se cambiara al ritmo que quisiera mientras él iba a preparar té. Después de todo, las películas y el largo y cómodo domingo tendrían que esperar un tiempo.

  No sabía exactamente qué le habían hecho, pero el desastre sólo podría traducirse a una cosa, a la que sabría que tendría que enfrentarse. Pero nunca pensó que vendría con tal… fuerza. Siempre creyó que su hijo era emocionalmente más fuerte, pero había olvidado cosas como que a los 16 años no es mucho lo que se sabe de lo que él llamaba vida. Suspiró un tanto afligido, su hijo empezaba a darse tropezones con la desastrosa realidad, y no siempre estaría él allí para mandar a arreglar su cuarto, bañarlo para que no enfermera y llevándole ropa tibia para que se cambiase.

  Escuchó suaves pasos bajar por las escaleras, por lo que terminó de servir las dos tazas de té muy cargado. Vio cómo su hijo se sentó en el mueble, y se acomodó a su lado, pasándole una de las tazas, la cual agarró con suavidad, agradeciendo por lo bajo. Se quedaron unos minutos en silencio y luego tomó aire para dar el primer paso, aún sabiendo que aquello sería un poco difícil, o tal vez no mucho… no lo tenía completamente seguro.

  —Bien, no quiero que te hagas difícil, Uke. Sé que te pasó algo, ya que aquello —señaló al piso de arriba, indicando que se refería a la habitación— no es algo que harías por ‘nada’—. Se tomó un tiempo muy breve para mirarlo a los ojos y continuó— por ello, te pido que me digas ya mismo qué ocurrió entre tú y Akira— pidió, de manera lenta y con voz suave, para que su hijo no se sintiera tan agobiado por la pregunta, y también para no palpar muy fuerte la herida recién hecha. Su hijo aguantó el aliento unos minutos y dio un largo trago a su taza, probando el sabor del té con más lentitud de la normal. Yuu no le quitó la mirada de encima en ningún momento, y no decía nada cuando los labios del menor se abrían para tomar aire y luego volvían a fruncirse.

  —En… palabras simples… pues, me dejó. Así de sencillo— terminó por decir. Su padre le miró con una ceja alzada, esperaba algo peor, una falta de respeto o una infidelidad pero… ¿tanto escándalo sólo porque lo había dejado? ¿Tan inmaduro era el chico frente a él?

  —Pero es sólo un corte, Uke, te enfrentarás a muchos más en tu vida—. Se acomodó en su asiento, sacando un poco el rostro de preocupación, pero éste regresó cuando los ojos de su hijo se aguaron y sus labios se fruncieron.

  —Yo superaría que… que no me quisiera más… o, o que ya no le gustara— susurró, con la voz flaqueando debido a los espasmos que sufría su cuerpo por el suave llanto que acudía a él en esos momentos. Varias lágrimas empezaron a recorrer su mejilla, las cuales limpió con el dorso de su mano —pero… me dejó porque lo confundió. Él lo confundió, aquel que se dice ser mi amigo— espetó con un poco de rencor, y aquello fue lo que descolocó un poco a su padre.

  — ¿Uno de tus amigos le entró por los ojos?— preguntó desganado por aquello. No podía creer la traición, sin embargo el semblante de su hijo pasó de uno rencoroso a uno culpable, y negó suavemente.

  —No… no exactamente. Simplemente, Reita se enamoró de otro, y esa persona… esa persona gusta de él y no… no sabe… él no lo sabe— gimoteó suavemente, debido a un sollozo. Su padre se sentó a su lado y pasó uno de sus brazos por sus hombros para darle la fuerza que en ese momento necesitaba—, definitivamente no sabe que tiene el corazón de Akira en sus manos. Está cegado creyendo que… que yo soy feliz… que Reita es feliz conmigo, y eso es mentira—. Las lágrimas empezaron a caer con más violencia, y Yuu se desesperaba por verlas caer sin hacer nada por detenerlas, pero en ese momento en verdad no podría hacer nada.

  —Entonces, técnicamente, no te lo quitó— comentó en una ligera conjetura. Uke se encogió de hombros.

  —A él… a él siempre le gustó Reita, pero cuando se enteró que me gustaba pues... pues… me lo cedió, pero Akira… él… me dejó… porque lo quiere a él y no a mi… ¿por qué? Se supone que yo soy su novio, tiene que quererme a mi… sólo a mi— susurró, volviendo a ahogarse con sus propios sollozos. Su padre siguió consolándolo, acariciando su cabello y haciéndolo recostar en su hombro —pero no… ya no somos novios papá, no lo somos, porque Ruki me quitó su corazón… a la final creo que fui yo quien debió ceder antes de pasar estos años creyendo que… que… —su voz se volvió a quebrar, y su padre sintió que el corazón se le rompía en mil pedazos al sentir cómo el cuerpo de su hijo temblaba a causa de los sollozos en sus brazos— estos años creyendo que Akira me quería—. Sin poder evitarlo, rompió totalmente en llanto. Su padre lo acogió entre sus brazos, acariciando su cabello.

