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Lo Que Quieras por crimsonShadow

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Notas del fanfic:

Aish, no lo puedo creer <3

Esta historia la escribí de puro capricho para el 20 de julio del año pasado, pero, obviamente, no estuvo terminada para esa fecha, así que acá está.

Aunque el Día del Amigo no sea una fecha universal, espero que todos (sólo los que leen :U) pasen un hermoso día y y nada~

 

Ah, el beteo sorpresivo(?) y el resumen son de Aome, gracias nena, pasala rerere lindi! <3

 

Notas del capitulo:

Hope u like it~

 

 

Lo que quieras

 

 

 

—Che, Eze ¿alguna vez te pusiste a pensar que nuestros nombres tienen zeta los dos? —preguntó el joven de cabello castaño, tirado transversalmente en su cama de forma contraria a la de su amigo.- El otro giró ligeramente la cabeza para verlo, sólo encontrándose con su abdomen por la posición en la que estaban.

—Dejá las drogas que te queman las neuronas, te lo dije mil veces, Gonza —fue toda la respuesta de Ezequiel, volviendo luego la vista al techo blanco. Pero claro que no lo decía en serio. Gonzalo era muy bueno para eso.

Ezequiel y Gonzalo eran amigos desde la primaria y ahora, con dieciocho años de edad, su amistad no había hecho más que fortalecerse.

—¡Pero te lo digo en serio, boludo, no es una letra común! —protestó Gonzalo incorporándose un poco para observar al otro con sus ojos marrones brillando de enojo por escuchar eso.  Al ver la sonrisita bailando en los labios de su amigo, ese enojo se esfumó de un soplido y se dejó caer nuevamente hacia atrás, riéndose al escuchar que Ezequiel lo hacía finalmente.

—Ya sé que lo decís en serio, eso es lo peor. —Ezequiel volvió a burlarse a conciencia, girando de lado en la cama, medio trepando por el cuerpo del otro para llegar al escritorio donde estaba la computadora, que desde hacía rato tenía la función de reproductor de audio, para cambiar de canción.

—¿Ves? No se puede hablar seriamente con vos. Andá a decirle a Sofi que se prepare unos mates, ¿dale? —Gonzalo habló todo junto, con la intención de que no le discutiera nada.

—Pero es tu hermana...

—Sí, pero es tu novia y a vos te hace más caso —resolvió, empujándole la cabeza con una rodilla.

—Qué pajero que sos, Gonza. Si seguís esperando encontrar una chica que te sirva en todo, es lógico que no tengas novia.

—¡Te dije que no tengo porque no me interesa! —gritó Gonzalo, exaltado y su cara enrojeció fuertemente, coloreándose más al sentir cómo Ezequiel le revolvía el pelo luego de sentarse en el borde de la cama.

—Ya sé que es porque vos no querés, bobo, si con esa carita podés tener a quien vos quieras.

Después de decir eso y como si nada hubiera pasado, Ezequiel se levantó de la cama y salió de la habitación, dejando a un Gonzalo confundido y con una cosita rara picando en la panza.

—¡Y traeme unas galles! —alcanzó a gritarle. Por un momento, estuvo a punto de criticarle que siempre lo tratara de aquella manera, como si fuera un nene chiquito siendo que los dos tenían la misma edad, pero debía admitir que se portaba muy infantilmente a veces. Además... Ni que le desagradara tanto.

Mientras, en la cocina, Ezequiel terminaba de llenar la pava, seguidamente colocándola sobre una de las hornallas recién encendida. Tenía que parar con aquello. Pararlo o controlarse. Lamentablemente, ninguna de esas cosas le parecía posible.

Cuando estaba poniéndole la yerba al mate, escuchó la puerta de la cocina abrirse y se encontró expectante, hasta que sintió un dulce aroma llenarlo, seguido de unos delgados brazos rodeándolo por la espalda.

—Hola, Eze. —Su voz, tan suave.

Ezequiel dejó el mate sobre la mesada y se dio vuelta, tomando una de las blancas manos entre las suyas, mirando aquellos grandes ojos marrones, sonriendo de lado.

—Hola, hermosa. —Tan iguales...—Iba a preparar unos mates y después a saludarte, que anoche no estabas cuando vine —dijo Ezequiel en tono tranquilo, colocando uno de los mechones de ondeado cabello castaño tras su oreja, luego inclinándose para besarle la coronilla.

Ezequiel era alto de por sí, pero al lado de ella lo parecía aún más. Igual con Gonza, que era un poquito más alto que Sofía. Le daban ganas de abrazarlo. Abrazarla. La quería, eso lo sabía, pero siempre le dolía encontrarse pensando que era porque debía quererla. Quererla a ella.

—Amor, ¿te pasa algo? —preguntó ella tras el extenso y repentino silencio.

