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Corazón Indómito por sue

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Notas del capitulo:

 

Hola Hola a todos mis queridos y adorados!! Luego de los inconvenientes por fin estamos de vuelta!! ^O^0 (inner: Hay que celebrarlo :D) quiero agradecer a aquellos que se tomaron la molestia de dejar su comentario en el capitulo anterior, así como también a los que continúan a nuestro lado a pesar de todo lo que ha acontecido n.n (inner: minna arigato! ^_*) Esperemos llegar al final lo antes posible n___n bien, comento que éste capi está dedicado enteramente al KatzexRaoul el cual me inspiré con una canción de Chayanne je je éstas canciones que se pegan como chicle en mi mente, es inevitable x3

 

 

 

 

Compadécete del hombre que se siente extraño en su propia tierra.



________





Dile a todo el mundo no - Chayanne



Nadie puede separarnos

Tienes que creer en mí

Mienten, saben que te quiero

Mienten, yo no soy así

No!

Dile a todo el mundo no

Y Defiende nuestro amor

Que te importa lo que digan de mí

No

Dile a todo el mundo no

No renuncies a mi amor

Que yo estoy enamorado de ti

Dime porque estas llorando

Si yo nunca te mentí

Si en ti siempre estoy pensando

Tienes que creer en mí

No

Dile a todo el mundo no

Y defiende nuestro amor

Que te importa lo que digan de mí

No

Dile a todo el mundo no

No renuncies a mi amor

Que yo estoy enamorado de ti

No

Dile a todo el mundo no

Y defiende nuestro amor

Que te importa lo que digan de mí



No

Dile a todo el mundo no

No renuncies a mi amor

Que yo estoy enamorado de ti

Ya no llores más por favor

Vuelve a sonreír

Que a tu lado siempre estaré

Vuelve a ser feliz otra vez…

No

Dile a todo el mundo no

Y defiende nuestro amor

Que te importa lo que digan de mí



No

Dile a todo el mundo no

No renuncies a mi amor

Que yo estoy enamorado de ti







Raoul comenzó a notar que en el pueblo los hermanos eran muy poco conocidos íntimamente. La cuestión estaba en las creencias de los mismos pueblerinos. Había unos que creían que los pelirrojos atraían la “mala suerte”. A pesar de no demostrar abiertamente el recelo hacia los hermanos, se notaba en demasía que eran muchos los que los evitaban. Sin embargo, mientras que Ema parecía no notarlo, Katze les pagaba con la misma moneda, tratando únicamente con un círculo reducido de personas. Y es que los aldeanos no lo hacían por maldad. Se regían por lo que les dictaba la conciencia, llevados por la ignorancia contenida en el temor de que al juntarse con alguno de los hermanos, realmente algo desafortunado ocurriese.





Por otro lado, el Am era considerado como de “buena fortuna”, siendo que su cabello dorado no podía denotar cosa distinta que un envío divino. El ojiverde aprovechaba entonces tanta amabilidad por parte de los pueblerinos y trataba de recolectar la mayor cantidad de información concerniente a su amado. Había gente que tenía recuerdos de cuando él era pequeño y había otros que durante la infancia compartieron juegos y risas. A Raoul le gustaba imaginarse que formaba parte de aquel pasado y su corazón se henchía de gozo siendo niño de nuevo - así fuera en su mente -, mientras nadaba desnudo en el río junto a su querido atardecido.





De igual manera continuaba entablando largas conversaciones con Ema, su fuente favorita de inspiración; a través de ella el rubio podía acceder a aquellos relatos íntimos que se le negaba al resto del mundo. Podía saber a que edad había perdido su último diente de leche, cada uno de los temores infantiles – de pequeño, Raoul le temía a los truenos, llegando a ocultarse bajo las sábanas cuando había mal tiempo -, morbosamente el rubio esperaba compartir alguno de esos temores con el pelirrojo; inclusive cruzaba los dedos cuando la pelirroja se ponía pensativa, anhelando con cierto aire obsesivo que la memoria de la joven se remontara a algún recuerdo “vergonzoso” sobre la infancia de Katze - ¡Hasta aquel punto había llegado! ¡Queriendo saber absolutamente todo sobre aquel que amaba sin importar la índole de dicha información! -, Ema le contaba sobre las veces en que consolaba al lloroso pelirrojo luego de haberse caído o cuando el mismo se hallaba con la coraza de algún insecto y pensaba que el pobre se había muerto.





Todo aquello enternecía por completo cada una de las fibras del rubio de los ojos verdes, pero tuvo que hacer acopio de sus expresiones cuando la pelirroja le contó una de las anécdotas; escogida por el Am como su predilecta.





En ella le confiaba que un sollozo la había despertado – en esa época los hermanos dormían juntos en la misma cama -, le sorprendió ver a Katze ya despierto, llorando mientras ocultaba su rostro con ambas manos.





- Hermanito ¿Qué pasó? ¿Tuviste una pesadilla? – Fue entonces cuando la niña sintió la fría humedad proveniente de las sabanas – Oh cielos… mojé la cama otra vez.





- Ema… snif… - Con la nariz roja y los ojos completamente acuosos.





- Anda, no llores – Le acariciaba los cabellos con suma ternura – Ayúdame a quitar las sabanas antes de que papaíto despierte.





Rápidamente los niños cumplieron con su labor y dejaron el colchón descubierto.





- No te preocupes hermanito, yo las lavo.





- Pero… - El pequeño Katze cuando se avergonzaba tomaba un aspecto más tierno que el habitual.





- Eso si, me das tu postre ¿Si?





El pelirrojo asintió y permitió que su hermana limpiara las marcas del delito. Al verla el tío lavando las sabanas, inquirió con cierto aire de extrañeza:





- ¿Cómo mi niña? ¿Otra vez te has hecho pipí en la cama?





- Ay papaíto, el frío es mucho y a veces ni me puedo levantar - Ema lo decía en un tono divertido, manteniendo la sonrisa.





- Eso es verdad – El hombre se rascaba la barbilla – Pero ya van siendo horas de que dejes de hacerlo. Ya eres una niña grande Ema.





- Je je… si.





Ema lo sabía, el hombre ya había tenido una charla con Katze en dónde le daba a entender que ya era mayor, “Escucha Katze, no puedes estar todo el tiempo pensando que tu hermana va a estar ahí para cuidarte ¿Me entiendes, verdad? Ya eres un hombrecito, tú eres el que debe cuidar de ella. Que no se te olvide”. El niño pelirrojo se sintió importante luego de aquella charla, tuvo una nueva visión del mundo, por eso se desplomó cuando se dio cuenta de que de nuevo había mojado la cama – luego de prometerse a sí mismo que no lo volvería a hacer -; se sentía sumamente avergonzado por faltar a su promesa, de nuevo Ema lo protegía y se culpaba. Desde pequeños siempre fue así, su hermana, su salvadora… quería encontrar la manera de invertir los papeles, siendo él el cuidador, el protector, como debía ser.





La mujer le había contado la anécdota con suma alegría, pareciéndole una parte importante de los hermosos momentos que había compartido con su querido hermano. Raoul se degustó enormemente con el relato, lo acogió un profundo e inexplicable sentimiento, muy cercano al que suele tener un fanático que ha descubierto el oscuro secreto de su objeto de admiración; para nada le parecía un evento censurable, al contrario, pensaba con fascinación en lo increíble que resultaba que su querido atardecido, aquel hombre tan fuerte e independiente, de carácter fuerte y mirada agresiva, hubiera tenido un pasado tan tierno. Claro que el Am conocía la parte angustiosa de ese pasado, cuando él mismo lo trataba con frialdad por pertenecer a una clase social distinta… ¡Cuánto se lamentaba! Tal vez por eso buscaba con tanta desesperación aquellos cuentos, recolectándolos tan delicadamente para hallar alivio a su conciencia atormentada. Aguardando el saber que a pesar de sus maltratos, Katze tenía momentos de su niñez que podían considerarse felices y salvables del repudio de los recuerdos.





Lo que el Am no sabía, era que luego de la partida de Katze, Ema había logrado hacer amistades con varias personas del pueblo, aunque no le duraron mucho. Las cosas empeoraron el día en que Ema le leyó las cartas a una vecina y tras volverse real la predicción, la mujer no tardó en rayar a la muchacha de vil hechicera; nadie cuestionó a la señora, ya que solían ver a Ema jugueteando y cantando en los bosques.





- Esa muchacha parece que nunca crecerá – Comentaban los más ancianos – Es una lastima, nunca conseguirá quien se quiera casar con ella si sigue así.





Eso en cierto modo era bueno para Katze, que buscaba incansablemente de protegerla de los infortunios del amor.





Raoul no tardó en enterarse de estos y más rumores malintencionados creados alrededor de los hermanos; comprendiendo que no sólo en las grandes sociedades las personas suelen desprestigiar a otras sin siquiera conocerlas. El rubio oía los cuentos con atención de las chicas que estaban cautivadas con su apariencia, sintiéndose ya enamoradas de un hombre que ni siquiera conocían; la gente lo trataba bien porque era una “novedad” en el pueblo y lo nuevo, en ocasiones nubla el juicio.





En su búsqueda inalcanzable, el ojiverde fue descubriendo cosas de sí mismo que desconocía. Por ejemplo, se dio cuenta de que le gustaba charlar con los ancianos. Era sumamente interesante y hasta increíble escuchar aquellas anécdotas; el modo de vida, los juegos de la infancia, los castigos de los padres, las excursiones al campo… También, pudo saber a través de una de esas señoras que conocía a los pelirrojos desde muy pequeños, que habían tenido una infancia un tanto difícil. Su propia madre los hubo abandonado con un sujeto que apenas conocía y de pequeños, los otros niños no jugaban con ellos e inclusive algunos les lanzaban piedras cuando los veían. Eso a Raoul le pareció muy triste, pero no culpó a nadie, sabía que todo se debía a la ya mencionada ignorancia. Aún así, Katze y Ema se las arreglaron para ser felices juntos.





- Esos carricitos, siempre tan alegres… podías ver al niño todo el tiempo metido en el río y a la niña persiguiendo mariposas - Hablaba la anciana – Solía ir hasta la casa cuando se quedaban solitos. Les llevaba comida y les decía que si querían, podían irse conmigo hasta que su padre volviera de la hacienda… pero ellos siempre decían que no. Preferían quedarse junticos en esa casa. Ese hombre los cuidaba, pero no era su padre, aún así, ellos lo llamaban papá… Era una buena persona, los trataba como si fueran sus hijos, los amaba tanto… es una lastima que falleciera tan pronto. La única que quedó en esa casa fue Ema… tan linda esa muchacha, su hermano viene de vez en cuando a verla, pero no se queda mucho tiempo. Pobrecita, cuando su hermano se va ella se pone muy triste. Él no lo sabe porque ella se muestra muy alegre cuando viene al pueblo… pero ella llora, llora y mucho cuando su hermano se va a trabajar. Y ese muchacho, tan buen mozo. Cambió mucho desde que se fue, ya no es ni su sombra… quién sabe que cosas le habrán pasado a ese pobre hombre para que se pusiera así. Cuando niño era tan juguetón y ahora… parece que fuera otro…





- …





Raoul lo detestaba… pero no podía tapar el sol con un dedo, él mismo era parte – aunque no total – de muchas de las desgracias de su amado.





