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El pastel de la amargura por Orsacchitto

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Notas del capitulo:

¡¡¡Felices fiestas a todos!!! Les deseo mucho felicidad, tanta que hasta se puedan dar el lujo de  regalar... Ahora, cambie un poco el titulo, creo que al final le quedará un poco mejor. Agradezco a todos los que se tomarone el tiempo en leer mi historia, con un especial agradecimiento a Mara_Y y nigt knight. Que este segundo capitulo sea un buen inicio de año... ^.^

Tres meses atrás habían comenzado los murmullos. Su hermana había llegado con una gran sonrisa, lo había tomado de las manos y había anunciado el feliz advenimiento.

 

 

 

-Tatsuha ha encontrado la felicidad –dijo con un brillo de alegría en los ojos.

 

 

 

Él no se preocupó por preguntar en dónde había encontrado su hermano la supuesta felicidad. Lo único por lo que su angustia había saltado un poco era por el simple hecho que sabía que su hermano estaría realmente eufórico y eso significaba que la poca paz de la que disponía sería prácticamente aniquilada por ésta.  

 

 

 

-¿Debería escapar entonces? –había preguntado irónicamente como única respuesta.

 

 

 

-Jamás cambiarás –respondió molesta, aventó sus manos y, así, salió del departamento en donde Eiri vivía desde hacía ocho años gracias a una “pequeña discusión” que éste había tenido con su padre.

 

 

 

Soltó un suspiro al escuchar como la puerta se azotaba, sabía que esa no sería la única persona que entraría a su departamento sin siquiera avisar, no sería la única persona que comenzaría a entrar en su vida para conseguir arrancarle un poco de atención. Y, por desgracia, a partir de aquel día su vaticinio se cumplió. Visto que el hombre siempre tiene prisa por comunicar las noticias que le parecen importantes, la primera víctima fue la línea telefónica, pues su ahora encantado hermano comenzó a telefonearlo para presumirle su recién estrenada “felicidad”. Claro que él no se había molestado en contestar las llamadas, pero la contestadora estaba infestada de mensajes de emoción que a él le comenzaba a parecer malsana, al grado que pensó seriamente en comprar otro teléfono que careciera del maldito sistema de “Por favor después del pip deje su mensaje”, o, tal vez sería mejor cambiar de número, ya que así no tendría por qué irritarse por un molesto trin, trin. Sin embargo, antes de que pudiera decidirse por uno u otro, llegó la segunda víctima: su puerta. Eiri jamás se había molestado cuando sus hermanos le habían pedido la llave del departamento, pues siempre había tenido una relación “amable” (por no decir indiferente) con ellos y, al final de cuentas, el problema era su anciano padre y no ellos. Además cada descendiente de la familia Uesugi estaba tan ocupado que prácticamente no se molestaban en viajar tan lejos sólo para molestarse un poco, por lo que durante la explosión de la bomba “Felicida Tatsuha”, las visitas de éste se intensificaron de cero a una cada semana y, lamentablemente, todas tenían un sólo objetivo: pedir consejo a su “experimentado” hermano.

 

 

 

-¡Quiero hacerlo feliz! –había sido el primer pregón que había gritado cuando llego a su departamento.

 

 

 

-¡Quiero que siempre esté a mi lado! –había sido el segundo.

 

 

 

A ambas, Eiri contestó:

 

 

 

-Pues entonces ¿qué haces aquí perdiendo el tiempo?

 

 

 

-No pierdo el tiempo, te pido consejo, ¿cómo conseguir ambas sin que piense que le estoy acosando? No quiero que me vea como a un cazador de tesoros, ¿sabes? –le sonreía apaciblemente. –No quiero arrinconarlo. No quiero presionarlo ni que se sienta encerrado.

 

 

 

-¿Encerrado? –le preguntó la primera y la segunda vez que la conversación llegó a este punto, pero a partir de la tercera ocasión, al observar que su hermano simplemente callaba y después cambiaba de tema, dejó de hacerla.

