Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

El juego (entre un rubio maduro y un moreno adolescente) por Timothy William

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Espero que les guste y que comenten. Aunque sí, lo sé, es un fic un poco-bastante raro...

Notas del capitulo:

Espero que les guste y que comenten. Aunque sí, lo sé, es un fic un poco-bastante raro...

<!-- /* Font Definitions */ @font-face {font-family:"Cambria Math"; panose-1:2 4 5 3 5 4 6 3 2 4; mso-font-charset:0; mso-generic-font-family:roman; mso-font-pitch:variable; mso-font-signature:-1610611985 1107304683 0 0 159 0;} @font-face {font-family:"Arial Unicode MS"; panose-1:2 11 6 4 2 2 2 2 2 4; mso-font-charset:128; mso-generic-font-family:swiss; mso-font-pitch:variable; mso-font-signature:-134238209 -371195905 63 0 4129279 0;} @font-face {font-family:Calibri; panose-1:2 15 5 2 2 2 4 3 2 4; mso-font-charset:0; mso-generic-font-family:swiss; mso-font-pitch:variable; mso-font-signature:-1610611985 1073750139 0 0 159 0;} @font-face {font-family:Tahoma; panose-1:2 11 6 4 3 5 4 4 2 4; mso-font-charset:0; mso-generic-font-family:swiss; mso-font-pitch:variable; mso-font-signature:-520082689 -1073717157 41 0 66047 0;} @font-face {font-family:"@Arial Unicode MS"; panose-1:2 11 6 4 2 2 2 2 2 4; mso-font-charset:128; mso-generic-font-family:swiss; mso-font-pitch:variable; mso-font-signature:-134238209 -371195905 63 0 4129279 0;} /* Style Definitions */ p.MsoNormal, li.MsoNormal, div.MsoNormal {mso-style-unhide:no; mso-style-qformat:yes; mso-style-parent:""; margin:0cm; margin-bottom:.0001pt; mso-pagination:none; mso-hyphenate:none; font-size:12.0pt; font-family:"Times New Roman","serif"; mso-fareast-font-family:"Arial Unicode MS"; mso-font-kerning:.5pt; mso-ansi-language:ES-TRAD; mso-fareast-language:#00FF;} .MsoChpDefault {mso-style-type:export-only; mso-default-props:yes; font-size:10.0pt; mso-ansi-font-size:10.0pt; mso-bidi-font-size:10.0pt;} @page Section1 {size:595.25pt 841.85pt; margin:2.0cm 2.0cm 2.0cm 2.0cm; mso-header-margin:36.0pt; mso-footer-margin:36.0pt; mso-paper-source:0;} div.Section1 {page:Section1; mso-footnote-position:beneath-text;} -->

Levanté la mirada del libro que tenía entre las manos y miré por la ventana; empezaba a odiar la rutina de ir en tren cada día. Dejé que la mirada se me perdiese más allá del paisaje y, de golpe, sentí unas enormes ganas de vomitar, la cabeza me daba vueltas y las arcadas no cesaban. Pero no era un mareo normal, más bien era como si una especie de malestar interno hubiese estado siempre ahí, y ahora me dese cuenta de su presencia. Volví a clavar la mirada en el libro e intenté leer más de un par de páginas seguidas, pero era imposible; había demasiadas cosas que no desaparecían de mi mente.

Y si bien es verdad que estaba pensando en cómo darle las notas orientativas a mi madre, el poco dinero que me quedaba para pasar este mes y el siguiente, los deberes de mañana y cómo acabaría el libro que me estaba leyendo, debo admitir también que el problema principal era él. De hecho, no era ni un problema, simplemente estaba ahí, dando vueltas en el interior de mi mente. El no saber si estaba enamorado de ese hombre me producía demasiada confusión, y por otra parte, me frustraba y me enfurecía: no soportaba no saber las cosas.

Cuando el tren paró en mi ciudad, debo reconocer que estaba un poco amargado, siempre he odiado esos momentos en los que te entra el bajón y no tienes ni la más remota idea del por qué. Y siempre suele ser en esos momentos, además, cuando descubres aspectos penosos de tu vida que antes ni te habías percatado de que fuesen así. Como por ejemplo el hecho de que me tratase como a su puto personal. Yo sabía perfectamente que no había ninguna clase de amor entre nosotros dos –o tal vez había algo de cariño, como máximo, y me sentía feliz auto convenciéndome de que era una relación plenamente recíproca: él sólo quería sexo de mí y yo sólo quería sexo de él. Y en buena mesura ese autoengaño era cierto, pero me molestaba descubrirme, a veces, pensando que no era cierto del todo.

Por ejemplo, hacía dos noches, la noche del sábado. Había ido a un concierto con una amiga (en buena mesura porqué venía otra amiga mía desde Madrid, y me moría de ganas de verla), y él estaba ahí. Normal, era su mánager. La cuestión fue que lo vi entrar cuando yo todavía estaba esperando fuera, para hacer cola, y me dio dos besos. Hasta aquí todo era perfectamente normal. Luego, una vez dentro, vi que me había llamado dos veces pero que yo no lo había oído, y vi un mensaje de texto suyo: Stas en la sala?  decía, me aparté un poco para llamarle y le dije que sí, que estaba en la sala y que qué quería, pero se cortó por el ruido, o él me colgó, no lo sé. Pocos minutos después recibí otro mensaje suyo: Solo queria saber si estabas en la sala. Nos vemos luego! Cuando lo leí me invadió la ilusión de que se acordara de mi. De hecho, fui corriendo hacia Ginny –mi amiga de Madrid, para enseñárselo, y ella me sonrió para reconfortarme.

