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La mentira de una Mujer por Hali

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Notas del capitulo:

Le meteremos velocidad a esto para comenzar a publicar el final de esta hisotria.

n sonido estridente despertó a la joven que dormía en el saco de dormir a ras del suelo, abrió los ojos con pesar y se incorporó sobre el saco quedando sentada sobre éste, restregándose los ojos con el dorso de su mano. Lentamente giró la cabeza hacia el despertador, pues ese ruido molesto no cesaba, esperó, pero nadie se daba el trabajo de apagarlo, decidió esperar un poco más, aun así nadie detenía la alarma del despertador. Se levantó del saco de dormir, saliendo del calor de su lecho al frío del ambiente, para ella detener ese sonido que no la dejaba descansar bien, además le estaba empezando a doler la cabeza y eso no era bueno para ir a clases. Se acercó al velador en el que estaba el despertado, lo apagó y dirigió su vista hacia la cama por primera vez esa mañana y la sorpresa no tardó en aparecer en su rostro, ninguno de los dos hombres estaba en la cama, ella estaba vacía. Se sentó en la orilla de la cama, exhalando un profundo suspiro, mientras cerraba los ojos, pues creían saber muy bien en donde estaban y ... lo que habían... hecho….

Se levantó de la cama, abriendo los ojos y caminó hacia la puerta aún sin saber que hacer a donde ir, abrió la puerta lo más silenciosa que pudo y la cerró tras de sí, apoyándose en ella una vez cerrada y se quedó un buen rato así para decidir si hacer un escándalo o hacer como si no se hubiese dado cuenta de la ausencia de la pareja y preparar el desayuno.

Pronto se decidió y dirigió sus pasos hacia su habitación, antiguamente la de los huéspedes, y al llegar se detuvo en seco frente la puerta cerrada, movió una de sus manos hacia la manilla, pero al alcanzarla no hizo ningún movimiento más, pues aún estaba insegura de que hacer y de pronto quitó la mano como si la manilla quemara y metió sus manos en los bolsillos de su pantalón, encontrando una moneda en uno de ellos, no recordaba tener una, pero le servía para disipar las dudas. La tomó entre sus dedos y la lanzó al aire, dejando que cayera sobre el dorso de su mano, tapándola con la otra antes de alcanzar a ver el resultado, entraría si salía cara y si salía sello iría directo a la cocina sin detenerse en el camino.

Levantó lentamente la mano, mientras sus manos temblaban, sentía latir su corazón con fuerza, porque de esa simple moneda dependía lo que iba a realizar, además no quería entrar, aunque a la vez quería verificar si los conocía tan bien como para predecir lo que iban a hacer a sus espaldas, lo que le ocultaban.

Cara…., esa era la parte que había quedado boca arriba, en otras palabras significaba que ella entraría a la habitación. Volvió a posar su mano sobre la manilla, pero esta vez era distinta a la anterior, esta vez la giró. Con un leve chirrido se abrió la puerta al empujarla con suavidad, dejando a su vista a dos hombres acostados en su cama, uno en los brazos del otro, ambos desnudos, la cabeza de uno sobre el pecho del otro, irradiando cariño, era una sensación cálida que la envolvía, la cual nunca antes había podido sentir, ni siquiera con su madre, pues cuando la encontraba en una posición parecido, la mayoría de las veces era una person que ni ella conocía; a su alrededor se hallaban botellas de alcohol vacía, regadas de la forma más descuidada que se pudiese imaginar, y entremedio de éstas se encontraba la billetera del acompañante de su madre, y por ahí un fajo de billetes que iban destinados a ella. La mayoría de las veces no recordaba lo que había hecho o de donde había sacado ese dinero, pero no se paraba a preguntar, simplemente se iba al bar más cercano y se emborrachaba, para repetir el mismo ciclo y volver en la noche con otro tipo; lo peor era que en ningún momento había pensado en los traumas que pudiera ocasionarle a su hija, aunque no le importaba mucho.

Keiko dio un paso hacia atrás, para luego cerrar la puerta haciendo el menor ruido posible; sus pasos se dirigieron a la cocina para preparar el desayuno, al terminar, tomó aire y gritó lo suficientemente fuerte como para que un oso en pleno invierno se despertara.

-¡EL DESAYUNO ESTÁ LISTO!

Después se sentó en su puesto y esperó pacientemente a que su padre llegase a la cocina, cuando al fin llegó estaba acompañado de Horo-Horo, ambos al llegar se sorprendieron al ver únicamente dos puestos en la mesa, al parecer uno era para ella y el otro….

-Sé que te caigo mal, pero no por eso me voy a morir de hambre.- dijo muy molesto el peli-azul, pues si él se ponía a preparar su propio desayuno, llegaría tarde a su trabajo, además detestaba ser ignorado, a pesar del trato que había pactado con la hija mimada de Ren.

-¿Pasa algo de lo que no me he enterado?- preguntó Ren, al darse cuenta de que Keiko ni siquiera advirtió de la presencia de Horo-Horo.

