Amor Enfermizo.
(Sick Love)
Lo empujé dentro de la habitación, asegurándome bien antes que el pañuelo vendando sus ojos no lo dejase ver nada, así como el que ataba sus manos en su espalda no se soltase.
Lo veía perdido, asustado. Cada paso que daba, lo daba temblando. Sabía que tenía miedo, pero era fundamental que no me viese ni reconociese. Para traerlo hasta aquí tuve que desmayarlo. No había sido fácil, pero lo logré.
— ¿Don-dónde estamos? —preguntó con la voz quebrada.
No podía siquiera responderle eso. Si lo hacía, me reconocería por mi voz. Y eso no podía dejar que ocurriese. Era fundamental para mí.
Lo tiré con fuerza sobre la cama. Fue entonces cuando entendió en un cien por ciento cuál era su situación.
—N-no… —susurró, sin dejar de temblar.
Sé que se moría por destapar sus ojos. Y bien sabíamos los dos que yo no iba a cumplir ese deseo.
Desabroché con lentitud cada botón de su camisa. Su pecho quedó completamente al descubierto. Continué desnudándolo, descubriendo sus hombros. Con la yema de los dedos delineé su contorno. Era tan exquisito… no pude contenerme a besarlos. Su piel era tan suave…
—Ese perfume —dijo, con los labios entreabiertos— ese perfume —repitió. Me detuve, expectante a lo que diría— ese perfume lo usa Shige… ¡Sos Shige, tenés que serlo! —exclamó.
Me separé de él. No había pensado que el perfume podría delatarme. Una lágrima descendió por su mejilla. Su voz sonaba desesperada.
—Shige… si sos vos, decime… ¡yo te amo, Shige! —exclamó, llorando. Fruncí mis labios, sus palabras me hacían dudar si seguir o no. Decía que me amaba, pero… ¿y si mentía sólo para zafar? No, no podía correr ningún riesgo.
Desabroché sus pantalones, confundido, porque ya no se resistía como antes. Quizás se había resignado a los hechos. Quizás porque ya tenía una mínima sospecha, aunque acertada, de quién era el que le hacía todo esto. Pero ni él ni yo mismo me habían dejado otra opción.
—Shige… te amo… no sigas, no hace falta…
De un tirón terminé de quitarle el jean. Con mis dedos rocé el borde de sus boxers negros. Yo… yo también lo amaba. Me recosté sobre él besando su vientre y su abdomen. Me detuve a besar cada tramo de su piel mientras que con mis manos bajaba lentamente su ropa interior, acariciando su virilidad. Jadeó, estirando todo su cuello y llevando su cabeza hacia atrás. Para su pesar, toda acción mía comenzaba a excitarlo, igual que a mí. Aprecié el placer que comenzaba a pintarse en su rostro cuando mis caricias se hicieron más intensas y marcadas. Relamí mis labios, impacientándome. Me deshice de sus boxers que comenzaban a molestarme. Detuve todo lo que estaba haciendo para apreciar lo perfecto que se veía su cuerpo desnudo recostado a lo largo de mi cama, maniatado y con sus ojos vendados. Jadeé ante su magnificencia. Era la primera vez que veía algo así, tan… tan majestuoso. Me sentía un verdadero profanador. Vi su boca tan apetitosa e imposible fue detener mi impulso de besarlo. Nuestros labios chocaron en un beso feroz, inolvidable para mí. Tenía yo razón al imaginar que su sabor era dulce. Lástima que ahora ese sabor se veía arruinado por sus lágrimas.
Separé sus piernas, acomodándome entre ellas. De tan solo pensar que yo iba a ser el primero en gozar de su calor, me excitaba.
Mordí mi labio inferior mientras me desnudaba con rapidez. Mi miembro comenzaba a endurecerse.
—Shige —lloró temblando— ese es tu perfume, sos vos… Shige, dejame verte. Prometo que no te voy a decir ni preguntar nada… por favor… te amo… —se apresuró a decir. Tapé su boca con mi mano. No quería seguir escuchando.
Con la mano que me quedaba libre retomé mis caricias por todo su cuerpo. Me acomodé aún mejor entre sus piernas, y pegué nuestros vientres para frotarlos. Jadeó ahogadamente. Mi corazón latía demasiado rápido, producto de mi adrenalina y excitación. Bajé mis dos manos a sus caderas, aferrándolas allí con fuerza.
Ahora… me iba a dar el lujo de sentirlo como nunca antes. Lo haría mío, porque era mío. Marcaría mi territorio en su cuerpo. Llevé mi hombría hacia su entrada, para comenzar a penetrarlo lentamente. Sus quejidos no tardaron en llenar todo el cuarto, quejidos que se mezclaron con varios gemidos que no pude contener. Esa presión sobre mi virilidad era tan exquisita, me volvía loco.
—Si… si sos Shige… —jadeó, llorando— quiero que sepas que… te amo y… te perdono.
¿Me perdonaba? ¿Qué era lo que me perdonaba? Si yo no le había pedido perdón. ¿Me perdonaba acaso por el hecho de que lo estaba violando? Fruncí mis labios.
“Amar es perdonar”, o eso es lo que dicen.
Yo no creo en esas cosas.