Suspiros.
Jadeos.
Caricias que empiezan pero parecen no tener final.
Las expertas manos del otro le recorrían, se apoderaban de su cuerpo entero.
Sonreía, de forma socarrona, total, extraña y cautivadora, estabas cumpliendo todos sus deseos, lo sabían y aun así sus caderas no dejaban de moverse, tu espalda no paraba de arquearse, te encantaba, te enloquecía.
Eras suyo, lo negabas pero lo sabías en esos momentos en los que solo querías sentirle más, más profundo, más a dentro, más fuerte, más rápido…
Ilusiones.
Habías basado todo en ello, todo era una gran ilusión que hacía el otro sobre ti, te negabas a aceptar que esos golpes de tu pecho fueran los latidos de tu frenético corazón que bombeaba tan fuerte que incluso el otro podía oírlo, pero este estaba demasiado entregado en darte placer, en deleitarse con tus escandalosos gemidos, esos que intentabas reprimir en vano.
Otro corte con aquel maldito tridente que creías había desaparecido, pero no, ahí estaba de nuevo creando más y más laceraciones en tu cuerpo, pero no te importaba, ya no gritabas ni le insultabas para que te soltara, no, no querías que te soltara en ningún momento, esos cortes te extasiaban te hacían perder más si se puede la cordura que restaba en tu fino cuerpo.
Los gritos de molestia pasaron a ser de placer, no te importaba quien os oyera no si con aquellos podía obtener más, gemidos ajenos taponaban tus oídos, te envolvía, sus cabellos cayendo a ambos lados de su cuello sus labios apropiándose de cada centímetro de tu cuerpo, mancillándolo y marcando su nombre a fuego en este.
No puedes más, terminas con un alarido de placer rasguñando su espalda con tus cortas pero filosas uñas, cerrando los ojos, le oye, dice tu nombre, con voz grabe, una voz que cala hasta lo más profundo antes de que este terminara también en tu interior, te estremeces y ahogas un jadeo, el cuerpo ajeno cae sobre ti, le recibes, siendo el único momento donde te permites derrumbarte, la muerte de Tsuna te está jodiendo por dentro, es como un agujero negro en tu pecho, te abrazas a él y lloras, lloras como cuando eras pequeño, sin miedo, sin vergüenza, el otro se sorprende en un principio pero termina rozando tus cabellos, no hay palabras, ninguno las necesita, te conformas con saberle allí, agradeces su silencio ante tu dolor, sin burla, sin bromas, solo confianza.
Te calmas, poco a poco tu llanto cede y quedas avergonzado aun escondido en su pecho y solo oyes una risa, una característica risa.
- Las lágrimas no te favorecen nada Kufufu~ -Dijo con una sonrisa, avergonzándote limpias la cara alejándote de él avergonzado dándole la espalda, él te abraza por detrás de esa forma en la que te es incapaz zafarte ni alejarle y terminas rindiéndote a él, a que apoye su cabeza en tu nuca y se duerma allí, como siempre desde la primera vez que se dieron ese tipo de encuentros, porque a pesar de ser un megalómano, egoísta, cruel, sádico, idiota, bastardo, pervertido, frío…
Le necesitas
Porque aunque lo niegues…
Le amas