-La ley del hielo- respondió el peli-azul entre dientes, ya que seguía resentido por la falta de su puesto, aunque ya no era tanto como unos segundos atrás.

-¿Eso no es un juego de niños pequeño?- preguntó divertido el oji-dorado.- Pensé que ya habían pasado esa etapa de sus vidas.

-No molestes- dijo Horo de forma cansina, mientras preparaba su desayuno para luego satisfacer su estómago, sin importarle llegar tarde a su lugar de trabajo, pues él no funcionaba con el estómago vacío.

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-Buenos días, alumnos- dijo emocionada la profesora que le hacía clases a Keiko, mientras entraba a la sala de clases y los alumnos se sentaban en sus respectivos puestos, empezando a hablar entre si, exasperando a la profesora, arruinándole su buen humor, pues era un curso difícil de callar, en especial en la primera hora del día, pues todos tenían que contarse lo que habían hecho la tarde anterior y, a pesar de que llegaban mucho antes al salón de clases, al parecer estaban demasiado cansados para hablar en ese momento y se animaban solamente cuando llegaba la profesora.

La maestra, cansada de tratar lo imposible, se sentó en la silla que estaba al frente de su mesa y abrió el libro de clases para poder firmarlo y llenar lo que sea lo que tuviese que llenar, vio la asistencia de los alumnos y para su desgracia estaba completa, lo que era tan probable como que un meteorito cayera sobre su cabeza, pero cuando pasaba era como el fin del mundo, pues nunca podía controlar el curso completo, siempre había alguien haciendo desorden o algo que la molestara, y era por eso que al final del día terminaba al borde de la locura, por esto iba regularmente al psicólogo, el cual le ayudaba bastante.

-Silencio- pidió la profesora con la esperanza de que le hiciesen caso, a pesar de haberlo intentado durante todos los días desde que era profesora de esa clase, pero siempre el mismo resultado, la ignoraban, a excepción de la nueva, que al parecer aún no tenía amigos, pero eso cambiaría, pues como siempre pasaba con los nuevos, los compañeros los transformaban en uno de ellos, era como un virus, que al estar alguien cerca de uno que estaba infectado, era contagiado y los síntomas se presentaban con rapidez.

-Niños cállense, por favor- rogó esta vez con lágrimas en los ojos, a punto de romper en llanto, con la voz quebrada, aún así no le prestaban atención. –¡Ya!- gritó fuera de si, desesperada, golpeando la mesa con la palma de sus manos, en un arrebato de ira que no había podido controlar, en ese momento se dio cuenta de que tenía que cambiar de psicólogo.

Al escuchar el grito de la mujer, todos los alumnos voltearon para verla, mirándola sorprendidos, pues no solía perder la cabeza tan temprano. Pero lo que los asustó era ver el estado en que se encontraba, sentada en su silla temblando, con la cabeza entre sus manos, murmurando palabras sin sentido.

Rápidamente uno de los alumnos salió del salón de clases, en busca del inspector de la escuela. Al encontrarlo, lo llevó a su sala, para que pudiesen hacer algo con esa mujer que había perdido los estribos.

Llamaron a una ambulancia, al llegar subieron a la maestra en ella y se la llevaron al hospital. El inspector apareció ante el curso para poder explicarles lo que harían en ese instante, pues no tenían un profesor de reemplazo.

-Buenos días, por un colapso nervioso de su profesora y al no tenerles otro profesor, harán una disertación de a dos, al ser un curso con alumnos de número par, nadie quedará solo, en una semana empezarán a exponer, para ese entonces ya tendrán otro profesor. El tema se los diré después.

El inspector esperó a que se formaran las parejas, para poder anotarlas y mientras anotaba a los dos alumnos, les iba diciendo el tema de su disertación. Cuando vio que nadie se acercaba para anotarse en la lista, preguntó:- ¿Falta alguien?

-Yo…- dijo Keiko, sin sentirse apenada por ser la que sobraba, pues ella se sentía superior a los demás, a pesar de su procedencia.

-¿Alguien más?- preguntó, pues sabía que no podía sobrar nadie, alzó la vista y vio como un joven levantaba la mano, en señal de que, al igual que la pelirroja, estaba solo.

Tenía el pelo negro azabache, el cual hacía resaltar su tez blanca, inmaculada, lo cual hacía que la mayoría de las personas pensaran que estaba enfermo. Sus ojos eran de un color verde esmeralda, sus labios eran finos y su cuerpo era delgado, no parecía hacer deporte, pues no se le notaban músculos bajo la camisa del uniforme.

Este chico miró de reojo a la pelirroja, pero volvió a concentrarse en un libro que yacía en su pupitre, sin importarle lo que dijera el inspector. Su semblante permanecía serio, totalmente indiferente de lo que sucedía fuera de su metro cuadrado.

-Ustedes dos trabajarán juntos- determinó el inspector sin esperar una respuesta afirmativa de parte de ambos, y luego abandonó el saló de clases, dejándolos solos, sin supervisión.

