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::*:: El observador ::*:: por Lieblosem

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Notas del fanfic:

"El observador", es parte de la recopilación de la Colección homoerótica, en notas de autor pueden encontrar el enlace de dicha recopilación.

BesitoSs!!* -3- MuacKSs!!*
 
::*::De Mis Dulces Labios A Los Suyos::*::
••†••Blutige Küsee Von Lieblosem••†••

Notas del capitulo:

Uno nunca podía imaginarse que su vida cambiara radicalemente de una noche para la otra. Esto mismo le paso a Daniel la noche que se fue a un concierto y que su amigo Gilberto no pudo ir.  Sergio ofrece la mejor noche de su vida, pero al mismo tiempo la noche más extraña.


Insiprada en la ciudad de México, espero que disfruten "El observador"


´*`Enjoy The Yaoi Underground´*`

Bajo un sol insoportable, sobre un Chevy color negro envuelto en las estridentes notas electrónicas del grupo alemán Combichrist, respirando aire contaminado de todos los coches delante del suyo en un mar citadino y ensimismado en sus pensamientos, estaba Daniel. Como muchos, atrapado en el tráfico vespertino de la gran ciudad de México. Esa preciosa ciudad llena de contrastes por donde quiera que se le mirara, y como pocos nada de lo anterior lo molestaba, él se concentraba en la música para evadirse de la realidad. Se sentía observado, otra vez.

 

Era miércoles; «el ombligo de la semana», sólo dos días más para dejar atrás todas las preocupaciones y salir a divertirse.

 

 

 

Daniel era el clásico muchacho universitario, estudiaba la carrera de arquitectura en la Universidad Nacional Autónoma de México de lo cual estaba muy orgulloso. Ser parte de la UNAM había sido su sueño desde que supo que él sería el único en su familia en acudir a la universidad. Un chico de clase media que vivía en un modesto departamento en una clásica unidad habitacional de interés social con el resto de su familia; a excepción de su hermana mayor. Él tenía ojos color chocolate, la piel morena clara; demasiado suave para un chico de su edad, medía un metro con setenta, lo justo. Siempre vestía de negro y escuchaba música dark, sin embargo no se consideraba parte de ninguna tribu urbana; de hecho, no se sentía parte de ningún lugar desde ese particular fin de semana y cuyos recuerdos eran retazos de una noche de pasión.

 

Después de estar atrapado en el tráfico una hora y sus tres cuartos; culpa de una clásica manifestación, por fin llegó a la Glorieta de Insurgentes. Aparcó su Chevy en una de las calles que daban al sur. Se bajó y puso la alarma. Caminó perezosamente hasta la famosa glorieta. Bajó las escaleras y atravesó el pequeño corredor para continuar caminando hasta la entrada del metro. Como no era fin de semana no había mucha gente y eso le gustó. Sólo estaban el ya acostumbrado grupo de gays a su izquierda y al otro extremo unos cuantos emos recién salidos de la escuela que platicaban e intercambiaban música por medio del celular. Eso era todo lo que ofrecía la glorieta pública. Un puñado de gentes sin nada más que hacer que disfrutar de la tarde, no había espectáculos, ni música urbana, tampoco maniobras de los skates boys. Daniel suspiró.

 

 

 

En las entrañas de la ciudad, la cosa no era mejor que arriba. Los túneles, vagones y andenes de espera estaban a reventar de gente que, estresada, esperaba poder llegar a sus destinos. Los rostros se notaban cansados y molestos. Gotas de sudor se vislumbraban en todos los obreros, maestros y estudiantes que caminaban con entre más gente cansada. Entre todo ese río subterráneo estaba Gilberto, con semblante de agotamiento.

 

Gilberto iba tallándose un brazo para aminorar el dolor que una señora le provocó al descender del vagón con su bolsa enorme de sabría Dios que.

 

Al igual que Daniel, él también estudiaba la universidad, sólo que lo hacía casi al lado contrario de la gran sede de la UNAM. Gilberto había optado por la carrera de médico en el Instituto Politécnico Nacional, que era de donde venía. También esta muy orgulloso de ser del IPN.

 

A diferencia de su amigo, la vida no le pintaba muy bien. Compartía los gastos de una casa pequeña y cutre con dos compañeros más con los cuales la relación era casi fantasmal. Él era guapo a comparación de sus provincianos compañeros. Gilberto o Gil; como solían llamarlo, poseía el cabello chino y corto en un bonito color azabache, con la piel clara y un poco pecosa y definitivamente eran sus ojos traviesos color negro y su sonrisa de ángel la que encantaba a todas las chicas; cosa que a sus compañeros no les gustaba.

 

En la menor oportunidad Gilberto alzó los brazos con fuerza para estirarse y soltar un gran bostezo: tenía varias noches en las que no había podido dormir casi nada; pero ese era otro asunto, un punto aparte en su vida. No tenía ganas de trabajar ese día, tenía mucha tarea que hacer; pero ni hablar, el trabajo era el trabajo. Todos los días salía de la universidad, caminaban un par de cuadras, se metía al metro en una estación llamada la Raza desde donde tenía que viajar un par de estaciones más para hacer un trasbordo en la estación Balderas; luego caminaba por xxx un túnel para llegar a la línea rosa y seguir hasta la estación Insurgentes.

 

Miró su reloj y ya era tarde. Seguro que su amigo en cuanto lo viera refunfuñaría y lo regañaría, otra vez. ¡Dios! Apenas estaba trasbordando y la gente se aglomeraba cada vez más. Torció el gesto con fastidio: en verdad sus ganas de trabajar estaban por los suelos, sólo quería dormir y ahí estaba su disyuntiva. En el bar donde laboraba a veces no llegaba mucha gente y podía hacerlo, lo malo era que las propinas eran igualmente escasas y eso no era bueno xxx para su cartera.

