Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Corazón Indómito por sue

[Reviews - 310]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

 

Konnichi wa!!! :D Bienvenidos sean una vez más ^-^ No nos alargaremos dando explicaciones largas del porqué de la tardanza: Estaba algo “trancada” con las ideas, eso es todo xD En fin… Ha llegado el momento de dedicarnos un poco al KatzexRaoul n_n (inner: woooooooo!!!!! ^O^0) así que, dejaremos que las cosas entre Iason y Riki se enfríen un poco, les hace falta o_o (inner: aparte que si no te enfocas con una pareja, terminarás enredándote xD) je je Ahora a leer!!

 

 

 

 

 

 

Para un Katze evidentemente enamorado, era difícil oír que hablaran sobre el ser de su devoción sin sentirse a la defensiva; y es que por más estima que le tuviera al Mink, el capataz se moría de los celos cada vez que mencionaba a Raoul, así fuera para comentarle lo exagerado de alguna de sus prendas de vestir o desaprobar algún comportamiento de su parte. Le exasperaba no poder defenderlo sin dejarse en evidencia plena.    

 

 

- Raoul se ha encolerizado ésta vez – Iniciaba el rubio.

 

 

- Pude notarlo – Contestaba sereno.

 

 

- No sé que podría hacer. Detesto cuando nos peleamos hasta llegar a ese nivel – Suspiró – Siempre se cree él el ofendido. Seguramente estará esperando que le dé una disculpa.

 

 

- Tal vez sería prudente que se la diera.

 

 

La mirada que le lanzó el ojiazul fue tan cargada, que Katze pensó que hubiese sido mejor no opinar aquello.

 

 

-  No me disculparé con Raoul. No por esto. Se trata de orgullo – Acotó -  Él vino a mi casa a ofenderme… - Concluyó - …y me temo que todas éstas peleas infantiles entre nosotros, han surgido desde la llegada de Riki.

 

 

El pelirrojo le observaba desde su posición. Normalmente el rubio no le platicaba sobre lo que le mortificaba y pensaba, no desde que Riki había llegado a la hacienda; desde ese momento, Iason le parloteaba al muchacho - a veces sin parar - todas sus preocupaciones y hasta la última nimiedad.

 

 

Realmente el ojiazul debía de estar enfadado con Riki. Esa era la única razón por la que Katze se encontraba allí, escuchando sus opiniones y quejas, como si se tratase de una comadre que oye fielmente cualquier relato… anteriormente no le hubiese importado ni molestado calarse aquellas platicas sin sentido, es más, le agradaba que le tomara en cuenta para charlar de vez en cuando; pero ahora las palabras que emitía el Mink eran como espinas que quería sacarse una a una con los dientes.

 

 

- Su amistad tiene muchos años. No debería permitir que algo como el orgullo la destruya – Subrayar aquello le permitía tranquilizar un poco sus celos – El señor Raoul, a pesar de todo, es sensato. No creo que esté dispuesto a perderlo a usted como amigo.

 

 

- Exacto – Exclamó – Eso es lo que es Raoul para mí. Es mi amigo… ¿Por qué no puede entenderlo?

 

 

Aquellas palabras fueron como una balada dulce que deleitó al pelirrojo.

 

 

- A veces la amistad se confunde.

 

 

- Nunca tuve ese problema contigo – Hablaba puntualizando el aprecio que sentía hacía Katze – Tú nunca me demostraste confusión alguna. No que yo pudiera notar.

 

 

- Eso es porque siempre estuve consiente de cuál era mi posición… y de qué era lo que… usted pretendía conmigo – Le avergonzó un poco comentarlo.

 

 

- Las cosas no podrían empeorar en mi vida – Iason se sobó las sienes - ¿Quieres un trago?

 

 

Katze aceptó el ofrecimiento y se vio reflejado en el licor.

 

 

- Señor Iason… hay algo que quisiera saber - Katze había decidido ir directo al tema - ¿Cuánto tiempo más piensa ignorar al muchacho?

 

 

- ¿A qué te refieres? – Vertió más del líquido en su vaso.

 

 

- Sé que no le ha hablado mucho desde lo sucedido y que sólo lo busca para satisfacerse – El pelirrojo trataba de sonar amigable sin dejar de ser respetuoso  - No es suficiente para usted ¿Verdad? Pienso que ese castigo que quiere imponerle, ésta afectándolo a usted también.

 

 

Iason le dio entera razón a su hombre de confianza. Tenía días que venía tratando a Riki como si se tratase de un subordinado más. Inclusive el sexo entre ellos se había vuelto patético; el Mink llegaba, tomaba al chico y luego se marchaba… le besaba a veces, pero ya no le dedicaba palabras amorosas durante ni después del coito… Riki no se oponía a sus caricias, pero estaba evidentemente enclaustrado y convencido en mantener una actitud sumisa por temor a que algo malo sucediese ¿Verdaderamente así quería tener al mestizo? ¿Temeroso de su amor?

 

 

- Me estoy castigando a mí también, si… por creer en el amor de ese muchacho que tiene a otro hombre en su corazón - Confió - He sido un iluso y debo pagar por ello…

 

 

Katze sintió deseos de negar con la cabeza, en vez de eso, se atrevió nuevamente a dar su punto de vista.

 

 

- Creo… que no está mal ilusionarse señor Iason. Las cosas no se han dado como usted quisiera, pero aún así, piense que tiene a Riki en su cama y ese hombre que le espera en Ceres, tiene que conformarse con un recuerdo… Si me permite decirlo, es usted afortunado.      

 

 

- No me siento afortunado. Me siento engañado… lastimado – Se llevó la mano al pecho y se apretó fuerte. Había una herida que se negaba a sanar.

 

 

Katze se acercó hasta el ojiazul.

 

 

- No diga eso, me preocupa. No me gusta que se sienta así – Por un momento olvidó su posición como subalterno del Mink.

 

 

A pesar de que en su corazón habitara el ojiverde, Katze le tenía un gran cariño a Iason. Desplazar lo que le confiaba era algo que no podía hacer.

 

 

El Mink admiró un par de segundos al pelirrojo que se hallaba cabizbajo.

 

 

- Señor Iason… - El roce de los dedos del Mink en su mentón, era un sentir que había olvidado.

 

 

- No te preocupes por mí… no lo hagas más – El Mink también recordaba – Si yo sufro, eso es algo que no debe quitarte el sueño.

 

 

- No me pida eso. Yo jamás podría dejar de preocuparme por usted. Mucho menos sabiendo que sufre tanto… – Se atrevió a mirarle fijo – Es por eso que permanezco a su lado…

 

 

El ojiazul sonrió, satisfecho con sus palabras.

 

 

Iason llevó su pulgar hasta sus labios, delineando y  abriéndose paso suavemente entre ellos. El pelirrojo tragó grueso ¿Era el licor o el ego herido el que actuaba?

 

 

- ¿Quiere que lo consuele? – Emitió en un susurro. No pudo evitar mencionarlo. Una parte de su psiquis aún era perteneciente al Mink. Aún era influenciable a sus encantos.  

 

 

Iason le miró, dedicándole sus pensamientos.

 

 

- No estaría mal… mi petirrojo.