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Keiko estaba caminando por el centro de la ciudad con su compañero de trabajo, eran aproximadamente las 4:15 hrs. de la tarde, y llevaban caminado como media hora juntos, pero ni una sola palabra había salido de la boca de su acompañante, parecía una tumba, pero eso no le importaba, pues ella prefería el silencio, a pesar de que ni siquiera conocía el nombre de éste.

-Oye, a pesar de que estas tan comunicativo hoy, aún no sé tu nombre.- interrumpió la pelirroja el silencio que se había formado desde que habían salido de clases juntos, para conseguirse todo lo que irían a necesitar para su disertación.

- Shikimori Yuki.- respondió secamente le pelinegro.

-¡Vaya! Veo que tu nombre te describe perfectamente.- comentó en tono burlesco Keiko sin pensarlo, al recordar el significado del nombre del pelinegro.

-¿Por qué lo dices?- preguntó sin mucho interés el de ojos esmeralda.

- Pues tu nombre significa nieve, y tu no eres precisamente cálido para recibir a alguien que es totalmente ajeno a esta ciudad.- dijo con un tono sarcástico.

-¿Y qué querías¿Qué te diera la bienvenida con un abrazo, o que me acercara a ti sólo por ser nueva, o que te diga que podríamos ser buenos amigos, a pesar de que eso no me interesa?- preguntó algo irritado.

-No, estaba tratando de molestarte, eres algo así como Horo-Horo segundo.- comentó divertida la pelirroja.

-¿Quién?- preguntó levantando una ceja, en señal de que no entendía lo gracioso de lo que acababa de decir.

-Chiste interno.- fue la única respuesta que recibió, a pesar de no ser una respuesta satisfactoria, decidió por dejar el tema hasta ahí, pues eso no lo incumbía, aunque fuera a él a quien estaba comparando con otra persona.

Mientras pasaban cerca de un restaurante, algo conocido llamó la atención de Keiko, pues le había parecido haber visto a Tamao, pues era inconfundible con su ropa rosada, su pelo rosado, sólo faltaba que se pintara la piel rosada, aunque de seguro eso sería muy pronto.

Pero la perdió de vista al pasar una persona ante ella, y al tener al alcance de su vista el lugar en donde creyó ver a Tamao, ésta había desaparecido. Volvió a dirigir su mirada hacia el camino, pero para asegurarse, giró hacia el restaurante y ahí estaba, sentada y con alguien… le parecía conocido ese alguien, pero no estaba segura de estar viendo bien, ya que hace un momento no la había visto y estaba segura de haber mirado en el lugar correcto, y la gente no desaparecía de la nada, de eso estaba segura, pues lo había intentado varias veces: desaparecer de este mundo.

Yuki, que al percatarse de que caminaba solo, miró hacia atrás y vio a su compañera de curso a unos metros detrás de él, parada, mirando hacia un lugar en específico con los ojos semi-cerrados, para poder reconocer lo que fuera que estuviese viendo mejor. Lentamente Yuki volvió a ponerse en marcha, ésta vez hacia Keiko, para sacarla del trance en el cual al parecer se encontraba, pues no despegaba su mirada del lugar, el cual él no alcanzaba a ver, pues éste parte de la ciudad era muy transitada y las personas no encontraban nada mejor que hacer que estorbar.

-Oye, quiero salir rápido de esto, así que deja de estar parada como idiota.- le dijo en un tono autoritario y fuerte, cosa que molestó de sobremanera a Keiko, ya que no recibía ordenes de nadie, en especial de un niñato con complejo de superioridad. No porque fuese una chica iba a soportar ese tipo de abuso, tenía que hacerse respetar. Dirigió su mirada hacia el joven de ojos verdes con resentimiento, sintiendo odio, algo que toda su vida había experimentado.

-Tu no me das ordenes.- le susurró una vez que llegó a su lado cerca del oído con un tono grave y ronco, provocando un leve estremecimiento de parte del chico por el temor, y la mirada que le dedicaba Keiko no era mucho mejor, con las pupilas dilatadas, dándole un toque de psicópata y una mueca en su rostro se asomó, lleno de desprecio. -¿Entendiste?

-…..- las palabras no le salían, a pesar de que lo intentaba, pero el pavor de encontrarse frente a una chica que había vivido en la calle con una educación deplorable y no ayudaba el hecho de que ni siquiera la conocía, a penas sabía algo de ella y, lo que seguramente era el mayor problema, era que no le agradaba la gente, simplemente la detestaba; no entendía a las personas que querían estar junto con los demás; él , en cambio, prefería estar solo, aislado en su mundo sin que nadie lo molestase y penetrara la fortaleza de su mundo, el cual lo ayudaba a separarse de los humanos restantes; ni su familia lograba pasar por sobre su barrera, muchos veces había ido al psicólogo, pero nadie le había quitado el sentimiento de repugnancia hacia la humanidad, nadie….