 

 

 

Daniel tenía entre sus dedos un cigarro prendido y suspiraba constantemente mientras miraba la salida del metro. Con suerte Gilberto se aparecería entre la poca gente que salía.

 

Una fuerte vibración seguida de la canción Blut Royal en su bolsillo trasero xxx alteró el sueño de su móvil. Pensó que no podría tratarse de su amigo, él estaba en el metro y ahí no había señal. No esperaba una llamada de nadie y con la flojera impregnada en cada movimiento se xxx levantó un poco para sacar su celular.

 

«Princesa risueña», marcó la pantalla. Era su hermana mayor. No pensó cuando apretó el botón para contestar.

 

 

 

––¿Qué paso, Silvia? ––dijo con desgana.

 

––¡Hola, hermanito! ¿Cómo estas?

 

––Pues estoy, que ya es ganancia, ¿y tú?

 

––Lo mismo de siempre. Oye, hazme un favorcito mañana. Necesito que pases por Elías, tengo una conferencia en Cuernavaca y te juro que lo llevaría yo, pero me vería muy presionada. Es importante y tengo que estar lo más presentable posible.

 

––¿Qué dices?, nunca vas a conferencias ni nada de eso ––alzó una ceja.

 

––Mi jefe quiere que lo ayude con los materiales y la parte informática, él será parte de las pláticas y la perra que tiene por asistente se enfermó de no sé qué. Así que…

 

––Fuiste la elegida…

 

––Así es ––suspiró––. No tuve opción, vamos a regresar en la noche, espero que mamá no tenga inconveniente.

 

––Sabes que mamá nunca tiene inconveniente por cuidar a su nieto. No te preocupes, mañana paso por Elías. Llego a tu casa como a las siete.

 

––¡Ay, bro! ¡Te amo! Entonces, ¿nos vemos mañana en la mañana?

 

––Ahí estaré. Cuídate y suerte.

 

––Sí, gracias. Nos vemos. Besos a mis padres.

 

 

 

Ambos colgaron y en el acto Daniel se dejó caer sobre su espalda. ¡Qué tino tenía su hermana! Justo el jueves era el día en que podía estar más tiempo en la cama porque sus clases no iniciaban sino hasta las diez y media de la mañana. Bueno, todo por ayudar a Silvia.

 

En ese momento Gilberto se aproximaba a él. Daniel no lo había visto porque seguía recostado con ojos cerrados. Con astucia y maldad divina se acercó a él en silencio para no ser escuchado. Con poca fuerza puso su pie sobre el estómago de su amigo y lo sumió para sacarle el aire. Daniel tuvo un sobresalto.

 

 

 

––¡Quítame tu patota de encima! ¡Me vas a ensuciar la playera!

 

––¡Ay, sí! ––dijo con tono burlón––. Ya me siento realizado porque fui al concierto de Combichrist y los tuve a menos de medio metro de mí.

 

––¿Qué excusa es la de hoy? ––preguntó refiriéndose a la hora de su llegada.

 

––Ninguna, lo mismo de siempre, mucha gente, mucha flojera, noches sin dormir….

 

 

 

Daniel se incorporó para quedar a la altura de su amigo y poder hacer el saludo oficial. Tomó su mochila y ambos caminaron platicando de cosas banales mientras se iban acercando a la calle de Génova, mejor conocida como la Zona Rosa: la zona donde toda la gente con preferencias sexuales distintas se reunía para hacer amigos, ligar, ir a tomar un par de cervezas, visitar las sex shop y bailar al son de la música electrónica, pop y rock.

 

Cruzaron la primera intersección xxx y notaron que el lugar estaba bastante desértico. Ninguno lo dijo pero eso les molestó mucho. Podría no ser un buen día. Como si se hubiesen puesto de acuerdo se tomaron de las manos y entrelazaron sus dedos. Desde que eran niños habían descubierto que eso les daba mucha seguridad.

 

 

 

«CRISÁLIDA». Así se llamaba el bar donde ambos laboraban. Un precioso bar que respetaba la arquitectura colonial donde se hallaba; como casi todos los establecimientos del lugar. La idea fue bien aceptada y aprovechada por la dueña del establecimiento xxx. Lo primero que se advertía al xxx llegar era que las paredes de Crisálida eran dos telas delgadas color negro, sostenidas por  los tubos de la lona que evitaba que el sol o la lluvia molestara a los comensales y clavadas al suelo por la parte de abajo, obviamente xxx no me queda muy claro esto xxx a diferencia de los otros locales en la zona de restaurantes, limitados por macetas, plásticos o rejillas movibles.

 

Como eran telas tan porosas el viento soplaba entre sus tejidos y así, a diferencia de los plásticos, no encerraban el calor, pero tampoco dejaban pasar las gotas de los días de lluvia. Otro de los hermosos detalles de la decoración era que en esas telas se habían colgado mariposas falsas de muchos colores e imitaciones de capullos. Series de luces alumbraban poco en la noche pero daban un bonito efecto de cielo estrellado por debajo de la lona negra al igual que la manguera luminosa alrededor de un árbol que nunca se derribó. Las ventanas dejaban ver lo que pasaba al otro lado según donde se estuviera sentado. La puerta en el centro era un arco pequeño de cantera rosa, verde y gris, tenía unas inscripciones raras y desgastadas en la piedra. Según la dueña; cuyo nombre de pila era Sofía, y había investigando un poco sobre el lugar donde tenía el bar, antiguamente en la época de la colonia mexicana, un jeque llegó de viaje con todo y sus mujeres, y esa casa era donde todas ellas vivían: «Casa de concubinas», decían las letras.