Cuando acabó el concierto, le comenté a Ginny, la chica con la que había ido y con la que me iba a dormir, que si podíamos quedarnos hasta que saliesen todos para verlo, y ella no se opuso en absoluto. Estuvimos hablando durante cerca de media hora con todo el mundo; Alice, una amiga que también había actuado, otros artistas del día, amigos que también habían asistido, y con Ginny. Entonces le vi salir, pero no mostré ninguna seña de entusiasmo ni nada por el estilo; él tiene cuarenta-y-un años y nunca me ha gustado comportarme como un crío adolescente en su presencia. Finalmente se acercó a mí, sonriéndome con esa sonrisa de lado que tanto me gustaba.

-Oye, me encanta esta chaqueta –le dije tras conversar un rato. Era un abrigo que tenía pinta de abrigar mucho, y estaba recubierto de pelusita suave.

Él me miró y me volvió a sonreír.

-Rózate, rózate –me dijo frotando uno de sus brazos contra uno de los míos, y riendo.

Yo también me reí y nos empezamos a frotar el uno contra el otro. En ese momento no se si él sería consciente del ridículo que estábamos haciendo, pero yo no lo era en absoluto, y si hubiese estado consciente de ello no me hubiese importado lo más mínimo.

Ginny se encontraba hablando con un chico que había actuado esa noche, un tal Cedric, justo delante de nosotros, cuando se giró y se quedó mirando fijamente a Lucius.

-Tío, eres un borde –dijo-. Antes ya se lo he dicho a tu colega, que él es mucho más simpático que tu.

En ese momento me quedé petrificado. Pasaron unos cuantos segundos antes de que pudiese superar la vergüenza ajena que sentía en aquellos momentos como para mirar a Lucius. Él estaba en las mismas condiciones que yo.

-Venga, venga, va, dame dos besos –dijo mirando a Ginny. Yo todavía permanecía quieta-. ¿Ves? Todo arreglado.

Pero yo sabía que eso no había arreglado nada. La conocía relativamente poco, pero lo suficiente como para saber que si ese pequeño insulto había logrado captar una mínima atención por parte de Lucius, eso no se iba a quedar ahí.

-Que no, que no; que sigues siendo un borde –soltó Ginny-, que siempre te metes conmigo y me haces bulling, como en el Hipnotik –Lucius la miró calmadamente y volvió a repetir la maniobra de los dos besos, luego se giró hacia mí con esa sonrisa de medio lado de nuevo en su cara alargada. Ginny también volteó hacia nosotros y agregó su sentencia final -: Es un borde –luego siguió hablando como si nada con Cedric, que parecía estar en su mundo.

Ginny me pidió que le fotografiara con Cedric, extendiéndome el brazo con el móvil sujeto en la mano.

-Venga, ¡Lucius tu también! –dijo ella, y Lucius se colocó a su otro lado. Yo estaba intentando enfocar sus tres rostros en la oscuridad de la noche-. Aunque, bien pensado, a mi no me van los tríos –añadió Ginny cuando se dio cuenta de que tenía a Lucius a su derecha y a Cedric a su izquierda.

Soltó un gruñido gutural.

-¡Calla, calla! –le reproché, e hice un puchero antes de empezar a reír al ver la sonrisita que se le había marcado a Lucius en la cara.

A partir de ese momento tengo una pequeña laguna en mi memoria, donde todo se me desordena y hay cosas que se pierden.

Recuerdo que en algún momento durante la media hora siguiente me acerqué otra vez a Ginny y a Cedric, y oí como él le contaba que había tenido ciertos problemas con una chica china, puesto que ella le dijo que se acababa de hacer la prueba de embarazo y que estaba muy preocupada. Aquí hay un trozo de la conversación que no recuerdo, pero sé que en algún momento le pregunté a Ginny que qué pintaba ella en todo eso, y me dijo que la chica esta (Cho Chang), la había agregado a la conversación de Messenger con Cedric cuando le dijo todo lo que hacía referencia al test de embarazo.

-Pero bueno –repliqué yo, que de pronto me sentí ofendido-, ¿lo hicisteis sin condón?

Era perfectamente consciente de que en cuanto acabé la frase me sonrojé al máximo por mi ocurrencia, y bajé la mirada hacia el suelo para intentar disimular mi sonrojo.

Cedric se rió con bastantes ganas.

-¿Sabes que le contesté? –Consiguió articular entre sonoras carcajadas-. ¡Pero si me corrí en tu boca!

Sé que le reí la gracia y Ginny puso los ojos en blanco y entonces yo me fui para otro lado. No sé con quién fui a hablar entonces, pero creo que fue con Hermione, mi amiga de Madrid.

Hermione era la tercera vez que venía a Barcelona desde que yo la conocía. De hecho, creo que era la tercera vez que venía a Barcelona, a secas. No obstante, esa era la primera vez que la veía en persona. Iba todo el rato al lado de Ron –uno de los que habían actuado, y lo entendía perfectamente, pues era el amor de su vida, por así decirlo. Y si no era el amor de su vida, era el amor de su vida hasta entonces. 

Hacían una hermosa pareja, me gustaba como se veían juntos, aunque yo no era la persona más objetiva del mundo para juzgarlos, desde luego.

Recuerdo que estuve un rato hablando con Hermione y abrazándonos como si estuviésemos locos. La verdad es que me hacía mucha ilusión haberla visto. Mucha más que a Ron, aunque a él también le quería a su manera. Ambos eran unas personas sorprendentes. Pero por algún extraño motivo que descubriría la noche siguiente, ni Ron me habló a mí en toda la noche, ni yo le hablé a él. Ahora tal vez me arrepienta un poco de eso.

Fui pasando de grupo en grupo, hablando y relacionándome con la gente –que a veces eran conocidos y otras veces no, y mirando para donde estaba Ginny de vez en cuando, puesto que se había pasado medio concierto encerrada en el baño a causa de una aceleración del corazón. Ginny, por lo visto, siempre había estado delicada del corazón, y cuando se excitaba mucho debía relajarse o podía acabar en el hospital, por poner un drástico ejemplo.

