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Máscara por Fallon Kristerson

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Notas del fanfic:

Juju, aquí traigo una de mis ideas más recientes. Solo una locura más, pero que ya he planeado que este no va a ser el único capítulo. Tal vez si me tienen paciencia... xD Espero que les guste! ^0^´

Aclaraciones: en este UA, toda la historia de PoT sucedió, con la excepción de que Gakuto nunca estuvo presente, en su lugar estaba alguien a quien ya me inventaré más adelante... xD Además, esta historia se sitúa en la época en la que Yuushi ya tiene 25 años.

Amaba el carnaval de Venecia, definitivamente lo amaba. Era para él una ocasión imperdible, llena de los ingredientes necesarios para poder crear una nueva novela. Sin duda alguna. Soñador pero sin dejar de estar atento a su entrono, se paseaba por aquellas calles, tan coloridas y llenas de vida, y por los interminables canales de agua. Inventar una historia de amor en tal escenario no era cosa difícil, no para él. Porque ese era su trabajo y vida: escribir. Si bien el matrimonio Oshitari, y en especial el señor, se había opuesto firmemente a la profesión elegida por su hijo, el peliazul había optado por hacer oídos sordos a las advertencias, amenazas y demás que venían de parte de sus padres. Acabó realmente rápido sus estudios de literatura y lo que incluyese el paquete de aspirante a escritor, y más rápido aún logró ascender a la fama. Debido a que su género más desarrollado era, por varias razones, el romántico, y ya que de por sí ya era una persona bastante popular, había logrado gran aceptación en el público principalmente femenino. Su nombre era uno de los más actuales de Japón, por lo que se había independizado casi instantándeamente de su familia.

Aquel año era el cuarto de su carrera como autor y sexto en el que visitaba aquella romántoca ciudad. Se había pasado toda la mañana deambulando por la ciudadela italiana. Rondando las dos de la tarde, comenzó a buscar un lugar en el que pudiera sentarse, tomar algo y, si era posible, seguir escribiendo. A veces le parecá irónico el escribir acerca de tanto romance y no haber vivido ninguno realmente. Solo aventuras que no duraban ni una noche entera...

Su salvación había acabado siendo un pequeño café cercano a la Plaza de San Marcos, no extremadamente visitado, pero sí de un ambiente bastante agradable, de pequeñas mesas redondas de vidrio. Pidió únicamente un capuccino, para luego solo enfrascarse en su nueva idea, aunque esta aún no la tenía muy clara. Estaba pensando en algo como un encuentro fortuito que luego desencadenaba sucesos tras sucesos para la joven pare...

-¿Desea algo más?- Una molesta voz con un acento conocido lo sacó de sus pensamientos. El peliazul azó la mirada de su laptop, para luego dar con una chica que aparentaba ser más o menos tres años mayor. Llevaba puesto un pantalón negro, junto con una camisa blanca y el delantal verde que usaban todos los meseros que atendían el local. A pesar de la cordialidad de sus palabras, sus ojos azules traían en sí un extraño brillo de altivez; su largo cabello lacio era de color cereza. Su porte parecía verdaderamente flexible y cpon un aire de elegancia; de estatura alta y cintura de avispa, tenía alg que la hacía diferente a todas la conquistas pasadas del tensai.

-No, nada,- murmuró este en respuesta, sin dejar de mirarla. Algo en ella que le atraía. No de la manera que acostumbraba. La chica se volvió a alejar, sin perder cierta gracia al caminar. Un suave y apenas percibible aroma a una fruta específica quedó atrás. Un poco confundido, el antiguo tensai de Hyotei se volvió de nuevo a su trabajo, pero en vez de seguir escribiendo en su laptop se quedó mirando la pantalla de esta. Había un misterio en esa chica que, no solo le gustaba, sino que también le parecía extrañamente familiar. Como si ya la conociera o estuviese destinado a hacerlo. Distraídamente tipeó una palabra: cereza.

Quería volver a verla.


Sus pasos se detuvieron por un momento, su mirada se detuvo por unos segundos en el cielo nocturno. Apenas eran un cuarto para la medianoche, ya iba a finalizar el cuarto día del carnaval. Ese año, el inicio de la celebración había caído en el 3 de Febrero. El clima era fresco, pero el ambiente de fiesta estaba ardiendo. No se sentía el frío. El peliazul decidió distraerse con los espectaculares desfiles. Carruajes de todos los colores y formas pasaban por delante suyo, sugieriendo cada uno una historia diferente, con personajes y conflictos diferentes. Un verdadero banquete.

