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Algo contigo por chibiichigo

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Capítulo 3. Perdido y encontrado

 

 

Tanteó la cama antes de abrir los ojos. Éra uno de los tantos vicios que se había creado a lo largo de su convivencia con Sasuke y que todavía no lograba superar, incluso aunque las sábanas a su lado estuvieran pulcramente colocadas en el colchón, como un frío recordatorio de su situación.

 

No se acostumbraba a despertar solo, a no tener la visión de un Sasuke con el cabello revuelto a su lado, a no abrazar con delicadeza el cuerpo de su amante y recibir un malhumorado gruñido a modo de saludo matutino.

 

Se talló los ojos para desperezarse y, tras sentarse en la cama, posó su vista en el espejo de cuerpo entero que había en la esquina de la habitación.

 

— Buenos días, Naruto— se saludó melancólico. Veía su cara, pero no se reconocía, como si por la noche alguien hubiese cambiado su cuerpo por otro que no terminaba de amoldarse a su alma. Su propia persona le parecía un forro incómodo en donde le dolía hasta respirar. 

 

Bufó, sin quitarle la vista a ese otro Naruto que lo miraba impertérrito. ¿Quién era ese hombre, por qué se le parecía tanto si no tenían nada en común? ¿O acaso siempre había sido el mismo, pero estaba cegado por la ilusión del amor de alguien más? Parpadeó un par de veces, esperando que la bruma en sus pensamientos desapareciera, pero fue en vano. Estudió su imagen en busca de pruebas de que lo que veía era un impostor, pero cada segundo que pasaba se sentía más exhausto, sin fuerzas ni para corregir la postura desgarbada que tanto le molestaba tener ni para salir a la calle.

— Estoy horrible—murmuró para sí mismo, en una voz tan baja que ni siquiera supo si en verdad lo había pronunciado o si había sido su imaginación.

Recorrió su rostro con las manos para sentir cada pliegue, cada pequeño rastro de sequedad, cada imperfección. Todo estaba igual que antes, pero se veía tan diferente… Se preguntó si así era como su cuerpo somatizaba la nueva vida sin Sasuke que tanto trabajo le había costado asimilar hasta la noche anterior. ¿Era así como el abandono se exhibía, sin conmiseración por quien sufre sus consecuencias? 

Quería estar soñando, que todo fuera una pesadilla. Pero sabía que era la realidad.

 

Reconoció el vacío en su pecho que corría hasta el estómago, ocasionándole unas nauseas pasivas que le impedían digerir sus pensamientos, pero que no lo hacían vomitar. Era como sentir sin sentir, una sensación tan extraña como desagradable que no se podía quitar. 

 

Se le estrujó el corazón, ¿por qué le ocurría a él?

 

El reflejo no le respondió. Solo le mostró unos ojos hinchados de tanto llorar. Sus ojos.

 

 

 

El agua caliente repiqueteaba en su piel enrojecida mientras la pastilla de jabón se consumía en sus manos. Naruto, sin embargo, estaba lejos, arrastrado por sus pensamientos.  

La noche anterior le había prometido a Itachi evadir todas las ideas que le lastimaban, calmar sus ansias por demostrarle a Sasuke que seguía siendo un hombre digno de ser amado y dejar de sentirse como plato de segunda mesa. Y mientras estuvo a su lado, suspendido en ese abrazo tan fuerte y tan cariñoso, lo logró. Ese momento le había dado dos certezas: La primera, que era mucho más frágil de lo que pensaba. La segunda, que Sasuke no lo reconfortaría nunca. 

Golpeó con el puño cerrado las baldosas de la regadera, en un acceso de ira rezagado de la noche anterior, antes de recordar la sensación de estar cerca de Itachi. La gratitud lo invadió de pronto.

 

A pesar de compartir sangre con Sasuke, Itachi nunca le había fallado y siempre le había demostrado su apoyo, inclusive en los momentos donde él mismo quería huir de su vida. ¿Por qué demonios sí le interesaba a Itachi y a Sasuke no? ¿Por qué el mayor era tan íntegro y tan fiel, mientras que su hermano era tan abyecto y ruin? ¿Por qué si eran hermanos no tenían los mismos principios?

 

“Todo habría sido mejor si me hubiera enamorado de Itachi y no de Sasuke.”

 

Se mordió la parte inferior del labio y sintió algo cálido en sus ojos que no supo si achacar al vapor o a una lágrima que pretendía abrir el camino a otras más en cuento abriera la caja del hubiera.

 

Prefirió creer que era el vapor.