Pasé de hablar con Lestat –que, de hecho, se llamaba Eleazar, pero odiaba su nombre y amaba al vampiro de Anne Rice-, y Alice sobre el concierto en el que actuaban al día siguiente, a hablar con Patil sobre el daño que me hacía la espalda, pasando por hablar con Fred y George sobre el concierto, o con un chico que nunca recordaba su nombre (aunque acabase de decírmelo) y que tenía dieciséis años y aparentaba diecinueve, o charlar de ropa con Aisak. Recuerdo vagamente que luego me entró hambre y saqué el bocadillo que me había dado Neville (una amigo de mi pueblo que también había asistido, junto con Dean), cuando un chico con el que nunca había hablado –ni visto, si quiera, me pidió un trozo y se lo di, mientras Naiara gritaba como una loca que no le diese nada de nada. Me reí mucho ese rato.

Fue cuando me giré para ver donde estaba Ginny y me dirigí hacia ella cuando empezó todo.

-¿Quieres que te finja un orgasmo? –le pregunté cuando llegué a su lado.

Me miró sonriendo y llamó a Lucius, que estaba al otro lado de la carretera, para que viniese a escucharlo. Él vino, divertido, y fue cuando yo me negué (alegando que la presencia de Lucius impedía que me concentrase), que me invitó a ir con ellos de fiesta. A decir verdad, recuerdo que me invitó antes, pero como no sé el momento exacto, mi memoria lo centra todo en este punto en concreto.

 Lucius me invitó a ir de copas a un bar de Barcelona, pero rápidamente rehusé la oferta alegando que debía ir a dormir a casa de Ginny. Lucius siguió insistiendo, aunque yo estaba seguro de que sabía desde el principio que yo me moría de ganas de ir.

Pasaron alrededor de unos diez minutos en los que Lucius intentó convencer a Ginny para que nos fuésemos con ellos, y en los que Ginny no pudo mostrarse más negativa.

-¡Pero que no he avisado a mi padre, joder! –chillaba ella, histérica.

La verdad es que no sé por qué se ponía tan histérica, el que tendría que estar histérico era yo.

-¿Y a mi qué? –contestó él también chillando-. ¡Tu padre no lo sabe y tu abuela fuma crack!

Creo que no fui el único que no acabó de entender muy bien el significado de aquella frase, pero me hizo sonreír. Estaba demasiado cabreado para reírme de verdad. Por una parte, sabía perfectamente que yo hubiese hecho lo mismo que Ginny; nunca me iría de fiesta teniendo a mi padre en casa, esperándome. Pero podía llamarle, ¿no? Nada me apetecía más que irme con Lucius de copas esa noche, y él lo sabía, y Ginny también lo sabía, pero cada vez tenía más claro que esa noche no iba a poder ser.

Severus también insistió para que nos fuésemos con ellos –el chico que le gustaba a Ginny, y eso le tocó su fibra sensible, pero tampoco cedió.

Me fui, desesperado, hacia Hermione para suplicarle que acabase con mi vida, que me negaba a ir a dormir a esa casa y que Ginny me estaba fastidiando la noche. Me sentía mal por pensar eso, pero era lo que sentía y tampoco debía esconderme de nada.

A Lucius le supliqué algo parecido cuando le vi solo y fui a hablar con él.

-Por Dios Lucius, secuéstrame.

Él me abrazo con fuerza, y yo me sentía volar. Estar entre sus brazos, con la cabeza apoyada en su pecho era una de las sensaciones más cálidas que yo había experimentado hasta entonces a lo largo de mi vida. Estábamos tan cerca el uno del otro, y a pesar de eso era incapaz de percibir su olor. Entonces me di cuenta de que había dejado de respirar, y me obligué a mi mismo a calmarme un poco y volver a llenar mis pulmones de aire. Estaba muy bien allí, oyendo el latir de su corazón justo debajo de mi oreja, pero tampoco era la muerte que había estado soñando.

Ginny no tardó mucho en aparecer y fastidiarme mi platónica escena.

-Bueno, ¿qué hacemos? –a pesar de que no podía verla porque tenía los ojos cerrados y mi cabeza dirigida hacia el otro lado, sabía perfectamente que no apartaba la mirada de mi-. ¿Nos vamos ya?

-No me sueltes –le susurré contra su pecho.

-No te voy a soltar –me aseguró en otro susurro. Noté como su aliento chocaba contra mi cabeza y me removía un poco el pelo. Su abrazo se hizo más fuerte, en un gesto que me pareció extrañamente posesivo. No necesitaba verle la cara para adivinar la sonrisa que se dibujaba en ella, y supongo que él tampoco necesitó hacer muchos esfuerzos de imaginación para adivinar la que se dibujaba en la mía-. Tu vete donde quieras –dijo en voz alta, y supe que estaba encarado a Ginny, mientras movía su mano por mi pescuezo y removía mi cabello-, pero él se queda conmigo.

Volví a sonreír. Me resultaba todo tan absurdamente bonito que sabía que no podía durar mucho más. Los sueños siempre se acaban; uno se despierta y vuelve a la realidad.

Apreté mis brazos a su alrededor con la mayor fuerza que mi débil cuerpo me permitía, y suspiré profundamente, intentando aprovechar ese último momento de estar rodeado de un aire impregnado en su olor. Cuando me aparté de él, tuve que colocar mis manos en su pecho, donde poco antes había reposado mi mejilla, y empujarle un poco para conseguir que me soltase.

Al final se marchó con Severus a buscar su coche para irse a Barcelona de fiesta. Sin nosotros. Y, claro, sin mí.

-Tío, lo siento –me dijo, antes de empezar a andar hacia su coche-. Otro día será.

