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Hostal Anzen por Omi Lightbearer

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Notas del fanfic:

Mi propia traducción de la historia que estoy escribiendo en inglés, titulada "Anzen Hostel", y publicando en FictionPress. 

Notas del capitulo:

Todos los comentarios son bienvenidos :-D

 

 

 

CAPÍTULO 1

      Los ojos del muchacho de pálidas mejillas parecían decir: “De todas formas no puedo luchar”. Nile había estado observándolo sin ser visto durante un buen rato, acuclillado en el balcón de un almacén desierto. Había ocultado sus poderes e incluso su propia naturaleza. Pero lo ángeles siempre se daban cuenta. Podría jurar que había visto una chispa de desafío en esa mirada azul claro, y eso lo divertía. Qué absurdo resultaba teniendo en cuenta el estado del muchacho, qué retorcidamente entretenido. Sin una palabra, dio un salto hasta el suelo de la plaza y se acercó, sin bajar la guardia del todo. Podría ser una trampa; algunos ángeles incluso sabían tenderlas. Invocó su navaja de acero y la mantuvo oculta bajo la manga de su chaqueta. 

 

     El ceño del muchacho se frunció bajo los mechones enredados de cabello castaño claro. “Ha debido de ser una pelea endemoniada”- pensó Nile, y sus labios se curvaron en una sonrisa por el juego de palabras. El ángel estaba roto como un juguete abandonado; arrodillado en el asfalto, con la camisa rasgada, y un poco de su piel de feldespato, imposiblemente clara y lisa, asomando entre los jirones. Había un corte profundo en su cuello del cual manaba un pequeño hilo de color morado. “Sangre de ángel, claro, pero esa herida no lo matará”. La espalda del muchacho se había llevado la peor parte, y sus alas desmadejadas parecían las de un pájaro mojado tras una tormenta. Ese demonio, quienquiera que fuese, había sabido dónde apuntar. Nile rodeó al ángel despacio, ocultando sus pensamientos tras una expresión neutra.  

     El chico intentó girarse automáticamente, pero cayó de bruces al suelo y tuvo que apoyarse en los codos para continuar mirándolo. Nile confirmó su presentimiento: había una herida profunda justo entre los omóplatos y alas del ángel, de la que brotaba sangre a chorreones. Debía de dolerle,  pensó Nile arqueando una ceja. Todos los demonios sabían que ese punto exacto era el verdadero órgano vital de un ángel, el centro de sus poderes, incluidos los curativos. Dañarlo era asegurarse de que el ángel iba a morir. Esa era probablemente la razón por la cual su verdugo había dejado el trabajo inacabado. Pero Nile conocía la ley: era su responsabilidad hacer que el ángel desapareciera ahora. 

-Al menos te he visto llegar –dijo el ángel con voz cansada, cogiendo a Nile por sorpresa.

-¿Qué te ha pasado, pequeñín? ¿No deberías estar en la guardería de los ángeles aún? –preguntó Nile con una sonrisa afectada. 

-Dos de los tuyos me han emboscado. ¡No soy un Luchador! –El muchacho logró sentarse de nuevo; su voz temblaba de rabia. 

-Yo tampoco. Desgraciadamente, conoces las reglas.

     Nile odiaba participar tanto en batallas organizadas como en pequeñas escaramuzas de cualquier tipo. Era aburrido y vulgar, y se le ocurrían muchas otras cosas malas (y más divertidas) que hacer en un momento dado. No tenía ganas de matar a ese pequeño ser indefenso en absoluto.  

     Sonn rezaba en silencio para poder volver a casa. Había sido temerario por su parte dar vueltas por una desolada barriada humana en mitad de la noche. Había conseguido que dos ladrones en potencia cancelaran, o al menos pospusieran, un gran robo, pero había pagado un alto precio por ello. No podía curarse y, lo que era aún peor, no podía teletransportarse. La espalda le dolía como si se la hubieran marcado con hierros candentes, y el sistema nervioso que rodeaba sus alas ardía en espasmos de dolor. Y el demonio pelirrojo que se estaba divirtiendo a su costa no mejoraba en absoluto sus perspectivas. “Normalmente no se lo piensan dos veces, ¿qué lo detiene?” Sonn alzó la vista y sus ojos se encontraron de nuevo. Los del demonio eran intensamente verdes y refulgían como esmeraldas en la noche. “¿Por qué son hermosos los demonios? No tiene ningún sentido” –pensó. Dio un respingo cuando el ángel se agachó para mirarlo de frente. 