- Pero… bien se dice que la vida es una lucha constante.





- …Si.





Ema a pesar de ser menor, siempre era la que calmaba el llanto de Katze, le preparaba sus dulces favoritos y le besaba la frente para calmarlo. El Am cerraba los ojos y era capaz de imaginarse al pequeño Katze persiguiendo sueños multicolores. Era tan hermoso el pasado en su imaginación que lucía increíble y hasta fantasioso. Deseó haberlo visto en aquella faceta tan inocente e ingenua…





- ¿Seguro que no quieres quedarte un poco más? Mira que está puntico de llegar.





Más en cuanto sabía que Katze estaba por aparecer, Raoul se despedía de la mujer y se marchaba.





- Por eso mismo. Es mejor así.





- Como quieras… - La pelirroja se encogió de hombros – Aunque digo que si se quieren ver, deberían hacerlo y ya – Seguidamente hizo un puchero.





Ema sabía porqué lo decía. Cuando su hermano llegaba, lo primero que hacía era preguntar por Raoul.





- … ¿Vino también hoy? – Aunque, trataba de sonar desinteresado.





- No sé… ¿Qué esperas que te diga?





- No juegues Ema… - Mencionó un poco molesto - ¿Vino o no?





- Si vino ¿Contento? No sé porque preguntas. Ya sabes que siempre viene.





No le contestó. Pero en el fondo estaba más que contento. Esperaba que Raoul continuara demostrándole hasta dónde era capaz de mantenerse por él. Se sentía con el derecho de probarlo, aunque no fuera lo correcto.





- ¿Quieres qué le diga que deje de hacerlo? – Curioseó la pelirroja.





- ¿Qué? ¿Ya te molesta recibirlo?





- Para nada – Sonrió – Me gusta que venga. Es divertido hablar con él.





- Bien… si no te molesta, que venga.





- Hermano, dime algo… la persona que mencionabas cada vez que me escribías ¿Era él verdad?





Katze mantuvo un poco más el silencio. Le había confesado a su hermana que alguien le había flechado el corazón a través de una de sus tantas cartas, pero a pesar de lo curiosa que era Ema, nunca logró sacarle el nombre de aquella persona. Evidentemente la pelirroja siempre hubo pensado que se trataba de alguna chica que había conocido en la hacienda. Se alegraba de que su hermano sintiera un amor tan profundo por alguien, pero al transcurrir los años y ver que aquel amor no fructificaba, Ema también sufría, después de todo quería lo mejor del mundo para el hombre.





- Raoul ¿Por qué tan triste?





- ¿Eh…? ¿Por qué lo dices?





El rubio no se había percatado en el modo en que se había quedado viendo a través de la ventana. No pudo evitarlo, su mente le trajo aquellos momentos en que estuvo junto a su atardecido, aquellos momentos por los que estaba luchando y quería tener de vuelta.





- Bueno… es que pensaba en… cosas del pasado - Su ánimo decayó aún más ¿Por qué era tan difícil mantener la determinación?





- Mmm... Tengo algo que te curará de eso – Cuando Ema apareció de nuevo le hizo entrega de una escoba – Ten.





- ¿? ¿Cómo eso me va a ayudar?





- ¿Sabes barrer?





- Pues…





- Levántate, vamos.





Raoul se puso de pie.





- Mira que el que no se ocupa se la pasa pensando en pendejadas – Sonrió - Anda que es facilito y divertido.





- No juegues…





Ema tras cederle la escoba, se fue hasta la cocina a preparar la cena. El hombre pensó en volverse a arrojar sobre la silla y olvidar lo que creía, era una broma por parte de la mujer, pero al notar que los recuerdos torturadores volvían al ataque, prestos a dejarlo sumido en la melancolía, Raoul empezó a “barrer” para distraerse. Si, nunca había barrido en su vida, por lo que el polvo y la tierra las llevaba de un lado a otro, volviendo la habitación un cúmulo de nubecitas polvorientas. Sus estornudos y berrinches pronto atrajeron la atención de la pelirroja.





- Oh Raoulcillo… ¿Qué haces? – Mencionaba con su sonrisa juguetona.





- ¡No sé hacer esto! – Anunció avergonzado de no poder realizar una tarea que siempre consideró tan sencilla – Además que no sirve de nada. No dejo de pensar en que Katze no quiere verme ni en pintura – Tiró la escoba al suelo haciendo la tierra levantar – Ese Katze ¿Quién se cree que es para tratarme como lo está haciendo? – Continuó haciendo aspavientos - ¡Un patán! ¡Eso es lo que es!... – Reaccionó y algo ruborizado miró a Ema - Sin ofender…





- Vaya… - La mujer pestañeaba incrédula. Tras señalarlo con el dedo, mencionó: - Ya entiendo… ese es el problema.





- ¿Cómo?





- Si andas pensando en mi “patán” hermano todo el tiempo, con razón no puedes barrer. Si sigues así no podrás hacer nada... Mira… - Se agachó y tomó la escoba. Raoul la miró atentamente – La escoba se agarra así y se mueve así… ¿Ves?… es más divertido si cantas alguna canción ¿Quieres intentarlo una vez más?





- Pero es que…





- ¿Cómo? ¿Ya te rindes tan facilito?





Ema le arrojó una mirada que contenía asombro. Raoul no quiso que pensara que era un hombre que dejaba las cosas a medio hacer.





- Dame acá…





- Pero – Lo detuvo antes de darle la escoba – No debes olvidar para qué lo haces: Para dejar la casa limpiecita – Tras sonreír le hizo entrega de la escoba al rubio – Mi hermano nada tiene que ver en eso, total, igual cuando llegue traerá tierra en los zapatos.





Raoul volvió a quedar solo y se enfocó en su nuevo objetivo: Limpiar el polvo. Podría parecer algo tonto o que la pelirroja pretendía utilizarlo para disminuir sus tareas hogareñas, pero la verdad era otra, Ema sin saber le mostró al rubio una manera práctica de dejar de pensar en el pasado y de mortificarse por el futuro. Sabía que lo del pelirrojo era algo que requería paciencia y poco a poco fue adquiriéndola… y lo que era más increíble, Raoul empezó a darse cuenta del valor de aquellas actividades. Más que nada porque al compartir con la pelirroja, se daba cuenta de todo lo que ella realizaba a lo largo del día era hecho con sumo cariño y devoción.





***





Desde el primer momento en que Raoul hubo recibido las gracias, la sensación que nace al realizar una buena obra se quedó grabada en su corazón. Era una clase de amor desinteresado. Quería más de él. Ver una sonrisa jamás le hubo parecido tan grandioso y en aquellos instantes no se percató de que estaba realizando algo sin esperar nada a cambio. La gente en el pueblo lo tenía como un buen samaritano, un hombre ejemplar que no debía de tener más que caritativas obras en su haber, ¡Si supieran que en el pasado evitaba pasar al lado de personas necesitadas para no “impregnarse” de su miseria!





Era cierto, cada día que pasaba en Diedo el rubio se sentía muy dichoso, pero también era cierto que se sentía en extremo desdichado; no sólo por lo concerniente al pelirrojo, sino a sí mismo como persona, darse cuenta de sus errores y de su actitud egoísta, le llenaba el corazón de tristeza. Se levantaba entonces temprano, en cuanto despuntaba el alba y a través de las personas se iba enterando de las necesidades latentes en el pueblo; quería ayudarles como le fuera posible, tenía el dinero y las influencias suficientes para ello. Era como si los mismos cielos hubieran confabulado todos aquellos acontecimientos para llevar una especie de “plan de rescate”, sintiendo el Am que se rescataba como ser humano compartiendo al lado de personas humildes que no pensaban mezquinamente y si lo hacían, era en raras ocasiones.





La labor social del Am no tardó en recaer en los niños. Aquellas criaturitas se le acercaban, atraídos por el dulzor que sólo puede desprender un ángel con el corazón abarrotado de amor desinteresado. Ante ello no pudo evitar pensar en Mimea, aquella que desde niña había querido y cuidado tanto. Siempre pensaba en su persona.





- Mi querida Mimea, espero poder encontrarte algún día. Hay tantas cosas que deseo contarte y estoy seguro de que tú igual. Al tenerte de nuevo a mi lado procuraría de tratarte diferente. Ya no fingiré más Mimea, te lo prometo; no me guardaré nada y es que ya no puedo hacerlo… Tanto ha cambiado desde que te fuiste mi niña, el mundo se ha vuelto más ligero, más sutil, más quebradizo… y cuando siento la fría distancia de Katze, la sonrisa de los niños me apacigua – Quería recordar cada una de esas palabras, decírselas todas a su querida niña – Esa sonrisa tan parecida a la tuya, cuando te regalé tu primera muñeca ¿Lo recordarás? La misma hermosa sonrisa que me entregaste cuando te obsequié mi peineta favorita; te veías tan preciosa ese día y yo fui feliz al hacerme cargo de ti todos estos años… fui un idiota por no haberme dado cuenta de esa felicidad… ese es el motivo de mi tormento – Aplicaba a todos los aspectos de su vida - Sé que estoy siendo egoísta de nuevo, pero es que no puedo evitarlo… Ema me recuerda tanto a ti, querida mía. Se parecen demasiado y a la vez no tienen nada en común. Es por eso que creo que me estoy engañando para no sentirme tan culpable y me aferro cuando me reconforta en mis momentos de debilidad, tal y como tú lo hacías… - Una sonrisa se dibujó en sus labios, luego la misma desapareció – He despreciado a tantas mujeres en mi vida, incluyendo a mi propia madre… y ahora imploro el ser capaz de encontrar a una que me amó a pesar de todo el daño que le hice por tanto tiempo… Cuando Ema me sonríe y me da palabras de aliento, una pequeña pero innegable sensación se hace presente, es el coro de las mujeres del pasado, esas que pisoteé sin ninguna clase de remordimiento, ellas me señalan, se mofan de mi situación… y yo lo acepto, me inclino ante aquellos seres que no merecen más que alabanzas y completa devoción… No volveré a sentirme superior a ellas ni a nadie, nunca más. Te lo prometo.





Deseaba que el viento fuera capaz de llevarle aquellas palabras a cada una de las mujeres con quién se topó en su camino.





- He escuchado que Raoul quiere construir una escuela en el pueblo ¿No te parece eso buenísimo hermano?





- Es una noticia maravillosa ciertamente – Y es que ya se había enterado pero prefería guardarse todo lo referente a Raoul para sí mismo.





- ¿Qué piensas? ¿Crees qué lo esté haciendo para quedar bien contigo?





- Pues… no sé. Se le ve que lo hace desinteresadamente.





- ¿Aún después de todo eso no lo perdonarás?





- Eso es diferente Ema. Es cierto, Raoul ha demostrado que se ha vuelto noble y caritativo… pero aún así… - Acarició los pétalos de la flor que su hermana había colocado en el florero de la mesa – No fue por eso que lo dejé, no fue por su falta de humanidad.





- ¿Entonces? ¿Por qué fue?





- Eh… pues…





La chica lo miraba con extrema curiosidad.





