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La mentira de una Mujer por Hali

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Después de eso, silencio, sólo se podía escuchar las respiraciones de ambos, nada ni nadie rompía el silencio que se había formado después de las palabras de Horo-Horo, pues el futuro de ambos dependía de la decisión de Ren, su felicidad, todo…. A pesar de que el peli-azul se estuviese muriendo con la espera, con el tiempo que se demoraba oji-dorado en decidir, él se moría por dentro, sabía que se podría arrepentir de lo exigido a su pareja, si es que lo seguía siendo, pero era algo que tenía que hacer, tenía que ser fuerte, pues o sino él se convertiría en un criminal, en un asesino…, y eso no lo quería por ningún motivo, no quería pasar años en prisión por haberse manchado sus manos con la sangre de Keiko.

De repente sintió los brazos de Ren abrazándolo fuerte contra si, en un abrazo cálido y hasta en cierto punto desesperado; al principio Horo sintió felicidad y alivio, pues era de lo más seguro una señal de que el elegido sería él, estaba seguro de eso, pues era la única razón que pudiese haber para que reaccionara de ese modo, no se le ocurría otra motivación por el cual lo abrazara así, y lo abrazó.

Una sonrisa cruzó el rostro del oji-dorado, por sentir a Horo tan cerca, pero sabía que tenía que aclarar las cosas, al parecer el peli-azul estaba confundido por su forma de reaccionar, pero era demasiado pedir, sabía que esto le dolería, le dolería separarse de Horo-Horo, de la calidez de sus brazos, de su cuerpo.

-Te voy a extrañar.- le susurró cerca del oído, apoyando su cabeza en el hombro de su pareja, para disfrutar de él mientras dure el abrazo, mientras lo tuviese cerca para impregnarse con su aroma, para grabar en su cuerpo su calor, para tenerlo presente aunque estuviese lejos, lejos de él…. Aunque sabía que le haría daño, le heriría el recordarlo, mientras él ya no estuviese ahí, con él, acompañándolo en la soledad del departamento, pues sabía que su hija no estaría para siempre con él, pero, sabiendo eso, no la abandonaría, nunca….

Luego del que parecía un interminable abrazo, Ren se separó de él, se alejó bajando la cabeza, para que no viera la expresión de su rostro, la cual no podía evitar, por más que lo tratara. No es que le diere vergüenza que el peli-azul lo viera así, pero no quería mirarlo a los ojos, sino no podría contener las lágrimas que amenazaban con salir. Así que salió de la habitación, dejando a Horo-Horo solo, mientras se recuperaba de la sorpresa que acababa de recibir.

-Si quieres puedes quedarte.- le dijo Ren antes de cerrar la puerta tras de si, dejando en la habitación a un Horo-Horo totalmente perplejo. No sabía como reaccionar, no sabía si enojarse o simplemente resignarse, pues en parte era su culpa, ya que él fue quien puso a Ren entre le espada y la pared, fue él quien lo obligó a elegir, a decidirse por uno de los dos, y él había perdido, era él quien tenía que desaparecer de la vida del oji-dorado, era él quien se tenía que ir….. y le dolía….

Como por arte de magia su cuerpo se empezó a mover, comenzó buscando una maleta, luego sacó su ropa del armario, la dobló cuidadosamente y la metió en la susodicha maleta, todo lentamente, sus movimientos apenas y los podía controlar, su cuerpo se movía por inercia, y su mente repasaba una y otra vez lo ocurrido hace unos minutos, lo veía claramente como si estuviera viendo una película, la cual era retrocedida y puesta en reproducir otra vez; las imágenes, los sonidos, todo se repetía sin cesar, torturándolo con cada segundo que pasaba, pues si no se lo hubiese pedido, nada de esto estaría pasando… no estaría sufriendo de esa manera….

Cuando hubo terminado de buscar lo esencial, lo justo y necesario para poder subsistir fuera de su hogar, lo demás lo iría a recoger al día siguiente… en un momento en que Ren no estuviese para ahorrarse el dolor de verlo, el dolor de perderlo, de abandonarlo…. A pesar de que le había dicho que podía quedarse, sabía que eso era imposible, sabía que la conversación tarde o temprano se volvería a repetir, que él volvería a perder el control, que eso volvería a estallar, y quizá podría terminar peor de lo que ya había acabado esa vez.

Salió de la habitación y se encontró con un pasillo a oscuras, las luces estaban apagadas, sólo se veía la tenue luz que traspasaba las cortinas de las ventanas, se dirigió hacia la puerta de salida en total silencio, tratando de que ni siquiera su respiración fuese audible, siguió caminando con paso lento, levantando la maleta para que no hiciera algún sonido al ser arrastrada sobre el piso, pero cuando quiso girar la manilla de la puerta para abrirla, escuchó la voz de Ren desde el living.