 

 

 

Por fortuna, trascurridos dos meses, su hermano no fue más a compartir su felicidad y justo cuando Eiri comenzaba a sentirse relajado, el margen de personas que hablaban del fabuloso muchacho pasó de dos a toda una gama de conocidos. Su paz era ahora perturbada en cada reunión a la que asistía. No faltó el conocido que, después de tratar los temas importantes o el punto fundamental de la reunión, preguntara con gran interés y notable emoción: “¿Conoce (o conoces dependía del tipo de relación) al joven Shindou?”; e inmediatamente agregaban al obtener la negativa del atormentado interrogado con una sonrisa iluminada: “Es adorable”. ¿Adorable? Se preguntó en más de una ocasión que querían decir con esa palabra, pero, al darse cuenta de que para él eran ocho letras sin significado, se rendía en la búsqueda desde el inicio perdida. Se acostumbró al monologo obligado (siempre negaba o asentía con un ligero movimiento de cabeza), el cual, al pasar dos semanas que se movían como tortugas, desapareció. El hecho le extrañó un poco al principio, después se convenció de que aquel muchacho “adorable” había desaparecido de la vida de su hermano. No hubiese sido un caso extraordinario, así que simplemente había decidido que aquellos dos meses con dos semanas serían olvidados y, entonces, llegó el día en que se hermano llegó con ese reloj de ridícula correa. Los desaparecidos comentarios, resurgieron y, sin que él se hubiese percatado realmente, los murmullos sobre un joven del que apenas sabía su apellido (y, ahora, su nombre que probablemente había sido mencionado por su hermano, pero entonces lo había olvida como la mayoría de las cosas que oyen sin escuchar) se convirtieron en susurros, en decires y, finalmente, en gritos. Sus tapones de oídos habían servido hasta entonces, ni siquiera los gritos de su hermano lo habían logrado perturbar realmente, al grado de que había olvidado de que la celebración a la que asistía tenía que ver precisamente con el “adorable”.

 

 

 

Y ahí estaba, sentado en frente de él. Levantándose con la misma gracia que el caramelo tiene al derretirse y caminando a su encuentro. Ahí estaba, en frente de él, sonriéndole en silencio. Silencio que fue más poderoso que todos los gritos que lo habían rodeado durante las últimas dos semanas. Dicen que el sentido de la vista y el oído están tan relacionados que algunos pueden ver música y otros escuchar colores. En aquel momento a Eiri no le estaba pasando exactamente esto, era sólo que, durante aquel pedacito de tiempo en silencio, al ver a Shuichi (recordaba el nombre a la perfección) podía escuchar claramente la palabra “adorable”, como si alguien se la estuviese susurrando, diciendo y gritando al oído. “Adorable”. La escuchó tantas veces que perdió la cuenta y cuando estaba por decir “Basta” se percató de que era su propia voz la que la estaba clamando.

 

 

 

-¿Eiri? –preguntó su hermano al ver que no hacía nada.

 

 

 

-¿Eh? –salió de sus pensamientos y por fin pudo concentrarse en algo más que aquella sonrisa. Le estaba ofreciendo su mano que tenía el color del merengue ligeramente tostado. –Lo siento. –Estiró su mano y apretó aquella extremidad. “Suave como el algodón de azúcar”. ¡Esa voz! ¡Esa maldita voz! Esa voz, que reconocía como suya y, a su vez, le parecía extraña, le estaba llevando al límite del paroxismo. “Es culpa de esa maldita amenaza de glucosa”. Se convenció desviando la vista a la mesa en dónde descansaba el gran enemigo.

 

 

 

-Lamento no haberme presentado correctamente antes –murmuró suavemente, pues se había percatado de que su atención no era para él.

 

 

 

Logró asegurarse de que todo extraño suceso tenía como única razón la palabra “pastel”. Respiró hondo y se dio cuenta de que había regresado a la normalidad. “Nada de qué preocuparse”. Miró directamente aquellos extraños ojos que reclamaban atención y respondió con claridad:

 

 

 

-No es necesario disculparse, como has dicho acertadamente había demasiada gente como para hacer presentaciones oficiales –sonrió en señal de victoria. Había vencido al pastel.

 

 

 

-¡Oh! Pero ustedes, ¿ya se conocían? –preguntó su hermano con aire verdaderamente sorprendido.

 

 

 

-Sí, lo encontré en la pastelería y me ayudó cordialmente a seleccionar un pastel –respondió con gran seguridad ahora que se sentía calmado y, por lo tanto, a salvo.

 

 

 

-Shuichi, eso es trampa, acordamos que el pastel sería sorpresa –recriminó en tono suave y juguetón.

 

 

 

-Tatsuha-san, tuviste la culpa por decirme que habías mandado a un soldado sin armas ni entrenamiento –se encogió de hombros, miró con ojos de complicidad a Eiri y su rostro, de repente, se puso serio. –Lo siento –dijo ahogando algo que aparentemente pudo haber resultado un grito.

