Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

La mirada del alma por KING-OF-THE-DARK

[Reviews - 5]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Leyendo otro fic se me ocurrió este, son los POV de ambos hermanos.

Notas del capitulo:

Bueno, que lo disfruteis.

El final puede ser un poco complicado, pero más o menos viene a decir que si se hubiesen prestado más atención el uno al otro se hubiesen dado cuenta antes de lo que sentian.

<!-- /* Font Definitions */ @font-face {font-family:"Cambria Math"; panose-1:2 4 5 3 5 4 6 3 2 4; mso-font-charset:1; mso-generic-font-family:roman; mso-font-format:other; mso-font-pitch:variable; mso-font-signature:0 0 0 0 0 0;} @font-face {font-family:Calibri; panose-1:2 15 5 2 2 2 4 3 2 4; mso-font-charset:0; mso-generic-font-family:swiss; mso-font-pitch:variable; mso-font-signature:-520092929 1073786111 9 0 415 0;} /* Style Definitions */ p.MsoNormal, li.MsoNormal, div.MsoNormal {mso-style-unhide:no; mso-style-qformat:yes; mso-style-parent:""; margin-top:0cm; margin-right:0cm; margin-bottom:10.0pt; margin-left:0cm; line-height:115%; mso-pagination:widow-orphan; font-size:11.0pt; font-family:"Calibri","sans-serif"; mso-ascii-font-family:Calibri; mso-ascii-theme-font:minor-latin; mso-fareast-font-family:Calibri; mso-fareast-theme-font:minor-latin; mso-hansi-font-family:Calibri; mso-hansi-theme-font:minor-latin; mso-bidi-font-family:"Times New Roman"; mso-bidi-theme-font:minor-bidi; mso-fareast-language:EN-US;} .MsoChpDefault {mso-style-type:export-only; mso-default-props:yes; mso-ascii-font-family:Calibri; mso-ascii-theme-font:minor-latin; mso-fareast-font-family:Calibri; mso-fareast-theme-font:minor-latin; mso-hansi-font-family:Calibri; mso-hansi-theme-font:minor-latin; mso-bidi-font-family:"Times New Roman"; mso-bidi-theme-font:minor-bidi; mso-fareast-language:EN-US;} .MsoPapDefault {mso-style-type:export-only; margin-bottom:10.0pt; line-height:115%;} @page WordSection1 {size:595.3pt 841.9pt; margin:70.85pt 3.0cm 70.85pt 3.0cm; mso-header-margin:35.4pt; mso-footer-margin:35.4pt; mso-paper-source:0;} div.WordSection1 {page:WordSection1;} -->

-POV SAGA-

“Quieras o no tus verdes esmeraldas terminaran perdiéndose entre sus verdes olivas”

Aún recuerdo esas palabras dichas en mitad de la noche, cuando nuevamente te dispusiste a darme la espalda y a separar todavía más nuestros lazos afectivos.

Pero yo sabía lo que te carcomía por dentro, cual era tu razón para querer alejarte de todo y dejarme nuevamente sin la presencia de mi gemelo a mi lado.

Y contrariamente a lo que hubiese sido lógico, yo comprendía mejor que nadie que tú corazón tenía un dueño, y quien era el hombre que se lo había ganado.

Dispuesto a cualquier cosa por no perder a mi hermano, dije las únicas palabras que creí que necesitabas escuchar en ese momento.

“No te recriminaré cuando sus dorados miren tus verde esmeralda con el mismo amor que tú le profesas”.

Y funcionó, te quedaste a mi lado en el templo de Géminis, en el Santuario de Atenea, victimas los dos de un corazón enamorado.

Pero claro, no podía ser todo tan perfecto, no era suficiente que los dos gemelos estuviesen juntos de nuevo y compartiesen un mismo destino.

El problema eran esos dos pares de ojos que tenían prisioneros a nuestros pobres corazones, y en el límite de nuestra propia cordura, de lo que era o no adecuado, tú fuiste a entregarle tú corazón y tú alma al último hombre que fuese tú enemigo y yo me enamoré perdidamente del hombre al que le arrebaté trece años de su existencia.

“¿En qué momento capturaron sus ojos dorados a mi hermano?”, te pregunté un día

“En el mismo momento en que los míos le vieron por vez primera”, me contestaste.

Y así vivíamos ambos, tú sumergido en el intenso amor que le profesabas a Radamanthis de Wyvern y sus ojos dorados, y yo, yo cometiendo la mayor de las locuras al pretender que Aioros de Sagitario y sus ojos verde oliva, fuese únicamente mío.