 

 

Una sonrisa casi fugaz se formó en los labios de Katze. Hacía ya muchos años que no lo llamaba de aquella manera tan dulce… los años en que aún jugaba en los charcos con las ranas y entregaba su cuerpo a los antojos del señorito sin poder defenderse. Una avecilla que volaba hasta donde la jaula se lo permitía.

 

 

En el  momento en que Iason se aproximó hasta sus labios, Katze cerró los ojos. La sumisión le acompañaba desde sus inicios y sus vestigios no querían abandonarle.

 

 

El rostro de Raoul que había tenido tan cerca, se mostró ante él.

 

 

- “Mi Raoul… perdóname por ser tan infame… una vez más te he de suplantar con aquel que dices amar…” – Imploraba – “Perdóname… pero el señor me necesita… así como yo te necesito a ti”

 

 

Ya no quería suplantarlo de aquel modo. Quería que fuera en verdad suyo, aunque fuese una vez…

 

 

-  ¿? – El pelirrojo abrió los ojos cuando no sintió más que el abandono de los dedos en su rostro.

 

 

- Deberías irte a descansar Katze. Es muy tarde ya.

 

 

Katze asintió.

 

 

- Buena noche.

 

 

Mientras rebobinaba lo que acababa de suceder, el pelirrojo llegó a la conclusión de que aquello había sido el final – oficial - de sus encuentros fortuitos. Era notorio que Iason no podía acostarse con otro que no fuera Riki… ya no podía hacerlo. Aquel hombre libertino había sido capturado. Esa noche se lo hubo confirmado.

 

 

Sólo esperaba que el moreno le atribuyera de igual modo aquel sentir.

 

 

Por su parte, Iason sonreía levemente. Había hallado a Katze apretando los puños con fuerza. Reacción de negación que nunca hubo tenido en el pasado.

 

 

- Comprendo… tú tampoco puedes engañar al corazón, Katze – Vociferó como si el pelirrojo aún estuviese acompañándolo – Cuando alguien entra en él, es imposible que logres meter a alguien más… - Su voz se tornó suave y se despidió, aceptando su liberación - Vuela lejos. Adiós petirrojo.   

 

 

***

 

 

Dado que el corazón de Katze ha sido capturado por el ostentoso Raoul Am, es prudencial hacer unas acotaciones.

 

 

 Como todo hombre que se considere viril, el ojiverde tenía encuentros con damas para satisfacer sus deseos carnales.

 

 

No era como que fuera a vivir esperando a Iason toda la vida. Su corazón tal vez podía, pero su cuerpo era bastante influenciable por los placeres del cuerpo.

 

 

Pretendientes nunca le faltaban. Bastaba con que se apareciera en una reunión para que las mujeres se le pegaran como hormigas al azúcar. Cuando tenía pensado acostarse con alguna de ellas, el ojiverde era bastante selectivo; generalmente prefería acostarse con mujeres altas y un poco fornidas, aquellas con las que podía tener un buen sexo que le dejara saciado por un tiempo considerable. Luego de tener en la mira a su presa, el rubio hacía uso de su galantería; bastaba con marear a la seleccionada con una labia adictiva. Ya luego se la llevaba a casa.

 

 

Los sirvientes solían admirar los diferentes y hermosos vestidos que desfilaban por aquellas escaleras. Damas con cabellera larga, lisa o rizada… con pieles blancas como la pureza, con corazones fríos como el hielo.

 

 

Sólo Mimea les miraba los rostros. Sólo Mimea las miraba con desprecio.

 

 

En la noche Raoul era uno y al despertar otro. Cuando se daba cuenta de que había amanecido con equis mujer, siempre hacía lo mismo: Se levantaba antes de que la misma despertara y la mandaba a despachar con sus sirvientes.

 

 

Ya las mujeres de la alta sociedad conocían sus mañas, por lo que luego de tener relaciones con el Am, se iban raudas para evitar momentos desagradables. Era un intercambio de placeres en los que todos recibían su parte.

 

 

El rubio se volvía una fiera cuando le colmaban la paciencia. Las mujeres no le resistían por lo hermoso de su mirar y lo buen amante que era. Sólo por eso le soportaban los desplantes.  Sólo por eso se dejaban hipnotizar.

 

 

Una mañana la dama con la que hubo compartido noche, se extrañó de no encontrarlo en el lecho. Suspiró y sonrió como una enamorada. Recordó con dulzura como el rubio la hubo tomado entre sus fuertes brazos. Pensó aún más romántica y fue en busca del que anhelaba fuera su nuevo amor.

 

 

- ¿Y Raoul? – Preguntó luego de haber salido del cuarto.

 

 

- El señor ha salido – Le contestó Mimea sin ninguna emoción.

 

 

- ¿Tan temprano?

 

 

- Es un hombre ocupado.

 

 

- Bueno – Se alzó de hombros – No importa. Lo esperaré.

 

 

Los ojos de la pelicastaño se abrieron en toda su extensión.

 

 

- Lo mejor es que no haga eso y se marche enseguida.

 

 

- ¿Cómo has dicho?

 

 

- Al señor no le gustará verla aún aquí cuando regrese.

 

 

La mujer la miró con enojo y procedió a sentarse en uno de los sillones. Sabía los rumores que giraban en torno al ojiverde, los conocía de cabo a rabo. Pero como toda mujer ilusionada, se convenció de que con ella sería diferente, después de todo, había estado interesada en el Am desde hacía un par de meses, cuando lo hubo conocido en una fiesta de salón. Luego de atreverse a hablarle – por influencia de unas amigas – había encontrado que el hombre no era tan irascible como decían. Estaba segura de que sólo necesitaba una mujer que le entendiera. Una mujer que supiera quererlo.

 

 

- Eres una altanera. A mi Raoul no le gustará enterarse que me has tratado así. Deja de perder el tiempo. Quiero desayunar.

 

 

- “Su Raoul” – Quiso escupirle los pies – “Ya veremos como su Raoul reacciona cuando la vea” – Pensó sarcástica.

 

 

Por más que Mimea trató, no logró sacar a la mujer de la casa.

 

 

Al volver Raoul. Sus ojos dieron con la dama que se creía su amada.

 

 

- ¿Qué haces aquí?

 

 

- Raoulito ¿Por qué me dejaste sola?

 

 

El rubio frunció el seño y miró a Mimea.

 

 

- Te dije claramente que la despacharas en cuanto me fuera.

 

 

- Lo hice. Pero ella insistió en quedarse – Mencionó con tranquilidad.

 

 

- No comprendo porqué me tratas así después de lo que pasó entre nosotros ¿Qué es lo que pasa Raoulito? – Inquirió la dama.

 

 

- No me llames de ese modo – La miró con enojo – Vete de una vez. No quiero mujeres mortificándome la existencia.

 

 

- Pero…

 

 

- ¿Qué no lo entiendes? Lo que pasó no tiene la más mínima importancia para mí – La miraba de arriba abajo – Además, una mujer que valga la pena respetar, no abre las piernas tan fácilmente.

 

 

La mujer se mordió el labio. Cuando quería que se marcharan, era bastante grosero.

