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Cuando no hay nadie más... por yume saki

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Débiles rayos de lunas se alcanzaban a vislumbrar por la ventana. Era muy entrada la madrugada y no había podido dormir pensando en todo lo que había pasado y que seguiría pasando. El pequeño conde sonrió resignado. ¿Cómo es que había caído hasta ese punto? ¿Cómo es que había permitido algo así? Algo tan insano, tan alejado de la moral…tan impuro…y sin embargo, tan atrayente, tan condenadamente placentero que perturbaba sus tranquilas noches de sueño.

La relación de amo y sirviente ya había evolucionado demasiado. Cuando cerraba los ojos solo podía sentir como esas mancilladas manos recorrían su cuerpo y lo hacían perder el control de su mente. Podía sentir como esos labios se posesionaban de los suyos con un fervor que lo hacia estremecerse por completo. Su cuerpo quedaba a merced de Sebastián y detestaba tener tan poca fuerza de voluntad para así poder negarse. Sí, negarse a lo que él mismo había comenzado, negarse a lo que él mismo anhelaba.

¿Y qué más podía hacer? Después de todo sólo seguía siendo un niño de 14 años. Un niño que se ha forzado a sí mismo a no sentir emociones, un niño cuyo corazón cerró las puertas para no dejar entrar ningún sentimiento. Un niño que sabía que era muy tarde ya, para el brote de lágrimas, porque ellas no sacaran el dolor que lo carcome por dentro y sepultado con su propia rabia su corazón se hizo de hielo. Ahora solo aprecia la oscuridad de ese podrido corazón donde solo brillaran las llamas del infierno.

Sebastián conocía mejor que nadie eso. Por eso, cuando entro a la habitación del menor, no se sorprendió encontrarlo totalmente cubierto con las cobijas, como si quisiera esconderse de algo. Esa actitud tan infantil lo hizo sonreír.  Se acerco lentamente hacia la cama y pudo ver que el pequeño cuerpo se estremeció cuando sintió el peso de su cuerpo en el colchón. Volvió a sonreír. Se retiro uno de sus guantes y puso su mano en la espalda del menor…

-bocchan…

Pero para su sorpresa fue Ciel el que se destapo bruscamente, fue Ciel el que se abalanzo a sus brazos y fue Ciel quién empezó a besarlo violentamente. Los brazos del niño rodeaban y apretaban con fuerza el cuello del mayor, como temiendo que fuera a soltarlo. Como temiendo que se separara de él. Se sentó a horcajadas sobre Sebastián y presionó su cuerpo contra el suyo. Era humillante que se diera cuenta en la condición en la que se encontraba pero le ganaba la necesidad.

Se tuvo que separar de los labios del demonio por falta de oxígeno y tuvo que encontrarse con lo que no quería ver. Su mirada. Esa maldita mirada de satisfacción que siempre tenía cuando sabía que había ganado. Le sostuvo la mirada, tembloroso y sonrojado, quería mirar hacia otra parte pero eso sería brindarle otro triunfo, cosa que no estaba dispuesto hacer. Pero Sebastián lo desarmaba con esos ojos carmesí que parecían escarbar en lo más profundo de su ser. Que parecían ver todo de él. Y Sebastián sonrió. Y en otra situación lo habría abofeteado por esa falta de respeto pero en la condición en la que estaba, sentado sobe él, con los brazos aún rodeándole el cuello y viendo como su boca todavía había rastro de la saliva que el mismo le había dejado. No, no tenía el coraje para hacer que su orgullo aflorara.

Sebastián comenzó a acercar su rostro descaradamente lento. Beso la comisura de sus labios y siguió marcando un camino inexistente hasta llegar al lóbulo de su oreja, lo lamió de la manera más sensual y provocativa provocando que el menor se estremeciera y quisiera soltar un gemido que ahogo inmediatamente enterrando su carita en el hombro del mayordomo. Pero era imposible que él no lo notara.

Las manos del mayordomo se posesionaron sobre sus caderas y lo apretó aún más contra sí, haciendo que el despertado miembro del menor se rozara con la ropa de su abdomen, mientras le besaba el cuello lujuriosamente.  