No se había tomado la molestia de organizarse un disfraz enormemente especial. Le bastaba con una capa rojo vino tinto, sombrero negro de tres puntas y, sin falta, una máscara. Esta estaba hecha de porcelana fina, ligera y cómoda, completamente blanca. Era sencillo y así se había lanzado en drección de las callezuelas que, conforme se acercaba la noche, se iban convirtiendo cada vez más en un ecenario teatral.

Las personas pasaban a su lado, de largo. Luego siguió caminando.

La noche lo arrastraba consigo, hundiéndolo cada vez más dentro del tumulto. Ya no sabía a dónde se dirigía realmente, hasta que se rencontró en la plaza de San Marcos, ahí donde todo se acababa reuniendo. Justo estaba dirigiendo su atención a uno de los carruajes que estaba cubierto por varias telas multicolores, sin una forma concreta. Se podía hablar de arte abstracto. Una sirena lo saludó coquetamente desde el carruaje y le lanzo una flor blanca. Era bastante bella, tanto la chica como su regalo. Observó por unos instantes los blancos pétalos, cuando de pronto alguien chocó contra él. Era más pequeño que él, aunque el escritor no se estaba seguro si se trataba de un chico o una chica. El desconocido farfulló una ligera disculpa, para sorpresa del peliazul, en su idioma materna, para luego seguir su camino a toda prisa. Entonces de pronto lo sintió. Era el mismo aroma, primero solo suave y casi imaginario, que sin embargo luego creció hasta invadirlo por comleto. Sin pensárselo si quiera una vez más, se dio la vuelta bruscamente y comnezó a caminar en la dirección en la que había desaparecido. Trató de recordar lo que llevaba puesto y a su mente vino la imagen de una capa negra y un sombrero parecido al suyo, pero con una gran pluma oscura encima. Su completo rostro estaba oculto tras una máscara negra, que, sobre la mejilla, llevaba dibujada una pequeña lágrima plateada. En ese momento no le extrañó el hecho de recordar con tanta exactitud el disfraz del misterioso.

A diferencia de la escencia de la chica del café, este aroma se volvá cada vez más fuerte, sin importar que el extraño se alejase, además de tener algo en sí que lo volvía embrigador. Era como si lo guiara, como si lo invitase a seguirlo. Como si lo tentase a buscarlo.

Vio como la figura vestida de azabache entraba a un pequeño local, cuyo letrero de luces de neón indicaban que se trataba de una discoteca, pero no una de las mejores. Entró también y el fuerte sonido de música electrónica lo saludó. Cientos de personas disfrazadas se movían al ritmo de los bajos, dando saltos o pegándose uno al otro. El tensai los sobrevoló con la mirada, y descubrió a su perseguido cerca de la barra, al otro lado de la pista de baile. Se preguntó cómo había llegado tan lejos tan rápido...

Atravesó el mar de bailarines, no sin dificultad, hasta llegar a la altura del de la máscara negra. Se le acercó, sigilosamente, como un felino que acecha a su presa, y sorpresivamente los abrazó por atrás y luego le susurró al oído.

-Las cerezas no son comunes en febrero...

El aroma de cerezas ahora era inconfundible. El desconocido no trató de zafarse ni nada por el estilo. Pareció captar el sentido de las palabras del peliazul, pues su respuesta solo consistía de una corta oración:

-Es el Carnaval de Venecia.

La voz le sonaba extraña y conocida a la vez. Parecía la de un chico. Pero sin importarle verdaderamente, el escritor le dio la vuelta al enmascarado, tomándolo por la muñeca y jalándolo consigo. Sin embargo, al dar si quiera tres pasos, el más peuqueño se le adelantó y lo llevó hacia una angosta escalera en caracol, que partía en la esquina. Subieron uno tras el otro. El enmascarado daba la impresión de conocer muy bien el lugar. Al acabarse la escalera, llegaron a un largo pasillo, apenas alumbrado. El tensai siguió a la persona misteriosa hasta estar parado ante una puerta que llevaba el número nueve.

El escritor abrió la puerta y dejó que la otra persona entrase primero. Luego entró él y cerró. La habitación no dejaba reconocer nada, era totalmente negra. La mano del peliazul repasó de manera delicada la mejilla de porcelana del quién estuviese delante suyo.