-¿Ya te vas?-le preguntó el oji-dorado al peli-azul al verlo pasar frente a sus ojos tratando de ser lo más silencioso posible, pero eso no estaba en sus capacidades. Al escuchar su voz, enseguida se detuvo, como si su cuerpo sólo le obedeciera a Ren, haciendo caso omiso de lo que su cerebro le mandaba, ignorando por completo sus ordenes. Se volteó a verlo, estaba sentado en un sillón, sólo se alcanzaba a ver con dificultad su silueta. –Al parecer no quieres quedarte.- comentó más para si que para Horo con decepción, al ver un brillo de determinación en los ojos de éste, la determinación de marcharse.

-No es que no quiera quedarme, sino que no puedo quedarme.- le explicó con tristeza, sintiendo un espacio en su interior vacío, sintiendo su corazón hecho pedazos, pero él era terco y no daría su brazo a torcer, no, ese tipo de acciones no existían en su vida, nunca, aunque se estuviera muriendo, se dejaría convencer de lo contrario a sus convicciones, era su decisión y la tendría que aceptar con sus consecuencias, aunque eso significase sacrificar lo mejor de su vida, por supuesto, si algo cambiaba, si se volvía a dar la oportunidad de volver a su vida que había decidido abandonar hace cinco segundos atrás, sin la fastidiosa de Keiko, él la tomaría, él gustoso volvería a los brazos de su único dueño, el dueño de su cuerpo, alma y corazón. Y con esos pensamientos y la esperanza de que algo pasara, cualquier cosa, para volver con Ren, cruzó el umbral de la puerta y desapareció del departamento, dejando un silencio incómodo y un espacio vacío.

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Había manejado un buen rato por las calles de la cuidad, las cuales parecían abandonadas, oscuras, pero principalmente sin vida, todas las luces apagadas en las casas, las únicas luces que permanecían encendidas eran las de los bares y clubes nocturnos, en los cuales le apetecía entrar y olvidarse de sus penas y miserias, pero aun así pasó de largo, no tenía las fuerzas ni los ánimos necesarios para salir del coche y dirigirse hacia uno de esos locales, sencillamente no podía, así que siguió su marcha hacia la periferia de la cuidad, en donde se encontraba la mayoría de las casas, mejor dicho, la casa en donde se había decidido pedir alojamiento, a pesar de la hora, pues por ningún motivo iba a dormir en el interior del auto, y prefería ir a donde un amigo que ir a un hotel, en donde lo único que lograría sería deprimirse más.

Al llegar al frente de la casa, notó que todas las luces del interior estaban apagadas, y temió despertar a los habitantes de esa casa, pero aún así se estacionó al frente de ella, salió del auto y se fue hacia la puerta, dudó un poco, pero luego se decidió a tocar el timbre, y así lo hizo. Esperó un rato hasta que vio la figura de Yho en la puerta en bata de dormir, mientras bostezaba.

Al reparar el Asakura en la persona que se encontraba molestándolo a las 3:00 am., se sorprendió, pues nunca se había esperado encontrar al peli-azul, en especial con esa cara que irradiaba tristeza. Sin pensarlo dos veces lo invitó a entrar, para llevarlo al living. Lo invitó a sentarse en el único sillón que había en esa habitación, mientras se sentaba a la vez en él.

Después de escuchar la razón de su presencia en su casa, le ofreció la habitación que estaba libre en ese momento para que se quedase el tiempo que necesitara, pues le gustaba ayudar a sus amigos cuando lo requerían. Muy agradecido Horo-Horo se dirigió a la susodicha habitación y se acostó en ella, pero a pesar de la comodidad, de la calidez de la cama, de lo acogedora de la casa, no pudo conciliar el sueño, pues no dejó de pensar en Ren y su última conversación que tuvo con él.

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Keiko, quien se había despertado de un golpe, pues aún le daba vueltas en su cabeza lo ocurrido la noche anterior, aún recordaba el miedo que le había producido la mirada del peli-azul, aún le aterraba el momento en que le hacía falta el aire, aún podía sentir el horror de tenerlo tan cerca, sus manos sobre su cuello ejerciendo una fuerza brutal sobre éste; estos recuerdos provocaban que ella se estremeciera por el terror; cuando intentaba dormir, volvía a vivir ese momento; aunque no lo quisiera aceptar, aunque quisiera hacerse la fuerte, le daba miedo tener que enfrentarlo cara a cara, por eso, cuando despertaba en medio de la noche no salía de su habitación, por eso prefería estar encerrada en ella hasta el día siguiente, para que nada similar le pudiese pasar, pues sabía que Horo-Horo no sería tan estúpido de intentar algo en su contra en presencia de Ren.

Ya había amanecido y ella se encontraba sentada en la orilla de su cama, vestida, con la cabeza inclinada, dormitando, pero como no quería soñar, no quería revivir el momento aterrador que vivió el día anterior, trataba de mantenerse en despierta, por eso simplemente esperaba a que llegase una hora prudente para levantarse e ir a tomar desayuno, pues sería extraño que se levantara dos horas antes de lo acostumbrado. Ya que había tenido una mala noche, el cansancio estaba grabado en su rostro, sus ojos estaban rojos y bajo ellos tenía unas ojeras notorias, las cuales delataban la falta de sueño. Pero eso no era lo único distinto a todas las mañanas, además se había puesto una bufanda, la cual le cubría el cuello y unas heridas y moretones, producto de lo ocurrido. No el importaba que el sol hubiese salido, que hiciese calor, que no hubiese ninguna nube en el cielo y que el viento no soplara una brisa fría, aún así se había puesto la bufanda.

