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Like a Kitten por maiikaulitz

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Notas del fanfic:

>.<

Notas del capitulo:

n.n

Like a kitten


 



 


Una semana atrás…


 


Un alto y elegante mayordomo entraba con una sonrisa al estudio en el que su amo se encontraba. Llevaba un sobre dorado en las manos enguantadas, y una especie de “cuchillo” en la otra, para así permitir que su amo la abra sin lastimarse los dedos.


 El conde se encontraba trabajando entre unos papeles, en cuanto vio a su mayordomo entrar con tal carta en las manos. A juzgar por la sonrisa que le bailaba en los labios, ya la había leído. Entornó los ojos y tomo el objeto que su mayordomo le entregaba.


 


-Boochan, le llegó una carta.-El menor casi le quitó el pequeño objeto corto-punzante de las manos, abriendo sin cuidado el delicado sobre entre sus manos. Leyó el contenido rápidamente, y arrugó enfurecido la invitación al concluir.


 


La persona que le había enviado la carta, no era nada más ni nada menos que Alois Trancy, su nuevo rival a la hora de cumplir órdenes de la reina. Al parecer el risueño rubio cumplía años, y había decidido invitarlo a su peculiar festejo. Nada más ni nada menos que una “fiesta de disfraces”. Por supuesto al malhumorado y caprichoso conde de Phantomhive no le caía en gracia la no deseada invitación.


 Nunca había entendido por qué eran tan famosos esos eventos, en los que todos los invitados debían llevar un disfraz que ocultaba su verdadera identidad. No sólo no comprendía cómo es que a la gente le gustaba disfrazarse, es más:


 


Odiaba disfrazarse…


 


-Sebastian…-Llamó algo cabreado a su inseparable mayordomo. El mayor asintió para que continúe.-Te encargo la tarea de buscar ese estúpido disfraz…-El mayor sonrió divertido, mientras seguía con la mirada los pasos de su amo. El del parche se paró justo en frente de su mayordomo, y mirando para arriba le advirtió con la mirada.-…Nada que me avergüence…-Siguió su camino hasta la salida, bajo la atenta mirada de su mayordomo, y justo antes de salir por la puerta, se volteó, fulminándolo con la mirada.


 


-Es una orden…-Y así se retiró por fin, dejando en la habitación a su mayordomo sonriendo satisfecho.


 


-Yes my lord…-  


 



 


El reloj de su alcoba marcaba las 8 en punto, la fiesta era a las 9. Acababa de tomar un relajante baño, y ahora su mayordomo había ido a buscar el estúpido disfraz para poder cambiarlo. Suspiró molesto, mientras se sentaba en la orilla de la cama, sólo vestido con una ligera bata de toalla.


 A los pocos segundos, su mayordomo invadió la estancia con una enorme caja celeste entre las manos. Depositó la caja en la cama junto a su amo, y desarmó el aparatoso listón que la mantenía sellada. El menor intentó disimular su interés en el disfraz, pero no paso desapercibido por la atenta mirada de su mayordomo. El mayor comenzó a sacar las escasas prendas de la caja, bajo la atenta mirada de su amo. Le sacó la bata a Ciel, dejándolo completamente desnudo. El mayordomo sacó el último elemento de la caja. El menor se sonrojó por completo, por 3 causas:


 


1)      Estaba completamente desnudo frente a su mayordomo


2)      Sebastian acababa de sacar de la caja unas adorables orejas de gato


3)      Estaba rojo de la cólera


 


-¡Sebastian!-Protestó, mientras el demonio lo miraba, para que se sonroje más.-Te dije que me busques un disfraz que no me avergüence…-Protestó, mientras se fregaba las sienes, y se volvía a tapar con la bata, avergonzado.


 


-Lo siento Boochan, pero no sabía que siendo usted tan serio y maduro, podría avergonzarle un simple disfraz de…-El menor lo interrumpió.


 


-Ya escuche suficiente, sólo vísteme…-Ordenó, mientras esquivaba la mirada de su contratista.


 


-Yes, my lord.-El de ojos rojos hizo una reverencia y prosiguió a vestirlo.


 


Primero le puso la diminuta ropa interior, azul oscuro, que venía con el disfraz. Luego le colocó un short casi igual de diminuto, ajustado, y unas medias negras hasta la altura de las rodillas con tirantes. En la parte de arriba, una camisa hasta el ombligo de mangas tres cuartos y con un listón en el medio. Al abrir los ojos Ciel pudo ver que el diminuto short negro, venía con una colita azul oscuro incluida en la parte de atrás. El menor se sonrojó de sobremanera, pues la cola se veía bastante real. El mayor le colocó en el cuello un collar apretado, con un cencerro colgando de una pequeña cadena.


