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Algo contigo por chibiichigo

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Capítulo 2. Cavilaciones

 

 

— Sasuke, si de verdad quieres hacer una vida con Naruto, seré el primero que apoye su decisión de vivir juntos.

El semblante de Itachi lucía igual que siempre, serio y parco, aunque su voz tenía un dejo de melancolía que solo era perceptible para alguien que, como él, había pasado mucho tiempo observándolo.

A Sasuke no se le ocurrió nada para seguir la conversación, así que permaneció en silencio. Sabía que no quería a Naruto con la misma vehemencia con la que amaba a Gaara, pero no le disgustaba. Por el contrario, disfrutaba de su presencia y energía. 

“Quiero a Naruto porque estoy cansado de vivir con el fantasma de Gaara” pensó en ese momento.

— Sé que te lo he dicho mil veces, pero Naruto es alguien muy especial para mí. Casi tanto como tú.

Una mueca de disgusto se asomó discretamente en el rostro del más joven. No creía en las palabras de Itachi, pero tampoco planeaba invertir tiempo y esfuerzo en hacerlo confesar lo contrario. Si lo que le preocupaba era que hiriese al rubio, no lo haría… Naruto le daba una extraña paz.

Pero la comodidad no lo era todo y, pese a que sabía que Naruto lo amaba con todas sus fuerzas, Sasuke Uchiha cada día estaba más convencido de que no podría corresponderle ni en magnitud ni en intención. No era que no lo hubiese intentado, al menos en un inicio, sino que el fantasma de Sabaku no Gaara lo perseguía con la misma vehemencia de antaño.

Naruto no le daba suficiente paz para contrarrestar la que el pelirrojo le quitaba y, pese a que había intentado ocultar sus emociones en una máscara de camaradería con él, no lo lograba. No era que no lo quisiera, que no estuviera agradecido con él o que no le tuviera afecto, pero Gaara era el amor de su vida, el foco de sus pasiones, su deseo inconcluso. Contra eso, nadie podía hacer nada.

Los verdaderos sentimientos de Sasuke eran algo que nadie, en especial su pareja, pudieron haber comprendido jamás. Nunca había pretendido que lo hiciera, tampoco. Gaara era de eso que ocurre solo una vez en la vida y rompe con todo; era la única persona que tenía la llave de la puerta más oscura de su ser y no se asustaba por lo que guardaba dentro. En cambio, Naruto era un chico de buenas intenciones a quien se había esforzado por corresponder.

Algunas veces le parecía que el rubio estaba tan habituado a los cuentos de hadas, que nunca comprendería que el príncipe se quedó con la Cenicienta únicamente porque una princesa de otro reino lo había despechado. Y que, incluso a sabiendas de eso, ella lo había aceptado.

Para Naruto las cosas eran blancas o negras, siempre monocromáticas. Ese era el motivo por el cual ni siquiera se tomó el tiempo en explicarle lo que ocurría. Prefería mil veces ser tachado de infiel que de desleal: ¿No habría sufrido más el rubio de haberle confesado que nunca dejó de pensar en otro, que si un día, de buenas a primeras, creía que lo había engañado por motivos circunstanciales? Lo que había hecho, contrario a lo que Itachi creía, no era mezquino: era misericordioso.

Sasuke se colocó una nueva bolsa con hielo en la mejilla y se quedó absorto unos segundos al sentir el frío del la bolsa en contacto con lo caliente de su piel. ¡Qué sensación tan más desagradable!

El golpe de su hermano lo había sorprendido, pero el dolor físico no era tan poderoso como la rabia que sentía: ¿En qué cojones estaba pensando Itachi al llegar así, de buenas a primeras, exigiendo respuestas que no tenían preguntas, con ganas de juzgar lo que saltaba a la vista? Comprendía que Naruto era importante para él, eso siempre se lo había dejado en claro, pero jamás creyó que significase tanto como para no darse cuenta, para no comprender, que sus motivos habían sido siempre claros y firmes: Él había hecho todo conforme a sus principios, por mucho que los demás se negaran a adentrarse en algo que no fuese la forma.

