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Sin daños a terceros por Cassiel

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Notas del fanfic:

Esta idea un tanto bizarra y triste se me ocurrió gracias a la inspiración de uno de mis musos favoritos, el excelentisimo Ricardo Arjona y su canción Tarde.

Os dejo el link por si quereís escucharla mientras leeís, yo lo recomiendo, sobre todo para la última parte:

http://www.youtube.com/watch?v=ac58pKzXwJk

Notas del capitulo:

Espero sinceramente que disfruten leyendo tanto, como yo lo hice escribiendo.

Desclaimer: Naruto no me pertenece, va por cuenta de kishimoto sensei, yo solo lo uso para mitigar mis frustraciones y eso no genera ningun tipo de lucro XD

perdonen si hay alguna falta de ortografía, lo he subido sin revisarlo... hablando de eso, si alguien quiere ser mi beta o sabe de alguien que pueda serlo que me informe, onegai!

 

 

 

Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas.

- Mario Benedetti

Sin daños a terceros     

                Te vi y tú me viste, nos reconocimos enseguida. Cómo no, si habíamos estado buscándonos tanto tiempo, con el alma tiritando compungida ante la idea de que solamente estuviésemos en la imaginación del otro. Pero éramos reales, hechos de carne y huesos, de profundos anhelos, de ilusiones que morían al atardecer y renacían con la penumbra brumosa del alba, de labios que se buscaban a sí mismos en el rostro de un extraño. Sí, nos vimos y lo supimos con una convicción arrebatadora: nuestros corazones latían al unísono…

 

Justamente ahora
irrumpes en mi vida,
con tu cuerpo exacto y ojos de asesino*.
Tarde como siempre,
nos llega la fortuna.

 

                Moría la tarde de un viernes cualquiera de invierno, envuelta entre nubes cenicientas que tapizaban el cielo de Konoha y vientos que aullaban de dolor cuando eran desgarrados por las afiladas puntas de los esbeltos rascacielos. La tormenta estaba cercana, y parecía que el sol huía de ella escondiéndose bajo la línea del horizonte, dejando tras de sí un desvaído tono rojizo.

                Sasuke Uchiha, vaso de whiskey en mano, era testigo desde su despacho en el piso número 48 de la sede principal de Akatsuki Corporation de cómo avanzaba la penumbra a la vez que corrían en un vaivén suicida los segundos en el reloj de pulsera atado a su muñeca izquierda, casi oculto entre los pliegues de la suave tela de su camisa blanca. Tenía sus ojos oscuros e impenetrables anclados a la esfera sangrante que era el astro rey y el entrecejo ligeramente arrugado, gesto que lo asaltaba inconscientemente cada vez que se concentraba en alguna cuestión de especial urgencia y que se intensificaba en el instante en que sus pensamientos empezaran a divagar en una dirección que no le era grata.

                Llevaba toda la tarde allí, enfrentado a esa pequeña parte visible del rostro de la vanidosa metrópolis que lo había visto nacer y crecer durante sus escasos 25 años de vida mientras se expandía, se elevaba y se construía a si misma a través del sudor y el esfuerzo de sus habitantes. Horas y horas de permanecer con la mente en blanco para nada, porque al final había terminado cediendo a ese impulso indeterminado que se removía sin tregua en su interior.

                La arruga marcada en su pálida piel se acentuó al fruncir el ceño enérgicamente, como si de esa manera pudiera encausar convenientemente las prolijas ideas con vocación de terroristas que últimamente lo acechaban y se abalanzabas sobre él a penas bajaba la guardia, poniendo sugerencias bomba que desequilibraban su sistema.

                Se llevó el vaso a los labios y bebió un gran trago del líquido de color ambarino. Rápidamente, giró su confortable silla para encarar su sobrio despacho vacío. Los hielos tintinearon al chocar entre sí cuando descargó el vaso sobre su escritorio de cristal, junto a su portátil encendido y con la pantalla llena de números y cuentas. Un poco más allá, casi oculto tras su portafolio, emergía la mitad de un portarretratos con el marco de plata surcado por innumerables florituras, con el cristal reflejando la mortecina luz blanca e impidiendo ver la fotografía que acunaba.

