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Lost paradise. por black_phenix

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Notas del capitulo:

Bueno; creo, a mi parecer, que no les gusta demasiado este fic: pero lo continuare de todas formas. Es a mi a quien tiene que agradarle para publicarlo. XD.

Disfrútenlo.

 

A Teddy smile.



“Los ojos llenos de conocimiento siempre estarán acompañados de un pasado doloroso.”
Firewhisky.







Harry quedo en silencio luego de lograr calmar su estado de depresión, y de que sus hijos supieran toda la verdad con respecto a la vida que les había ocultado. Puede que estos supieran lo básico sobre ser magos, e incluso que pudieran hacer algunos hechizos que les había enseñado, pero desconocían por completo su legado. Los chicos prometían ser los mejores de su generación, sin dejarlo atrás. Poseían el poder suficiente como para no necesitar varita en sus conjuros, y se alegraba de eso; así pudo entrenarlos en algunos hechizos de defensa básica y algunos como el Patronus, que a su sorpresa, resulto ser corpóreo, otro aspecto de lo fuerte que era su poder mágico. Suspiro y tomo un poco del té que Dobby le había puesto en las manos, seco sus lágrimas y sonrió abiertamente.






—No saben lo feliz que me hacen—les dijo con una voz un poco apagada. Elliot y Morgan lo miraron y le dieron un beso en las mejillas.






—No puedo creer que pensaras que te culparíamos, o algo por el estilo, papá—le reclamo Elliot con el ceño fruncido y los cachetes inflados. Harry rió apenado—. Eso no es algo que un hijo haría con alguien que lo ha dado todo por nosotros. Tus amigos te traicionaron y ese tal Malfoy se burló de ti. No hay nada que echarte en cara, es más, estamos agradecidos por todo lo que hiciste. Y somos felices porque decidiste tenernos a tu lado, papá. ¿No es así, Morgan? 






Morgan asintió con lágrimas en los ojos, al igual que Elliot, y Harry los acompañaba mientras los abrazaba con todo lo que poseía (no pasándose para no ahogarlos). Dobby le sonrió, toco su hombro y le susurró al oído: —Te lo dije, Harry; eres su todo, y ellos el tuyo. —Harry le devolvió la sonrisa y se dejó llevar por el cálido abrazo de sus retoños, pero aún no estaba del todo seguro de si estaba a salvo o no. se separó lentamente de ellos y los miro lánguidamente antes de preguntar lo que tanto tiempo, bueno, desde hacía unas horas, tenía miedo de decir.








—Después de decirles todo esto, quiero saber algo, chicos. Como sabrán ya, Hogwarts, el colegio de magia y hechicería donde estudie, abre sus puertas cada primero de septiembre. Los alumnos que ingresan nuevos deben de tener once años, ya que esa es la edad en que su poder mágico comienza a manifestarse con mayor fuerza. Las cartas que llegaron esta tarde, con la lechuza, eran invitaciones para que ustedes asistieran a ella…—guardo silencio mientras los muchachos le asentían, entendiendo parte de lo que decía. Elliot, siendo alguien que se lanza a todo lo que le parezca divertido, era quien más le preocupaba, no obstante, Morgan, que era la mugre en las uñas de Elliot, tampoco salía de la cuestión. Esos muchachos le darían un infarto un día de esos—…. Bueno, verán, lo que quiero preguntarles es… ¿quieren asistir a Hogwarts? Es su decisión y yo no intervendré en nada de lo que decidan.







Elliot y Morgan se miraron sin saber que decir. Por un lado estaba el orgullo de su padre, que si bien estaba mallugado por culpa de viejas amistades y su padre (Malfoy), aún continuaba de pie, mostrándose como siempre. Y por el otro, estaban sus deseos de conocer el lugar donde su papá estudio magia. Y donde se le conoce como un héroe.






Harry noto su nerviosismo por lo que decidió ayudarlos un poco: —Si deciden ir, yo los acompañare. La actual directora, que era mi jefa de casa en mis tiempos de colegiatura, podría ayudarme a entrar como profesor. No tendría que dejarlos diez meses enteros. Tendrán mi apoyo desde dentro, y si no les gusta el ambiente, podemos regresar cuando deseen. 