-Me alegra que nos entendamos.- le dijo con una sonrisa socarrona, al ver que él no le respondía ni se oponía a su voluntad, pues, según ella, lo que ella quería era la única verdad; sabía que tenía el ego más alto de lo normal, pero ¿que es lo normal?, la palabra normal es tan relativa, al igual que todo, para alguien puede ser lo una situación normal, pero otra puede estar en total desacuerdo con la primera persona y pueden haber muchas más personas que opinen diferente; pero todo eso le daba lo mismo, ella era así y nunca le había importado lo que la gente pensara, pues los demás eran inferiores, seres insignificantes que no valían nada, para lo único que eran útiles era para satisfacer los deseos y necesidades de los demás, pero no porque ellos fuesen tan generosos que no prestaran atención a su persona, esos actos tenían un fin egoísta, un objetivo que los hiciera hacer sentir mejor, pues esperaban recibir un elogio, un miserable elogio de parte de los demás y de paso encontrarle sentido a su miserable existencia, la cual en el fondo no valía la pena. Por supuesto no siempre llegaba el tan anhelado elogio, pero nada perdían y si llegaba, se conformaban consigo mismos y seguían viviendo, en vez de terminar con sus vidas, que era nada más que un estorbo para las ambiciones de los demás. En cambio, los que se sentían molestados con la presencia de los arrastrados que querían su atención, se guardaban sus opiniones y les dedicaban una sonrisa y el esperado elogio, aunque fuese una mentira para no tener cargo de conciencia si decidían acabar con sus vidas y su tortura en el mundo.

Se alejó de Yuki, dirigiendo sus pasos hacia el restaurante, para hacer una de las cosas que más le divertía: molestar. Aunque podría seguir molestando y fastidiando a Yuki, pero no podía gastar su juguete el primer día en que lo recibió, no, hay que hacerlo de a poco, hay que disfrutar del muñeco por más tiempo, sino sería una perdida tremenda, y eso no sería fácil de reponer, pues le había gustado, le había alegrado poder tener y gozar de otro juguete; sabía que éste nunca remplazaría a Horo-Horo, pero este último tendía a reaccionar siempre del mismo modo y eso con el tiempo se volvía aburrido, casi agotador; en cambio, éste juguete era distinto, le mostraba todo lo que sentía con los ojos, este muñeco era muy transparente con sus sentimiento, en especial cuando el temor lo invadía; un muñeco así necesitaba por el momento, uno que le diese la satisfacción de saber cada miserable reacción y cada resultado de sus actos.

Cuando se iba acercando hacia la mesa de la peli-rosada seguida por el pelinegro, reconoció a la persona que estaba sentada junto a ella, era nada más y nada menos que el mismísimo Horo-Horo. Mientras se iba acercando se corazón se iba acelerando por la emoción y la excitación que le producía haber encontrado al peli-azul con la tontita, y eso se lo iría a restregar por la cara hasta hartarse. Por supuesto tendría que buscarse una forma sutil de hacerlo, pues no era del tipo de personas que se dejaban guiar por un impulso, el cual no los dejaba gozar del todo el momento, pues no lo exprimían al máximo hasta hacer explotar el objetivo, aunque quizá por esta vez ella lo dejaría pasar, pues no estaba con ánimo de presionar su capacidad al límite; hoy no, pues se había levantado muy temprano en la mañana y eso no la dejaba de molestar el resto del día, a pesar de que no estaba cansada, pero algo en ella le repetía una y otra vez que había dormido poco, y el simple hecho de estar fuera, le recordaba eso.

Al llegar puso su mejor sonrisa, una irónica evidentemente, se paró con una postura que mostraba superioridad, se arregló el cabello, para que no pareciera como si estuviera desesperada por encontrarlos juntos, sino que pareciera mera casualidad, y con la cabeza en alto se hizo notar con un suave carraspeo, pero uno que permitía descifrar que estaba ahí no para hacer vida social, sino para cambiar su atmósfera de paraíso a un infierno; lo que no sabía era que para el pobre de Horo-Horo, esto no era el paraíso, sino una conversación aburrida y fatigosa.

.-. back.-.-.

Todo le había salido bien a Horo-Horo y por eso tenía una enorme y radiante sonrisa dibujada en su rostro, una que hace tiempo no se le veía, específicamente, desde que había llegado Keiko. Pero ese día era diferente, único, pues había pasado la mejor noche como desde hace mucho no, aunque no había dormido mucho, pero eso no era impedimento para que la felicidad llenara su corazón y lo hiciera volar.

A pesar de tener que ir al trabajo, nada le podría quitar esa sonrisa que llevaba, o por lo menos eso creía, hasta que sonó el teléfono, puso el auricular contra su oído con una energía que no se le había notado en el último tiempo, pero al escuchar la voz de la persona que se encontraba al otro lado de la línea, su felicidad se derrumbó sobre si, aplastándolo sin consideración, como a una rata asquerosa. Era nada más y nada menos que la peli-rosada: Tamao, el infierno sobre la tierra, después de Keiko.

-¡Hola, mi amor!- le gritó por el teléfono, al saludarlo, obligándolo a alejarse del teléfono para que no le rompiese los tímpanos, aunque quizá eso le ayudaría a dejar de escuchar su voz, pero eso le impediría escuchar la voz harmoniosa de Ren.