—No, nada —le respondió él, separándose nuevamente y sonriéndole. Se dio la vuelta otra vez y sacó la pava de la hornalla, aunque lo cierto es que apenas y debía estar tibia. Pero cada vez le costaba más el tenerla en frente y mirarla a los ojos—. ¿Venís a tomar mate con nosotros? —Y ya no sabía si quería que aceptara.

—No, voy a salir con las chicas —explicó ella, devolviéndole una sonrisa sincera—. Y nos quedamos a dormir en la casa de Cami porque mañana nos encontramos con mis amigos del cole para pasar el día. Total, vos vas a pasarlo con mi hermano, ¿no?

—No sé, no lo pensé. —Mentira. Había pensado en todos los argumentos que podía darle a Gonza para pasar el día del amigo sólo con él, ya que sabía que Sofi iba a pasarlo con sus amigos. Lo que le preocupaba era ese brillo raro que aparecía en sus ojos cada vez que mencionaba a su hermano.

—¿Por qué esa cara, Sofi? —se animó a preguntar Ezequiel, mirándola a los ojos sólo por un momento. A veces sentía que ella sabía todo, incluso desde antes de que él mismo lo aceptara, y en esas ocasiones era cuando se sentía más miserable por hacerle eso, pero al principio de veras creyó que podría quererla en serio.

—Nada, Eze... —respondió ella, suspirando y bajando también la mirada—. ¿Vos no tenés nada que decirme?

Ezequiel abrió grande los ojos y sintió que su respiración se aceleraba, pero trató de calmarse, negando despacio con la cabeza. Respondió un «no» bajito, cuando se percató de que ella seguía sin mirarlo.

Sofía lo observó por un instante pese a que ahora él no le devolvía la mirada, y volvió a suspirar.

—Entonces me voy, que primero tengo que pasar a buscar a Juli —murmuró—. Avisale a mi hermano y... feliz día para mañana, Eze, pásenla lindo.

Ezequiel se quedó callado, todavía con la cabeza gacha. Pese a su voz tan dulce, sentía como si lo retara. O quizás era la culpa... pero otra vez sentía que ella lo sabía. ¿Feliz día del amigo? No se suponía que le dijeras eso a tu novio.

—Esperá, Sofi. Tenemos que hablar.

 

 

Gonzalo ya estaba incómodo, pensando en las razones por las que Eze estaba tardando tanto, cuando la puerta de su habitación volvió a abrirse, dejando entrar a un Ezequiel decaído, con ojos rojos, pero con el termo y el mate en las manos.

—¡Mirá que te grité lo de las gall-! ¿Pasó algo? —El tono de falso enojo pasó a uno de preocupación. Se puso de pie y caminó hasta quedar delante suyo, agarrando él las cosas que había traído. Y es que Ezequiel no lloraba... O sea, no.

—Sí pasa, Gonza —respondió el más alto, mordiendo fuerte, tratando de aguantarse las ganas de desmoronarse otra vez, pero suficiente había sido con Sofi.

—Ey, no me asustes. ¿Tan grave es? —«Está embarazada» Fue lo primero que se le pasó por la cabeza a Gonzalo.

—No. Creo que no. Vení, sentate —le pidió Ezequiel, casi empujándolo por los hombros para que se sentara en el borde de la cama, haciéndole dejar las cosas a un lado, pero quedándose parado frente a él—. Voy a ser rápido —medio le avisó, medio se recordó, luego inclinándose sobre él, apoyando los labios sobre los suyos.

No se había equivocado, ese cosquilleo que estaba sintiendo en todo el cuerpo no mentía, y ni hablar de lo desbocado que estaba su corazón, que le gritaba que no se moviera, que ese era el lugar en el que debía estar.

No, no se había equivocado, o sí, por no animarse a hacer eso antes, por haber lastimado a Sofi y también a sí mismo. Sin embargo, su cabeza le gritó que bajara de esa nebulosa, que no solo él estaba metido en eso.

Cuando se separó de su amigo, vio que tenía los ojos cerrados y la cara terriblemente colorada. A penas había sido un roce, pero sus labios entreabiertos parecían incitarlo a un poco más. A decir verdad, se moría de ganas de volver a besarlo y esta vez profundizar en su boca, realmente deseaba abrazarlo y decirle lo confundido que había estado por tanto tiempo. No había comprendido lo mucho que lo deseaba, hasta ahora, y eso lo asustaba un poco, pero sólo pudo quedarse así como estaba, casi agachado delante suyo, con la frente pegada a la suya, y ahora, una mano sobre una de sus mejillas.

Se sintió asustado, aterrado cuando aquellos ojos lo miraron confundidos, su ceño fruncido en una expresión que le pareció de absoluto rechazo. Y sólo pudo hacer lo que siempre hacía cuando cosas referentes a lo que sentía, se le escapaban: huir.