- …Por cuestiones del corazón.





- ¿Cómo así? No entiendo.





El pelirrojo apretó los puños y luego los soltó junto a sus palabras.





- Entiende Ema: - La miró fijo – Una vez le entregué mi corazón y lo dejó destrozado al confesarme que no era capaz de olvidar un amor del pasado…





- Ya… pero puede ser que haya cambiado de parecer.





- ¡Y puede que no! – Exclamó aterrado ante la posibilidad de caer de nuevo ante el engaño.





- Hermano ¿No es mejor sacarse esa espina?





- Aún así temo… no soy tan fuerte como para soportar un dolor tan grande otra vez…





- Hermano…





Ema se conmovió ante lo dicho por Katze, era evidente que le hablaba desde lo más profundo de su alma, lo sentía en sus palabras. La pelirroja se acercó hasta el hombre que le ocultaba el rostro y con sus manos le obligó a que le encarara.





- Hay que ver. Aunque hayas crecido no dejas de ser un llorón, hermano – No había ni un ápice de recriminación en su voz, un tono más bien infantilizado.





- Ema… - Había tratado de guardarse las lágrimas. Sólo su hermana lograba sacar a flote ese niño que aún habitaba en su interior. Se sintió avergonzado, se mordió los labios y cerró los ojos, sin embargo las lágrimas continuaron descendiendo por sus mejillas.





- Anda – Cuidadosamente limpió el rostro lloroso – No es malo que los hombres lloren – Le sonrió con dulzura – Si es verdad… no te veía llorar desde que eras un polluelo – Al notar que el pelirrojo se tranquilizaba con sus palabras, Ema continuó acariciándole el flequillo que de tanto en tanto le ocultaba el rostro – Tampoco es malo no querer sufrir… y es que has sufrido tanto mi hermano querido – Le besó con cariño la zona en dónde permanecía como dibujada la cicatriz – Pero no deberías tardarte tanto en curar tus heridas. Pase lo que pase yo estaré aquí, esperando para secarte las lágrimas, para mimarte y prepararte todo lo que te gusta comer.





- Tú siempre tan atenta conmigo – No pudo evitar sonreír – Es tu culpa que me volviera así, todo toñeco. Por eso no hubo quién después no hiciera desastre conmigo – Le reclamó.





- Ja ja Pero te repusiste a todo eso ¿No es así? – Lo abrazaba – Y te volviste un hombre tan fuerte y amable…





- Gracias Ema. Siempre me has apoyado y yo no he sabido como pagarte – Por eso la cuidaba tanto, por eso quería hacer todo lo que estuviera a su alcance para evitar que llorase o fuera infeliz – Jamás volveré a dejarte sola hermana. Nunca debí hacerlo… - Volvía a recriminarse por el pasado.





- Yo no me arrepiento. Porque gracias a eso conociste el amor… ¡Que cosa tan maravillosa hermano! Aunque te haya hecho sufrir, enamorarte te debió dejar muchos recuerdos hermosos. Por ellos, toda la tristeza valió la pena.





Deseaba con fervor aquellos años junto a su melliza que se les fueron arrebatados, aquellas noches oscuras y tormentosas en dónde no estuvo para darle valor, las experiencias que como adolescentes pudieron haber experimentado juntos, pero que fueron muy pocas ante el corto tiempo que lograba visitarla, sus cambios de humores, haberlo vista llorar por alguna discusión entre hermanos… quería haber tenido todo eso, era verdad, pero tenía que poner los pies sobre la tierra, por más que pataleara nada le regresaría todo lo perdido; por eso buscaba de aferrarse neciamente de lo que quedaba, defendiéndolo con uñas y dientes.





Creía a su vez, que tenía que ser cauteloso en cuanto a lo de Raoul, había dejado de hacerle caso al corazón para obedecer a la razón – cuando éste siempre le dictaba cada uno de los pasos a seguir – y era por eso que no dejaba de sufrir. Su terquedad por alejarse del dolor no hacía otra cosa que darle de aquello de lo que huía.





Katze contemplaba a Raoul desde la distancia. Se quedaba con la mente en blanco mirándolo, tratando de descubrir en su interior, los nuevos juicios que tenía acerca del rubio. En una ocasión, el Am jugueteaba con unos niños que se habían encariñado con él. Katze pudo divisar en el ojiverde un cariño genuino, alejado por completo de la máscara que ya se había habituado a verle cuando acudía a fiestas de salón o cuando estaba tratando de dejar una buena impresión; aquel sentimiento que desprendía – si tenía color – era blanco, puro y tan majestuoso, que el corazón del pelirrojo fue atravesado inmediatamente por el mismo. En ese preciso instante lleno de una magia dulce y encantadora, lo supo: Realmente deseaba estar al lado de ese hombre, formar una familia con él…





Dio unos cuantos pasos, pero antes de llegar hasta dónde estaba el ojiverde para tomarlo en sus brazos y acabar con aquel dolor definitivamente, la parte racional jaló a Katze, llenándolo de un vértigo que se apoderó de sus sentidos. Fue así como se quedó, ahí, de pie, como si de un momento a otro se hubiese vuelto de piedra. Y es que se hubo dado cuenta en su sonrisa, de que Raoul era feliz aún cuando no estaba a su lado, aún pensando que lo odiaba y que no lo perdonaba todavía por lo ocurrido en la hacienda…





Ser capaz de ser feliz aún conociendo todo eso. Era algo digno de aplaudir.





Aquella alegría del Am, no supo porqué, hizo sentir a Katze sumamente complacido. Era la dicha de aquel que ama sin desear ser el dueño del ser amado, admirador del vuelo extenso y liberto del alma que busca crecer inconsciente y constantemente.





Luego de aquella experiencia sobrecogedora, el pelirrojo se tornó un poco más comprensivo, le informó a Raoul que podía quedarse a hacerle las visitas a Ema el tiempo que quisiera, sin tener la necesidad de marcharse por miedo a que le echaran a patadas o le lanzaran feas miradas. El Am le hizo caso, de modo que ahora el pelirrojo era capaz de disfrutar de su compañía. Aunque el disfrute fuese secreto.





Verlo sin poderlo tocar.





Katze se trasladó de nuevo a su adolescencia, en aquel tiempo en la que siempre estaba a la diestra de Iason con Raoul enfrente, admirando la belleza de sus bucles dorados. Prendado por una muñeca majestuosa que sólo se permite contemplar en silencio. De nuevo se repetía la historia, teniendo que conformarse con mirar una joya que no le pertenecía…





Fue así como se acostumbró a ver al rubio rondando su casa. Estaban en la misma habitación y compartían una que otra conversación. A pesar de ello, el hombre pelirrojo se medía, tratando de mantener la formalidad y de no demostrar ni un ápice del entusiasmo que abarrotaba por completo su enamorado ser.





El ojiverde sufría, pero se negaba a creer que aquella indiferencia por parte del pelirrojo fuera fruto o señal de un amor ya muerto y enterrado. Después de todo, no había dado señales de querer sacarlo de nuevo de la casa.





- No te preocupes. Mi hermano no puede estar así por siempre – Decía Ema tratando de animarlo.





- Lo sé, Ema. Pero es tan difícil. No es nada fácil verlo y no poderle decir todo lo que siento por temor a que no quiera escucharme. No poder abrazarlo y saber que es capaz de aumentar aún más la lejanía que ya se ha creado entre nosotros.





- Raoul… No hables así – Tomaba las manos del rubio entre las suyas – Escucha: Estoy segurísima de que mi hermano siente lo mismo.





- ¿Cómo estás tan segura? ¿Te lo ha dicho? ¿O sólo lo dices para hacerme sentir mejor?





- Soy su hermana, lo conozco muy bien. No es necesario que me lo diga para saberlo.





El rubio agradecía la sinceridad de Ema, siendo su bálsamo en aquellos instantes en que su mente se empeñaba en brindarle desesperanza y caminos sin salidas aparentes.





Muy a pesar de que Katze hubiera decidido comportarse de manera tan distante, la pasión que anidaba en su interior no tardó en poseerlo y arrebatarle por el completo el mando de su proceder.





Aquel día, Raoul vio a Ema cargando las ropas que iba a lavar y como ya estaba tomando por costumbre, le ofreció su ayuda.





- ¿Sabes lavar?





- Emmm… la verdad no – Nunca pensó que se sentiría inútil al no saber hacerlo – Pero si me dices lo que tengo que hacer…





- Está bien.





- Esas… son las ropas de Katze ¿Verdad? – No pudo evitar preguntar. Su corazón palpitaba errático al demostrarse así.





- Si. Mi hermano me dice que él puede lavarlas, pero a mi no me molesta. Me gusta hacer estas cosas por él cuando viene acá… - Se dio cuenta de su tono melancólico y se reanimó de inmediato – Me encanta consentirlo mucho ji ji Ya verás como lo haces de bien…





Ema le explicó y le dejó para que lavase la ropa de Katze mientras ella lavaba la suya y la ropa de cama. El rubio se quitó los guantes y las marcas le hicieron recordar…





- Oh… siempre he querido preguntarte porqué usas esos guantes todo el tiempo ¿No te fastidian?





- Eh… pues… verás, tuve un pequeño accidente con la chimenea. Los uso para ocultar las marcas.





La pelirroja se acercó y le examinó las manos.





- Son pequeñas ¿Para qué taparlas? No lo hiciste a propósito, fue un accidente ¿No? Son cosas que pasan.





- … - Desvió la mirada – Me trae recuerdos verlas. Por eso las oculto.





- ¿Qué recuerdos? – Insistía en que la mirase a los ojos.





- No quisiera hablar de ello – Trató de esbozar una sonrisa.





- Ya…





Cuando vio que la pelirroja dejaría de hostigarlo sobre lo de sus manos, el rubio se atrevió a preguntar algo que tenía inquietándolo desde que había llegado a Diedo:





- Ema… ¿Sabes cómo tu hermano se hizo aquella cortada en el rostro?





- La verdad no sé. Le pregunté pero no quiso decirme nada – Había llevado un dedo hasta su boca, dubitativa - ¡Ya sé! Seguro que es como a ti: Un accidente del que no quiere hablar porque le trae recuerdos.





- …Puede ser…





Decidieron dejar la conversación hasta aquel punto. Había mucho trabajo que hacer y lo mejor era aprovechar el sol para que las ropas se secaran rápido.





Raoul tomó entre sus manos una camisa y aspiró el aroma que conocía, sentía que era una perdida deshacerse de ese olor tan encantador.





- Ema ¿Dónde estás?





- ¡Ah hermano! ¿Cómo te fue? La comida está lista.





- Que bien.





- Por cierto. Si quieres ver a Raoul está allá atrás.





- ¡Y lo dices tan tranquila! – Se puso de pie de golpe.





Ema lo miró con los ojos entrecerrados y el hombre se dio cuenta de su exaltada exclamación.





- Ejem… - Katze carraspeó un poco.





- ¿Estás loquito por verlo verdad? – Sonreía ampliamente.





- ¿Qué está haciendo? – Tratando de salvarse de su melliza.





- Tendiendo la ropa – Mencionó de lo más normal.





- ¿Có… mo dices…? – No podía creérselo y sus ojos abiertos al máximo lo delataban.