Era un maldito demonio. A pesar de que la repentina presión que sentía le dolía, le gustaba de sobremanera. Los besos que sentía en su cuello iban incendiando todo su cuerpo. Sebastián lo tomo de la nuca y lo forzó a que lo mirara, volvió a unir sus labios en un beso voraz y posesivo, demostrándole que le pertenecía, que era suyo; y eso a Ciel, más que molestarle, le excitaba.

Cuando termino el beso lo tiró suavemente sobre la cama, colocándose sobre él. Ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar cuando su camisa de dormir ya estaba abierta totalmente y el demonio ya se encontraba mordisqueando una de sus tetillas y entreteniendo a la otra con sus dedos. Sus gemido eran ahogados en su almohada, sus manitas apretaban con fuerza las sabanas y sus ojos estaban fuertemente cerrados…

-Aún, después de tantas veces, sigues reprimiéndote, bocchan…

“Será desgraciado”… al pequeño lord ya no le quedaban fuerzas para poder articular palabras, hasta poder pensar le suponía un tremendo esfuerzo. Por eso no se molesto en siquiera pensar en que momento acabo de rodillas en la cama, dándole la espalada a Sebastián y elevando sus caderas. Todo lo que le quedaba de autocontrol se perdió cuando sintió que algo cálido y húmedo entraba despacio en su entrada y una peligrosa mano pasaba por entre sus pierna y agarraba su miembro apretándolo, provocando con esto que ni siquiera la almohada pudiera disimular un poco los gemidos que el conde producía. La lengua hacía movimientos circulares al mismo ritmo que se movía su mano. Y en el preciso momento que sentía que iba a alcanzar  un placer absoluto todos los movimientos y sensaciones cesaron, cayo derrotado en la cama y se fue girando lentamente. Pudo ver a Sebastián que estaba entre sus piernas, ya traía puesto el frac y su impecable camisa estaba abierta y arrugada. No pudo evitar una sonrisa, el demonio ya no lucía una impecable y perfecta apariencia como siempre. Sintió como algo de orgullo volvía a correr por sus venas. Por lo menos todas estas acciones, aunque no lo quisiera, lo desordenaban, lo hacían acabar con la estética. Un dedo de Sebastián recorrió la longitud de su miembro, provocando que Ciel alzara sus caderas en busca de más contacto.

-¿Qué es lo que le parece tan gracioso, bocchan?

-Seba… ¡Maldita sea, Sebastián!...

Y de nuevo el demonio para sus movimientos. Solo se dedicaba a mirar ese excitado cuerpo que lo deleitaba. Su respiración agitada y como el gran orgullo que tenía le impedía pedirle a gritos que terminara de una vez lo que había empezado. Pero el era un demonio, un demonio que disfrutaba hacer corromper a un alma pura como la de Ciel, como la de su Ciel. Sentía placer físico con todo esto, pero era un placer que no se equiparaba con el de ver al arrogante muchachito suplicar por más y definitivamente, esta noche, haría que le pidiera más.

-bocchan, porque no me dice que es lo que quiere…

-¡no juegues conmigo, Sebastián!

-no estoy jugando, solo soy un mayordomo que esta dispuesto a cumplir sus órdenes, pero para eso tiene que darlas.

Las cartas ya estaban tiradas. Sebastián estaba jugando un juego en el que tenía todas las posibilidades de ganar. Y por otro parte Ciel no podía ni quería retirarse de ese maldito juego. Necesitaba centrarse un poco y pensar rápido. Iba a perder de todas formas pero quería por lo menos hacerlo no tan vergonzosamente.

-¿Lo estás disfrutando, verdad?

.por supuesto, bocchan, ahora, dígame, que es lo que desea.