                Él no necesitaba verla para saber que desde allí una hermosa joven de ojos esmeraldas y un peculiar cabello tintado de rosa, sonreía abrazada a su cintura con la expresión inundada de  la tranquila alegría de quien está seguro y complacido con su vida.

                El nombre de la muchacha era Sakura Haruno, una especialista médica con un futuro prometedor. Una chica de una buena familia que había recibido una esmerada educación, que tenía unos modales impecables, una armario de envidia y un coche nuevo cada año sin perder por ello la sencillez en el trato con los demás y un carácter generalmente afable que la abocaba a ser fiel defensora de las causas perdidas y las películas románticas, que dedicaba su tiempo libre a salvar gatitos callejeros y, en su redomada ingenuidad, a tratar de descifrar la recóndita personalidad de Sasuke, su gallardo y, a sus ojos, perfecto prometido. Sin duda, el tipo de mujer que su madre y su familia verían con buenos ojos para un futuro enlace: tierna, intrépida en los momentos adecuados y con una devoción absoluta por él.

                Pero esa era solamente la máscara que usaba para encarar un mundo que exigía mucho de ella, la de señorita perfección. Tal vez él fuera el único que la había visto como realmente era, una mujer con defectos y cualidades, que a pesar de su bondad a veces se permitía ser egoísta, caprichosa y mimada, con miedo a fracasar y con pánico a quedarse sola. Tal vez por ese temor a la soledad se hubiera empeñado en perseguirle desde los doce años, con una amor tan ciego y asfixiante como entregado y tenaz, que ella sabía perfectamente no era correspondido pero en el que insistía porque guardaba la necia esperanza de que si  luchaba algún día se tornaría real.

                Por eso, y porque años de amistad le habían llevado a compartir con ella una suerte de complicidad que no tenía con ninguna otra mujer, Sasuke la había elegido para desposarse y acallar las quejas de su quisquillosa familia.

                Pidió su mano sin ningún tipo de ceremonia, aunque no sentía los dichosos latidos frenéticos del corazón y las famosas descargas eléctricas sobre la piel que su hermano Itachi aseguraban eran reales y él experimentaba cada vez que tocaba en secreto y a ratos robados a su amante sin nombre, que Sasuke sospechaba no era otro más que un artista llamado Deidara, un joven recién egresado de la facultad de artes de una universidad en Londres que empezaba a ser famoso por sus esculturas y de quien, casualmente, Itachi era mecenas.

                Bah, él no necesitaba nada de eso. Él precisaba de alguien que fuera del agrado del clan Uchiha y no entorpeciera su trabajo.

                -Otôtô-baka. No has vivido de verdad la vida hasta que no amas a alguien-murmuraba Itachi con su voz imbuida en la calma y la sabiduría que otorga el hecho de verse obligado a madurar cuando apenas se es un niño, y los ojos de obsidiana reflejando pesar-. Pocas cosas dejan una huella tan profunda y maravillosa en las personas.

                Solía ignorar los comentarios de su hermano mayor. Si quisiera tener chispazos de electricidad, metería los dedos en los enchufes de los electrodomésticos. Y según tenía entendido, las arritmias cardiacas no eran un síntoma que indicara nada bueno, entonces ¿Para qué las querría él?

                Amor.

                Valiente tontería.

                La vida no podía depender de algo tan subjetivo.

                O eso había creído hasta que lo conoció a él. Y entonces tuvo la ligera-muy ligera y nada importante-sospecha de que jamás se había permitido soñar con alguien por temor a que esa persona no existiese y él tuviese que mantenerse a base de recuerdos inventados durante sus largas noches de insomnio.

               

Tanto soñarte y extrañarte sin tenerte,
tanto inventarte,
tanto buscarte por las calles como un loco,
sin encontrarte.
Y ahí va uno de tonto;

por desesperado,
confundiendo amor con compañía.
Y ese miedo idiota de verte viejo y sin pareja,
te hace escoger con la cabeza lo que es del corazón
.