-¿Por qué a mi?- se preguntó más bien para si que para Tamao en un susurro, compadeciéndose de si mismo al tener que soportar el acoso e la peli-rosada, porque eso era: acoso. No lo dejaba en paz en ningún momento y sabía cuando era el momento indicado para echarle a perder el día, aunque no fuese su intención, pero de seguro se debería haber dado cuenta de que él no la quería a su lado, porque había que estar muy ciego si no veía las muecas de disgusto al sólo escuchar nombrarla.

-¿Qué cosa¿Dijiste algo?- interrogó la peli-rosada al escuchar un murmullo lo suficientemente alto como para escucharlo pero no para entenderlo. Ella estaba segura de que era algo malo para ella, como no darse cuenta del tormento que le causaba al peli-azul con verla, pero si se daba cuenta de que no había nadie en este mundo que lo quería tanto como ella, él de seguro iría por ella y la haría suyo, de eso estaba segura, y por eso esperaría, porque ella sabía que la espera se vería recompensada tarde o temprano y ella estaría disponible en ese momento, no le importaba si eso demoraba años o décadas, ella tenía paciencia.

-¿Qué quieres?- le preguntó con una voz de viejo y cansado, como si lo hubiesen cambiado por otra persona, como si ya no fuese él, como si estuviese poseído por un demonio, por el demonio que llevaba en su interior que sólo salía a flote al verse en una situación no deseada, más bien en una situación detestada.

-Quiero que almorcemos juntos, mi amor, mi algodón de azúcar, mi ángel caído del cielo, mi …. – seguía diciendo Tamao sin respirar entre cada palabra, como si su vida dependiera de ello.

-¡Cállate!- le gritó el peli-azul en tono autoritario y cortante, logrando su objetivo, que cerrara su boca por un poco de paz que se la había arrebatado a hacer el simple hecho de llamar y molestar su tranquilidad. –No puedo, tengo un almuerzo de negocios.- se excusó, a pesar de que no era cierto, pero prefería almorzar solo que mal acompañado.

-Entonces,…. podríamos comer algo en la tarde.- propuso Tamao esperanzada, pues sabía que lo anterior era un pretexto, pero no podía tener almuerzos de negocio todo el día.

-¿Sabes? Hay un pequeño e insignificante problema…- comenzó explicando Horo-Horo a la peli-rosada para que entendiera de la forma más fácil que podía.- …. no quiero comer contigo, no quiero verte, no quiero escucharte.- terminó diciendo, con la esperanza de que este intento de que ella entendiese de que no la soportaba no le entrase por un oído y le saliese por el otro como la mayoría de las veces.

-Entonces tendré que decirle a Ren sobre nosotros. –condicionó Tamao, sacando una carta bajo la manga que Horo-Horo creía inexistente, pues no sabía como ni cuando se le había ocurrido caer tan bajo como para ocupar una mentira para atarlo a ella.

-¿Qué nosotros? No hay un nosotros. –le dijo el peli-azul cansado de la conversación tan agotadora y fastidiosa, que en el fondo ya habían tenido varias veces, pero con diferentes palabras, y siempre con el mismo resultado…. Ella seguía viviendo su cuento de hadas y él su infierno del cual no tenía escapatoria.

-No importa, mi amor, porque estoy segura de que me va a creer a mi si le cuento sobre lo nuestro, pues seria muy obvio de que tu lo negarías todo¿o no?-dijo con tono inocente Tamao, el cual no se adecuaba al a situación. –Además, también estoy segura de que tu hijastra me apoyaría a mi y no a ti, a pesar de que le caigo mal.- terminó su amenaza racionalmente, haciendo lo imposible por acorralar a Horo.

-¿A qué hora había dicho?- preguntó derrotado el peli-azul, al no poder ver escapatoria alguna.

-Aún no he dicho la hora, cariño, pero no importa. A las cuatro.

.-. Flash Back.-.-.

Desde ese momento había estado deprimido por saber lo que le esperaba a Horo-Horo, y todo había empeorado al llegar la hija de Ren, Keiko, como siempre para echar a perder su día aún más de lño que ya estaba, como si no bastara que Tamao lo hubiese amenazado con algo que no existía, pero que de seguro tendría con que apoyarse u esa era Keiko.

-¡Hola! Supongo que me han echado de menos.- exclamó la pelirroja después de que ambos se volteasen a ver quien había llamado su atención de forma tan forzada, y al verla, su sorpresa no se hizo esperar, en especial se pudo ver en sus ojos que se abrieron desmesuradamente, como si lo hubiesen planeado de antemano, pues les había salido en una sincronización excelente.

-¿Nos estás siguiendo?- preguntó el peli-azul, recobrando la seriedad en su rostro al recuperarse de la sorpresa que le había causado la aparición de Keiko, pues, a pesar de que sabía de que era un rastreador humano, no se lo había esperado, pues se suponía de que ella no salía de la casa, y menos con alguien, pues se suponía de que no tenía amigos, ella misma lo había reconocido que no era querida por los demás. -¿Y ese quién es?- preguntó después de no recibir una respuesta directa, pues le había bastado la expresión de la pelirroja que le indicaba que él simplemente tenía mala suerte y que eso ella lo iba a ocupar en su contra.