 

Cuando Gil y Dani escucharon la historia junto a otros cuatro meseros,  prorrumpieron en risas ya que el bar antiguamente no fue nada más que un lupanar y actualmente era un bar donde gays, lesbianas y también heterosexuales iban a tomar hasta perder el conocimiento. En pocas palabras: seguía siendo un lugar de perdición.

 

 

 

Mientras Crisálida era arreglada para comenzar a recibir gente sedienta en pleno ombligo de la semana, Daniel se notaba intranquilo. Tenía desde el lunes una sensación de vacío, sin contar las muchas veces que volteaba a un punto indefinido como si esperara ver a alguien. Sabía que era observado por la sensación de su nuca erizarse. Pensó que se estaba volviendo paranoico o algo por el estilo, con su sensación de persecución. ¿Sería un efecto secundario por haber bloqueado lo que pasó después del concierto con él? Esa podría ser una buena explicación. Sí, eso debía ser. ¿Pero entonces qué pasaba con la sensación de ser observado todo el tiempo? A eso no le encontraba explicación; después de todo, luchaba con eso desde que tenía memoria. De niño llegó a preocupar a su madre cuando le platicaba su sentir tan insistentemente, ella incluso llegó a pensar que su hijo era el blanco de algún secuestrador. Cuando llegó el momento de ir solo a la escuela en la secundaria o la preparatoria, Gilberto le decía constantemente que era un miedo a ser asaltado. No importaba si se estaba bañando, si se hallaba en una fiesta o solo en la intimidad con su novia: él se sentía observado.

 

 

 

Entre las cinco y las seis de la tarde Génova comenzaba a llenarse de vida y glamour. Una de las buenas cosas de trabajar en la zona rosa atendiendo a comensales de distintos géneros era que las propinas eran muy buenas y por mucho rebasaban los sueldos establecidos. Gilberto ya lo había dicho: Insurgentes no era para nada una mala zona de la ciudad y los gays no tenían miramientos a la hora de gastar, la mayoría trabajaba y como no tenían hijos o familia que mantener podían darse lujos. Sí, la zona rosa no era precisamente barata en muchos aspectos, pero tan poco era tan cara.

 

 

 

La calle de Génova a las siete de la tarde ya estaba llena de luces bohemias, focos envueltos en globos de papel chino y música por todos lados. Chicos, chicas y muchas otras personas disfrutaban las curiosidades y ropa que ofrecían las diferentes tiendas. Los coches que pasaban por las dos intercepciones viales no dejaban de ir y venir. Crisálida, para sorpresa de todos, estaba a reventar de gente, era rara la mesa que estaba desocupada.

 

Sofía se encargaba de ofrecer la carta a los paseantes como promotora del lugar y todos reconocían que su jefa era hábil para captar la atención de la gente.

 

 

 

Daniel iba con una cubeta llena de botellas de cerveza. Estaba aturdido por la banda de rock alternativo que acariciaba salvajemente las guitarras y el bajo al ritmo de un cover de Nirvana. Le dolía la cabeza y pensaba cómo iba a hacer al día siguiente para llegar temprano donde su hermana y llegar a tiempo a la primaria donde iba su sobrino Elías. Ni hablar; tendría que salir bien temprano, cruzar el distribuidor vial y meterse entre calles y avenidas un poco menos concurridas para llegar a tiempo.

 

Después de dejar la cubeta al grupo de amigos a quienes atendía, sacó un encendedor y prendió el cigarro de dos chicas que ya lo tenían en la boca.

 

––Gracias ––dijeron al unísono.

 

––Por nada. Cualquier cosa me llaman.

 

Tras esbozar su sonrisa acostumbrada dio la media vuelta y caminó hasta donde era la barra anteriormente, ahí estaba apoyado Gilberto con su eterna cara de flojera. Dani se puso a su lado y sacó su cerveza escondida dándole un ligero y burbujeante trago. Qué refrescante.

 

Tenía  ganas de decirle a su mejor amigo de toda la vida que el fin de semana pasado cuando él se fue a un concierto y Gil prefirió irse a divertir a otro lugar, perdió contra un hombre y eso lo tenía muy, pero muy confundido.

 

Él no virgen desde los quince años, cuando el instinto les ganó a él y a su novia en turno, pero pensando mejor en los acontecimientos del sábado pasado, era virgen en cierto modo. No se consideraba gay y tampoco se sentía como alguno. Durante su etapa de secundaria se había besado con dos de sus amigos de esos tiempos, pero sólo fue curiosidad y bajo los efectos del tequila. En aquel entonces, entre el mareo y el desmadre juvenil, todos estuvieron de acuerdo que sólo había sido un juego y nada de eso afectaría «hombría» adolescente. Pero recita un dicho mexicano: «entre broma y broma la verdad se asoma» o también «que los niños y los borrachos siempre dicen la verdad.» Irónicamente eran niños, estaban borrachos y la verdad era que para todos, y sobre todo para Daniel, aquellos besos no habían más que exquisitos. Nunca le prestó atención a esa particular juerga y siguió su vida, pero tenía un secreto, de esos que ni a Gilberto le había confesado.

 

Hacía tres meses más o menos que en una de sus dos redes sociales un chico le envió una solicitud de amistad que aceptó nada más por que sí. Ese chico visitaba su espacio de vez en cuando y opinaba sobre lo que Daniel escribía en su pequeño blog. También le dejaba enlaces de videos de música donde compartían gustos muy similares. Poco después salió del propio Daniel pedir el mail a «Ojos rojos»; como se hacía llamar el chico. Así entablaron conversación por más de dos meses. El tiempo de chat se dividía en: ¿Qué hiciste hoy? ¿Qué tal la escuela? ¿Ya viste este video o ¿Ya escuchaste esta nueva rola o grupo? Fue precisamente hablando de música que «Ojos rojos» comentó que deberían conocerse en el próximo concierto de Combichrist; el grupo favorito de darkwave de ambos. Daniel contestó que no sería mala idea hacerse compañía pero que si no le molestaba que llevara también a su mejor amigo. «Ojos rojos» no se negó.