 

                No lo había planeado.

                Ocurrió repentinamente, y era la primera cosa en años que se atrevía a desafiar el férreo y racional control que llevaba de su pacífica y ordenada vida, en la que las variables azarosas no eran bienvenidas. Pero es que, creyéndose totalmente inmune, casi pecando de ingenuidad con aquella absurda certeza, ni siquiera había sospechado que pudiera ser posible.

                Quizás porque desde pequeño había sentido profundo desdén por las historias rosa donde un par de desconocidos quedaban irremediablemente unidos el uno al otro con tan solo una mirada o un encuentro aparentemente fortuito  porque así lo designaba alguna suerte de mecanismo inteligible; o quizás porque a su infantil pero inteligente mirada, cuando la tristeza que su progenitora cargaba en los ojos oscuros se desbordaba mientras visitaban la tumba de su padre, esas lagrimas silenciosas despertaban en él la certidumbre de lo despiadado de aquel incomprensible sentimiento. Quizás por todo eso, y por su naturaleza pertinaz y circunspecta, poco dada a la exaltación de emociones que consideraba someras, Sasuke Uchiha estimó que el amor nunca se tropezaría con él. Ellos dos vivirían evitándose mutuamente.

                La  idea le resultaba relajante y ventajosa, ya que dada la privilegiada posición del clan Uchiha en el mundo de los negocios y el hecho de ser la mano derecha del líder, su adorado hermano Itachi, tanto dentro de la familia como en la corporación Akatsuki, no estaba dispuesto a permitirse pérdidas insustanciales de su valioso tiempo. Siempre habían demasiados asuntos que requerían su insigne atención, pilas interminables de documentos que leer y firmar, importantes citas en su agenda programadas con meses de antelación y ni un solo segundo para malgastar en algo tan intrascendente e improductivo como el amor.

                Eso era algo que sabía muy bien. Y aún así, a pesar de aplicar toda la lógica posible a su situación, eso que no deseaba terminó por suceder.

                Y ahora estaba allí, soportando aquel temblor en la ínfima y odiada parte de si mismo que no podía ser mitigada a base de horas extra de realidad descarnada, y ahogando un avasallador anhelo pocas veces experimentado mientras maldecía mentalmente el infame momento en que se derrumbaron sus defensas a causa de una simple sonrisa. La más exasperante y risueña del mundo.

                Una que no le pertenecía. Ni ahora, ni nunca. Pero por la que profesaba una indiscutible dilección.

Ganas de besarte,
de coincidir contigo.
De acercarme un poco,
y amarrarte en un abrazo,
de mirarte a los ojos
y decirte bienvenido*.

 

                Por primera vez desde la muerte de su padre, cuando solo era un niño con menos años que dedos en su mano, sentía que su mundo volvía a sacudirse con unas consecuencias profusamente inciertas.

                Llamaron discretamente a su puerta golpeando con los nudillos en la madera a la vez que pronunciaban su nombre con un tono delicado que alargaba ligeramente las vocales y suavizaba las consonantes. Sin duda, el de Ino Yamaka, su eficiente, aunque molesta, secretaria.

                -Adelante.

                La mujer, ataviada con una elegante falda azul que le llegaba a la rodilla, una camisa ligeramente escotada a juego y el largo cabello rubio recogido en una coleta alta, entró de inmediato. Tras cerrar la puerta, avanzó haciendo trucos de equilibrista sobre sus zapatos de tacón, en su mano, esgrimía la agenda electrónica donde se encargaba de registrar las reuniones de su jefe. Se detuvo en el centro de la sencilla pero distinguida estancia, respiró hondo en busca de la fuerza que siempre necesitaba para encarar al menor de los Uchiha y dirigió su mirada azul hacia él, que la observaba impertérrito desde su “trono”.