  Habían pasado unos veinte minutos, la lluvia seguía repiqueteando en los ventanales que daban al exterior, el viento sonaba furioso en la parte de afuera y por dentro sólo era iluminado por una pequeña vela que permanecía siempre encendida en la mesa. Las tazas de té estaban allí, juntas, con su contenido tibio y ya no tan agradable. Sus manos recorrían son suavidad la espalda de su hijo, su cabello, su nuca, esperando que con algo pudiera calmarlo, pero no encontraba la manera de que los espasmos dejaran de recorrer su cuerpo y de que su mente olvidara todo lo que había acontecido.

  —Uke-kun… no te puedes dejar llevar por eso. Ya, se terminó, tienes que seguir adelante. Tienes mucho más ¡por el amor de Dios, son sólo 16 años! No es hora de que sufras por amores— le aconsejó, besando su cabello. El menor levantó su cara húmeda y sonrojada, a la vez que hinchada, hacia su padre. Sus ojos enrojecidos le miraban atentamente y las lágrimas secas se combinaban con las nuevas en su rostro. Entonces, acudió a su mente un pequeño recuerdo.

  Recordaba que Uke siempre había sido un niño llorón, y que por todo se iba a una esquina a llorar a moco suelto. Siempre, su madre le daba un pequeño pico en la boca para que se calmara, a su hijo le tranquilizaba saber que su madre estaba dispuesta a besarlo donde besaba a papá, es decir, lo quería. Cuando cumplió los cinco años, su madre murió, y otra vez lloraba y pataleaba. Él se acercó a su hijo y lo abrazó, para luego darle un pequeño y corto. ‘¡Oh, no te da asco darme besitos en donde le das besitos a mamá!’, y él había reído.

  Entonces, el Uke de 16 años frente a él se desvanecía, y le parecía ver al pequeño niño mediano con pantalones color beige, el que se limpiaba los ojos con sus pequeñas manos regordetas y el que sonreía igual que el actual, pero que en esos momentos lloraba como si su alma estuviera drenándose lentamente. Le tomó del mentón y lo miró a los ojos, mientras que limpiaba con su dedo pulgar el recorrido de cada una de las lágrimas que el castaño hubo  derramado. Se acercó suavemente a su rostro, sólo para darle el corto beso al que se había acostumbrado a dar al pequeño Uke de nueve años antes de dormir. Sin embargo, algo que nunca pensó pasaría ocurrió: no podía separarse de la boca de su hijo.

  Ansiaba despegarse lo más rápido posible de los labios cálidos que estaban pegados a los suyos, se supone que ese típico beso de consuelo no duraba más de dos segundos, y aquello ya había pasado, aún así no podía separarse. Sus ojos entreabiertos miraban el sonrojado rostro de su hijo, quien tenía los ojos cerrados, y para su sorpresa empezó a mover suavemente los labios contra los suyos. Aquello lo superó. Correspondió al suave beso con temor, temiendo a que fuera malinterpretado, pero aquello lo único que derrochaba era ternura.

  Estuvieron largo rato en la misma posición, dándose besos tiernos y cortos, sólo uniendo sus labios en suaves toques y presiones. Con el paso del tiempo, las lenguas empezaron a desfilar fuera de sus cavidades, buscando a la otra con paciencia, con lentitud, con amor. No comprendía en qué momento su amor paternal se había transformado en el amor pasional, pero debía reconocer que el beso estaba causando revoluciones en su interior. Igual, todo en el mundo tiene que acabar. Luego de varios minutos más, las lenguas fueron volviendo a sus lugares, los toques se volvían tan suaves hasta llegar a roces y cada uno fue abriendo sus ojos.

  El chico, lo primero que se encontró, fueron los ojos negros y profundos de su padre. Su padre, en cambio, encontró la dulce mirada castaña de su hijo, era tan parecida a la que tenía su madre… en esos momentos pensaba que podría comenzar a delirar. Se quedaron mirando, con la respiración un poco alterada porque a la final, sin evitarlo, el beso se había caldeado. No habían notado que sus manos estaban unidas hasta que se levantaron y se vieron con los dedos entrelazados. Ambos estaban totalmente avergonzados, por lo que dieron un escueto ‘buenas noches’ y subieron, sólo que Yuu se había olvidado de un detalle: Uke tendría que dormir en su cuarto. Se dio un golpe mental y le abrió la puerta a un cabizbajo castaño que entraba con su manta apretada al torso.

  Durmieron juntos, gracias al cielo la cama era lo suficientemente grande como para estar a una distancia decente. Aún así, los roces eran inevitables y se sentían demasiado nerviosos cada vez que aquello pasaba, hasta que el menor cayó rendido en los brazos de Morfeo. Su padre suspiró, tomando un retrato de una de las gavetas de la mesa de noche. Lo vio con atención, delineando con su dedo la silueta de una chica de pelo liso y castaño oscuro, con ojos del mismo color y una gran sonrisa en sus labios rosas, mostrando su dentadura blanca, que combinaba bien con su piel pálida. Suspiró, era la mirada más viva que nunca vería en su vida. Volteó a su rostro y miró el semblante sereno de su hijo al dormir, para luego volver a ver a la foto que sostenía entre sus manos.