 

 

- ¿Cómo puedes ser así? – Le hablaba con rabia -  Eres el peor hombre que hay sobre la tierra… - Estaba a punto de llorar – No sabes lo que es querer… realmente siento pena de alguien tan miserable como tú… nadie querría amar a alguien que tiene el alma podrida.

 

 

- ¡¡FUERA DE MI CASA!!

 

 

- ¡¡Eres un miserable!! ¡¡MISERABLE!!

 

 

Los ojos de Raoul se encendieron en una llamarada verdosa. Se giró y cruzó de brazos, símil a una rabieta. Pudo escuchar como la mujer se iba iracunda.

 

 

- Señor Raoul. Si sigue haciendo eso se puede meter en problemas – Se atrevió a comentar Mimea – Si realmente necesita buscar a las mujeres, por lo menos busque unas que tengan claro lo que usted quiere con ellas.

 

 

- No te metas en mis asuntos Mimea… además, yo nunca le ofrecí amores – Su mirada se perdía en aquel cuadro que le entregaba un amplio valle – Que aprenda lo difícil que es éste juego.

 

 

- Escucharlo hablar de ese modo, tan frío… me hace pensar que por dentro usted está hueco – No pudo evitar decirlo. Agradecía que la mujer se hubiese marchado con las manos vacías, pero le dolía saber que en el corazón del rubio no parecía transitar sangre.    

 

 

Raoul volteó para mirar a la joven cabizbaja.

 

 

– El amor no nace como por arte de magia, como cosa de una noche. Es algo que debe labrarse, pulirse hasta lograr su máximo esplendor – Mantenía su temple – Pretender que esa mujer ya me quiera por lo vivido una simple noche, debería ser objeto de burla… - Aseguró – Nadie se enamora a ‘primera vista’.  Eso es una estupidez Mimea. Cuento de mujeres. Tenlo en mente.    

 

 

Mimea sintió aún más dolor al escucharle ¿De qué manera se podía llegar a aquel corazón tan duro?

 

 

***

 

 

Un par de días pasaron desde la visita del Am a la hacienda de Iason. No muchos días. Pero para Raoul parecían una eternidad. Había perdido parte de su concepción del tiempo. A veces creía que hubiese estado en la hacienda Mink el día anterior, otras veces sentía que los meses habían pasado.

 

 

Pensar en volver a Iason, extrañamente lo llenaba de amargura. Recordaba la conversación en dónde el hombre insinuaba que quería “adoptar”  el hijo de Mimea, eso lo ponía rabioso y le quitaba las ganas de hacer acto de presencia.

 

 

- Debe estar fuera de sus cabales ¡Demente! Para pensar que le permitiré semejante desfachatez – Comentaba para su reflejo. Sus rizos tomaban forma a medida que se peinaba – Admito que nunca pensé que me saldría con esa jugada tan sucia… ahora que lo pienso, el embarazo de Mimea podría empeorar las cosas – Se alarmó - ¿Cómo no pude pensar en ello? – La frustración lo invadió - ¡Se suponía que era un plan perfecto y resulta que está lleno de fallas!... ¡Maldición! – Arrojó el cepillo, enojado.  

 

 

Estacionó su vista en el espejo. Aquel rostro iracundo ya se estaba volviendo habitual en verse reflejado. El seño fruncido no podía quitárselo por más que tratara, todo lo que pensaba lo hacía mantenerlo a flote. Su apariencia angélica se estaba distorsionando.

 

 

- ¿Es qué nunca tendré paz? – Se quejó al espejo – Ya ni recuerdo cuando fue la última vez… que me pasó algo bueno… - Confesarlo en voz alta, le punzaba por dentro - …algo que me hiciera realmente feliz…  

 

 

 Aunque por dentro se sintiera sumamente nostálgico, Raoul continuaba manteniendo su talante, nadie notaría lo que estaba pasando con sus sentidos. Aquella mirada disparaba gran fuerza; los ojos verdes le devolvían el brillo jade que tanto habían codiciado familias enteras.

 

 

- ¿Te parece qué no son algo digno de admirar? – Preguntó para alguien más, distrayéndose de su tristeza – Para que lo sepas, siempre he sido envidado por ellos.... No eres más que un pobre ignorante – Desafiaba su reflejo en el espejo, como si tuviera en frente a otra persona – Un hombre corriente que no sabe absolutamente nada de lo que es la perfección, no tiene derecho a opinar… jum – Se burló un poco – es irónico, muy irónico… estoy completamente seguro de que anhelarías que tus hijos tuvieran tan maravilloso verdor  - Sonrió con coquetería – ¡Y serían unos hijos prodigiosos! Con unos ojos tan verdes como las hojas y un cabello semejante al fuego… - Habló bajito. Su mente empezaba a cavilar, a perderse en la imagen de un hombre pelirrojo bien parecido - …un deslumbrante… y apasionante cabello rojo… – Se calló.

 

 

En la comida, su mente también se encaprichó de más.

 

 

- No, no… - Con un gesto de su mano, detuvo al joven antes de que le llenara la copa – Hoy no quiero vino blanco… trae el tinto mejor.

 

 

- Si señor.

 

 

Mientras le servían del vino, el Am se perdió en las tonalidades que destilaba la copa.

 

 

- …Un rojo intenso – Mantuvo aquella copa en su mano, observándola como quién analiza un gran dilema - ¿Puede un color tener tanto sabor? – Degustó del contenido de la copa como un experimentado catador – Ah… dudo mucho que hayas tenido el privilegio de tener vino en tus labios – Volvió a hablar para esa otra persona - … Y aún así… te atreviste a agarrarme de esa manera… - Recordaba sus brazos alrededor de su cuerpo y apretaba los dientes; un tanto enojado, un tanto… cautivado  – Si que tienes agallas Katze… demasiadas diría yo.

 

 

La amargura que tenía era por su propia reacción. Raoul se sentía humillado por haberse dejado neutralizar de aquella forma.

 

 

Se prometió a sí mismo, que la siguiente vez no se dejaría engatusar. Estaba dispuesto a olvidarse del estatus social e irse a los puños con aquel rufián, todo para hacer que le respetara, como debía ser.

 

 

- Señor Raoul – Mimea se acercaba hasta él. Le preocupaba que su señor no se hiciera sentir por un largo tan largo – Creo que ya debería dejar de beber – Le comentó al notar que seguía hablando solo, aún después de ella haber llegado.

 

 

- ¿Qué dices Mimea…? – Se estrujó los ojos.

 

 

- Se ha bebido toda esa botella usted solo… sabe que el licor, sea el que sea, no le hace ningún bien.

 

 

Fue entonces cuando el rubio se dio cuenta de que realmente se la había bebido completa. El sirviente se la hubo dejado luego de ordenárselo ¿Cuánto tiempo pasó luego de eso?

 

 

- Sólo… quería saber que color tenía el sabor rojo… – Se le enredó la lengua.

 

 

- ¿Qué? – Exclamó la pelicastaña junto a una sonrisa divertida – Dice disparates ¿Ve que ya está afectado? ¿Cuándo aprenderá que no es bueno bebiendo? – Trató de ayudarlo a que se levantara – Ayúdeme por favor. Pesa mucho ¿Sabe? – Comentaba, no era la primera vez que tenía que trasladarlo luego de que tomara. Podía pedirle ayuda a cualquier otro sirviente… pero a la mujer no le gustaba. A ella le encantaba cuidar de su patrón.