Sabía bien que alentarlos simplemente le daría más problemas, y que ellos aceptarían sin chistar, pero tenía la jodida manía de ayudarlos en todo. Cuando vio aquellos ojos brillar de esa forma tan expectante e ilusionada, supo que estaba perdido. Aunque siempre le gustaba ver esos rostros felices de ambos.






No tuvo nada que decir, pues estos asintieron con efusividad dándole su respuesta. Dobby le dio un par de palmadas en la espalda mientras sonreirá con burla. No había nadie que lo conociera mejor que ese viejo elfo: —Esta decidido, la próxima semana asistirán a Hogwarts, pero primero debemos arreglar ciertos asuntos con el colegio y luego viajaremos al callejón Diagon a comprar sus útiles y las túnicas. Comiencen a pensar que desean llevar…







Sin decir nada más, los pequeños salieron corriendo hacia su habitación, dejando solos a Dobby y Harry.






—Has hecho lo correcto, Harry, deja de poner esa cara. De todas formas, quieras o no, ellos alguna vez tendrían que enterarse de todo y querrían conocer, al menos, el aspecto de su otro progenitor. Y, aunque no lo quisieras o dijeras que tú podrías ayudarlos, necesitaban asistir a un colegio donde no tuvieran que ocultar sus identidades a sus amigos.






—Lo sé, Dobby, lo sé mejor que nadie. De todas formas, será mejor que le envié una carta a Mcgonagall programando una cita. Tendré que reactivar la chimenea, así se nos hará menos tedioso todo el asunto de viajes; y los chicos aprenderán a viajar por Flú—sonrió con malicia. Aun recordaba lo mal que se la pasaba con esos viajecitos por la chimenea o por los Trasladores. La sensación era asquerosa, aunque ya estaba más o menos acostumbrado—. ¿Será posible remodelar las protecciones de la casa? Deseo incluir un par de cosas más que serían útiles mientras no estamos…






—Tú eres el dueño de la casa, y las protecciones están hecha con tu sangre. No veo problema en que hagas las remodelaciones que creas conveniente. ¿Qué piensas modificar? —Dobby arqueo una ceja en ese gesto tan extraño, y más lo era porque los elfos no tenían cejas. 





—Quiero dejar algunos hechizos de desvíos entre las protecciones, y así poder recibir en el castillo los documentos que me sean enviados aquí. Enviare a Hedwig a por los documentos y los enviaremos desde el colegio. El correo llegara a la mansión, y las protecciones me lo guardaran, listo para ser enviados, en la oficina. Y también quiero dejar algunos hechizos para dejar la casa segura durante nuestra estadía fuera. —Dobby lo miro algo extrañado y Harry le sonrió de lado—. No creías que pensaba dejarte aquí, mi querido amigo, ¿o sí? Porque no te daré el gusto. Nos acompañaras; me es imposible andar sin ti.







—Y para mí sería irresponsable si no controlo tus raros gustos a la hora de comer. Tu embarazo te dejo ese extraño habito de comer comida chatarra y los pequeños no se quedan atrás —le contesto con una sonrisa burlona. Harry le regreso el gesto y se adentró en su oficina, donde residían los sellos principales de las protecciones de su casa. Dobby se retiró a hacer el trabajo acostumbrado, dejándole solo para que atendiera sus cosas.






Estuvo buen rato escribiendo una carta dirigida a Mcgonagall, y otra para alguien que de seguro lo ayudaría en ciertos temas complicados, para que pudiera recibirlos cuanto antes. Releyó los párrafos y dándole el visto bueno, las metió en un sobre cada una y salió al jardín, donde estaba una pequeña caceta para lechuzas. Hedwig había estado habitando en ese lugar durante mucho tiempo junto a su pareja, Lest, una lechuza macho de plumaje oscuro. La había comprado para su compañera, puesto que no pensaba usarla en mucho tiempo. Sus hijos eran muy buenos amigos de estas, pero jamás preguntaban sobre cosas del mundo mágico, y una de ellas era su medio de comunicación. 