  — ¿Qué he hecho, Minako? ¿Qué me ocurre?— suspiró y se sobó las sienes con una mano, mientras la otra se negaba a soltar el retrato. Lo puso de nuevo en su lugar y se volteó, quedando de espaldas a su hijo, no quería seguir observando la rosada carne que suspiraba y emitía sonidos con tonos somnolientos.

 

  Se despertó, con un terrible dolor de cabeza. Recordaba todas y cada una de las cosas que habían ocurrido en la noche anterior, y aquello sólo hacía que los ánimos para levantarse se hicieran más bajos, pero no podía recuperar el sueño, éste simplemente había desaparecido. Se levantó de manera perezosa y un escalofrío recorrió su cuerpo cuando sus pies tocaron las gélidas baldosas del suelo, provocando que frotara sus brazos mientras corría en puntillas al baño de la habitación, mascullando cosas inentendibles.

  Frotó sus ojos y se lavó la cara, mirando su reflejo en el espejo. Se acarició suavemente los labios temblorosos, y sonrió abiertamente. Podrá haber besado a su padre, pero había sido el beso más delicado, hermoso y amoroso que le habían dado en su vida. Rápidamente su mente adolescente empezó a volar a lo más lejano. Si así besa, me encantaría saber cómo hace el amor; pensó descaradamente con una enorme sonrisa boba en el rostro. Cepilló con pereza sus dientes y se dio un baño no demasiado largo, para salir del baño con pasos lentos y desganados.

  —Buenos días— escuchó decir a una adormilada voz muy gruesa y ronca por el sueño. Lo volteó a ver, sentado en la cama, con el cabello por los hombros cayendo en varias direcciones y el pecho apenas cubierto por una franelilla. No lo había notado antes, ya que aunque se lo hubieran repetido tanto no lo creía porque no lo veía de aquella manera, pero qué hermoso y bien formado estaba su progenitor. Se mordió el labio inferior, jadeando de desespero dentro de sus labios.

  —Bu… Buenos días— contestó, un poco hipnotizado por su reciente hallazgo del padre más sensual del mundo. Yuu se levantó de la cama y se dirigió al baño.

  —Si quieres ve haciendo el desayuno y te saco a almorzar o a cenar hoy ¿vale?— propuso, y sin esperar la respuesta entró de una vez al baño, cerrando la puerta casi en su rostro, el cual estaba totalmente sorprendido. Acaso, ¿será que lo del día anterior se le había olvidado? Aquello era imposible, se suponía que él era el que tenía la peor memoria sobre la faz del planeta, no su padre. Suspiró pesadamente y bajó a la cocina.

  Aunque anduvo siempre distraído, con la mente volando por los gruesos labios de su progenitor, el desayuno le había quedado exquisito. Recordó que una vez le hizo ese mismo desayuno a Akira, y que le había gustado tanto, lo había tomado y lo había besado, besado sin parar, repartiendo las caricias de sus labios de su cuerpo. Poco a poco el dolor volvió a instalarse en su ser y se dio la vuelta, para que sus lágrimas no cayeran encima de la comida.

  Se sentó en el piso y siguió llorando. Cerró los ojos, visualizando todas las veces que estuvo con su novio compartiendo cama, sentimientos, cuerpo. Las lágrimas se hacían más pesadas y amargas, sus ojos ardían y sus manos temblaban con nerviosismo. El dolor seguía llegando con los recuerdos, seguía aumentando con la grabación que tenía de la voz de Reita, confesándole su amor entre gemidos. ¿A dónde se había ido aquello que los había mantenido unidos por cuatro largos años? No lo sabía, ni pretendía averiguarlo.

  Estaba tan sumergido en su propio dolor, que no se dio cuenta cuando su padre llegó con un mono de pijama, el torso descubierto y húmedo, más una toalla en su cuello. El mayor se arrodilló a su lado y le puso una mano en el hombro, a lo que Uke se sobresaltó y le miró algunos segundos con confusión. Luego, simplemente suspiró. Se había sumergido mucho en demasiados recuerdos.

  —Lo siento, yo… yo sólo… recordaba— se disculpó, sonriendo levemente. Su padre alzó una ceja y lo miró detalladamente, escrutando en su rostro. Poco después, rió levemente y tomó del mentón de su hijo.

  —Sí, sé que algo recordabas desde que bajé— murmuró, riendo suavemente. El menor lo miró curioso y el mayor suspiró—.Lo sé por esto—. Suavemente, su mano se acercó al bulto entre sus pantalones. No lo palpó, ni lo tocó seriamente, simplemente lo rozó con la punta de su dedo, pero aquello para el menor había sido suficiente para soltar un suspiro. Después de todo, la última vez que lo hizo había sido hace meses… las cosas llevaban un tiempo mal, si se ponía a contar.