                 Como siempre las piernas le temblaron y no pudo evitar ser cautivada una vez más por la armoniosa distribución de los masculinos rasgos de su rostro, enmarcado por dos mechones de lustroso cabello negro que caían lacios rozando sus orejas y desafiaban a la gravedad en la parte de atrás, elevándose en puntas que le daban un aire cuidadosamente desaliñado y juvenil.

                La oscura mirada la atravesó de una forma despiadada, pero solo se decidió a hablar por fin cuando una de las finas cejas negras se arqueó inquisidoramente y un rictus de exasperación se forjo en los labios delgados y, a su parecer, infinitamente sugestivos.

                -Yo… disculpe Sasuke-sama, acaba de llamar Itachi-sama para cancelar la cita que tiene con usted esta misma tarde. Ha dicho que debe tomar un vuelo urgente a Londres y que no volverá hasta dentro de una semana, y ha pospuesto el encuentro hasta entonces-Sasuke se frotó pacientemente el puente de la nariz. Seguramente había huido para encontrarse con su amante. Maldito Itachi. Ya se encargaría luego de aclararle algunos puntos-. Además, también ha llamado Sakura-san para recordarle el compromiso de esta noche en casa de sus padres y que mañana debe usted madrugar para que el diseñador de su traje le tome las medidas.

                Sasuke guardó un hermético silencio, que trajo en vilo el desbocado corazón de su secretaria. Realmente odiaba la maldita manía de Sakura de llamarlo a todas horas para recordarle hasta el detalle más estúpido e insignificante cuando el él jamás se había olvidado de algo.

                -Esta bien, Ino. Puedes marcharte.

                Una vez estuvo solo, cerró los programas del portátil y tecleó ágilmente la clave de seguridad que protegía los archivos de la empresa de miradas curiosas y malintencionadas. Se apresuró en coger la chaqueta de su traje negro y salir rumbo al único lugar de Konoha donde Sakura, su madre y su suegra no podían atormentarlo, y los preparativos para la aciaga boda no eran un tema que entrara en  el menú de discusiones posibles: Kyuubi Coffee, su refugio y el lugar donde él lo recibía siempre con una enorme y entusiasta sonrisa, una de esas que nunca se verían en su pálido rostro.

 

Ganas de besarte,
de coincidir contigo.
De acercarme un poco,
y amarrarte en un abrazo,
de mirarte a los ojos
y decirte bienvenido*
.

 

                Kyuubi Coffee era un pequeño establecimiento perdido entre los laberinticos muros del casco antiguo de la ciudad y el rincón favorito de los amantes del buen café y los minutos que sabían a eternidad, pues entre sus muros se desvanecía la noción del tiempo, confundiéndose con las volutas de humo de las bebidas calientes que invariablemente se servían junto a una sonrisa y un comentario amable.

                El lugar quedaba a unos escasos diez minutos a pie desde el lugar de trabajo de Sasuke, por lo que en ocasiones se le podía ver allí a media tarde disfrutando de un descanso, mientras se extraviaba en la límpida y hermosa mirada azul del joven dueño, Naruto Uzumaki, a cada sorbo que le propinaba a su taza humeante.

 

 

                El moreno miró el reloj antes de abandonar el vestíbulo de Akatsuki corporation, sin molestarse en despedirse de la atenta recepcionista que seguía fijamente sus movimientos de una forma descarada e irritante.

                Eran cerca de las seis de la tarde, aún le quedaban un par de horas antes del cierre de la cafetería así que se enredó la bufanda negra al cuello y se encaminó despreocupadamente, avanzando sin afán entre los pocos transeúntes que se atrevían a desafiar el aliento helado del mes de enero, hasta desembocar en la esquina de una peculiar plaza que rompía la monotonía de los prístinos edificios, resquicios de una época antigua.

                La plaza era pequeña, con forma de rombo, farolas de gas y una pequeña fuente que escupía agua a través de un cántaro sostenido por un triste ángel, cuyas alas extendidas escondían, tras sus plumas talladas en piedra, la fachada custodiada por gárgolas de fieros ojos y afiladas garras de Kyuubi Coffee.