-No tenía intención de decírtelo, pero he recapacitado y seré buena contigo, así que te lo diré… - le dijo en tono sarcástico a Horo-Horo, mientras se iba acercando a éste, hasta casi poder sentir el calor que emanaba, un calor repugnante, que en su piel se sentía sucio, un calor casi sofocante. Pero como no dejaría sus sentimientos a flote, no se alejó, no hizo ninguna mueca de desagrado, no dejó escapar ningún quejido; simplemente se acercó a su oído y le susurró: Mi testigo.

Luego de eso, se alejó de él, a pesar de querer hacerlo lo más rápido posible, no se apuró, se apartó con una clama casi excesiva, que, cualquiera que la conociera bien, habría notado lo que le provocaba el peli-azul, pero ese cualquiera no existía, y nunca había existido, pues no había dejado que nadie penetrara su fortaleza, la cual había construido para que nadie la pudiese herir jamás, ya que, a pesar de lo que demostraba ser, era una persona débil, asustada y cobarde. Es por eso que se había metido en las drogas, para escapar de su vida, para escapar de su realidad; y eso la avergonzaba, la hacía odiarse…. y si se odiaba a si misma, lo único que le quedaba era odiar a los demás….

-¿Testigo de qué?- cuestionó el oji-negro, al sentir la presencia de Keiko lejos de su ser, al verse libre de la cercanía de la hija de su novio, muy hija será, pero no le quitaba lo antipático y odiosa. Había intentado de todo: conocerla… no había servido, enfrentarla… tampoco, ignorarla… menos…. Ya no la toleraba, la quería fuera de su vida y en ese instante. Amaba a Ren, pero todo tenía un límite, y ella lo había cruzado hace mucho, y vaya que lo había cruzado…, nunca en su vida había sido capaz de odiar tanto, ni siquiera se creía capaz de hacerlo.

-De que tu le estás siendo infiel a mi padre.- lo dijo como si fuera lo más obvio del mundo, como si fuese la única verdad existente y no hubiese otra, y mientras decía esto Tamao sólo asentía a cada palabra que pronunciaba la pelirroja descaradamente, sin importarle que el afectado número uno sería su amado Horo-Horo, pues le convenía estar de parte de la fastidiosa de Keiko, a pesar de que sabía de la existencia del odio en ella hacia si, pero ellas podrían hacer un equipo, sólo hasta que ambos hombres se separaran definitivamente. Por supuesto sabía además de que la pelirroja había hecho una gran parte del objetivo, y que de seguro ella no tendría que hacer nada, así que mejor no se metía en la boca del lobo y sólo se quedaba observando como ella los separaba sin ofrecer su ayuda que no serviría de nada y que además, si el peli-azul se llegara a enterar, todo hipotéticamente, ella lo perdería completamente, sin siquiera haberlo tenido antes, y eso ocasionaría un problema.

-No de nuevo.- comentó Horo-Horo en tono bajo y lastimero al escuchar las palabras de Keiko, apoyando su cabeza en sus manos, como si le doliera. Volvió a levantarla y observó a la pelirroja, vio cada facción de su cuerpo, figura, todo. En ese momento se dio cuenta de que era bien parecida, pero si no fuera por ser la persona más antipática del mundo, le caería bien, y quizá hubiesen sido amigos, pero ese hubiesen quedó en el aire, pues eso nunca pasaría al ser una suposición, una mera suposición. La observó mejor que antes y, a pesar de que el color tan peculiar de los ojos de Ren y Keiko era el mismo, no se parecían en nada, pero otra cosa, a parte de lo físico, es la primera impresión que daban, seres totalmente autoritarios y serios que les gustaba dominar, sea lo que sea, pero al conocer mejor a Ren, se dio cuenta de que las apariencias engañan, pero con la hija no fue así, quizá había sido porque no había estado dispuesto a acercarse a ella, pero tampoco después cambió su opinión.

-¡Oh, si de nuevo!- exclamó la pelirroja, después de sentir la mirada escrutadora de Horo-Horo posada sobre si, la cual la dejó indefensa por una fracción de segundo, la había dejado desnuda en un lugar público, y eso la había asustado, porque no le solía ocurrir muy a menudo, más bien nunca, nadie se atrevía a mirarla de esa forma, todos desviaban su vista hacia otra dirección, para no tener que enfrentar la suya llena de odio y rencor, el cual desbordaba de si como un río en un invierno lluvioso, como si su ser sólo pudiese emanar ese sentimiento y no otro, como si lo único que supiese hacer es odiar.

-Dulzura,..- le habló hacia Yuki, del cual se había olvidado por un momento pero que aún seguía ahí. –Recuerda, la niña rosa es Tamao y el niño celeste es Horokeu.- le dijo en un tono que se ocupa para niños pequeños, los cuales sólo entienden en ese tono agudo y chillón, el cual es molesto después, en la adultez. Por supuesto sabía de que él nunca se fijaría en los nombres de ambos, pero era para que el peli-azul creyera que al decir de que era su testigo, lo creyera en serio, a pesar de que sabía que era difícil de creer, pero con él uno nunca sabía con certeza, por lo menos en esa área era impredecible. –Ahora nos tenemos que retirar, el deber nos llama.