  Yuu le miró enternecido por su expresión. Su curiosidad por la expresión que había puesto el menor, le impulsó a poner con seguridad sus dedos sobre el bulto. El chico se sonrojó y entreabrió sus ojos, soltando otro suspiro y luego lamiendo sus labios. El moreno se acercó a su rostro y dio un suave beso en sus labios mientras la presión sobre el miembro de su hijo aumentaba, pero recibió algo que lo dejó un tanto descolocado. Uke lo había atraído más por la nuca y se había sentado sobre sus caderas, haciendo que casi cayera al suelo.

  El castaño empezó a moverse sugestivamente sobre el cuerpo de su padre, intensificando el beso. Yuu se puso de rodillas y tomó a su hijo de los glúteos para dirigirse a las escaleras, pero en medio del beso cayó al mueble, encima del menor. El beso era demasiado apasionado, demasiado lujurioso para creer que lo hacía con su pequeño de toda la vida, pero no por eso dejaba de encantarle. Acarició el torso del menor sobre la franela que traía, y luego fue metiendo sus manos lentamente, sin preocuparse demasiado por el tiempo. Después de todo, sería un largo domingo.

  Uke recorría desesperadamente el cuerpo de su padre, totalmente húmedo al tacto. Acariciaba con frenesí sus brazos y su espalda, mientras el mayor bajaba con besos y lamidas por su cuello, nunca se le habría pasado por la mente lo bueno que era su padre dando caricias por su cuerpo y moviendo su lengua. La franela del castaño voló a la esquina cercana a las cortinas, y los labios del mayor atraparon rápidamente una de sus tetillas, mordisqueándola y halándola con ansiedad.

  —Pa… pá— jadeó el castaño, acariciando el cabello oscuro del mayor, el cual le miró con libido y empezó a lamer suavemente el otro pezón, haciéndolo de manera más lenta y suave, recorriéndolo con sus dientes una y otra vez. El chico exhaló todo el aire que guardaba en sus pulmones y rodeó la cintura blanquecina de su padre con las piernas, apegándose a su cuerpo y moviéndose para rozar su bulto contra el ajeno.

  —Uke…— suspiraron los gruesos labios del mayor sobre su pecho. El castaño lo miró lujurioso, mordiéndose el labio inferior y cuando se dio cuenta estaba sentado, con su hijo arrodillado frente a su entrepierna, la cual masajeaba sin pudor alguno y con la mano firme, lamiendo sus labios al ver cómo iba creciendo.

  Yuu suspiraba, echando suavemente la cabeza hacia atrás y cerrando ocasionalmente los ojos por las caricias. Sintió que el mono se iba resbalando por sus piernas, las cuales eran acariciadas por su hijo y besadas de una manera que nunca creyó el chico supiera besar. Suspiró nuevamente cuando las manos delgadas del castaño le acariciaban por encima del interior. Miró a Uke a los ojos y este le devolvió la mirada con una sonrisa pervertida.

 — ¿Cuántas veces hiciste esto?— preguntó, empezando a jadear al tiempo que el Uke removía la última prenda. El chico lo miró con la misma sonrisa y empezó a masajear su miembro, mirándolo fijamente.

  —Esas no son cosas que se discutan entre padre e hijo— murmuró en respuesta, dando besos a lo largo de su miembro y rozándolo casualmente con su lengua.

  —Esto… tam-poco… uhm— musitó, jadeando y soltando un gemido sutil. Uke lo miró con una sonrisa lujuriosa y prosiguió con su trabajo, dando besos en la base y entre los testículos. Dio una suave y larga lamida con toda su lengua pegada al miembro de su padre, haciendo que éste arqueara levemente la espalda.

  —Papá, sabes rico— susurró riendo suavemente, haciendo que su padre le dirigiera una mirada levemente desaprobatoria —, en serio, sabes bien. Pero estás muy sensible, ¿hace cuánto no te hacen esto? —preguntó, empezando a succionar su glande sin perder el contacto visual. El mayor intentó hablar, pero las caricias de su hijo lo desconcentraban. En realidad, tenía tanto tiempo sin tener sexo que se había olvidado, en su mente después de tener tanto en la adolescencia, ¿por qué tener más de adulto? Vaya, se había perdido de mucho entonces.

  Contrajo su vientre cuando el castaño metió todo el miembro a su boca, apresándolo entre sus cachetes y recorriéndolo una y otra vez con su lengua. Tensó levemente las piernas, poniendo las manos encima del cabello de su hijo y apretándolo sólo un poco para que el miembro llegara más profundo.

  Por otra parte, Uke estaba sorprendido. El miembro de su padre crecía y ya no le cabía por completo, así que se limitaba a sentir la deliciosa textura con su lengua y a acariciarlo, notando que extrañamente también se ponía más grueso. Y pensar que de esto salí yo, pensó por un segundo incoherente, dedicándose a sentir a su padre dentro de su boca.

  Sin poder aguantar más aquella sensación, Yuu tomó a su hijo en brazos y lo levantó, sentándolo encima de sus caderas, frotando su miembro contra sus glúteos. Su hijo, un poco aturdido por haberlo sacado de esa manera, suspiró al sentir aquel contacto y lo miró a los ojos, mordiéndose el labio inferior. Se apoyó en sus hombros y acercó sus labios jadeantes a la oreja de su padre, lamiendo suavemente el contorno de su mandíbula.

