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Corazón Indómito por sue

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Notas del capitulo:

 

 

 

Hola hola!!! Ya estamos de vuelta, agradeciendo el que vengan a leer y cada rr dejado en el capi pasado ^O^0 (inner: ha llegado miss tardanza ¬_¬) je je de nuevo las ideas para éste y capítulos futuros han llegado regadas y he necesitado tiempo para desenredarlas y acomodarlas un poco x___x confieso que cada vez que pensaba que tenía el capi listo llegaba mi musa gritando “Esperaaaaa!!” y luego BAM!! Una nueva cosa que agregar y de nuevo sentarse a editar je je  y no sólo eso, mi conexión a internet actual no es muy buena que digamos, por lo que, hay días en los que me cuesta actualizar porque nada que me agarra la bendita red!!!!!! pero en fin, eso es la consecuencia de vivir en un campo j aja ja basta de quejas  xD (inner: hey, ni un adelantito de lo que viene? O_o!!!) ja ja para nada!! A leer para saber!! *____*

 

 

 

 

 

 

A pesar de la advertencia, Raoul trató de encontrar a Mimea pero sin éxito. Al parecer la pelicastaña había planeado su escape con bastante meticulosidad.

 

 

No sólo le había arrebatado su compañía sino que le hubo dejado una maraña de enredos tras su fuga. El ojiverde tuvo que inventarle a Iason el cuento de que la joven se había marchado a casa de unos parientes que “misteriosamente” le habían aparecido; como los mismos vivían en la ciudad de Eos estaba más que asegurado que la joven tendría las mejores de las atenciones. Iason no indagó mucho en el asunto, ciertamente le daba igual si era real o no la historia, lo que le interesaba era que de nuevo tendría a Riki… solo para él.

 

 

- ¡¿Por qué no me dijeron nada?! – Más Riki no reaccionó de la misma manera.

 

 

- No había necesidad.

 

 

- ¡Claro que la había! ¡Soy el padre de su hijo! – Estaba rojo de la cólera – No debieron hacerlo… no debieron dejar que se marchara.

 

 

- Comprende Riki, es lo mejor para Mimea.

 

 

- Lo mejor era que se quedara aquí – Masculló furioso – No tenían porqué apartarla de mí…

 

 

Iason se sintió celoso, punzándole la sensación de molestia por sus palabras.

 

 

- ¿La quieres como mujer acaso? – No se guardó la pregunta.

 

 

- ¿De qué estás hablando Iason? ¡Déjate de inventos! Es la madre de mi hijo… quería estar allí para cuando naciera ¡Por eso estoy tan molesto!

 

 

Riki demostró su furia pateando el escritorio.

 

 

- Tenía derecho estar ahí… - Susurró para luego estrujarse con fuerza el rostro enrojecido.

 

 

El ojiazul comprendió su malestar y se acercó hasta él.

 

 

- Escucha Riki, sabes que las primerizas siempre tiene problemas. De haberse presentado una complicación podría correr el riesgo de morir mientras daba a luz. Allá tendrá las mejores atenciones médicas ¿Comprendes eso?

 

 

- …Si – Mencionó más tranquilo – Pero… ¿No podría yo ir para allá? – Sus ojos brillaron – Quiero mucho, mucho ver a mi hijo nacer…

 

 

- ¿Es tan importante eso para ti?

 

 

- Si, lo es…

 

 

El límpido deseo del joven hizo estremecer el corazón de Iason, pero era un sentimiento de cobijo, de ternura extrema. Por un momento, el Mink pensó en buscar la manera de cumplirle el capricho, más se arrepintió de inmediato, no quería arriesgarse a que Riki terminara enamorándose de Mimea tras compartir algo tan importante como lo era tener un niño.

 

 

- Oh Riki. Haré lo que esté a mi alcance para que veas a tu hijo nacer – Mintió descaradamente y sin sentir ninguna clase de culpa.

 

 

- ¿Lo harás? – Su mirada se encendió - ¿Me ayudarás Iason? ¿En serio lo harás?

 

 

- Seguro – Se deleitó con el brillo de esperanza que logró arrancar de los ojos oscuros – Lo único que te pido a cambio es un abrazo. Ven aquí.

 

 

En el momento en que el rubio abrió los brazos, el moreno no tardó en aceptar el abrazo ¿Y cómo no si pensaba que Iason lo ayudaría a cumplir aquel deseo del corazón? Mientras lo estrechaba, el Mink se maravillaba ante la idea de no tener que compartirlo más.

 

 

- “Ahora de nuevo te tengo sólo para mí”

 

 

La sonrisa de completa satisfacción empezó a engalanar el ya de por sí agraciado rostro del ojiazul ¿Y cómo no sentirse de aquel modo? Riki empezó a tratarlo de manera diferente desde que le hubo asegurado que haría todo lo que estuviera a su alcance para que pudiera tener al muchachito entre sus brazos. Esa era razón suficiente para tener al moreno en bandeja de plata y aunque la dicha no fuera a durar por siempre – al menos hasta que el pobre de Riki se cansara de andar esperando un encuentro que jamás se realizaría – al Mink le encantaba sumergirse en las fangosas aguas de la ilusión.

 

 

- Se han llevado a Mimea y no me han avisado… – Riki le daba de comer a los caballos – Le prometí que la cuidaría a ella y a mi hijo… me siento tan inútil.

 

 

– Tal vez fue lo mejor Riki - Daryl se había escapado un rato, le encantaba quedarse a charlar un rato con el pelinegro.

 

 

Riki se sentía sumamente triste, pero no lo mostraba. Desde que en una de las visitas había sentido una patadita del bebé, decidió estar presente cuando la joven diera a luz… ahora le negaban ese deseo. Se sentía como un cachorrito que es ignorado cuando más necesita de alguien.

 

 

- ¿Lo mejor? No creo que lo mejor sea separarla de todos los que conoce. Incluso el mentecato de Raoul se ha quedado aquí… al menos tenía que irse a acompañarla.

 

 

- Es posible que no pudiera abandonar sus deberes. También piensa, Mimea podía llegar a tener complicaciones si se quedaba. Allá recibirá mejores atenciones.

 

 

- Jum… Iason también me dijo eso.

 

 

- ¿Lo ves? Es porque así es.

 

 

Aún así, el moreno no estaba muy convencido con todo lo que estaba pasando, le parecía demasiado sospechoso ¿Qué mujer la hacían viajar estando su embarazo tan avanzado?

 

 

- “¿Qué está pasando? Tengo una sensación muy fea por dentro, como si algo malo fuera a pasar… ¿Por qué?”

 

 

En cambio para Iason enterarse de lo de Mimea no le importó en lo absoluto. Con tal de verse librado de esa arpía, el rubio estaba dispuesto a hacer cualquier cosa. Raoul le había facilitado el trabajo.  Sólo tenía que mover las piezas de modo de que el pelinegro se olvidara completamente de la existencia de aquella mujer.

 

 

El rubio ya tenía un “plan de vida” con Riki, otra cosa era que el mismo estuviera dispuesto a seguirlo tal cual.

 

 

Pero las posibilidades de convertir al terco muchacho en un hombre de mundo, se reducían vertiginosamente. Definitivamente el Mink no le dejaría marcharse a otro país solo, con el fin de  aumentar sus capacidades, la simple idea de que pudiera ser capturado por la simpatía de otra persona lo aterraba. Prefería mantenerlo encerrado, como un hermoso ejemplar que está destinado a envejecer y a finalmente a morir en cautiverio.

 

 

Por otro lado, su medio hermano Raoul no se encontraba dichoso ante la huída de la mujer, por el contrario, sentía por demás la soledad. Extrañaba mucho a Mimea, pidiendo cada día que llegaran noticias de ella. Los únicos momentos en los que podía olvidarse de aquel dolor, era cuando estaba con Katze. El hombre realmente lograba apartarlo de sus dolencias, de modo que no tardó en volverse dependiente de su compañía.

 

 

Ponía cualquier excusa para que se encontraran y estuvieran juntos, así no tuvieran relaciones – porque hasta el cuerpo necesita descanso de vez en cuando -; en esos momentos el Am bombardeaba a Katze con las mil y un charlas aburridas que solía tener con su querida Mimea. El pelirrojo en ocasiones le escuchaba, pero llegaba el punto en que las palabras se volvían tediosas – al menos cuando le entraban ganas de bostezar los cuentos sobre el bendito club y las veces en que había visitado exóticos lugares – y el hombre tenía que recurrir a su astucia para llevar todas esas pláticas al más fogoso de los revolcones.     

 

 

-¿Cómo es que siempre terminamos así? – Preguntó el Am aquella vez, recostado en el pecho sudoroso de su amante pelirrojo, al tiempo que algunos de sus cabellos se adherían a su también sudorosa frente.

 

 

- No sé porque te quejas. Sé que te gusta… – Exhaló el humo del cigarrillo - …y no digas que no.

 

 

- Pesado – Bufó -  No digo que no – Frunció el seño – Pero me parece insólito. Estoy empezando a creer que lo haces a propósito – Cerró los ojos y se dedicó luego a oír la melodía del corazón.

 

 

Katze le acariciaba los cabellos con la mano libre. Aquel gesto lleno de cariño le encantaba al ojiverde, los dedos entre sus hebras lo adormecían en ocasiones, permitiéndose quedarse dormido, entregado por completo a tales atenciones. Tenía el sueño pesado, por lo que cuando quedaba rendido, era difícil despertarlo.

 

 

- Raoul, cariño… ¿Estás despierto? – Susurraba.

 

 

- …

 

 

En esas oportunidades,  el pelirrojo aprovechaba para dar riendas a sus sentimientos, le quitaba al corazón la mordaza y llenaba su boca de palabras llenas de amor.