Su tiempo estaba acabado, pero un certero pensamiento cruzo por su mente. Sabía que tendría que pedirle de alguna manera que continuara, lo que buscaba era la forma apropiada de pedirlo. Una forma que no se viera tan humillante. El estaba casi al límite, pero la forma en que el mayordomo lo miraba, como centelleaban sus ojos al recorrer su cuerpo, lo hizo darse cuenta que el también se estaba aguantando. Pero no era solamente su cuerpo lo que quería y lo iba a provocar con algo que sabía que podía tomar sin dificultad pero que no debía hacerlo, no todavía. Ciel se incorporó y nuevamente rodeó su cuello con sus brazos, se acercó a su oído y dijo casi en un susurro, solo para que el lo escuchara…

-“Amárrame a ti, Sebastián, llévame a la oscuridad contigo”.

Entendió perfectamente el significado de esas palabras. Era claramente un “no te contengas, toma mi alma y acaba con esto”. Pudo sentir como Ciel sonreía, mientras apoyaba su cabeza en su hombro. “mocoso”. De alguna forma u otra el conde igual había perdido el juego, pero busco una forma de perder no tan humillante por así decirlo. Y también había dado su orden.

Sebastián volvió a recostarlo en la cama y permitió que Ciel viera como lamía sus dedos sensualmente para luego introducir uno en la entrada del menor. El conde sintió como las sensaciones volvían de golpe, y el mayordomo introducía otro dedo mientras lo besaba salvajemente. Pronto las caderas del menor se vieron siguiendo el ritmo del vaivén de aquellos dedos. El movimiento de los dedos seso. Ciel abrió sus ojos y se aferró al cuello de Sebastián mientras sentía como el miembro de este entraba en su interior. No pudo evitar gemir. Era doloroso pero tan agradable. Sebastián se quedo quieto, besando dulcemente el cuello del niño y con una de sus manos acariciando su miembro. Pronto comenzó a moverse y los gemidos del pequeño se hicieron más fuertes como también el agarre de sus brazos. Era cierto que no podía tomar su alma, pero la forma en la que ese niño se le entregaba, la forma en la que le pedía en silencio que no lo soltara, sentir como, en un acto de desesperación, mordía su hombro para que no se escucharan sus gemidos, era algo casi equiparable como el tener el alma en sí, claro que siendo Ciel solo un niño de 14 años, solo, con un pasado despreciable y un pequeño y débil humano, sería incapaz de comprender.

El chico se vino en su mano y unas cuantas embestidas más bastaron para que lo llenara con su esencia.  Como siempre Ciel no lo soltó. No iba a negar que disfrutaba viendo a ese niño tan débil. Verlo pidiendo amor tan desconsoladamente. Y el, por supuesto, no iba a negarse a nada que le pidiera su amo.

Salió suavemente de su interior. Se acomodó en la cama quedando esta vez, Ciel sobre él, quién se acurruco en su pecho igual que un niño pequeño. No dijo nada. Ninguno de los dos pronuncio alguna palabra. Solo se quedaron así. Ciel sabía que era mentira, que no era real, pero disfrutarlo como si lo fuera no estaba tan mal. Tenía la seguridad de que Sebastián nunca lo abandonaría así que todo lo demás no tenía importancia. No tardó en que su respiración acompasada le indicara al demonio que estaba durmiendo. Lo acomodo en la cama, le puso la camisa de dormir para que no se enfermara, arreglo las almohadas y lo cubrió con las tapas. Se acomodo su uniforme y cuando comprobó que ya todo estaba perfecto, contemplo al niño una vez más. Se acercó a él y vio que tenía lágrimas en sus ojos, las seco con sus manos que aún seguían descubiertas y después tomo las velas y se marcho de la habitación…

Tal cual como le demostraste al mundo que sabes vivir, tendrás que gritarle al viento que también sabrás morir. De olvido vivo y con el mismo olvido muero, como la muerte en un cementerio abandonado. Sabes muy bien que como un ángel nadie te quiere y sabes que como este demonio nadie te ha amado”…

 

  

 

Notas finales:

Espero que sea de su agrado.....si tienen algun queja, critica, solo tienen que comentar, no estoy segura si dejarlo así o ponerle una continuación asi que espero que me den su opinión sobre que les gustaría.......

cuidense


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