 

 

Mimea le ayudó a llegar a su habitación sin tantos tropiezos,  había tantos objetos frágiles en cada lugar que pudo haber quebrado. El Am cayó como plomo sobre la cama, no estaba del todo ebrio pero se sentía un tanto mareado.

 

 

La mujer le quitó las botas y los calcetines. Raoul no se movía, estaba dispuesto a dormirse con la ropa que cargaba encima. Sinceramente, no tenía ánimos de nada.

 

 

- Raoul… - Le hablaba suavemente - …no tiene porqué ponerse sí. Ya verá como todo va a mejorar…

 

 

 No le contestó. Escuchó un par de cosas que le dijo la pelicastaña antes de dejarle solo. El silencio que siempre llegaba cuando la mujer le dejaba, le hizo marearse más.

 

 

- Mendiga suerte la mía… - Mencionó a modo de queja antes de entregarse al sueño.

 

 

A la mañana siguiente se levantó más tarde que lo acostumbrado. Luego de lavarse y comer, tuvo deseos de mostrarse por la puerta principal a recoger los rayos del sol.

 

 

Como por azares del destino, un pelirrojo a lo lejos llegaba en una de las camionetas de la hacienda Mink. Estacionó el vehículo y se aproximó hasta la entrada de la casa. Unos ojos verdes lo llamaban.

 

 

- “Katze…” - Su corazón palpitó y una corriente le atravesó todito el cuerpo. Trató de no mostrar gestualmente tanta exaltación – Tú… ¿A qué has venido?

 

 

- Muy buenos días señor Raoul – Verle simplemente le alegraba el corazón y lo mostraba con una sonrisa -  Mi patrón me ha enviado en busca de la señorita Mimea…

 

 

- Si… - Recordó. Era preferible mandar a Mimea a que le trajeran al gusano de Riki ¡Era buena idea! Podía pensar en alguna cosa malvada para hacerle si eso ocurría… pero la mente del ojiverde no pensó en el mestizo ni un segundo más – Deberás esperar a que se aliste.

 

 

- Si señor.

 

 

El rubio suspiró por lo bajo, al parecer ésta vez tenía todo bajo control.

 

 

Sacudió su melena.

 

 

- Hay… mucho sol. Puedes pasar y esperarla dentro. Le pediré a uno de los sirvientes que te traiga una bebida refrescante ­- Raoul se sintió generoso, miraba la explanada y por el rabillo del ojo enfocaba a Katze.

 

 

- Gracias por su ofrecimiento.

 

 

El pelirrojo volvió a hacer un gesto reverencial, hallándose sus ojos con algo que lo atrapó de golpe.

 

 

Llevaba botas “de hombre” por así decirlo.

 

 

- … - Katze alzó las cejas. No pudo resistirse a comentar: – Sus botas… veo que sólo lleva aquellos zapatos extravagantes para ir a la hacienda Mink. Por más que se trate de un arma de seducción, pienso que no debería usarlos. Estos le van mejor.

 

 

Sintió como si le arrojara un balde de agua helada.

 

 

- Tú… de nuevo atreviéndote a criticarme – Su expresión se agrió – Poco me importa lo que pienses. No tienes derecho a opinar. No quiero que opines… no quiero que digas nada – Por el modo en que se lo decía, era claro que se estaba aguantando algo.

 

 

- No lo he dicho para mal – Se excusó – No se moleste señor – Suavizó su tono – Con mi sinceridad sólo trataba de mostrarle el agrado que siento por usted.

 

 

- ¿Agrado?

 

 

- ¿Le disgusta que sienta agrado por su persona?

 

 

El comentario lo hizo recordar… sus brazos, sus ojos, sus labios, su aroma…  y el recuerdo le recorrió las entrañas.

 

 

- Pues si, me disgusta y mucho. Porque tú no me agradas Katze. Para nada… eres un hombre grosero que no tiene ni dónde caerse muerto, eso dice suficiente de ti – Expuso algo despectivo – No creas que he olvidado tu descaro. Corriste con suerte de que estaba con la mente en otros asuntos. Pero no es la primera vez. No… desde hace tiempo me has estado buscando y te lo advierto… me vas a encontrar – Esto último se lo dijo a modo de amenaza. Se acercó hasta el pelirrojo y trató de intimidarlo como muchas veces lo hacía con otros hombres  - Si no te molí a golpes la vez pasada, nada te asegura que hoy corras con la misma suerte… éste es mi territorio - Luego de su amenaza, el ojiverde intentó irse, más Katze se lo impidió tomándole intrépidamente de la muñeca – ¿Qué se supone que haces…? – Se exaltó. El contacto con su piel le había quebrado el brío como un azote.  

 

 

- Como dijiste, estoy buscándote… - Sonrió – Pobre de ti. Queriendo a alguien que sólo puede verte como un amigo… el señor Iason no te corresponde, eso es verdad… sin embargo, hay otra persona en la hacienda que siente una atracción pasional por ti – Le jaló con fuerza hasta que quedara muy cerca de sus labios.

 

 

- ¿Te burlas de mí…? - Los ojos de Raoul tenían de nuevo aquel brillo.

 

 

 – No me burlo. Ahora mismo te lo demostraré.

 

 

- Ni te atrevas… - Mencionó exaltado al darse cuenta de sus intenciones.

 

 

- Je – Una sonrisa se formó en sus labios - ¿Qué no me atreva a qué? – Soltó desafiante.

 

 

El Am intentó hablar, más el pelirrojo se lo impidió con un beso. Sus ojos verdes se abrieron cuales platos, nunca nadie se hubo atrevido a besarle en contra de su voluntad. Al principio el Raoul pensó en oponerse y lo hizo, trató de apartarse, pero era evidente que el pelirrojo no lo dejaría ir porque le agarraba con fuerza de las muñecas. Finalmente pudo separarse, aunque sólo del beso, ya que el hombre no dejaba sus manos libres. Sabía que de soltarse, el Am buscaría de atacarle y Katze no estaba de humor para recibir golpes de nadie. 

 

 

- ¡Te has vuelto loco! Alguien podría vernos ¡Suéltame! – Soltó en un grito ahogado. No quería que alguien se diera cuenta de lo que estaba pasando. Nadie debía saberlo. Se retorció. Le sorprendía la fuerza que el otro tenía para dejarlo completamente imposibilitado.

 

 

- No hagas tanto alboroto. Ha sido sólo un beso – Se burló.

 

 

Katze hizo un mayor agarre y luchó por mantener al rubio cerca de su cuerpo. Podía sentir la respiración del Am agitarse.

 

 

- Infame. Suéltame ahora – Pidió en un tono bajo pero igualmente desafiante.

 

 

- Si lo suelto me golpeará.

 

 

- ¡Oh! Claro que lo haré. Te volaré uno a uno esos dientes para que aprendas a no meterte conmigo… - A pesar de que sus palabras fueran en extremo agresivas, era evidente que se trataba de una fachada. 