 

 

- …Mi amado, como desearía poder estar a tu lado por siempre. Es duro tener que dejarte ir… si por mí fuera, te encerraría y no te dejaría marchar nunca – Le besaba la frente y hasta los ojos cerrados, en dónde sus largas pestañas custodiaban aquellos hermosos ojos jade  -  ¿Cómo decirte mi amor todo esto que siento? ¿Cómo decírtelo sin el miedo de que me dejes y me quites tu compañía? – De tan sólo pensarlo, su corazón se estremecía de espanto - ¿Cómo saber más allá de las caricias lo que sientes por mí? – Temía también ser como Iason, jurando y perjurando que Riki lo amaba porque así se lo demostraba en la cama… ¿Esa en verdad era prueba fehaciente para ese amor verdadero? – Oh Raoul… dime con esa boca tuya, esa boca que tanto deseo que sea sólo para mis labios, dime con ella que eres sólo mío y de nadie más – Susurraba con amor, mirando a su amante durmiente - …Dímelo y acabarás para siempre con éste mi tormento.   

 

 

Raoul nunca escuchaba semejantes muestras de amor y es que Katze procuraba que así fuera. Esperaba que sus palabras susurradas durante el sueño, fueran capaces de llegarles indirectamente. Claro, había raras ocasiones en que el rubio despertaba en medio de su monólogo poético. Pero como su estado somnoliento no le permitía diferenciar ni entender palabras, el pelirrojo siempre le decía:

 

 

- Te cantaba. Hasta que empezaste a roncar y me cortaste la inspiración.  

 

 

- No tienes que cantarme. No soy un niño…

 

 

A veces se molestaba y otras se sonrojaba, no estaba seguro de si era verdad o mentira, ya que ninguna mujer le hubo comentado sobre algún ronquido ¡Y si lo hubo, jamás se lo dijeron! Obviamente por miedo a su carácter irascible. Como reaccionara, de cualquier forma a Katze le encantaba, su forma de ser tan voluble era una de las razones por la que estaba tan enamorado de él. 

 

 

Para el ojiverde el sexo con Katze era como un vicio, uno del cual no quería deshacerse. No tardando la necesidad de buscar la forma de tener más de él.

 

 

- Tengo que encontrar la manera de tener a ese hombre aquí, en la mansión - Se debatía Raoul – Así no me consumirá la nostalgia, ni me sentiré tan solo... y lo que es mejor: Podré tenerlo a mí disposición cuando quiera – Una sonrisa surgió ante su pensamiento atrevido -  Ah, mi atardecido ¡Las cosas que me haces pensar!

 

 

Fue así como el Am pensó en un plan que por vez primera, para nada tenía como fin atrapar al Mink.

 

 

- Ah… Raoul – Iason le recibía aquel día inesperado - Luces radiante, me atrevo a confesarlo. No sé… hay algo diferente en ti. Aunque no logró descifrar con exactitud que es.

 

 

- ¿Tú crees? – Era cierto, aquel día el hombre destilaba una hermosa aura. Hasta sus ojos tenían un brillo diferente y su cabello resplandecía como espigas de oro bajo el sol  – Son cosas tuyas.

 

 

- ¿Y a qué debo tu sorpresiva visita?

 

 

- Bueno, más que nada he venido a pedirte un favor.

 

 

- Sabes que puedes pedirme lo que sea.

 

 

En el pasado aquella frase lo hubiese llevado a fantasear, pero lo menos que hizo el hombre fue distraerse con especulaciones absurdas. Su mente estaba tan enfrascada en su misión que olvidó por completo la existencia de las posibles distracciones.

 

 

- Siéntate por favor.

 

 

- Si… em… – Mientras se hallaba sentado, enrollaba un mechón de cabello en uno de sus dedos, cosa que hacía cada vez que lo atacaban los nervios - Pues… - Se rascó la barbilla - …Tengo pensada la expansión de uno de mis establos, así como otras reparaciones en la casa. Más que nada me gustaría agregar algunos cambios, unos diseños en la madera… - Raoul no podía mantener las manos quietas, así que continuaba frotándolas, llevándoselas al cabello, limpiando pelusilla imaginaria… todo tratando de ocultar el deje de nerviosismo que cargaba – Bueno, para no hacer el cuento largo me preguntaba si podías facilitarme a tu capataz… tú sabes, el pelirrojo odioso que tanto detesto.

 

 

- ¿A Katze?

 

 

- ¡Si!...ese, a Katze – Sintió cuando su corazón empezó a palpitarle más rápido al escuchar el nombre ¿Acaso iba a sonrojarse? ¡Maldita piel blancuzca que lo ponía en evidencia! Trató de hacerse entender, antes de que el Mink se diera cuenta de sus reacciones – ¡Es que...! Admito que es un hombre muy eficiente y… estoy seguro de que podrá hacerse cargo, siendo él tan bueno con la madera. He visto sus trabajos y admito que es un tallista formidable, a pesar de que no ha sido formado como se debe y de que posee un tosco carácter, estoy seguro de que sería considerado uno de los mejores… en fin, sólo será por unas semanas, o quizás un poco más. Todo depende de cuando se finalice todo el trabajo.

 

 

- ¿Tanto tiempo? ¿Es mucho lo que quieres hacer?

 

 

- Pues si…  tú me conoces, soy exigente y he elegido unos diseños un poco complicados y admito que extravagantes. Quiero un buen trabajo. Lo haré trabajar como un burro si es necesario, pero tiene que quedar perfecto.

 

 

- Comprendo – Iason asintió – Está bien. No tienes que darme tantas explicaciones. Mandaré a Katze a tu hacienda lo antes posible.

 

 

- Gracias - El Am se percató de que estuvo a punto de esbozar una tonta sonrisa, como un acto reflejo por la respuesta – Ejem… gracias Iason - Se controló al instante, de modo que el ojiazul sólo notó cuando sus ojos se iluminaron aún más que antes.

 

 

- “Jo jo… ¿Y dónde viste tú los trabajos de Katze? Porque que yo sepa sólo en su casa los hay exhibidos” - El Mink se deleitó ante su propio descubrimiento.

 

 

Katze únicamente tallaba por diversión y prácticamente en secreto, ni siquiera en la hacienda Mink había ni una sola pieza tallada por él. Además, había que ser demasiado distraído para no percatarse de lo que estaba pasando ¡Si prácticamente Raoul lo tenía plasmado en la frente! Su rostro completamente sonrojado y las palabras disparatadas debido al nerviosismo… Iason por un momento pensó en hostigarlo lo suficiente para dejarlo en evidencia, pero inmediatamente decidió apartarse de aquel asunto. No quería entrometerse y terminar arruinando lo que fuera estuviera cocinándose entre esos dos. Ya con su tormentosa relación con Riki tenía suficiente para mortificarse la existencia.   

 

 

- ¿Quieres algo de beber Raoul amigo?

 

 

- Sabes que no niego una buena bebida – Por primera vez el término “amigo” no le produjo pesar, ni sentimiento alguno.

 

 

- Brindemos – Mencionó tras entregarle una copa. 

 

 

- De acuerdo… ¿Por qué brindamos?

 

 

- Porque esto que tenemos dure para siempre – Sonrió.

 

 

- Sin duda no podría ser un mejor deseo – Le acompañó también en la sonrisa.

 

 

 Clinc!

 

 

El pelirrojo fue a ver a su patrón en el mismo instante en que se enteró de que le llamaban. No había despegado ni un ojo de Raoul desde su llegada a la hacienda, pero, Katze era demasiado inteligente, pudo manipular muy bien la situación. Nadie se dio cuenta de lo emocionado que se encontraba de tan sólo enterarse que estaban a pocos metros de distancia, ni mucho menos enterarse del tamaño de sus celos al pensar en Raoul y Iason juntos, solos entre cuatro paredes.

 

 

- Katze. Deja todo preparado para que te vayas a la hacienda Am… al parecer a Raoul le ha dado por remodelar y sabemos que sus sirvientes no van más allá de tener una cara bonita… - Le entregó una mirada concienzuda – Obedécelo en todo y no lo decepciones.

 

 

- Como ordene señor.

      

 

Iason trató de arrancar del hombre frente suyo alguna pista en su lenguaje corporal, más no tuvo éxito. Katze era completamente distinto a Raoul, por más que analizó sus reacciones, no logró hallar ni un ápice de nerviosismo, ni una gota de emoción dispersa.

 

 

- Me sorprende que Raoul te haya escogido precisamente a ti – Comentó – Tú que siempre le caíste tan mal… - No dejaba de verlo - …Hasta te llamó odioso.

 

 

- ¿De verdad? – Se las cobraría luego – Bueno, no soy moneda de oro.

 

 

- No, no lo eres… pero Raoul tampoco es una pera en dulce.

  

 

Katze tuvo que hacer un esfuerzo para no verse azorado mientras arreglaba todo, quería marcharse lo antes posible hasta la hacienda Am y comenzar la ilusión de compartir casa con su amado, como siempre lo hubo soñado. Dejó encargados a unos trabajadores experimentados e inclusive metió a Riki entre ellos.

 

 

- No quiero enterarme de que metiste la pata en mi ausencia.

 

 

- Vamos. Ni que fuera un novato – Escupió el mestizo – Anda. Termina de irte. Mira que el tal señor Raoul la armó muy bien para atraerte hasta su hacienda.

 

 

- Deja de hablar tonterías de los señores.

 

 

- Dime una cosa… - Observó de un lado a otro, luego disminuyó el tono de su voz - ¿Qué hiciste hombre? Porque debiste de dejarlo loco para que cambiara tanto así. Ni yo me lo creo.

 

 

-  Mira… si no quieres ganarte una zurra monumental, más te vale que no sigas hablando estupideces.

 

 

- Está bien, está bien… – Levantaba las manos en señal de sumisión – Me callo.   

 

 

- Procura también no hacer molestar a Iason – Le entregó una mirada profunda, de advertencia.

 

 

- No te preocupes. Todo estará bien sin ti, es más, ni harás falta – Dijo burlón.

