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Amando a una bestia. por Vampire White Du Schiffer

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Notas del fanfic:

los personajes de D gray man no me pertenecen. Habrá ligero Ooc

 

Se acercaban las fiestas; el festejo del aniversario de mi nacimiento. Un poco predecible les podría parecer. Mantengo buena relación con mis compañeros de la Orden, cazamos demonios al mejor postor, oí que desde hace mucho, la organización cambio sus fines altruistas por los reenumerados justamente. Arriesgamos nuestras vidas para salvar otras. Existen los exorcistas desde que nació el hombre, es lo mismo decir: desde que nacieron los demonios. El ser humano siempre ha sido propenso a todos los males del mundo. ¿Qué hubiera sido sin la caja de Pandora?

Regresemos a lo vital, cumplía mis siete años. ¿Qué hosco, no? ¿Mis pensamientos eran ya muy avanzados? No lo creo, a esa edad yo sólo estaba interesado en seguir a lado de mi “progenitor”; Mana era la persona que simbolizaba mi salvación en primer término, pues he tenido múltiples salvadores, pero eso lo explicaré después. Viajé con el alrededor de un año y ahora me encontraba frente a las enormes puertas de una lúgubre instalación de altas paredes y sin ventanas a la vista de infante. Todos me recibían contentos, pues llegaba un nuevo y esperado servidor de la raza humana.

Desde que nací cuento con un arma, la única debo agregar que es capaz de estropear los planes malévolos, en mi brazo, y con él, protegeré lo que más quiero. Las sonrisas que me arrancó saberme involucrado con cientos de gentes, aumentó mi dicha al saber que habían niños de mi edad. Cuando la fiesta estaba en su cenit, me comencé a aburrir, y el supervisor me llevó a dar una vuelta; Me mostraría mi dormitorio, me sentí curioso cuando sólo vi una cama en aquella habitación, pero no pregunté. Yo daba muchas cosas por hecho, aunque no fuese así.

Mi guía tuvo que dejarme solo porque le llamaban por un par de asuntos. Me quedé examinando el lugar de cuatro paredes, me senté en la cómoda cama y después quede mirando el techo, aún sentado. Extendí mi mano “demoniaca” hacia la luz de la lámpara. De verdad podría causar miedo. Recuerdo mi vida en el circo… bueno eso no tiene punto importante, en estos momentos.

Me sentí extraño en ese ambiente. Un poco fuera de lugar al sentirme en aquella habitación solitaria. Ahora entrenaría arduamente para caminar un sendero lleno de incertidumbre, pero bien valdría la pena. Mana siempre me dijo que siguiera adelante. Eso se volvió un dogma desde temprana edad. Y espero que siga así siempre. De pronto, escuché pasos. Unos pequeños pero llenos de fuerza. Seguramente eran de botas. Viré mi vista hacia la puerta, que había dejado abierta, y mi mirada color café se topó con una azulina-negra. Me quedé pasmado. El chico se me quedó viendo con cara de tremendo odio y repulsión, pero por extraño que parezca, no me lastimó, en un principio. Parecería que estaba ya acostumbrado a ese tipo de trato. Le lancé una sonrisa mientras me levantaba, quise extenderle la mano en símbolo de cordial saludo, con mi usual cara de niño “inocente” debí causarle mucha molestia, al punto que no tardó en azotarme contra la pared y apretar mi cuello con su poderosa mano. En aquel entonces, él debía tener trece años. Sus cabellos eran largos y de un color azuloso, lacio. De piel morena, ligeramente.

(Allen es castaño y de ojos color chocolate, en el principio de mi relato)

Le cuestioné las razones de su descontento. Me respondió que yo era: algo impío, y que no merecía siquiera que yo le mirase.