 

 

- Pues entonces aprovecharé antes de que eso pase…

 

 

Cuando lo vio serenarse, el pelirrojo trató de acercarse de nuevo.

 

 

– Pero no dejaré que huyas más…

 

 

Raoul poco a poco se alejó.

 

 

- ¿Huir? – Se sintió acometido – Raoul Am jamás huye – Le aniquiló con la mirada. Su orgullo pesaba más que cualquier cosa.

 

 

- Demuéstramelo entonces… - Le apretaba con fuerza - … demuéstrame que eso que veo en tus ojos no es miedo.

 

 

Aquel desafío a su temple... fue una buena treta de parte de Katze.

 

 

Las muñecas del ojiverde atadas por unas manos evidentemente más fuertes que las suyas y su deseo de que hubiese logrado con su cometido fue lo que lo instó a buscar él mismo los labios del pelirrojo. Iniciando de nuevo un beso, el cálido sentimiento que brotaba de su interior, le impedía querer detenerse. Batallaron un poco con sus lenguas, hasta quedar algo exhaustos. Katze se apartó levemente, su deseo era tan grande que debía ser saciado de inmediato.

 

 

- Vayamos a la habitación más cercana – Expuso el pelirrojo.

 

 

- Tu descaro es inmedible. Pedir algo así es…  - Aún sentía la presión de las manos del hombre sobre las suyas, estaba más que claro que no tenía pensado soltarlo –…Definitivamente no aceptaré esa proposición. Vete. Apártate de mí antes de que…

 

 

- Oh no, no dejaré que te me escapes. Así que me llevas a una habitación o te llevo a rastras al establo – Exclamó en un tono semejante a una orden - Sólo estoy tratando de ser amable y de evitar que tus sirvientes no tarden en venir a chismorrear. Anda… ¿O prefieres que lo hagamos en el monte?

 

 

Completo descaro. Era demasiado directo, era lo que pensaba Raoul.

 

 

- ¿Y quién te dice que quiero hacer algo contigo? – Le miró con desagrado.

 

 

- No lo hagas – Sonreía – Eres malo mintiendo.

 

 

- …

 

 

Raoul decidió no siguió dudando, su cuerpo estaba tan caliente y lleno de ese cálido sentimiento de deseo… estaba ciego, así que dejó de pensar. Si seguía comportándose como lo estaba haciendo, las cosas no se solucionarían.

 

 

- Pero que tosco eres – Gruñó - Que no se te olvide quién da las ordenes aquí… - Recalcó - Sígueme.

 

 

El rubio abrió la puerta con cuidado y se halló con algunos lacayos limpiando el polvo de los jarrones y sacudiendo una que otra cortina.

 

 

- Ustedes – Llamó – Tú. Prepárale la tina a Mimea – Señaló – Tú. A la cocina – Mandó – Tú. Largo de mi vista – Así, uno a uno los hizo despejar el recibidor.

 

 

Katze se asomó por la puerta.

 

 

- ¿Listo?

 

 

- Apresúrate. No tardarán en llegar los otros – Le señaló el rubio.

 

 

El pelirrojo entró y siguió a Raoul muy cerquita, ocultándose en su espalda por si se encontraban con alguna presencia indeseada. No le gustaba actuar como si fuera un ladronzuelo, pero estaba consiente de que el Am no deseaba que nadie se enterara de lo que estaba pasando. Seguirle el juego por esa vez no le costaba nada. De hecho, le excitaba.

 

 

- Espera – Le hizo una seña con una mano a Katze, el hombre entendió y se quedó en su sitio - ¡Brida!

 

 

- ¡! – La aludida brincó en su sitio - ¿Si señor Raoul?

 

 

- ¿Qué haces en éste pasillo? – Su tono de voz era en extremo autoritario.

 

 

- …Limpio los cuadros mi señor.     

 

 

- Ya están lo suficientemente limpios – Hizo un gesto con su mano dándole poca importancia al asunto – Puedes retirarte a otra actividad.

 

 

- Pero señor… aún están…

 

 

La voz de la sirvienta le pareció chillona e insoportable. Su asunto con el pelirrojo era de extrema prioridad en aquellos momentos.

 

 

- ¡Los limpias todos los días mujer! ¡¿Qué tan sucios pueden estar?! – Exclamó fastidiado y evidentemente sacado de quicio - ¡Hazme el favor de irte al lavandero! ¡¡PERO YA!!

 

 

Ante el modo en que se lo dijo la sirvienta salió casi corriendo. No se percató de que el pelirrojo se había ocultado tras la cortina del ventanal.

 

 

- Eres un ogro – Comentó Katze saliendo de su escondite con una sonrisa – Pobre mujer.

 

 

Raoul le lanzó una mirada llena de petulancia. 

 

 

- Le grito a quién desee. Aquí yo ordeno y se obedece - Se acercó y tomó al hombre del mentón - Tenlo muy en claro ya que te atreves a pisar ésta casa... muchísimo más si tienes pensado meterte conmigo.

 

 

- Como digas – Medio sonrió. Con aquel leve contacto deseó aún más la proximidad del coito - ¿Qué tan lejos están los cuartos? – Se extrañó – No me creo que estén tan apartados. En la hacienda Mink hay unos recién entrando.

 

 

- No me meteré en una alcoba que posiblemente haya ocupado algún criado.

 

 

- ¿Adónde vamos entonces?

 

 

- ¿Cómo que a dónde? ¡A mi habitación por supuesto!

 

 

- “¿A su… habitación? – Ah… el pelirrojo sentía que sus sueños se estaban haciendo realidad - ¿Realmente me dejará entrar en su habitación?

 

 

- Considérate afortunado.

 

 

Los ojos verdes detallaron si alguno de los sirvientes pudo haberlos visto, al darse cuenta de que tenían el camino despejado, el rubio guió al pelirrojo hasta su alcoba.

 

 

Raoul pensó que el hombre se embriagaría con la vista de su ostentosa habitación. Pensó que de de ser así, le permitiría un par de minutos para recuperarse de su asombro. Más Katze no le prestó la más mínima atención a sus aposentos. En cuanto se hubo cerrado la puerta, el pelirrojo le tomó del brazo y llevó su mano para que le acariciara el rostro, allí empezó a besarla toda con voracidad, el ojiverde sintió que hervía, el que se comportara de manera tan salvaje ciertamente lo estaba excitando. Con su nariz le olfateaba los dedos, la palma, la muñeca… como un lobo, como una fiera hambrienta. Y Raoul continuaba hirviendo.   

 

 

- “Una locura… esto es una locura…”

 

 

Su boca se movía, pero no mencionaba nada. Cuando el pelirrojo fue subiendo por su antebrazo supo que su destino sería su cuello… pero de un instante a otro y sin preverlo, Katze le jaló con rudeza para que se acercara hasta su cuerpo.

 

 

- ¡!... Oye… - Emitió el rubio con suavidad – Tranquilo… - Le susurró al tiempo que le acariciaba el rostro con ambas manos – Tranquilo… - Cantó una vez más como tratando de amansar a un caballo agitado.

 

 

Ambos labios se acercaron y volvieron a formar parte de un beso, ésta vez más lujurioso que el anterior. El rubio atraía al otro hombre por la nuca, mientras que Katze le alborotaba los cabellos, aquellos rulos dorados que de vez en cuando se enrollaban entre sus dedos.