 

 

Fue así como el pelirrojo relevó la mayoría de sus obligaciones al mestizo. Cuando Katze llegó a la hacienda Am, las sirvientas quedaron maravilladas ante su presencia.

 

 

- Es él… Katze de la hacienda de los Mink… es tan apuesto – Una de las chicas estaba claramente maravillada – ¡Y miren su cabello! ¡Nunca había visto uno tan hermoso!

 

 

- Tienes razón. Nada que ver con los afeminados que hay aquí – Comentaba otra, para luego soltar un largo suspiro – Con razón Mimea quería irse allá. Con semejante espécimen de hombre…

 

 

- ¡Mujeres! Silencio… podrían escucharnos.

 

 

El pelirrojo sabía que hablaban de él. Eran tan evidentes, la servidumbre se reunía como las gallinas alborotadas. Para nada apartó su semblante serio, a él lo único que le importaba era el hombre de los ojos jade. El resto del mundo le valía muy poco o nada.

 

 

-  Señor Raoul… - Uno de los mayordomos entraba a la habitación del ojiverde tras haber tocado la puerta – Ha llegado el capataz de los Mink – Informó.

 

 

- Voy enseguida – Ocultó lo que le produjo la noticia – Cuando salga espero no ver a nadie en el salón porque lo despescuezo – Mandó – Ahora vete, vete – Aplaudió unas dos veces para avivar al joven a cumplir con la orden.  

 

 

Cuando se encontró de nuevo solo. El Am se dedicó a terminar de arreglar su cabello. Lo echó para atrás de modo que sus bucles se extendieron por toda la espalda, y uno de los mechones lo colocó enfrente, de modo que cubriera sutilmente parte de su rostro. Dio otra mirada al espejo, ésta vez para arreglarse el traje.

 

 

- Tendremos la oportunidad de estar juntos por varios días… - No pudo evitar la sonrisa picarona que se dibujó en su rostro. Tomó el perfume y casi se vació todo el frasco encima  – Oh cielos… ¿No estaré siendo demasiado imprudente con todo esto? ¿Y si alguien se da cuenta de lo que está pasando? - Seguidamente detalló la barbilla y la zona del bigote, cerciorándose por enésima vez el afeitado perfecto  - Vamos Raoul ¿Matas al tigre y le vas a tener miedo al cuero? ¡No señor! Coraje hombre ¡Coraje!

 

 

Se tardó un par de minutos, por no decir un tiempo considerable. Finalmente hizo aparición en lo alto de las amplias escaleras. Allí lo vio, Katze miraba los alrededores como un pajarito distraído, sin percatarse de que lo espiaban en silencio.

 

 

- “Ahí está… tan gallardo” – Se mordió un poco el labio, su corazón se aceleró un poco – “Y es sólo mío… lo usaré hasta que me hastíe de él, si… eso haré” – Sonrió con completa satisfacción – “Hasta que ya no soporte verlo” – Pensó, porque aún una parte de sí pensaba que lo que tenía con Katze era un capricho.

 

 

 El Am carraspeó un poco, sin llamar la atención, buscando de aclararse la garganta. Levantó el rostro altivo y colocó en el mismo, una expresión vanidosa.  

 

 

- Señor Katze – Habló por fin con su potente voz de terrateniente – Ha llegado usted en el momento propicio.

 

 

El aludido se giró. Llevó la vista hasta donde se emanaba aquella voz.

 

 

- Raoul… - Emitió con dulzura, junto a una sensual sonrisa – Cualquier momento es bueno. Pides por esa boca y yo te daré todo lo que quieras.

 

 

Ante sus palabras tan directas, el Am controló de nuevo sus reacciones, para que no se mostraran externamente.

 

 

- Esto… pasemos mejor a mi oficina. Así  podremos hablar con mayor detalle – Le invitó, coqueteándole inconscientemente con la mirada – Le mostraré lo que quiero hacer.

 

 

- De acuerdo – Katze estaba dispuesto a seguirle la corriente.

 

 

Mientras subían por las escaleras, el pelirrojo no dejaba de deleitarse con la figura del ojiverde. Raoul sabía que le observaba como un lobo hambriento, pero también sabía que aquellos ojos no eran los únicos que tenía encima. Los sirvientes, fueran blancos o cualquiera, siempre hallaban deleite en los chismorreos, así los hubiera amenazado con hacerles algo terrible si los hallaba espiando. 

 

 

- Todo éste teatrito… a pesar de saber que yo hubiese venido así no me lo hubieses pedido. Como siempre lo he hecho – Habló Katze – Admite que vernos de vez en cuando ya no es suficiente para ti.

 

 

- ¿De qué habla señor Katze? – Raoul se hizo el desentendido - ¡! – Sus ojos se iluminaron y se sintió en extremo vulnerable.

 

 

Katze lo empujó hasta que chocó contra una de las paredes del pasillo.

 

 

- Estos jueguitos del amo y el sirviente no me gustan para nada cuando ando caliente. Dime ¿Por qué te inventaste toda esta historia?

 

 

- Comprende… era necesaria una excusa. No podías simplemente venir y quedarte aquí… eso hubiese sido sospechoso… - Murmuraba.

 

 

- Sabes lo que pienso sobre eso – Mencionó con seriedad – Eres el que tiene poder aquí. No debería importarte lo que piense la servidumbre.

 

 

- Katze… espera a que entremos a la oficina… - Estaba a un lado. Si estiraba la mano podía llegar a la perilla de la puerta – Podrían vernos… y no dudarían en hablar - Susurraba.

 

 

- ¿Hablar? ¿Y qué importa eso? Te preocupas demasiado por el qué dirán ¿Temes que salgan los chismes al exterior? ¿O a oídos de quién específicamente? – Mantenía capturadas las muñecas del rubio, sabía que su mortificación tenía ojos azules -  Cuando te pones así, me entran ganas de darles de qué comentar… armar un escándalo del que no puedas librarte por más que amenaces, por más berrinches que hagas… - Buscó de besarle.

 

 

Raoul le esquivó, totalmente preocupado porque alguien de verdad los descubriera.

 

 

- ¡Tsk!

 

 

El pelirrojo le soltó, se dirigió a la puerta de la oficina y la abrió.

 

 

- Listo. Entra… - Le dio el paso.

 

 

Más el ojiverde le tomó de la mano. Katze le miró.

 

 

- Mejor, vamos a mi habitación.   

 

 

- Je… como ordene, señor – Se permitió el sonreír.

 

 

Ya en la habitación, el rubio iba a empezar a desvestirse, más el otro se lo impidió.

 

 

- Déjame que yo te quite la ropa… - Katze llevó ambas manos al rostro de Raoul. Apartó con delicadeza los cabellos, descubriendo así, las hermosas gemas verdes  – Oh… - Intentó besarle, más el Am le detuvo.

 

 

- Tenemos tiempo de sobra para disfrutarnos. Tomémonos todo con calma.

 

 

- Tienes razón… - Sin que el rubio se diera cuenta, Katze llevó sus manos hasta donde se hallaba la correa de su pantalón y de un fuerte tirón, logró que ambas pelvis chocaran – Pero también es cierto que me he estado aguantando y mucho. 

 

 

- ¿Y crees que yo no? – Sonrió – Hay que ver que eres un hombre bastante desconsiderado.

 

 

- No te preocupes cariño. Ahora mismo nos quitamos estas ganas. 

 

 

Seguidamente, sus labios se juntaron en un beso húmedo y apasionado.

 

 

***

 

 

Mientras Katze y Raoul disfrutaban de su amor, Iason y Riki no se quedaban atrás. El rubio agradeció de sobremanera cuando su moreno volvió a hacerle compañía en la biblioteca y más se alegró cuando le pidió que le leyera un libro que él mismo había escogido; la tapa roja con letras doradas atrajo a sus ojos, pero lo que más le llamó la atención fue el título.

 

 

- “Niñas… ¡al salón!” – Leyó el rubio en la portada - ¿Por qué has tomado precisamente éste? – Sintió curiosidad, sabiendo de antemano de qué trataba el libro - ¿Sabes al menos de qué se trata?

 

 

- No sé. Me dio curiosidad, eso es todo – Respondió sin ganas – Sólo léelo.

 

 

 - ¿Por qué no lo lees tú? Si me dices que no sabes leer, en verdad harás que me espante – Jugó.

 

 

- Claro que sé… - Le encantaba desplomarse en el sillón azul aterciopelado – Pero entiendo más si me lo lees. Me aburriré si lo leo yo, es más, hasta me quedo tendido del sueño seguro.

 

 

- De acuerdo. Te lo leeré… pero siéntate bien Riki – Pidió al ver al joven colocar una de sus botas sobre el espaldar y la otra sobre el sillón.

 

 

- ¿Eh? No te preocupes, así estoy cómodo – Se acurrucó más en su sitio.

 

 

Iason decidió dejar al muchacho con sus modos, inició la lectura y ante los relatos, no tardó en capturar la entera atención del joven.

 

 

- ¿Qué te ha parecido el libro hasta ahora?

 

 

- Son puros cuentos de putas – Mencionó con una sonrisa en el rostro – Me sorprende que tengas eso en tu librero ¡Oh señor respetuoso! – Habló con tono sarcástico. 

 

 

- Si, en efecto son historias de mujeres de la vida mal llamada alegre… pero eso no le quita prestigio, al contrario. El autor sabe reflejar de manera perfecta la narrativa pícara…

 

 

Riki se metió el dedo en el oído. Ciertamente el punto de vista del Mink era más complicado de entender que algunas de las palabras que en ocasiones se usaban en los libros para “embellecer” el escrito.

 

 

- Como sea… ¿No seguirás leyendo?

 

 

- Si es de tu agrado.