Lentamente deshizo el nudo de la capa cuyo colo se confundía con la oscuridad de la habitación. La prenda se deslizó silenciosa hasta acabar sobre el suelo y lo mismo sucedió con el sombrero. Luego desapareció la camisa y el misterioso resultó ser un chico. El olor a cerezas ya pesaba extremadamente, el tensai sentía como lo embriagaba de tal manera que apenas podía mantenerse en pie, sentía como se iba hundiendo en una deliciosa inconciencia. Dejando que su cuerpo actuara por sí solo, permitió que lo arrazaran las sensaciones que le causaba piel agena, suave al tacto y causa de ligeros estremecimientos. Entrelazó sus dedos con las suaves hebras del chico. Pertmitió que el más pequeño lo desvistiera con movimientos calmados y seductores, sin dejar de contener cierta timidez. Oía con plena claritud como su respiración se aceleraba al tomarlo por la barbilla y atacarlo directamente. No se percató del momento en el que sus lenguas se confundieron, solo percibió el calor que le brindaba el otro cuerpo. Lo último que recordó fue un deseo incontenible. Y luego puso las manos sobre la máscara.


Sintió una suave brisa entrar por alguna ventana, acariciar con gentileza su rostro. Abrió perezosamente sus ojos, para encotrarse recostado en una cama que no era la suya. El cuarto en el que se encontraba era bastante pequeño, sencillo. Aparte de la cama, no había más que en el piso unas sábanas que algún día debieron de ser blancas, pero que ahora tenía más bien un tono amarillento. Junto a ellas descubriós su ropa esparcida. Se levantó y se vistió. Por un momento no recordaba qué demonios hacía en un lugar así, pero de un momento al otro volvieron a él las imágenes de la noche pasada. Volteó otra vez hacia la cama, sin embargo la encontró vacía. Sin realmente quererlo, sintió como le molestaba el hecho de haber sido abandonado por aquel chico. Le dolía levemente la cabeza. Algo no encajaba ahí, no estab muy seguro si era el hecho de seguir ahí parado, o si era ese sentimiento que se podía calificar de angustia por no saber quién era ese chico. Sacudió la cabeza, no podía ser posible. No para él. ¿O sí? Volvió otra vez la vista hacia donde había pasado la noche, se acercó lentamente a la cama, revolviendo pensativo las sábanas. No sabía qué hacía. Entonces, algo sólido resbaló por las colchas "blancas". Era la máscara negra.


No sabía qué era lo que buscaba, no sabía si era para verla a ella o si lo estaba buscando a él. Irónico, casi podían ser la misma persona. ¿O no? Se lo estaba pensando por milésima vez en aquella temprana mañana, cuestionándose a sí mismo. Solo sabía que había algo en su interior que le decía que esos dos estaban conectados de alguna manera u otra.

-¿Qué desea que le sirva, señor?

El aludido miró a quien le había hablado. Una de las meseras, pero no la que deseaba ver.

-Este...- El escritor se lo pensó bien antes de continuar hablando. –Tráigame por favor un café con crema.

El peliazul se odió a sí mismo, sin estar muy seguro del por qué. El café le fue traído luego de una espera de aproximadamente diez minutos. Aquello no le importó mucho. Su mirada se paseaba curiosa por el pequeño local. Había solo unos pocos trabajando a esa hora. Ella estaba en ese mínimo grupo. No tenía mucho trabajo pendiente, solo estaba reclinada sobre la tabla, conversando animadamente con el cajero, un chico de más o menos su edad. De pronto, la chica se dio la vuelta, dirigiéndose sorpresivamente hacie él. Casi fue como si hubiera oído sus pensamientos y los hubiera acatado.

-¿Desea algo más?

El tensai la observó durante unos fugaces segundos, volviendo a dar con ese gentil aroma a cerezas. Pero solo era suave, no había locura en él. El peliazul sonrió seductoramente.

-De hecho, sí. Deseo hablar con alguien, para ser precisos, contigo.

Una expresiónde obvia sorpresa apareció en el rostro de la mesera, pero luego esta sonrió de la misma manera que el chico. Sus vivos ojos relucieron graciosamente.

-Estoy trabajando, pero mi turno acab dentro de media hora. Si desea me puede esperar, señor...

-Dime Yuushi.

-Ok, Yuushi,- repondió la pelicereza, entonando con especial picardía el nombre del escritor. –bueno, debo retirarme...