 

 

 

-¿Por qué? –lo observó confundido: primero se mostraba como un niño de frente a una travesura y ahora se veía como un hombre cometiendo un pecado.

 

 

 

-La… -su frase terminó con la mirada. Eiri siguió la dirección de ésta y vio casi horrorizado como su mano continuaba estrechando la de Shuichi. “Algo por qué preocuparse”. Se dijo y soltó con discreción aquel algodón tostado, al mismo tiempo que éste se dejaba caer.

 

 

 

Se había acelerado al sacar sus conclusiones: el pastel lo había vencido a él.

 

 

 

-Eiri, ¿te encuentras bien? – preguntó su hermano con la mirada fija en un espacio que antes ocupaban las manos estrechadas.

 

 

 

Culpabilidad. Era extraño, pero en aquel momento era el único sentimiento que gobernaba su ser. “Algo más por qué preocuparse”. Intento contener el aire y no mirar a nadie más que su a hermano. No le importaba por qué se sentía así, no le preocupaba que extraño enemigo estaba jugando con él estuviese pensando y comportándose de manera extraña. Si la explicación era el pastel o algo más le tenía sin cuidado. Su hermano era su prioridad. Ahora que lo miraba a los ojos había confusión, sin embargo, antes, cuando su mirada se encontraba en el espacio vacío, lo había visto, en sus ojos reino, aunque sólo por un momento, la desesperanza. La misma desesperanza que había reinado más de un años después del fatídico accidente. “¿Por qué?” Entonces miro al frente y vio dos amatistas en búsqueda de una respuesta a lo que estaba aconteciendo ante ellos. “¿Es por ti? ¿Por ti los ojos de Tatsuha…?” Un nudo se formó en su garganta. No entendía nada, y, aun así, sabía que algo se había roto en su mundo perfecto. Miró nuevamente a su hermano y volvió a concentrarse en su expresión expectante. Se aclaró la garganta: “Como si no hubiese nada por qué preocuparse”.

 

 

 

-Son los pasteles, sabes que los odio –mantuvo su semblante serio-. Además había mucha gente, sabes que odio estar en medio de tantas personas –mostró una media sonrisa.

 

 

 

Su hermano soltó el aire que había contenido y sonrió de manera ridícula. –Eiri, ¿cómo es posible que tu aversión a los pasteles te haga cambiar de humor? ¡Eres imposible! –alzo las manos con las manos extendidas demostrando así que se rendía –Jamás te entenderé. –Soltó una risita tonta que a Eiri le pareció una risita de tranquilidad.

 

 

 

Dejó su concentración a un lado y permitió que su mirada se volviese a centrar en aquel joven adorable que ahora miraba a su hermano con una sonrisa tranquila mientras tomaba su mano y la apretaba. Apretón que fue respondido por su hermano. La perturbación volvió a nacer. “¿La persona especial de Tatsuha? ¿Alguien especial, adorable? ¿La persona que ha traído felicidad a Tatsuha?” Miró el rostro de su hermano, lo encontró feliz. Apretó las mandíbulas y dio un paso imperceptible hacia atrás. “¡Maldición!”

 

 

 

-¿Se van a quedar ahí toda la noche? –se acercó su hermana tomándolo del brazo- ¿Podrías al menos saludar al resto de los invitados, Eiri? –le dijo con su habitual tono autoritario.

 

 

 

Por primera vez en sus veintiséis años de edad dio gracias a la habitual impertinencia de su hermana y a su habitual sentido de comportamiento social. “¡Vamos Mika distráeme!”. Sonrió para sus adentros por lo absurdo de la petición que se estaba formando en su cabeza.

 

 

 

-Sí, Eiri, por favor, no te quedes ahí, tengo presentarte a otra persona.

 

 

 

“¿Otra?” Se preguntó si esta nueva persona sería tan cautivadora como Shui… El pensamiento no llegó a terminarse cuando por un impulso de autoconservación tomó del hombro a su hermano y sin siquiera mirar a la feliz pareja dio dos largos pasos al frente.

 

 

 

-Creo que podré adivinar de quién se trata –dijó intentando ahogar todo el frenesí que sentía.

 

 

 

-¡Auch! –gritó quedo su hermana cuando se vio arrastrada sin previo aviso.