Me quedé casi un minuto observando como se alejaban de nosotros, pero era más que eso, era como se alejaba él de mí. Y aunque la parte racional de mi cerebro me decía que aquel abrazo no había significado, ni mucho menos, lo mismo para los dos, la otra mitad de mi cabeza me gritaba que ese no era el momento de pensar en eso, y tal vez tuviesen razón las dos.

Cuando me di cuenta de lo quieto que estaba me giré con una velocidad muy extraña en mi hacia Ginny, y le dije que ya nos podíamos ir.

-Vale, pues vamos. Tenemos que coger el tranvía –y clavó su mirada en la dirección donde yo había perdido la mía poco antes-. La parada está por ahí –y levantó el dedo índice, señalando la oscura calle, como queriéndole dar más credibilidad a sus propias palabras.

Una nueva luz de esperanza se encendió ante mí.

Sólo tenía que hacerle entender la gran oportunidad que se perdía con Severus si rechazaba esa noche de fiesta, y al mismo tiempo andar rápido sin que se notase demasiado para llegar al coche antes de que arrancaran. En esos momentos tenía una confianza plena en la borrachera que llevaba Severus encima; con lo lento que debía ir… Eso me daría algún tiempo.

Llegamos frente al coche y todavía estaban dejando algunas cosas en el maletero. Severus se movía convulsivamente alrededor del vehículo, Lucius me miraba con la llave en alto, y había un tercer tipo que no había visto en mi vida, y que creo que no volveré a ver. Volví a dirigir la mirada hacia Lucius, que seguía mirándome con el rostro inexpresivo, y de golpe esbozó una gran sonrisa.

-¿Os venís? –hablaba en plural, pero se estaba dirigiendo exclusivamente a mí, y yo me encogí de hombros mientras miraba a Ginny por el rabillo del ojo. Apretó el botón para abrir los seguros del coche y Severus se metió en el asiento del copiloto de seguida. Seguramente tenía frío-. ¿Y? –insistió.

Ginny empezó a andar de nuevo y yo la seguí. Por lo menos la seguí hasta que pasamos al lado de Lucius, donde me detuve, en la parte delantera del coche.

-Ginny, por favor –le dije con voz ronca.

Severus, des del interior del coche, picaba al parabrisas y gritaba que fuésemos con ellos. De vez en cuando levantaba el dedo índice y lo sacudía en el aire, mientras chillaba que sólo fuésemos a una copa si no nos queríamos quedar más.

Lucius me miró con súplica, y luego dirigió toda su atención a Ginny.

-Por favor –dijo. Pero Ginny, por lo visto, era de esas personas que una vez ha tomado una decisión poco se puede hacer al respecto-. Venga va, joder. ¡Yo te llevo! Os llevo a los dos, cabemos los cinco en el coche. ¡Y allí no tendréis que pagar nada! ¡Alcohol gratis!

-No bebo –le contestó como toda respuesta, y por la cara que se le había quedado a Lucius pude adivinar que Ginny acababa de cargarse su mejor argumento-. Además, no me voy a subir al coche de un borracho.

-No voy borracho –su voz sonó tan clara y fuerte que no necesité que me lo repitiera dos veces para creerle. Yo le había visto borracho y ahora no lo estaba.

-No va borracho, tía –añadí en su defensa, y él me sonrió.

-Venga va niña, podemos pasárnoslo bien un rato y luego volvéis para tu casa –continuó-, a tu padre seguro que no le viene de media hora ni de una. Y seguro que ya está durmiendo. Venga, ¿os venís? –hizo una breve pausa y tomó aire-, por favor.

-Que no joder.

Los gritos penetrantes de Severus volvieron a alzarse por encima de los demás ruidos, suplicando una sola copa: una copa, decía, ¡sólo una! Ginny le miró a los ojos más allá del sucio cristal y luego clavó la mirada en el suelo.

-Mierda Severus, no me hagas esto, por Dios –murmuró para sí misma. De hecho, lo dijo tan bajito que estoy segura de que no pretendía que nadie la oyera.

Lucius siguió suplicándole durante lo que me pareció una eternidad y Ginny siguió negándose, inalterablemente. Yo, dentro de mí mismo, me veía completamente incapaz de asumir que eso estuviese pasando; Ginny, la Ginny que yo conocía, la Ginny que todos conocíamos, esa chica pequeñita y pelirroja, ¡esa Ginny estaba rechazando una súplica de Lucius! ¡Y de Severus! Por mucho que lo intentara, mi mente no daba crédito a lo que acontecía en ese momento a mí alrededor. Era demasiado surrealista, quizás. O tal vez es que estuviese tan cabreado como para empezar a delirar.

-Pero bueno –bufó Lucius tras un espeso silencio-, esto es increíble… ¡Te estoy aquí suplicando y tú que no, que no! Pues anda niña, ¡que te den! –hizo otra pausa en su acalorado discurso-. Que sepas que esto no lo había hecho nunca y no creo que se repita; pero, por favor, venid.

Mis ojos se abrieron como platos cuando por fin entendí que estaba suplicándole de verdad. Humillándose al máximo para conseguir… ¿Para conseguir el qué? ¿Una copa con nosotros? No, no era con nosotros. Era conmigo. Eso lo tenía clarísimo.

Levanté los brazos y acorté la distancia que había entre nosotros hasta que fuese nula, andando de una manera que recordaba a los zombis, con los brazos en alto. Pero cuando llegué a su lado y me volví a acurrucar contra su pecho todo se calmó de golpe. Me agarró con suavidad, por extraño que me pudiese parecer, e hizo ademán de meterme en el coche. En ese momento, sintiéndolo mucho por Ginny, si hubiese tenido sitio donde ir a dormir luego, me hubiese ido dejándola allí, a pesar de saber que ella tenía razón, de que quizás Lucius si había bebido un poco y de que yo actuaría igual que ella si hubiese estado en su caso. Y si no igual, de forma parecida. Pero no tenía ninguna cama en la que dormir y que no fuese la que me ofrecía Ginny, así que le dije a Lucius que me soltara.

