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El pastel de la amargura por Orsacchitto

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Notas del fanfic:

El titulo no es interesante, ¿verdad? Lo lamento, así que espero que el contenido sea mejor que la portada.

Notas del capitulo:

Espero sea de su agrado. Gracias por tomarse la molestia de leerlo.

Odiaba el pastel. Lo aborrecía completamente y sólo podía pensar que era un alimento incomestible. Lo detestaba al grado que la palabra “pastel” encabezaba una larga lista de razones por las cuáles disentía de ir a las reuniones (principalmente si éstas tenían algún fin celebrativo). Sin embargo, esa inexorable ironía de la vida, que agrede y ofende sin perdonar a nadie, lo había colocado con gran sutileza dentro de la mejor pastelería de la ciudad. “Compra y vete”. Era el lema que dentro de su mente rezaba con devoción, de otra manera no podría soportar el olor dulzón, los colores violentos  y, aún más, la enorme cantidad de gente que entraba y salía con una sonrisa de satisfacción que a él le provocaba nauseas. “Compra y vete”. Se decía una y otra y otra vez, pero, ¿por qué seguía repitiéndolo?

 

 

 

-¿Necesita ayuda? –una voz suave como la crema batida lo hizo voltear agresivamente a su derecha y ahí lo vio.

 

 

 

Un joven de no más de dieciocho años lo miraba con curiosidad y una notable e indescriptible burla. No supo que contestarle, le perturbaba que en un momento de debilidad como aquel (las cosas dulces suelen hacer vulnerable a las personas) un desconocido vestido con elegancia quisiera ofrecerle ayuda. ¿Tan mal se veía? No le importaba, su apariencia ahora se encontraba en el segundo lugar de sus prioridades, ya que, si bien era cierto que siempre había procurado mantener una imagen que le granjera el respeto de los demás (filosofía que le permitía mantenerse íntimamente alejado del resto de la humanidad), también era cierto que su instinto de supervivencia se había terminado en el momento en que aquellas extrañas amatistas lo habían hechizado. Pero no eran sólo sus ojos. La piel ligeramente tostada, el cabello de un color imposible y esa media sonrisa que, a diferencia de la mirada, reflejaba cierta timidez, dotaban al extraño joven de un encanto misterioso que lo había enmudecido. “Compra y vete”

 

 

 

-No –se obligo a decir.

 

 

 

El joven, ante la negativa, sólo sonrío ampliamente e inclinó ligeramente la cabeza antes de desaparecer de la vista estupefacta del enemigo número uno de los pasteles. “Maldición”. Buscó con la mirada por toda la tienda y lo único que podía encontrar eran más y más sonrisas nauseabundas. Todo era culpa de los pasteles, si no gustasen tanto a la gente, el maldito establecimiento estaría vacío y él podría rencontrarse con aquel ser tan peculiar y… “bonito”. Sus ojos se detuvieron en un punto muerto, una voz al final de su cabeza había terminado la frase. “¿Bonito? ¿Qué significa eso?” Se preguntó angustiado. “¡Compra y vete!” Estaba enloqueciendo, era la única cosa que explicaba el extraño fenómeno que había acontecido y todo era culpa del estúpido establecimiento y sus estúpidos productos. Por suerte, su experiencia le había entrenado para controlar todo tipo de exacerbación pasional y regresar al correcto camino de la razón.

 

 

 

-Los pasteles con su sola presencia me idiotizan –masculló malhumorado como conclusión.

 

 

 

Al ver los efectos desastrosos que estaba provocando la experiencia, decidió apurar el término de la misma. Se acercó con cautela de cazador al mostrador y se abrió paso entre la frenética masa de amantes a lo dulce, a la cual debía, además, la poca apreciación que tenía del veneno en venta. Masculló maldiciones, más por la horrible visión que por los empujones que venían de los lugares menos esperados y, después de una terrible lucha contra su aversión a la glucosa en forma de pan y glaseados, logró poner una mano en el mostrador, sin embargo, éste no fue lo único obtenido. La lucha interna había sido más fuerte de lo esperado y el contacto de la palma con el vidrio frío, liso y lleno de huellas de desconocidos resultó ser de la misma manera, pues, en realidad, no fue un contacto, si no un verdadero golpe que llamó la atención de todos los presentes hacia el ejecutor de tan grande perturbación. “¡Vete!”. Fue lo único que atinó a pensar después del inminente fracaso.