—Hola, compañera—le dijo al verla. Hedwig había crecido un poco más en los últimos años, y envejecido también. Sus plumas estaban de un color grisáceo, claro signo de ser una sabia lechuza con mucho que decir. Hedwig lo miro y ululo contenta, picoteando su mano en gesto amigable—. Hedwig, creo que volverás a las andadas, vieja amiga. Y tu pareja e hijos también. —Los ojos de su lechuza brillaron de modo inexplicable “¡Hasta ella conspira contra mí!”, pensó, negando divertido. Harry giro su rostro hasta Lest, quien le miraba incomprensible—. Volverán al servicio de mensajería, Lest, tú y Hedwig, y sus hijos acompañaran a los míos hacia Hogwarts. Espero no les moleste…






Hedwig y Lest inflaron el pecho con orgullo y lo miraron tan llenas de vida como antaño lo hacían. Les sonrió y acaricio, amarrando una carta a cada pata de ellas.






—Lest, quiero que vallas al ministerio de magia y le entregues esa carta al ministro en persona. Él te recibirá. Y tú, Hed, quiero que le entregues esa a la directora de Hogwarts. Buena suerte—después de que estas ulularon, algo que le pareció a Harry como una confirmación que decía “no fallaremos”, ambas emprendieron vuelo hacia sus destinos predichos. Harry miro luego a los dos pequeños polluelos, que eran del tamaño de Hed cuando la había comprado. Seguían siendo jóvenes, y aun no tenían nombre… cosa que agradeció, ya que no tendría que andar buscando una lechuza para sus hijos en el callejón Diagon. Las tomo en sus brazos y se dirigió hacia la habitación de sus hijos.







Camino por los pasillos, entretenido en sus pensamientos, recuerdos dolorosos que aún no lo abandonaban, y que creía que jamás lo harían. Después de todo, jamás pensó que sus amigos lo traicionarían de aquella manera, y mucho menos quienes pasaron por tantas cosas juntos a él, sus hermanos. Soltó un suspiro resignado y, cuando llego a la puerta de la habitación de sus hijos, quienes no querían separarse en ningún momento, se adentró y los encontró haciendo un listado.







Parpadeo y ladeo una sonrisa burlona, llamando su atención con un carraspeo: —Chicos, quiero que le den un nombre a ellos dos, uno a cada uno. Ellos serán sus lechuzas mensajeras. No sé cuánto habrá cambiado Hogwarts o sus reglas, pero sé que esto es reglamentario. Las lechuzas son usadas con bastante frecuencia, e inclusive es más cómodo que esperar una carta por correo; dura menos. 










Coloco a los polluelos en la cama, los cuales parecían temblar algo asustados. Ninguna nunca se habían separado de sus padres, por lo que les resultaba difícil encarar a sus dueños sin ellos presentes. Morgan miro a la pequeña ave que era de un color moteado. Le sonrió con timidez y le acaricio la cabeza, logrando que se calmara un poco: —Alistar. ¿Puede llamarse así, papá? 









—Se llamara como gustes, amor. Una vez le has dado un nombre, eres su dueño. Es una de las cuestiones mágicas de las lechuzas mensajeras. Su dueño es quien las nombra, y sólo obedecerá sus órdenes. ¿Cómo le pondrás a la tuya, Elliot? —Elliot se encogió de hombros y miro a la pequeña ave. Era muy hermosa, poseía un color plateado en su plumaje. Le sonrió y acaricio, logrando el mismo efecto que en la de su hermano.









—Silver le queda bien, ¿te gusta ese nombre? —Pregunto a la lechuza, la cual ululo contenta y le picoteo el dedo en señal de cariño.










—Es un perfecto nombre para ella. Pues, bueno, ¿Qué piensan llevar a su nuevo colegio? —Y, luego de este comentario, se enfrascaron en una discusión sobre lo que era y no adecuado para un colegio tan antiguo como Hogwarts, que gustaba de mantener sus tradiciones. Aunque Harry podía hacer algunas modificaciones a los objetos Muggle’s de sus hijos para que pudiesen ser usados dentro del castillo.




















—2—








Minerva Mcgonagall era una persona con un carácter fuerte y alguien que seguía las reglas al pie de la letra, sin salirse un ápice de la raya. Para muchos, era la mejor sustituta para el puesto de directora luego del deceso de los dos anteriores directores de Hogwarts; quienes fueron considerados los mejores de la época. La adusta mujer era reservada, no tenía hijos, ni estaba casada. Su trabajo era su vida. Pero también había muchos a los que no les agradaba, incluyendo a algunos miembros de Slytherin y otros de las casas restantes. Era severa a la hora de poner los castigos para darles un ejemplo de lo que sucedería si alguna vez lo intentaban de nuevo. Suspiro mientras abría el acceso a su despacho con la clave para la gárgola. Subió por la escalera de caracol y se adentró a su despacho, donde recibió la mirada escrutadora de águila Del cuadro de Severus y una curiosa del de Albus. 