 

 

 

El día del concierto Daniel pidió a Sofía retirarse xxx un poco más temprano con xxx la excusa de que su hermana tenía que salir y él tenía que cuidar a su pequeño sobrino de seis años. Sofía lo dejó xxx irse a xxx las siete y Daniel condujo hasta el lugar del evento. Se sentía emocionado porque después de perderse dos conciertos en años pasados por fin los vería en vivo, y lo mejor de todo era que estaría acompañado de alguien muy afín a él.

 

Buscar dónde estacionar el coche sin el temor a que después del concierto ya no estuviera ahí fue una odisea. La zona donde estaba el centro cultural no era precisamente el mejor lugar para andar a pie y menos en la madrugada, por lo que dejarlo cerca también importaba. Después de dar vueltas y vueltas lo estacionó a cuatro cuadras pequeñas frente a una tienda conveniente de veinticuatro horas. Se bajó del coche y lo primero que hizo al entrar a la tienda fue tomar una lata de coca-cola bien fría. Mientras pagaba y pedía unos cigarros al dependiente aprovechó para pagarle un extra si cuidaba de su coche: unas miraditas de vez en cuando era todo lo que  necesitaba. El dependiente no se negó y aceptó el extra.

 

«Ojos rojos» no era difícil de identificar. Por las escasas fotos que había puesto en su red social, Daniel sabía que siempre utilizaba unas lentillas rojas; de ahí el sobrenombre. Que era alto, muy fornido, con el cabello negro y largo hasta la espalda y que su piel era de tez blanca.

 

Quince minutos antes de que el centro cultural Alicia abriera sus puertas de acceso, Daniel y «Ojos rojos» se encontraron. En ese momento Daniel supo que su amigo se llamaba en realidad Sergio y que no era mexicano sino español, pero había vivido en Francia, Inglaterra, Alemania, Italia, estuvo un par de meses en Israel y luego volvió a España un año, de ahí viajó para vivir en Argentina, Chile y ahora tocaba el turno a México.

 

­­––Deberías visitar Guadalajara y Nuevo León.

 

––Me gusta radicar en las capitales y no me gusta el calor.

 

Algo que a Dani le sorprendía en demasía era la voz de su conocido: tenía un ligero toque de soberbia, sonaba enigmática y añeja, como llena de telarañas y polvo debido al paso del tiempo, no como la voz de un señor o un anciano pero sí como la que tendría un sabio o un destacado filósofo de la antigüedad. Quizá su voz era así por las experiencias acumuladas de tantos viajes. Eso o a Sergio le gustaba tomar bebidas alcohólicas extremadamente fuertes.

 

Una palmada lo sacó de sus recuerdos de golpe.

 

 

 

––¡Daniel!

 

–– ¿Qué, qué?

 

––Mmmh, pinche caso. Te estaba preguntando cómo seguías.

 

Dani puso cara de extrañeza monumental.

 

––¿Cómo, que cómo sigo? ¿De qué me hablas, güey?

 

––¡Ay, hombre! Pues de tu accidente después del concierto ––se exasperó Gilberto––. Mírate, soy tu mejor amigo desde que estamos en los cuneros del hospital y no puedo creer que no estés usando ni el collarín xxx, ¿eres de goma?

 

––Es que no pasó nada esa noche, Gil.

 

––Como gustes ––suspiró, con cierto alivio––, si no deseas que te lo recuerde no lo haré, pero en verdad me interesa saber qué onda contigo.

 

 

 

Gilberto se fue dando por finalizada la conversación y dejando atrás a Daniel con una cara de confusión que se le notaba hasta la mesa más arrinconada de Crisálida. Alzó los hombros para restarle importancia y  xxx salió a atender sus mesas y aprovechar la brisa refrescante de la noche. Necesitaba llenar sus pulmones de aire metropolitano combinado con partículas de bióxido de carbono para sentirse relajado.

 

 

 

La faena de trabajo duró hasta poco antes de la una de la mañana, a esa hora estaban despachando a los últimos clientes. Después se dejó medio limpio el lugar, se levantaron las sillas y mesas, se xxx apagaron luces y cada quien para su casa. Crisálida y la calle de Génova se hundieron en un silencio casi sepulcral. La luz de luna poco podía iluminar una ciudad siempre en movimiento, mucho o poco, pero ella se quedaba ahí arriba todas las noches para observar el gran reloj llamado Distrito Federal.

 

De camino a su departamento; a no más quince minutos de ahí, en la unidad habitacional Balbuena, Dani pensaba en las últimas palabras de su amigo. ¿Accidente? Él se sentía perfecto.  Recordaba la noche del concierto aún con todas las cervezas ingeridas, no solía afectarse mucho por la cebada fermentada y podía decir en orden (quizá) todos los acontecimientos del sábado, podía hacerlo hasta el momento en que xxx… se acostó con Sergio. Se quedó un rato estacionado en el cajón enfrente del edificio donde vivía. Miró hacia arriba; al cuarto piso: las luces seguían prendidas en la sala, seguro que su madre se había quedado dormida en el sillón como de costumbre viendo el noticiero nocturno. No tenía muchas ganas de entrar. Jaló la palanca a su derecha del asiento y éste se dejó caer hacia atrás. Colocó el dorso de su mano sobre su frente y sin saber a qué santa hora, Morfeo fue a su encuentro.

 

Soñó. Recordó. Soñó recuerdos.