 

 

Iason sonrió internamente. Aquel no era uno de los libros que hubiese pensado para instruir al muchacho, pero al menos parecía interesarle, y es que cada vez que el rubio tenía que hacer uso de la palabra “puta” o “prostituta”, el moreno no se guardaba la risa. Podría pensarse que era algo tonto que aquello le causase gracia, pero el ojiazul como hombre bastante estudiado, muy poco o casi nunca utilizaba el lenguaje escabroso. Tras unos minutos ininterrumpidos, se detuvo para darse cuenta de que el joven se hallaba completamente dormido.

 

 

Y al igual que Katze con Raoul, Iason aprovechaba aquella oportunidad para contemplar el apacible rostro de su querido. Si hubiese sido por palabras, el ojiazul no se mediría a la hora de mencionarlas, pero prefería el silencio; perderse entre su expresión tranquila, luchando por el deseo de cargarlo y llevarlo hasta el lecho – Riki en cambio tenía el sueño bastante ligero, un roce y sus ojos se abrían de golpe, como un animal que está a la defensiva hasta cuando descansa -, torturándose una y otra vez con la incógnita del contenido de sus sueños.

 

 

- “¿Con qué soñarás amado mío? ¿Seré yo el afortunado o estarás ahora mismo en los brazos de aquel hombre? ” – Pensar en la posibilidad de que estuviera soñando con Guy le dio tanta rabia, que estuvo a punto de despertar a Riki sólo para evitar que continuara con aquel pérfido sueño.

 

 

También retomaron las cabalgatas juntos. Riki lo adoraba, le encantaba sentir la brisa en el rostro y muchísimo mejor si era mientras dejaba al rubio atrás. En ocasiones el ojiazul le dejaba ganar las carreras, sólo cuando su propio ego se lo permitía. Iban a todos los rincones de la hacienda, cada vez como si fuera la primera y es que el terreno era tan grande que así lo permitía.

 

 

Era agradable recostarse bajo la sombra de los árboles y no hacer nada más que sentir el viento y escuchar el cántico de las hojas al chocar entre sí… el rubio sin embargo, no podía más que contemplar a Riki, el pelinegro parecía un infante corriendo de un lado a otro o en ocasiones como aquella, lanzando piedras en el riachuelo. El gorgoteo cambio a un sonido más seco, el ojiazul observó y se dio cuenta de que el muchacho ya no se hallaba jugueteando en el río, ahora lanzaba los proyectiles con dirección a un árbol. La idea de que Riki estuviera pensando en cazar algún pajarillo indefenso lo desilusionó un poco, y es que Iason tenía una imagen del mestizo bastante definida; para él, Riki era no sólo fuerte e indomable, sino también un protector del desvalido. Corroborando con ello que dice que cuando se ama, se ve en el ser amado hasta lo que no está ahí.      

 

 

Más tan pronto como Riki se apareció frente a él con varios frutos que hubo bajado del árbol con dichas piedras, el ojiazul se sintió culpable de haber dudado de la nobleza del joven.

 

 

- ¿Quieres? – Se sentaba a su lado.

 

 

- Gracias…

 

 

Los ojos azules no tardaron en caer de nuevo sobre el moreno, Riki arrebatada la cáscara del mango con los dientes y la escupía a un lado. En el momento en que degustó el fruto, puso una expresión de gozo.

 

 

- Que dulce… ¿Pasa algo? ¿Por qué no comes? – Preguntó algo incomodo, Iason no dejaba de mirarlo – Mira que se me cansó el brazo de tantas piedras que lancé – Exageró.  

 

 

- Estaba pensando.... A pesar de tener todos estos árboles en mi propiedad, confieso que muy poco los aproveché… - Se permitió volver en el tiempo – Recuerdo que cuando era pequeño, los hijos de los sirvientes se la pasaban bajando mangos, nísperos y cerezas. Yo aprovechaba cuando mi madre no me veía y me escapaba con ellos…

 

 

Iason detuvo su elocución cuando Riki le pasó la navaja. Lo conocía tan bien, el moreno sabía que un hombre con sus modos retiraría la cubierta del fruto con un cuchillo en vez de usar la dentadura.   

 

 

- Tienes buena puntería.

 

 

 - Lo sé - Sonrió ante el halago – Desde carricito también me la pasaba encaramado en los árboles.

 

 

- Cierto… te vi caer tantas veces – Recordó y rió ante ello.

 

 

- Fueron pocas la verdad – Se sonrojó un poco – Me di mis buenos trancazos. Tengo varias cicatrices por eso.

 

 

El ojiazul lo rodeó, haciéndolo estremecer.

 

 

- Iason…

 

 

- Quiero besarte todo. Hasta la última marca de tu cuerpo…

 

 

Los labios sabían tan dulces en aquel instante.  Riki sintió deseo de abrirse y el Mink aprovechó y se metió entre sus piernas.

 

 

- … ¿Qué harás?

 

 

Iason llevó sus manos hasta el pantalón y empezó a desabrocharlo. El corazón del joven latía fuertemente, palpitando junto con él las partes íntimas de su cuerpo.  

 

 

- Ábrete más Riki… - Susurró – Si… así…

 

 

El rubio volvió a devorar aquellos labios. Le demostró cuanto lo deseaba embistiéndolo con dulzura. El modo en que quería hacerlo de ahora en adelante. El exquisito roce arrancó de Riki plausibles gemidos, así como caricias que Iason retribuyó con muchos besos. Le encantaba ver como se erizaban los vellos oscuros en aquella tostada piel y la manera en que sus mejillas se tornaban un tanto rosáceas cuando lo poseía. 

 

 

Pronto el calor los asedió y Riki tuvo una idea para refrescarse.

 

 

- Ven acá Iason – Lo llamó tras meterse en el río – Está buena.

 

 

Al tiempo que se quitaba las botas, el rubio observaba como el muchacho que se había desnudado y metido en las aguas, tomaba la misma entre sus manos y se lavaba el rostro. Se detuvo donde el agua le llegaba hasta los muslos, la corriente era dócil. Iason no tardó en llegar a su lado, pero en vez de enfocarse en su aseo, le pareció más interesante el lavado de las partes privadas del muchacho.

 

 

- ¿Quieres que te ayude a lavarte ahí? – Usó un tono provocativo sin quitarle la mirada de encima.

 

 

- Gracias, pero sé lavarme el culo solo – Contestó con una enorme sonrisa y sin dejar de restregarse desvergonzadamente.

 

 

El rubio le tomó de la muñeca y le obligó a quedarse quieto mientras le observaba el cuerpo mojado. Riki no pudo evitar sonrojarse, sabía que su miembro estaba despertándose debido a aquel lascivo mirar. Permaneció quieto y sumiso, respirando con suavidad, viendo por su lado como Iason parecía inmerso en un hechizo. De pronto, tuvo deseos de turbarle. El pelinegro con la mano libre tomó agua y la arrojó a la cara del ojiazul. Instintivamente el Mink cerró los ojos, al estar desprevenido un poco de agua le había entrado en las fosas nasales.

 

 

- Ji ji – Se burlaba Riki, divertido.

 

 

Luego de soltar al joven y de pasarse la mano por el rostro, Iason tomó aquello como un desafío y el siguiente ataque vino de su parte.

 

 

Ahora era Riki quién estaba tragando agua mientras el rubio sonreía.

 

 

- Con que esas tenemos.

 

 

Siguieron arrojándose agua como niños juguetones, correteando y resbalándose al pisar las rocas de vez en cuando. Se metieron más profundo en el agua y nadaron. Los mechones de cabello en la frente de Riki le tapaban parte de los ojos y los de Iason danzaban en el agua como si tuvieran vida propia.    

 

 

De aquella manera se entregaban entre ellos, sin pensar en el tiempo, sin pensar en nada. Sin darse cuenta de que poco a poco de nuevo sus corazones volvían a nublar sus juicios. Tornándose dulces y cariñosos cuando se prometieron no serlos. Para no lastimarse en un futuro…

 

 

- Sé que te las arreglaste para evitar un alboroto en tu cumpleaños. Ni me enteré cuando pasó.  Por lo visto no te gusta mucho celebrarlo, a diferencia de Raoul.

 

 

Pensar en su nacimiento lo hacía recordar a Felicia. Debido a ello había dejado de celebrarlo desde hacía años. Obviamente le llegaban regalos y cartas de felicitación, pero se las arreglaba para que no fueran vistos por nadie; ya luego los botaba o los tiraba en algún lugar destinado a ser olvidado.

 

 

- ¿No me dirás cuando es? – Indagó – De saberlo, al menos el próximo año te daré un obsequio.

 

 

- No te lo diré.

 

 

- ¿Por qué no?

 

 

- Porque no necesitas un día en específico para agradarme – Trató de irse por la tangente - ¿Tú si celebras el tuyo?

 

 

- ¡A que si! Suelo beber con mis amigos hasta rodar bajo las mesas – Sonrió tras recordarlo –…Por lo general tomamos los cumpleaños como una excusa para meternos alcohol hasta las orejas. Una vez tiramos a Rourke en el lodazal junto con los cerdos – La risa no pudo aguantarla – Fue muy divertido hasta que por poco se ahoga el pobre. 

 

 

- Ya veo… ¿Me dirás cuándo cumples?

 

 

- Je je… no te digo nada – Sin retirar la sonrisa de su rostro – Si tú no quieres decirme el tuyo,  no veo porque deba yo decirte el mío.

 

 

- Hagamos una cosa: Cuando llegue ese día, el día de tu cumpleaños o el mío, ese día lo diremos. Entonces celebraremos a lo grande. Quién sabe, hasta puede ser que me veas a mí caer borracho bajo alguna mesa. 

 

 

- Está bien. Definitivamente tengo que ver eso.

 

 

La alegría invadió al rubio, de ese modo sabía que Riki no tenía pensado apartarse de su lado, al menos por otro año más.  

  

 

- Me alegro mucho de que hayas venido Katze… desde la partida de Mimea, me he sentido muy solo aquí. La casa es grande y no hay con quién charlar.