 

 

Allí, el Am fue deshaciéndose de su ropa. Se quitó el chaleco  que tenía y también la camisa, quedando la piel de su pecho completamente expuesta. Katze sonrió, hizo lo mismo con su camisa y se acercó de nueva cuenta hasta el ojiverde.

 

 

Cayeron en la cama, el pelirrojo sobre el rubio. El Am se notaba algo sobresaltado. Katze se levantó lo suficiente para buscar desabrochar los pantalones del ojiverde, éste al ver sus intenciones, se apresuró en ayudarle.

 

 

Raoul admitía que sentía deseo hacía Katze y estaba seguro que aquella era la manera de apagarlo. Era un capricho. Cuando se acostara con él, estaba convencido de que todo se terminaría.

 

 

- Ah… ah… - El ojiverde se retorcía, Katze le practicaba sexo oral – “Ohm… … ¿Cómo es que puede hacerlo… tan endemoniadamente bien?” – Tenía que hacer acopio de sus reacciones.

 

 

El pelirrojo le era leal a Iason, de eso no había duda… pero le era leal fuera de temas del corazón, ya que podía entregarle su voluntad y hasta su vida, pero su amor… definitivamente no era propiedad Mink.

 

 

- Ya…no…puedo…  – Eyaculó en la boca del hombre – ¡Agh!… - Unas gotitas de sudor se desprendieron de su frente. Llevó sus manos hasta la mata de cabello rojo y la acarició un poco mientras se recuperaba.

 

 

Había sido gratificante. Pensó que se arrepentiría pero eso nunca pasó por su mente.

 

 

Katze se limpió la boca. Su sabor le excitó aún más, su pantalón no podía seguir apresando tanta pasión.

 

 

- ¿Qué le pareció?

 

 

- …No estuvo mal… - Se acomodó unos mechones de cabello que se le adhirieron a la frente.

 

 

Estaba al borde, aquella escena… no podía soportarle el verle así. Lo tomó de las piernas y le jaló con fuerza hasta el borde de la cama.

 

 

- ¡Ah! – El rubio se sorprendió. Sus piernas las subió hasta que sus rodillas quedaran casi a la altura de su rostro – Katze… E… ¡Espera un segundo! – ¿Yo… voy a ser el que reciba? – Se alarmó, no pensó que él terminaría siendo el pasivo, no a esas alturas de su vida.   

 

 

- ¿Por qué no? Quiero darte.

 

 

Las mejillas del ojiverde estaban de por sí coloreadas. Era algo raro, le molestaba y en cierto modo le excitaba que fuera así de rudo con las palabras.

 

 

- Ese no es motivo – Trató de sonar natural, pero la verdad es que con el comentario su entrada había empezado a hacerse sentir.

 

 

- Respóndeme. Con sinceridad ¿Desde cuándo no estás con un hombre?

 

 

- ¡! – Se puso de colores.

 

 

- Esa amargura que cargas… es por falta de macho. Desde hace tiempo he pensado que lo que necesitas es una buena revolcada.

 

 

Indignado. Esa sería la palabra correcta para describir como se sentía el Am ¡Cómo se atrevía a insinuar semejante cosa! Quiso lanzarle un montón de insultos, pero era tanta esa indignación, que se le atoraron en la garganta.

 

 

- Tú… am… em… eres un cínico.

 

 

- ¿Y bien? – Insistió.

 

 

- No responderé esa pregunta – Aún así, sus mejillas evidenciaban su respuesta.

 

 

- Tomaré eso como un tiempo muy largo – Le acarició los muslos - Si quieres, luego puedes tomarme… pero por ahora, déjame poseerte…   

 

 

- Eres necio – Se apaciguó con el roce de aquellas manos en su piel.

 

 

- Créeme, no tanto como tú – Sonrió.

 

 

Por Dios… ¿Cómo era posible que lo hiciera enojar y luego con una sonrisa le borrara todo ese enojo?

 

 

Raoul cerró los ojos. Al parecer no había alternativa. Llevaba días metido entre unas ganas de tener sexo fuerte y el recuerdo del pelirrojo taladrándole el cerebro. No tenía sentido ponerse a pelear con su personalidad en aquel momento tan crucial. Estaba convencido de que, si tenía relaciones con Katze, todos esos absurdos pensamientos con el capataz aquel, le dejarían de una vez por todas. Tenía que arrancar de tajo aquel sentimiento que lo estaba volviendo loco. Fuera como fuera. Haciendo lo que se debiera hacer. 

 

 

 Después de un largo y profundo suspiro, el ojiverde emitió:

 

 

-  Accedo.

 

 

El pelirrojo esbozó una sensual sonrisa ¿Era cierto? ¿Realmente Raoul Am había aceptado que le hiciera suyo? Katze gritaba de júbilo en su interior. Trató de continuar, pero el hombre le detuvo.

 

 

- Pero más te vale que sea bueno – Advirtió – Soy muy exigente. Si no me satisfaces te echo a patadas.

 

 

- No se preocupe señor Raoul… no… “Raoul”. Voy a hacer que te desmayes del placer… que te tiemblen las piernas, que sólo mi nombre inunde tu boca. Eso tenlo por seguro.

 

 

De nueva cuenta el pelirrojo se acercó hasta el rubio para empezar a toquetearlo.

 

 

- Espera…

 

 

- ¿Y ahora qué?

 

 

- Nada de correrse dentro – Su mirada era casi asesina -  Por nada del mundo se te ocurra hacer eso… si me desobedeces te mato ¿Me oíste? – Habló en un tono en extremo amenazante.  

 

 

Katze se molestó y lo evidenció rascándose un poco la frente, detestaba la idea de tener que hacer la marcha atrás. No quería tener que medirse a la hora de amarlo.   

 

 

Tomó al hombre con rudeza del brazo y le habló con extrema confianza.

 

 

- Adoro tu voz… pero ahora no quiero oír tus quejas.

 

 

Un beso fue suficiente para que el rubio se perdiera de nuevo en el mar de sensaciones carnales. Nunca unos labios le habían parecido tan apetecibles y una boca tan adictiva. Raoul imploraba por que la necesidad de aire de sus pulmones no le deshiciera el momento. El otro hombre le abrazaba y acariciaba con tanta maestría que el ojiverde se sintió un tanto alarmado, su propio cuerpo reaccionaba de maneras que desconocía cuando le tocaba. Cuando le devoró el cuello a besos y mordiscos, la conciencia del Am se perdió por un segundo casi prodigioso. Y aún así, el rubio se aguantaba los gemidos y las ganas de suspirar, que con cada beso insistía en arrancarle.

 

 

- Raoul… - Le tomó del mentón, mirándole con absoluto deseo. Lo que veía le parecía hermoso, casi sublime.

 

 

El rubio cerró los ojos y se permitió escuchar aquella voz llamándolo.

 

 

- Ah…

 

 

Cuando Katze se acercó hasta su oreja, supo que su rostro estaba colorado, debía de estarlo porque sentía que le ardía.