 

 

 

Una luz mortecina y parpadeante iluminaba todo el centro cultural Alicia en los últimos minutos después de finalizado el concierto. Se adivinaban jóvenes ebrios y drogados por causa de la marihuana en todo el lugar, ahí esparcidos como los vasos de cerveza de medio litro. Basura y ligas fosforescentes hacían el último intento por sobrevivir pidiendo xxx a gritos que alguien las volviera a agitar. Las luces se tornaron verdes y moradas, pero seguían flojas. Cuchicheos. La pista de una canción resonaba quedamente en las bocinas y una voz anunciaba el próximo cierre de las puertas.

 

Dani estaba al lado de Sergio, y se veía xxx muy chico y fachoso en comparación de su alto y fornido nuevo amigo. Ambos caminaron en silencio hacia la salida. Daniel se sentía cansado y tremendamente dolorido de las piernas por saltar y bailar; Sergio estaba totalmente íntegro. Fue Sergio el que cortó aquel silencio, sabía que Daniel ya no tenía suficiente dinero y que minutos atrás hablando solo, se había quejado de no completar lo suficiente para una playera como recuerdo. Sin saber su talla Sergio compró una y se la obsequió; evidentemente Daniel se negó por pena y un poco de dignidad.

 

––Acéptala, tiene la fecha impresa, así no podrás olvidar esta noche.

 

Como no queriendo la cosa, Daniel aceptó y como gesto de gratitud se quitó la que llevaba ––una que era negra con letras hindús resaltadas en rojo–– y dejó ver su pecho desnudo y sudado por unos momentos. El frío combinado con aquellas perlas húmedas y saladas le ardió en la piel. ¡La camiseta le quedó perfecta! ¡Ni mandada a hacer! Daniel agradeció el gesto sin poder ocultar su emoción a tal grado que no lo pensó cuando dijo que la cuidaría como un tesoro. Sergio carcajeó levemente.

 

Era la primera vez que Daniel lo miraba tan detalladamente. Sus dientes eran perfectamente alineados y blancos, sus labios un poco largos y ciertamente delgados y pálidos, xxx seguro por el frío. Su piel era nívea sin mácula de error, sin ninguna peca o marca de acné y sus cejas pobladas estaban decoradas con dos piercings de espina. Sus facciones, ¡qué facciones! denotaban gran inteligencia, ímpetu de alguna manera, mirada penetrante pero cauta. Era como ver un cuadro, de esos que muestran todo y nunca se mueven.

 

A Daniel le bastó minuto y medio para convencer a su acompañante de llevarlo a casa. Fueron hasta la tienda conveniente y subieron al coche. La siguiente parada: el zócalo capitalino, la cuna de México. Justo ahí en el hotel Real Plaza se hospedaba Sergio. Durante el viaje sin tráfico los chicos escucharon y cantaron canciones de rock de los ochentas, también algo de punk y metal ligero. Ya frente a las puertas del hotel, Daniel tenía muchas ganas de seguir conversando xxx con su amigo, se lo estaban pasando «poca madre», confesó Dani en la típica monserga capitalina.

 

Pasaron como fantasmas el lobby del hotel. Subieron por el elevador comentado las hazañas del concierto, su visita al backstage y la firma de autógrafos en el interludio gracias al boleto VIP de Sergio. Dani no podía creer todo lo que estaba viviendo. Ojalá Gilberto también estuviera ahí, pensó cuando abrió las cortinas de seda e hilos bordados del ventanal y observó la gran ciudad teñida de luces diminutas, como un nacimiento enorme, una gran urbe siempre en movimiento, aún cuando dormía.

 

––Come algo ––ofreció Sergio cuando llegó la cena.

 

Daniel estaba totalmente hambriento y no puso «pero» en aceptar. Se extrañó que Sergio no comiera justificando que él en realidad tenía estómago pequeño. Para asentar la comida brindaron con tequila. Los «caballos» no dejaban de ser ingeridos, el limón y la sal eran consumidos con vehemencia que daba gusto y así desfiló una botella.

 

Cuando el tequila se acabó Daniel se disculpó: la hora de retirada había llegado. Tambaleante y con disimulo se despidió de Sergio, que seguía insistiendo que se quedara con él, recordándole el lema de «si tomas no manejes». Daniel comentó que estaba bien desistiendo así de la invitación. Sergio insistió con ímpetu y terminó por tomar el  delgado brazo de Dani evitando a toda costa se marchara. El agarre fue soberbio, su mano parecía de obsidiana dura en su brazo débil. Daniel se asustó y forcejeó para liberarse pero Sergio no parecía estar en una gran lucha sino todo lo contrario. La sangre se cristalizó en forma de púas en su corazón cuando un efluvio viajó hasta sus fosas nasales, haciéndole recordar, causando estragos en su sistema confundido. Ese efluvio a especias de todo el mundo lo conocía perfectamente. No comprendía cómo es que ese aroma siempre estaba todas las mañanas en su habitación o cada que llegaba de la universidad, y tampoco comprendía por qué el cuerpo de Sergio lo exhalaba de manera tan natural y penetrante. «Imposible… Irreal», balbuceó. Sergio apenas sonrió y él… Él dejó de forcejear.

 

Ambos permanecieron en total silencio en aquella lujosa suite, bañados en luces doradas.

 

Fue cuando pasó. Sergio juntó sus labios. Eran fríos a comparación de los suyos siempre tibios, eran duros a comparación de los suyos más esponjosos, eran deliciosos a comparación de los suyos amargos. El beso en sí era absorbente, hacía caer por una vertiente, deslizaba cada emoción y paraba cada vello corporal, teñía sus pensamientos de luces intensas que cegaban su propia vista. Su respiración era agitada y entrecortada. ¿Acaso Sergio no respiraba? ¿Por qué sus pulmones podían contener tan poco aire por tanto tiempo? ¿Quién era aquel hombre que apabullaba sus labios con un beso tan frío como erótico?

