Incontrolable
Dicen que el amor es incontrolable. Yo nunca había apoyado aquella afirmación, siempre tuve la convicción de que el humano estaba muy capacitado de dominar sus pensamientos, y por ello también sus sentimientos. Siempre estuve seguro de que los sentimientos hacia una persona eran igual de controlables como las ganas que siente uno ante su comida favorita. Algo fácil de tener bajo control. En mi opinión, aquellos que no podían ni separarse de su pareja, porque de lo contrario ya hacían un drama de telenovela, o los que tenían que repetir una y otra vez cuanto amaban a su pareja, etc…, eran personas débiles, inferiores. Siempre pensé que aquellos, aun viéndose tan felices, padecían de alguna de esas raras enfermedades en las el cerbro no respondia o nisiquiera funcionaba correcdtamente . Pero la verdad, ahora los envidio. Yo nunca me había enamorado, hasta ahora.
Alzo la mirada, se me escapa un suspiro. Lo único en lo que puedo pensar, son unos ojos azules ocultos tras unos anteojos.
-¿Mukahi-sempai? – mi compañero me mira entre extrañado y preocupado. No puedo evitarlo, ese sentimiento…
- Ootori, no sabes lo mucho que te envidio. A ti si te han correspondido.
Dualidad
Te quedas parado, tu mochila cae al suelo. Tu atención está en quien está acurrucado delante tuyo sobre el sofá. Duerme. Su expresión expresa calma, sus labios estàn ligeramente separados. Sientes la necesidad de protegerlo. Su pecho sube y baja lentamente. todavìa lleva el uniforme del colegio. Los primeros botones de su camisa están desabrochados, su corbata está desanudada colgando de su cuello. Te muerdes el labio inferior. no te explicas como alguien puede parecer un angelito que da la impresión de estar indefenso, pero a la vez verse tan endemoniadamente tentador.
Dolor
Había veces en las que el tensai verdaderamente se pasaba. Y no es que él fuera a pagarlas. No, quien salía pagando pato al final era el acróbata pelirojo. En casos así, el más pequeño podía patalear, quejarse, hacer un escándalo o lo que quisiese, pero eso nunca cambiaba su situación. Es más, la empeoraba, pues el peliazul no podía más ante ello, que burlarse sutilmente, cómo él atinaba a decir, de los pucheros que tanto amaba. Realmente le agradaba el ver como la cereza se molestaba por días seguidos, pero al fin y al acabo nunca desprendiéndose de ese dolor en su parte trasera.
Nieve
Eres como la nieve, hermoso y peligroso. Puedes causar la más inocente de mis alegrías, pero de un momento a otro me quiebras como si no fuera nada para ti. Eres frío. Puedes ser una apacible llovizna que cae pacífica, y sorpresivamente convertirte en una tormenta helada. Me zarandeas de un lado a otro, me sorprendes cuando menos lo espero, me ignoras cuando más te busco. Te adoro, me fascinas, te necesito. Te tengo miedo. No te puedo predecir, pero tampoco puedo rehuirte. Sin embargo, al final, ada de eso me importa, porque al final solo soi un niño tonto, o mejor dicho, tu cereza tonta.
Sonrisa
Se balanceó aburrido sobre la barra matálica, observando molesto como a lo lejos su novio conversaba con unas chicas. Las detestaba, no solo por sus faldas cortas y las toneladas de maquillaje, sino también por obligar a SU tensai a sonreír de manera tan falsa. Odiaba cuando Yuushi sonreía así, mintiendo. Aunque le aliviaba un poco saber que no le sonreía así a él, aún así, las odiaba. Ya les daría su merecido cuando el tensai no estuviese. Cuando por fin se despidieron y el peliazul se le acercó, el acróbata saltó de la barra, cayendo a escasos centímetros del genio. Este iba a decir algo, mas no llegó a eso, los labios de Gakuto ya se habían adelantado. Cuando el mayor se apartó, Yuushi no pudo más que sonreírle con ternura, haciendo que el pelicereza se sintiera satuzfecho. Lo había logrado una vez más. Una vez más había logrado sacarle una de esas sonrisas tan cálidas como solo lo eran las del tensai y que solo eran para él.
Discección
Su mirada estaba clavada en el reptil muerto que se encontraba delante suyo. El frío metal del bisturí que llevaba en la mano le recordaba su situación, que, por más lamentable que fuera, también era inevitable. El profesor de Ciencias Naturales se paseaba entre las mesas, quedándose parado de vez en cuando para observar a sus alumnos y sus trabajos. Unas mesas más adelante del peliazul, se encontraba un contento acróbata que, junto con su compañero de práctica, le abría la barriga a su sapito. El tensai soltó un ligero suspiro. Se arrepentía de haberse emparejado para eso con Atobe.