Salió de la habitación, rumbo a la cocina, pues quería desayunar, ya que la noche anterior ni siquiera había podido hacerlo, pues después de lo ocurrido con Horo-Horo, no volvió a salir de su dormitorio, además le dolía la garganta con sólo tragar. Lentamente, con pasos sigilosos se acercó al living, el cual conducía a la cocina, pero todo parecía sombrío, las cortinas cerradas, ni una ampolleta prendida, no tenía vida, parecía una casa abandonada, pero limpia. Fue a la cocina, pero estaba igual que el living, vacío. Y lo peor, no alcanzaba a escuchar nada, sólo su propia respiración era audible, y a cada paso que daba le parecía escuchar otro detrás de si, como si la estuviesen siguiendo, pero al darse vuelta, no había nadie, sólo una tenue sombra que producían los rayos del sol que habían atravesado las nubes y las cortinas, haciendo que la luz fuese más débil.

Se dirigió, luego de haber comprobado de que no había nadie ni en la cocina ni en el living, a la habitación de su padre, al llegar tocó la puerta suavemente, pero no recibió respuesta alguna, tocó nuevamente, un poco más fuerte, …silencio. Acercó su oreja a la puerta para descubrir si podía alcanzar a escuchar algo de adentro de la habitación, cualquier cosa, pero nada. Intentó de todo para saber si alguien se encontraba en ella, hizo de todo lo que se le ocurrió para no irrumpir en la habitación, pues no quería que la retaran por no saber respetar la privacidad de los demás, aunque ya los había interrumpido muchas veces, pero eso era únicamente porque no se buscaban un lugar apropiado. Pero la preocupación de haberse convertido en huérfana le asustaba, ya que sabía que el peli-azul era capaz de cualquier cosa, por eso se decidió a entrar, tenía la excusa perfecta, pues nadie le contestaba, era lógico que se inquietara. Colocó una mano sobre la manilla, la giró y al empujar, ésta permanecía cerrada.

Derrotada volvió a la cocina con la cabeza llena de preguntas, no entendía el por qué del silenció, ni que ella hubiese hecho algo malo, todo lo contrario, ella era la víctima. Se sentía herida, le molestaba ser ignorada, le molestaba que no le hiciesen caso, además se sentía abandonada, al igual cuando su madre se había suicidado, aunque en esa vez también había sentido alivio, pero la sensación de alivio ésta vez no estaba, brillaba por su ausencia, y lo peor era que realmente estaba preocupada, pero no era bueno romperse la cabeza por algo, si sabía que no podría hacer nada, así que simplemente desayunó rápido y luego se fue a clases.

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Una vez terminadas las clases, la pelirroja se puso en marcha hacia el departamento, pues presentía que algo había ocurrido, no podía especificarlo, pero era un sentimiento que la molestaba y que no se había ido por todo el día. Con paso rápido caminó sobre la vereda, cruzó casi corriendo la calle. Luego de haber caminado durante un buen rato su respiración estaba agitada, su cuerpo perdía fuerzas, su bolso en donde llevaba sus útiles escolares le pesaba el doble, los hombros le dolían, y no tenía dinero para pagar el metro, así que nada podía hacer para impedir ese sufrimiento que se apoderaba de ella.

Una vez en el ascensor del departamento de su padre, se recargó contra una pared de éste para poder descansar, pues era un viaje bastante largo desde su escuela hasta su departamento, aunque todavía no se explicaba el por qué le había dado la impresión de que el camino había sido más largo cuando volvía que cuando iba. De seguro era porque tenía todo el día detrás de sí, pensó ella sin hacer caso a esa sensación que tenía todo el día, pero no le importaba, porque sea lo que fuera, era sólo un presentimiento y nada más, y ¿en qué podría cambiar un miserable sentimiento en su vida?... En nada…..

Cuando las puertas de ascensor se abrieron, ella tomó sus cosa, las cuales había tirado al suelo cuando había entrado, y caminó, con sus fuerzas recobradas, hacia el departamento. Su bolso se había vuelto más ligero al igual que sus pies, ya no sentía el cansancio que minutos la había invadido. Sus pasos se dirigieron sin vacilar hasta la puerta del departamento, en donde se detuvieron. En frente de la susodicha puerta empezó a buscar las llaves para abrirla en los bolsillos, pero se detuvo al recordar que las había puesto en su bolso, buscó allí algo desesperada, pues se estaba cansando de pasar tiempo fuera de la comodidad de un hogar, a pesar de que no fuera el suyo. Una vez que halló las tan necesitadas llaves, una sensación de alivia la inundó, ya que sabía que si no las tuviese, no podría entrar, al saber que nadie le abriría si tocaba la puerta, puesto que el departamento estaba tan desierto en la mañana y de seguro no había cambiado drásticamente desde ese entonces.