Me miró a los ojos durante cinco segundos muy largos, y me soltó. Se despidió de nuevo, con otra súplica, se metió en el coche y enchufó el motor.

Tenía la mirada triste cuando pasó a cierta velocidad por mi lado para girar en la siguiente esquina. De vuelta a casa -aparte de intentar convencer a Ginny de que fuésemos, de que solamente debía hacer una simple llamada y de que yo le pagaba el autobús de vuelta, que una situación como aquella no iba a repetirse nunca más (y, lo peor de todo, es que yo estaba hablando con una convicción real), intenté no meditar demasiado la posibilidad de que fuesen mis ojos los que reflejaban dolor, pero tal vez (y seguro que existe alguna posibilidad) sus ojos eran un espejo de los míos, por eso podía pasar horas mirándole. Era como hablar conmigo mismo.

Subimos al tranvía sin pagar, y aunque no había nadie a parte de nosotros dos y el conductor, no nos dijo nada.

Cuando llegamos a su casa su padre estaba durmiendo y su hermano, Percy, viendo el televisor en el sofá.

Ginny le contó toda la historia y Percy solamente atinó a decirle lo estúpida que era, y a repetirme, una y otra vez, que me daba permiso para asesinar a su hermana a sangre fría. Estuvimos durante una media hora sentados los tres en el despacho, mientras yo fumaba con muchas ansias e intentábamos convencer a Ginny de que todavía teníamos tiempo de ir.

-Tío, pero joder, ¿y qué hago con mi padre? –dijo en uno de sus muchos intentos de que yo me callara-. No le voy a despertar ahora.

-¡No digas tonterías! –repuso Percy-. Sabes que el papa te teja ir perfectamente, y cuando se despierte yo se lo digo. Así que por eso no es.

Seguíamos discutiendo acaloradamente, aunque más bien era un monólogo mío y de Percy, cuando me quedé callado, pensando.

-Ginny, es que no logro entenderlo –murmuré, y luego aumenté mi tono de voz hasta que conseguí hablar con normalidad-. Con la de tiempo que hace que te gusta Severus y ahora que él quiere algo contigo tu le dices que no. Vamos, es que me parece surrealista, la verdad.

-Que no quiere nada conmigo –repuso con voz monótona-. Iba borracho.

-Ya bueno, pero resulta que los borrachos siempre dicen la verdad, ¿no? –oí como Percy me daba la razón, pero le ignoré-. Lo que creo que pasa es que no te consideras lo bastante buena como para que esto te esté pasando a ti. No, no, déjame acabar –suspiré sonoramente-. Y no lo digo sólo por lo de esta noche, tía, es que no puedes ir así por la vida.

Volvimos a embarcarnos en una discusión sobre ese tema, y los tres sabíamos que yo tenía razón.

-Mira, hagamos una cosa –dije-, llamo a Lucius y le pregunto que qué van a hacer luego, porque si después del bar este se van a su casa no hace falta que vayamos, total, cierran a las tres y son las dos y media. ¡Pero si siguen de fiesta nos vamos a Barcelona! ¿Vale?

Ginny negó con la cabeza, pero no le hice el menor caso y llamé a Lucius. No me lo cogió. Volví a llamarle pero nada. Aun así yo aún no había perdido toda la esperanza, y seguí intentando convencerla hasta que nos interrumpió el sonido de mi móvil. Y era Lucius.

-¿Sí?

-¿Quién eres? –su voz me sonó extrañamente distante.

-Harry, ¿y tú? –contesté, y no pude evitar la risa ante el surrealismo del saludo.

-¡Ah! Hola, hola. Soy Lucius tío, pero que no te he reconocido la voz –y yo me volví a reír-. ¿Me has llamado?

-¿Eh? ¡Ah, sí, sí! Es que queríamos saber que haríais después del bar este.

-¿Por qué? ¿Vas a venir?

En ese momento volví a la realidad. Ginny tenía los ojos clavados en mí y su hermano me miraba con una fascinación que me pareció obsesiva y me entraron unas ganas casi incontrolables de echarme a correr lejos de ellos dos. Pero Lucius seguía al otro lado del teléfono y yo debía contestarle.

-Bueno, no lo sabemos. Si luego os vais a casa ya no vamos, que no da tiempo –mi voz sonaba muy natural, y eso me reconfortaba un poco, pero mi mente todavía estaba en el singular de su pregunta.

-Ah, ok, ok –dijo con algo de desilusión-. Pues mira, ahora hablo con estos y a ver qué hacemos, pero si nos quedamos un rato más te llamo, ¿vale?

-¡Vale! –y ahora empezaba el decir adiós, que se me daba fatal-. Pues bueno, ¡eso! Ja, ja, ja. Luego me llamas si eso…

-Ok niño. Cuídate.

-Igualmente.

Colgué el teléfono y acto seguido me encendí un cigarro.

-Mierda, no me queda tabaco… -murmuré más para mí mismo que otra cosa, pero me daba igual, necesitaba fumar en ese momento y me veía incapaz de posponer ni una sola calada.

Percy se marchó al comedor a hablar por teléfono (pues recordó que tenía a un amigo al otro lado de la línea esperándole des de hacía una media hora), yo me quedé fumando en silencio, escuchando un murmullo de fondo que supuse que era la voz de Ginny, soltando uno de esos monólogos tan característicos de ella. Sabía que no tenía porque escucharla, que seguramente estaría repitiendo lo imposible que le parecía que Severus le hubiese suplicado una copa, y que si asentía en los momentos justos no iba a darse cuenta de que mi mente estaba en otra parte.

Mi móvil volvió a sonar y sabía quién era sin mirarlo. De hecho, lo sabíamos los dos.

-¿Sí? –contesté.

-Hola tío. Oye, que soy Lucius.

-Sí, sí Lucius, lo sé –y volví a reírme otra vez, era inevitable.