- Que está tendiendo la ropa. Hoy nos pusimos a lavar.





- Lo has puesto a lavar la ropa – Volvía a repetir - ¿Cómo se te ocurre mujer?





- ¡Eh! Yo no lo obligué hermano, él me quiso ayudar.





- …





- ¿Hermano? ¿Te pasa algo?





Katze tardó un par de segundos en reaccionar. No podía imaginarse que todo aquello que se estaba dando fuera real. Era imposible o por lo menos difícil de creer.





- Esto tengo que verlo.





Llevado por esa curiosidad, fue hasta la parte trasera de la casa y con cuidado se asomó, descubriendo al rubio recogiendo las ropas del tendedero. Katze no sólo no se lo creía, sino que extrañamente le excitaba la idea de un Raoul Am lavando sus ropas a mano. Cuando se dio cuenta de que el ojiverde había lavado sus calzoncillos, lo supo… el fetiche de las botas había sido derrocado de manera definitiva por éste.





- Ema. Te dije que mi ropa interior si la lavaba yo – Reclamó cuando la mujer se acercó a su lado.





- Lo sé. Pero Raoul insistió y mucho.





Ah… su hermana era tan indiscreta y Katze agradecía a los cielos por ello. Dentro de su pecho estaban las emociones batallando entre si.





- Sal a dar un paseo Ema – Pidió mientras le acariciaba los cabellos rojizos con cariño.





- ¿Ahora?





- Si, ahora.





- ¿Por qué? – Pensó un poco - ¿Vas a pelearte con Raoul? Él no quiso hacer nada malo, en serio. No te molestes con él hermano – Se oía bastante preocupada.





- Ema, obedece. Anda.





El modo dulce en que se lo dijo, fue suficiente para tranquilizar a la mujer.





- Ah bueno… pero si haces que Raoul se ponga triste, te dejaré sin cenar – Fue su amenaza antes de dejarle a solas con el rubio.





- No te preocupes. Solo quiero hablar con él.





El ojiverde estaba tan inmiscuido en su tarea, que no se dio cuenta del momento en que Katze se colocó muy cerca de él. Se giró al sentir una presencia en su espalda y al mirarle quedó sin palabras.





- Katze…





- ¿Qué haces?





- Yo… pues… ayudaba un poco a tu hermana… - Sabía que estaba sonrojado, pues sentía la cara ardiente.





- ¿Por qué?





- Se veía muy atareada… - Se acordó de su manos y disimuladamente las ocultó tras su espalda – Ha sido muy amable conmigo, sólo quería retribuírselo… de alguna manera.





- Ya veo… - Lo examinó y se dio cuenta de que el hombre le miraba la cicatriz - ¿Te aterra?





- No es eso – Se apresuró a decir. No quiso ser tan descortés al mirarlo de aquella manera – Es sólo que… Katze…





El pelirrojo se acercó lo suficiente para tomar al rubio de la cintura. Algo completamente inesperado para Raoul, quién sentía que su corazón iba a estallar dentro de su pecho y que la respiración se le trancaba.





- Si no es verdad ¿Entonces por qué no te aferras a mí? – Vociferó al darse cuenta de que Raoul insistía en mantener sus manos apartadas.





- Es que… - Sus manos, sus marcas… sus preocupaciones sin sentido.





- Es eso. Lo sé…





Cuando el rubio se percató de que el pelirrojo iba a soltarlo, se apresuró y tomó el rostro con ambas manos.





- ¡No es eso Katze! Claro que no.





Katze se sintió aliviado por tener aquellas manos tocándolo de nuevo. Quiso acariciarlas, las manos lisas y sin callos que tanto recordaba… fue en ese momento en que reparó en las pequeñas cicatrices de quemaduras. Estuvo tentado de preguntar, pero no quería arruinar el momento.





- Katze…





El pelirrojo fue en busca de sus labios y el Am sintió tantas cosas hermosas por dentro. El beso era sumamente delicioso, evidenciando el deseo de ambas partes. Katze no tardó en acariciar el cuerpo de su querido, haciendo que éste gimiera ante su contacto.





- Ah… Katze… tu hermana… ella podría venir…





- No te preocupes – Escuchándose bastante agitado - … Ella salió un rato – Se metió en el cuello del rubio y éste soltó otro quejido, uno más fuerte y lleno de deseo – Estamos solos… solos para hacer lo que nos plazca.





- Ommm… Kazte.





El pelirrojo había pensado en sólo besarlo, pero al entrar en contacto con la piel de Raoul no pudo evitar que la llama de su amor se avivara cada vez más y cuando eso pasaba, era muy poco lo que se podía contener.





Las manos del pelirrojo acariciaban con sumo deseo las caderas de su querido. Se apresuró en bajarse los pantalones luego de que Kazte le abriera el cinturón y la bragueta.





De un sólo movimiento Katze subió al rubio sobre la batea y le abrió las piernas.





- Katze… ah ah… ah… - Se aferraba al cuerpo del pelirrojo que lo embestía con furia.





Raoul podía sentir con toda plenitud cuanto lo deseaba Katze. Habían esperado tanto tocarse que en ese momento no se aguantaban nada; pedían con desespero, jalaban y arañaban, gesticulaban y gemían… el ojiverde se abría lo más que podía e inclusive usaba sus propias piernas para engancharse a la cadera ardiente de su amante, mientras que el pelirrojo se aferraba con gran desespero, como si buscara traspasar las barreras de los cuerpos.





Juntos alcanzaron el orgasmo tras unas fuertes estocadas, llegando a sentir como si un fuego abrasador los hubiese consumido en aquel majestuoso instante.

 



Para evitar que Katze siquiera pensara en apartarse, el rubio hizo mayor presión con sus piernas. El pelirrojo entendió el mensaje y se relajó, estaba sumamente contento de que Raoul le dejara terminar dentro de él.





Se miraron fijamente y la sonrisa se dibujó inmediatamente en sus rostros. Ambos tenían las mejillas coloreadas y sus ojos brillaban. Querían hablarse, querían decirse algo ¡Pero las palabras no salían de los labios! Quizás por temor a arruinar el momento, quizás por no saber que decir o simplemente porque no eran necesarias las palabras. Katze acarició los muslos de Raoul y éste hizo un gesto bastante pícaro, todo su cuerpo estaba sumergido en un estado electrizante. Cada corazón brincaba de cansancio y de alegría en sus respectivos sitios. Más el pelirrojo se acordó de su hermana, el ojiverde advirtió su preocupación y también empezó a arreglarse sus ropas.





- Raoul… ¿Te quedas a tomar el café? – Fueron sus primeras palabras tras el acto amoroso, no muy románticas, pero el modo en que le miraba, tierno, totalmente dulcificado, era más que suficiente.





- Si… bueno, si no es molestia.





- Está bien. Voy a hacerlo entonces – Le sonrió un poco – ¿Vienes a la cocina?





- En seguida voy – Quería reponerse primero. No sólo porque su mente estaba hecha un lío sino porque sabía que tenía toda la cara enrojecida y todos los pelos de punta. Lo menos que quería era que Ema lo viera de semejante manera.





- De acuerdo. Te espero.





Katze se adelantó y al llegar a la cocina, se encontró con que Ema ya había colocado el agua al fuego.





- Ema… pensé que habías salido… - Algo en ella le parecía extraño - ¿Por qué te andas riendo?





- Por nada – Pero no dejaba de hacerlo.





- Te conozco… - Le encajó la mirada – Ema – Usó un tono de voz que denotaba desconfianza.





- Bueno te diré… pero no te enojes – Pidió como si fuese una niña.





- Eso depende.





- Pues…no salí de la casa.





- ¿Qué significa eso?





- Eh… - Jugó con sus manos.





Ante el jugueteo de la joven que ya conocía a la perfección, Katze no tardó en darse cuenta de a qué se refería. El hombre se llevó la mano a la frente y trató de controlar su pena.





- ¡¿Cómo se te ocurre?! ¡¿Por qué no saliste cuando te lo ordené?! – Gritaba “susurrado”, para evitar que el rubio se diera cuenta de la conversación.





- Es que quería asegurarme que no le dijeras cosas feas a Raoul… yo no sabía que ibas a… hacerle eso – Se llevó ambas manos a las mejillaa. Su sonrisa de nuevo apareció al acordarse de lo que había visto. Cubrió sus ojos e hizo un sonidito infantil.





- ¡Shhh! – Trató de hacerla callar cubriéndole la boca – Eso es que te confundiste. No viste nada. No pasó nada ¿Entiendes? NADA – Enfatizaba tratando de crearle un despiste.





- ¡No fue así! Si fue algo – Exclamó tras soltarse y empezó a brincar en su sitio – Sé lo que vi, sé lo que vi…





- Ema basta. Vas a hacer que Raoul se avergüence.





- ¿Qué pasa conmigo?





El propio Raoul entró en escena y los hermanos guardaron silencio absoluto.





- Em… - Katze trató de buscar una explicación.





- ¡Raoul! ¿Quieres pastel con tu café verdad? – Ema intervino al notar que Katze no podía ni hablar – Es de calabacín con zanahoria ¡Te encantará!





- ¿De verdad? – Se sentó – Nunca lo he probado.





- En seguida te lo sirvo.





En cuanto Ema se dirigió a colar el café, Katze se acercó lo más que pudo hasta ella, procurando que la conversación sólo se oyera sólo entre ellos dos.





- No vuelvas a hacer eso.





- ¿Qué cosa? – Y de verdad no sabía a qué se refería.





- No vuelvas a espiar así – Le miró con el entrecejo fruncido – Eso no se hace Ema. Es bien feo.





- Ah… pero no te molestes. No lo hice por mal… hermano, entonces ¿Ya todo está arreglado con Raoul?





- ¿Qué quieres decir?





- ¿Ya dejarás de huirle?





- ¿Qué yo qué? ¡Quién te oyera!





Raoul estaba empezando a incomodarse. Los hermanos cuchicheaban y al no saber de qué, su mente empezó a hacer sus propias especulaciones.





No era que después de haber tenido una sesión de sexo salvaje en el lavandero las cosas entre ellos se habían arreglado. Pero Raoul se dio cuenta que luego de lo ocurrido, Katze no sólo le dejaba quedarse en casa cuando él estaba presente, sino que empezó a tratarlo de una manera más afable e inclusive había ocasiones en que lo cachaba mirándolo como embobado. Eso era buena señal y el rubio se alegraba de sobremanera.





Pasaron los días y continuó ayudando a la pelirroja con sus tareas hogareñas, no sólo por cordialidad sino por deseo propio, aprovechando también para conocer sobre los gustos de su amado, tanto en la comida como en todo lo demás. Ema se divertía enseñándole a hacer de todo y Katze se enamoraba cada vez más de aquel nuevo Raoul.





- Ema ¿Podrías hablarme de tu madre?





Por primera vez, el rubio se dio cuenta de que la pelirroja parecía nerviosa e incomoda.





- ¿Para qué quieres saber eso Raoul? - Trató de aparentar normalidad.





- Es que hace tiempo oí algunas cosas por ahí.





- ¿Ah si?





- También me enteré que el hombre que se hizo cargo de ustedes, no tenía ninguna clase de parentesco.