  —Te quiero, papá— susurró con simpleza. Entonces, el moreno se detuvo, viendo a su alrededor. Aquello estaba mal, muy mal, por lo que se quedó congelado, pero antes de poder decir algo, su hijo había tapado su boca con su mano. —No digas nada, sólo hazlo— le pidió con seguridad, dando luego un beso que después de unos minutos fue correspondido.

  —También te quiero, hijo— murmuró encima de sus labios, dando luego un roce corto y afectuoso.

  Acomodó su miembro en la entrada de su hijo, abriéndose paso entre sus paredes. El chico separó los labios, exhalando suavemente el aire retenido por unos segundos en su garganta, mirando a su padre fijamente. Él le devolvió la mirada, frunciendo suavemente las facciones por sentirse entrar… tan cálido, tan estrecho.

  Una vez estuvo completamente dentro, pensó en esperar, pero su hijo inmediatamente comenzó a dar suaves saltos sobre él. El ritmo se volvió moderado, pero por dentro se estaba quemando de la excitación, la manera en que entraba y salía, las piernas temblando alrededor de sus caderas, el sudor empezando a salir de sus poros, el olor a carne. Todo lo estaba poniendo más, haciendo que sus manos se posaran en la cintura del chico y empezara a moverlo más rápido.

  El castaño cerró los ojos, empezando a gemir un poco más fuerte. Se mordió el labio inferior al sentir las cálidas y grandes manos de su padre encima de su piel ardiente y un poco humedecida por la capa de sudor que lo cubría. Comenzó a mover de otra manera sus caderas, haciendo que el moreno llegara mucho más profundo, un poco más y ya empezaba a rozar aquel punto que lo volvía loco.

  —A… Aaaah… papá… Yuu… —gimió sin pudor alguno en su oído, apretando los párpados y dando un suave mordisco a los labios del mayor, quien aceleró considerablemente el ritmo, acostándolo en el mueble para ponerse mejor sobre él. Tomó con una mano su miembro, estimulándolo con fuerza, casi sin poder controlarse a sí mismo. El cuerpo de su hijo era algo… maravilloso, en todo ámbito, al parecer.

  Acarició sus piernas con deleite y disfrutó de sus espasmos y gemidos, al igual que el menor, quien apretaba las piernas alrededor de su cintura ante cada nueva sensación que le producía el roce continuo contra su próstata. Se arqueaba y se sonrojaba, con el aire rasgándole la garganta al salir tan caliente, con el mueble rechinando por el movimiento tan fuerte que llegaba a producir su padre dentro de él.

  Después de unos minutos entre jadeos, suspiros, gemidos y demás sonidos indecorosos, el choque de caderas y el constante ruido de los testículos de su padre golpeando contra su piel cesaron, dando paso a una estocada profunda y una corriente eléctrica recorriendo ambos cuerpos a la vez, haciendo que arquearan la espalda y buscaran con desesperación la piel ajena, mientras se corrían al mismo tiempo. Yuu no alcanzó a salir, por lo que se corrió dentro de su hijo, quien se corrió en su mano, contrayéndose y aprisionando el miembro de su padre entre sus paredes.

  —Ohm…— jadeó por último, sintiendo aquella presión. Abrazó con cariño el cuerpo del menor, el cual respondió al abrazo un poco tembloroso por la sensación de placer que aún quedaba en su cuerpo. Rodeó el cuerpo de su padre y suspiró.

  —Pa… Yuu— se corrigió, para luego sonreírle —, aún estás adentro— susurró algo sonrojado. El moreno miró la unión de su cuerpo y se encogió de hombros, abrazándolo con un poco más de fuerza.

  —Es cálido estar en tu interior… me saldré después— murmuró en su oído. El castaño asintió, un poco avergonzado, y cerró los ojos suspirando y sonriendo. De repente, todos los males se habían ido de su cuerpo, y simplemente disfrutaba de la perezosa caricia y la lenta respiración del mayor encima de él.

  Todo en ese momento era perfecto. El cuerpo debajo de él, que lo abrazaba de la misma manera y con el mismo apego que él lo hacía. La respiración pausada, el olor fresco que anunciaba lo cerca que estaba la primavera, el sol suave que entraba por las cortinas, lo repentinamente cómodo que era el mueble, permanecer en el interior del chico y sentir el roce de sus pieles con cada mínimo movimiento. Todo era demasiado perfecto… hasta que sonó el odioso celular del castaño.

  —Eh… Lo siento—. El chico le sonrió apenado y él salió lentamente de su interior para que él se pudiera levantar y tomar su celular. Vio cómo su cuerpo pálido se paraba y caminaba por la sala, rastreando el sonido del mentado aparato.