Frunció el entrecejo al percatarse de lo que le molestaba realmente: Se sentía traicionado por el hecho de que otro de su misma sangre no hubiese comprendido absolutamente nada de lo que ocurría. El puñetazo era intrascendente a final de cuentas, no era más que un reflejo… Pero, ¿cómo era posible que Itachi, siendo tan brillante como era, se hubiese cegado en lugar de ponerse en su lugar?

— Debió haberlo entendido, mierda— musitó para sus adentros, mientras crispaba el puño.

A final de cuentas, ¿no había sido el propio Itachi quien le había dicho, alguna vez, que un hombre hace cualquier cosa por las personas a quienes ama?

— ¿Quieres un té de tila? Pareces agitado—. La tersa voz de Gaara interrumpió el ciclo de sus pensamientos, aliviándolo en cierta medida, pues empezaba a enredarse con sus propias cavilaciones.

Sonrió con soberbia, más para sí mismo que para su interlocutor. La presencia de su pareja ahí lo llenaba de una satisfacción que hacía mucho no sentía.  Todo había valido la pena, incluso— reparó en el calor que emanaba de su mejilla—lo que no había previsto: ¿Qué más daba si el imbécil de Itachi se ponía de moralino? Él tenía a su taheño ahí, para él, solo para él.

— Sí, muy cargado.

El de mechones carmesíes se dirigió a la cocina, preparó la tetera y la puso sobre la estufa. Solo quedaba esperar. Se cruzó de brazos y se recargó en uno de los mostradores, absorto en sus pensamientos.

 

 

Sabaku no Gaara siempre había sido un hombre raro a ojos de los otros. Por lo general se mantenía ecuánime y cerebral frente a las situaciones, no tanto por temple sino por la profunda indiferencia que le daba el universo. Casi toda su vida había estado en un sopor constante y neblinoso.

Sonrió, con la mirada extraviada en el tiempo. Alguna vez, mientras leía en uno de los patios de su casa, escuchó a una sirvienta preguntar a su nana si él, Gaara, tenía algún desorden mental. La mujer, una vieja de la región de Braj, contestó parcamente que no, que lo que ocurría era que su nombre, en dialecto brajbhasa, significaba “Demonio que solo se ama a sí mismo”. En ese momento, según recordaba, se sintió orgulloso de sí mismo.

Nunca, hasta sus quince años, ya que había adquirido la ciudadanía japonesa, dudó de la veracidad de su nombre. Jamás había querido a nadie, ni siquiera a su padre o a sus hermanos… hasta que miró por primera vez los ojos negros de Sasuke Uchiha. Lo que empezó como angustia por esa invasión a su confort, se convirtió en curiosidad y luego en una pasión que lo consumía.

Se encontró a sí mismo ansiando la compañía malsana del único ser que no le resultaba ajeno, teniendo fijaciones extrañas y oscuras, ahogándose en sus deseos privados— que nunca le pareció pertinente externar—. Y, de pronto, un día decidió que le era indispensable permanecer a su lado.

¿Quién habría dicho que ésa era la definición justa que Sasuke le había dado para referirse al amor? Algo agresivo, abyecto y vil. Nada de boberías, de corazones o de palabras galantes: El saberse complementado, el poder ir al mismísimo infierno para perseguir a quien amas. Amar, para ellos, era tan pasional como odiar, con la única diferencia de que era un sentimiento retribuido.

Se acercó a la alacena para sacar un par de tazas de porcelana. Dos. Por fin ese número volvía a tener sentido.

El tren de sus pensamientos no podía detenerse en aquel momento, por mucho que lo deseara. La cólera empezó a bullir en su ser, pero no hizo nada para controlarla ni para llevarla a su máxima expresión, se había acostumbrado a ella y sabía que explotaría en el momento indicado. Mientras, solo yacía adormecida en la boca de su estómago.

— Itachi— bisbisó, mientras preparaba la bandeja con las tazas.