                Sasuke se detuvo a un paso de cruzar la calle, tratando de adivinar a lo lejos las siluetas moviéndose tras los cristales empañados y las gotas de lluvia provenientes del cielo que comenzaban a salpicar las calles medio vacías.

                Así estuvo por espacio de un cuarto de hora. De pie,  con la mente en blanco, mirando sin ver la fachada, el tímido y austero letrero que proclamaba el nombre de la cafetería y la parpadeante bombilla de la entrada.

                La lluvia se intensificó, pero él ni siquiera lo notó, estaba demasiado ocupado midiendo las posibles consecuencias que se desatarían tras cruzar el umbral y sentarse en su mesa de siempre. Lo más probable es que volviera a sentir el impulso de salir corriendo a gritarle a Sakura y a su familia entera que ya no había boda, de decirle a la primera que abandonara aquel sentimiento enfermizo con el que pretendía atarlo a su existencia y a los segundos que ya no quería esa vida llena de triunfos, lujos, ostentación que envenenarían de envidia el corazón de los demás y de orgullo y vanidad el propio; de coches deportivos, trajes de diseño y licores importados para paliar la falta de esa cosa cálida y desconocida que experimentaba cada vez que por casualidad los ojos azules del vivaracho Naruto le sonreían entre las paredes, el humo del tabaco y el delicioso aroma del café.

                Lo mejor sería marcharse. Y no volver.

                Lo que no sabía, era que esa decisión no dependía de él, y ya había sido tomada.

 

Ganas de huir;
de no verte ni la sombra,
de pensar que esto fue un sueño o una pesadilla,
que nunca apareciste,
que nunca has existido.

                Una de las pocas personas que corrían por las aceras húmedas, refugiada bajo un gracioso paraguas naranja con espirales rojas, se detuvo a pocos pasos de haberse adentrado en la plaza. Era un joven muchacho que apenas rebasaba la veintena, apretujado en un gran abrigo naranja que resaltaba el azul de sus ojos y el dorado de sus cabellos. Tenía un mohín de sorpresa dibujado en su rostro redondo de suaves y agradables rasgos.

                -¡Sasuke! ¡Sasuke!-gritó, haciendo aspavientos con el brazo libre para llamar la atención del moreno-¿Eres tú? ¿Qué haces ahí parado?

                El aludido se limitó a entornar los parpados y maldecir su suerte al ver como el alegre muchacho avanzaba hacia el blandiendo una enorme sonrisa. Pronto se vio cubierto por el paraguas del otro y asediado por las preguntas que ametrallaba más que formulaba.

                -¿Por qué no has entrado a la cafetería si llueve a cantaros? ¿Es que quieres deshacerte o te gusta mojarte con el frío que hace? ¿Ne? ¿Te has vuelto tonto de repente, Sasuke? ¿Qué haré si te da una pulmonía y te mueres?

                Sasuke inclinó un poco la cabeza hacia adelante y elevó las comisuras de sus labios para esbozar una sonrisita de suficiencia.

                -¿Por qué te preocupas tanto por mí, usuratonkachi? ¿Acaso no fuiste tú el que proclamó que le daba igual lo que pasara conmigo la semana pasada?

                Naruto infló los mofletes, con un gracioso mohín de enfado.

                -No me preocupo por ti, teme, es solo que no sería bueno para el negocio quedarse sin un cliente habitual-arguyó, evitando las afiladas pupilas negras con cierto embarazo.

                La sonrisita de Sasuke se amplió.

                El rubio lo miró disimuladamente, mordiéndose la lengua para no articular una disculpa para ese odioso, prepotente, déspota y engreído que estaba frente a él.

                -Fue culpa tuya, por decir que mi café no alcanza tus estándares de calidad, bastardo.

                Bufó indignado,  sintiendo como se reavivaba el resquemor que suscitaron las nada cordiales palabras con las que el moreno se había atrevido a calificar el nuevo café que estaba diseñando. No había pasado los últimos tres años en Italia, no había estudiado centenares de libros y practicado tanto para que un impertinente que no sabía nada menospreciara su trabajo. ¡Era el mejor barista de Konoha! ¡De todo el país!