Introdujo la llave correspondiente para abrir la puerta en la cerradura, la abrió y se encontró todo igual, nada había cambiado, las cosas yacían en el mismo lugar que en la mañana, las cortinas seguían cerradas, obstruyendo el paso de la luz del exterior, seguía estando todo en penumbras, dándole un toque lúgubre y de desolación a la habitación. Con su mirada recorrió el living, y luego de un rato se percató de un cambio, sobre el sillón se encontraba alguien, el cual reconoció enseguida. Su padre se encontraba recostado sobre éste, durmiendo, y a su lado se hallaba una botella que alguna vez habían contenido algún dulce licor y cerca de ella había una copa que estaba llena hasta la mitad de lo que había dentro la botella, clara señal de que había querido ahogar sus penas en ese licor que notoriamente había atontado sus sentidos hasta haberse apoderado de él, inundándolo en un sueño profundo, pero a la vez inquieto.

En un abrir y cerrar de ojos, la pelirroja buscó una manta que había encontrado en su pieza, volvió hacia el living, se acercó lo más silenciosamente posible al sillón en el cual yacía recostado su padre, pues no quería despertarlo, además ya era muy tarde, así que no tendría sentido despertarlo. Cubrió a Ren con la manta con cuidado, pues ya había empezado a helar y la calefacción estaba apagada, pero como se iría a acostar ella también, no valía la pena encenderla. En puntillas volvió a su habitación, tratando de no hacer ruido y que la madera no tronara tanto a cada paso que daba, a pesar de sus dudas que tenía, pues le parecía raro que su padre se encontrara así y que todo estuviese sin cuidar, dejado a la mano de Dios. A las preguntas sin contestar les encontraría sus repuestas al día siguiente, pues las exigiría a su padre sin dudar.

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Al despertar en la mañana, se levantó sin vacilar, pues tenía prisa, se vistió sin detenerse a pensar en que era lo que se estaba poniendo y partió lo más rápido que su cuerpo le permitió al living para ver si su padre aún se encontraba sobre el sillón durmiendo, pero para su decepción, no había nadie allí, pero la manta estaba bien doblada sobre él, señalando que lo que había visto anoche no había sido un juego de su imaginación. Además las cortinas estaban abiertas, dejando entrar los rayos del sol, dando una sensación cálida y acogedora. Después se fue directo a la habitación de Ren, al llegar se encontró con la puerta que conducía a esa habitación cerrada. Respiró profundamente, con la esperanza de que la puerta estuviese abierta y no llevarse de nuevo la decepción de no poder entrara y tener que tragarse las preguntas sin contestar que la carcomían por dentro. Colocó su mano derecha sobre la manilla, la giró y…. ¡estaba abierta!

Al entrar se encontró con una habitación iluminada por los rayos del sol, la cama estaba intacta, como si nadie la hubiese ocupado, todo estaba en su lugar, no como ella había creído en un principio. La pelirroja se había imaginado que todo estaría en penumbras, que todo estaría desordenado, como en la noche anterior cuando ella había visto a su padre durmiendo en el sillón o quizá peor. Creía que iba a encontrar las cosas tiradas en el suelo, esparcido por toda la pieza, pero era todo lo contrario. Lo que la contrarió aún más, fue que ésta estuviese completamente vacía.

Con paso calmado se dirigió hacia el baño para ver si había alguien ahí, pero al pasar cerca del armario, se percató de que solamente estaban las cosas de Ren, la ropa de Horo-Horo había desaparecido, ya no estaba. En ese momento se dio cuenta de que no había visto al peli-azul, ni había escuchado su voz, no había tenido que lidiar con su presencia. Esa era una sensación casi de liberación advertir que éste había desparecido de su vida, que se había rendido. Ella había ganado, ella había salido victoriosa en la guerra contra el peli-azul, pues ella seguía en el departamento, que ahora podía llamar hogar, y él no. Ahora se sentía segura en este departamento, pues ya no sentía la constante vigilancia de Horo sobre sí, esperando que cometiese algún error, buscando una razón para hacerla desparecer de su vida, pero no lo había logrado.

Con eso en mente, con la alegría de sentirse vencedora, fue hacia la cocina para preparase el desayuno, pues poco a poco se le hacía tarde para ir al colegio. Al llegar allí, un grito salió de su garganta por el susto que le causó ver a su padre en la cocina, pues no se había imaginado que estuviese ahí, ni siquiera se le había cruzado por la cabeza; ella estaba segura de que se había ido a olvidar sus desdichas en un vaso que contuviese algún trago con alcohol en un bar sombrío, pero no, él se encontraba ahí, parado justo al frente de ella, sonriente, pero claramente una sonrisa falsa y poco convincente, con un vaso con agua en sus manos, seguramente para tomar alguna pastilla para remediar el dolor de cabeza producto de la resaca, pues era obvio que anoche se le había pasado algunas copas de más, en especial ahora que ella sabía la razón de su melancolía, además se notaba que no había dormido bien por las ojeras bajo sus ojos, que al mismo tiempo se veían cansados.