Les sonrió con un pequeño gesto y se dejó caer tras el escritorio. Tenía once años ya en ese puesto, y ahora comprendía lo difícil que era todo el trabajo que el pobre de Albus pasaba. “Pero lo hacía ver tan fácil”, pensó, resignada a no poder dar con el secreto del viejo director para poder sobrellevar tan ardua tarea. Entrando en broma con el cuadro de Dumbledore, una vez le había comentado que quizás inyectaba poción revitalizante en los dulces de limón que siempre cargaba, recibiendo una sonora carcajada, y permitiéndose ella esbozar una sonrisa seguida de una suave risilla.






—Te notas algo cansada, Minerva, ¿ocurre algo?—Pregunto Albus, ofreciendo su sonrisa de siempre.






—Bastante mal me siento hoy. Ninguno de los entrevistados para ser profesor de defensas contra las artes oscuras da la talla para la materia. ¡Fueron cuarenta y cinco de ellos, Albus, y todos mediocres que se creían superiores por hacer esto y lo otro! Tener que aguantar a ese tal Bulguefort, quien se pavoneaba de ser mejor que Lupin, y de que había acabado a cientos de criaturas mágicas oscuras. ¡Bah! Ese idiota no atraparía a un Bogart ni aunque lo tuviera frente a su narizota —Severus soltó una leve carcajada, divertido por la pérdida de estribos de la siempre seria Minerva. Mcgonagall le envió una mirada envenenada y luego bufó—. Aunque el puesto ya no este maldito, los profesores de los últimos años han sido una completa mediocridad. Al menos tenemos a Zabini impartiendo las clases de pociones; y te aseguro que ocupa tu puesto con orgullo, Severus.






—El señor Zabini fue uno de mis mejores Slytherin en mis clases, Minerva, era de esperarse que alcanzara el nivel de un Maestro de pociones. —Minerva sonrió de lado por la forma que aquel engreído cuadro tenía para referirse a sus estudiantes. Albus los miraba con una sonrisa imborrable. Antes de que alguno comentara algo más, una lechuza que todos reconocieron entro al despacho y se paró en el escritorio con el pecho hinchado orgullosamente por haber cumplido la misión.





— ¡Oh, Merlín! ¿Eres Hedwig, verdad? —La lechuza ululo con fuerza y extendió la pata hacia la directora. Esta le sonrió con cariño y desato la carta, dándole uno de los dulces que tenía preparados para las lechuzas. 






— ¿Es de Harry, Minerva? —Pregunto Albus. Hacía mucho que no sabía del chico, más preciso desde que finalizo las clases de Hogwarts, y ni siquiera se habían despedido. Severus, que aunque pusiera mala cara o mandara miles de maldiciones a Potter, no podía negar que sentía cariño por aquel prepotente mocoso. Minerva asintió y cortó el sobre, sacando la cara para leérselas en vos alta:






Querida Minerva:




Sé que tanto a usted como a los cuadros de Albus y Severus, le sorprende que me comunique de un momento a otro con ustedes. Siento haber desaparecido de improvisto hace once años, pero eso es un asunto que discutiré en persona con ustedes si así me lo permite. Deseo hacer una visita a Hogwarts; a más tardar Hedwig regrese con la respuesta. No le tomo más tiempo, espero se encuentren bien… 




Atte: Harry James Potter Evans. 







Minerva los miro, y luego de releer varias veces tratando de hallarle un poco más de sentido, termino guardándola, sacando en el proceso un pergamino para escribir la respuesta. Deseaba tanto poder ver a aquel pequeño Gryffindor que brindo tantas esperanzas a ese mundo, y brindo durante siete años consecutivos la copa de las casas y los trofeos de Quiddich a la casa fundada por Godric Gryffindor. Luego de revisar su ortografía, lo enrollo y ato a la pata de Hedwig. 