 

 

- No sabes cuanto lo ansío… - Y mientras le hablaba, le besaba y poco a poco lo acostaba - …cuanto ansío hacerte mío.

 

 

Seguidamente y teniendo la aceptación, un dedo intruso se coló por su entrada, ante lo que no pudo evitar quejarse el ojiverde.

 

 

- ¡Ah! – La expresión que puso excitó más al otro – No hagas… eso. No necesito preparaciones – Retiró la mano del pelirrojo. Llevó sus manos hasta los muslos y buscó de abrirse lo más que pudo – Acabemos con esto… hazlo antes de que me arrepienta.

 

 

Katze sin embargo, no le penetró. Le tomó de la muñeca y le obligó a levantarse de la cama. El Am estaba confundido.

 

 

- ¿Qué te pasa?

 

 

- No lo haré si es de ésta manera – Deseaba tanto que se entregara a él “porque lo deseaba”, no porque “fuera necesario”.

 

 

Raoul le miraba con completa seriedad.

 

 

-  Está más que claro que soy demasiado para ti – Desafió – Entonces, largo – Mandó con enfado.

 

 

- Como ordene – Se tragó lo que sentía junto a las ganas de tomarlo a la fuerza - Con su permiso…

 

 

Katze se levantó dispuesto a irse. El ojiverde se mordió el labio. Estaba demasiado molesto, rencoroso y desconcertado como para pensar con claridad.

 

 

Siempre había detestado que le llevaran la contraria, sentía completa aversión por las personas que se creían que podían llegar y mandarlo. Aún así, aunque Katze le pareciera en cierta manera parecido a Riki – porque se lo recordaba, en la manera en que decía las cosas, sin ninguna clase de consideración – había algo en él que lo hacía estremecerse.

 

 

El ojiverde agarró a Katze antes de que éste lograra abandonar la habitación y le besó con mayor pasión. Después de besarle de aquella forma, el pelirrojo pudo descifrar lo que Raoul quería.

 

 

- ¿Qué hay con eso de que eres demasiado para mí?

 

 

- Olvídalo y punto.  

 

 

Katze cerró la puerta. Entre empujones volvió a llevarlo a la cama.

 

 

Entre caricias y besos el pelirrojo mantenía al Am enfocado sólo en el placer.

 

 

Cuando el pene de Katze se introdujo en su interior, Raoul pensó que se reventaría. Como pudo se tragó las quejas y trató de mantener aquel carácter recio, de mostrarse sereno… pero era complicado.  

 

 

Y más para el pelirrojo, al que le costaba un poco moverse dentro del rubio. Sentía que su pene sería tragado. Su estrechez era tan inusual.

 

 

- ¿Podrías… relajarte un poco?... me encanta pero… a éste paso me correré en un santiamén.

 

 

- …Pides… mucho – Murmullaba con los ojos fuertemente cerrados - …duele de los mil diablos… ¡Oh oh!… cuidado salvaje… me partirás en dos si sigues así…

 

 

- Estás… muy estrecho de aquí… demasiado - Confesó Katze – Despéjame una duda… sólo habías estado con mujeres… ¿No es así? Nunca lo habías hecho con un hombre – El sudor se agolpaba en su frente - ¿Tengo razón… o me equivoco?

 

 

- … Ve despacio… - El rubio no le quiso contestar – Es lo único… que te pido ahora…

 

 

- Con que es así… no tienes que decirlo con palabras… eres bastante sincero acá abajo. Me siento tan complacido. No te preocupes… te lo haré de un modo que sólo me aceptarás a mí – Y dicho esto, el pelirrojo dio una fuerte embestida.

 

 

 - ¡¡Ah!! – Los ojos por casi se le salen de sus orbitas - ¡Mal nacido!... – Se aferró con fuerza de las sabanas. A pesar de todo, le había dado en un punto erógeno.

 

 

- Te lo he dicho ya…. tienes que relajarte.  

 

 

- Está bien, está bien… - Hablaba con los ojos cerrados - Dame unos segundos…

 

 

- Uf… ok…

 

 

Por más que le costó, Katze se detuvo. Podía sentir como el cuerpo de su querido temblaba.

 

 

- ¿Aún te duele…? – Le acarició.

 

 

- No preguntes cosas estúpidas…

 

 

Katze deseaba que el rubio sintiera el mismo placer que él. Le tomó de las caderas y suavemente empezó a atraerlo y a moverse circularmente. Las mejillas del Am estaban incendiadas.

 

 

Cuando la entrada del rubio se amoldó al pene de Katze, el placer comenzó a desplazar al dolor. Raoul se permitió entonces seguir aquel ritmo enviciado con sus caderas.

 

 

- Ah… ah… Katze…

 

 

El pelirrojo le penetraba profunda y deliciosamente, agradado por la respuesta del ojiverde.

 

 

Katze salió un momento de su cuerpo, haciéndolo quejar.

 

 

El rubio le vio acostarse a un lado suyo ¿Qué pretendía?

 

 

- Vamos a hacerlo más interesante – Mencionó - Ven acá – Se tocó la pelvis en donde se mantenía su virilidad alzada.

 

 

Raoul estaba ruborizado, su entrada le palpitaba con fervor.

 

 

- Apúrate hombre -  Se tocó un poco sintiendo la humedad y extrañando la tibieza de la carne – Ven a montar.

 

 

- Ya te lo he dicho. No me ordenes.

 

 

El Am tomó el reto y se subió sobre el pelirrojo. Mientras se penetraba mantenía sus ojos en los de Katze, en ese instante, su carne aceptó al hombre y un corrientazo intenso le arrebató las fuerzas por unos segundos. El pelirrojo le sostuvo de los brazos, como evitando que se cayera.

 

 

- Hemos encontrado tu punto bueno – Sonrió – Lo siento, ya no puedo seguir así… éste ritmo me está matando.

 

 

- ¿Qué?... ah… ah ¡Ah! ¡Katze!  

 

 

Katze luego de tomarle con fuerza de las caderas, hubo iniciado unos movimientos tan intensos con su pelvis, que el ojiverde estuvo a punto de caer en la locura.

 

 

Raoul, dejó de pensar. Aquello que sentía era tan intenso que no quería abandonarlo. Se apoyó de los muslos del pelirrojo y empezó a subir y a bajar erráticamente.

 

 

- ¡Oh! ¡Por Dios! – Sus rizos bailaban a medida que se agitaba todo.

 

 

Tener a Raoul de aquella manera en verdad lo excitaba. Era como un sueño, un sueño hecho realidad.

 

 

En el momento de mayor rigor, Katze tomó el pene del rubio y empezó a tratarlo.

 

 

Pensó que enloquecería, en el momento en que el pelirrojo le jaló el pene con fuerza, arrancó de su garganta aquello que tanto se había estado conteniendo. Aquel gemido fue majestuoso a los oídos de Katze.

 

 

Sólo eso fue necesario para que él también estallara en éxtasis, dentro del ojiverde.

 

 

Raoul no supo de Raoul por un lapso que de momento tuvo la apariencia de eterno. Era tan parte de Katze y lo sentía de tal modo, que desapareció la concepción del tú o del yo. Ambos pertenecían al mismo calor, al mismo sentir… como si fueran arrastrados por una corriente, energía que fluía de un lado a otro sin cesar.