Con pasos ágiles y apresurados se dirigió de vuelta hacia la caja, solo para de nuevo volverse hacia otra mesa, en la cual dos señores de avnada edad esperaban impacientes. El peliazul sonrió satizfecho.


Su largo cabello bailaba con el viento de forma desordenada, enredándose cada vez más. A esas horas de la mañana (eran apenas las once...) solo había pocas personas disfrazadas. Se cruzaron con varias mujeres que traían consigo las compras, uno que otro niño paseándose por ahí. Y claro, centenares de turistas. Ella trataba de lidiar con un helado, apesar del clima fría había aceptado gustosa el dulce regalo del escritor.

-Muchas gracias,- dijo de pronto la mesera.

-¿Pr qué?

-Pues, por el helado y por llevarme a pasear. Me divertí.

-De nada.- Ella le dedicó una cálida y y a la vez traviesa sonrisa. –Pero, Ayame, hay algo que me gustaría preguntar...- No pudo finalizar la frase debido a un repentino estornudo. Ella se comenzó a reír en grande, él luego decidió imitarla. Le gustab su risa...

-Y bien, ¿que es lo que me quieres preguntar?– quiso saber la chica mientras tomaba asiento en una banca públiaca junto al peliazul, sin tratar de disimular su sonrisa juguetona. Al escritor le agradó aquella actitud y no dudó en mirarla a los ojos. No pensaba dudar con sus preguntas, las iba a hacer y si ella no se las respondía no era de gran importancia.

-Quiero preguntarte si conoces a quien usó esta máscara ayer...- De su mochila sacó la dichosa máscara de su amante misterioso. Con cuidado la depositó sobre la falda de su nueva amiga. El sol caía sobre la superficie azabache, esta relucía brillante con la luz. La mesera solo observó la máscara en silecio, su sonrisa había disminuído.

-¿Cuál es tu apellido?- fue lo único de lo que consistía su "respuesta". Aquello extrañó al tensai.

-Oshitari.

-¿De dónde la tienes?

-No has respondido mi pregunta,- le cortó el escritor. -¿Lo conoces?

Hubo silencio, por demasiado tiempo. La chica intercambiaba nerviosamente su mirada de la máscara a su interlocutor. Este solo la miraba a ella. Serio.

-No te conosco lo suficiente como para darte así información sobre cualquier cosa,- trató de excusarse la interrogada. Sus ojos ahora se mostraban recelosos. La sonrisa del tensai se ensanchó.

-Estoy seguro de que no se trata de cualquier cosa.

Silencio otra vez. Ahora se podía notar un tic nervioso en los dedos de la pelicereza.

-¿Quién eres?

-Ya te lo dije, Oshitari Yuushi.

-¿Por qué quieres saber quién es el dueño de esa máscara?

-No lo sé, tal vez para devolvérsela, o tal vez para terminar algo que tengo pendiente con él...

-¿Él?

-Sí, él.

Ella no respondió, sus manos torturaban la servilleta que le había venido con el helado. El escritor no estaba muy seguro de qué sucedía con exactitud en la cabeza de la ojiazul, pero imaginó que debía de ser muy unida al chico de las cerezas. Ahora ya nadie le iba a decir que no estaban conectado, porque lo estaban.

-¿Quién es él?

-...

-Sigues aquí, ¿cierto?- se burló el peliazul. Pero luego recobró la seriedad. –Dime quién es.

La chica solo le dedicó una mirada asesina.

-Mi hermano.

El tensai sintió como si cayese dentro de un gran oyo negro. Negro como la capa de su amante ya no tan misterioso. ¿Era posible que...

-¿Puedo pedirte un favor?

-¿Qué quieres?- contestó con tono amargo su compañera. Solo obtuvo una mirada fría desde los ojos del tensai.

-¿Podrías pedirle que vaya a al mismo lugar a la misma hora, hoy en la noche?

La chica solo susurró un apenas audible Ok, para luego levantarse y darle la espalda al peliazul.

-Entonces, nos vemos... Supongo.

-Gracias.

Y luego ella volvió a alejarse, desapareció a la vuelta de una de las esquinas. El tensai ni lo notó. ¿Era posible que se haya enamorado de dos hermanos a la vez?

A su costado, sobre la banca, estaba aún la máscara. La delicada lágrima plateada resplandecía con el sol.


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