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Padre, he pecado. por Kytsume

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Notas del capitulo:

Bueno, los personajes son de cosecha propia. Realmente es un fanfic que se me ocurrió esta misma tarde, mientras ojeaba un par de poesías y escuchaba el Requiem de Mozart (de ahí que uno de los personajes sea un sacerdote y la acción transcurra en una iglesia)

No es de lo mejor que he escrito (la inspiración es rauda y veloz y esta tarde no disponía de medios para escribir) pero espero que de todos modos podáis disfrutarlo.

Gracias por leer.

Espero vuestras críticas constructivas y comentarios alientadores.

Un cordial saludo.

Hacía ya horas que la noche había caído en aquella pequeña iglesia alejada de la civilización. La construcción, de estilo barroco, estaba aislada en un pequeño bosquecillo cerca de un pueblo de pocos habitantes. El párroco, que apenas pasaba la veintena de edad, reposaba en el interior de la antigua construcción.

*******

Abrí el portón del santo edificio que tanto recordaba. Solía jugar cerca de allí cuando aún era un niño pequeño. Por aquel entonces, un chico llamado Matthew, jugaba conmigo. Siempre decía que su alma estaba encomendada al señor que lo salvaguardaba de los miedos y el mal. Yo le creía. Creí todo lo que me había dicho durante mucho tiempo.

- ¿Hola? - mi voz resonó, golpeando las paredes de piedra y acariciando los bancos de madera que se extendían hasta el altar - ¿Padre?

Nada. Ni un murmullo, ni el más leve sonido. ¿Acaso aquella iglesia había sido despojada de un pastor que guiase el rebaño?

- ¿Hay alguien aquí? - caminé por el pasillo central, dejando que mis dedos rozasen los respaldos de los asientos a mi paso.

Mis pisadas eran sonoras. Mis botas producían un curioso sonido al encontrarse con el pulido y cuidado suelo de marmol. Era imposible que estuviese tan impoluto sin alguien que lo trabajase cotidianamente.

De pronto, cuando me encontraba más o menos en la mitad de mi recorrido hasta el altar, una voz captó mi atención. Era apenas un susurro, un susurro que provenía de mi derecha.

Esquivé unos cuantos bancos para llegar hasta lo que parecía ser el confesionario y me acerqué a la zona donde debe colocarse el confesor. Me arrodillé y escuché atentamente las palabras que aquella voz entonaba.

- James... - el confesionario quedó en silencio, mientras los jadeos resonaban en su interior y el sudor impregnaba las pesadas cortinas.

Una pena, había llegado un poquito tarde. ¿Era aquella voz del sacerdote de aquella pequeña y recatada institución? ¿Se estaba masturbando con el nombre de otro hombre en sus labios? Era curioso que justamente fuese mi nombre. Como también era curioso que aquella voz me resultase tan familiar.

- ¿Padre? - cuestioné, cuidadoso.

- Mmm... - la voz tosió y unos sonidos sordos me hicieron entender que se estaba incorporando después de haber tomado una posición más apropiada para sus eróticas caricias personales - Bienvenido, hijo mío.

- Deseo confesarme, padre.

- Adelante, hijo.

- Ave María purísima

- Sin pecado concebida

- He pecado, padre

- ¿Cuál es tu pecado?

- He cometido muchos pecados muy diversos padre, no podría contarlos todos - fijí un suspiro de resignación - pero mi peor pecado es ser lascivo, tener pensamientos lujuriosos.

- Es el pecado de todo hombre - suspuse el color de sus mejillas por su entonación.

- Lo sé, padre, pero yo no deseo a una mujer.

- ¿Entonces?

- Mis pensamientos están relacionados con otro hombre.

Su voz se silenció. Yo sencillamente sonreí de un modo tranquilo, sin producir sonido alguno. Me relamí los labios y aguardé sus palabras.

- Serás perdonado si rezas.

- ¿Y usted, padre?

- ¿Yo qué?

- Usted también piensa en otros hombres ¿No es así?

Un grito ahogado proveniente del otro lado aumentó mi sonrisa.

- Lo has oido, ¿No es así?

- Sí, así es, padre.

- ¿Qué quieres a cambio de tu silencio?

- Un beso, padre.

- ¿Un beso?

- Un beso - me levanté - apasionado pero dulce, sensual pero tierno, lujurioso pero inocente. Un beso celestial.

- No puedo concederte esa petición.