-Entonces… ¿Por qué me tocas? –Inquirí con tranquilidad. Eso aumentó su furia bastante. Cuando noté las cosas con cierta paz, me di cuenta de que estaba en la cama. Me había arrojado y el ahora entraba en mi cuarto, cerrando la puerta tras de sí. Me dijo que habría que aclarar unas cosas antes de instalarme, intuí que el era un exorcista, él no emplearía nunca cortesía alguna conmigo, porque yo era un “ente nacido del mal para el mal”, eso ya comenzó a remover fibras sensibles en mi sistema. ¿Qué mal se puede causar por nacer? ¿No la maldad de una persona se define con nuestras acciones? -¿Por qué se te da tan fácil juzgarme? –Pregunté en voz alta. Su voz era decidida, llena de cargos de rencor. Talves yo le recordaba a algo que lo lastimó mucho, pensé después de que me lanzó una mirada seria. –Si te hago recordar algo… disculpa. –Comenté y el se sorprendió un poco. Me gritó “Cállate”. Era más alto que yo; seguía analizándome desde su posición. –Debo regresar. –Dije viendo que él no contestaría, y pensando que no me impediría el paso.  Claramente me equivoqué, en aquel entonces no sabía que tan impredecible se volvía en ese tipo de ocasiones. –No merezco tu atención. –Repetí sus palabras. –No te molestaré, aunque si me hubiera gustado ser amigo tuyo… -me seguía viendo. Me daba calofrío su mirada, tan penetrante, tan directa, parecía querer descubrir algo. Pero es que me frustro tanto su incoherencia que no pude evitar lanzarle más preguntas sobre eso. –Me llamo Allen, y desde hoy seré exorcista. –Entoné con cierto orgullo, esquivándolo y abriendo la puerta. En menos de un segundo, una enorme espada se deslizaba cerca de mi mejilla chocando contra la puerta, dejándome pasmado.

-Pequeño… -Dijo en apenas un murmuro.

-¿Eh?

-Eres un pequeño brote de habas. –Esa fue la primera vez que me llamó de esa manera. –Para mi no tienes nombre. –Dijo desplegando la primera sonrisa que le conocí.

-Ah, bueno… eso es algo molesto ¿Sabes?

-¿Te molesta? –Habló con tono retador. -¿Por qué no gritas que te deje de llamar así?

-Es la primera vez. Además me lo dirías más veces, entre más te preste atención. –Limpié el ligero corte que dejo la espada en mi piel.

-¿Te crees mucho?

-No tengo ninguna razón. –Contesté sin perder la calma. –Y no estoy desesperado por perder la vida contigo. –Declaré viendo su terquedad.  –Ahora, que si tú sí lo estás, no creo poder ayudarte. –Su cara seria me desconcertó. Allen, eras un autentico idiota, o talves sigo siéndolo, provocar a semejante monstruo es una cosa de valiente estupidez.

-Ah, con que así son las cosas. –Se echó a reír. –Creo que encontré juguete nuevo. –Dijo con una sonrisa maliciosa. Atrapó mi joven mentón entre su mano y dijo cerca de mis labios. –Nos volveremos a ver, talves tarde, pero recuerda esto, pequeño brote de habas… nadie puede tocar esa piel maldita, más que yo… -Aparté su mano, comenzándome a molestar. Eso lo divirtió más. –Rómpete un par de veces las piernas, espero que puedas soportar el peso de esta vida. Sino, sólo demostrarás tu bajo precio. –Dijo haciéndome a un lado y abriendo la puerta. Y ahora fui yo quien le interrumpió el camino.

-Te demostraré que te equivocas, y que no soy ningún objeto. –Casi le digo en gritos, el espíritu de niño ante reto nació en cada vena de mi ser. El chico me miró desde arriba y sonrió sombríamente.

-Intenta cuanto quieras. Pero yo no cometo errores.  Así quedó la apuesta entre él y yo.

-Se supone que “Dios” debe tener nombre… -Dije sorprendido de darle por sentada mi curiosidad sobre aquello. El chico se volvió a burlar y comenzó a caminar dándome la espalda.

-Tu Dios se llama Kanda.

Y pasaron los años, me separaron de Mana, como era de esperarse, por más que quise emprender viaje de entrenamiento junto a él, me fue imposible, porque… mi maestro me raptó la misma noche de mi llegada.

Les adelanto gran parte de ese relato, sólo entrené y escapé de miles de dudas sin pagar, más tarde lo sabrán más a detalle, lo prometo. En fin, el cabo de ocho largos años… no pude quitármelo de la cabeza. Allí comenzó mi enfermedad, porque cada día que pasaba, lo hacía pensando en aquella persona que se autodenomino mi dueño, o algo así. En cada segundo, mi mente divagaba con volver a verlo y decirle frente a frente: mírame, he crecido.  He madurado y ahora no sé para qué quiero verlo. Una noche cuando lograba librar a un par de cobradores, termine en un puerto. Y el mar nocturno siempre me lo recordaba con mayor poder. Sus cabellos y peor aún, sus ojos eran agua oscura.