 

 

Era comprensible que así se sintiera. Por lo menos Iason tenía a Riki a la vuelta de la esquina y cuando necesitaba de conversar de algún tema más reflexivo, Katze sabía que el ojiazul no tardaría en llamarlo, después de todo, había sido adiestrado desde niño para ser una buena compañía.

 

 

- No comprendo ¿Por qué la dejaste marcharse sola?

 

 

- …Ella insistió. Quería estar con un obstetra reconocido.

 

 

- Pienso que no debiste dejarla. La mujer no debería dar viajes largos estando en sus últimos meses.

 

 

- Bueno, tampoco podía obligarla a quedarse – Empezó a sentirse un poco nervioso y arrepentido de haber iniciado el tema.

 

 

- Me parece sumamente extraño. Dudo mucho que esa mujer hubiera rechazado una orden tuya – Decidió ir más allá: – Y a todas éstas ¿Por qué no te fuiste tú con ella? ¿Acaso había algo que te impedía marcharte?

 

 

- ¡Glup!

 

 

Oh oh… el rubio tragó grueso, estaba perdido. Nunca se esperó que le preguntaran aquello.

 

 

- …Pues claro, no podía dejar mi hacienda sola… - Trató de sonar arrogante.

 

 

- Por supuesto que no. Obviamente podías dejar alguien a cargo, como muchas veces has hecho en el pasado.

 

 

Katze adoró tener a Raoul contra la pared. Pudo ser testigo de cómo aquellos ojos verdes iban y venían de un lugar a otro, mientras buscaba en su mente una excusa que lo salvara de semejante embrollo. 

 

 

- ¿Sabes qué? No me fui porque no me dio la gana ¡Punto! – Espetó para luego cruzarse de brazos. 

 

 

- Mmm… pudiste haber dicho que te quedaste por mi causa – Se acariciaba la barbilla – Creo que eso hubiese sonado menos áspero.

 

 

Como ya se estaba volviendo costumbre, la cara del ojiverde se tiñó de rojo.

 

 

- ¡Ponte a creer! ¡Ni que fueras la gran cosa! – Sonó hostil y así trató de parecer – “Oh… Si de verdad Mimea se hubiese marchado en tales condiciones, yo igual me hubiese quedado” – Pensaba – “Por Iason, claro…” – Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no mostrar una sonrisa mientras lo reflexionaba – “…Pero indudablemente, también por ti. Obvio eso no te lo digo ni muerto ¿Para que te sientas victorioso? ¡Ni pensarlo!”  

 

 

Raoul era tan orgulloso, que pensaba que debía mantener fuera de aquella relación el deseo puro del corazón de expresarse con palabras. Lo que no sabía el rubio, era que Katze estaba jugando con la misma carta, siendo el ganador quién se dignara a rendirse ante un juego de por sí perdido. 

 

 

Cada día que pasaba en la casa Am, era un sueño para Katze. A pesar de que tuviera que hacer el trabajo respectivo en el día para aparentar, el poseer al llegar la noche – o cuando les apeteciera – al rubio, era lo que más ansiaba.

 

 

- ¿Nadie te vio? – Recibía al hombre en su alcoba con múltiples besos.

 

 

- No – Acariciaba a su amado como si no lo hubiese tocado en mucho tiempo - Pero me fue algo difícil. Aún había sirvientes puliendo cubiertos y quitando  polvo a pesar de la hora. Pienso que no deberías explotarlos tanto.

 

 

Al Am le gustaba tener su casa como una tacita de plata, por eso les ordenaba a todo mundo que no se acostaran a dormir hasta que todo quedara reluciente. Hasta que al pasar el dedo no se le adhiriera ni una mota de polvo.

 

 

- ¡A partir de mañana mismo los mando a dormir temprano! – Apresurado se enrollaba al cuello del hombre – Aunque podría ser sospechoso… ¿Y si trepas por la ventana? La dejaría abierta.

 

 

- Por supuesto y luego me lanzarías tus cabellos para subirme por ellos, como un príncipe de cuentos – Se burló – O por lo menos tírame las sabanas anudadas. Tanto me has hecho jugar que también puedo ser un alpinista.

 

 

- Deja de decir tanta babosada y bésame.

 

 

Al Am se le dificultaba comportarse de la manera habitual estando Katze en la hacienda, sentía que su corazón palpitaba como un loco en su pecho, el aire le faltaba y las palabras costaban salir de su boca.

 

 

Y es que el pelirrojo ciertamente era un hombre encantador, había que estar ciego o ser un mentiroso para negar su fuerza atractiva. Era un destilador de pasión en carne y hueso. Por esa razón las sirvientas no tardaron en quedar maravilladas con él.

 

 

- Señor Katze.

 

 

- Hola – Dejó un momento su trabajo para atender a la mujer.

 

 

- Le he visto trabajando desde muy temprano…

 

 

El ojiverde los miraba desde lejos. No quería despertar sospechas entre sus sirvientes, pero en ocasiones como esa el Am tenía que hacer acopio de su impulsividad para no atacar a las impertinentes que se atrevían a coquetearle a su hombre. Raoul cuando se ponía celoso era como una bomba de tiempo.  

 

 

- Acepte esto por favor.

 

 

- Gracias. Me encantan los dulces.

 

 

¿Cómo se atrevía la muy desgraciada a hacerle regalos a Katze? Raoul se estremeció, aguantando las ganas de acercarse hasta la mujer y jalarle los cabellos hasta dejarla calva, más no se movió de su sitio; se mordió el labio de la rabia hasta casi reventárselo.

 

 

- Claudia.

 

 

- … ¿Si señor?

 

 

Raoul interceptó a la joven atrevida cuando ésta se encontraba sola.

 

 

- Limpia el pasillo. Está todo sucio.

 

 

- Pero señor. Lo limpiamos ésta mañana – Observaba el lugar señalado.   

 

 

Era cierto, el lugar estaba completamente limpio. Raoul tomó un florero que ahí se hallaba y vació su contenido por el piso.

 

 

- Pues tienes que limpiarlo otra vez.

 

 

- …Como usted ordene.

 

 

Ese no sólo fue el castigo de la joven. También la puso a trabajar en la cocina, la hizo preparar varios postres.

 

 

- Tengo una sorpresa para ti – Le empujaba.

 

 

- ¿Qué será? ¿Me has tendido una trampa?

 

 

 Cuando Katze entró a la habitación se encontró con una mesa cubierta por pasteles, galletas, jaleas y demás manjares, de sólo verlo ponía la boca agua.

 

 

- ¿Qué es todo esto?

 

 

- Come lo que quieras. Anda, sin pena.

 

 

- ¿Qué tienen? ¿Veneno?

 

 

- Ja ja, muy gracioso – Mencionó sarcástico – Siendo como eres tú, no creo que el veneno te haga ni cosquillas.

 

 

El pelirrojo lo miró con extrañeza, ya luego prefirió poner su atención en lo dispuesto en aquella mesa. Una vez probado el azúcar, Katze no pudo resistirse a sentarse en la silla.

 

 

- ¿A qué se debe semejante festín?

 

 

- Sabes que soy un hombre muy deseado. Todo lo que ves aquí ha sido enviado por mis admiradores - Mintió con descaro.

 

 

- ¿En serio?

 

 

- ¿Para qué te mentiría? – Evidentemente necesitaba una excusa para complacer al hombre –  Y para que veas que no soy mezquino, te convido a comer conmigo.

 

 

Katze aceptó lo dicho, aguantándose los celos que se produjeron al enterarse de aquello.

 

 

 

- Espera - El ojiverde tomó un rollo de canela y lo llevó a la boca del hombre – Toma – Sonrió tras la mordida – ¿Está bueno? ¿Te gusta?

 

 

- Delicioso – Se saboreó - ¿Y por qué no comes? ¿Temes perder la figura? Porque te digo, flaco o gordo, no dejaré de fijarme en ti. 

 

 

- Ush… - Hizo una mueca, aunque su corazón saltaba de gozo tras sus palabras – No es por eso. Es que no me gustan los dulces, eso es todo.

 

 

- Con razón eres tan amargado – Mencionó – Vamos. Cómete uno aunque sea – Trataba de hacerle probar un trozo de chocolate. 

 

 

- Que no te dije – Trataba de apartarse de su lado.

 

 

- Está bien.

 

 

Katze se llevó el chocolate a la boca, lo masticó muy poco y cuando se dio cuenta de que el rubio bajó la guardia, fue en busca de su boca. Fue un plan muy ingenioso, ya que Raoul no podía resistirse a sus besos.

 

 

- Eres… un tramposo… - Se abrazaba del cuerpo de su amante.

 

 

- Pero admite que estaba delicioso.

 

 

- Si, lo estaba – Una sonrisa leve adornó su rostro – Porque venía de ti.

 

 

- Raoul… cuidado con lo que dices. Mira que haces que me ponga.

 

 

- ¡Ja! No me vengas con eso ahora. Siempre pasa lo mismo diga lo que diga.

 

 

- Oh Raoul… es que no importa lo que digas, siempre haces que mi sangre hierva.

 

 

- Entonces ven y apaga ese fuego en mí.

 

 

El pelirrojo se abalanzó sobre el rubio y empezó a devorárselo a besos.

 

 

Pero no sólo Raoul tenía sus detallitos románticos disfrazados. Por increíble que pueda parecer, en una ocasión, Katze llegó con perfumadas flores.

 

 

- “Dios… tú que eres grande y misericordioso, no me abandones en un momento tan crucial” – Katze a pesar de todo era bastante devoto, y estando seguro de que las cosas hechas con fe siempre se logran, vociferó esto con las flores en la mano. 

 

 

Las miraba sin emoción alguna, tratando de verse inmutable, aunque estaba que cruzaba los dedos para que el plan diera resultado.

 

 

- Antes de que te pongas como una fiera: - Empezó - Sé que no eres mujer, pero vi que cortaban éstas flores tan olorosas y no pude evitar pensar…

 

 

- ¡¿Son para mí?! – Interrumpió de golpe y sin esperar respuesta las arrebató de sus manos.