 

El día que conoció a los hermanos Uchiha fue también el día en que su mejor amigo, Neji Hyuuga, le había dicho que se casaría con Tenten, su novia de toda la vida, porque ella estaba embarazada. Eso significaba que se quedaría sin compañero de piso y, con toda seguridad, que tendría que buscarse un lugar más pequeño.

 

— Necesito conseguir un inquilino pronto o buscar algo más barato. Mi padrino me prestará el dinero para pagar el próximo mes y darme tiempo a resolver la situación, pero no sé qué hacer—, le comentaba a la recepcionista del gimnasio, una jovencita de cabellos rosados que solo sonreía y asentía.

 

— Lo que debería hacer es trabajar y no solo charlar con su compañera—, lo interrumpió un joven de cabellos negros que sostenía un papel frente a recepcionista. —. Señorita Haruno, ¿cómo es posible que no aparezca mi pago en su sistema, si se hace el depósito automático? Por favor, consígame una cita con el gerente.

 

— Ahora mismo, señor Uchiha.

 

Naruto miró al joven con indignación, pero se guardó sus comentarios mordaces porque, primero que nada, necesitaba el empleo y, segundo, sabía que ese moreno era el amor platónico de su compañera.

 

— Sasuke, no es culpa de la señora Sakura. Estoy seguro de que es un malentendido, no seas pesado—. Naruto volteó al escuchar una voz grave tras de sí.

 

— Mucho gusto, Itachi Uchiha—, dijo un joven alto y moreno al notar su reacción. — ¿Usted trabaja aquí?

 

— Sí, un placer. Naruto Uzumaki. Soy el administrador de los salones de acondicionamiento.

 

— Le ofrezco una disculpa por la actitud de mi hermano, está un poco alterado.

 

— No estoy alterado, solo quiero saber el motivo de mi problema. Y no necesito que te disculpes en mi nombre—, espetó el otro joven, sin justificarse.

 

Naruto sonrió incómodo, mientras daba cuenta de la guapura de ambos jóvenes. Esperaba verlos más seguido, aunque el más joven no le había caído muy bien de primera impresión.


 

— ¿Cómo  sigues?— preguntó Itachi cuando lo vio en la cocina, accionando la cafetera para el desayuno.

 

Naruto contrajo los músculos y procuró controlar sus impulsos de largarse a llorar. Estaba consciente de que eso no cambiaría nada, que la gratitud hacia Itachi y la desesperación de ver su vida derrumbada coexistían en su interior, pero eso no le daba permiso de atacar al único hombre que le demostraba que lo quería.  

—Oye, respecto a lo de ayer…

La voz, generalmente parsimoniosa del moreno, ahora sonaba nerviosa. Volteó hacia la despensa y se preguntó si luego de tanto tiempo de convivencia, había adquirido una capacidad sobrehumana para descifrar las variaciones de los timbres de voz de la familia Uchiha.

 

“No, no recuerdes lo de ayer, por favor.”

 

Comenzó a jugar con sus manos mientras escrutaba el rostro de su interlocutor, con atención.

 

—Lo lamento, estuvo fuera de lugar.

 

Aquellas fueron sus únicas palabras, tan serenas y naturales que no daban espacio la mentira.

 

—No lo lamentes, tenías razón.

 

Naruto se sentía extrañamente traicionado, presa de una ambivalencia que no sabía cómo manejar. No quería que Itachi se disculpara de nada ni que lo lamentara; no quería darle lástima a la única persona que le quedaba. Si no, ¿cómo evitaría caer en el abismo que existía entre la mitad vacía de su cama y su bienestar?

 

—Pero…

 

—De verdad, déjalo.



La amistad con Itachi había nacido con total naturalidad, de forma tan espontánea que se le dificultaba señalar el momento exacto en que se había forjado. No había nada que no le contara, ya fuera por mensajes de texto o en las largas pláticas que tenían en los salones del gimnasio cuando no había clases.

 

Ahí era donde le platicó que un novio que tuvo lo engañó con su antaño mejor amigo, que sus padres habían muerto y lo había criado su padrino Orochimaru, quien tenía un local ramen en la zona roja de la ciudad donde Naruto había trabajado durante muchos años; que le daban asco las manzanas y que de niño había intentado unirse a una compañía de teatro, pero lo rechazaron porque no podía aprenderse bien sus textos.

 

— Te llevarías muy bien con mi hermano—, le dijo Itachi una vez.

 

— ¿Con Sasuke? No te ofendas, pero es el típico guapo insufrible.

Itachi soltó una carcajada breve.

— Vaya, así que crees que es guapo.

 

— ¿Qué? Yo no dije eso, dije “hombre”. Debe ser la acústica del salón—. Las mejillas de Naruto se tiñeron de un fuerte color carmesí, mientras Itachi sonreía y le acariciaba la cabeza.