Gaara fue conscientes desde el comienzo de que no era del agrado de su cuñado, aunque tampoco se había esforzado mucho por romper la firme barrera que el Uchiha mayor imponía entre él y el mundo. No tenía ni derecho ni interés en hacerlo, finalmente— y eso era algo que Gaara sabía muy bien—cada quien se guarece de sus propios demonios como mejor le parece, los demás no deben entrometerse. Sin embargo,lo observaba con atención y notó cómo se recrudeció la antipatía hasta volverse odio.

Se sintió extrañado por la situación, aunque pronto perdió el interés. Era la primera vez que no hacía nada para ganarse una enemistad; no valía la pena esforzarse por conservarla.  

Itachi no entendía la profundidad del sentimiento que compartía con su pareja, más  allá: Estaba celoso y cegado por su moral agria e inflexible. Sasuke nada más decía que “se le pasaría”, que “se acostumbraría”… Pero no pasaron ni lo primero ni lo segundo. Suspiró. No valía la pena pensar en el pasado en ese instante.

Bostezó. La noche anterior no había pegado ojo hasta después de la trifulca. Había escuchado los reclamos quedos y toscos de ambos, el golpe y un portazo, pero consideró pertinente esperar unos momentos para salir. Contrario a Sasuke, que se había quedado impactado por la reacción desmedida de Itachi, él la había visto venir  desde el mismo momento en que lo escuchó entrar.

Pero ya se las cobraría todas juntas. En esta ocasión el tablero estaba cambiando a su favor: O Itachi se acostumbraba a la idea de que él no era un rubio ruidoso y torpe, o forzaba la situación lo suficiente como para que todas las verdades salieran a la luz.

Solo había que esperar.

 

 

Itachi miraba por la ventana, su lugar preferido para pensar y abstraerse del mundo. No había dormido bien la noche anterior debido al cúmulo de sentimientos que tenía, pero estaba espabilado. O eso creía, pues no se dio cuenta cuando Naruto se acercó por detrás y le tapó los ojos.

— ¿Te sientes mejor?—. Hizo el amago de sonreír, pero no era algo a lo que estuviera acostumbrado ni de lo que le dieran ganas en ese momento. Una suave curva, imperceptible y fugaz, se formó.

Por la faz del rubio cruzó una sombra de tristeza, antes de que una enorme sonrisa sin alegría se asomara.

— Me refiero a la cabeza— aclaró rápidamente Itachi, reconociendo el error en la ambigüedad de su pregunta. Naruto se relajó.

— Ah, sí, estoy como nuevo. Muchas gracias.

Sabía que no era el mejor momento para hablar sobre el tema que daba vueltas en su cabeza, pero necesitaba hacerlo. Si esperaba más tiempo, aunque fuera unos minutos o un par de días, las palabras quedarían muertas en su interior y no podría externarlas nunca más.

— Naruto— habló, paladeando las palabras y retractándose de utilizarlas casi simultáneamente.

— Dime.

— Nada, lo olvidé.

Itachi caminó hacia la cocina con el pretexto de beber un vaso de agua. El nudo en la boca de su estómago le parecía tan extraño como absurdo, igual que una pequeña bola de nieve que tomaba fuerza y envolvía todo a su alrededor.

 

 

Durante casi una semana, las conversaciones en la casa se extinguieron. De hecho, salvo lo soliloquios del rubio y sus esfuerzos evidentes por lucir de una pieza, el silencio los envolvía. Y se sentía extrañamente bien: No había conversación que llenara el vacío, así que Itachi y Naruto preferían cerrar la boca y poner en orden sus corazones.

Itachi quería preguntarle a Naruto si le gustaría quedarse con él, pero temía la reacción del rubio. Cada día se convencía de que lo mejor era esquivar el tema, dejar que los meses pasaran y confiar en que la inercia mantendría al rubio a su lado, pero no podía confiarse. Sabía que en la ambigüedad y la incertidumbre, cualquier cosa podía ocurrir.