  El moreno tomó un cojín entre sus brazos y le miró con el ceño levemente fruncido. Si había podido tirar por la ventana quién sabe cuánta cantidad de cosas, ¿por qué no pudo lanzar el condenado celular? Suspiró por sus divagaciones y volvió a mirarlo, ahora con la expresión totalmente relajada. Al parecer ya había encontrado el aparato, pero lo miraba con indecisión. En ese momento, supo quién estaba llamando, y asintió para darle el permiso a que contestara. El chico hizo un puchero y atendió a la llamada.

  —Aló— contestó con un tono por demás antipático. Su padre rió ante esto y se levantó, para luego abrazar a su hijo por detrás y darle suaves besos en el cuello, sin importarle que estuviera hablando por teléfono.

  —Kai…— susurró la voz de Reita al otro lado del teléfono. El mencionado suspiró, aunque eso fue más por la suave lamida que había recibido en el contorno de su cuello. —Quería saber si podíamos hablar. Hay cosas que me estuve replanteando y… bueno, quería saber si podría verte ahora mismo.

  — ¿Ahora?— preguntó, casi con pereza, cerrando los ojos al sentirse un tanto perdido entre las caricias de su padre, quien seguía con su trabajo a pesar de la llamada y que, al parecer, el chico pretendía retomar la relación con su hijo.

  —Sí… en la playa, donde fue nuestra primera cita. ¿La recuerdas? —preguntó el rubio al otro lado de la línea, con un tono de melancolía. Kai lo pudo imaginar, lo veía tamborilear con sus dedos sobre su rodilla y con la mirada en cualquier punto del lugar para mantenerse distraído.

  —Ah, cerca de la casa de la señora Ichigo —susurró, pero un leve mordisco en su tetilla hizo que el aire casi se le saliera. Miró con fingido reproche a su padre, quien le sonrió travieso — ¿Ya mismo? Digo, ¿no puedes esperar unos minutos… o unas horitas?

  —No, necesito verte y hablarte ya mismo— le contestó severo, y luego de ello cortó la comunicación. Uke miró un tanto incrédulo a su teléfono y un suave jalón de labios lo devolvió a la realidad.

  —Déjame adivinar, el pollito quiere verte— murmuró, alzando una ceja con media sonrisa y abrazándolo por la cintura.

  —Pues sí…— contestó, un tanto aturdido. Miró el hermoso cuerpo de su padre al desnudo y dio un suspiro ante ello, definitivamente ya no podría verlo de la misma manera, pero aquello no le preocupaba más. Lo miró fijo a los ojos y se mordió el labio inferior. —Creo que en verdad debemos dejar algunas cosas en claro. ¿Me llevas hasta la playa donde está el puesto de Ichigo-san, por favor? —preguntó con una sonrisa, a lo que el moreno no se pudo resistir.

  —Claro, pero será mejor que nos vayamos a vestir— le dijo riendo. El chico se sonrojó y le dio una suave palmada en el hombro, asintiendo y caminando hacia la habitación, en donde sacó su ropa mientras el mayor ya estaba casi listo en su propio cuarto.

  Ambos salieron de las habitaciones y, al bajar, comieron algo rápido para no desmayarse en el camino, claro, empleando una mente dramática. Mientras se montaban en el auto y comenzaba a conducir camino a la playa, pensó que nunca se habría imaginado lo que estaba viviendo aquel domingo, que para él iba a ser ‘totalmente normal’. Tenía en mente un domingo cualquiera, pero todo lo que había pasado le parecía que era de lo mejor. Movió tímidamente su mano, hasta rozar la de su hijo, que por cosas de la vida también se estaba acercando. Se miraron sonrojados y se tomaron de la mano, entrecruzando los dedos y concentrándose en lo que a cada quien le concernía.

  Estuvieron muy poco más en la carretera, pero empezó a llover a punto de llegar a la playa. Ambos suspiraron, la lluvia les gustaba pero no era el momento indicado. Aún así, aquella ligera llovizna que empapaba la arena de la costa y hacía que la marea subiera un poco, al igual que hidrataba los árboles del lado izquierdo de la carretera y mojaba el parabrisas le reconfortaba un poco. Condujeron a menos velocidad, fijándose en todo a su alrededor, dando con el rubio, que se encontraba debajo de un pequeño quiosco, mirando fijamente el agua ir y venir.

  —Bueno, aquí voy— susurró Uke en un suspiro. Miró a su padre y le acarició el rostro, para que lo mirara directamente a los ojos. —Espérame acá, no tardaré mucho— y sin más, se acercó a su rostro y le dio un suave beso, para luego salir rápidamente del auto y correr de la lluvia hasta llegar bajo el improvisado refugio de su ex pareja.

  —Hola— le saludó Reita, moviendo suavemente su cabeza en una inclinación leve. Él correspondió a este movimiento, sentándose a su lado.

  —Y bien… ¿De qué querías hablar?— cuestionó, mirándolo. Su perfil aún le resultaba hermoso, sin embargo, la figura de su padre se dibujó a finos trazos sobre el cabello rubio, y meneó la cabeza para perder aquella visión.