 

 

El pelirrojo miraba con asombro como Raoul se degustaba con el aroma de las flores.

 

 

- ¿Te emocionas? No entiendo porqué te pones así si son de tu jardín.

 

 

- Lo sé… - Por un instante deseó que su mirada fuera capaz de fulminarlo – Solo no arruines el momento… gracias por el detalle.    

 

 

Ni el mismo Raoul sabía porqué rayos actuaba de aquel modo, lo cierto era que sin preverlo se estaba dejando llevar por el corazón. El pelirrojo sonrió internamente, victorioso.

 

 

Ah… ¡El amor! El único capaz de volvernos completamente orates.

 

 

- Ésta es la habitación en dónde guardo mis trofeos y medallas – Lo mostró con aire altivo.

 

 

- Hay muchos… no me imaginaba que fueras tan premiado – Era cegado por el brillo de los objetos y de su amado queriendo lucir majestuoso.

 

 

De pronto, el ojiverde se dio cuenta de que Katze vería la estatuilla que le hubo obsequiado en el lugar más destacado de todas las repisas ¿Qué pensaría si eso pasaba? Se sintió avergonzado y buscando de apartar la atención del hombre de sus trofeos, se arrojó a sus brazos sin pensarlo.

 

 

- Raoul… - A pesar de que se mostrara adusto, no podía evitar que se le estremeciera el corazón.

 

 

- ¿Recuerdas cuando bailamos? – Sus mejillas estaban coloreadas y lo sabía. Se abrazaba al cuerpo del hombre con fuerza.

 

 

- ¿Cómo olvidarlo? – Lo estrechaba más contra su cuerpo – Estuviste a punto de pisarme un pie.

 

 

- Mentiroso… - Rezongó – ¿Sabes una cosa? Ese día sentí que en cualquier instante me daría un colapso nervioso -  Luego se entregó a la calidez del pecho del pelirrojo – Me gustaría repetirlo alguna vez… pero sin nadie que pudiera recriminarnos.

 

 

- Bailemos ahora entonces.

 

 

- Pero… ¿Cómo? ¿Y la música?

 

 

- Tararearé algo para ti.

 

 

Se sentía como embriagado. Raoul entrelazó sus dedos con los de Katze y sin darse cuenta, empezó a bailar por toda la habitación bajo una tonada susurrada a su oído.

 

 

- Katze… no me hagas esto… - Pidió lastimero.

 

 

- ¿Hacer qué? – Sin dejar de guiarlo en el baile sin canción.

 

 

- “Volverme loco por ser tuyo…”

 

 

Un beso se unió a la danza.

 

 

Raoul se olvidó de la figura que quería ocultar y Katze ya no pensó más en hacerse el que no amaba. Cuando estaban así, entregados a la pasión, los hombres eran tan sinceros que aterraban.

 

 

- Iason… ¿No has sabido algo de Mimea? Ya ha pasado tiempo.

 

 

Era natural que Riki le preguntara aquello de vez en cuando, debido a que no le daba muchas noticias de ella más que las cosas que solía soltar de improviso.

 

 

- Ahora que lo mencionas. Raoul me entregó está carta. Es de Mimea.

 

 

El moreno leyó la carta bajo la mirada inquisidora de Iason. Al terminar, bajó la hoja evidentemente entristecido.

 

 

- ¿Y qué dice? – Preguntó, como si desconociera lo allí escrito.

 

 

- Mimea está bien.

 

 

- Oh, eso debería alegrarte entonces.

 

 

- Se enteró de que quiero ir a verla…

 

 

- ¿Y…? – Analizándolo.

 

 

- …Me ha pedido que no lo haga – Miraba por lo bajo – Al parecer tiene un reposo absoluto.  Dice que no me preocupe, que en cuanto nuestro hijo nazca y se recupere, avisará para que pueda ir a verla.

 

 

- ¿Lo ves? Todo está bajo control – Se acercó hasta el joven y le arrebató la carta. La dobló y la guardó de nuevo en su bolsillo – Ten por seguro que cuando Raoul reciba la noticia de que ya eres padre, podrás ir a verla.

 

 

Riki asintió con la cabeza, al tiempo que el rubio le hablaba tomándolo por los hombros.

 

 

La carta evidentemente era falsa. Obviamente Riki se la hubo creído.

 

 

Katze la había escrito antes de marcharse a la hacienda Am por orden de Iason, y el rubio la hubo guardado hasta que llegara el momento en que no supiera que más decirle al joven para que dejara de mortificarle con el asunto del nacimiento de la criatura. Quitársela de las manos tras leerla también pensó que era lo más indicado, ya que de lo contrario el mestizo podría atormentarse de más releyéndola.  

 

 

Riki decidió no afligirse por no poder ver a su hijo nacer. Pensó que lo mejor era dejar que las cosas dieran su marcha. Se enfocó entonces en esperar el día en que vería a la joven con el niño entre sus brazos.

 

 

- Iason, necesito un favor tuyo – Le dijo tras entrar en su oficina con unas bolsas.

 

 

- ¿Qué es esto Riki?

 

 

-  Son algunas cosas que compré cuando fui al pueblo. Me preguntaba si podrías hacer que les lleguen a Mimea.

 

 

Eran cosas para un recién nacido. Iason había pensado que la salida de Riki al pueblo lo llevaría a la búsqueda de juerga y hasta libertinaje… pero resultaba que había gastado todo lo que hubo recibido en objetos que nunca llegarían a su destinatario.

 

 

- No era necesario que lo hicieras. Sabes que Raoul se hace cargo de todos los gastos de Mimea.

 

 

- Lo sé. Pero yo soy el padre y no puedo evitar querer…

 

 

- Tranquilo. Te entiendo – Lo interrumpió para evitar tener que sentirse culpable de seguir engañando al joven de aquella terrible manera – Las enviaré inmediatamente a la hacienda Am.

 

 

- Gracias, Iason.

 

 

La sonrisa de gratitud  que le dio el moreno, fue como una puñalada.

 

 

- No tienes nada que agradecer… por lo que veo, todo esto de ser padre te tiene muy emocionado ¿No es así Riki? – No pudo evitar comentar.

 

 

- Eh… si – A su sonrisa se unió un sonrojo.

 

 

- Siendo así ¿Cuántos hijos te gustaría tener? – Preguntó sin ninguna expresión, pero por dentro la pregunta le causaba un dolor agudo.

 

 

- Ah pues… no lo sé – Se rascaba la cabeza en un acto de nerviosismo – No he tenido al primero y ya me haces pensar en otros… ni siquiera sé si seré un buen padre…

 

 

- Estoy seguro de que lo serás – Confesó, siendo completamente sincero.

 

 

***

 

 

Luego de las acostumbradas sesiones de sexo, al pelirrojo le gustaba quedarse acurrucado al lado del hombre y ¿Por qué no? Dedicarse a acariciarle el cabello, como si se tratara de algún ente vivo que pudiera sentir cariño. También le gustaba tomar la mano de Raoul y besarla… sentirla junto a su mejilla, aspirar su aroma… El Am se perdía, se dejaba llevar y más, cuando el pelirrojo se inspiraba, llegando a llenarle de besos desde las puntas de los dedos, recorriendo por el brazo hasta llegar a su cuello… Siendo mimado así, ¡Realmente se sentía como todo un rey!

 

 

Correrse…

 

 

A Katze le encantaba correrse dentro de Raoul… ¡Y como lo apreciaba el ojiverde! Aquella sensación tan esplendida, no tenía comparación. Liberándose y esparciéndose pequeñas corrientes por cada una de sus células, pequeños choques eléctricos, ser arrastrado por una corriente casi palpable de placer. Completamente absorbidos por la lujuria… obviamente el rubio no le hacía participe de sus pensamientos, lo menos que quería era quedar ante Katze como un hombre libidinoso.   

 

 

El Am se amarraba el cabello. El pelirrojo lo observaba, aquella blanca y amplia espalda en donde reposaban esos dorados rizos… la quería.

 

 

- ¿Mmm? ¿Qué pasa? ¿Aún aguantas para una más? – Preguntó el rubio junto a una sonrisa leve.

 

 

- Contigo es difícil resistirse… pero debo irme a adelantar un poco el trabajo aunque sea. De lo contrario, los sirvientes no tardarán en chismorrear.

 

 

- No creo que se atrevan – Se acomodaba unos mechones de cabello – Saben que si se me entero de algún comentario malicioso, no dudaré en defenderme con dientes y garras.

 

 

- Se me es difícil verte como un hombre tan malvado – El pelirrojo se aproximó hasta el rubio, abrazándolo y sintiendo el maravilloso contacto con su piel  - ¿En verdad eres capaz de hacerle algún mal a alguien que te haga daño?

 

 

- … - Se permitió un breve silencio - ¿Qué no debería? Me parece bastante justo que quiera ver comiendo el polvo al que se atreviera a humillarme – Los besos del capataz en su cuello le arrancaba dulces suspiros.

 

 

- ¿Ah si…? – Comiéndoselo a besos.

 

 

De un sólo movimiento, el pelirrojo se colocó tras el Am, para luego volverse a pegar a su cuerpo.

 

 

- Cuando te pones de ese modo, tan déspota… me entran unas ganas inmensas de humillarte – Susurró a su espalda.

 

 

- Sólo a ti mi atardecido. Y sólo de esa forma – Contestó, tratando de medir su deseo.

 

 

Raoul se giró y fue en busca de los labios de su amante.

 

 

Y así pasaron los días en la hacienda Am. Días tenues. Días tiernos y sencillos. Días que engañan como si fueran a durar por toda la eternidad. 

 

 

- Raoul… - Katze se meneaba con un ritmo dulce y embriagador.

 

 

El placer que sintió fue tanto, que agarró a Raoul y empezó a abrazarlo, a acariciarlo… 

 

 

- Ah… am… ah Katze…

 

 

El rubio se sentía en la gloria, Katze realmente estaba animado.