 

 

Cuando el ojiverde se desplomó en la cama, trató de recoger los trozos de su mente y de su cuerpo que se hallaban desperdigados por toda la habitación. Tanta era la sensibilidad que sentía, que las sabanas que le rozaban la piel, le hormigueaban.

 

 

El pelirrojo casi inmediatamente jaló al rubio hasta su pecho.

 

 

Raoul se quedó quieto, meditativo. Katze le abrazaba como si temiera que fuera a esfumársele de un instante a otro. Mientras recuperaba la respiración acurrucado en el pecho del hombre, el Am se olvidó del estatus, de su manía de  querer lucir a cada instante imponente… de hecho, no se molestaba en pensar en nada. Sólo estaba allí, pegado al cuerpo de Katze, embriagándose de su viril aroma.

 

 

Aquella había sido la primera vez que se acostaba con un hombre. No era de extrañarse, al menos no para Raoul el hecho de mantenerse virgen de la parte trasera, y es que, él no se consideraba a sí mismo homosexual. Sólo le había atraído uno en la vida, al único hombre que hubo querido era a Iason…

 

 

- Raoul… en verdad no me imaginaba que… - Le sacó del trance.

 

 

- Ahórrate los comentarios – Le cortó de un tajo – Si te atreves a mencionarlo te corro de la habitación, no sin antes arrojar tu ropa por la ventana.

 

 

- ¿Te arriesgarías a que se enteraran los sirvientes?

 

 

- Si me das razones…

 

 

- De acuerdo  – Sonrió internamente. Sabía que el ojiverde estaba apenado, aquella era su manera de defenderse, un tanto infantil. Eso era lo de menos. Katze se sentía sumamente dichoso de haber sido el primero – Me conformaré con consentirte.

 

 

Katze peinaba los cabellos con sus dedos. El Am simplemente se dejaba mimar, hacía tiempo que nadie le trataba con tanta dulzura. A pesar de que todo su trasero se encontrara humedecido, el rubio no se sentía incómodo, había terminado aceptando que el pelirrojo le llenara con su semilla ¿Por qué? No lo sabía con exactitud, pero lo que si reconocía era que aquel acto lo había satisfecho como ningún otro que hubo tenido en su vida sexual.

 

 

Menos pensó que aquello terminaría sintiéndose tan bien. De hecho… no recordaba que el sexo fuera tan… ¡Esplendoroso! Suspiró, aún tenía espasmos debido a lo acontecido. 

 

 

- Eres tan bello como una mujer… a pesar de eso, sigues siendo tan masculino… incluso tus gemidos están… salpicados de esa virilidad.

 

 

- Jum… - Sonrió - ¿Tú puedes ser romántico? Me sorprende…

 

 

- Es necesario aprender a hablar, sobretodo cuando se quiere conseguir el favor de una mujer bonita.

 

 

- Mmm… ¿Te atreves a cuestionar mi hombría? – Le lanzó una mirada afilada.

 

 

- ¡Por Dios!  - Le sorprendía que siempre buscara malinterpretar las palabras - ¿No puedes aceptar  que alguien te diga que eres tan o inclusive más hermoso que una mujer, sin ofenderte?

 

 

- Jum… - Cerró los ojos y se dejó llevar por la sensación de ser apreciado – Aunque pienses de ese modo… Iason parece pensar todo lo contrario – Emitió con un deje de tristeza –… Para él, es evidente que no soy lo suficientemente atractivo…

 

 

- …

 

 

- ¿Katze?

 

 

- …Me voy.

 

 

- ¿Por qué?

 

 

- Tengo que llevar a la señorita Mimea a la hacienda.

 

 

El Am se acomodó de modo que su cuerpo quedara medio recostado en la cama.

 

 

- Eso puede esperar. Mimea no sabe que has venido a buscarla.  Puedes quedarte un poco más.

 

 

 - No es así. Tengo órdenes de regresar de inmediato… el que me halle en su alcoba, ya es suficiente afrenta a esa orden.  

 

 

- Te ordeno que te quedes – Esbozó seguro de que con ello obedecería – Así que te quedas.

 

 

- Al señor Iason no le gusta que lo hagan esperar – Se levantó y tomó sus ropas. Empezó a vestirse – Y cómo las palabras del señor Iason son sagradas para usted, supongo que no querrá que lo moleste con mi tardanza – Mencionó con evidente sarcasmo -  No se preocupe. Seré cuidadoso para que nadie me vea salir.

 

 

El ojiverde extrañamente se enojó con el hecho de que pusiera las ordenes de Iason por sobre las suyas.

 

 

Miraba a Katze, expectante. El hombre se amarraba las botas.

 

 

- Ya veo… no se trata sólo de eso - Raoul recostó su cabeza en la palma de su mano - ¿Esos son celos?

 

 

- …

 

 

- ¿Estás celoso?

 

 

Más no le contestó al instante.

 

 

Katze se dirigió hasta la puerta. Se detuvo. Giró el rostro. Raoul permanecía en el mismo sitio en donde le había dejado, con la sabana blanca resbalándole delicadamente desde la cadera, cubriendo su sexo.

 

 

- Si. Estoy celoso.

 

 

- …

 

 

El pelirrojo le miró fijo por unos segundos, como grabando en su memoria la imagen corpórea del que acababa de amar.

 

 

- Adiós Raoul – Mencionó, sintiendo próxima la añoranza.

 

 

- Adiós… Katze – Contestó, deseoso porque se aproximara y le besara una vez más.

 

 

Hizo una reverencia y salió de la habitación. Las miradas que se dedicaron fueron parte de su despedida.

 

 

- Se fue…

 

 

Obviamente Katze había tenido razones para sentir esos celos… había terminado mencionando el nombre de otro hombre en un momento tan íntimo. Raoul se llevó la mano a la frente, se acomodó de modo que su cabeza cayera sobre la almohada, provocando que sus dorados rizos se explayaran sobre la amplia cama.

 

 

Sonrió.

 

 

También era la primera vez que alguien lo celaba de aquel modo…

 

 

…Y le había encantado.  

 

 

Revoloteó sus rizos por las amplias sabanas y aspiró el aroma que el hombre había desperdigado en ellas.

 

 

- No comprendo… ¿Por qué no puedo dejar de sonreír?... que tontería – Pero la sonrisa continuaba iluminándole el rostro. Tan hermosa, como jamás la hubo mostrado.

 

 

 

Continuará…

 

 

 

 

 

Notas finales:

 

*Abanicándose* … Katze Katze, tenías todo ese fuego por dentro n////n  (inner: hizo erupción el hombre ¬//_//¬) ya!!! Ja ja dejemos los chistesitos x,D tuve que cortar el capi para no tardar más en la actualización. No sé si quedo del todo bien, sobretodo el lemon, ya las escenas “chenshuales” ya como que no me gustan tanto, prefiero escribir las de drama y romance n_nU no me queda más que esperar que les haya gustado,  gracias de antemano a todo aquel que se anime a dejar su comentario. Para la próxima, continuaremos con el KatzexRaoul (inner: yeeeeeeey!!! *//w//*) Besos y abrazos!! Bye Bye!!

 

 

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).