Ironías del destino ambos amando a los hombres a los que habíamos asesinado, aunque tú salías en mi eterna defensa justificando que fue Shura quién le clavó su espada.

Y fue al caballero de Capricornio al que desee mandar a dimensiones lejanas con mis propias manos, impotente y rabioso al comprobar que él había ganado el corazón del arquero y yo no podía hacer nada.

¿Cuántas noches pasaste despierto aguantando mi rabia y mis lágrimas?, ¿en cuantas ocasiones me oíste maldecir al caballero del decimo templo y desearle la muerte?.

Y lo que más me dolía es que me abrazabas por miedo en lugar de por compasión, eras tú quien se refugiaba en mis brazos temeroso de correr con la misma suerte que a mí me había tocado sufrir.

Y, desdichados de nosotros, como los hermanos gemelos que somos, compartimos el mismo destino, ya que pronto llegó la noticia de que el primer juez del averno había unido su vida a su dios y señor.

¿Cómo consolar las lágrimas de uno cuando el otro compartía la misma pena?, ¿qué hacer para consolarnos mutuamente cuando los dos sufríamos el mismo mal de amores?.

Y así pasaron los meses.

Hasta aquella noche que cambió nuestras vidas.

Estábamos ambos en el mismo lugar, amparados solamente por la tibia luz de la pequeña lamparita que adornaba la mesita de noche.

Tú entre mis brazos, con el rostro escondido en mi pecho mientras tus ojos desataban todo el dolor que sentías en esos momentos, y yo, ofreciéndote el parco consuelo de mis manos en tu espalda mientras mordía con fuerza mis labios intentando no imaginar al arquero en brazos de capricornio.

Ni siquiera fuimos conscientes de en qué momento a ti se te acabaron las lágrimas y yo dejé de rabiar por dentro.

Pero en un instante tus gemelas esmeraldas estaban puestas en las mías idénticas, bailoteando ambas nerviosas al tiempo que un cosquilleo invadía todo nuestro cuerpo.

Y sentí una fuerza intensa empujarme a tú lado, la sensación de querer más cerca y más pegado tu cuerpo, de compartir calor mientras el dolor se esfumaba rápidamente del uno y del otro.

“¿Crees que es malo, que esté deseando en este momento, que tus labios se adueñen de los míos?”, me preguntaste.

“¿Me juzgarías tú a mí si te confieso que daría cualquier cosa por pertenecerte y que fueses mío?”, te contesté.

No hubo más palabras, sobraron en ese momento, presos nuestros cuerpos de la pasión desatada mientras comenzábamos a besarnos como animales salvajes, ahogando nuestros gemidos en la boca del otro mientras nuestros cuerpos se peleaban por estar más pegados de lo que ya estábamos.

Gemelas nuestras salivas en las bocas que explorábamos con la lengua, manos firmes y duras que por primera vez no derramaban sangre mientras nos arrancábamos la ropa a tirones y nuestras pieles hacían contacto.

Antes de que fuésemos conscientes de que tú ya no recordabas los ojos dorados de Wyvern ni yo los verde oliva de Aioros, ya estábamos desnudos, contigo bajo mi cuerpo mientras rodeabas con tus piernas mi cintura.

Antes incluso de que recordásemos que en algún momento les habíamos amado a ambos, mi lengua y mis labios habían recorrido cada milímetro de tú piel, un poco más morena que la mía debido a los años que pasaste en el reino marino.

Oír tus jadeos entrecortados mientras me apoderaba de tus pezones con la lengua fue casi tan mágico como el momento horas después en el que tú hiciste lo mismo con los míos.

Escuchar mi nombre en tus labios mientras saboreaba tu miembro erguido con mi boca, provocó la misma locura que cuando horas después tu escuchaste el tuyo en mis labios cuando hiciste lo mismo conmigo.

Porque no nos detuvimos cuando yo penetré la virginidad de tu cuerpo, no nos detuvimos cuando presos de una pasión incontenible comencé a embestirte con fuerza mientras tú rodeabas mi cadera con tus piernas buscando más contacto.

No, demostraste tú fuerza de voluntad al aguantar tú propio orgasmo cuando yo llegaba al mío en tu interior, y a pesar de la respiración entrecortada y latir arrítmico de tú corazón, tuviste la suficiente fuerza para darme la vuelta y quedar encima de mí.

Mi nombre sustituyó al de Radamanthis mientras me acariciabas.

Tus ojos me hicieron olvidar a Aioros mientras tus labios recorrían mi cuerpo.

Y la palabra incesto no tuvo significado alguno para nosotros cuando penetraste mi cuerpo y te convertiste en el dueño de mi corazón y alma.

Desde hacía unos minutos yo era el dueño de los tuyos.

