Su cuerpo descansaba cómodamente en las piernas de su gemelo, quien le acariciaba sus suaves cabellos…
—Tomi —dijo captando la atención del mayor—. ¿Tú crees que la Luna sea de queso? —pregunto repentinamente con una gran sonrisa.
—Puede ser… —contesto Tom.
—Uhm. Qué asco —el pequeño se levanto arrodillándose, quedando a la altura de la cara de Tom.
—¿No te gusta el queso? —pregunto cogiéndolo de la cintura, quería sentirlo cerca de él. Lo sentó arriba de sus muslos, obligándolo a que pusiera sus piernas a cada lado.
Bill se acercó más a Tom, rodeándole el cuello con sus brazos.
—Nop… ¡me gusta la vainilla! —comento mostrando todos sus dientes en una linda y contagiosa sonrisa.
Se quedaron sin decir nada sólo viéndose a los ojos, cayeron en un agradable silencio.
A sus quince años, aún no se confesaban su evidente amor. Tal vez por miedo a que los quisieran separar.
Tom quitó una mano de la cintura de Bill y la llevo hasta la mejilla de éste, con su dedo pulgar acariciaba la piel de ahí, la fue bajando hasta sus labios, acariciándolos y sintiendo los suaves que eran. Bill paro sus labios besando los dedos de Tom.
Los dos cerraron sus ojos disfrutando de ese momento.
El menor posó su rostro en la curva del cuello de Tom, aspiró su aroma y sus brazos rodearon su espalda.
—Te amo —confesó Tom en un susurró.
Bill salió de su escondite y vio los ojos de su gemelo.
—También te amo, Tomi —dijo sonriendo, sus brazos rodearon nuevamente el cuello del rastas.
Se acercaron lentamente, sus labios colisionaron encajando perfectamente, mientras sus cabezas se movían encontrando un ángulo perfecto. La lengua de Tom acarició el labio inferior de Bill. Abrió la boca dejándole entrar y escuchándole suspirar.
Se separaron haciendo un ruido húmedo.
Los labios de Bill lucían brillosos por la saliva e hinchados. Tom quería probarlos otra vez.
—Tomi —hablo Bill—. ¿Mis labios, a que saben? —cuestionó, acercándose hasta que sus labios se unieron por un segundo.
—Saben a… —Tom atrapó sus labios, besándolos con ahínco—. Uhm… a vainilla —le mintió. El sabor de Bill simplemente era su sabor.
Bill sonrió porque sus labios sabían a vainilla.
—Cómprame un helado, Tomi —le pidió Bill quitándosele de encima y jalándolo de la mano.
Era de noche y con suerte hallarían una heladería abierta. Caminaron unas cuantas calles y encontraron una heladería.
Tom pidió de chocolate y Bill de vainilla con fresa.
Pagaron y salieron en dirección a un parque cerca de ahí.
Se sentaron en los pies de un árbol. Agarrados de la mano con los dedos entrelazados, mientras que con la otra tomaban el helado.
Tom veía como Bill saboreaba su helado de vainilla con fresa. Bill sonrió al sentir la mirada de Tom, y lo miro a los ojos.
—Tomi, hagamos napolitano —decía Bill acercando sus labios a los labios carnosos de Tom.
Se fundieron en un dulce beso…
—¿A que saben mis labios, Tomi? —repitió la pregunta.
—A mí.
Su respuesta fue simple y verdadera, tal como su amor.
—Tus labios saben a mí —concreto Bill, dejando otro beso en ellos.
—Sí —aceptó Tom, dejando su helado a un lado y atrayendo a Bill a sus brazos.
—¡Tomi, tú sabes a mí y yo a ti! —grito Bill emocionado.
Tom amaba la inocencia de Bill; amaba todo de Bill.
—No es justo, yo quiero saber a vainilla… —se quejo.
El mayor, le arrebato el helado a Bill, lo lamió frenéticamente y después delineo los labios de Bill con su lengua llena de helado sabor vainilla, los besó de nuevo.
—Gracias Tomi —le agradeció abrazándolo, hasta casi sacarle el aire.
¿Qué importaba si nadie aceptaba su amor? Ellos se tenían al otro, se apoyarían por siempre hasta en las cosas más simples. Desde hacer que sus labios supieran a vainilla hasta dar la vida por el otro.
Se dijeron repetidas veces que se amaban, besándose y, simplemente, amándose.
Así es el amor, dulce como la vainilla.