—Buen viaje—Hed alzo el vuelo y Minerva se quedó pensativa. ¿Qué habría hecho a Harry desaparecer aquella noche en que se despedían de los alumnos de séptimo?








—3—








Harry se dejó caer perezosamente en su silla, detrás de su escritorio. Había leído las respuestas a las cartas enviadas, y había reactivado la chimenea y arreglado las protecciones mientras esperaba. Minerva le había dicho que podría ir cuando quisiera, que siempre lo recibiría (pero no que lo hiciera durante la madrugada). Estaba esperando a sus dos pequeños críos para usar la Flú hacia Londres, para que visitaran la oficina de la directora y así pudiera poner al tanto de su situación a la mujer. 





—Ya estamos aquí, papá—comunico Morgan, quien tenía una hermosa sonrisa extendida en su rostro. Él era quien estaba más interesado en conocer Hogwarts. Harry le devolvía la sonrisa al tiempo que Dobby se aparecía con una pequeña bolsa de terciopelo azul.





—Aquí hay galeones suficientes para hacer las compras requeridas, además también por si encontramos algo interesante, como escobas…—Potter mostro una elegante sonrisa cómplice. Podía ser que no pudieran usar escobas hasta su segundo año, pero les podría enseñar algunos trucos; aunque tenía mucho que no sacaba su saeta de fuego. La pobre debía de estar cubierta de polvo dentro de su viejo baúl en el ático. El ultimo recuerdo de su querido Sirius.






—Bien, chicos, como esta es su primera vez viajando en Flú, les daré una breve explicación. La Flú es un medio de comunicación mágico hecho por y para magos. Permite que dos chimeneas entren en contacto, como lo hacen los teléfonos, la diferencia radica en que, aparte de ser una chimenea y no un teléfono, la red Flú puede funcionar de dos maneras: una es enviándote a un sitio apropiado para apariciones, una chimenea local de un pueblo mágico; y la segunda, que te permite pasar de un lugar a otro como si estuvieras simplemente cruzando una cortina. No se preocupen, el fuego mágico no quema, al menos no esté—ellos asintieron, abriendo los ojos para no perderse el cómo su padre activaba aquel objeto, o mejor dicho, su chimenea. Harry se agacho, después de tomar unos polvos de color verde de un tarro que Dobby le extendía y lo tiraba al fuego, frente a la chimenea. Mientras las llamas rápidamente se tornaban verdes, Harry decía: —Despacho de Minerva Mcgonagall, Hogwarts.







—4—








Naturalmente, la primera impresión luego de tenerlos en su oficina (y que la nostalgia de tener a Harry frente a ella mitigara un poco) era de pura sorpresa, luego incredulidad y por ultimo de curiosidad. Lo denotaba demasiado bien bajo el implícito brillo de aquellas corneas que miraban como scanner a sus hijos. Morgan, tanto como Elliot, le dieron una mirada desconfiada y se ocultaron tras el pobre Dobby, mandándolo a la guerra en su lugar. Harry aguanto sus ganas de reírse, al igual como intentaba hacerlo el cuadro del ex-director Dumbledore. Minerva dio una mirada inflexiva y luego miro a Harry con plena curiosidad y expectación a escuchar algo interesante; aunque ella no era chismosa.






—Buenas tardes, directora Mcgonagall —le saludo con reverencia. Dobby saludo de igual forma, y por educación sus hijos siguieron el protocolo, aún renuentes a confiar en aquella mujer tan seria y peligrosa—. Como ha de recordar, este es Dobby —asintió. Aún se acordaba del pequeño elfo zalamero que perseguía a Harry a todos lados —. Los pequeños detrás de él son; Elliot Severus y Morgan Sirius Potter, mis hijos.






Sus ojos se abrieron con sorpresa. No es que ellos no se parecieran a Harry, es que no imaginaba al joven Potter con hijos, y si calculaba bien, Potter debió tenerlos a los dieciocho. Explícitamente después de terminar la guerra. Harry sonrió con ternura y acerco a sus hijos a ambos costados. Mcgonagall, que estaba aún sentada detrás de s escritorio, les ofreció con un suave movimiento de la mano que tomaran asiento. Harry le asintió y los hizo sentarse en tres sillas a los laterales, Dobby se encargaría de mantenerlos a raya mientras discutían los asuntos que lo llevaban ese día allí: — ¿Café, té, agua? —Negó, pero pidió lo segundo para los pequeños y Dobby—. ¿Dime, Harry, que te trae por aquí? Aunque puedo hacerme una idea, pero sólo es una pequeña hipótesis —alzo ambas cejas y las finas líneas de su boca se curvaron en una sonrisa renuente a ensancharte tontamente. Harry se removió un poco; no sabía cómo, pero Mcgonagall siempre le daría esa sensación de eterna regañadura como se las hacía en sus años celebres. 