Algunas veces, miraba el rostro de Naruto y notaba la sombra de Sasuke. Lo extrañaba tanto que en ocasiones, cuando estaba absorto en sus pensamientos, lo nombraba. Y eso hería tanto a Itachi que más de una vez había estado a punto de pedirle que dejara de hacerlo.

“Necesita desahogarse, desintoxicar sus alma de Sasuke”, repetía el mayor de los Uchiha para sus adentros. En esas ocasiones, no solo pensaba en Naruto, sino en sí mismo.

Pero el rubio solo quería poner su cabeza en orden y organizar un poco el caos que llevaba en el pecho, aunque no tenía fuerzas para hacerlo. Estaba tan triste que quería llorar hasta que se le secaran los ojos.

Recordaba, con ciertas lagunas, la noche en que encontró a Sasuke con otro, y cada que lo hacía, quedaba exhausto. Quería que fuera una pesadilla; no se sentía preparado para afrontar nada, ni el fin de años de relación ni la desesperación que sentía por el futuro. Ansiaba guardar todo en el rincón de sus pensamientos a olvidar, cerrar ese capítulo en su vida y comenzar uno nuevo… pero no podía: Uno no decide querer o no querer. Sin embargo, llegó un momento en que ya no pudo mantener esa batalla en su cabeza; se estaba volviendo loco.

Dejó correr las lágrimas que le estaban envenenando el interior. Esas que le decían que era su culpa, que era estúpido, que no valía nada.

Una semana antes no habría tenido reparos en gritarle al mundo que, aunque Sasuke Uchiha fuera la peor persona del universo, lo amaba. En ese momento, que se le antojaba tan lejano, habría puesto las manos en el fuego por él y ahora… Ahora lo odiaba por causarle tanto dolor, por haberlo engañado con un hombre de cabellos rojos — a quien Itachi parecía conocer— y lo había dejado totalmente humillado.

— Cabrón— dijo, mientras apretaba los dientes en la habitación y se tallaba con vehemencia el rostro para no dejar rastros del llanto— ¿Qué, maldita sea, te orilló a ponerme los cuernos?

El muy idiota había faltado al amor que se tenían, lo había abandonado como a un perro. Las preguntas le taladraban la mente: ¿Cuántas veces se había acostado con alguien más en esos tres años? ¿Cuántos pelirrojos no habrían abierto las piernas por él? ¿Lo habrían hecho así, descaradamente, en su cama, en la cama que ambos compartían? Se sentía el peor de los imbéciles por haber querido a un ser tan despreciable y egoísta como Sasuke Uchiha.

Imprecó por lo bajo, mientras golpeaba la almohada con vehemencia. Nunca se había sentido tan sobajado y rabioso. Quería matar a Sasuke, hacerlo pedacitos y dárselo de comer a los tiburones, o  pasarle el auto por encima cien veces, hasta pulverizarle los huesos. O mejor, cortarle el pene con una cucharilla plástica y colgarle en los testículos una langosta. Tenía tantas ganas de verlo sufrir como él sufría… ¡Claro!

Tuvo una revelación. Lo que realmente anhelaba, más que cualquier otra cosa en el mundo, era dejar de sentirse tan increíblemente miserable. Quería olvidar que alguna vez había amado a alguien y había sido traicionado; en especial, quería olvidar que alguna vez había llorado por un hombre que no valía la pena.

Sabía que sería duro: Había hecho que Sasuke fuera su todo y ahora estaba completamente vacío. Sin embargo, valía la pena hacer algo, cualquier cosa, con tal de aliviar las intensas ganas de gritar.

 

 

— Itachi, esta noche saldré— habló Naruto, haciendo uso de su voz más animosa. Le sorprendió escuchar lo agudo, lo falso, de su voz— ¿Podrías darme una copia de las llaves?

