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Locura de una noche por Yuki Kuroi

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Notas del fanfic:

Es un fic One-shot con insinuaciones shounen-ai. Apto para todo público.

Notas del capitulo:

Un one shot. Disfrutenlo.

Locura de una noche

By Yuki Kuroi.

 

 

 

Ciel despertó a media noche, con su cabeza adolorida y el cuerpo a medio vestir. Alzó la mirada por sobre las frazadas y notó que aún faltaba mucho para el amanecer. Se quejó para sí, mientras sus ojos descubrían, gracias a los débiles rayos lunares que ingresaban por las cortinas, el desorden provocado por la noche anterior: sombras de objetos esparcidos desigualmente sobre la alfombra, junto al reflejo de algunos cristales.
No entendía como era posible que su cuarto, siempre tan limpio y ordenado, luciera de esa manera. ¿Acaso Sebastián no fue capaz de limpiar aquello?

Y ahora que lo pensaba... ¿Dónde rayos estaba Sebastián que no cumplió con su deber?

Fue en ese instante, intentando erguirse, cuando notó que algo pesado estaba detrás de él y que se apoyaba relajadamente sobre su almohada. Dudó en girar la cabeza. Tenía demasiadas cosas en mente como para poder adivinar de qué se trataba... hasta que una voz le habló cerca del oído.

- ¿Así que se despertó, joven amo?

Casi de un salto, Ciel había volteado para encontrarse cara a cara con esa tranquila mirada y esa burlesca sonrisa.