 

––¿Quién…eres? ––musitó––. Sé que te conozco.

 

––Sólo soy…un simple observador.

 

La voz añeja de Sergio fue como un mantra sagrado para Dani. Sin darse cuenta se dejó enrollar por los brazos fuertes de Sergio que lo elevaron hasta el borde de la cama, donde sus gemelos percibieron la dureza de la madera de roble. Ya nada importaba estaba embelesado, como si con sólo pronunciar una sola vocal Sergio lo hubiera hipnotizado. Ese beso sirvió para introducirle el veneno de la seducción y la obediencia.

 

Ambos cayeron sobre las sábanas mullidas. La sonata de la pasión comenzó a tocar en notas silenciosas por medio de los leves gemidos que Daniel suspiraba con cada beso y cada lamida por su cuello y sus clavículas. Sintió como Sergio retiraba su camisa y atendía de manera tierna pero firme cada centímetro de su piel. Esa lengua lo exploraba todo. El camino húmedo recorrió su pecho, succionó sus pezones erectos y sensibles, indagó en su ombligo y regresó a su cuello y hombros.

 

Como por arte de magia las luces se apagaron y Daniel sintió una mordida justo arriba de la clavícula derecha. Nada como una mordida para excitarlo más de la cuenta. Sergio estaba convertido en un pantera que se dejaba llevar por la oscuridad en la que se habían envuelto. Otra mordida; ahora en las costillas izquierdas. Un gemido de placer. Otra más en uno de sus brazos. Dolían, sí, pero el dolor era demasiado agradable para no suspirar fuertemente y pedir más.

 

El tango de la pasión se desbordó cuando Sergio comenzó a descender hasta la cadera de Daniel, ahí también lo mordió, justo donde el hueso de la cadera sobresale. El sometido jugaba con los largos cabellos de su domador hasta donde podía, incluso sumía la cabeza de Sergio suplicándole que incrementara los mordisqueos. Los choques eléctricos que llegaban hasta sus neuronas le hacían curvar poco la espalda, ofreciéndose sin miramientos.

 

Sergio comenzó a bajar con los dientes la cremallera de su nuevo amante, sabiendo que lo tenía justo donde lo quería y aún así quería llevarlo a extremos más que insoportables. Quería hacerle lo que mejor sabía hacer: ya que había sido recordado era hora de hacer que jamás fuera olvidado. Percibía el aroma natural de Daniel y esa fragancia lo volvía loco, jamás había olfateado a nadie con ese perfume natural. Se mezcló en el.

 

Aunque deseó negarse, Daniel no pudo hacerlo cuando sintió sus pantalones deslizarse por sus piernas. Se sintió avergonzado en demasía, su sexo ya estaba prendido, duro y goteante. Otra mordida ligera en la cabeza del pene a través de su ropa interior y soltó un aullido más que perverso. También escuchó la ligera risa de Sergio. Se avergonzó más. Quería parar, sabía que algo no estaba bien, y lo peor era que no podía. Sentía miedo ante lo inminente, más su instinto y su propia curiosidad de saber hasta donde lo arrastraba Sergio era lo único que lo alentaban a seguir con su acto de lujuria. No se atrevía a preguntar nada, siquiera lo más indispensable como: ¿estás sano? ¿Tienes preservativos? O lo más importante: ¿Me va a doler?

 

Cuando Sergio comenzó a maniobrar su cuerpo de arriba abajo fue tan intenso que sin saberlo se aferró a las sábanas hasta que los nudillos se le pusieron blancos y su respiración se agitó. Se podía decir que estaba sudando frío, aún cuando su cuerpo ardía en cada vena y cada gota preseminal que emanaba. La sensación de ardor por todo su cuerpo picaba en su cerebro, también.

 

El caballero dominante ya comenzaba a introducir el pene en su boca. Sostenía la base con firmeza indiscutible y con la mano que tenía disponible manipulaba los testículos. Él lo sabía, él sabía que era el primero que llegaba a enloquecer a Dani de esa forma. Ninguna mujer jamás logró algo parecido. Lo sabía porque siempre estuvo observando. Tenía conciencia de cada encuentro fortuito con sus amigas o sus novias. Sabía que no era demasiado activo, pero siempre daba lo mejor de sí; así era Daniel para los ojos de Sergio. Esos ojos rojos llenos de deseo y pasión, de misticismo y sabiduría acumulada.

 

Daniel se cubría la boca para evitar ser demasiado ruidoso, lo último que deseaba era que medio hotel se enterara de lo que acontecía en esa suite. ¡Por los dioses! Sergio se la iba a desprender si eso continuaba. La bomba estaba activa. Su cuerpo no resistiría más. Ambos lo sabían.

 

Para evitar cualquier infortunio pegajoso fuera del tiempo, Sergio paró, lamió toda la longitud caliente y luego le propinó a Daniel tremendo mordisco que hizo que la sangre brotara. El sometido gritó fuertemente y el miedo comenzó a invadirlo al cien por ciento.

 

––Lo siento, eso no durará mucho.

 

Con esa sensual voz Sergio volvió a lamer la herida para así combinar su espesa saliva con la sangre, abrió las piernas de Daniel, las cargó y las puso en cada hombro. El otro chico nada pudo decir, su cuerpo se debatía entre el miedo, la pasión desbordante y el dolor.