- Así es… vaya, si que quieres saber todo de mi hermano ¿No?





El ojiverde asintió.





- Bueno. No sé que pasó con nuestro papá pero si con mamá… ella murió.





- Lo lamento.





- No importa. Me lo dijo Katze hace mucho tiempo. Nunca nos conocimos así que está bien.





Raoul se sintió un poco mal por haber hablado de ello.





- Raoul ¿Quieres que te lea las cartas?

 



Raoul no pudo negarse ante el modo en que buscaba de cambiar de tema. No creía en esas cosas, pero no le pareció malo aceptar. Ema sacó una baraja de naipes corriente, algo desgastada y empezó a barajarla.





- ¿Cuando aprendiste a leerlas?





- No sé – Se encogió de hombros – Cuando me quedaba sola “jugaba” a que cada carta que salía significaba algo. Lo probé con una vecina y se asustó porque le dije cosas que luego pasaron – Dijo junto a una sonrisa – Ahora cree que soy una bruja.





- Oh....

 



- ¿Creerás que soy una bruja si digo algo que luego se hace realidad? - Colocó el mazo de cartas boca abajo.





- Quizás. Pero no les tengo miedo a las brujas.





Ema desplazó las cartas hasta formar un abanico.





- Ve tomando las cartas una a una por favor.





Raoul obedeció y tomó una carta que luego le pasó a Ema para que la interpretara. La pelirroja la examinó y no pudo evitar ampliar su sonrisa.





- ¿Son buenas noticias?





- Muy buenas. Aquí se ve que has sufrido mucho, pero no tienes que preocuparte más. La felicidad llegará mucho mayor que el dolor que has sentido.





- Esas si son buenas noticias.





- Oh… - Ema se quedó admirando más la siguiente carta.





- ¿Qué ves?





- Veo una mujer embarazada.





- Mimea… - Pensó en ella inmediatamente y se emocionó con la lectura - ¿Puedes saber en dónde está? ¿Las cartas te pueden decir eso? – Tomó otras cartas y se las pasó para que las mirase.





La pelirroja negó con la cabeza.





- Lo siento. Eso no lo veo… pero veo mucha alegría y riquezas, pero no son materiales ¿Me entiendes? - Ema le miró con profundidad.





- Creo que si.





- No sólo el dinero vale Raoul. Las cartas no mienten, mientras más des, más podrás recibir.





- Comprendo… Ema… - Hizo una breve pausa para luego agregar: - ¿Puedes ver ahí algo sobre el amor? Digo… sobre tu hermano y yo… - Realmente deseaba saber que su unión estaba predestinada y protegida por la buena fortuna.





Katze llegó en ese mismo instante. Se llevó la mano a la cabeza al darse cuenta de lo que estaba pasando.





- ¿Qué haces Ema? Asustarás a Raoul con tus locuras.





- No son locuras – Bufó. Seguidamente le habló a Raoul: – Le tiene miedo desde que le leí una vez las cartas y le salió algo que se cumplió.





- ¿En serio?





- No le creas Raoul. Esa se pone a decir la primera cosa que le viene a la mente – Tomó la botella de licor y se sirvió un poco.





En cuanto el pelirrojo estuvo a una distancia prudente, el rubio se acercó hasta Ema para buscar de susurrarle.





- ¿Qué cosa viste cuando le leíste las cartas Ema?





- Un viaje. Que se iba a ir muy lejos. Y que no volvería a ser el mismo… Eso se lo dije a los siete años. Te imaginarás, se puso a llorar un montón. Le aterraba pensar en alejarse de mí. Lo cuidaba mucho… - Sonrió al recordarse - ¿Sabías que de pequeños éramos casi idénticos? A veces nos poníamos la ropa del otro y jugábamos a que yo era el hermano y él la hermana. Era divertido. Para mí Katze era como mi pequeño hermanito… luego se fue… cuando regresó… él había cambiado y mucho… – La pelirroja se oía un tanto melancólica.





- Ema…





- Pero está bien – Reparó su ánimo enseguida – Pensé que mi hermano crecería pegado a mis faldas y míralo ahora – De nuevo la sonrisa iluminó su rostro – Es todo un hombre. Me ha enseñado muchas cosas. Antes no sabía leer ni escribir, pero poco a poco me fue enseñando. Aunque me aburre eso, prefiero contar las cosas así, en persona, es más divertido y menos cansón que andar escribiendo jiji





- Hey, Raoul.





- ¿? – Fue inesperado que lo llamara, por lo que no tuvo tiempo de mostrarse tan cohibido como lo hacía siempre - ¿Si?





- ¿Quieres? – Le mostraba la botella.





- Mmm… cuanta amabilidad de tu parte. No sé que pensar – Fue natural usar aquel tono irónico que ya se había olvidado emplear.





- No digas tonterías – Trató de disimular su sonrisa. Oír a Raoul expresarse de aquella forma le alegró el corazón, le trajo muchos recuerdos. Buenos recuerdos – Sólo espero que no te emborraches tan rápido.





- ¡Si, bebamos! – La pelirroja se levantó y fue casi corriendo a buscar unos vasos.





- ¡Ah no! Tú no vas a beber Ema.





- ¿Eh? ¿Por qué? – Mientras mostraba el vaso hacía un berrinche infantil.





- Porque cruda enloqueces peor.





- Hermano, si eres cruel – Hizo un puchero.





- Ya, ya… - Raoul calmaba a la muchacha – Vamos Katze. Un vaso no le hará daño. Además, Ema ya no es una niña – Mencionó con amabilidad.





- Si, ya soy una adulta – Sonrió.





El pelirrojo iba a continuar protestando, pero prefirió darse por vencido. Tras unos cuantos sorbos del licor, la mujer empezó a cabecear, hasta que finalmente se quedó dormida en su asiento. Katze la cargó y la llevó hasta su cuarto, tras volver a su sitio junto a Raoul, los hombres se dieron cuenta de que estaban solos. Eso fue suficiente para que sus respectivos corazones empezaran a bombear sangre como desquiciados y la libido despertara, lo acontecido aquel día en el lavandero llegó a las mentes. Aún así, el Am se las arregló para mostrarse sereno.





- Mira que pensé que al que iba a terminar llevando cargado era a otro.





- Se ve que quieres mucho a tu hermana.





- ¿Tanto se nota? – Sonrió más tranquilo.





- Te pones muy alegre cuando estás a su lado. Admito que estoy un poco celoso… Dime, la razón por la que siempre has trabajado tan arduamente…





- Por ella, si – Terminó de añadir.





- Pero… ¿Qué piensa ella? ¿Está de acuerdo?





- Nunca será para mí una molestia hacer lo que hago por mi hermana.





El Am sintió que debía aclararse, ya que en el modo en que le hubo contestado, pudo dilucidar dejes de enfado.





- ¿Y cuándo se enamore? ¿Crees qué su esposo…?





- Je je eso no pasará – Mencionó burlesco – Ema no se casará nunca.





- ¿Cómo estás tan seguro? Es una mujer hermosa. Le deben de llover los pretendientes.





Katze le miró de frente y agregó, bastante convencido:





- Te repito que no pasará ¿Para qué mortificarse la vida consiguiéndose un marido? Ella es feliz así como está, lo sé.





- ¿Cómo? ¿Alimentando gallinas? – Comentó mordaz.





El pelirrojo le contestó con una sonrisa. Raoul pensaba que Katze tenía un complejo de hermano mayor, eso de celar a la hermana hasta de las piedras no le parecía nada bueno, sobretodo para la pobre Ema.





Lo que el Am no sabía, era el verdadero motivo de Katze. No era que el pelirrojo no quería que la mujer se enamorara para evitar perder toda la atención que ella le brindaba, no… eso no era así. Katze la estaba protegiendo de caer en las tormentosas y oscuras aguas del amor ¿Cómo no querer custodiar a su hermana contra semejante monstruo? Y es que cada vez que se imaginaba la posibilidad de que Ema sufriera lo mismo que él, se le encogía el corazón. Prefería entonces verla sola, rodeada de gallinas y vacas, en lugar de verla llorosa y con un corazón partido.





- ¿No crees qué estás siendo un poco egoísta con ella?





- Así que eso piensas.





- Bueno…





- ¿Crees qué tienes mucho que decir en una situación como ésta? Ni sabes lo que es tener una hermana.





- Tienes razón. No lo sé… pero cuidé de Mimea desde que era pequeña. Sé que no es lo mismo, pero realmente deseaba protegerla y que fuera feliz al lado de un hombre que la amara…





- …





Ambos recordaron el amor que Mimea siempre tuvo hacia su protector. Un amor no correspondido que había terminado haciéndole mucho daño. El rubio no pudo evitar sentirme apesadumbrado.





- …Creo que no fui bueno en ello.





- No digas eso – Se apresuró y colocó sus manos en los hombros del ojiverde – Estoy seguro de que Mimea está muy agradecida. Te encargaste de ella aunque no tenías el deber de hacerlo, aunque no llevaran la misma sangre… eso demuestra mucha nobleza Raoul.





- Katze… - Sus palabras fueron tan abrigadoras para un corazón abatido por la culpa – Gracias.





- No hay de que.





Se sonrieron. Ya luego los apoderó el silencio. Raoul trataba de comprender que era lo que había tras las acciones de su atardecido, era más que obvio que lo estaba tolerando de a poco. Eso le alegraba.





- Escuché que andas preguntando cosas sobre mí en el pueblo.





Las palabras del pelirrojo lo dejaron helado. Katze lo miraba con extrañeza.





- ¿Para qué? ¿Qué buscas con ello?





- Eh… pues…





- Si hay algo que quieras saber, pregúntame. Es mejor que andar oyendo chismes de viejas.





- De verdad… ¿Me dirás todo lo que quiero saber?





- Claro. Aunque no sé porqué te interesa algo que pasó hace tanto tiempo.





- Eso es porque tiene que ver contigo – Mencionó con fuerza en su voz – Y todo eso me interesa.





Katze abrió paulatinamente los ojos. Se apresuró en desviar el rostro. Estaba tan afectado por las palabras que era difícil mantener la compostura.





- Estoy cansado de tanto trabajar – Exclamó el pelirrojo mientras se estiraba, dándole la espalda al rubio – Creo que saldré a pasear mañana ¿Vienes? Así te contaría todo lo que quieres saber sobre mí… pero a cambio, me contarás que le ocurrió a tus manos. No creas que se me ha olvidado ese asuntillo.





- Está bien – Contestó al tiempo que se sobaba las manos.





- Bien. Llega aquí al amanecer.





La pelirroja tras la puerta del cuarto, se había quedado escuchando atenta la conversación – siendo aquel truco del sueño una buena manera para dejar a los hombres en completa intimidad.





- Que mal. Si salen no podré saber de qué hablarán – Soltó desilusionada – Que más. Volveré a soñar.





Al día siguiente Raoul se levantó muy temprano, entusiasmado por encontrarse con su atardecido. Es inexplicable describir lo que sintieron cuando sus miradas se cruzaron, ambos se esperaban, se anhelaban.