-El desayuno está listo, así que puedes tomar asiento.-le dijo tratando de ocultar un leve temblor que se producía amenazando con mostrar su debilidad y su tristeza, pues aún no superaba el cambio que se había producido desde que Horo-Horo se había ido, mejor dicho, desde que Keiko había llegado a vida, pues, a pesar de ser su hija, en el fondo seguía siendo una extraña a la cual tenía que cuidar forzosamente, no es que la odiara, sino que le faltaba la costumbre de tener una adolescente viviendo bajo el mismo techo. Cierto que él alguna vez lo había sido, como cualquier ser humano común y corriente, pero es muy distinto ser uno y criar a uno, en especial porque apareció de la noche a la mañana y no estaba preparado, pero era muy tarde…., tenía que asumir la responsabilidad, tenía que hacerse cargo de ella, aunque le costara su felicidad.

Al mirar la pelirroja la mesa, notó que sólo habían dos puestos sobre ella, afirmando sus sospechas aún no comprobadas, a menos de que hubiese desayunado antes para evitarla por lo ocurrido hace dos noches atrás, que con solamente recordarlo, un ligero escalofría recorría su espalda, pues aún había sido muy reciente, además de que sí apreciaba su vida, por muy miserable que fuese. No, tenía que haberse ido, porque sino no había razón de lo depresivo que estaba su padre, además todas las pistas, todo lo que había visto le indicaba que ya no estaba. Pero a pesar de que estaba segura en su totalidad de que se había marchado, sólo faltaba la aseveración de su padre. Aún así no se sentía plenamente feliz, había algo en lo profundo de su corazón que no se lo dejaba, algo que la inquietaba, y era ver a su padre así, destrozado, pues, a pesar de tratar de esconderlo, no le resultaba.

Caminó hacia su puesto, movió la silla para poder sentarse en ella, al igual que Ren, quien empieza a comer, por el contrario a su hija, quien lo observa inquisitivamente, tratando de ver en sus gestos, sus movimientos alguna respuesta a sus preguntas. Muy ensimismado en el desayuno el Tao no se dio cuenta de que Keiko lo miraba, hasta que levantó la vista y notó que ella ni siquiera había tocado su plato.

-¿Qué pasa?- preguntó extrañado por el comportamiento de Keiko, pues no era normal en ella que se quedase viendo a alguien y tampoco que se asustase por cualquier cosa, además parecía que estaba de buen humor, cosa que no se le notaba muy seguido.

-Es que el departamento parece inusualmente… ¿cómo decirlo…?- dijo con voz pausada y pensativa, alargando la pausa para dejarlo en suspenso, hasta que como por arte de magia se le vino la palabra que buscaba y continuó: - ….vacío.

-¡Ah! Ya veo.- manifestó Ren al recibir la respuesta de Keiko, la cual no le sorprendió, pues cualquiera se daría cuenta de que había algo diferente, pero como no quería dar mayores explicaciones, lo único que dijo fue: - Si, bueno, hubo algunos cambios, pero... – hizo una ademán con las manos, como restándole importancia a lo sucedido.- Nada que valga la pena mencionar.- por supuesto que estaba mintiendo, a la única persona que le había abierto su corazón se había ido y se encontraba destruido por dentro, pero no iba a demostrarlo tan fácilmente, pues no quería que los demás lo viesen como un ser débil y vulnerable, así que era mejor callar.

-¿Lo dices en serio?- preguntó, poniendo en duda lo dicho por su padre, pues Keiko sabía que le estaba mintiendo, pero quizá no le estaba mintiendo sólo a ella, sino a si mismo, quizás la realidad le dolía demasiado y no era capaz de aceptar que el peli-azul se haya ido, quizás su sufrimiento era tan grande que le impedía ver la verdad, y ella sería la encargada de abrirle los ojos, ella se encargaría de que viera el mundo con los mismos que los de ella, le mostraría que sufrir por Horo-Horo no valía la pena, que era sufrir por nada, que había cosas mejores en la vida que un tipo ruidoso con complejo de psicópata. Cada vez que se acordaba de la vez en que trató de matarla el odio en su corazón crecía y le hacía querer vengarse con más vehemencia, pero al cabo de un rato su odio disminuía y se olvidaba de la venganza que estaba ideando antes, y lo mismo había pasado esta vez, cuando se había acordado de ese suceso ella había querido buscar a Horo-Horo por cielo, mar y tierra si era necesario y exterminarlo de la forma más lenta y dolorosa que se le había ocurrido, y luego no dejar rastro de su presencia; pero después de unos minutos se había calmado y volvió a preocuparse por su padre que bajo sus ojos parecía bastante afligido. -¿Realmente me crees tan tonta como para no darme cuenta de lo que ha sucedido en este departamento? - preguntó incrédula, herida en su orgullo por creerla alguien tan falta de inteligencia como para no notar lo obvio.

-No es eso, es que …- trató de explicar, pero nada se le ocurría en ese momento, ninguna idea creíble, lo único que podía decir para salir de esa situación era decir la verdad, la cual le oprimía el pecho y lo torturaba, pero aún así no pudo, porque fue interrumpido en su intento por su hija.