 

Así fue como comenzó la última danza entre aquel par. Sergio se hundía en el cuerpo de Daniel con cuidado y decisión, recordando lo que incluso él no volvería a sentir por el resto de sus días. Así la cavidad virginal de Daniel sería eternamente suya, con todo y su calor, con su humedad destilando todos los elixires del mundo secreto de Daniel. Sus pensamientos, podía verlos claramente. Uno de ellos le molestó un tanto: la amistad fuerte entre Gil y Dani. Sin embargo, nada de eso era comparable a lo que estaba pasando entre esas sábanas de seda y lino. Satisfecho, sabía que nadie más en el mundo volvería a escuchar su nombre como lo gemía el chico que en ese momento se retorcía en una especie de dolencia y goce. Estaba feliz tenerlo en esa situación, de ser su amigo de la red social y haber acudido juntos a un concierto. Todo era perfecto para ambos.  Sergio de sobra sabía que lastimaba el cuerpo de su Daniel; aún cuando lo trataba como un pétalo su duro cuerpo lo lastimaría… Al menos era un «buen» dolor.

 

Sensaciones, desilusiones, tragos amargos, resacas de un fin de semana. Música, arte, devoción, miedos, aspiraciones, sueños, metas, celos, ira. Corazonadas, golpes de suerte, discusiones… Todo eso fue expulsado del cuerpo de Daniel cuando la bomba de su cuerpo explotó en un líquido perlado, tan blanco como la luna misma de esa noche, tan embriagante como el tequila y la cerveza, tan rápido como el alba que se aproximaba y donde sólo un segundo el mundo se detiene para que la perfección alcance su cúspide.

 

 

 

Daniel despertó de golpe. Bañado en sudor, miró su reloj en la penumbra de la madrugada sin luna. Indicaba que eran la tres de la mañana con cuatro minutos.

 

Sí, ahora lo recordaba. Ahora comprendía todo, pero su cabeza no podía asimilarlo: no era coherente. El hecho de que Sergio tuviera una voz empolvada por los años aún cuando tenía sólo veinte, el que no comiera nada aquella noche y que tampoco se cansara, o se viera afectado por los cambios climatológicos. Sí, esa noche lo vio consumir bebidas alcohólicas, ¿en verdad las consumía? Como fuera, no mareaban sus sentidos. Sí, se movía con gracia y distinción, su piel fría y ese efluvio a especias de todo el mundo. ¿Era posible? Daniel se estampó contra el volante en su asombro.

 

No lo pensó cuando prendió el Chevy y arrancó casi estrellándose con el alumbrado público. Condujo sin saber bien a dónde iba, condujo entre calles, en las avenidas principales como Insurgentes, Periférico y los diferentes ejes. El estéreo gruñía las fuertes y estridentes notas del grupo que los unió esa noche. Sabía que así lo encontraría ¿Cómo lo sabía? La verdad es que no podía precisarlo. Era mera intuición.

 

Condujo por aproximadamente otra hora y media más sin éxito alguno. Llegó hasta el Ángel de la Independencia que se alzaba en dorado, en medio de la ciudad. Se estacionó y se bajó del coche, enojado. Comenzó a soltar patadas y puñetazos al aire hasta que se cansó. «¿Dónde estás, mi observador?», se dijo. No tuvo otra alternativa que sentarse en las escaleras junto a los leones petrificados en mármol que defienden incansables al ángel. Ya recordaba el accidente.

 

 

 

Cuando Daniel comprendió lo que había pasado se levantó de un salto de la mullida cama, asustado y dolorido. La noche había llegado a su fin, los rayos rojos por entre los volcanes daban los buenos días a los ciudadanos madrugadores. Sintió su piel fría por haber quedado en un sueño profundo sin que nadie lo cobijara. Desnudo, caminó cual zombi hasta el gran espejo cerca de la sala de la suite, que estaba adornado en un marco de hoja de oro y laureles plateados. Su piel estaba llena de moretones, incontables desde cabeza a pies. Lo que verdaderamente lo horrorizó fueron las mordidas, que habían parecido inocentes y excitantes la noche anterior. No eran más que hoyos cicatrizados por todo su cuerpo. Dos hoyos por aquí, dos hoyos por allá, otros más en sus muslos, otros tantos en sus muñecas, antebrazos y claro, el pene. Se vistió evitando gritar de terror y salió corriendo a toda velocidad de la habitación.

 

Corrió hasta el elevador, mirando hacia atrás, esperando no lo siguiera Sergio. Aterrado saltó dentro del ascensor. No era un chico de fe, mas en ese momento rezaba con todas sus fuerzas, temblaba, quería que le salieran alas y escapar de ahí lo más pronto posible. Pero lo único que se elevaba era la oración en sus dedos doblados. Podría decirse que arrebató las llaves al valet parking y metió acelerador a fondo. Recorrió toda la avenida Insurgentes como pocas veces se puede hacer. La avenida era para él solo. Los nervios lo traicionaron al ver como en una intercepción una patrulla esperaba encontrarse con algún borracho. Intentó frenar y lo único que logró fue derrapar monumentalmente.

 

«Tú me salvaste, lo sé. Yo te vi claramente», pensó, mientras veía cómo Venus seguía imponente en el cielo, todavía oscuro.

 

No estaba errado, justo un segundo antes de chocar con un poste de alta tensión eléctrica, juraba que Sergio estaba a su lado, a punto de abrazarlo. Lo siguiente, claro, fue despertar en el hospital con la cara de angustia de sus padres, hermanos y hermanas, todos mirándolo. No era la misma sensación que cuando era observado por Sergio, esa sensación desapareció justo en el segundo que lo conoció.

 

 Tenía unos raspones, contusiones nada graves, el azúcar baja y el cuerpo lleno hematomas, pero las mordidas ya no estaban ahí. Por más que le preguntaron no logró recordar nada. Se quedó una noche en observación y durante su estadía en el blanco y aburrido cuarto percibió en el aire las especias y las fragancias de países lejanos… Después de esa noche no volvió a sentir ese delicioso aroma y sus recuerdos se esfumaron también, como por arte de magia.

 

 

 

Apoyado en la espalda del ángel una sombra se escondía entre sus alas, evitando que los primeros rayos solares le dieran de golpe; apenas eran las seis de la mañana. Esa sombra seguía cada paso de Daniel y lo vio perfectamente fumar dos cigarros antes de subir nuevamente al coche y arrancar.