Caminaron un largo trecho, el clima era propicio para ello. Las abundantes nubes poblaban el cielo nivelando los rayos solares, la fresca brisa hacía bailar las ramas y hojas de los árboles – Katze se degustó entonces con el modo en que los bucles dorados se unían a aquella danza -, la naturaleza hablaba de diferentes formas, a través del trinar de las aves, el cantar de los insectos y el susurro de los propios árboles. Raoul estaba maravillado, era cierto, siempre hubo estado rodeado por un ambiente similar a aquel, con plantas y animales por doquier, pero era la primera vez que el rubio se daba cuenta de su existencia; notaba la naturaleza viva ante sus ojos, la escuchaba en cada uno de sus lenguajes, la sentía rozarle la piel, los latidos de la tierra bajo sus pies… comprendió que el silencio de Katze no era silencio realmente, para nada era una muestra de que lo estaba ignorando, aquello era simple contemplación; el pelirrojo compartía con él aquella mágica interpretación del silencio, siendo cómplices de los relatos del viento, atesorando la compañía del otro por lo que realmente era, la certeza de estar presentes en aquel momento.





Hallaron un buen sitio para sentarse a reposar. Katze desenvolvió la comida y la compartió con el rubio. En ningún momento Raoul sacó a colación lo que los había llevado hasta allí, no atacó al pelirrojo con las interrogantes, esperando serenamente. Katze estaba más que satisfecho con su comportamiento, siendo que en el pasado el ojiverde le hubiese apresurado y hostigado hasta el cansancio por obtener lo que deseaba saber. Cuando el pelirrojo le mencionó que estaba listo para contestar a sus preguntas, el Am no tardó en preguntar por el origen de su cicatriz.





- ¿Fue Iason verdad?





- ¿Estás seguro de que quieres saberlo?





El rubio asintió.





- Si, fue él – Deslizó la marca con sus dedos – No le guardo rencor por ello. Me interpuse en su camino en un ataque de rabia y esto fue lo que obtuve – Hizo una pausa – Nunca esperé verlo de ese modo… tan aferrado al dolor.





- Comprendo.





- Pero no te preocupes, Iason no es una mala persona.





Raoul se dio cuenta en el modo en que lo defendía, aún pensaba que en su corazón había amor por él.





- Eso lo sé. Sé también que cambiará – Intervino el rubio – Al igual que yo lo hice – Notó que ante sus palabras el pelirrojo le escuchaba con mayor atención – Luego de que fuiste a mi alcoba aquella noche, creí que lo mejor era quedarme a esperar, eso hice hasta que me harté y fui a la hacienda Mink a buscarte, no sabía que iba a hacer o decir, lo único que tenía en mente era hablar con Iason y conseguir que te vinieras conmigo para la hacienda. Me enteré entonces que te habías ido… no estaba preparado para ello, era como si de nuevo el mundo se colapsaba sobre mí, de pronto ya no importaba el remordimiento o la culpa que sentía, todo eso no se comparaba con la sensación de no volver a verte… aún así, aunque sabía que si no me apresuraba te perdería para siempre, permanecía anclado, no podía moverme, temía perder lo que me quedaba al arriesgarme a irte a buscar… Iason se dio cuenta y me confesó la verdad, que él y yo… somos hermanos. Fue difícil de asimilar, pero admito que sentí que me quitaban una enorme carga de encima. Me di cuenta en ese momento de que el amor que sentía por Iason me lo había impuesto, era un amor distinto… nuestros padres pensaron que al amar en secreto no harían daño a nadie. Estaban tan equivocados. El amor no debe ocultarse, así es que produce pesar. Ya cometí ese error en el pasado y no volveré a hacerlo jamás.





- Raoul… - No supo que decirle y procedió a preguntar con ternura en su voz: - ¿Puedo saber como te hiciste eso en las manos?





El hombre sacó de su bolsillo un tumulto pequeño de tela.





- De todas mis pertenencias, éstas son las más preciadas para mí.

 



El pañuelo era el que le había obsequiado Mimea en su cumpleaños. Al abrirlo, el pelirrojo no comprendió el contenido, parecían ser trozos de carbón o de algún material quemado ¿Madera quizás? De pronto, supo de qué se trataba.





- Cuando lo arrojé al fuego no estaba pensando con claridad, era guiado por la tristeza, la rabia, la angustia… no sé en que momento pasé de mirarlo quemarse a desesperadamente tratar de sacarlo de las llamas. Estaba tan aterrado por la idea de perderlo que ni me di cuenta del daño que me estaba haciendo. Era tan preciado para mí… por eso yo…





No pudo continuar, el pelirrojo tomó sus manos entre las suyas y le entregó una mirada comprensiva.





- Me apena que todo esto haya pasado Raoul – Guió las manos hasta sus labios y depositó tiernos y delicados besos sobre ellas.





Ante el contacto el ojiverde sentía acelerarse el ritmo cardiaco.





- No pensé que nos pondríamos sentimentales – Confesó Katze con una media sonrisa al tiempo que le soltaba – Ema me ha regañado mucho por el modo en que te he estado tratando. Lo he pensado mucho y la verdad es que tiene razón, de nada vale continuar haciéndonos daño el uno al otro. Te diré algo Raoul. Al principio, yo era tan o más ingenuo que Ema. Desde pequeños fuimos criados por un hombre que ni nuestro padre era, aún así lo queríamos como tal porque nos trataba como si fuéramos sus hijos, de su sangre. Nunca nos mintió sobre eso, por eso lo llamábamos así, papá o tío… No sabíamos mucho de nuestra madre y por más que preguntábamos no nos quería decir en dónde estaba. La verdad es que el asunto perdió toda importancia para mí, pero para Ema era una ilusión conocer a su madre, así que cuando me establecí en la hacienda Mink creí que lo más conveniente era que Ema se fuera a vivir con nuestra madre, así ella tendría por fin la figura materna que tanto necesitaba y no pasaría tanto tiempo sola. Le pedí casi de rodillas a mí tío que me llevara hasta donde se encontraba… y desafortunadamente lo hizo.





***Flash Back***





- Ya llegamos.





El chico pelirrojo no pudo evitar mirar al hombre con confusión ¿Decía que su madre estaba ahí dentro?





La decoración del lugar lo hizo sentirse entre turbado e impresionado. Los colores rojizos y amarillos predominaban por todos lados. Las mujeres lo saludaban con guiños de ojos y besos desde sus caras sumamente maquilladas.





- Aquí – Su tío le colocó la mano sobre el hombro – Katze. No quiero que te ilusiones ¿De acuerdo?





Pero su corazón ya latía a todo motor, estaba a punto de conocer a su madre ¿Cómo no ilusionarse ante ello?





Toc Toc





Cuando la puerta se abrió, Katze quedó asombrado, ante sus ojos estaba una mujer tan parecida a él y a Ema; sus cabellos, rojos como el fuego, estaban acomodados con un complicado peinado adornado con plumas negras y verdes, llevaba puestas unas ropas bastante reveladoras del mismo color de su tocado.





- Tiempo sin verte – Habló, más luego su mirada cayó en el jovenzuelo – ¿Y ese niño? Es muy chico, no me gustan tan tiernos - Espetó tras retirar un cigarrillo de sus labios, pintados de rojo carmín.





- Kassandra. Él es… - Dudó - Tu hijo, Katze.





La mujer ni se inmutó. Había llegado a aquellos parajes por culpa de un amor que la hubo seducido y engañado para terminar prostituyéndola. Con el pasar de los años había aprendido a usar su cuerpo para obtener lo que deseara.





- ¿Hijo? Yo no tengo ninguno.





- ¡Kassandra!





- Quería… - Trató de hablar Katze - …Conocerte, mamá.





A la pelirroja no pareció gustarle lo mencionado.





- La próxima vez, podría traer a Ema… mi hermana. Ella también quería venir, ver como eres… - La belleza de la mujer lo fascinó.





- No me interesa tratar ni contigo, ni con ella.





- Kassandra – Mencionó el hombre a modo recriminatorio – Estos niños sólo quieren conocerte.





- ¿Para qué? - La pelirroja apretó los labios en una mueca, desvió la mirada. Katze trató de seguir.





- Mamá por favor… mi hermana te necesita.





- Pues yo no la necesito. Ni a ella ni a ti – Agregó en un tono ácido – Desde que salieron de mí ya no tengo que ver con ustedes.





- Pero…





- Entiéndelo niño: En éste mundo hay cosas que se quieren y por más que patalees no las vas a tener… ahora ya vete, estoy muy ocupada. Vuelve cuando seas más grande y tengas el dinero suficiente para pagar mi tiempo.

 



- Vámonos Katze.





El hombre sacó al chico del lugar, parecía molesto y no era para menos. Finalmente Katze le habló cuando le preguntó qué le diría a Ema.





- ¡No lo sé!





- Tienes que decirle algo. Por eso te lo dije, que no le contarás que ibas a venir a verla, pero no me hiciste caso… - El hombre se oía apesadumbrado.





- Gracias por traerme… realmente necesitaba saber la verdad - Mencionó – Quiero que sepas que para mí tú eres nuestro padre.





- Katze… - Sus palabras lo conmovieron.





Fue muy decepcionante para Katze y más cuando Ema se acercó entusiasmada hasta él.





- ¿La conociste? Dime como es hermano ¿Se parece a nosotros? ¿Por qué no dices nada? ¿Por qué te quedas tan callado?





- … No quiero que vuelvas a preguntar por ella Ema – Mencionó sin mirarla. En un tono frío y resentido.





- ¿Qué? ¡¡¿¿Por qué??!! – No dejaba de jalarlo - ¿Por qué hermano? ¿Por qué no puedo preguntar por mamá?... ¿Por qué?





- ¡Porque está muerta! – Exclamó – Ella está muerta Ema.





La niña empezó a sollozar.





- ¡Mentira!… eres un mentiroso hermano – Se enjugaba las lágrimas – Yo lo sabía… que ibas a cambiar si te ibas… te has vuelto malo…





Katze sintió que su corazón se iba rompiendo poco a poco. Toda la carga que estaba llevando a cuestas le angustiaba. Tenía que regresar de nuevo a la hacienda y dejar a su gemela, su “padre” estaba enfermo y él lo sabía, tenía un amor no correspondido del cual no podía apartarse, deberes pendientes que el señorito le había dejado para cuando volviese… ¿Por qué le pasaba aquello? ¿En qué momento su vida se había vuelto tan complicada y asfixiante?





Katze tomó a su hermana y la abrazó con fuerza. Ema continuaba llorando sonoramente y él lo hacía sin emitir un sólo ruido. Era el llanto de una niña que se sentía sola y el de un niño que se obligaba a crecer en contra de su propia voluntad.





Al tiempo Katze volvió al burdel. Ésta vez fue solo, mucho mas alto y fornido, con semblante inmutable y dinero en el bolsillo. Las mujeres enloquecieron al verlo, fascinadas con semejante espécimen de hombre. Cuando la meretriz lo vio entrar al cuarto, permaneció un rato examinándolo; extrañada con el aire que destilaba.





- Ha pasado un tiempo.





- ¿Qué haces aquí? – Iba a echarlo, más el hombre se apresuró.





- Tranquila. Ésta vez traigo dinero, suficiente y más por si acaso – Mencionó al tiempo que le enseñaba una faja de billetes.