—Como sabrá, ahora que Morgan y Elliot cumplen los once, ellos tendrán que asistir a Hogwarts para su preparación como magos. Las cartas ya han llegado. —La adusta dama asintió con rigidez, haciendo que Harry se preguntara que tan doloroso era estar en sus huesos—. Realmente no deseaba volver al mundo mágico; ni ahora ni nunca, pero sé que ellos deben de conocer sus orígenes. También de conocer jóvenes con sus mismas habilidades y experiencias para que no se sientan extraños entre tanta gente que no conoce sobre nosotros. Pero aun así, todavía estoy renuente a dejarlos a sus anchas durante diez meses, no lo soportaría…






—Está consciente de que los ha estado mimando, señor Potter—espeto Snape con voz severa y el ceño fruncido. Harry le sonrió, gesto que hizo sentir avergonzado al pocionista.






—Estoy consciente de haberles dado, y querer seguir dándoles, todo cuanto yo no pude disfrutar, Severus. Experiencias pasadas avalan mis acciones, tal como las tuyas cuando decidiste hacer de mi alguien diferente con tu hosca actitud en antaño. Te estoy, y siempre te estaré, agradecido. Además, con Dobby es muy difícil llegar a malcriarlos; incluso yo recibo reprimendas—río con jocosidad. Dobby le sonrió devuelta.







—Realmente tienen muy mal hábito; y lamentablemente lo explotan cuando no ando cerca. Siempre tengo que estar pendiente de Harry para que no ande por ahí comiendo comida chatarra, o los gemelos siguiendo su ejemplo. —Snape, Dumbledore y Mcgonagall presenciaron con plena incredulidad el cómo Harry sus hijos se avergonzaban ante la severa mirada del pequeño elfo y rumiaban un ininteligible “Lo siento” en voz baja. Luego de aclararse la garganta y poner a punto fijo la conversación, Harry continúo:






—Bueno, el asunto en sí que me trae hasta usted no es simas el querer estar en Hogwarts durante la estadía de mis pequeños. Claro, sé muy bien que eso no es posible en calidad de padre, por eso quería pedirle, si aún está vacante, el puesto de profesor de defensa contra las artes oscuras—Minerva parpadeo un par de veces no habiendo captado del todo bien, o al menos creyó que había algo mal en su oído.






—Comprendo que quieras estar atento a su seguridad y todo el asunto, Harry, pero tú no tienes la….







—Fui profesor particular de esos dos en todo lo que saben sobre magia, magia sin varita (única que conoces dado que nunca les he comprado una y sería peligroso por el ministerio) y defensa contra las artes oscuras. También está la prueba de que en quinto año fui maestro particular para los alumnos del E.D. que se formó luego del asunto con Umbridge. —Le corto. Minerva frunció pensativa sus labios. Ciertamente, Harry tenía razón en que tenía experiencia (y le impresionaba que sus hijos pudieran manejar una habilidad tan avanzada, y que requiriera cierto control de poder, pero eran sus hijos, era de esperarse). También estaba el jodido asunto de que necesitaba a un nuevo profesor urgentemente ya que los idiotas que entrevistó no tenían nada bueno que ofrecer. 







—Sí, aún lo recuerdo, Harry. Ese año los alumnos tuvieron un gran avance gracias a tus clases; incluso superaron el nivel de conocimiento de los séptimos grados. —Reflexiono unos momentos y luego asintió con sequedad—. Bien, Harry, tienes el puesto de maestro de defensa contra las artes oscuras; queda claro que tendrás que obedecer reglas y hacer que los alumnos las obedezcan. Sin imparcialidad alguna—esto último lo dijo dándoles una aguileña mirada a sus hijos, quienes comprendieron al instante que era de ellos que hablaban. La miraron ofendidos y alzaron dignamente la barbilla. Snape entorno los ojos con suspicacia. 