 

 

 

Cumplió su previsión cuando comenzó a saludar sin atención a los pocos presentes. El primero fue el esposo de su hermana (a la que soltó a su lado), Touma, que lo recibió con su habitual sonrisa, algo indispensable para los importantes hombres de negocios como él. No le desagradaba, pero siempre había creído que era una víbora hipócrita de la cual debía de cuidarse al momento de hacer negocios con él.

 

 

 

-Eiri-san, es un verdadero placer verte entre nosotros –le tendió la mano con la gracia digna de un presidente. Mano que apretó y soltó con rapidez, mientras respondía el saludo con un simple movimiento de cabeza. Movimiento que si bien podría parecer despectivo y, por lo tanto factible a ser castigado debido al carácter quisquilloso del presidente Touma, era permitido en su persona, no sólo por tratarse de un familiar político sino también porque se trataba del presidente de la única compañía que le podría llegar a ser sombra a la suya. Por esto, Touma ignoró la actitud irritable y ya conocida de su cuñado.

 

 

 

El segundo era el primo de su cuñado. Un pequeño hombre que algún día sería peor que su pariente. No se habían visto más que en pocas ocasiones, así  que no sólo no podía recordar su nombre, sino que su saludo fue casi impersonal: un ademán sin mucha complicación por parte de los dos. El tercero prefería saludarlo de lejos, el neurótico asistente de su cuñado parecía tan nervioso que creía que si le tomaba la mano caería al suelo presa de un ataque que terminaría con su ¿joven? vida. El cuarto era alguien que sólo miró de lejos, el guardaespaldas de su cuñado: un hombre americano llamado K al que prefería no tratar pues sabía de su extraña afición a las armas de fuego. “¿Por qué todos nuestros conocidos tienen que estar relacionados con este hombre?” Dio una rápida mirada al esposo de su hermana y entonces recordó que la suma de su vida social era cero y que su hermano sólo vivía para… ¡Demonios, había recordado nuevamente a la bola de azúcar rosa! Se castigó mentalmente e hizo como si nada hubiese pasado, al final, había encontrado a la otra persona que debía ser presentada.

 

 

 

-Debes ser tú –introdujo sus manos en los bolsillos de su pantalón de seda de manera desinteresada.

 

 

 

-Es mi amigo –dijo con alegría esa voz empalagosa y en un abrir y cerrar de ojos, vio como el dueño de ésta se paraba junto al joven pelirrojo. Tomó su brazo con alegría y se colgó de él como muestra de afecto –Su nombre es Hiroshi –lo miró entusiasmado -, es casi como mi hermano.

 

 

 

-Shuichi, ¿podrías tranquilizarte un poco? Me harás caer –intentó zafarse, pero le resultó imposible así que con su mano libre intentó presentarse. –Mucho gusto, llámeme sólo Hiro. Hasta el momento he conocido a toda la familia de Tatsuha, pero realmente tenía mucha curiosidad por conocer a su hermano mayor.

 

 

 

Eiri escuchó como Mika llamaba a su hermano y comenzaban una aburrida plática con su esposo. Suspiró y tomó la mano con firmeza y luego la dejó. “Así debió de haber sido con él”. Miró por el rabillo del ojo como Shuichi se aferraba a su amigo. Frunció el ceño y pensó un poco en las últimas palabras del pelirrojo.- ¿A qué se debe su especial curiosidad en mí? No creo que se digan cosas muy buenas de mi persona.

 

 

 

Los ojos grises del pelirrojo se entornaron un poco. –Lamento no poder decir si lo que se dice de usted es bueno o malo, ya que no lo sé. –Se acercó un poco más y dijo casi susurrando. –El motivo de mi curiosidad se debe a una sólo persona. –Bufó con la última palabra y desvió los ojos al lado contrario de su amigo.

 

 

 

-Hiro –le reprendió éste con sutileza, con una gran sonrisa en la cara, y lo jaló hacia su lado.

 

 

 

-¿Eh? –fue la única pregunta que pudo articular al ver cómo Shuichi bajaba la cabeza avergonzado.

 

 

 

-Es sólo porque Tatsuha-san habla mucho de usted –alzo la mirada divertida e iba a comenzar a decir algo cuando su expresión se tornó seria, igual que cuando lo había presentado.

 

 

 

-Shuichi, harás caer a Hiro si lo jalas así –escuchó la voz de su hermano a su espalda y miró de reojo como éste se acercaba y se colocaba al lado de Shuichi.