     No estaba en la naturaleza de Nile ser compasivo, ni siquiera mínimamente comprensivo. Pero no quería poner fin a la vida de ese ángel. Deseó que la navaja desapareciera, y dejó de sentir el tacto del frío metal contra su brazo. Marcharse no era una opción. Si alguien se daba cuenta de que no había cumplido con su obligación tendría problemas. “Entonces ¿qué hago?”

-¿Cómo te llamas, chico? –le preguntó con voz severa. 

-Sonn. 

-¿Y cuál es tu rango?

-Aprendiz Iluminador de Primer Orden – Sonn tosió y respiró hondo como si hablar le doliera. 

No estaba mintiendo. Los ángeles no podían. Tal y como Nile había adivinado, el chico era muy joven, no un ángel adulto. No valía tanto la pena. Los aprendices no eran importantes.  

-No tengo ganas de matarte. 

Sonn lo miró con los ojos muy abiertos, como si ésa fuera la última cosa que había esperado oír. 

-¿Puedes andar? Ven conmigo –la voz de Nile sonó algo más amable; era la que usaba para dirigirse a seres humanos ingenuos. 

-¿Por qué? –preguntó Sonn, aún más asombrado. La sorpresa era aún más intensa que el dolor. “¿Cómo voy a confiar en él? Seguramente esté mintiendo. Me matará”.

-¿Qué otra cosa puedes hacer? –Nile resopló-. Si te dejo aquí, pronto te encontrarán. Hay varios demonios patrullando esta zona. Te matarían en cinco segundos.

“No tengo alternativa” –pensó Sonn. “Tengo que levantarme”. Dejó escapar un gemido de dolor mientras se intentaba en pie, tambaleándose. El demonio extendió una mano enguantada y Sonn la tomó, seguro de que era lo más extraño que había hecho jamás. Sintió un escozor, un dolor parecido al de un calambre a causa de la electricidad, recorrerle la mano y el brazo. Su primer pensamiento fue que había caído en una trampa, pero vio cómo Nile hizo una mueca de dolor y lo soltó inmediatamente. 

-Se me había olvidado. Hazlo tú sólo –dijo Nile, ligeramente desconcertado. 

Sonn también lo había olvidado. Los ángeles y los demonios no podían tocarse a menos que estuvieran luchando. Jadeando, logró ponerse en pie; la espalda le dolía como si le hubieran clavado dos dagas hasta la empuñadura. 

     “El siguiente problema es ¿dónde podemos ir?” –pensó Nile con preocupación-. “¿Hasta qué punto quiero esconder a esta criatura?” Apenas se tomaba nada en serio, y normalmente cambiaba de idea con facilidad. Pero se había aburrido tanto últimamente que un pequeño plan ilegal era justo lo que necesitaba. Miró alrededor. La calle estaba en penumbra, iluminada sólo por unas cuantas farolas de luz mortecina. Sólo se oían los agudos maullidos de gatos en celo correteando sobre los tejados. 

     De pronto vio a una figura humana en una esquina. No se alarmó porque los seres humanos no podían verlos cuando estaba en su forma etérea, es decir, la mayor parte del tiempo excepto cuando los ángeles o demonios tenían que tratar con ellos y adoptaban forma corpórea. 

-Lleva a esa monada a algún lugar seguro ¿no? –dijo la mujer, saliendo de entre las sombras. 

Nile se sorprendió porque era obvio que se estaba dirigiendo a él. La mujer, de mediana edad, llevaba un vestido rojo de tirantas totalmente inadecuado para el frío de la noche otoñal, y le sonreía. Sus ojos eran los de alguien que ha visto muchas cosas. 

-¿Por qué puedes vernos, mujer? –Nile preguntó con agresividad. 

-A mí también me gustaría saberlo. Los pájaros como él están por todas partes –respondió ella, señalando a Sonn, y su voz se tiñó de amargura-. Nunca he visto al mío. Pero seguro que tengo un par de demonios alrededor todo el tiempo. El mal está en todas partes.

    Sonn sintió lástima por la mujer. Miró en las profundidades de sus ojos negros y sintió su angustia, la oscuridad de su corazón, el estilo de vida que había tenido que escoger. ¿Acaso había sido descuidado su Guardián? ¿Tuvo alguno? Sonn había oído historias sobre humanos que podían ver ángeles y demonios todo el tiempo, incluso cuando éstos no habían decidido manifestarse. Nunca las había creído.