— ¿Quién es la madre, señor Potter, si se puede saber? —Harry resoplo ante el poco tacto del que en antaño lo regañara por lo mismo.







—Soy yo—los ojos de Severus se pusieron blanco y Mcgonagall lo miraba con mayor incredulidad. Dumbledore sólo le regalo un guiño juguetón y Potter tuvo la decencia de sonrojarse a más no poder. Estaba más que seguro que Dumbledore sabía algo. “¡Ni aún muerto deja de saberlo todo!”







—Bueno, eso no cambia el tópico de la pregunta, señor Potter. Me refería al otro progenitor. 






—Eso, señor, no es algo que quiera decir, pero para usted resulta fácil con un sólo vistazo darse cuenta de quién es, ¿o me equivoco? —Le desafío con rostro impasible. Severus arrugo el entrecejo captando la indirecta; era bastante obvia la descendencia de esos dos con una sola mirada de su parte, aunque no muchos pudieran darse cuenta de ello. Y estaba seguro que Albus lo sabía. Mcgonagall volvió a carraspear tratando de que no comenzara una riña como muchas veces se produjeron entre esos dos en el pasado.







— ¿Quieres tratar otra cosa, Harry? 






—No, Minerva, gracias, pero tengo que ir al callejón Diagon para comprar hoy mismo los útiles de los chicos y uno que otro libro para la materia, actualizados. —Suspiro con dramatismo mientras se levantaba y sus hijos y Dobby lo hacían igual—. Por cierto, directora ¿no podría darme una habitación con dos cuartos, aunque sean conjuntos? 






—Los chicos…







—Oh, no, no, no es para ellos: es para Dobby. Nunca lo he tratado como un elfo doméstico, aunque es una gran ayuda para la casa y para mantenernos en régimen alimenticio. Dobby es un indispensable amigo de la familia; nunca podría prescindir de él y sería buena idea que me ayudara con las clases como mi asistente. —Otra vez, todos lo miraron con incredulidad, aunque Dobby no estaba nervioso ni se ponía a tiritar de miedo como antes lo hacía cuando algo que podría hacer que se enojaran con su amo, por su culpa, estuviera a punto de suceder. Incluso se observaba determinado a que concediera lo que Harry pedía. 







—Sera como usted pide, profesor Potter. Esto será una nueva experiencia que espero sea de buena influencia para algunas familias nobles, aunque no lo vean bien, no se deje amedrentar—le dio una cálida sonrisa que Harry entono, al igual que sus hijos, de igual manera.






—Por algo seré su profesor.







—5—








Caminaba con pasos seguros junto a los chicos y el pequeño Dobby por el vestíbulo del cardero chorreante, con dirección al muro de ladrillos. Sus hijos miraron el local, algo asustados; era la primera vez que veían a gente en tal estado de ánimos, bebiendo el licor como si de agua se tratase. Harry les dio una palmadita en la espalda y los alentó a que continuaran mientras la gente dejaba de verlos para seguir con sus animadas charlas sobre Merlín sabe que chorradas. Cuando llegaron a la parte trasera, dando un toque a uno de los ladrillos, estos se movieron y dejaron la boca de sus hijos desencajadas mientras él exclamaba alegre: — ¡Bienvenidos sean al callejón Diagon!






Nadie les había prestado la debida atención como debería ser, pues siendo Harry un héroe de guerra, el más grande de todos, era extraño que no tuviera a la gente encima diciéndole que lo conocían y que conocían a sus padres; o en su defecto, pidiéndole autógrafos cual celebridad a sus anchas. Tenía suerte de haber cambiado tanto en los últimos años después de dar a luz. Su cintura era un poco más fina y femenina que antes, efecto colateral de gestar como le había informado Dobby. Su rostro dejo aquella hundida barbilla en el pasado y aquel robusto y grueso rostro se volvió dulce, fino, hermoso; con labios finos pero carnosos, ojos verdes más profundos cual esmeralda portentosa. Incluso aquellas horrendas gafas habían desaparecido gracias a una corrección de vista: Y su cabello, aunque rebelde, era un poco más manejable por lo largo que lo tenía. Estaba atado en una coleta baja, y dos largos mechones se encargaban de cubrir el rayo en su frente. Parecía alguien común y corriente (eso sí, hermoso como nadie) de compras con sus hijos. 