         - ¡Sebastian!
         El mayordomo le seguía mirando tranquilo, casi recostado a su lado, con el codo apoyado sobre la almohada, las piernas cruzadas y la cabeza erguida, como una pantera que reposa luego de un exhausto día. Su mirada escarlata parecía mucho más brillante y profunda de lo normal, en esa oscuridad.
         - ¿A qué se debe esa impresión, joven amo? ¿Acaso no fue usted quien me pidió que me quedara a su lado?
         - Bueno... eso...
         Ciel se ruborizó. Poco a poco los recuerdos de lo sucedido en la pasada noche volvían a su memoria, a pesar de que todavía había cosas que no estaban muy claras. Recordaba cuando Sebastian le colocó suavemente sobre la cama y comenzó a desvestirlo, como usualmente lo hacía, aunque en esta ocasión él se encontraba de espaldas sobre la cama. Fue una sensación extraña, ver a su mayordomo casi encima suyo, riéndose de lo sucedido, desnudándole de a poco. Lo demás... aún era confuso; pero las pocas imágenes que él tenía claras de aquello le avergonzaban.
         - Está todo el cuarto sucio... -intentó olvidar el asunto, ocupando su atención en otra cosa, pero su endemoniado mayordomo, seguía sin quitarle la vista de encima.
         -... porque usted así lo quiso - le interrumpió el demonio - Cuando pretendía ordenar usted mismo me detuvo, pidiéndome que mejor me quedara a su lado.
         - Es verdad... - suspiró Ciel, recordando su vergonzosa actitud.
         -Bueno, si ahora me lo permite...
         Sebastian se levantó de la cama para desaparecer por la entrada del fondo y traer de vuelta una jarra con agua, un recipiente de plata y una toalla. Se acercó por el otro costado de la cama, quedando al frente de Ciel. Corrió las frazadas hacia atrás y con un suave movimiento, invitó al pequeño señor a sentarse en la orilla, para posteriormente desnudarle.
         -Debió dejarme ponerle el pijama, pero usted se puso tan obstinado... -agregó con un paciente suspiro, mientras mojaba la toalla para pasarla por ese pegoteado cuerpo - Jamás creí que luego de aquello, usted cambiara tanto de actitud. Hasta diría que se comportó sumiso y adorable.
         Y le miró directamente a los ojos, con una pícara sonrisa.
         -No molestes y date prisa - respondió el muchacho, entre enfadado y avergonzado, tratando de no mirar a su mayordomo -Me duele la cabeza y tengo sueño.
         Sebastian sonrió, mientras seguía en su tarea de asear a su joven amo. Realmente no recordaba que se hubiese ensuciado tanto.
         -Bueno, eso es su culpa, joven amo. ¿No era usted el que ayer, en un arrebato infantil de orgullo quiso demostrar que era todo un hombre? Eso le sucede por querer hacer cosas de adultos.
         Ciel le miró enfadado. Reconocía su estúpida actitud de la noche pasada, pero eso no le permitía a su mayordomo recordárselo de esa manera tan burlesca.
         -Un error lo comete cualquiera - respondió, corriendo la mirada, avergonzado.
         - ¿Usted cree que fue un error?
         -... 
         Sebastian se alejó para ir en busca del pijama de su joven amo, sonriendo para sí. Lo sucedido la noche anterior le causaba un poco de gracia. Haber visto a su pequeño amo en esa situación, con esa dócil actitud... fue un privilegio exquisito y del cual se aprovecharía para molestarle cuando sea conveniente.
         -Sebastian...
         -Dígame... - respondió, trayendo el pijama en sus brazos.
         -No le digas a nadie sobre esto, por favor.
         -Cómo usted ordene, mi señor.
         Le colocó el pijama en silencio, como siempre lo hacía, para posteriormente ayudarle a meterse bajo la colcha... pero una mancha sobre esta le detuvo.
         - ¡Oh!... Creo que tendré que cambiarle la frazada mi señor, está... 
         -Olvídalo. Es sólo una mancha. No me molestará para dormir.
         - ¿Aunque sea a causa de eso?
         Esta vez Ciel no soportó más aquello y arrojó su rabia con una almohada en contra de su mayordomo. Éste la detuvo sin ningún problema.
         -Veo que aún le quedan fuerzas por lo menos para lanzar una almohada, cuando anoche literalmente se desvaneció en mis brazos.
         - ¿Y qué si me desvanecí en tus brazos? ¿Tanto te molesta?
         - No he dicho que me moleste. El que está molesto con el asunto es usted.
         Ciel agachó la cabeza, cabizbajo. Hubiera preferido otra clase de respuesta de su mayordomo. Después de todo, era la primera vez que pasaba por eso y le habría gustado que su mayordomo fuese más condescendiente.
         - ¿Aún se siente mal, mi señor? - decía Sebastian, mientras se sentaba a su lado y le quitaba suavemente el parche que había quedado sobre el ojo, acariciando su rostro de paso - ¿Todavía quiere que lo abrace?
         Pero la mirada de Ciel, más triste que avergonzada le advirtió que cesara.
         -Mis disculpas, mi señor. Creo que yo también me excedí con...
         - ¿Por qué no me detuviste? Si sabías que terminaríamos de ese modo... ¿por qué no cesaste?
         - Porque usted quiso seguir. Fue usted quien me ordenó proseguir. Usted quiso probar y yo sólo obedecí.
         -...  entonces... ¿sólo fue por una orden mía?
         -Por supuesto.
         -...
         Sebastián se levantó, para ir a recoger las cosas esparcidas por el suelo, mientras Ciel no le quitaba la vista de encima. Aún no podía creer lo que había sucedido.
         -Tú chaqueta - dijo de pronto, a la vez que su mayordomo recogía las copas.
         -Sí. Está manchada - respondió con una sonrisa - ¡Y cómo no, si usted no paraba de...!
         - ¡Por favor, Sebastian! ¡No lo digas!
         - ¿Tanto le avergüenza?
         - ¡Tú me incitaste!
         -Yo no lo incité. Usted lo pidió.
         Terminó de recoger las botellas vacías y todo lo que había lanzado su joven amo al suelo, en ese arrebato embriagador del cual era preso. Luego se acercó a su joven amo y terminó de arroparlo, acariciándole la mejilla.
         - Aún tiene aliento etílico, mi señor. Descanse.
         -Ésta es última vez que me dejo engatusar por ti.
         -Yo jamás le engatusé. Fue usted quien al ingresar a la cocina quiso probar ese licor de cacao, con el cual preparaba el pastel para mañana. Se lo advertí, pero usted ya había tomado más de la cuenta... y se puso tan obstinado.
         -Fue entonces que me trajiste a mi cuarto, ¿no? Casi borracho, te aprovechaste de mí.
         -No me aproveché... sólo disfruté el momento y si mal no recuerdo, usted también.
         Ciel sonrió. Después de todo, su mayordomo tenía razón. Por mucho que este le advirtiera, su borrachera le incitaba a seguir y él estaba consiente de ello. Pero quería probar y saber que se sentía emborracharse como un adulto, aunque eso significara caer rendido en los brazos de su mayordomo, quien aprovechó su estado para decirle todo aquello que generalmente no decía. Había perdido. En su estado alcoholizado, había sacado una faceta juguetona y divertida que Sebastian desconocía.
         -Esta es la última vez que te reirás de mí - sentenció Ciel, mientras cerraba los ojos.
         -Fue divertido verle en esa actitud, mi señor. Pidiéndome que jugáramos a las cartas, ajedrez, que cantáramos y todo eso. Ni siquiera me dejó desvestirle por completo para ponerle el pijama, porque, según usted, le daba cosquillas que le tocara. Todo era tan anormal en usted, que no pude resistirme a reír. Mis disculpas por eso. Pero ya aprendió que emborracharse no es sano para su salud. Si le dejé seguir bebiendo, era para que usted mismo se diera cuenta de su error.
         -Lo sé... - suspiró Ciel, medio adormilado.
         Sebastian sonrió al comprobar que su amo dormía y terminó de asear el cuarto para que, cuando despertara dentro de algunas horas, se sintiera más cómodo. Por mientras hacía esto, no pudo evitar mirarse así mismo. Al igual que su amo, se encontraba en un estado poco presentable. La mancha de su chaqueta sería difícil de sacar aunque sólo fuese alcohol. Miró hacia la cama de su amo y sonrió con paciencia.
         -Y pensar que se le ocurrió justo vomitar encima de mí, cuando le llevaba a la cama.