Él se rió conmigo.

-Mira, he estado hablando con Severus y hemos pensado que nos podríamos pasar por casa de tu amiga en coche –su voz sonaba tan natural que tardé más de lo propio en asimilar, relacionar e interpretar esa frase. Iban a venir, iban a venir-. ¿Qué os parece?

De golpe caí en la cuenta de que Ginny tenía la palabra final y la miré con desesperación contenida. Le dije a Lucius que se esperara un momento y le expliqué a Ginny la situación. Ella se limitó a asentir, aunque sabía de sobras que cuando colgara estaría loca de júbilo.

-Dice que vengáis, que no hay problema.

-Perfecto –contestó-. Y también habíamos pensado en montarnos una orgía.

Tuve que repetirme más de una vez que debía seguir respirando antes de conseguirlo.

-¿Qué? –mi voz sonaba más aguda de lo normal, y empezaban a dolerme los ojos de mantenerlos tan abiertos.

-Si no queréis no.

-¡No, no! ¡Claro que queremos!

Mi voz cada vez sonaba más aguda y Lucius empezó a reír al lado del teléfono. Se reía con esa risa que tanto me gustaba, esa que usaba muy pocas veces, una risa de verdad. Gutural, des de dentro, sonora, y era casi como visualizarle delante de mí con la cabeza tirada para atrás y la boca abierta, con los ojos cerrados y la nariz arrugada por las carcajadas.

-¿El qué…? –me susurró Ginny, pero la corté con un rápido gesto de mi mano.

-Pero si en su casa está su padre también es una putada, ¿o qué?

-¡Pero tenemos tu coche! –mi voz seguía sonando aguda, y las palabras salían estranguladas por mi garganta. Necesitaba calmarme o acabaría quitándole todo el erotismo a la conversación.

Lucius volvió a reír de nuevo.

-¿Crees que un coche es el lugar más adecuado para montarse una orgia? –su voz sonaba muy divertida, supongo que porque la mía denotaba preocupación por la posible cancelación de aquellos planes.

-Bueno, a falta de pan… Además, ¿quién no ha soñado en montárselo en un coche alguna vez?

Sentí los ojos de Ginny abiertos por el pánico, pero los ignoré lo mejor que pude.

Lucius rió al otro lado del teléfono.

-Entonces, háblalo con ella y me dices algo, ¿vale? –yo asentí frenéticamente, sin caer en la cuenta de que no podía verme-. ¿De acuerdo?

-Sí, sí, ¡por supuesto! ¡Vale! –tomé una gran bocanada de aire e intenté calmar mi voz-. Pues ahora te llamo y te digo el qué.

-Oye, que sepas que yo voy principalmente por ti –y acto seguido se despidió.

En cuanto colgué el teléfono y miré a Ginny a la cara supe que había cometido un graso error aceptando aquella petición. Así que mi mente empezó un rápido proceso de analizar, procesar y concluir información con el fin de dormir esa noche después de haber practicado sexo con Lucius pero sin Ginny demasiado cerca. Me caía bien, sí, a pesar de todo, pero eso no significara que mis ojos distorsionaran su figura hacía una de más masculina y fuerte.

Era perfectamente consciente de que el primer paso que debía dar consistía en convencer a Ginny de invitarlos a venir –aunque, realmente, yo ya lo había hecho.

Por lo poco que la conocía sabía que era virgen y, como me parece lo más lógico, no iba a aceptar perder su virginidad en una orgia en un coche sucio a más no poder. Así que mi mente empezó a trabajar a una velocidad vertiginosa para buscar algo que decirle: algo que pudiese sonar a una mera confusión entre lo que yo debía decirle y lo que ella había entendido.

Me aclaré la garganta poco convencido y me dispuse a hablar, a sabiendas de que debían haber pasado unos diez segundos desde que había colgado el teléfono, y de que Ginny estaría esperando alguna clase de explicación.

-Emm, tía –incluso teniendo una pauta bastante exacta en mi cabeza de lo que debía decirle, me costaba arrancas las palabras de mi garganta y sacarlas a la superficie-, verás –me interrumpió con un ¡Ai ahora!, pero fingí no haber escuchado anda-. Lucius dice que ha estado hablando con Severus y… A ver, que quieren venir aquí.

Observé atentamente la cara de Ginny, que iba pasando de una emoción a otra, y me dio pena; yo no tenía ningún derecho a hacerle aquello. A mí no me gustaba que la gente decidiera las cosas por mí, ni me involucrara en sus planes –y menos si estos eran estrictamente sexuales-, del mismo modo que odiaba que me manipulasen (o lo intentasen, en su defecto) para conseguir sus propios fines. Por eso veía injusto lo que le estaba haciendo a Ginny, pero supongo que la carne es muy débil y que yo tampoco quería resistirme demasiado.

-¿Cómo? –consiguió articular.

-Pues eso… Es que… -y aquí empezaba mi plan de la mala interpretación de las palabras de uno y del otro-. Bueno, Lucius quiere estar conmigo y Severus… ¡Severus quiere estar contigo!

No era del todo falso, la verdad. Pero me daba igual, porque ese argumento no tardó ni diez segundo en convencerla.

Cuando llamé a Lucius me dijo que no iban a venir porque Severus había pillado la borrachera de su vida y dos de sus amigos habían tenido que llevarlo a su casa, que, por lo visto, en vez de andar se caía y tropezaba todo el rato. Ahora mismo no recuerdo si fue en esa misma conversación o en una llamada posterior que me hizo Lucius donde me propuso su nuevo plan.

-Como Severus nos ha fallado –y aquí no pudo evitar reírse, y yo le imité-, he pensado que podría venirme yo solo, y nos montamos un trío. O, casi mejor, vengo y te sales tu solo un rato.