- Jum… - Se cruzó de brazos – Pero que muchacho más insolente ¿Vienes de nuevo para insistir en que conozca a tu hermana?





- No. Dios la libre de eso – Se atrevió a esbozar una leve sonrisa – Sólo quería ver por última vez la clase de mujer que eres.





La pelirroja afiló la mirada.





- Claro, ser hijo de una prostituta es una mancha difícil de quitar…





- Escúchame - Vociferó con algo de enfado – Podrías haber sido cualquier cosa: prostituta, verdulera, artesana… eso no importa un carajo. Lo que no te perdono y no te perdonaré jamás es el que nos hallas echado a un lado, como si fuéramos basura…





Katze se había aproximado hasta quedar muy cerca de la mujer, la miraba con fijeza y se notaba que Kassandra trataba de mantener la compostura.





- Yo sé lo que intestaste hacer con nosotros. Mi padre me contó tu plan – Tomó uno de los rizos de su cabello y lo jaló un poco – Me contó que luego de darnos a luz le pediste que nos tirara en el bosque para que nos devoraran las bestias… eso me hace preguntarme ¿Por qué permitiste que continuara un embarazo que no deseabas?





- …Pensé… que luego de verlos en mis brazos querría quedármelos. Pero a la final no pude amarlos. No podía quedarme con ustedes…





- ¡¿Por qué no nos regalaste entonces?! – La hamaqueaba con fuerza.





- ¡Para evitar esto!... no quería que luego vinieran a acusarme y a mortificarme… pero ese hombre estúpido no lo hizo, se quedó con ustedes, los crió como a sus propios hijos y les habló de mí aunque sabía que yo no quería eso… realmente es un estúpido – Sabía que aquel hombre la amaba ¿Por qué si ella siempre lo trató con desdén?





- Te equivocas, aquí la única estúpida eres tú. No sabes lo que es amar y eso me da lastima.





El pelirrojo sacó todo el dinero que cargaba consigo y lo depositó sobre la cama. La mujer tosía incontroladamente. Katze trataba de quererla, pero realmente no podía hacerlo. Kassandra miró la palma de su mano y halló restos de sangre. Al subir la vista su hijo se marchaba por la puerta.





- Adiós madre.





- Que Dios te bendiga… hijo.





- … - El pelirrojo se detuvo por unos momentos. Pensó en girarse para ver a su madre una vez más.





No lo hizo. Cerró la puerta y jamás regresó al lugar.





***Fin del Flash Back***





- Sé que nada justifica mentir. Pero prefiero que Ema nunca sepa la verdad… Comprenderás ahora porque esquivaba las preguntas que me hacías sobre mi familia. No es algo de lo que se pueda hablar sin sentirse incómodo.





- Lo siento.





- No te preocupes. Ha sido mi decisión contártelo.





- No sólo por eso… Realmente me siento terrible por todo el daño que te hice y te sigo haciendo ¡Como si no fuera suficiente por todo lo que ya has pasado! Al pensarlo no puedo evitar sentirme tan culpable…





- Entonces no lo hagas, no pienses más en ello – Llevó su mano hasta la barbilla del hombre y atrajo su rostro. Las hermosas joyas que eran sus ojos lo capturaron como siempre lo hacían – Raoul… no tienes que preocuparte. Yo estoy bien. Siempre lo estoy.





Deseó que lo besara. Aunque la atmosfera no era la adecuada, siendo que acababa de contarle un aspecto terrible de su pasado, abierto las puertas hacía un dolor que todavía le acuciaba el alma. Y era ese respeto a la confesión lo que detenía a Raoul de ser él mismo el que fuera en busca de su anhelado beso. Parecía como si la nostalgia se hubiese apoderado del aire, exteriorizando lo que ambos trataban de ocultar. El ojiverde pudo dilucidar en el rostro de su atardecido su lucha interna y el pelirrojo percibió cuánto sufría su adorado por ello.





No se besaron. Pero cuando reanudaron la marcha, se sintieron más relajados. Raoul había decidido dejar de usar los guantes mientras que Katze caminaba erguido, permitiendo que el viento acariciara su rostro marcado.





Antes de que tomaran cada uno su camino, el pelirrojo agarró al Am y lo abrazó. Raoul no se hizo conjeturas, no pensó en que podría pasar ni en qué quería que sucediese a continuación. En aquel momento el abrazo que sentía era sagrado, supremo.

 



Cuando Katze llegó a su casa, estaba bastante agitado. Ema lo notó y fue incapaz – como siempre – de guardárselo para sí misma.





- ¿Qué pasó hermano? Te notó muy contento. Estabas con Raoul ¿Verdad?





- Ema ¿Para que mentirte? A veces soy como tú, tan claro como el agua… ese hombre me tiene tan enamorado – Suspiró como no lo hubo hecho en mucho tiempo – Pensaba que sabía qué hacer… ahora no estoy tan seguro…





La pelirroja se sentó al lado del hombre que intentaba descifrar las señales de su propio corazón.





- Hermano… temo que te hayas acostumbrado a que estén así.





- ¿Qué quieres decir?





- ¿Qué no te das cuenta? Raoul está ahí, muriéndose por ti y no haces más que esquivarlo, luego vienes y te tiras a llorar en esa silla.





- Exageras – Le afiló la mirada.





- Eres muy necio. Si sigues así te vas a quedar solo.





Luego de aquella salida vinieron otras. Raoul se alegraba de poder compartir con su atardecido de semejante manera. No buscaba en él solamente al amante, sino también a un amigo.





Se sentía más energizado. En el pueblo notaban la alegría del rubio, la destilaba en sus acciones, en su sonrisa e incluso en su caminar. Los niños, imanes de lo que es bueno y perfecto continuaban rodeándolo.





***





Era ya pasada la medianoche. Raoul cerraba el libro que había estado enclaustrando su atención por ya dos horas seguidas. Cuando estuvo dispuesto a arreglarse para ir a dormir, un ruido lo hizo ponerse en alerta. Salió de la habitación y buscó por todos lados. La oscuridad y el silencio hicieron que su corazón empezara a agitarse. Permaneció expectante un poco más, al girarse la silueta de un hombre en la oscuridad lo hizo dar un grito.





- ¡Raoul soy yo!





- ¡Katze! – No podía creérselo - ¿Qué te pasa? ¿Estás loco? ¿Cómo te me vas a aparecer así de repente luego de que tu hermana me contara todas esas historias de apariciones del pueblo? – Se quejaba, se había puesto blanco cual papel.





- Vamos hombre.





- Ay… me duele – Se llevó la mano al pecho – Mi brazo… creo que me va a dar un infarto – Se dobló un poco.





- ¡Raoul! ¡Mi querido!





Katze se aproximó hasta a él, alarmado. En ese instante, el rubio le sonrió.





- Es mentira.





- ¡¿Có…?! ¡No bromees con algo así! ¡Me asustaste caramba!





- ¡Ajá! ¿Ves que no es bonito que te anden dando sustos? – Al parecer se le estaban pegando las costumbres de la pelirroja - A todas estas… ¿Qué haces aquí?





- ¡!





El pelirrojo se sonrojó al instante. Raoul trató de descifrar aquella mirada, más luego algo lo instó a dirigirse a la entrepierna de Katze. Evidentemente, estaba empalmado.





- Katze… ¿Te has excitado por asustarme? Eso es… morboso.





- No digas boberías – Espetó. Seguidamente ablandó el tono de su voz: – Ya estaba así antes de llegar… estaba paseando, pensando en algunas cosas... Llegué hasta aquí y me pregunté si aún estabas despierto.





- ¿Y qué pretendías luego? – Le miró con los ojos entrecerrados.





- Esto.





Katze tomó a Raoul y lo besó. La pasión los llevó de nuevo a ser sinceros a través de los cuerpos.





- Raoul…





- Lo sé. Ya tienes que irte.





Cada vez que el pelirrojo lo buscaba para satisfacerse, era una bendición y una condena para el ojiverde. El Am se alegraba de saber que aún lo deseaba y sentía en cada encuentro el fuego que sólo puede ser atizado por el amor, pero inevitablemente también se desesperaba, dándose cuenta de que el camino por obtener de vuelta a su atardecido era bastante extenso y desesperante. Se prometía a sí mismo un triunfo que necesitaba de tales muestras de entrega y martirio; tratando de apaciguar esa angustia que le dejaban cada uno de los besos vacilantes de su amado.





Fue paciente. Demasiado. Hasta que por fin, un día el rubio volvió a encontrarse con aquellos límites que siempre lo sacaban de quicio y lo hacían actuar sin siquiera pensar.





- Ya no puedo más ¿Por qué me sigues tratando de éste modo tan hiriente? Simplemente no lo entiendo – Le jalaba del brazo – ¿Qué rayos es lo que esperas de mí? ¿Me tiro de rodillas y te pido perdón? ¡Lo haré si es lo que quieres! ¿Qué diga que te amo a todo el que se cruce en mi camino? ¡Si quieres que confiese éste amor a toda Midas, lo haré! ¡Te lo pido!





- Ya déjalo – Le hablaba con frialdad – Si sigues con eso…





- ¿Qué? ¿No me buscarás más? – Desafió, evidentemente hastiado de su situación.





- …Puede que haga eso – Mencionó sin siquiera pensarlo, muy alejado de su deseo.





- ¿Y luego qué? ¿De verdad crees que me quedaría tranquilo?





- Poco me importa – Espetó.





- ¡Mientes! ¡¿Por qué me mientes así?! Tú lo sabes ¡Me amas! No tiene sentido… ya te he dicho que en mi corazón sólo éstas tú y te lo demuestro cuando estamos juntos ¿Por qué no me crees? – Tal vez fue llevado por esa rabia que surge ante algo que se sabe es cierto y es negado tan descaradamente. Ese impulso lo llevó a mencionar con completa seguridad: - Te quiero. Tanto que si me pides que me marche, así lo haría.





- Hazlo entonces.





Raoul sintió que se le cortaba la respiración. Katze se mostraba reacio ante lo emitido.





- Si tanto me amas como dices, vete de Diedo… y déjame tranquilo.





El ojiverde no insistió más. Se sentía incapaz de alegar algo luego de escucharle.





- Si eso es lo que deseas…





Preparó sus maletas con mucho pesar. Se había acostumbrado tanto a aquel pueblo que el pensar en volver a su monótona vida, lo aturdía. Extrañaría tantas cosas y personas, sobre todo a Ema y cómo no, a su querido atardecido. Había decidido no despedirse e irse como había llegado, sin avisar a nadie. Pero como buen mártir, ya se había acostumbrado a exprimir los infortunios, necesitando como un viciado más y más del exquisito dolor. Fue hasta la casa de los pelirrojos a buscar la tristeza que genera un adiós.





- Vengo a despedirme.





- ¿De verdad te irás? – Ema lucía muy triste por enterarse - ¿Por qué? ¿Mi hermano te hizo algo malo verdad? – Rápidamente se giró hacía donde estaba Katze - ¿Qué le hiciste para que se quiera ir? ¿Ah?





Más el hombre pelirrojo permaneció en silencio. Mirando detenidamente al rubio que se despedía completamente derrotado.