 En las manos le colocó unos guantes que simulaban las acolchadas manitas de un minino.


 Al terminar de anudarle los cordones de las largas y demasiado altas botas, finalizó acomodándole con cuidado entre los cabellos las orejitas peludas.


 


El menor se incorporó y rápidamente se posesionó en frente del espejo de cuerpo entero, al otro lado de la alcoba. Se observó a sí mismo, intentando encontrar algún defecto en el traje de felino, para poder reemplazarlo por uno menos ridículo, pero para su desgracia, no encontró ninguno. Cerró los ojos pesadamente, y no los abrió, hasta sentir el peso de la mano de su mayordomo sobre su hombro derecho. Lo miró sorprendido, mientras este le dedicaba una sonrisa, divertido.


 


-Boochan…-Susurro suavemente a la altura de su oído.-Usted sabe que tengo una debilidad por los felinos, ¿Verdad?-El menor lo fulminó con la mirada, mientras el demonio jugueteaba con sus sedosos y azulados cabellos.


 


-Se…Sebastian…-Susurró el menor, mientras se volteaba para mirar cara a cara a su mayordomo. Abrió sus ojos lo más que pudo, señalando a su mayordomo con el dedo índice.-Lo hiciste…a propósito.-El mayor largó una suave carcajada, mientras tomaba del mentón a su amo.


 


-No se de que esta hablando, Boochan.-Admitió con un tono burlón en la voz, mientras el neko se zafaba del agarre de su intrépido mayordomo.


 


-Idiota…-Susurró, mientras se dirigía a la puerta a paso acelerado, dispuesto a ir a la dichosa fiesta.


 


-Boochan…-Lo detuvo su mayordomo, mientras lo miraba divertido.- ¿De verdad quiere ir a la fiesta del conde Trancy?-Preguntó en un suave susurro, mientras el menor desviaba la mirada.


 


La verdad es que no tenía la más minima intención de asistir a la estúpida fiesta, y mucho menos si debía encontrarse con el festejado.


 


-Por supuesto que no, idiota.-Admitió, mientras ponía una sonrisa burlona en sus labios.-Pero no sabía que tenías planes…-Se recostó suavemente en la cama, mientras sacaba de debajo de su almohada una caja roja aterciopelada. Abrió suavemente la tapa, y sacó un fino chocolate de su interior. Jugueteó con el dulce unos segundos, y finalmente se dirigió a su mayordomo antes de devorarlo por completo.-Convénceme.-


 


Ni en sus más pervertidas fantasías, el derecho mayordomo de la familia Phantomhive, había imaginado una imagen de su amo tan provocativa.


 El menor devoraba sensualmente recostado en su cama los bombones de chocolate que había preparado especialmente esa tarde. Al parecer, los había robado de la cocina, cómo solía hacer el coqueto conde cuando se le antojaba comer un dulce.


 La dulce esencia que desprendía su perlada piel bajo el disfraz, podía percibirse desde donde el estaba. Se acercó lentamente hasta la pequeña y esbelta figura, hasta poder rozar con los propios los rosados labios de su adjunto. Lo tomó de la cintura, acercándolo más si es que era posible. El beso fue desesperado y hambriento, logrando sacar un jadeo de la boca más joven. Enredó sus piernas con las de su amo, rozando con su rodilla la alegre entrepierna. El menor largó una suave carcajada, mientras sentía las grandes manos de su mayordomo recorrer toda su diminuta anatomía.


 


-Sebastian…Tu si que no pierdes el tiempo…-Admitió el conde mientras sentía sus interiores ser invadidos por la curiosa mano de su mayordomo. Esbozó un sonido característico de los felinos, que hizo que el cuerpo del demonio fuera recorrido por un fuerte escalofrío.


 


Sus piernas temblaban de placer, casi no se había dado cuenta, cuándo el de ojos rojos había logrado despojarse de sus paños mayores, ni cuando lo había despojado de sus apretados pantaloncillos, dejándolo sólo con su escasa ropa interior.