         Al terminar, se acercó a la cabecera de Ciel y comprobó que dormía plácidamente. Sonrió. ¿Quién iría a pensar todo lo que puede provocar una borrachera en un niño? No sólo se había puesto alegre y juguetón, sino que le había vomitado encima y sobre la cama, además de pedirle que se quedara a su lado, con una actitud adorablemente sumisa, al notar que se sentía mal. ¡Y era que no, con todo lo que había bebido!
         Y él, tan fiel a las órdenes de su amo, se recostó a su lado, un poco preocupado. Temía que fuera a vomitar entre dormido y se asfixiara. Pero nada de eso sucedió y se quedó velando sus sueños, hasta que él despertara por su propia cuenta.
         -Buenas noches, joven amo.
         Ahora, mirándole desde la puerta, pensaba que su conversación había sonado extraña. Hasta él se sentía emborrachado por la curiosa situación y la extraña conversación. Cualquiera que los hubiera escuchado, y que ignorase lo ocurrido, podría haber pensado algo indebido, y por esa misma razón, se alegraba de que ningún sirviente estuviese cerca.
         Mañana sería otro día. Mañana sería un día normal, sin muchos quehaceres importantes, por lo que podía dejar a su joven amo descansar un poco más.
         Sebastián cerró la puerta y sonrió. La idea de los sirvientes escuchando la plática se le antojó divertida y lentamente volteó a mirarte, a ti, al que lee, con esa profunda mirada escarlata y su misteriosa sonrisa, para decirte con un suave susurro:
         - ¿Y tú... qué fue lo que pensaste?
         Y se fue caminando por el pasillo, desapareciendo por la oscuridad de la madrugada.

 

 

 

~ Fin ~

Notas finales:

Espero que les haya gustad y no se hayan decepcionado por la falta de yaoi.


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