— ¿Adónde primero, papá? —Exclamo extasiado Elliot mientras miraba de aquí para allá, sin soltarse de la mano de su hermano pequeño, pendientes ambos de todo a su alrededor. Los magos tenían aún aquella estúpida manera de vestir, que aunque fuera de más de medio siglo atrás, les quedaba bien. 






—Debemos encargar sus túnicas…—estos lo miraron con clara expresión de no entender nada de lo que les decía. Tenía que reconocerlo, se parecían a él cuando recurrió por primera vez al lugar y descubrió un mundo de fantasía —. Las túnicas son los uniformes para Hogwarts que se encargan en Madame Malkins; aunque se usan como ropa común, las de Hogwarts son un tanto diferentes. —Les explico mientras andaban entre las personas, esquivando sin que lograran separarles hasta llegar al establecimiento de la ya muy mayor Madame.







—Hola jovencitos, ¿Hogwarts? —Estos asintieron y ella los llevo hasta la parte trasera para comenzar a medir con algunas florituras de su varita. En cuestión de minutos ya tenían el encargo preparado.







—Quiero también un par de túnicas de gala, las mejores que tenga, el dinero no es problema—ésta asintió y luego regreso con unas cuantas túnicas en colores que les quedaran a los pequeños. Harry no tuvo objeción. Cuando terminaron sus compras allí, decidieron ir a la tienda de varitas del viejo Ollivanders. 






—Buenas tardes que… ¡Oh, por Morgana! —Ollivander salió de detrás del mostrador y se acercó a saludar a Harry con efusividad—. Ha pasado mucho tiempo, señor Po… —Harry lo cayo con un gesto bastante divertido, como si estuviera ocultándose de la policía —. Oh, perdone… Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que lo vi. Nunca tuve la oportunidad de agradecerle lo de aquel día, cuando me salvo de los carroñeros.






—No hay nada que agradecer; sólo hice lo que debía —el anciano lo miro con orgullo, al igual que sus hijos lo miraban con renovada admiración plasmada en sus ojos. Harry suspiro derrotado; nadie entendería lo nervioso, aparte de Dobby, que se sentía cuando lo miraban de aquella forma tan expectante y sentimental—. Estos son mis hijos—el viejo los miro lánguidamente antes de asentir con aprobación. Estos hicieron un nervioso saludo. Ollivander entro entonces con rapidez a la trastienda, buscando entre todas las varitas con mucha efusividad plasmada en su rostro, hasta que este se ilumino y luego subió a una escalera, moviéndose de izquierda a derecha con una patada a un librero cercano hasta llegar a una caja con dos varitas en ella. 






—Como le dije cuando entro por primera vez a este establecimiento, señor Potter—Harry se rindió a amonestar al viejo Ollivander; se notaba que no haría mucho caso a lo que dijera—: recuerdo todas las caras de las personas, y varitas, que les he vendido. La suya; acebo, 28 centímetros, flexible y una sola pluma de fénix; la cual su hermana le ataco. Bien, pequeños, tomen estas varitas y agítenla hacia esa dirección—Harry noto un pizarrón encantado al fondo a la derecha, más allá de los ventanales del frente. Los chicos agitaron las varitas y de estas salió una fina luz dorada que fue atraída a la pizarra, desapareciendo instantes después—. Muy interesante, muy interesante. Esas varitas son hermanas, gemelas para ser precisos—explico luego de estarse regodeando con bastante emoción —. 30’2 centímetros, avellano, núcleo de corazón de Doxy, gemelas, sus reinas es más preciso decir. Poderosas, muy poderosas. Imagino que las sintieron latir…






Harry y los chicos salieron con ganas de no volver más a ese lugar, incluso Dobby término teniendo la misma opinión. Para Harry, Ollivander nunca dejaría esa manía de recordarle cosas extrañas; y ahora sus hijos eran dueños de varitas gemelas, bastante peligrosas si se lo preguntaban. Suspirando sonoramente, y con mayor ganas de estar en su casa, caminaron a la última parada; la de los libros.





Necesitaba con urgencia una poción tranquilizante. 





Notas finales:

¿Un comentario hace tanto daño?


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