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Gunter y Gwendal salieron del cuarto, aun tenían muchas cosas que hacer según dijeron. Conrad tomo un florero que tenia las flores marchitas y se retiró, dejándome a solas con Wolf.
Sin prestarme atención Wolfram leyó la nota, vi como el rubor subió por sus mejillas y luego sonrió ampliamente.
Sentía tremendas ganas de arrebatarle la tarjeta, leerla, romperla y buscar al idiota que la había mandado, pero me contuve. Preferí preguntar haciéndome el indiferente.
-¿Qué pone?
No me contestó, solo me la tendió, esta decía:
Esos ojos esmeraldas,
de los cuales eres dueño,
me dejan sin aliento;
Día y noche sueño contigo.
y con el día en que,
por fin seas mío
Tu admirador secreto
La leí, una, dos, tres veces y solo conseguí que mi furia aumentara. ¿El día que seas mío?
Quien se creía el idiota ese, para escribirle algo así a MI prometido?? Un momento...él...ya no es mi prometido. Maldito sea el día en que firme la disolución del compromiso!!!!!
Wolfram no me miró en ese momento, cosa que agradecí, pues no quise que se diera cuenta del estado en el que me encontraba.
La puerta se abrió y Gunter asomó la cabeza y me dijo:
- Majestad, las candidatas para convertirse en su prometida llegaron.
Asentí, le devolví la tarjeta a Wolf y lo miré detenidamente, para ver su expresión de disgusto al escuchar lo que me dijo Gunter, pero no hizo nada, al contrario, me sonrió y se dispuso a acomodar sus flores.
Me di la vuelta y salí del cuarto, sintiéndome el rey de los idiotas.
Él de verdad ya no me ama
Solté en un ligero susurro y me dirigí al lugar donde me esperaban las princesas.
Entré a la sala, donde varias jóvenes, muy lindas por cierto, ya me esperaban. Gunter me hizo entrar a otro cuartito, ya que entrevistaría a una por una.
Hizo entrar a la primera, una joven de cabello castaño y ojos azules, le pregunté sobre sus gustos y pasatiempos.
Comenzó a hablar, al principio la escuché atento, pero la idea de que Wolfram de verdad ya no me ama, me azotó por completo, alejándome de la realidad.
No me di cuenta del correr del tiempo y la voz de Gunter me sacó de mis pensamientos.
-Majestad, ¿se encuentra bien?
-Eh? aaaaa...sí, claro- fue lo único que alcance a decir.
Cuando me di cuenta, la joven ya no estaba.
- ¿A dónde fue la señorita Luddendorf?- le pregunté a mi consejero
-¿La joven Luddendorf? Ella se retiró hace cinco horas, Majestad- respondió, sorprendido por mi pregunta.
-¿Hace...cinco horas?!!!!!!!!!- dije casi gritando, pero cayendo de mi asiento.
-Creo que es mejor que lo dejemos hasta aquí, por el día de hoy Majestad- me aconsejó Gunter, pude ver su preocupación
-Gracias Gunter- le sonreí y salí de la sala.
No me había percatado de que ya había anochecido, y como hacerlo si Wolfram ocupaba todos mis pensamientos. Cansado de pensar y de estar postrado en esa silla por horas, me dirigí a mi cuarto.
Hace ya una semana que no duermo en compañía de Wolfram, resignado a esta situación, abrí la puerta de mi cuarto, cuando entré lo vi delante de mí, con ese camisón rosa, que lo hace ver tan adorable.
Inesperadamente mi corazón se aceleró, al verlo otra vez ahí y sonreí automáticamente.
¿Sería que Wolfram se había arrepentido de dejarme?
Pero su voz me hizo volver, del trance en el que estuve a punto de perderme.
-Oh Yuuri, disculpa que haya entrado así, es que creo que olvidé algo aquí y solo vine a recogerlo- y siguió buscando apresuradamente.
Mis esperanzas se vinieron abajo.
-¿Qué fue lo que dejaste?- le pregunté con un dejo de fastidio en la voz.
- Un broche de oro, son alas doradas, con una pequeña piedra verde al centro- respondió
- ¿Aquel que me regalaste el día de mi coronación?
- Sí, ese mismo, ¿me lo puedes devolver?- me preguntó, extendiendo una de sus finas manos hacia mí.
- No-
Me negué rotundamente, él ya me lo había regalado, no podía devolvérselo.
- ¿Por qué no?- me dijo, ya un poco molesto.
- TÚ NUNCA LO VALORASTE, ASÍ QUE DEVUÉLVEMELO!!!!- me gritó completamente furioso.
- Eso no...yo...- él tenía razón, nunca lo había valorado, nunca valoré nada que Wolfram me haya dado. Derrotado me dirigí a mi buró, abrí el cajón inferior; y ahí estaba, el broche, lo tomé con mano temblorosa, no se lo quería devolver, era lo único que me quedaba de él.
Sin pensarlo más, y para no hacerlo más difícil, lo deposité en aquella nívea mano, que en algún momento quiso tomar la mía, pero la cual rechacé un sin fin de veces,
¡¡¡¡¡SOY UN ESTÚPIDO!!!!!
Pensé.
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