- Oh, no seais así, padre - caminé el par de pasos que me distanciaban de las pesadas cortinas rojas del confesionario y las aparté - Sé que lo deseáis. Ambos lo sabemos.

Sus mejillas, sus labios entreabiertos y sus pupilas continuaban dilatadas. Parecía asustado, sorprendido o quizá simplemente confundido. Tenía un toque erótico que provocaba mi lado más salvaje.

- No, no puedo - miró hacia otro lado.

- ¿No me reconoces, Matty?

Su mirada regresó a posarse sobre la mía. Sus ojos se abrieron de pronto, como si acabase de recibir una gran revelación. Supongo que hacía muchos años que nadie le llamaba de otro modo que no fuese padre, reverendo o señor Stevens. Quizá incluso alguien le había tratado por su nombre de pila, Matthew, pero nadie le llamaría Matty. Sólo yo lo hacía.

- ¿Ja... James? - sus manos se apretaron sobre su regazo, con los dedos entrelazados.

- Así es, Matty, he regresado.

- Dios mío, que vergüenza - se santiguó ante mi, mirando hacia el suelo.

- Sabía que te encontraría aquí - me acerqué aún más, acorralándole en aquel pequeño habitáculo - al final te decidiste por entregarle tu alma y tu cuerpo a Dios, ¿Eh?

- Sí... sí, así es.

Se puso en pie, dando un par de pasos hacia atrás, hasta encontrarse con la pared de madera que se encontraba a sus espaldas. Yo avancé esos dos pasos, para pegar mi cuerpo con el suyo y hablarle justo sobre los labios.

- Siempre te pedí que me lo entregases a mi, Matty.

- No deberías llamarme de ese modo aquí - colocó sus manos sobre mi pecho, intentando apartarme.

- ¿No estabas imaginando que te lo susurraba al oído mientras te lo hacía lentamente? - apartó su rostro, avergonzado - Seguramente imaginabas que te tomaba aquí mismo, en este confesionario.

- ¡Eso no es cierto! - sus ojos miraban el infinito, mas allá de la pequeña ventana de confesión.

- Deseabas que estuviese aquí para tomarte, porque aún estas ansioso por pecar, por probar las delicias del sexo prohibido - aproveché la dirección de su rostro para lamer lentamente su cuello.

- Guarda silencio, James Hawkes - su penetrante mirada de ojos azules se clavó en mi por completo.

- Nunca pensé que volvería a ver esos ojos azules.

- Yo tampoco pensé que tendría que volver a ver tu malévola y pícara sonrisa.

- Es el destino, padre.

- No digas sandeces, tú no crees en eso.

- Es cierto, yo sólo creo en mi mismo.

- Desaventurado el egocéntrico.

- Desaventurado el lascivo - sonreí de nuevo, dibujando una media sonrisa ladeada en mis carnosos labios - sé lo que estáis pensando, padre - mi mano elevó un poco su modesta toga negra - ¿O debería decir Matty?

- Ya da igual como me llames, mis oídos no te escuchan.

- Pero tu piel sí siente mis caricias.

Deslicé la mano por su muslo izquierdo, mientras la tela subía más y más, dejando su blanca y tersa piel al decubierto.

- ¡Quieto! - pretendió empujarme, pero en lugar de eso logró que mi mano izquierda inmovilizase sus dos manos sobre su cabeza.

- Soy más fuerte que antes, padre.

Su cara hizo un mohín de desesperación. Poco me importaba ya. Al fin volvía a tener aquel pequeño cuerpo entre mis brazos.

- También eres más malvado que cuando éramos niños.

- Tengo mis necesidades, como tú, Matty.

Alcancé su ropa interior y extraje de ella un pequeño miembro excitado, que había tornado en un color rojo y palpitaba intensamente. Tomé toda su extensión con mi mano e inicié un vaivén con ella.

- No... no... ha... gas... eso - sus labios volvían a estar entreabiertos y sus ojos ya no enfocaban bien.

- Es más agradable que te lo haga otro ¿Verdad?

Sin planearlo, asintió. Modió su labio inferior y elevó la cabeza hacia arriba, cerrando los ojos al mismo tiempo. Se notaba que era virgen. Tan sólo estaba tocándole un poco y ya se había puesto de ese modo.

- Si prometes portarte bien, soltaré tus manos y te haré algo mejor.

Su educada mente ya no resistió más los embites de su instinto y se dejó llevar. Le solté lentamente, pero no encontré oposición ninguna por su parte. Sencillamente, dejó que sus brazos callesen hacia los lados, inertes. Me miraba con los ojos empañados por el placer.