  —Yo… Creo que no hice lo correcto, Kai. Yo tengo que seguir contigo, has sido mi amor desde pequeños y… —De repente, todo aquello le sonaba como un discurso. Puso una mano sobre sus labios y fijó la vista en el lugar. Detrás de una palmera, sin ninguna protección a la lluvia, vio el cabello alborotado y vino tinto de uno de sus mejores amigos. Suspiró.

  —Reita, sé que eso no es lo que sientes, porque no eres una persona que dé vuelta atrás —. El rubio lo miró un poco sorprendido, y Uke sólo se encogió de hombros. —No sé qué más podría decirte, normalmente aceptaría todas las palabras que me dices pero hoy… —miró hacia el auto, donde el moreno miraba hacia otro lado. Sonrió, pensando en volver corriendo a ese auto y huir del mundo junto a él —, hoy he descubierto que no eres para mí, y sabes que no soy para ti. Si estás haciendo todo esto más por él que por mí, e incluso por ti, debo decirte que tu persona es otra. —Lo miró con una leve sonrisa a la que Reita correspondió.

  —Pero… ¿Cómo?— le preguntó, un poco conmocionado porque el otro lo hubiera descubierto todo. Él, con la simpleza que lo caracterizaba, señaló el lugar en donde estaba Ruki sentado y con las manos cubriéndole el rostro. El castaño se acercó suavemente a su oído.

  —Él ha estado sufriendo desde el principio, pero ya entendí que yo no soy el que debe estar contigo. —Posó una mano en su hombro y ladeó la cabeza, sonriéndole como siempre solía hacerle. —Ve con él y no te preocupes por mí, ya tengo quien vele por mis sentimientos.

  —Anda, no te has tardado ni dos días en encontrar a otro— susurró en tono de broma, aunque lo único que recibió fue un golpe en la cabeza. Se sobó el lugar afectado y miró a Uke, quien estaba cruzado de brazos, los cuales la lluvia empezaba a mojar sin mucha gentileza.

  —Como sea, ve con él, idiota. —Lo miró con el entrecejo fruncido, pero luego suavizó la expresión —Tranquilo, para mi seguirás siendo un buen amigo. Nos vemos en la escuela— se despidió sin más, corriendo hacia el auto de su padre. Reita lo observó irse, con una sonrisa en sus labios.

  —Gracias— susurró, aunque el castaño ya había desaparecido tras la puerta delantera del auto color plomo que estaba aparcado en la carretera, atacada por la lluvia. Caminó con cuidado hasta donde estaba el menor del grupo, y lo miró totalmente enternecido por la imagen que regalaba, con su frágil cuerpo temblando por el frío. Lo abrazó, acariciando su cabello.

  —Akira… ¿qué haces? Debes de estar con Kai ahora, o él será muy infeliz. —Lo intentó apartar de sí, pero estaba demasiado débil, y el rubio le negaba efusivamente.

  —Dijo que no quería nada conmigo, Ruki. A la final, él tampoco quiere continuar— suspiró —. No imagino el fraude de novio que seré, en menos de un día ya me encontró reemplazo— se rió de ello, y Ruki lo hizo también al rato. Luego de esto, se abrazaron, y el casto beso que se dieron fue la última imagen que pudo recibir Uke de sus amigos, antes de que su padre emprendiera de nuevo el camino hacia su hogar.

  En el camino, Yuu iba un tanto pensativo, ya que no se había fijado netamente en nada más que en la gran sonrisa que traía su hijo en el rostro, y que en verdad le preocupada lo que venía detrás de ella. Será que han vuelto y ahora es más feliz de lo que pudo haber sido si lo intentábamos, pero es mejor así; pensó sin remedio. Sabía que, de todas maneras, una relación entre ellos dos habría sido por demás dañina y para nada aceptada, totalmente incorrecta, pero no contenía las ganas de preguntarle qué había ocurrido, de sacarle lo que el chico le había dicho, de ver si tenía razón y de saber si podía seguir viendo a su hijo de la manera en que lo había empezado a ver esa mañana. Por su cobardía, no se atrevió a mirarlos a ambos conversar, temía de poderse encontrar con un beso o algo por el estilo.

  —Uke— le llamó, tomando por fin una decisión. Se estacionó en un lugar cercano a la playa, en donde la costa aún se divisaba, pero no estaba para nada cerca. Había escampado un poco, pero la lluvia seguía cayendo a manera de suaves e inocentes gotas. —, ustedes… Digo… ¿Volvieron? —preguntó, un poco apenado por aquel sentimiento que tenía en esos momentos. Podría ser, tal vez, la tan conocida sensación de celos que se había alejado de su mente junto a la presencia del amor, pero que de golpe había vuelto y de la manera menos esperada.

  Uke, por su parte, rió suavemente. Su padre le miró con reproche, a sus ojos sólo se burlaba de lo que él sentía, pero no era ni parecido. El castaño lo tomó de la mano y lo acercó a él para darle un suave beso en sus gruesos labios, acariciando el negro y suave cabello y caía suavemente por encima de sus mejillas.