—Perdoname, Gonza, pero te quiero y... no digas nada —se apuró a seguir, al ver que iba a hablar—. Ya sé que está mal, pero no se me pasa. Perdón —repitió como ido, riéndose nerviosamente mientras se tocaba el pelo en un acto reflejo. Sin permitirle hacer ni decir nada, se incorporó y salió de la habitación, pasando pocos segundos hasta que estuvo fuera de la casa otra vez.

Gonzalo, por su lado, sintió que una parte de sí le indicaba que lo llamara o que se levantase y fuese tras él, pero era una muy pequeña, además de que las piernas no parecían responderle. Ni sus piernas, ni su cabeza, a decir verdad, porque ni su hermana, ni los doce, casi trece años de amistad con Ezequiel, le parecían relevantes, sino sólo esa sensación que continuaba quemando sus labios y, cuanto más pensaba, todo su cuerpo.

 

 

Ese domingo estaba siendo el peor día del amigo que Ezequiel había pasado. Durante la mañana y el mediodía, varios de sus amigos habían pasado por su casa tratando de convencerlo de que fuera con ellos a jugar al fútbol un rato, capaz ir a un Mac más a la tarde, pero no tenía ganas de eso y, con su humor, sólo iba a arruinarle la tarde a los demás.

«¿Por qué esa cara?, ¿Pasó algo con Sofi?». Le había preguntado Gabi, uno de ellos.

«Terminamos». Fue toda su respuesta, pero tampoco mentía.

Ahora, sobre las seis de la tarde, Ezequiel estaba tirado en su cama, con un brazo cruzado sobre sus ojos y el otro colgando por el borde de la cama, celular en mano.

¿Por qué no había podido aguantar un poco más? Un poquito. Con dos o tres días bastaba. O no.

Suspiró profundamente y se destapó la cara, llevando el pequeño aparato delante de sus ojos, comprobando por vigésima vez que la casilla de mensajes no estaba llena ni que estuviera en modo ‘silencio', y así no se enterara si lo llamaban. Pero no podía engañarse, Gonzalo no iba a llamarlo para desearle un feliz día, porque como amigo le había fallado.

Sintiendo que una nueva oleada de malhumor lo llenaba, dejó su celular sobre la mesa de noche a un lado de la cama  y se dio vuelta  quedando bocabajo sobre el colchón, abrazándose a la almohada. No podía hacer mucho más que dormir, después de todo.

 

Se despertó sobresaltado por lo que creyó que era el ruido del timbre. Como siempre, el malhumor por haber interrumpido su sueño tardaba algunos minutos en aparecer, por lo que se tomó el tiempo de mirar la hora en su celular, sorprendiéndose al ver que no había llegado a dormir media hora siquiera.

Suspirando, volvió a apoyar la cabeza en la almohada, deseando dormirse rápido otra vez. Total, ya le había dicho a su mamá que dijera que no estaba si volvían a preguntar por él.

Sin embargo, y empezando a jugar con el límite de su paciencia, unos golpes suaves sonaron en la puerta de su cuarto unos segundos después.

—No me importa quién sea, mamá, en serio no quiero ver a nadie —dijo Ezequiel al oír cómo los golpes se repetían.

—¿A mí tampoco? —escuchó que le preguntó la inconfundible voz de Gonzalo, haciéndole sobresaltarse e incorporarse rápidamente, produciéndole un leve mareo. No supo cómo reaccionar ante la cara del otro, que había entrado en la habitación sin esperar el permiso luego de oírlo hablar. Nunca lo había necesitado.

Gonzalo volvía a tener el ceño fruncido, parecía molesto, contrariado con estar ahí. Los brazos los tenía cruzados en su pecho y, al encontrarse sus ojos marrones con los verdes de Ezequiel, los desvió hacia una pared.

Al parecer sin importarle la cara de consternación de Eze, caminó el espacio que lo separaba de la cama y se sentó en el borde, otra vez mirándolo brevemente, luego el suelo.

—¿Qué...? —empezó el mayor por unos meses, al notar la falta de predisposición del recién llegado por hacerlo.

—Es raro no estar con vos hoy —dijo Gonzalo, cómo no, interrumpiéndolo—. Quiero hablar sobre lo de ayer, Eze.

Ezequiel sintió a su corazón volver a latir rápidamente al escuchar el tono de la última frase.

—Perdoname, Gonza. Traté, pero ya no aguantaba. Lo hablé ayer con Sofi primero y me dijo que se había dado cuenta hace bastante, ya —explicó, suponiendo que seguro quería matarlo por haber engañado a su hermana.

—¡Callate! —espetó el menor de los gemelos, gritando, más que nada por la vergüenza que sentía, aunque Ezequiel no lo tomó así, pese al sonrojo que cubría su rostro.