-POV KANON-

Y no lo entendieron, tan perfectos y orgullosos como eran, tan enraizados en viejas costumbres, ellos no quisieron entender que tú y yo nos amasemos.

Que el tiempo curase y borrase el recuerdo de los hombres que un día nos robaron el sueño.

Sustituyéndolos a ambos por el amor que nos profesábamos.

Nos dieron la espalda, nos llamaron pervertidos, nos negaron la palabra.

Pero el simple hecho de despertar juntos en la misma cama suplía todas y cada una de las penalidades impuestas por los hombres a los que un día llamaste compañeros.

Su decencia, su sentido del honor, hizo que llamasen a nuestra diosa, a la que prácticamente le suplicaron que no permitiese que ellos cargasen con la lacra de lo que ocurría tras los muros del tercer templo.

Necios, estúpidos y arrogantes, ¿qué acaso ellos no disfrutaban también de un cuerpo masculino en la intimidad de sus habitaciones?.

¿Era peor el “pecado” de Shura y Aioros, o el de Aioria metiéndose entre las piernas al hombre más cercano a dios?

Pero por una vez en la vida la diosa se olvidó de la sangre que derramamos por ella, de las ocasiones en las que combatimos a su lado, de que tú eres, serás y siempre has sido el más fuerte de los caballeros de oro.

Y nos expulsaron, ondeando la bandera de la decencia y el decoro, “caísteis en la más oscura depravación” nos dijeron en su defensa.

Pero tú no te arrepentiste en momento alguno, enlazaste tu mano con la mía con fuerza, saliendo de aquel lugar sin mirar hacia atrás ni una sola ocasión.

Y era tanto lo que dejabas tras esas puertas.

“Que el único sitio donde nos acogerán con los brazos abiertos sea nuestro nuevo hogar”, te dije con una sonrisa confiada.

Y lo hice, sin apartar ni un segundo mi mirada de ti te lleve con pasos tranquilos al agua que bañaba las costas cercanas al santuario, no soltaste ni una sola vez mi mano y tampoco perdiste en momento alguno la sonrisa.

Alce el cosmos, pero no el del hermano gemelo, ni el del segundo santo de géminis, no, alce ese que durante trece años me  convirtió en el líder de seis hombres excelentes a los que yo llamaba hermanos, el cosmos del Dragón Marino.

Y las aguas se abrieron para recibirnos a ambos, abrazándonos cálidamente y envolviéndonos en su manto protector, el océano, nos dio la bienvenida a casa, a nuestro nuevo hogar.

Y nadie te miro mal, al contrario, te recibieron con la misma alegría que a mí, ofreciéndote el mismo cariño que a mí, y Poseidón, te acogió con los brazos tan abiertos como lo hizo conmigo.

“¿Así que este es tu famoso hermano gemelo?, que escondidito que lo tenías Kanon”, me dijo Isaac con una sonrisa traviesa, el más joven de los generales también era el más bromista.

“no me gusta compartir a mi pareja con nadie” le dije aclarando varias cosas en esa frase.

Nadie nos juzgó, nadie nos expulsó ni nos acusó de nada.

Nos dejaron vivir tranquilos, amándonos como nos amábamos, en un vínculo que ahora sabíamos, que jamás volvería a romperse.

Curiosamente, al final tú te transformaste en el segundo guardián del pilar del Atlántico norte.

Y cambiamos la palabra hermanos gemelos por las de esposo y marido, ya que el dios del mar accedió a celebrar nuestro matrimonio y bendecirlo.

No volvimos a saber nada de los caballeros de oro, ni del santuario ni de Atenea.

Y no necesitábamos hacerlo.

Porque tú eras MI Saga, mi devoto y fiel marido, mi amante hermano y mi compañero de vida.

Y yo era TU Kanon, el hermano que se convirtió en tu esposo y que te amaría por el resto de su existencia.

“¿Aún piensas en Aioros, Saga?”, te pregunté un día por simple curiosidad.

“jamás he vuelto a hacerlo desde aquella noche que descubrí que te amaba, ¿quieres saber por qué?”, me volviste a preguntar.

“claro”, contesté.

“Porque al final, mis verdes esmeraldas terminaron encontrándose con las tuyas, y tuve la suerte de que tus ojos, encontrasen en los  míos los que otros ojos no supieron darte”

Volviste a ser dueño de mi cuerpo, volviste a llenarme con ese amor que me profesabas, y yo escuché nuevamente mi nombre en tus labios.

No sé qué pensarías tú mientras me amaba, pero a mí solo me asaltó un pensamiento.

“¿Por qué tardamos tanto tiempo en volver a mirarnos a los ojos?”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).