Lentamente, en un andar sensual y acompasado, con el cual hacía que las miradas de los demás clientes de restaurante se volteasen a verla, jugando con su pelo en un lento vaivén, sonriendo como si hubiese tenido una charla amigable, se fue del lugar, pero se detuvo al notar que su sombra o juguete, cualquiera de los dos nombres estaba bien, no la seguía. Se volteó a ver a su compañero de clase y trabajo, para ver que mierda le pasaba, y lo vio totalmente perdido, como si no supiese si ir tras ella o si alejarse lo más rápido de ella, y a pesar de que la segunda opción hubiese sido la más sensata, él emprendió su marcha hacia su dirección, pero únicamente para terminar con el bendito trabajo, en el cual no habían podido avanzar por culpa de la pelirroja, la cual parecía haber olvidado le razón por la cual se encontraban en el centro.

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Horo se encontraba en el departamento que compartía con Ren, esperando, esperando a Keiko, la causa de sus problemas, la estaba esperando para hablar de forma civilizada con ella y hacerla entrara en razón para que no le dijera nada al oji-dorado, el cual llegaría tarde ese día, puesto que tenía que terminar unos asuntos para el día siguiente; eso lo sabía, ya que Ren le había llamado para avisarle del improvisto.

Se había sentado sobre el sofá para descansar y relajarse un rato, para después tener la energía suficiente como para enfrentar a la pelirroja. Se movía sobre el sillón, sin encontrar una posición cómoda, ya que con sólo saber que pronto llegaría el ser más despreciado y aborrecido de su parte no lo dejaba relajarse. Además de todo él odiaba esperar, porque eso le hacía estar en constante alerta, cada sonido al otro lado de la puerta, cada movimiento que escuchaba, y lo pero era que cada sonido se ampliaba más, tensándolo más. Lo malo era que no llegaba nunca, desde que los estudiantes se habían marchado del lugar con la excusa de tener algo que hacer, se había quedado media hora más hasta que un dolor de cabeza lo había invadido, agravandose más mientras pasaba tiempo con Tamao, pero una vez lejos de ella se le había pasado, se había ido. Pero ahora que se encontraba esperando a la pelirroja le había vuelto el dolor, desesperándolo más.

-Tenemos que hablar.- le dijo con tono autoritario y grave Horo al ver llegar a la joven a través del umbral de la puerta, quien lo miró de reojo, restándole importancia a lo que tuviese para decirle.

-¿Qué es lo que quieres?- preguntó ella con voz cansina, apoyándose en una pared que le quedaba cerca y de la cual podía observar al peli-azul sin ningún problema, enderezándose y buscando energías para hacer lo que mejor sabía hacer: molestar. –¿Me vas a ofrecer dinero para comprar mi silencio o me vas a amenazar con matarme si no guardo tu secreto?- preguntó, mientras que su voz cambiaba a una llena de despotismo y ironía. Entre tanto Horo-Horo se había parado del sillón que en ese momento le parecía tan incómodo, además se sentía más débil e indefenso al ella estar parada y él sentado.

-Yo no sería capaz de caer tan bajo.- fue la única respuesta que obtuvo de parte del peli-azul, quien estaba había caminado hacia ella para poder encararla mejor.

-¿Qué acaso no es caer bajo ser infiel?- preguntó con una voz llena de ingenuidad e inocencia, molestando a Horo por usar ese tono.

-Deja de mentir, yo no le soy infiel a Ren…. – le dijo casi en un susurro, apretando los dientes para no perder el control de si mismo y que el odio que sentía por ella se manifestara de una forma deseada pero prohibida. Su aliento chocaba contra el rostro de Keiko y ambos rostros estaban muy juntos, podían sentir el calor de la otra persona y las miradas chocaban, haciendo que el aire se tensara.

Al sentirla tan cerca, Horo perdió el poco razonamiento que le quedaba, ya no podía controlar lo que su cuerpo hacia y dirigió sus manos al cuello de la blusa del uniforme de la joven, lo agarró y con todas sus fuerzas contra la pared que estaba a sus espaldas sin delicadeza, sino con rudeza, provocando un golpe que se había alcanzado a escuchar claramente por todo el departamento. En una fracción de segundo, soltó levemente el agarre para rodear con las manos el pálido cuello de la pelirroja, notándose un gran contraste entre el color de cada piel, poco a poco empezó a ejerce presión sobre el delicado cuello, mientras que la muchacha le quitaba de a poco el tan necesitado aire, sus labios se entreabrieron en un intento desesperado por recibir aire, sus pupilas se dilataron y luego cerró los ojos por el dolor que sentía, mientras que la razón del peli-azul no funcionaba correctamente, la pelirroja se aferró con los dedos a la pared y su rostro se volvía más pálido. Mientras tanto, Horo gozaba el espectáculo de Keiko sufriendo, al fin veía que ella era igual a él, que sentía dolor, que poseía sentimientos. Pero de repente, de un instante a otro, una imagen de Ren le cruzó por la cabeza y en ese momento empezó a razonar. Al verse a si mismo estrangulando a la hija de éste, se asustó de si mismo y la soltó lo más rápido posible, como si quemara el contacto de su piel con la suya. Era su sueño, siempre en sus sueños se veía matando a Keiko y luego al ver el cadáver aparecía Ren en su lugar, pero ésta vez no era un sueño, era la realidad, lo estaba viviendo.