 

 

- Raoul… te quiero… te quiero tanto – Por más que trató no pudo, no pudo acallar su corazón en aquel instante tan celestial.

 

 

Ante sus palabras, el rubio se sintió desconcertado pero extrañamente éstas también lo hicieron sentirse más y más lleno de deseo. Mientras el pelirrojo le embestía y le hablaba de su querer, Raoul sintió que estallaría, lo hizo al despedir su semilla en su vientre, gimiendo sin aguantarse nada, llevado por el placer.

 

 

Los dos permanecieron silenciosos mientras recuperaban el aire. El ojiverde tenía aún espasmos y de sólo ver a Katze sentía que el fuego que tenía por dentro seguía encendido, sus mejillas completamente pintadas lo evidenciaban, sus deseos de que lo agarrara y lo abrazara hasta quedar sin aire, se lo confirmaban.

 

 

- Katze… - Se arregló un poco el cabello - Eso que dijiste, que me querías… ¿Qué fue eso? – Mencionó dudoso.

 

 

El hombre que buscaba de encender un cigarrillo, quedó gélido ante su pregunta.    

 

 

Por un instante, en la habitación el tiempo pareció detenerse, nada se oía ni se movía. Más el corazón de Raoul no dejaba de palpitar como caballo desbocado y el pelirrojo para nada sabía que era más debido a sus palabras que por el recién esfuerzo físico en el colchón.

 

 

¿Qué esperaba que contestara? Fue un descuido por parte de Katze dejar al desnudo sus sentimientos de aquella vulgar manera, por eso sintió pavor de ser rechazado, de ser burlado.

 

 

- No fue nada. Olvídalo.

 

 

- ¡Ah no! ¡No lo olvido! Lo dijiste y se oía en serio.

 

 

- ¿En verdad eso dije? – Trató de hacerse el desentendido.

 

 

- Si, lo hiciste.

 

 

- Creo que escuchaste mal – Insistía de salvarse de una explicación.

 

 

- ¡Por Dios Katze! No fue sólo una vez. Parecías un loro repitiéndolo – Estaba que lo hamaqueaba para hacerlo hablar, y es que realmente deseaba que le diera una explicación.

 

 

- ¿Tanto te preocupa?

 

 

- ¡Por supuesto que me preocupa!... Acaso fue… - Trató de apresurar Raoul, a punto de colapsar ante la espera de su respuesta.

 

 

- Fue producto del momento – Aseguró tratando se sonar lo más sereno posible – No sé ni que me pasaba por la cabeza en ese momento.

 

 

La sensación de incertidumbre poco a poco se despegaba de Raoul, su corazón seguía insistente, tal vez decepcionado, tal vez aún esperanzado.

 

 

- ¿Qué pasa? ¿No era eso lo que querías escuchar? – La posibilidad de aprovechar esa ocasión para hablarle de sus sentimientos de una buena vez, volvió a taladrarle la mente.

 

 

- Bueno… “¿Cómo te lo digo?... ¡Ains! Es que eres un imbécil por hacerme creer cosas que no son”… - Y como ya era costumbre se pintó de rojo – No lo sé…

 

 

Interrumpió Katze aquel monólogo.

 

 

- Aunque, puede ser que si lo sienta. Dime Raoul ¿Algún problema si te quiero, así sea un poco? 

 

 

- ¿Eh…? – Se ruborizó aún más, no esperó aquello y se le trabaron las palabras – Pues… más bien me sorprendería si no me quisieras. Soy un hombre muy querido por todos ¡Quiero decir! Quiero a todo el mundo… ¡Digo! No hay quien no me quiera, claro, menos quienes me quieren mal… ¡Más bien! ¡Obvio que quieras quererme!

 

 

¡Los nervios se lo estaban comiendo vivo! Ya ni sabía que estaba diciendo. Esto hizo que Katze fuera apoderado por una risa que pintó al rubio de colores de los pies a la cabeza.

 

 

- ¡Oye! ¡No te burles de mí!

 

 

- Ja  ja ja ja eres encantador – Le tomó del mentón y lo acarició – Es por eso que te quiero tanto.

 

 

No supo si tomárselo en serio, después de todo el pelirrojo se la pasaba buscando una y un maneras de hacerlo rabiar. Tal vez, en aquella oportunidad también era así.  

 

 

- “…O tal vez sólo quiere mi cuerpo.  Claro… eso debe ser… ” – Un tanto deprimido – “Así como yo sólo quiero el suyo…”

 

 

Para el pelirrojo era complicado fingir que no lo amaba, por lo que se conformaba en demostrárselo en secreto, mientras lo atendía en la cama, en los escasos segundos en los que el sexo le permitía mostrarse endeble sin temor a ser descubierto.

 

 

- ¿No te parece que sería bueno…? Tú y yo, así… juntos – Luego de haber hecho el amor, Katze solía estrecharlo contra su pecho, acariciándolo con ternura.

 

 

- Je je pero… ¿Qué cosas dices? Si ya estamos juntos.  

 

 

- Si. Pero tarde o temprano tendré que marcharme.

 

 

 - …

 

 

- Cuando el trabajo esté listo… cuando no necesites ya de mí.

 

 

- No pienses así – Le interrumpió – Es más, ni te molestes en apresurarte con el trabajo. A veces se perdona haraganear de vez en cuando.

 

 

- Raoul…

 

 

A pesar de que había confabulado todo aquello para acabar de una vez su pasión con Katze, atiborrándose de ella, el Am no pudo evitar volverse más y más dependiente. Tanto así, que no pudo sacarse de la cabeza aquellas palabras mencionadas por el amante de cabellos rojizos. Desde el tiempo en que se hubieron juntado, el ojiverde nunca se hubo tomado el tiempo de pensar detenidamente en lo que tarde o temprano llegaría: La separación. Fue extraño para él darse cuenta de que la sola idea lo llenaba de pavor, y es que se había acostumbrado no sólo físicamente a Katze, su compañía ya era tan indispensable como una vez lo hubo sido Mimea.

 

 

Descartó entonces la idea de que todo se trataba de un capricho y se decidió entonces volver aquella relación algo más fiable que simples buscadores de placer. Llegando a hacer todo lo que estuviera a su alcance para evitar que el pelirrojo se fuera al igual que Mimea. Pensó detenidamente en las posibilidades que tenía, quiso creer que la decisión tomada fue la más sensata, sin tomarse la molestia ni un instante en escuchar aquella vocecita interna que siempre es ignorada y que proviene del propio corazón.  

 

 

- Katze…

 

 

El hombre le abrazaba por detrás de manera autoritaria. Raoul sintió entonces que era el momento.

 

 

- ¿Mmm?

 

 

- Renuncia en la hacienda Mink.

 

 

El corazón del pelirrojo aumentó sus pálpitos ¿Qué quería decir con ello? Acaso… ¿Era lo que tanto esperaba escuchar Katze? ¿Raoul por fin se había dignado a amarlo únicamente a él?

 

 

- Te compraré una casa, así que no tienes que vivir más allá  – Sonrió y se giró para verle a los ojos – Viviendo en mis dominios podríamos vernos sin tantos problemas… - Le acarició el rostro.

 

 

El pelirrojo no se esperó recibir aquella proposición.

 

 

– No te preocupes por el trabajo; te pasaré algo de dinero, lo suficiente para sustentarte y más si lo necesitas.

 

 

- No necesito… - Iba a estallar.

 

 

- Bien, podrás trabajar aquí si te apetece – Trataba de enamorarlo de la propuesta – Pero me gusta más la idea de que me dejes hacerme cargo de ti – Sonrió – Déjame hacerlo ¿Si? No tengo problema alguno.

 

 

- Quieres que sea tu mantenido… - Mencionó no muy convencido - ¿Qué hay de ti? ¿Seguirás aquí y yo por otro lado? – Eso no le agradó.

 

 

- Iré a visitarte a menudo. Te lo prometo – Sus ojos brillaban – Siempre y cuando encuentre los momentos apropiados para ello.

 

 

Katze pensó. Tal vez era parte del camino torcido que le encantaba trazar al amor. Sin embargo, algo le preocupó y no pudo quedarse con esa espina.

 

 

- ¿Y Iason?

 

 

- Él no tiene porqué saber nada… podrías decirle que regresas a tu hogar… o que decidiste iniciar tu propio negocio. Más de eso no tiene porqué…

 

 

- ¿Crees que no se enterará de que me vengo a vivir a tus tierras? Eres muy ingenuo Raoul. Si ya de por sí aquí deben de sospechar lo que pasa entre nosotros.

 

 

- No lo creo así. Bueno… de enterarse Iason, que piense entonces que le he robado al mejor de sus empleados – Sonrió, estaba seguro de haberle halagado.

 

 

Lo que decía no le gustaba. Katze lo agarró con rudeza y le miró con severidad.

 

 

- No lo quiero. No quiero esto que me quieres dar.

 

 

- ¿Por qué no Katze…? – Sus ojos se tambaleaban y su corazón se angustiaba - ¿Te parece poco? – Lo miraba con suavidad, tratando de hacerlo entender – No seas malagradecido. Te voy a dar mucho Katze. Dinero, cobijo y lo que es mejor, mis atenciones… mucho más de lo que cualquiera pudiera pedir. Dime ¿Por qué no lo aceptas? ¿Qué más quieres…? 

 

 

- A ti, pero entero.

 

 

Raoul lo miró, con desconcierto.

 

 

- No te quiero en pedazos, te quiero sólo para mí. Así que tienes que abandonar esa idea estúpida que tienes de ser del señor Iason – Katze sintió cuando Raoul se estremeció entre sus brazos – No quiero que estés conmigo y por otro lado sigas intentando conseguir su amor. No quiero enamorarme de ti hasta no tener retorno y luego, si llegas a ser de Iason, me abandones y me dejes con el alma desgarrada – Tomó las manos del rubio y las apretó con las suyas - Yo seré el más leal de los hombres, prometo que mi corazón sólo te pertenecerá a ti... y a nadie más.