                Estuvo tentado de lanzarle un puñetazo y ahogarlo en la fuente a rebozar, pero se recordó que hablaba con Sasuke Uchiha, una persona incapaz de pronunciar una palabra agradable por alguna clase de trastorno metal incurable aún por diagnosticar.

                Suspiró resignado.

                -Vamos-dijo tirando a un tiempo de la manga empapada del abrigo de Sasuke-será mejor que vayamos a Kyuubi y consigamos algo de ropa seca para ti.

 

 

                Un pinchazo le atravesó el pecho cuando inconscientemente la mano de Naruto se deslizó hasta aferrar la suya mientras caminaban. Y su corazón empezó a latir torpemente, ignorando sus órdenes. Por un instante se permitió creer que todo era absolutamente perfecto, que no era él, sino alguien que pudiera conformarse con sueños sencillos, que no desdeñara las emociones y las devaluara a la sombra de la razón. Alguien que pudiera estar con Naruto.

                Una fugaz sonrisa, la primera y la única de verdad que hubiese esbozado, asomó tímidamente en sus labios.

                Sus agarrotados dedos se entrelazaron entre los de su compañero rubio, deleitándose con la dulce calidez y tersura de la piel. Naruto se sobresaltó y se detuvo abruptamente antes de que tuvieran oportunidad de sobrepasar la fuente, haciendo que Sasuke también frenase. Agachó la cabecita dorada para que el otro no pudiera ver el remordimiento bailando en sus pupilas. Se mordió el labio con rabia, aguantándose las inmensas ganas de llorar que le desgarraban la entereza.

                Sasuke lo observó detenidamente, sin presionarlo para volverse a poner en movimiento.

                -¿Ocurre algo?-inquirió al cabo de unos segundos.

                El rubio no pudo evitar que los vellos de la nuca se le erizaran al ser rozado con la guardia baja por aquella voz grave y susurrante que se le antojaba tan sumamente sensual. Irguió inmediatamente la cabeza y encajó los hombros en una posición más digna para enfrentarse al otro hombre, a su belleza salvaje y a sus profundos ojos.

                -No es nada.

                Ambos se miraron en silencio, cazando al vuelo lo que cada quien tenía por decir, palabras que no debían materializarse, y reconociendo en cada pliegue de los labios ese sentimiento al que no se atrevían a dar nombre.

 

Te vi y me viste,
nos reconocimos enseguida,
pero tarde.
Maldita sea la hora
que encontré lo que soñé,
tarde.

               

                El moreno asintió y lo instó a continuar, rompiendo el contacto para mitigar el deseo voraz que llevaba consumiéndoles el alma desde que un día se descubrieron pensando en el otro sin ningún motivo en especial.

                El eco de sus pasos se camufló entre el retintín del agua al golpear los tejados. Marcharon despacio, sin decir nada porque el suyo era un amor que vivía de silencios. Alargaron todo lo que pudieron dicho instante porque de algún modo intuían que todo se acabaría al llegar a la puerta de Kyuubi Coffee.

                Pero la ilusión se rompió antes,  cuando Sasuke apretó un  poco más fuerte el agarre precipitando la realidad sobre sí. El frío metal del anillo que Naruto llevaba en su dedo anular le mordió la piel sin misericordia.

                Un anillo de matrimonio. Una simple joya con un significado trascendental y definitivo: Naruto ya pertenecía a otra persona.

                Frunció el ceño, hasta que sus cejas quedaron casi juntas, y su mirada se recubrió de frialdad y su semblante retornó a la expresión seca propia en él.

                Sabía desde hace mucho que Naruto estaba casado, incluso conocía a su esposo, Sabaku no Gaara, un socio en varios negocios y quien le había recomendado ir al Kyuubi Coffee.