 

 

 

-¡Qué alivio, te he encontrado!

 

 

 

Sus pensamientos de fuga fueron interrumpidos por esa voz acaramelada. Volteó consternado primero por la insospechada intromisión y angustiado después por el completo desconocimiento de lo que sucedería después. “¿Encontrado?” Su cabeza comenzó a dar vueltas cuando divisó el frágil y grácil cuerpo moverse con agilidad entre la multitud estupefacta para acercarse cada vez más a él, hasta que lo tuvo nuevamente delante suyo. “Es realmente bonito”. Fue lo que su mente logró razonar con coherencia.

 

 

 

-Fue una gran idea llamarme de esta manera. Eres tan inteligente, jamás lo habría pensado –comenzó a alabarlo aquel caramelo, mientras lo tomaba del brazo. –Realmente pensé que me había perdido. –La gente, una vez restablecido el orden del universo, regresó a su mundo de las compras haciendo el habitual murmullo. El joven respiró hondo, relajado, y le sonrío…

 

 

 

“…como nadie nunca lo había hecho”. Sus pensamientos se atropellaban entre ellos y sólo lograba concretar frases… ¿empalagosas? Definitivamente el pastel lo había idiotizado por completo. Su cerebro se había fundido por completo en caramelo derretido y sus ideas eran ahora merengue.

 

 

 

El muchacho lo miró con curiosidad y, sin quitar la sonrisa de su rostro, soltó su brazo y se dirigió con aplomo a una de las ocupadas empleadas. Comenzó a decir cosas que él definitivamente no comprendía y miró sin mirar realmente cómo la joven empacaba con maestría uno de los monstruos de azúcar que, sorprendentemente, se veía bien. Inesperadamente las dos amatistas volvieron a fijarse en sus ojos y le sonrío más ampliamente, estirando una hermosa caja perfectamente adornada con un precioso listón.

 

 

 

-Generalmente no hay tanta gente, pero, visto que estamos en vísperas navideñas, es normal que la pastelería se encuentre así. He pedido un pastel que estoy casi seguro que Tatsuha-san hubiera elegido, espero que lo moleste –extendió aún más la caja que fue recibida por unas manos que parecían pertenecientes a un autómata.

 

 

 

-¿Cómo…? –no pudo concretar la frase que el joven comprendió sin problemas.

 

 

 

-Es debido a su parecido. –Explico–. Lo había escuchado muchas veces, sin embargo, nunca lo había creído. Eiri-san, realmente se le parece. –Sonrío divertido y miró el reloj que tenía en la muñeca negra, un reloj de color ridículo que, ridículamente, le parecía conocido. –Mire la hora, debo irme. Hasta al rato-. Agitó la mano con parsimonia y, de la misma manera en qué había llegado, se fue. Sin problemas, sin complicaciones, sin más, desapareció de su vista.

 

 

 

Miró consternado la caja y, con gran dificultad, se desplazó fuera de la tienda, a la cual, para su gran impresión, seguían llegando personas. Y, ya fuera de ésta, volvió a mirar la caja, ahora más relajado, pero no por eso menos confundido.

 

 

 

-¿Qué demonios? –se preguntó.

 

 

 

Su mirada estaba en la caja y, a pesar de la visión física, veía la imagen del joven muchacho. Una imagen que creía alterada. En alguna ocasión había escuchado que las imágenes que se “veían” eran en realidad imágenes alteradas por las ondas visuales y otras cosas referentes a perspectiva, estructuras mentales y otras cosas que él jamás se había molestado en entender. Sin embargo, sabía que se encontraba ante un caso completamente diferente. En primer lugar, se encontraba ante un recuerdo, reciente sí, pero recuerdo al fin de cuentas. En segundo lugar, no estaba seguro hasta qué punto el ambiente dulzón había trastornado su mente y como esto pudo haber afectado su perspectiva. “Bonito”. Lo había pensado dos veces y, ahora que miraba el recuerdo de aquella imagen, se convencía de que era realmente bonito.

 

 

 

-Realmente bonito.