 

 

Las pupilas de Raoul se dilataron, su corazón palpitaba frenético. Escucharlo de pronto hablarle de amor de aquella forma… 

 

 

- Katze… ¿Lo que sientes por mí es tan profundo así? – Estaba sumamente conmovido.

 

 

- Lo es. Por eso no puedo aceptar ser tu mantenido. Por eso no puedo aceptar que trates de ser de alguien más. No quiero eso en absoluto; quiero ser tu único amor.

 

 

- Yo… - Tragó – La verdad es que…

 

 

- ¿Qué acaso tú no me quieres Raoul? – Le miraba con seriedad y aumentaba la fuerza de su agarre.

 

 

- ¡Por Dios, claro que si! – Se le escapó con evidente angustia a que pensara lo contrario – Te quiero… ¡Y demasiado! – Su corazón se estrujaba en su pecho.

 

 

- ¿Entonces? ¿Por qué me quieres entregar sólo una parte de tu corazón?  – Katze mencionó con completa autoridad. No estaba seguro de que aguantaría una negativa – A mí, que me vuelco entero por ti. Yo que te he estado esperando por quince años, años en las que me las he arreglado para soportar el no tenerte ¿Por qué me pides que acepte el compartirte? ¡Crees que es así tan fácil! - Katze en verdad quería imponerse – Tienes que olvidarte de Iason. Definitivamente tienes que abandonarlo…con el corazón en la mano te pido que lo dejes de una vez por todas.

 

 

- ¡No! – Se apartó de su agarre y se tapó los oídos, como si fuese un niño - ¿Crees que para mí también es fácil? Si tú has estado esperando quince años, yo he estado esperando mucho más. Desde el primer momento en que Iason y yo fuimos presentados, supe que algo más fuerte que la amistad nos unía – Hablaba, aferrándose a sus sentimientos del pasado – Simplemente… simplemente no me puedes pedir que desista de él así…

 

 

Además, se lo debía a Mimea… pensaba que no podía abandonar la idea de obtener a Iason, no después de todo lo que había hecho su querida protegida para ayudarlo… 

 

 

- Raoul. Estoy hablando en serio…

 

 

- ¡Dame tiempo! – Le interrumpió – Sólo dame tiempo para poder...

 

 

- Te he dado demasiado tiempo ¡Ya no me queda más! ¡Me tienes el corazón hecho trizas! ¡El alma hecha pedazos con todo lo que me estás ofreciendo! He esperado tanto por ti que ya no recuerdo más allá de cuando empecé a amarte. Estoy en mi limite Raoul.... No me pidas tiempo porque no te lo daré – Mencionó convencido, estaba seguro de que únicamente siendo duro podría hacerlo entender – Decídete: Es él o yo. 

 

 

- Pero… no puedes pedirme algo así. No tienes ningún derecho…

 

 

- ¡Ya basta Raoul! No puedes seguir engañándote… - Le volvió a agarrar y ésta vez empezó a hamaquearlo - ¡¡¡Deja la necedad!!! ¡Él no te ama! ¿Por qué no lo entiendes? ¡Nunca te ha amado y jamás lo hará!

 

 

- ¡¡Cállate!!

 

 

Plass!!

 

 

- Tu no sabes nada ¡NADA! de lo que siento por dentro – Exclamó el Am tras golpearlo. 

 

 

- … - El pelirrojo frunció el seño tras el golpe; estaba enfadado y claramente ofendido – No… por lo visto no lo sé.

 

 

- Katze… - Se arrepintió de haberlo hecho, había actuado por impulso - …Yo no quise… no quise hacerte daño.

 

 

- Pero lo hiciste.

 

 

Katze se giró con brusquedad. Tomó sus ropas y se las colocó de mala gana.

 

 

- Katze…

 

 

El Am se acercó con cuidado cuando se ponía las botas, levantó un poco la mano, como tratando de tocarle, pero desistió de la idea cuando se percató de que el hombre sería capaz de apartarle la misma con desprecio.

 

 

- No fue mi intención… te lo juro - Pensó en qué decir – Por un segundo me sentí acorralado y no supe que hacer… - Emitió temeroso: - ¿Me perdonas?

 

 

Más el hombre no le contestó.

 

 

- ¿A dónde vas…? – Le preguntó el ojiverde cuando se dirigía a la puerta.

 

 

- De vuelta a la hacienda Mink. Puesto que no hay nada que tenga que hacer aquí.

 

 

- No puedes irte – Lo agarró.

 

 

- ¡No me toques! – Inmediatamente y con rudeza apartó al hombre de su lado.

 

 

Raoul se sintió impotente. Había una batalla de emociones en su ser.

 

 

- Yo puedo tocarte si así lo deseo  – Trató de mostrarse fuerte – No puedes decirme que no lo haga… ¡Y te quedas porque lo digo yo!  - Lo jaló de la camisa - No permitiré que te vayas.

 

 

Katze lo tomó con rudeza de las muñecas.

 

 

- Escúchame: A mi no me vengas a dar órdenes – Mencionó con frialdad - …nunca más.   

 

 

- Katze…

 

 

- Ya no soy aquel niño que solías tratar como un trapo viejo… no quiero derramar ni una lágrima más por alguien que no sabe lo que es valorar algo – Le arrojó una mirada llena de fiereza - Se acabó Raoul. Te voy a pedir que no me busques más, porque a tus brazos no vuelvo.

 

 

- No… no puedes decidir algo así… “Esto… ¡No puede estar pasando…!”

 

 

Un terrible dolor nació en el interior del rubio, era tan profundo que lo paralizó. El pelirrojo se apartó de su lado y salió de la habitación.

 

 

Raoul estaba en shock, permaneció unos segundos con los ojos abiertos pero mirando a la nada, toda la temperatura de su cuerpo había bajado… Katze, él… iba a irse.

 

 

- Katze… espera… ¡Katze!  - Como salido del trance, se puso las ropas como pudo y fue en su búsqueda – ¡Katze no te vayas!

 

 

El pelirrojo apresuró la marcha con el ojiverde detrás de él.

 

 

- Hablemos…

 

 

- No hay nada de qué hablar. Aléjate de mí…

 

 

- ¡Katze detente! Deja de comportarte como un niño – Trataba de alcanzarlo, pero era evidente que Katze deseaba irse de aquella hacienda - ¡Regresa…!... ¡No me dejes así! – Rogó angustiado y olvidado  ya de que el ilustrado Raoul Am no debía suplicar - ¡¡Katze!!… ¡Kat…!

 

 

Pero en el instante en que estuvo a punto de agarrarle, a escasos centímetros de detenerle, los sirvientes se aparecieron… ¿Por qué el señor estaba haciendo tanto escándalo? Se detuvo en seco. Sus actos eran en extremos deplorables, indignos alguien de su alcurnia.

 

 

Katze se detuvo y le miró, ahí, estático… sin llamarle, sin buscarle, a pesar de tener la oportunidad de alcanzarlo...

 

 

- Es más que evidente quién es el niño aquí – Mencionó para luego retomar la marcha.

 

 

Y por estar sumido en estas banalidades, Raoul permaneció de pie como una estatua, al tiempo que el pelirrojo reanudaba la marcha y se iba de sus manos.    

 

 

Se mordió el labio, totalmente rabioso consigo mismo.

 

 

- “Katze” – Trató de llamarlo. Pero el silencio no se escuchó. La amargura lo arropó, se dio la vuelta y regresó a su alcoba.

 

 

Ya solo, el rubio se sentó en la cama en dónde instantes atrás había compartido caricias con el pelirrojo, permaneció unos segundos como detenido en el tiempo, absorbiendo el silencio  en dónde hubo tantas frases de amor. El aire a su alrededor lo sentía helado y pesado, como si con la ida de Katze todo el calor de la habitación – inclusive el de su propio cuerpo – se hubiese ido también.

 

 

Plic!

 

 

De pronto, una lágrima pendenciera descendió por su mejilla, se apresuró a llevar su mano hasta tocar la humedad, fue entonces  cuando sintió que su corazón se desgarraba. Se enterró entre los almohadones buscando un cobijo y no pudo evitarlo, los empapó todos con sus lágrimas. Nunca había llorado tanto en su vida; ni siquiera cuando su padre había muerto. Más ahí se encontraba, arrastrándose entre las sabanas y sollozando desgarradoramente como si le hubiesen arrancado un trozo del alma; agarrándose el pecho que era dónde el dolor emanaba.

 

 

Ahora sí, el rubio de los ojos verdes se hubo quedado completamente solo…

 

 

 

 

 

 

 

 

Continuará…

 

 

 

 

Notas finales:

 

 

*Música de fondo dramática* (inner: Raoul la ha estropeado!!! Ha hecho molestar a Katze en serio!!! Y después de los días tan bonitos que compartieron juntos T^T) Raoul a pesar de todo no se ha dado cuenta del grado de sus sentimientos hacía Katze, era natural que algo así pasara u__u (inner: demo… T____T) Aprovecho de anunciar que tras éste capi, se ha abierto una nueva etapa en el fic, podría decirse que vamos a dar otro giro de 180°, ya verán a que nos referimos con eso en los capis venideros :3 (inner: como siempre todo puede pasar aquí O_o) ¿Qué sucederá? ¿Qué hará Raoul ahora que Katze ha decidido dejarle? ¿Iason puede sentirse completamente en paz ahora que Mimea se ha ido? ¿Riki se dará cuenta de los engaños de Iason? ¿Alguien puede sentirse completamente seguro de algo aquí? (inner: eso me pregunto yo xB) Muchísimas gracias por haber leído, por tolerar mis tardanzas y por si se animan a comentar n____n les dejo muchos besos y abrazos!! Hasta la siguiente oportunidad!! Bye Bye!! 

 

 

 


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