Me quedé callado algunos segundos y le dije que le llamaría en cuanto lo hablara con Ginny. Y me costó mucho hablarlo con ella, la verdad. La miraba a la cara y deseaba por todos los medios que no aceptara ese trío, no sé si fue porque no quería compartir a Lucius o porque realmente no me atraía en absoluto, y más bien creo que fue por lo segundo.

Obviamente, y como yo esperaba, Ginny no aceptó, pero me dio todo el permiso del mundo y más para ir a cumplir mi sueño de follarme a Lucius, jurando que me esperaría despierta para que se lo contara todo y, bueno, para abrirme la puerta.

-¿Así que tu solo, eh? –dijo cuando le llamé para contarle la situación. Su voz sonaba pícara, y estaba seguro de que en esos momentos tendría grabada en su cara esa sonrisa torcida de medio lado que tanto me gustaba-. Me parece genial.

-Ajà.

-Mira, hagamos una cosa, porque yo todavía no sé qué haremos. Así que si al final nos vamos de fiesta toda la noche no te llamo, ¿vale? Pero si cuando salgamos de aquí tengo más ganas de follar que de beber te doy un toque cuando esté llegando. Si esto te llamo en media hora, ¿vale?

-De acuerdo… ¿Te he mandado la dirección en un sms, no?

-Sí, sí, tranquilo –se calló durante unos momentos, y cuando volvió a hablar, su voz tenía un tono sensual, seductor, como de niño malo-. Y, dime, ¿qué haremos los dos solos en mi coche?

Sonreí.

-Tengo media hora para pensármelo.

Oí como empezaba a partirse a carcajada limpia y como gesticuló, entre risa y risa, algo parecido a esa ha sido muy buena, niño.

No tenía tabaco y los nervios me carcomían por dentro, así que le supliqué a Ginny que, por favor, me acompañara a donde fuese para comprarme un paquete de Winston.

Mientras Ginny se ponía la chaqueta y yo la esperaba, empezó a invadirme un mono que pocas veces había sentido. Necesitaba fumar, y necesitaba fumar ya. Las razones de aquello eran bien simples; el tabaco me ayudaba a calmarme, y mientras fumaba tenía la manía de hacer eso, fumar, y nada más, ni pensar, ni hablar demasiado, ni ponerme más nervioso todavía.

Salimos de su casa después de unos largos diez minutos y, en el portal, vimos lo último que me faltaba por ver esa noche; todos sus amigos, del instituto creo que me dijo. Estuvimos con ellos un rato largo, pero la única vez que presté atención a lo que decían fue cuando un tal David –que me pareció muy simpático y abierto, y de conversación fluida y amena, me dijo que para comprar tabaco a estas horas tendría que irme hasta la otra punta del pueblo, al Chino, y que, de todos modos, cuando llegará allí ya estaría cerrado.

Cuando Ginny se dio cuenta de que iba a darme algo serio como siguiésemos en su portal, con esa gente, y helándonos de frío –y tardó bastante en darse cuenta, me propuso volver a entrar en su casa y yo acepté encantada, quejándome todavía por mi falta de tabaco y murmurando entre dientes que no sabía si quería que Lucius me llamara o no. Pero antes de que Ginny abriera la puerta de entrada yo ya lo tenía decidido; no quería que me llamara. Pues a pesar de todas mis quejas internas contra mi amiga tenía muy claro que ella era la única responsable de los dos y que seguramente tuviese razón, y no iba a dejarla sola en su casa, esperándome, mientras yo me follaba a Lucius en un coche en la acera de enfrente, después de ella haberme invitado a dormir con toda la ilusión del mundo, claro.

Pero Lucius llamó.

-¡Oh Dios mío! –susurré con la voz temblorosa-. ¡Es Lucius!

Ginny me miró sin entender muy bien que pasaba por mi mente. Cogí una buena bocanada de aire y contesté al teléfono con un frío ¿sí?

-Soy Lucius –siempre decía lo mismo, como si fuese algo que yo no pudiese llegar a imaginar de ninguna de las maneras-. Oye, mira, que estoy en la carretera con el coche y no sé si irme a mi casa o seguir hasta allí.

-Ajà.

Esa fue la palabra más larga que me vi capaz de pronunciar en esos momentos. Antes de volver a oír su voz al otro lado del teléfono tomar la decisión me había resultado relativamente fácil, entre comillas, ahora lo difícil iba a ser mantenerla.

Mi mente empezó a trabajar a una velocidad vertiginosa, calculado todos y cada uno de los movimientos que debía hacer. Para empezar, estábamos pasando muy cerca del dormitorio de su padre, así que Lucius debía seguir hablando hasta que yo llegara al despacho sin hacer ruido; eso me parecía bastante fácil. Lo difícil iba a ser convencerle de que era él el que no quería venir, aunque yo le suplicase, y que era él el que opinaba que era mucho más sensato quedar otro día para hazañas de tal calibre.

La verdad es que ya no recuerdo en absoluto el resto de la conversación, pero Lucius acabó optando por irse a su casa a dormir y llamarme otro día con menos complicaciones.

Tardamos mucho todavía en acostarnos y muy poco tiempo en cogerle tabaco al padre de Ginny, pues eran demasiadas las cosas que debíamos hablar, las tonterías que debíamos chillar y las frases masculinas que debíamos repetir mientras nuestros ojos pasaban de tener pupilas a tener un profundo océano interior con un inmenso cielo despejado y donde cada nube tenía la forma de aquello que más deseábamos. En mi caso, e innegablemente, era Lucius.

Aquí hay otra laguna en mi mente, y mis recuerdos pasan directamente a cuando fuimos a dormir. La cama de Ginny eran literas, pero eran literas entre extrañas y muy chulas.

A la mañana siguiente conocí a su padre, y a una amiga de Ginny que nos acompañó en tranvía al pueblo más cercano dotado de Renfe, donde yo debía coger el tren.