 

 

 

Shuichi soltó inmediatamente a su amigo y tomó del brazo a su hermano riendo de forma tonta y… “adorable”.

 

 

 

“¡Concéntrate!”. Respiró hondo. –Tatsuha –el aludido volteó-, lo siento mucho pero tengo que retirarme, mañana tengo una reunión importante.

 

 

 

Su hermano lo miró primero confundido y después con comprensión. –No te preocupes, te has esforzado por venir aquí y hasta por comprar un pastel aun cuando los odias. –Sonrió amablemente.

 

 

 

-¿Se va tan rápido? –la voz acaramelada comenzaba a calarle por los poros de la piel, pero ni siquiera volteó a verlo.

 

 

 

-Shuichi, recuerda que te lo había dicho, mi hermano siempre está ocupado. Hoy ha hecho mucho por nosotros –pudo ver que lo tomaba del rostro mientras le explicaba.

 

 

 

-Tengo que irme. –Volteó hacia la dirección de Shuichi e hizo una pequeña reverencia. –Feliz cumpleaños –dicho esto atravesó la sala en medio de los llamados de su hermana.

 

 

 

Cuando pudo estar en su auto sólo pudo pensar en una cosa: llegar a su casa. Así lo hizo y al cruzar el umbral, pudo sentir como su mundo se encerraba en esa compleja construcción y el resto del mundo quedaba fuera de ella: “Todo en orden”. Al final de cuentas, para eso había puesto tanto empeño durante un año entero en reconstruir aquel edificio que guardaba con un celo impresionante “su mundo” y lo protegía del resto, como un caparazón. Hacía ocho años que había abandonado la casa paterna como si se tratase de un huérfano y había llegado a aquel edificio que por entonces parecía que se iba a caer en cualquier momento. Cuando lo vio, no le importó, rento el departamento del último piso y cuando pudo hacerse con su propia fama compró todo el edificio y le devolvió a la vida porque se había percatado de una cosa. Aquel edificio tenía algo de magia, desde el primer momento que había escuchado la puerta cerrarse detrás de si, toda la amargura, todo el odio, todos sus recuerdos y su vida pasada, todo quedaba atrás. “Todo en orden”. Se repitió cuando escucho el click de la puerta. Respiró hondo y se dejó caer en el sillón más próximo. No supo más de la realidad, sus parpados se cerraron con pesadez y cuando los volvió a abrir, la puerta del departamento sonaba como si el mundo se fuese a acabar. Se levantó sobresaltado con la seguridad de que sus sueños habían girado en torno a un pastel difícil de consumir. Escuchó los golpes de la puerta y se sacudió un poco. Se levantó con pesadez y abrió sin siquiera preguntar quién era. Sus ojos se dilataron por completo cuando vio lo que tenía en frente: su hermano recargado en el marco de la puerta, completamente ebrio. Como un pastel en descomposición.

 

 

 

-¿Tatsuha, que rayos? –miró su reloj de pulsera y vio que pasaban de las cuatro de la madrugada.

 

 

 

-Buenas no…ches, her… -no pudo terminar la frase cuando cayó a los brazos de Eiri.

 

 

 

-Pudiste haber abierto, ¿no te di una…? –su garganta se secó cuando notó que había agua en su camisa. -¿Qué pasó?

 

 

 

-Era su cumplea…ños –intentaba articular entre los sollozos-, quería sorprenderlo y no… ¿Po…r qué?

 

 

 

-Dime –intentó tranquilizarlo.

 

 

 

-Hermano –alzó el rostro-, ¿qué piens…as d…e él? ¿Qué piensas de Shui…chi?

 

 

 

Algo dentro de sí comenzó a moverse. -¿Qué? –comenzaba a entender por dónde iba el hilo, pero no podía encontrar el final de éste.

 

 

 

-Fui muy feliz… al fin lo viste… Todo era feliz.

 

 

 

-Tatsuha, dime de una buena vez por todas que pasó –intentó no alterarse y mantener el tono tranquilo.

 

 

 

-Yo… quer…ía… quiero casarme con él, pe..r…o –Eiri comenzó a respirar más rápido “¿Qué broma de mal gusto es esto?” Una sonrisa sarcástica quería salir, pero se reprendió con dureza.

 

 

 

-¿Pero? –lo alentó a terminar.

 

 

 

-F…ui –dejó caer su rostro en su hombro- rechazado.

Notas finales:

Gracias por llegar hasta aquí. >.<


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