 

Gracias a ese desliz, había comenzado a relacionarse con Sasuke Uchiha. Itachi los citaba con frecuencia para cenar o tomar un trago, con el pretexto de que los dos eran sus personas más cercanas.

 

En muchas ocasiones, el menor de los hermanos faltaba sin aviso o se excusaba de último momento. Sin embargo, cuando coincidían, el estómago de Naruto daba vuelcos: Sasuke lo fascinaba en todos los sentidos; le resultaba muy atractivo físicamente, pero su hermetismo era lo que más lo intrigaba. Se dio a la tarea de conocerlo, de abrir poco a poco su corazón.

 

Naruto nunca le dijo a Itachi, pero en ese momento pudo haberse enamorado perdidamente de él. Fue su insistencia la que lo hizo fijarse más en Sasuke, la que le permitió amarlo con locura.

 

 

Los días pasaron en una aparente calma, solo interrumpida por los frecuentes pensamientos sobre Sasuke. Naruto intentaba limitarlos lo más posible, desecharlos para mantenerse fiel a esa promesa que le había hecho a Itachi y a sí mismo. Tenía que ser fuerte; no podía darse el lujo de recaer en sus errores de antaño ni de enloquecer por el dolor, pese a que algunas veces la voluntad lo abandonaba.

 

Detectó que cuando estaba solo tenía más episodios de ansiedad que cuando estaba acompañado, así que comenzó a relacionarse con personas nuevas, como las personas de oficinas anexas y los trabajadores de varios expendios por los que pasaba diariamente. Era su manera de darse una nueva oportunidad y ser menos tóxico consigo mismo. Y marchaba bien.

 

Sin embargo, aunque todo mejoraba, notaba algo distinto en Itachi: Desde que se disculpó con él por sus comentarios sobre su atuendo para salir de fiesta, se había distanciado. Pese a que no había sido nunca grosero ni déspota en sus modos, Naruto notaba que todos los diálogos dirigidos a él eran calculados y acartonados. En esos intercambios, el rubio temía que su amigo lo estuviese exiliando de su vida.

 

“Si me quedara sin Itachi, ¿qué haría?”

La pregunta lo abrumó. No sabría cómo lidiar con eso. Ojalá que nunca pasara.



Había pasado días pensando cómo hacerle para que Itachi no estuviera tan distante de él. Por su mente pasaban cientos de hipótesis y, al no encontrar ninguna causa concreta para su actitud, se preguntó si el mayor lo había escuchado llorar por las noches— incluso si lo hacía en silencio y procuraba evitarlo a toda costa— o si habría comprendido que le gustaba escuchar música jazz solo porque era una costumbre que había adquirido al lado de Sasuke y eso, en cierto sentido, lo ayudaba a sobrellevar su ausencia.

 

Era en esos momentos cuando se juraba que no volvería a caer en vicios heredados, a embalar los discos de Dave Brubeck y enviarlos a algún lugar de África septentrional, pero de última hora algo lo detenía. Se odiaba por ser tan débil, por no poder cumplir la promesa que le hizo a Itachi.

 

Dejar de llorar por Sasuke era la única forma de salvar su amistad con Itachi, concluyó Naruto. Necesitaba alejar el fantasma de su expareja y ver hacia el futuro. Ya había pasado el tiempo de la miseria.

 

 

— Me dieron boletos para el teatro— comentó Itachi una noche, mientras cenaban.

Habían pasado ya casi seis meses desde que vivían juntos y la turbulencia emocional de ambos ya había acabado. Las charlas durante horas y los mensajes eran de nuevo la norma; el cariño era la naturalidad y Sasuke estaba en el pasado.

 

— Ah, ¿qué obra se presenta?— preguntó Naruto, mientras se metía un trozo de carne en la boca.

 

— No recuerdo el nombre. Sé que es una obra de Broadway, un musical, pero dejé los boletos en el recibidor. Después te digo— contestó el otro, mientras tomaba un poco de pescado.

 

— ¿Voy por ellos?— preguntó el otro,impaciente.

 

— No, ya iré yo después de cenar. Creo que un poco de expectativas no te hará daño— Itachi le sonrió discretamente y luego siguió comiendo—. Por cierto, ¿te conté lo que le pasó hoy a Karin?

 

Naruto ya no lo estaba escuchando. Se encontraba embotado mirándolo, concentrado en el tonillo suave que tenía su voz y que le daba tanta paz. Le costaba creer que nunca se había dado cuenta de la forma en que las fosas nasales de Itachi se expandían al sonreír, ni de la línea de expresión que tenía en la comisura de los labios. 