-No puedes seguir así, tienes que aceptar que él se fue, tienes que abrir los ojos…. -dijo exaltándose cada vez más al momento de hablar, pues los propósitos que ella se imponía ella los cumplía, y uno de éstos era traer a su padre a la realidad. –Yo sé que es difícil, pero tienes que despertar de ese sueño en el que estas viviendo, porque sólo así podrás ser realmente feliz. Si él no fue capaz de apreciarme tal como soy, si no supo apreciar a TU hija, significa que no te quería lo suficiente.- dijo éstas palabras llenas de entusiasmo, pues se esforzaba en todo lo que creía y hacía por voluntad propia.

-Quizá tengas razón…- le dijo con voz baja el mayor, aún con la duda de que si había hecho lo correcto o no, pero cada vez que ese pensamiento lo invadía, se decía a si mismo que no podría dejar a Keiko sola, aunque sufría constantemente desde la partida de Horo-Horo, no dejaría que su tristeza se notara para no desanimar a su hija y hacerla ver como culpable de su dolor, a pesar de que en parte lo era. Y con esto en mente, un suspiro silencioso escapó de sus labios, pero los agudos oídos de su hija lo habían captado.

-Si sigues así no me sorprendería que te suicidases; estoy segura de que si yo no estuviese aquí, ya lo hubieses hecho.- le dijo con un tono cruel e irónico por el dolor que ella encontraba innecesario, además no creía que el sentimiento del amor existiese, creía que era una ilusión que la gente se creaba para encontrar una razón para vivir, y que luego sufrían para hacer esa ilusión más creíble, para ellos sentirse vivos en su miseria, pero que nada era real.

-Si tu no estuvieses aquí, él no se hubiese ido.- le contestó Ren dolido por el tono de voz que había empleado su hija al decirle lo anterior. A pesar de que hace un momento no había querido que se sintiese culpable, ahora eso había cambiado, pues sentía como si ella se hubiese burlado de sus sentimientos, de su dolor.

-¿Quieres decir, que tu estás así por mi culpa?- preguntó algo exaltada y ofendida por el comentario que anteriormente había dicho su padre, mientras se ponía de pie dispuesta a irse, pero su padre en un movimiento rápido impidió su marcha al agarrarla por el brazo. Se volvió a sentar, pero aún seguía sentida por el observación de su padre, pues le daba la impresión que el la aceptaba en su departamento solo por un sentimiento de obligación y lástima; y lo último que deseaba era que la compadecieran, pues de nada le servía, no le alegraba el día que la mirasen con ojos llenos de misericordia, tampoco le ayudaba en sus día a día al recordar cada episodio de su vida en el que había sufrido, no le servía en lo absoluto.

-No, yo no te estoy echando la culpa, nunca fue mi intensión hacerte sentir culpable… -mintió al ver la reacción de su hija, pues no esperaba que a ella le importase lo que él pensase de ella y su opinión de que ella se quedara con él. Al final se había arrepentido de haber dicho eso, así que agregó en voz baja, casi en un susurro, pero lo suficientemente fuerte como para que Keiko escuchara: -… además fue mi elección.

-¿A qué te refieres?- preguntó confundida, pues según lo que ella creía, la decisión de marcharse era únicamente de Horo-Horo por no soportarla. Ahora que lo pensaba, él era una de las pocas personas que no la miraba con lástima, más bien la miraba con odio, algo que toleraba mejor que la compasión, pues por lo menos ella sabía como responder a ese sentimiento, pero no sabía como o que hacer cuando la miraban con pena.

-Bueno, pues… él me obligó a elegir entre tu y él, y yo te escogí a ti.- dijo lo anterior en un tono todavía más bajo que antes, pero lo suficientemente firme como para demostrar que no cambiaría su decisión, pues él se podía cuidar lo bastantemente bien como para sobrevivir solo en esa ciudad, en cambio Keiko acababa de llegar de China, así que no conocía bien la ciudad, además no conocía a muchas personas que la pudiesen amparar y no ganaba dinero por su cuenta, así que tampoco podría alquilar una habitación, aunque la veía capaz de hacer cualquier cosa con tal de sobrevivir, pero ¿qué clase de padre sería si la abandonaba?

Al escuchar ese comentario de su padre, Keiko sintió algo parecido a una opresión en el pecho, la cual le impedía respirar con normalidad, jamás había esperado que alguien la llegase a elegir a ella en vez de otra persona, en ese momento se había llegado a sentir querida por primera vez, un sentimiento tan desconocido como nuevo; y en ese instante se dio cuenta de que había actuado mal., que la tristeza de su padre se debía a ella y nadie más tenía la culpa. Aunque creía que Ren la había elegido por ese sentimiento que invade a cualquier persona normal cuando tiene que hacerse cargo de otro, el sentimiento de obligación de cuidarla, pero a la vez sentía algo cálido en su corazón.