Me coloqué de rodillas y cambié mi mano por mi boca. Mis labios rodearon el grosor de su entrepierna, mientras mi lengua la recibía en su interior húmedo y caliente. El ritmo inicial era similar al que llevaba con las manos.

El pequeño devoto ahogó un grito en su garganta, tapandose la boca con una de sus manos. La otra, sin contar con la razón, se enredó entre mi pelo, acompañando mi compás.

A cada instante más caliente, a cada instante más duro. Era capaz de sentir todas y cada una de las emociones que pasaban por la cabeza de Matthew y eso me embriagaba de un modo aterrador.

- Si... si no pa...ras me... me... me... voy a ve... venir - apenas podía hablar y tomar aire al mismo tiempo.

Viendo la llegada de su clímax, aproveché para subir por uno de sus muslos con uno de mis dedos y alcanzar su entrada. La acaricié alrededor, mientras el concierto de gemidos de mi actual amante me deleitaba. De improviso, decidí que era el momento de que ese dedo conociese lugares inexplorados de la anatomía del sacerdote. Y así fue, metí el primer dedo.

- Es... molest... molesto - una mueca de desagrado se dibujó en su rostro, el cual apenas podía ver por mi posición.

Continúe con mi tarea, mientras jugueteba con el dedo en su interior, intentando mejorar su dilatación. Él había decidido volver a concentrarse en el placer e ignorar la molestia, por lo que se aproximaba de nuevo al clímax. Cuando introduje un segundo dedo, se vino entre mis labios.

- Pequeño descarado - me relamí y levanté, sin extraer los dedos de su interior - ahora tendré que castigarte.

- Castígame, por favor.

Esas palabras me encendieron más de lo que cabía esperar. Su rostro ya transformado en un hermoso retrato de la pasión mundana completaba la escena de seducción que me empujó a hundirme en mi lado salvaje.

- Lo siento, Matthew, no puedo más.

Le di la vuelta a su delicado cuerpo, tomando su cintura. Él apoyó ambas manos en la desgastada madera y de inclinó para mi. Apreté con fuerza su pelvis y le tomé.

Una oleada de calor me inundó al tiempo que un gemido desgarrador, en parte por el placer, en parte por el dolor, resonaba en mis oídos. Estaba bastante dilatado, pero puede que no lo suficiente.

- Due... Duele - masculló entre dientes.

- Tranquilo, me moveré lentamente.

Cumpliendo con lo dicho, comencé un lento movimiento de vaivén contra su cuerpo. Algún que otro sonido de molestia dejó paso a jadeos de placer contenido.

- Me... me está... gus... gustando... James... - pronunció mi nombre con un deje de afecto.

- A mi también, Matty.

Sentía todas y cada una de las zonas de su interior. Me sentía conectado en cierto modo a él, como nunca me había sentido antes. Era extrañamente embriagador, casi celestial.

Amenizados por la melodía de nuestros cuerpos al unirse y nuestras voces llegando a un éxtasis propio del mismísimo paraíso, nuestro descaro llegó a su fin. Mis embestidas finalizaron cuando llegué en su interior.

Agotado, me dejé caer sobre su espalda, evitando de todos modos cargarlo demasiado.

- Será una tortura seguir viviendo con este secreto - le escuché susurrar.

- Entonces no lo conviertas en un secreto - le abracé desde detrás - ¿Dejarías a Dios por mi?

Tragó saliva con fuerza.

- No.

- ¿No?

- No puedo abandonar a aquel que hizo que nos conociésemos.

- Él no hizo nada.

- Sí, el día que nos conocimos viniste a rezar por tu hermana cuando yo rezaba por mi madre.

- No vine a rezar, vine porque me habían dicho que un hermoso niño triste sollozaba ante el altar desde hacía días.

- Entonces me mentiste.

- Por supuesto.

Se giró y me enfrentó. En su rostro se mezclaban el enfado y la satisfacción con el alivio y el rencor. Pero sobretodo demostraba su amor devoto e incondicional.

- He pecado, padre, porque amo a un hombre.

- Tranquilo, hijo, yo peco del mismo modo que tú - besó suavemente mis labios - No es tuyo el pecado, sino nuestro.

 

 

Notas finales:

Espero que os haya gustado.

Yo disfruté escribiéndolo. Aunque yo disfruto escribiendo casi de todo.


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