 

 

 

––No me digas nada.

 

––¿Por qué no lo dejaste en paz? Y lo más importante, ¿qué haces tú aquí a esta hora?

 

––Solo quería verlo otra vez, Gilberto.

 

––Sergio… ––suspiró––. No, quiero decir, Beltsasar, ¿no es suficiente conmigo?

 

––La verdad es que no. Desde que los olí por primera vez el día que fueron expulsados del seno de sus madres, me sentí atraído. Tú eres especial; pero él, él siempre fue, es y será mi obsesión. Yo lo traje al mundo, yo maté al doctor que debía cargarlo y darle la bienvenida a este mundo. Me pertenece desde su nacimiento. Cuando fui a buscarlos a los cuneros, completamente muerto de hambre, a ti te cargué y bebí del retazo de cordón umbilical. Fue una experiencia excitante, pero Daniel ¡Oh, ese pequeño regordete con mejillas rosadas y pelusas por cabellos! ––suspiró acongojado––. Definitivamente a él quería devorármelo, sentir su tierna sangre correr por cada una de mis congeladas venas, sentir ese calor, saborear cada célula…

 

––¿Puedes bajar? Se me cansa el cuello y allá arriba te dará primero el sol.

 

Beltsasar carcajeó, miró hacia abajo y se dejó caer. Planeó como un ave buscando la mar y aterrizó justo al lado de Gilberto. Ladeó la cabeza para quitarse los largos cabellos de su rostro.

 

––Mi pequeño Gil, tú has sido mi única salvación para esta sed a la que mi destino me somete cada día de eternidad. Así ha sido siempre, tú mi siervo que sacrifica todo por su mejor amigo, por su casi hermano.

 

––¿Por qué rompiste tu promesa?

 

Beltsasar lo miró profundamente con sus flameantes ojos rojos.

 

––Por la misma razón que tú has aceptado ser mi platillo cada vez que se me antoja, tú también has bebido de mi sangre, ¿no? Eso ha abierto tus sentidos, escuchas como ningún ser humano, hueles mejor que los sabuesos, ves en la oscuridad como un gato, sigilas como las lechuzas, has tenido recompensas.

 

––No lo niego, pero da nada me sirven, estas noches me has agotado más de la cuenta, me extralimitas. Tal vez no lo recuerdes pero yo aún sigo vivo y necesito trabajar para sustentar mi vida. Sin ti soy un ser humano normal, tu sangre es potente, tu sangre ya no es sangre, como el resto de tus líquidos corporales, tu saliva es espesa y curativa, tu sangre negra abre los sentidos como para hacer de los humanos máquinas perfectas, y tu semen… no sabría ni como describir esa reacción.

 

––Es la consecuencia de haber nacido para nunca morir. Recuerdo que la única persona que me obsesionó como una bestia fue igualmente un niño. Oh, sí, no era el único que iba tras ese pequeñín, antes y detrás de mí había huestes enormes de eternos, demonios y otras aberraciones…

 

––¿Cómo se llamaba ese niño? ––preguntó con inocencia.

 

––Jesús… el Nazareno….

 

 

 

Daniel estaba en su casa, en su cuarto, es su cama más específicamente hablando. Tenía pintada una sonrisa algo maquiavélica. Él, claro, como muchos había leído todos los libros de vampiros, hombres lobo, más vampiros, zombis… más vampiros. Los buenos y los malos, todos leídos. Películas pasaban como bólidos, recuerdos de sus «historias de niños». Él, como muchos otros, había deseado que algo medianamente similar le ocurriera a él y a su amigo Gil. Él, como muchos otros, creía que eso era para niños y gente más bien loca. Volvió a sonreír. Se acurrucó en su cama y descansó un poco antes de ir por su sobrino Elías.

 

 

 

Bajo los primeros rayos solares, enredado en sus cobijas y sábanas, envuelto en sus pensamientos más inverosímiles, respirando los sobrantes a especias viejas y acalorado por sus recuerdos más íntimos estaba Daniel. Como muchos en la ciudad atareado por sus quehaceres diarios dentro de la gran ciudad de México. Esa preciosa ciudad llena de leyendas y folclor por donde quiera que se le mirara, y como ninguno seducido y poseído por una de esas leyendas vivientes.

 

Era jueves, el «viernes chiquito», sólo un día más para el fin de semana, para salir y tratar de olvidar los recuerdos más eróticos de su vida. Los que nunca más se repetirían.

 

El teléfono vibró. «Princesa risueña», señaló la pantalla. La conferencia del jefe de Silvia fue cancelada, no era necesario ir por Elías. ¡Genial! Así se quedaría todo el día en cama, no iría a la universidad.

 

Por segunda vez vibró y timbró ese (ahora) odioso celular.

 

 

 

«Hoy te invito la cena, tengo algo que platicar contigo, es algo que debí decirte hace mucho tiempo y que estoy seguro te resolverá más de una duda,  pero sólo puedo hacerlo después de las seis de la tarde, ya comprenderás por qué. Nos vemos en la glorieta, donde siempre.

 

PD: No iré solo.»

 

 

 

Daniel sonrió.

Notas finales:

Bueno, espero que les haya gustado este original y corto relato, es uno de los tantos que ya se ha sumado a mis realtos cortos donde hace aparición un vampiro. Debido a que fue para una recopilación no tiene continuación, quizá haga algo al respecto, pero de mientras me gustaría dejarlo así.

Descarga la recopilación completa aquí

BesitoSs!!* -3- MuacKSs!!*
 
::*::De Mis Dulces Labios A Los Suyos::*::
••†••Blutige Küsee Von Lieblosem••†••


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