Keiko cayó al suelo con un golpe seco, a ras del piso la pelirroja se aferraba al cuello e intentaba por todos los medios regular su respiración y sus emociones, pues en ese momentos lo único que quería era llorar sin importarle quien estuviese presente, pero sabía que si se dejaba llevar por sus impulsos se arrepentiría el resto de su vida, nunca antes la habían tratado de matar por muy insoportable que hubiese sido.

-¿Por qué te detienes?- le pregunta una vez recobrada la compostura y controlados sus sentimiento que amenazaban con salir a flote en forma de lágrimas, pero ya no, su mente se había enfriado y su pose de superioridad había vuelto. –Como lo pensé, eres un cobarde.- le dijo despectiva y socarronamente, mientras se levantaba del suelo. –Vamos, sigue.- le dijo alentándolo.

-¡Sal de aquí¡Vete a tu cuarto! –le ordenó a Keiko con miedo a perder el control de sus actos de nuevo, pero ella permanecía ahí, desafiante. –¡Sal de aquí!- le volvió a gritar Horo, pero ésta vez más fuerte y de una forma ensordecedora que provocó que la mirada de la pelirroja se volviera más dura y fría, entrecerrando los ojos en una señal de odio intenso.

A cada segundo que pasaba, al peli-azul le parecía escuchar con más claridad la respiración dela pelirroja, que a medida que pasaba el tiempo se volvía más fuerte y audible, como si estuviese tratando de tragarse todo lo que tenía para decirle. Su pecho se expandía y se contraía una y otra vez, más notoriamente, hasta que desapareció de la vista de Horo-Horo, y luego de un rato alcanzó a escuchar como Keiko cerraba la puerta de su habitación de un golpe.

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Acababa de llegar y se encontró con el departamento a oscuras, o por lo menos por los lugares que había pasado que no eran muchos, pero era extraño, se sentía incomodo, sentía la atmósfera densa. Lo primero que se le pasó por la mente era que de seguro estaban dormidos, aunque había esperado otra cosa al llegar: había imaginado un lugar lleno de sangre y a ambos peleando, quizá no tan exagerado, pero algo parecido.

Se dirigió con pasos lentos a su dormitorio, arrastrando los pies; al entrar, se tuvo que tapar los ojos, pues había sido un cambio muy brusco, de completa oscuridad a una luz extremadamente luminosa. Poco a poco sus ojos se fueron adaptando a la claridad de la luz, una vez acostumbrados buscó a Horo-Horo con la mirada. Lo encontró sentado al borde de la cama, con los brazos caídos y la cabeza inclinada, evitando que el oji-dorado pudiese ver la expresión de su rostro.

-¿Sucede algo?- le preguntó Ren preocupado al ver a su pareja tan decaída como estaba en ese momento, pues no era normal en él, simplemente no era él.

-No aguanto más….- comenzó diciendo con la voz quebrada a penas audible. -Me saca de quicio…. Y hoy estuve a punto de….- pero se detuvo, pues las palabras no le salían, además temía por la reacción del oji-dorado, pues no era un hecho muy reconfortante. Ren simplemente le escuchaba con atención, sin interrumpirlo o presionarlo, pues con el tiempo que llevaban juntos, lo conocía bien y no era bueno forzarlo a decir algo que había decidido guardarse para si mismo. –Esto tiene que terminar ahora.

-¿A qué te refieres?- le preguntó el oji-dorado intrigado por la respuesta de su pareja, además dudaba que lo que él había entendido hubiera sido la intención de Horo.

-Tienes que elegir.- le dijo cortante, levantando la cabeza para fijar su vista en los ojos de su novio, el cual se mostraba sorprendido por la respuesta.

-¿Elegir¿Elegir qué?- le preguntó haciéndose el desentendido una vez que se hubo recobrado de la sorpresa, sin saber si el peli-azul se refería a lo que había entendido él.

-A quien prefieres, si a ella o a mi.- le dijo sin vacilar en su respuesta, mientras se levantaba de la cama y se paraba al frente de Ren.

-Tiene que haber otra solución.- trató de disuadir a Horo para que deje esa absurda idea, porque le era muy difícil, pues ambos estaban grabados profundo en su corazón.

-No, no la hay….. ahora tienes que elegir, ella o yo.- persistió sin dar su brazo a torcer, sabiendo que de eso dependía su felicidad, pero confiaba en Ren, confiaba en que elegiría lo correcto….


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