Al desconfiar del amor
Al desconfiar del amor
Tu solo clavas una estaca
En el pecho encantador
De la que es la flor amada
Lo ves hincado en el piso, con un mar de lágrimas recorriendo sus mejillas, colándose en sus labios, con un sabor a sal. A la sal que tú sentiste en el alma, cuando lo viste con otro. A la sal que te quedo permanente en la boca, al no poder desmentir a tus ojos, de lo que acababas de ver. De la traición, de la que acababas de ser víctima.
Y pensar que el que siempre preguntaba: ¿me amas?; No eras tú. Ahora ves, que te has equivocado, al no cuestionarle tú también.
Tú solo dabas besos, mientras le decías, que tu amor era más, que todas las estrellas del cielo. Caricias, mientras afirmabas, que ni la muerte los separaría.
Eras tú, el que pese a su orgullo, te hincabas y le rogabas que te creyera, que creyera que era lo único en el mundo para ti; que dejarías tú nombre por él, que le amarías eternamente, que nunca le cambiarias.
Pero al final, no fuiste tú el que se canso. Fue él, el que pese a todo lo que le dijiste, le demostraste, le amaste, y le consolaste, cuando no podía dormir por la duda; el que al final te ha cambiado.
Te inclinas frente a él, y limpias con tu pulgar sus lágrimas, pese a todo, el verle llorar sigue siendo una estaca en tu pecho. Levanta su mirada miel, y la mezcla con la tuya color plata. Estira su mano para poder alcanzar tus rubios cabellos, que caen como hebras de oro en tu hombro; y poco a poco se acerca esperando darte un beso, como esos que sabes que ya no son solo para ti; mientras te susurra un tenue: aunque no me ames perdóname tratare…de enmendar las cosas.
Puedes perdonar muchas cosas, puedes perdonar casi cualquier cosa, porque bien sabes que le amas. Pero esto, es algo que no puedes perdonar.
Lo detienes de los hombros, y niegas lentamente con la cabeza, antes de abrazarlo contra tu pecho y susurrarle al oído:
“Creo que te has equivocado
El que esta relación no haya funcionado
No ha sido porque yo no te hubiese amado
Ha sido el que lo hayas olvidado”
No sabe amar.
Porque si ese hombre que tienes entre tus brazos supiera amar, comprendería, que te ha destrozado. Entendería, que tu mundo ahora, es una cruel ficción. Y por lo menos esperarías de sus labios, eso que nunca te dijo, más que en el calor de la pasión al llegar al clímax. Si lo supiera, no diría: “no me amas”. Diría: “te amo” como tú nunca te cansaste de repetirle. Palabras que te tatuaste en el alma.
Sientes los temblores de su cuerpo, y nuevas lágrimas salen de sus ojos manchando tu túnica. Pero eso no importa, que se manche la túnica, que se destruya si es preciso. Eso no importa, cuando lo que está destruido es el corazón.
Espero que hayas reflexionado
En lo que tu error nos ha costado
Y aunque las lagrimas no limpian los pecados
Entre amigos todo queda perdonado
Esperas a que su respiración se tranquilice, para poder soltarlo, depositando un suave beso en su frente. Ayudas a que se incorpore y quede a tu altura, para entonces poder sonreírle y ofrecerle la mano, con las palabras que nunca imaginaste decirle a él:
“Ahora te daré el honor
De estrechar mi mano otra vez
Pues al desconfiar del amor
Mis labios no volverás a ver”