 

 

 

Lo repitió en voz alta, para convencerse de qué no seguía bajo los efectos del mundo dulce y, por lo tanto, continuase alucinando. Volteó el rostro y se aseguró que se encontraba fuera de aquella tienda del infierno, para asegurarse de qué sus pensamientos eran genuinos y no envenenados por unos granos de azúcar.

 

 

 

-¿Bonito? Ja, Eiri Uesugi, ¿qué significa para ti lo “bonito”? –se mofó de sí mismo, con la seguridad de que así olvidaría todo ese mundo de locos, dentro cual había jugado como un perfecto personaje.

 

 

 

Consultó el reloj y vio que era tarde. Soltó un suspiro de molestia. Más de una persona le dejaría caer una sarta de recriminaciones directas e indirectas. ¿Por qué la gente no podía entender que el tiempo es un mal que te abandona cuando más se le necesita? Mantuvo fija la vista en aquel artificio humano y recordó y pensó… El reloj. ¿Dónde había visto antes “ese” reloj? Sabía que no era efecto de los narcóticos azucarados. El reloj de aquel joven lo había visto antes, la pregunta era en dónde. Inclinó un poco la cabeza a la derecha como si eso fuese suficiente para que su cerebro recordase el “dónde”. Era absurdo, lo sabía, pero la gente está llena de movimientos absurdos cuando intenta recordar algo que, lo más probable, no recordará jam…

 

 

 

-¡Tatsuha! Claro, él es el “dónde”.

 

 

 

Y recordó felizmente como unas semanas antes su pequeño hermano daba pequeños giros en su pequeño mundo feliz con una pequeña caja que contenía nada más y nada menos que un pequeño reloj con una delicada correa frambuesa. Sin preguntar la razón de su estúpido comportamiento, había sacado la simple conclusión de que su hermano había perdido la cordura por completo, ¿quién en su sano juicio usaría un reloj con una correa tan… ridícula? El color era demasiado llamativo, ¿en qué muñeca podría lucir bien? “En la suya”. Nuevamente se apresuró a contestar esa pequeña voz que desde hacía unos momentos le molestaba terriblemente.

 

 

 

-En la de nadie –murmuró con firmeza e inició por fin su camino a la “alegre reunión familiar”.

 

 

 

Subió a su automóvil del año y de una edición exclusiva. Recordó el eslogan: “Sólo para gente especial”. Se mofó de su suerte, ya que por más que introducía su cuerpo en la máquina que, sin lugar a dudas, era realmente confortable, no podía sentirse especial. Y se preguntó, como otras tantas ocasiones, porqué demonios lo había comprado. No podría haberse dejado comprar por una frase tan barata como aquella, entonces ¿por qué?

 

 

 

-Nunca lo sabré –se respondió divertido, colocó a la bomba de glucosa en el asiento del copiloto y arrancó el auto que, gracias a su poder motriz, llegó en poco tiempo al destino. Sin embargo, pese al poco tiempo que duró el viaje, se cuestionó lo suficiente sobre lo sucedido en la tienda, lo suficiente como para encontrarse totalmente perdido en la confusión. Tomó el odioso paquete y bajó con una única interrogante: “¿Quién demonios es?”

 

 

 

Tocó un par de veces y antes de que volviese a hacerlo una mujer un poco más baja que él le abrió.

 

 

 

-Es tarde, muy tarde. –dijo con una mueca de disgusto. –¿Sabes los problemas que acarreas a las personas que tienen que esperarte?

 

 

 

-Por favor, cómo si mi presencia fuera imprescindible –respondió sarcásticamente.

 

 

 

-Totalmente de acuerdo, tú presencia no, pero su esto –y sin más tomó la caja del pastel –. Los demás están en el salón, esperándote –recalcó la última palabra y se hizo a un lado para dejarle el camino libre.

 

 

 

El amplio recibidor, que le ofrecía un elegante perchero de metal forjado, lo invitó a quitarse el estorboso abrigo de lana y depositarlo en el costoso artefacto.

 

 

 

-Vamos, entra –lo apuró la mujer mientras cerraba la puerta-. El hecho de que el festejado haya llegado casi igual de tarde no te exime de ostentar el último lugar de llegada. –Y desapareció de su vista.