—En serio, perdón —repitió por reflejo, ya que no estaba pensando en si lo que decía tenía sentido. Se sentía totalmente bloqueado—. Perd—

Antes de poder completar la palabra, Gonzalo ya se le había tirado encima, ahora él juntando sus labios, aunque de manera brusca, incluso haciéndose algo de daño por el choque. Fueron largos segundos en que ninguno atinó a moverse, Ezequiel casi conteniendo la respiración.

También fue Gonzalo quien se hizo para atrás. Pero sólo un poquito,  quedándose a escasos centímetros de él.

—¿Qué... qué fue eso, Gonza? —preguntó Ezequiel, totalmente atontado, sin terminar de creerlo.

—Te dije que te calles —fue la respuesta de Gonzalo, aunque ahora sin ningún tono autoritario. Todo lo contrario. Salvó la poca distancia que los separaba, ahora besándolo —o tratando— con toda la pasión que surgía de su nerviosismo y de eso que siempre había estado ahí entre ellos y que había creído extinto al empezar Eze una relación con su hermana.

Ninguno supo con exactitud cuál fue el responsable, pero ahora ambos estaban tendidos en la cama, Gonzalo completamente sobre Ezequiel, en una posición bastante incómoda.

En cuanto a Eze, casi podía decirse que sus movimientos eran automáticos. Había soñado tantas veces —¡y qué tantas!— con algo así, que no podía creer que de veras estuviese pasando. No iba a arriesgarse a despertar de ese sueño si hacía algún movimiento de más. Pero su cuerpo no opinaba igual, al parecer.

Participando más activa y conscientemente en el beso, comenzó a acariciar su cintura, donde habían quedado sus manos, tanteando ligeramente bajo la tela de la remera, en el límite entre esta y el pantalón. Un escalofrío lo recorrió al sentir a Gonza estremecerse y suspirar sobre sus labios, pero se sorprendió al verlo separarse casi bruscamente, aunque sólo incorporándose un poco sobre uno de sus brazos.

—Pará. Quiero... Quiero ir despacio —murmuró Gonzalo, sintiendo la cara caliente, aunque ahora no podía asegurar que fuese sólo por la vergüenza.

Solo ahí Ezequiel se dio cuenta de lo que implicaba lo que sentía, y más el que Gonza le correspondiera. Pero eso no importaba, ¿cierto? No valía sentir miedo por nada con Gonzalo al lado. O encima, como en ese caso. No pudo evitar reír por lo feliz que se sentía, más al ver la expresión de enojo que comenzaba a formarse en el rostro del otro, que seguramente pensaba que la burla era producto de su petición; y antes de que pudiera reprocharle algo, como estaba seguro haría, lo abrazó fuerte y volteó, quedando ahora él arriba, sin dejar de abrazarlo.

—¡Me gustás mucho y hace tanto, Gonza! Estoy contento... —finalizó en un murmullo—. No va a pasar nada que vos no quieras —le avisó Ezequiel, mirándolo seriamente por unos segundos, sin aguantarse la sonrisa por mucho tiempo.

—Yo... creo que también hace bastante que me gustás. Y... —Las normalmente pálidas mejillas de Gonzalo volvieron a teñirse de un rubor más intenso, pero no dejó de mirar a Ezequiel a los ojos, ahora él con expresión seria y el ceño fruncido. —Dijiste que no va a pasar nada que yo no quiera, ¿no? —El más alto asintió, pensando que nunca apuraría las cosas, no sólo por el otro, sino por si mismo. Porque pese a ser Gonza, su experiencia con chicos era nula y no era sólo cuestión de tenerle confianza o no como para llevar ese beso a algo más. —¿Y si hay algo que sí quiero? —Volvió a preguntar, con sus facciones más contraídas todavía, pero Ezequiel sabía que era porque, en ese caso, la vergüenza estaba por ganarle en cualquier instante.

—Todo. Lo que quieras, Gonza —dijo, sin dudarlo un segundo—. Si como mi amigo siempre viví malcriándote, imaginate ahora.

¿Ahora? ¿Ahora qué?

Los ojos marrones brillaron con fuerza, casi sorprendiendo al dueño de los verdes por la intensidad de esa mirada.

—Ahora... ¿Qué somos ahora, Eze? —preguntó Gonzalo, alzando la mano desde su hombro hasta su cuello.

Ezequiel lo siguió observando fijo por unos segundos, luego cambiando su punto de atención hacia sus labios. Volvió a sus ojos, pero nuevamente salvó las distancias, besándolo brevemente.

—¿No te lo acabo de decir? Siempre fuiste un caprichoso, Gonzalo —comenzó, a sabiendas de lo mucho que le molestaba que le dijera esas cosas, sonriendo para que supiera que no hablaba totalmente enserio—. Ni te gastes en preguntar. Lo que quieras, Gonza.

Notas finales:

~


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