Para no tenerlos más tiempo a la espera, me terminé por enamorar de aquel tipo altivo y grosero. El día en que pudiera regresar a la Orden me parecía lejano, muy lejano. Cumplía más y más años, y me empeñaba en creer que ahora estaba a su nivel. De seguro, tanto me impulsó que no me di cuenta del  tiempo real.

-Regresa a la orden. –Me mandó mi maestro. Bueno, me lanzó desde un tren en movimiento un día cercano a mis quince años. Bastante considerado ¿No? Dijo que por el momento no me iba a necesitar y que esperaba no tener problemas en un poblado al que fuimos una vez. Esperaba tener cuentas saldadas.

No lo pude creer, ¿Era ya la hora? Les mentiría si les dijera que salí corriendo, pues no fue así. Me tomé un tiempo para reflexionar las cosas, pues ante tener la posibilidad abierta, me asusté de todo lo que había hecho en el nombre de una persona que sólo había visto una vez. Tardé aproximadamente un mes en llegar, aprecié cada día para encontrarme a mí  mismo. Para encontrarme con una respuesta obvia: lo amas. ¿Él me amará?

Mi corazón cimbró desde sus raíces cuando recordé aquellas palabras de extrema posesión. Que sólo él podría tocarme… no diré cuántas noches me perdí entre mis sábanas (Cuando las tenía) y pensaba en las probables caricias que me podría dar, no me importaba que me llamase proscripto. Sólo quiero verlo y decirle lo maniático que me he vuelto por su culpa.

-Bienvenido. –Me dijeron los que permanecían ese día en la organización. Yo ignore “cortésmente” lo innecesario, y de inmediato pregunté, (Discretamente) la localización de Kanda… me sorprendí cuando me dijeron que apenas había regresado de una misión y que permanecía en su cuarto desde hace unas horas. Sigilosamente me escapé y por medios, poco prácticos, me hice de su posición. Estaba a punto de tocar su puerta, pero el latido loco de mi corazón hacía tanto ruido que me impedía concentrarme para tarea tan simple y llana.

-¿Qué haces? –Preguntó una hosca voz proveniente de mi espalda.

-¡Ah! –Me giré rápidamente con el nerviosismo a flor de piel. –Ah, este… -levanté lentamente la mirada mientras decía-Busco a Kan… ¿da?

-¿Qué? –Me gruñó con el ceño fruncido. -¿Qué quieres conmigo, anciano? –Kanda, estaba enorme, había crecido más de lo que yo esperaba. Portaba un uniforme negro con líneas plata. Su Katana, perfilada a su costado. Su largo cabello estaba atado en una coleta alta, que nunca le hace parecer afeminado, talves sea por su gesto rudo.

Volviendo al punto principal, aparte de acelerarme el pulso por verlo tan “mejorado”, me abrumó su pregunta.

-¿Anciano? –Y entonces recordé que mi cabello y ojos habían tornado de colores plateados desde un evento que me metió en problemas después. -¡Soy Allen! ¡Sólo que…!

-¿Allen? –Preguntó con el mismo tono. –Apártate, escombro, no tengo tiempo de tratar con alimañas. –Dijo apartándome y abriendo su puerta.

-¡Kanda! ¡Espera! –Le grité desesperado. Pero un buen golpe me gané por tocarle el hombro. -¿Por qué no me reconoces? –Dije ya bastante frustrado. –Soy Allen… -Repetí comenzando a bajar la cabeza y apretando mis puños con fuerza. -¿Por qué? ¡¿Por qué me dijiste aquellas cosas si me ibas a salir con esto?! –Le reclamé con tremendo tono que sus reacciones fueron predecibles, hasta cierto punto. Me lanzó contra una de las columnas del pasillo de una patada. Yo no reproché nada, no me quejé ¿Serviría de algo? –Dijiste que nadie debería tocar a un ser impío… ¿Por qué lo dijiste?

-Debes estar confundido. Yo no te recuerdo.

-¿No… me recuerdas? ¿Qué clase de broma es esa?


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