  —No hemos vuelto, le dije que había alguien que de un momento a otro me robó el corazón. —susurró en respuesta, encima de sus labios. Lo miró por unos segundos, y luego volvió a tomar aire— Bueno, tal vez no se lo dije de una manera tan poética —rió suavemente—, pero sé que eso le di a entender.

  — ¿Qué te dijo?— preguntó, ya un poco más tranquilo y relajándose en su asiento, debido a que la confianza le estaba inundando de nuevo, y qué bien se sentía…

  —Me dijo que era muy rápido, ya que ni han pasado dos días— susurró contrariado. El moreno rió de buena gana, y su hijo lo miró con un ligero puchero— ¡Oe! Eso no es para nada bueno ¿eh?, ¿quieres que piensen que tu hijo es un cualquiera? —cuestionó con la ceja alzada, y de un momento a otro, aunque pudo haber sido un espejismo, Uke trajo la imagen de su madre a la memoria del mayor, quien sólo suspiró.

  —Siempre que seas un cualquiera sólo conmigo, no tengo problema— le respondió con media sonrisa, sin importarle mucho lo que diría después de ello. El sol de su preciado domingo volvía a aparecer entre las nubes, sacando del camino a las gotas de lluvia.

  — ¡¿Cómo demonios se te ocurre decir eso?!— preguntó un tanto alterado el castaño. Lo tomó de una mano y lo miró fijo a los ojos —No puedes decir eso y, en todo caso, no puedes prohibirme que sea cualquiera con alguien más porque desde ayer soy soltero —le dijo, sacándole la lengua con disgusto, tal cual un niño pequeño. El mayor rió y lo abrazó.

  —Para nada, desde esta mañana eres el novio de tu padre— le dijo, tomando su mano y besando su frente—, por más bizarro que suene— terminó por decir. Luego de ello, los dos rieron y se dieron un beso, pasándose los sentimientos de cariño y ternura que ahogaban sus corazones.

  —Claro, que conste que ahora te diré Yuu— dijo el castaño, tomando de una vez el voto de confianza. Su padre se lo pensó unos minutos y luego asintió, sonriendo.

  —Y yo te diré Kai— propuso, estirando su mano izquierda, la cual fue estrechada por la de su hijo, que lo miraba sonriente.

  —Trato hecho, Yuu —respondió, dando de nuevo un beso a sus labios y acariciando su rostro, sin soltar su mano luego del apretón. Luego de unos segundos en aquella posición totalmente cómoda y satisfactoria, el moreno abrió los ojos y se separó levemente de su hijo.

  — ¿Sabes qué quiero hacer ahora mismo? —le preguntó, abrazándolo de tal manera que casi lo pasaba a su asiento. —Aunque creo que mejor deberíamos salir para que lo sepas mejor…

  —Oe, eres un pervertido ¿no? ¿Hacerlo en este momento? —preguntó sonrojado, mirando a sus alrededores los frondosos árboles verdes y la carretera húmeda iluminada por el sol que había decidido salir por completo.

  —No seas idiota, eso no es lo que quiero hacer— le respondió riendo—, sal conmigo y entenderás lo que deseo—. Y luego, salió sin más del auto. Uke salió del carro también y se encaminó con lentitud hacia el borde de la carretera, pero al parecer lo había perdido de vista. De un momento a otro, sintió unos brazos rodearle desde atrás, por lo que giró la vista, encontrándose con su padre y su gran sonrisa.

  —Ahora, dime qué quieres hacer y que no es pervertido— dijo, en tono creído, pretendiendo no tragarse ni una de las palabras ‘inocentes’ de su padre, que por más que lo negara, sí que era un pervertido. Vio el brazo del mayor extenderse, señalando un hermoso y brillante arcoíris del que no se había percatado en lo más mínimo.

  —Quiero escribir cuánto te amo en ese arcoíris— le susurró al oído, besando su mejilla y sonriendo, mientras el menor tomaba su mano y la apretaba en la suya.

  —Yo también te amo— le contestó, sonriendo ampliamente. Se viró por completo para rodear su cuello con los brazos y darle un beso suave y pausado, cargado de emociones que, aunque no lo sabía, estaban retenidas en su interior.

  Te amo, te amo, y no sabes cuánto quiero encerrar ese sentimiento en un hermoso y colorido arcoíris, amor mío. Para que lo mires todas las tardes, para que al verlo yo recuerde tu sonrisa, para que nunca olvides que eres el rey de mi corazón. Y de nuevo te digo: Te amo.

 

Notas finales:

Bueno, esta no es precisamente una de mis parejas favoritas, tampoco es una de las que siempre selecciono, pero en verdad me agradó hacer este fanfic owo

Lo que me impulsó a hacerlo fue pincipalmente Gabe, y sé que me tardé mucho escribiéndolo -w- pero ¡gabe! Estaba secaa XDD

Por otra parte, si algunos de los que leen acá leen Silly Boy., sepan que la conti estará lista a más tardar la próxima semana, y siento mi tardanza D: es que, como dije, andaba falta de inspiración XD ¡Adiós! *u*

Los veo en los reviews~


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