 


El mayor cerró suavemente sus orbes rojizos, mientras volvía a tomar con rudeza la boca de su superior, en un beso salvaje y húmedo. Al separarse un  fino hilo de saliva unía los sedientos labios de los apuestos amantes. Acarició agresivamente los largos cabellos del joven, rozando las suaves y peludas orejitas que complementaban el delicado traje.


 


En la amplia habitación sólo se escuchaban los gemidos y jadeos de ambos amantes, acompañados del sonido que emanaba del diminuto cencerro con cada mínimo movimiento de su poseedor.


 


El de ojos azules, no dejándose dominar tan fácilmente, empujó a su mayordomo para quedar sobre el cuerpo del mismo. Sonrió complacido, mientras comenzaba un recorrido de besos furtivos, desde el rostro del demonio, hasta su bajo vientre. Acarició su musculoso y masculino pecho, mientras se mordía el labio inferior, demasiado excitado como para poder esconderlo. El demonio tanteó la caja de chocolates, sacando uno de su interior, para dárselo a su amante. El menor aceptó el dulce en sus labios, saboreándolo suavemente. Su cuerpo estaba completamente caliente, muchísimo más que otras veces en las que había tenido sexo con su mayordomo. Se preguntó cuál sería la causa, pero decidió dejarlo pasar, volviendo a atender el escultural cuerpo de su demonio.


 Acarició el enorme miembro, por sobre la tela de la ropa interior que lo cubría, pudiendo sentir con el tacto lo excitado que se encontraba.


 Finalmente introdujo sus finas manos dentro de los interiores de su demoníaco servidor, pudiendo sentir el palpitante y viril miembro de su mayordomo. Lo acarició suavemente, mientras miraba el indescriptible rostro de su mayordomo. Complacido, bajó la estorbosa prenda, mientras engullía la delicada parte de la anatomía de Sebastian. Se deleitó con su masculina esencia, moviendo su lengua de todas las formas posibles. El mayor acarició los cabellos del menor mientras pensaba…


 


Creo que ya lo convencí…


 


Felizmente, el de ojos rojos retiró los labios de su amo de su hombría, dirigiéndolo a su rostro, para mirarlo más de cerca, y finalmente posesionarlo en la cama, debajo de su cuerpo. El menor sonrió seductoramente, mientras le susurraba en el oído a su mayordomo…


 


-Creo que ya me convenciste, Sebastian…-Admitió, mientras el mayor acariciaba sin ningún tipo de pudor el trasero de su amo. Se sentía en el paraíso que nunca tendría, al sentir los gemidos de su adjunto justo en su oído.


 


Introdujo uno de sus dedos en la boca del menor, para que los ensalivara. El menor lo introdujo sin problemas, acariciándolo con su juguetona lengua. Finalmente sacó el dedo de aquella cavidad, para introducirlo en otra. El conde se estremeció al sentir el dígito de su amante en su interior, moviéndose, pidiendo por más.


 Al ver que su amo no se conformaba con sólo uno, el mayordomo decidió introducir dos más, marcando un acelerado ritmo sobre las caderas del menor.


 


Al principio era doloroso, pero finalmente una oleada de placer intenso reemplazo su angustia, esperando ansioso el siguiente paso.


 


El de cabello negro asumió que su amo estaba listo, retirando lentamente los dedos, y reemplazándolos por su enorme miembro. Primero lo acarició un poco el mismo, para que recobrara la erección que el menor había logrado con sus furtivas caricias, y finalmente comenzó a introducirlo en el estrecho paraje. El de cabello azulado cerró fuertemente los ojos, para poder evitar sentir más el dolor, además no le gustaba que su amante viera las lágrimas que derramaba a menudo. Una vez dentro por completo, el mayor comenzó a marcar un lento y profundo ritmo de estocadas, que estaban volviendo loco a Ciel.


 


El mayor sonrió complacido, mientras aumentaba el ritmo de las penetraciones, y observaba atónito las muecas que esbozaba su adjunto.


 


Atendía el pequeño miembro, que desde hace un rato reclamaba su atención, pudiendo sentir rápidamente cómo se humedecía. Jugó un poco con la punta, hasta sentir que se hinchaba a toda su capacidad. Eso era indicio de que el conde estaba por llegar a su límite, y claramente lo manifestaba con sus fuertes gemidos.


 


Al admirar aquella imagen gatuna de su amo, no pudo resistirse, y acabó también, dejándose caer pesadamente en la cómoda cama de roble.


 


Acarició con nostalgia las falsas orejas de su amo, por desgracia una imagen así no se repetiría en mucho tiempo…

Notas finales:

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