-Hoy tendremos que usar el metro para movilizarnos, pues tengo que llevar el auto a la revisión técnica.- le informó Ren a Keiko luego de una larga pausa, en que ambos se concentraron en comer y no se atrevieron interrumpir el silencio que se había formado, pues no sabían además como empezar una charla después de la que ya habían tenido minutos atrás, la cual les había abierto los ojos a ambos acerca de algo del otro; a Keiko le había mostrado de que ella había sido elegida antes que Horo-Horo y Ren se había dado cuenta de que a pesar de lo que aparentaba su hija, podía llegara a sentirse ofendida por algo y no quedarse siempre como si no le importara lo que los demás pensaran de ella.

-OK.- fue la única respuesta de la pelirroja.

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Todo estaba lleno de gente y ésta ya casi se colgaba de las lámparas del metro. Había toda clase de gente menos los de clase alta, pues ellos tenían la plata suficiente como para comprar todos los días un auto nuevo. Las personas se aferraban a algo para no caer con el movimiento del metro, en especial los más viejos y débiles, los cuales a penas les quedaban fuerzas para seguir caminando, pero como no les quedaba otra, no tenían opción. Además se sentía en todos lados a las personas pegadas al cuerpo, pues al estar lleno el metro apenas quedaba espacio para que la gente se moviera.

Al fin Ren había llegado a la estación en donde podría salir de esa masa de gente que lo aprisionaba en el metro, la cual apenas le había dejado salir por no poder moverse libremente a través de ésta. Una vez afuera empezó a caminar hacia la escalera, la cual lo llevaría hacia la superficie, hacia la luz del sol, pero antes de alcanzar la escalera vio a alguien que conocía perfectamente, alguien que lo hacía estremecerse tan solo con su presencia: Horo-Horo. Al divisarlo, automáticamente se detuvo, empezando a pensar en que le diría, se sentía como un adolescente a punto de declararse por primera vez, pero no lo podía evitar, su corazón había comenzado a acelerarse y sentía como la sangre se le subía a sus mejillas, aunque al verlo un sentimiento de culpa lo había invadido, Ren esperaba con fuerza que él lo entendiese, que supiese el por qué eligió a Keiko y no a él, y que lo perdonase y no sintiera rencor.

Faltaba tan poco para que estuviera cerca, así que los nervios se incrementaron, al punto en que le había empezado a doler el estómago. Cuando estuvo casi en frente de él, hizo un ademán de saludo, sin lograr que las palabras salieran de su boca, pero Horo-Horo pasó de largo sin siquiera detenerse, sin ni siquiera mirarlo, con una indeferencia que le calaba hondo en el corazón y le dolía, sentía algunas lágrimas amenazar con caer desde sus ojos, sentía una soledad rodearlo como nunca antes, la tristeza había aumentado enormemente en su alma, era como esos golpes que uno siente, pero no sabe que fue lo que lo causó, esos golpes que te duelen antes de darte cuenta del golpe en sí. Cada célula de su cuerpo le dolía, tan solo con respirar su dolor se incrementaba. El intentar detener sus lágrimas le impedía sacar su miseria y sufrimiento, así que le dio paso libre a que surcaran por su rostro, humedeciéndolo y enrojeciendo sus ojos.

Cabizbajo salió de la estación y al ver la luz del día, ésta le parecía lúgubre, todo le parecía gris y toda alegría que hubiese podido sentir se había desvanecido. Maldiciendo su ingenuidad por creer que no sentiría rencor por lo sucedido, caminó a través de las calles, sin fijarse en que ese día el sol brillaba con todo esplendor, pues había algo que le impedía que le llegase los rayos del sol, como una nube que solo lo cubría a él y que lo seguía a todas partes. Todo se veía para él tan monótono y sin gracia, casi ya no le quedaban ganas de vivir, sólo había una persona que lo hacía mantenerse en pie, y ella era Keiko.

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Ya había vuelto a la casa de Yho, después de haber ido al trabajo, estaba agotado, pues se había concentrado tanto en ocuparse en algo, sólo para no pensar en él, para no sufrir. Pero no había servido, porque nada de lo que hiciera le hacía pensar en otra cosa, se esforzaba tanto en no pensar que terminaba pensando más en él, se esforzaba tanto en tener algo que hacer, pero no podía concentrarse; lo hacía todo mal, todo lo que intentaba hacer le salía al revés, así que le habían dado el testo del día libre en el trabajo para que no estorbara.

Pero para empeorar el día, cuando volvía al lugar en que se estaba residiendo momentáneamente, lo había visto en la estación del metro, justo en ese momento el mundo se había detenido y en una fracción de segundo todo se desmoronó sobre él; no quería verlo, no quería seguir sintiendo ese dolor que lo estaba matando, no quería sentir una vez más como su corazón se destrozaba en mil pedazos, de una forma lenta y dolorosa. Al verlo sintió unas ganas de asirlo por el brazo y hacerlo entrar en razón, o sino decirle que estaba dispuesto a volver, a pesar de la presencia de Keiko; pero no, no lo iba a hacer, porque… bueno, no estaba seguro del por qué, si era por no dar marcha atrás, por ser terco, o por el odio que sentía por Keiko. Fuera una o la otra no importaba, porque ambas eran lo suficiente como para impedir que pareciese desesperado por volver a su antiguo hogar. Así que decidió ignorarlo, ya que sabía que si dirigía su mirada hacia Ren, todos los sentimientos que había estado intentando enterrar en el fondo de su corazón, o por lo menos lo que quedaba de él, volverían a la superficie y esto sería como un detonante para que él se desmoronara junto con todo lo demás.