El moreno, que estaba sentado en el sillón de la sala leyendo un libro, lo vio de arriba abajo durante unos segundos, sin expresión alguna en el rostro. El aspecto del más joven parecía sacado de cualquiera de los programas de adolescentes que transmitían por MTv. La camisa oscura estaba abierta hasta medio pecho, dejando ver sus pectorales de una manera casi grotesca y los pantalones de vestir estaban tan ceñidos que parecía que, si se sentaba, las costuras se romperían. Y para complementar el estrafalario atuendo, el rubio lucía unos lentes oscuros encima de la cabeza—algo que nunca había dejado de encontrar curioso, ya que el sol no sale por las noches.

— Naruto— habló pausadamente—, te ves ridículo con esa ropa. ¿Te encuentras bien?

El rubio frunció el ceño.

— Lo que pasa es que tú no entiendes nada de moda.

A decir verdad, él tampoco se sentía cómodo con ese atuendo de dirigente de prostíbulo, pero había visto algunas fotografías de un bar gay y casi todos los hombres vestían de ese modo. Si quería llamar su atención y demostrarle a Sasuke que era mucho más deseable que cualquier taheño paliducho, debía hacerlo.

Itachi seguía mirándolo fijamente, como si pudiera leer su interior. En realidad no era una tarea difícil, tomando en cuenta la expresividad del trigueño, pero lo desconcertaba la reacción. No la había visto venir y, aunque entendía los motivos, le dolía.

— Toma el duplicado de las llaves que están en el cajón— le dijo falto de interés, mientras retomaba su lectura.

— Ya me voy—anunció Naruto.

— De acuerdo. Cobra bien la hora y no dejes que te regateen.

Itachi no sabía muy bien qué lo había orillado a decir esas palabras. Sabía que su actitud era pésima, pero sentía la sangre hervirle ante la idea de que Naruto fuera a restregársele a alguien en un club solo por despecho.

Miró a Naruto, quien lo veía con la mandíbula desencajada, mientras pensaba que esa clase de comentario era exactamente el que Sasuke habría hecho.

En cuanto se repuso, salió del apartamento dando un portazo.

— Maldita sea, no quiero pensar en Sasuke e Itachi me lo recuerda. Y además, me dice puta…

Suspendió su marcha escaleras abajo y regresó a todas prisas. Ya se enteraría Itachi Uchiha de que nadie, nadie le hacía comentarios de mal gusto sin pagar las consecuencias.

Entró al apartamento, decidido a recuperar su honor y a aclarar por qué su atuendo estaba en boga y no indicaba que estaba dispuesto a cambiar sexo por dinero cuando se encontró frente a frente con el primogénito de los Uchiha.

—¡Tú! Nunca vuelvas a decirme…— Sus reclamos fueron acallados por un abrazo torpe y acartonado.

— No hagas idioteces por despecho, Naruto, y mucho menos por Sasuke.

Itachi lo sostuvo entre sus brazos unos momentos antes de dejarlo libre de nuevo. El trigueño no sabía qué decir ni cómo reaccionar. Hacía tanto tiempo que nadie lo abrazaba, que nadie le decía palabras tan dulces y honestas que sintió deseos de asirse a las ropas del moreno y llorar.

— Es que siento que me voy a morir.

Los ojos azules de Naruto se rasaron con lágrimas ante la mirada de un Itachi conmocionado.

— Olvídate de Sasuke, no te merece— le dijo con serenidad, expresando al fin lo que llevaba días pensando.

El trigueño tenía los pies clavados en el piso y la boca seca. Las palabras que acababa de emitir el mayor resonaban con potencia dentro de su cabeza.

No podía olvidarlo, eso implicaría abandonar parte de su propia vida.

No quería dejarlo ir, prefería tener aunque fuera una pequeña parte de él en su corazón, así fuera alimentaba a base de engaños.

Sin embargo, tenía que hacerlo, Sasuke Uchiha lo había engañado. No había sabido corresponder a su amor.

Debía aprender a vivir sin él. Por su propio bien, incluso si dentro del proceso se sentía morir.

— Lo intentaré.

Esa fue la única respuesta, solemne y parca, que salió de sus labios, sin embargo, cada uno le dio un significado diferente. Para Naruto, eso significaba resurgir. Para Itachi, que no todo estaba perdido.


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