- Ema, no te molestes con él. No pertenezco a éste lugar…





- ¡Claro que si! Éste lugar nos pertenece a todos por igual. Vivimos muchas cosas, reímos hasta que se nos aguaron los ojos… Somos una familia Raoul ¿Por qué nos quieres dejar?





- “¿Familia?” – Las palabras de la joven lo conmovieron – Lo siento Ema… pero tengo que irme… Muchas gracias por todo – Subió la vista y se halló con los ojos claros de Katze – Adiós.





La pelirroja lo miró darse la vuelta para empezar el recorrido. No perdió tiempo y fue hasta dónde estaba su hermano. Katze permanecía recostado en la pared, con los brazos cruzados. Trataba de reprimir todo lo que estaba sintiendo por dentro.





- ¿Cómo es esto? ¡¿Vas a dejar que se vaya?!





- ¿Y qué quieres que haga?





- ¡Que dejes de ser tan cobarde!





El pelirrojo trató de defenderse.





- Ya basta. Somos muy distintos. Él es un hombre de mundo. Lo mejor para Raoul es que se case con una mujer de su misma posición – Hablaba con el dolor en la voz - Olvidarse de mí y de todo esto que le ha causado tanto daño. Lo amo, por eso quiero lo mejor para él.





- ¿Por qué crees que eso sería lo mejor para él? ¿Quién te dio el derecho de pensar así? - La pelirroja se oía seria – Vino hasta aquí por ti, no le importa que no tengas ni una moneda en el bolsillo, ni que tengas la cara marcada – Le tomó del rostro, para que la encarara, fue cuando halló al niño entristecido en sus ojos – Además, eso no es lo que quieres. Alejarte de él no te hará feliz… te duele. Siempre lo ha hecho. Cada vez que venías a visitarme me hablabas de ese amor como si fuera lo más bonito del mundo. Tus ojos brillaban, tu sonrisa se hacía grande. Yo lo sabía, siempre esperabas ansioso regresarte allá, a la hacienda, para volverlo a ver… Y cuando Raoul llegó hasta aquí, buscándote… ¡Dios! Volví a ver ese brillo tan lindo en tus ojos… ese brillo que no se ha despegado de ti desde que él llegó - Le acariciaba la mejilla – Por favor, no digas que te haría feliz si estuvieran separados, porque sabemos que eso no es cierto… ¿Hasta cuándo vas a negar la felicidad hermano?





Sus palabras lo hicieron reflexionar. Su felicidad siempre hubo estado limitada. Siempre protegiendo a Ema sin importar que ella no se lo pidiera; creyendo que si su madre no lo amaba era porque no merecía ser amado; obedeciendo las órdenes de Iason sin cuestionarse hasta qué punto lo harían perder su libre albedrio; dejándose marcar el rostro para según él proteger a Riki, cuando lo que realmente buscaba era un motivo para que Raoul se decidiera a dejar de amarlo… clavándose al piso en aquel instante con la débil y lejana sensación de que él no merecía aquel amor… temiendo lo que siempre deseó y tachó de inalcanzable.





En aquel instante, Katze decidió darle muerte a aquella parte sacrificada de su psique que lo impedía ser feliz.





Salió de la casa y subió al caballo. No tardó en encontrar al ojiverde, caminando en la vereda. El corazón del Am se agitó al verlo llegar hasta él, pero no se ilusionó.





- ¿Ema te ha mandado a cuidarme? – Mencionó con tranquilidad – No hay necesidad. Sé cuidarme solo.





- Sube – Mandó.





- ¿Eh…?





- Que subas te digo.





Pero prefirió no hacerse esperar. Se acomodó tras el pelirrojo, se extrañó cuando hizo girar el caballo.





- Esto… ¿A dónde vamos?





Katze le ignoró, iniciaron la cabalgata.





- Katze… - Trató de nuevo – Te pregunté que adónde…





- Vamos a mi casa. No te vas a ningún lado.





Le falló todo raciocinio. Se sintió en extremo vulnerable, como si hubiese sido arropado por un manto sobrecogedor.





Al llegar, Katze apeó del caballo y ayudó al rubio a hacer lo mismo.





- Katze… ¿Qué es lo que pa…?





Más no le dio tiempo de hablar. Katze se hizo presa de sus labios con tal salvajismo que el Am pensó que se lo devoraría.





- Ya te lo dije: Te quedas aquí y punto.





- Katze…



De nuevo juntaron sus labios y el deseo brotó de lo más profundo de su ser cuando las manos empezaron a acariciar su cuerpo, cerró los ojos con fuerza, temiendo que si los abría, la magia terminaría. El pelirrojo entonces le alzó en brazos y sin dejar de besarle, le metió dentro de la casa.





Ema se impresionó cuando vio a la pareja, Raoul estaba bastante apasionado y su hermano no se quedaba atrás. El pelirrojo que abría los ojos de tanto – para poder ver por dónde iba y evitar tropezar – se halló con su hermana y con un gesto le indicó que les diera privacidad. Ema asintió y muy cautelosa se movió, tratando de pasar desapercibida. Katze llevó a Raoul hasta su cuarto, en dónde tuvo que patear la puerta para abrirla; arrojó al rubio sobre la cama y fue tras él.





- Raoul… no te aguantes – Le pedía – Gime, grita con fuerza… atúrdeme con tu voz.





- Kat…ze… mi amor… - Sus mejillas parecían que en cualquier momento entrarían en llamas.





El rubio obedeció y al igual que el pelirrojo no se guardó nada. Katze besaba a su amado con evidente voracidad, las lenguas danzaron jubilosas dentro de sus bocas. El rubio no se cohibía para nada, agarraba a su hombre con fuerza, transmitiéndole con sus caricias toda la pasión guardada. Las respiraciones de ambos resonaban como cánticos melodiosos. La carne dentro de la carne se volvía una especie de contacto divino.





- Raoul… - El hombre lo embestía de una manera deliciosa y apasionante – Oh… Raoul… - ¡Sería excesivo callarse el nombre! Dentro de cada “Raoul” vociferado, Katze le decía cuánto lo amaba, cuánto lo necesitaba y se excusaba por todas esas veces en que le negó amarlo de aquella manera.





- Katze… ¿Esto fue la despedida? – Preguntó con la voz quebrada tras haber hecho el amor. Si era así, no sería capaz de afrontar el destino.





- No habrán más despedidas – Tomó el rostro del hombre entre sus manos – No puedo dejar ir al hombre que amo.





- ¿Significa que me perdonas?





- Qué pregunta. Por supuesto que si – Le entregó una sonrisa tierna – Sólo si tú me perdonas por haberte tratado tan mal todo éste tiempo – Se oía sumamente arrepentido.





- Estúpido… claro que te perdono - Estaba tan dichoso que las lágrimas aparecieron, no se las aguantó - ¿Por qué tardaste tanto…?…Nunca jamás me hagas algo así otra vez.





- Te lo prometo – Lo abrazaba con fuerza – Jamás lo haré.





- Te amo Katze.





Las lágrimas surcaron por el rostro del pelirrojo, gruesas y en abundancia.





- Yo también, mi amor.



 

El pelirrojo agradeció a los cielos por haberlo bendecido. Luego de entregarse tan apasionadamente, permanecieron así, abrazados unos instantes que daban la apariencia de ser eternos. Raoul entendía el cariño del pelirrojo en el modo en que le acariciaba el cabello y Katze, sabía como interpretar el modo en que el rubio se recostaba en su pecho.





- Enseguida vuelvo – Anunció tras levantarse.





- Katze… no te tardes.





- Tranquilo – Sonrió.





Katze se fue desnudo, confiado de que estaban solos en la casa. Comenzó a buscar los cigarrillos en dónde solía colocarlos, más al aparecerse su hermana, Katze se cubrió instintivamente la entrepierna con las manos.





- Ema ¿Qué haces aquí? Pensé que estabas fuera de la casa.





- ¿Para qué iba a salir? Con tal de que no espiara como dijiste, no veo nada de malo en quedarme aquí – Sonrió - ¿Buscas esto? – Le mostraba los cigarrillos.





El hombre dejó de sentir pena con su melliza y tomó la cajetilla.





- ¿No estabas fumando cierto?





- No. Pero sabía que vendrías a buscarlos.





- Jum… - Soltó el humillo.





- Ese hombre te quiere mucho ¿Y cómo no? Se ve que le encanta como lo tratas. Por la casa entera se oía – Ema reía.





- ¿Eso crees? – Sonrió ante lo comentado.





- Ajá.

 



Katze observó a su hermana. Lo había decidido. El quería que ella tuviera la oportunidad de experimentar un amor tan hermoso como el que él sentía hacía Raoul, sabía que podía llegar a sufrir en el camino, pero estaba dispuesto a darle apoyo en los momentos difíciles; ya que, después de todo, el sufrimiento a la final se volvía insignificante cuando el amor era verdadero.





- Hermano… ¿Qué es lo que va a pasar ahora?





- No lo sé. Pero no me apartaré de su lado. No volveré a huirle a la felicidad nunca más.





Ema se alegró al oír a su mellizo.





***





Desde aquel día Raoul se asentó en la casa de los pelirrojos. Siempre quiso una familia ya que nunca tuvo una realmente. Su padre estuvo enfermo, se consumió entre el alcohol y la amargura, mientras que su madre se la pasaba tratando de mejorar la reputación de la familia. Nunca estuvieron para él. Unos padres que sólo se preocupaban por sus pesares, por cómo los veían los demás. Ellos le enseñaron eso: A preocuparse únicamente por su persona. Así vivió por mucho tiempo. No tardó en tener sus propios pesares y a encadenarse a las opiniones de los demás. Él era su familia y se sentía muy solo, aún rodeado de sirvientes y con la compañía de su querida Mimea.





Pero ahora era diferente.





Katze y Ema… nunca nadie le había hecho sentir como ellos lo hicieron. Tan en casa, tan querido.





No le costó quedarse a vivir en Diedo junto a Katze y su hermana. Podría manejar la hacienda desde lejos mientras se decidía si la vendía o si se la entregaba a su madre para que hiciera con ella lo que le viniera en gana. Sólo le hacía falta hallar a Mimea y su felicidad sería completa.





- Raoul, mi amor ¿Qué haces? - Katze se había acercado para abrazarlo – Mira que Ema está esperando para que comamos.





- Estaba pensando – Sonreía.





- ¿En qué?





- En lo maravilloso que es estar enamorado.





- Jum… así que estás enamorado – Mencionó, juguetón.





- Si. Y mucho – Contestó con un aire infantil y una enorme y límpida sonrisa en el rostro.

 





Continuará…





 

 

Notas finales:

 

 

Kya… transformación de Raoul finished! *_* Bien!!!! Con esto Raoul y Katze salen de escena, al menos por los momentos ^_^ (inner: mo! Que bueno que estos dos por fin ya se arreglaron! *o* ya sólo falta que Riki deje de ser tan tarado ¬.¬U) jaja por eso mientras que Katze y Raoul aprovechan de disfrutar su amor nos encargaremos de ese muchacho y del mártir de Iason xD A todos muchísimas gracias por llegar hasta aquí y por cualquier comentario que deseen dejar :p les envío muchos besos y abrazos!! Bye Bye!!




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