De camino nos sentamos en un parque donde me pareció curioso ver como niños bastante pequeños, de entre ocho y unos doce años, aprendían a ir en skate sentados encima de este. De vez en cuando se caían y, entre que yo y Ginny reímos por todo y menos, y que su amiga acababa de fumarse un porro, acabó siendo un rato bastante divertido. Lo malo, que debía venir, vino cuando Ginny empezó a presumir de todas las aventuras de la noche anterior. Yo me había propuesto no decir nada, simplemente no interrumpir su apasionado relato, siempre y cuando respetase la intimidad de ciertos nombres, pues hay cosas que no son de juego.

Lucius siempre me decía una cosa, de hecho, más que decir, el verbo sería amenazar; así pues, Lucius siempre me amenazaba con una cosa: si alguien que no toca se entera del rollo que tenemos, te mato. Y aunque sus palabras textuales seguramente eran menos severas, la esencia del mensaje seguía siendo la misma. Y yo le entendía a la perfección. Un hombre de cuarenta-i-un años, bastante conocido, con mujer y un hijo de mi edad, lo último que desea en la vida es que se sepa que se folla a menores de edad, aunque, según dice, mi caso sea excepcional y único. A decir verdad, y según lo que él mismo me ha contado, yo soy la segunda persona menor con la que mantiene relaciones sexuales, pero como me encanta sentirme original y único, olvidaremos esta penosa anotación.

Pero Ginny no nombró a quien no debía nombrar, y yo no dije más que lo necesario.

Tuve que ir a Barcelona a hacer transbordo para coger el tren que me llevaría a mi pueblo, pero no me importó. De hecho, no noté ni un minuto del transcurso de ese viaje, mi mente estaba demasiado cansada y mi cuerpo tenía sueño. Así que me limité a caminar como un zombi al que han dejado salir de su tumba y se siente desorientado y solo, y así llegué a la estación de buses de mi pueblo.

Una vez allí, me senté en las escaleras de una entrada y me encendí un cigarro, mientras su voz, su olor, sus latidos, sus brazos, su cara, sus ojos, su risa, e incluso su chaqueta con pelo volvían a mi mente. Era increíble la magia que una persona podía despertar en otra, o en ese momento me pareció increíble. Miraba a la gente que iba pasando delante de mí y me preguntaba si su vida sería tan interesante y satisfactoria como la mía pues, algo que no podía dejar de repetirme entonces y tampoco puedo dejar de repetirme ahora, es que yo, Harry James Potter, he llegado a cumplir uno de mis mayores sueños. Aunque sea sexual. Aunque sólo sea uno. Y aunque sea el menos importante. Yo lo he cumplido; y yo me he demostrado a mi mismo que tras un sueño, va otro, y si cumplo el primero, puedo cumplir ese segundo que lo sigue tan de cerca.

Mi cigarro iba disminuyendo con mis caladas, el viento y el transcurso de los minutos, y el autobús seguía sin aparecer. Y sonó mi móvil. Fue algo que ocurrió así, sin más, sin estar previsto ni esperado, como casi todas las cosas interesantes en esta vida plagada de rutina y pintada de monotonía.

Y era él.

Dejé que sonara dos o tres veces más antes de contestar, tiempo que me pareció más que suficiente para encontrar mi voz perdida dentro de mi cuerpo.

-¿Sí? -dije.

-Hola niño, soy Lucius -estaba serio, por lo que deducí que estaría trabajando-. Te llamaba para proponerte un plan.

No recuerdo con exactitud si la sangre se me heló o si se evaporó o si simplemente te quedó como estaba, pero yo me puse muy nerviosa.

En ningún momento había dudado que me iba a volver a llamar para proponerme otro plan en mejores condiciones, pero tampoco en ningún momento se me pasó por la cabeza que fuese tan pronto.

-He estado hablando con Narcisa, y hemos pensado que podrías venirte a cenar hoy a casa.

La sola mención de su mujer me hizo sentirme muy extraño. Me descolocó por completo. Que el trío que me estuviese proponiendo fuese con su mujer me quitaba a mi de mi papel de puto barata, lo inquietante es que no podía clasificarme ahora en ningún otro lugar, y ya sabemos que los humanos tiramos mucho de los grupos y las clasificaciones.

En cuanto colgué el teléfono después de aceptar encantado, supe que no iría. Sinceramente, no me apetecía. Ni su voz, ni su cara, ni sus latidos, ni sus brazos, ni sus ojos, ni su abrigo me parecían ahora nada del otro mundo. Tal vez sea verdad aquello que dicen de que cuando te gusta un chico que no se fija en ti, pero empieza a fijarse, es entonces cuando deja de gustarte. No sé si esa dicha popular adolescente femenina es verdad o no, pero creo que podríamos aplicarla a esta historia, con sus más y sus menos. Al fin y al cabo, lo que me molestaba de esta relación es que no era recíproca porque yo era el puto y él era el señor. Ahora todo me parecía diferente. Su mujer sabía que yo existía sexualmente hablando para su esposo, y era él quien me llamaba, así que yo ya no era el puto. Ahora, yo era el señor, y había perdido toda clase de interés en ese juego.

A las siete y poco de la tarde, paseando con Neville, una amigo de mi pueblo presente en el concierto de la noche anterior, me llegó un mensaje al móvil; X cierto! Esta noche ve pijo =), decía. Me eché a reír a pleno pulmón.

-¡Ostia puta!, que susto -dijo Neville abriendo los ojos-. ¿De qué te ríes?

Cuando oí la palabra puta dejé de escuchar el resto de la frase y volví a concentrarme en mis carcajadas. Supongo que eran de algo parecido a la felicidad. Luego, tal vez horas o días más tarde, me pregunté qué estaría haciendo Lucius en esos momentos, pero, la verdad, es que me importaba muy poco.

Y es que esto ya se sabe, cuando juegas y ganas, el juego se ha acabado.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).