Tú ibas con él,
yo iba con ella,
jugando a ser felices por desesperados,
por no aguardar los sueños,
por miedo a quedar solos.
Pero llegamos tarde,
te vi y me viste,
nos reconocimos enseguida,
pero tarde.

                Desataron sus manos, Sasuke sin ninguna sensación en especial rondándole, Naruto debatiéndose entre ese vibrante y abrumador sentimiento que despertaba el moreno y el cariño, respeto y confianza que Gaara depositaba en él cada mañana, cuando al despertarse le dada un beso sincero, cargado de amor.

                Se frotó el rostro, exigiéndose tomar una decisión definitiva que acabara ya con esa tortura de morirse por tocar la piel del moreno, deslizarse entre sus labios y aferrarlo en un abrazo.

                Por una casualidad, nunca supo si afortunada o no, descubrió la silueta de Gaara recortada contra uno de los cristales de la fachada. Estaba sentado en la barra, de espaldas, por lo que solo alcanzaba a ver su oscura ropa y su rebelde mata de cabellos rojos. Estaría esperándole con sufrida paciencia, soportando los bizarros comentarios de Sai, su ayudante, y supo que apenas le viera daría un brinquito y se dirigiría hasta él con su rostro inmutable, pero con un inequívoco regocijo naufragando por sus irises aguamarina. Gaara le quería con total entrega. A su lado estaba seguro y era feliz.

                Le sonrió con melancolía a Sasuke y éste supo que había perdido la tácita batalla librada en el fuero interno del rubio.

 

Y ese miedo idiota de verte viejo y sin pareja,
te hace escoger con la cabeza lo que es del corazón.
Y no tengo nada contra ellos,
la rabia es contra el tiempo
por ponerte junto a mí,
tarde.

 

 

                Y, contra todo pronóstico, Sasuke también rió. Alzó su mano para acariciar los cabellos dorados y se inclinó para robarle un beso furtivo, corto, apenas un rose. Puso delicadamente sus labios contra los dos trocitos de caramelo que Naruto tenía por labios y los apretó un poquito, lo suficiente para grabarse la sensación y apartarse antes de perder el control.

                Ese día terminó todo. Naruto vio como la silueta oscura de Sasuke se deshacía en espejismos brumosos bajo una tormenta de invierno que lloraba su tristeza sobre la ciudad y cegaba a los desprevenidos viandantes que transitaban sus calles laberínticas, guardianas de secretos arcanos y amores correspondidos que no pudieron ser.

                Dejó escapar el paraguas. Con el corazón apretujado de una forma dolorosa en el pecho.

                -¡Suerte, Sasuke!-gritó.

                Vio al moreno levantar el brazo en señal de despedida sin girarse. Permaneció allí hasta que desapareció por completo. Preguntándose si el líquido que rondaba por su cara era solo agua de lluvia o sus lágrimas, fue hasta la cafetería, empujó la puerta y se adentró en el local con la garganta seca y un vacío insoportable en el estómago.

                Gaara se giró hacia él y, como había predicho, se levantó de un salto y fue a su encuentro. Mientras era rodeado por sus brazos fuertes y cálidos se abandonó a la sensación de ser querido, prometiéndose que se esforzaría en devolver la misma cantidad de afecto que recibiera.

                -Te quiero Gaa-chan-susurró, flojito, solo para ellos dos.

 

Quizás en otras vidas,
quizás en otras muertes.
Que ganas de rozarte,
que ganas de tocarte,
de acercarme a ti y golpearte con un beso,
de fugarnos para siempre,
sin daños a terceros.

 

…Ahora que sé que existes, tan solo lamento no haber tenido el valor suficiente para esperarte. Lo siento, pero  la soledad era algo que me daba mucho miedo.

 

Notas finales:

Me ha encantado escribir esta historia, aunque presiento(no se por quéXD) que a muchos no les ha  gustado, pero bueno.... los happy ends estan sobrevalorados.... de todas formas, si quieren quejarse o simplementes les apetece dejen un rr para esta autora insomne que escribe en lugar de estudiar para su prueba de acceso a la universidad¬¬....


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