Por supuesto que una vez dentro del metro se había arrepentido de haber reaccionado así, quería parar el metro y volver corriendo para decirle que lo perdonara por haberlo puesto en esa situación de tener que elegir y que lo amaba, tuviese la descendencia que tuviese, que soportaría a su hija, hasta que se fuese, si total, ¿qué son 3 años? Son 1095 días, 26280 horas, 1576800 minutos…., bien, si uno ve esas cifras se desanima enseguida, pero habría que descontarle las horas de trabajo… y las horas en que se duerme, y trataría de salir muy seguido.

Pero no detuvo el metro, no corrió de vuelta hacia Ren, no le dijo que lo perdonara ni que lo amaba… se dejó llevar por el metro, sin hacer nada al respecto, simplemente se quedó ahí, imaginando lo que habría pasado si hubiese vuelto por su felicidad, si hubiese vuelto a la persona que amaba, si hubiese hecho algo… pero nada pasó…. todo quedó en un "si"… toda oportunidad de cambiar su situación se desvaneció….

Ahora estaba acostado sobre el sillón, en que Yho lo había recibido la noche en que se había ido del acogedor calor de su hogar y su única compañía había sido la soledad. Estaba oscureciendo y no había luz alguna encendida en la casa ni afuera, solo se podía ver la luz de los autos, la que se movía de lugar a la misma velocidad del auto del cual provenía y luego desaparecía; se podía escuchar los neumáticos de estos autos rozar contra el pavimento frío de las calles, como se acercaba y se alejaba de aquella casa que parecía tan sombría y cargada de desolación y dolor.

Ya ni siquiera estaba en la casa, ni siquiera en este mundo en el cual sólo conseguía encontrar dolor, estaba sumergido en sus pensamiento, no sabía que pasaba a su alrededor, sólo sabía que estaba solo y lo lastimaba, quería gritar pero no podía, quería desaparecer por completo pero no podía… en su semiinconsciencia no se había percatado de que alguien se había acercado a la habitación en la cual él yacía y lo observaba desde le umbral de la puerta, lo adoraba desde la lejanía.

Después de haberlo observado durante bastante tiempo, al fin se acercó hacia el sillón con paso lento, arrodillándose al lado de Horo-Horo en total silencia, levantó una mano y acarició su rostro con lentitud, caricia que provocó un estremecimiento por parte del peli-azul, en parte porque la mono estaba fría y en parte porque no se esperaba esa caricia, aunque esta caricia no lo hizo volver a la realidad, seguía allí en el sillón sumergido en sus pensamientos, fuesen buenos o malos.

-No estas sólo- le dijo la persona que se había acercado a él, después de haber permanecido mucho tiempo en silencio a su lado; había utilizado la voz más suave que tenía y había hablado lentamente y agregó: -Porque mi amor te acompaña.- En ese momento Horo miró a esa persona por primera vez desde que se hallaba devuelta en esa casa y encontró a Tamao a su lado con una sonrisa triste, como si lo acompañara en su dolor, pero no dijo nada, guardó silencio porque no sabía que decir, no podía decirle que no le importaba su amor, que no le interesaba su compañía, no quería ser cruel con ella a pesar de lo molesta que podía llegar a ser, así que volvió a sumergirse en sus pensamientos, en lo que pudo y no pudo ser.

-Quizá no sea lo más apropiado en este momento…- continuó diciendo Tamao con el mismo tono de antes, tratando de llamar su atención, pero el peli-azul seguía en las estrellas, pero sin tomar eso en cuenta prosiguió, con una vaga esperanza en su corazón.- ¿Quieres casarte conmigo?- Enseguida empezó a decir las razones por las que tenía que contraer matrimonio con ella, una de ellas había sido para vengarse de Ren, haciéndolo sufrir, igual que él estaba sufriendo ahora, pero todo eso le entró por un oído y le salió por el otro, ni siquiera había escuchado la gran pregunta, lo único que sabía era que quería que lo dejara solo, que lo dejara solo en su tristeza, así que asintió sin saber en que se estaba metiendo.

En ese momento el rostro de Tamao se iluminó por la alegría y salió de esa habitación que le causaba cierta tristeza para gritar la noticia a los cuatro vientos, pues no dejaría que Horo-Horo se retractara, por ningún motivo dejaría que se le escapara ahora que lo tenía en la palma de su mano, aunque sabía la razón por la que había aceptado, no le importó, prefirió hacerse la ciega y ver como al fin su sueño se hacía realidad ante sus ojos, como al fin el hombre que había amado durante toda su vida, el hombre que sabía que estaba hecho para ella era suyo.


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