 

Era apuesto.

 

Se sonrojó ligeramente al percatarse de sus pensamientos. Últimamente se sentía raro el estómago cuando estaba con Itachi. Prefería su compañía sobre la de otras personas, la disfrutaba cada día más.

 

— Ya recuerdo— exclamó de pronto su interlocutor, sacando al trigueño de su ensimismamiento— Memphis

 

— ¡Vamos!

 

Naruto estalló en alegría. Había buscado boletos para esa obra, pero se terminaron el mismo día que comenzó la venta.

 

— Es el viernes a las siete— el moreno completó—. ¿Paso por ti a las cinco y media?

 

— ¡Seguro!

 

El rubio se levantó de la mesa y fue hasta donde estaba Itachi. Abrió los brazos y se aferró a su torso, tal y como había evitado hacer durante mucho tiempo.

 

El más alto devolvió el contacto y lo envolvió entre sus fuertes y cálidos brazos. Naruto se estremeció, nunca nadie lo había hecho sentir tan protegido, tan preciado. Su corazón palpitaba con fuerza.

 

Levantó la cabeza, buscando el rostro anguloso de Itachi y entonces, sin esperárselo, sintió el contacto de los labios ajenos sobre los propios. Los dos se entregaron en un beso que deseaban darse desde mucho tiempo atrás.

 

— Itachi— Naruto se atrevió a hablar, mientras encontraba un espacio en el pecho del contrario que parecía hecho a la medida para su rostro—, ¿qué estamos haciendo?

 

— Algo que debí haber hecho desde que te conocí…

 

Esas palabras sonaban tan sinceras, tan amables y tan dulces que el rubio solo atinó a confesar aquello que llevaba pensando desde la cena.

 

— ¿Sabes? Te quiero.

 

 

 

“Te quiero”

Las palabras de Naruto todavía resonaba en sus oídos incluso después de semanas. Le costaba creer que las hubiera pronunciado, que todo eso que estaba ocurriéndole era la realidad y no un sueño. 

Naruto lo quería, eso era más que suficiente para él. Era lo único que había deseado durante años. Era como si, por fin, luego de tanto tiempo, la vida le sonriera. Se sentía completo, en total facultar para encarar cualquier obstáculo.

— Señor Uchiha— lo alcanzó el portero, mientras las puertas del elevador se abrían.

Él le devolvió una mirada condescendiente, pese al disgusto que le generaba que alguien interrumpiera sus cavilaciones.

 

— ¿Qué ocurre?— preguntó, enarcando una ceja.

 

— Pensé que no lo alcanzaba—. El hombre, que ya era mayor, inspiró fuertemente mientras le extendía un sobre— Llegó esta carta para usted hace unas horas, el mensajero que la trajo dijo era urgente.

 

No tuvo más que ver ese sobre color crema para comprender de qué iba todo. El corazón se le paralizó durante unos instantes y, cuando por fin volvió en sí, lo agarró con fuerza. 

 

Examinó el exterior, sintiendo el tipo de papel que ya conocía tan bien y casi pudo adivinar el perfume que le había sido rociado encima. Se lo llevó a la nariz antes de voltear a ver su nombre escrito con una caligrafía llena de adornos e inclinada hacia la izquierda. Tal y como se lo imaginó, olía a esencia de ciruelo.

 

— Gracias—. Despidió al portero, antes de cerrar la puerta del ascensor y desgarrar el sobre.

 

 

Por dentro, todo estaba tal y como debiese, justo como le habían enseñado las clases de etiqueta londinenses. En otras condiciones no le hubiera molestado el arcaísmo ni el elevado elitismo victoriano que implicaba enviar un sobre así en pleno siglo XXI. Es más, tal vez incluso hubiese recordado con algo de añoranza su infancia y se habría sentido conectado con esos detalles.

 

Pero en esa ocasión no fue así. Lo único que le arremetió fueron náuseas.  ¿Por qué tenía que llegar aquella maldita carta en el punto de su vida donde más feliz se encontraba?

 

Salió del ascensor y abrió la puerta de su apartamento con descuido.  No se fijó siquiera en si había alguien en la casa, aunque era todavía demasiado temprano para que Naruto estuviera de vuelta. Se dirigió rápidamente al teléfono y marcó los números que se sabía de memoria, pero que pocas veces había marcado en los últimos meses.

 

— Madre, soy Itachi. 

— Hola, hijo, pensé que nunca volverías a llamarme—contestó la mujer del otro lado, afable.

 

La sensación de haber sido un mal hijo se acentuó en el moreno durante unos segundos.

 

— Lo lamento, acabo de recibir tu invitación…


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