 

 

 

¿El festejado? Claro, había olvidado que la dichosa reunión se debía, más allá del previo festejo de Navidad, a que su hermano quería festejar en grande el cumpleaños de su nuevo amado. Nuevo amado al que le debía su terrorífica visita a la tienda de las torturas. Nuevo amado que no conocía, pero que debido al antecedente, sabía que no sería de su agrado. Su hermano tenía tan mal gusto que, a veces, le daba pena.

 

 

 

Se quitó los zapatos negros y, en su lugar, introdujo sus pies en unas suaves sandalias de cuero. Caminó con lentitud, inclino nuevamente su cabeza a la izquierda y entonces…

 

 

 

-¿Nuevo amado?

 

 

 

Empezó a caminar con más velocidad. ¡Qué estúpido había sido! ¿Cómo se había atrevido siquiera a preguntar “quién demonios es”? Al parecer, sólo hasta ahora, una vez lejos de esa empalagosa morfina, podía pensar con coherencia. El reloj, el hecho de que conocía a su hermano… El “joven misterioso” no estaba ahí para ayudarle,  estaba ahí porque quería escoger su propio pastel de cumpleaños. Llegó a la entrada de la sala y entró por la puerta entreabierta.

 

 

 

-¡Amo el pastel! –la voz dulzona le dio la bienvenida sin siquiera haber notado su presencia.

 

 

 

Ahí estaba ahora. Sentado al lado de su hermano, abría con maestría la hermosa caja decorada y extrajo con cuidado la granada de dulce.

 

 

 

-Gracias por ponerlo en frente, Mika-san. Se ve realmente delicioso, ¿verdad? –volteó el rostro y miró a su hermano que asentía con firmeza y con una sonrisa de esperanza, un sonrisa que reflejaba la alegría de un niño.

 

 

 

-No me agradezcas, por favor, sólo lo he traído de la puerta hasta acá –sonrío.

 

 

 

Observó detenidamente la imagen: era realmente todo tan empalagoso. Dio un paso al frente e inmediatamente sintió como el olor dulzón le picaba la nariz, sin embargo, no le molestó, no le resultó enojoso de ninguna manera. El pastel no sólo no se veía bien, sino que también olía bien, acaso, sería posible, que supiera también bien. De ser así, ¿por qué? ¿Por qué si realmente odiaba el pastel? Dio otro paso y sintió el rostro de su hermano volverse a su dirección.

 

 

 

-¡Eiri! –se levantó rápidamente- Rayos, ¿tienes que hacerte siempre el importante? –acortó la distancia que existía entre los dos y tomó su hombro derecho. –Bueno, esta ocasión es perdonable, es veinticinco de diciembre y la ciudad es realmente un caos.

 

 

 

-Y la pastelería es la mayor locura dentro la locura de la ciudad. –La dulce voz hizo que su hermano lo soltara y le diera la espalda. El dueño de la voz miró por un momento a su hermano y luego a él -¿No es así, hermano de Tatsuha-san? –Y nuevamente mostró esa sonrisa, la misma sonrisa que le había hecho olvidar por un momento que se encontraba en una casa de torturas.

 

 

 

-Tienes razón, deberemos perdonarlo esta vez –rió su hermano con ligereza y volteo la mitad de su rostro a él. –Tengo que presentarte a alguien realmente especial. –Sonrío con una ingenuidad que no le había visto en años. –Eiri, él es Shuichi, mi persona especial.

 

 

 

Shuichi sonrío y él se preguntó una vez más cómo no se había dado cuenta antes. ¿Persona especial? Los últimos meses su hermano actuaba extraño, él no había dicho nada, pero era evidente, aún para él. Miró al joven, su fisonomía era compatible con la del pastel que se encontraba en la mesa. Pensó un momento: la persona especial de su hermano, era probablemente especial porque era… ¿un pastel? Si era así era, entonces debía suponer que ese pastel lucía tan bien como el que se encontraba en la mesa, que oliera tan bien… ¿qué se podría decir del sabor? Agitó un poco la cabeza a los lados. No entendía por qué estaba haciendo esa clase de razonamientos. “Es el pastel. Odio realmente el pastel”. Se aferró al desafortunado pensamiento y se percató de que solo había una verdad. Shuichi, la persona especial de su hermano, era el chico del pastel.

Notas finales:

Comentarios y sugerencias, la tienda está abierta a cualquiera de estos.


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