-¿Cómo te llamas? –le preguntó, tratando de ignorar el dolor. 

-Me llaman Mandy. Durante años os he visto luchar y no he dicho una palabra a nadie. Siempre ando por esta barriada, y hace un rato vi un par de demonios especialmente felices marchándose de un salto y felicitándose por haber acabado con un angelito. Pasa todo el tiempo, pero decidí echar un vistazo, y aquí estoy-. Sus ojos se llenaron de entusiasmo, haciéndola parecer más joven de lo que era. –Nunca antes he visto a un demonio tratando de ayudar a un ángel, pero si es lo que quieres conozco un sitio donde ir.  

-Habla –dijo Nile cruzando los brazos. 

-Por favor –añadió Sonn, mucho más amable. 

-Cruzad la Ciudad vieja, y tomad la salida sur que da a las montañas. Antes de llegar a la autopista principal, veréis un edificio de color verde oscuro. Se llama Hostal Anzen. Seréis bienvenidos allí.

-¿Un lugar regentado por humanos? ¿Estás loca? –protestó Nile, frunciendo el ceño. 

-Es un lugar extraño, pero podéis confiar en mí. He estado allí –Mandy sonrió de oreja a oreja-. Dáos prisa. Otros podrían venir y descubriros. 

Sonn sintió que la mujer decía la verdad y estaba ansiosa por ayudar. Le dio las gracias y miró a Nile esperanzado, esperando que el demonio tomara una decisión.  

-No puedes caminar –dijo Nile, pensativo-. Puedo teletransportarnos hasta la salida sur, pero probablemente dolerá porque tendrás que agarrarte a mí. 

-Es imposible que el dolor empeore- Sonn sonrió ligeramente, señalando su espalda con un pulgar. 

-Buena suerte –dijo Mandy, despidiéndose con la mano. 

-¡Por cierto! Ese hombre te está engañando, ¡no confíes en él! – exclamó Sonn. Podía aprender muchas cosas acerca de cualquier ser humano con tan sólo una mirada, y la mujer merecía el consejo. 

-Ya lo sé, monada. Gracias. 

     Nile puso un brazo alrededor de los hombros de Sonn con poquísimo entusiasmo. Se alegró de haberse puesto una chaqueta de cuero esa noche; el contacto de su piel habría sido insoportable. Intentó ignorar la punzada de dolor y agarró fuerte al ángel, concentrándose en sus poderes. La teletransportación era sencilla, pero normalmente no intentaba llevar a nadie consigo. 

-Alguien viene –murmuró, rechinando los dientes-. ¡Vámonos!

Oyó el grito de dolor del ángel mientras se desvanecían, y en un instante entraron en un torbellino de oscuridad y cayeron de bruces al suelo con un golpe seco. 

-¿Qué mierda…? –murmuró, soltando el cuerpo inmóvil que había estado sujetando. 

Le dolía la rodilla derecha, y eso no era normal. Se miró las manos y sacudió la cabeza al darse cuenta. “Forma corpórea… qué oportuna”. Aparentemente sus poderes no eran lo bastante grandes como para teletransportar a dos seres etéreos tan lejos. “Al menos ahora lo sé”. Lo malo era que incluso los humanos podían verlos. Miró hacia la derecha y vio al ángel tumbado boca abajo a su lado, con los ojos cerrados. Se dio media vuelta y reconoció la salida sur; apenas había coches en la autopista a esas horas de la noche, pero se sintió afortunado de haber aterrizado en un parche de hierba cerca de la cuneta, lo bastante lejos de los vehículos. “Vaya. Me he pasado el lugar donde la carretera urbana se convierte en autopista, un kilómetro atrás” –pensó.     

-Eh –dijo inclinándose sobre el ángel inconsciente. -¿Sigues vivo?

Sonn tenía peor aspecto que antes. Su pálida cara había adoptado un color ceniciento, y Nile vio con preocupación que las alas del ángel no habían desaparecido como era habitual tras un cambio de forma. Estaban sucias y dobladas bajo el peso de su cuerpo.  

-Odio tener que tocarte de nuevo, pero… -dijo, tocando su hombro con un dedo y recibiendo el correspondiente calambre, como si lo hubiera metido en un enchufe-. ¡Despierta! 

     Sonn abrió los ojos despacio. Había tenido un sueño muy extraño. Un demonio había aparecido de la nada y se había apiadado de él. Se sorprendió al comprobar que ese mismo demonio estaba sentado a su lado con una expresión inescrutable. 

-¿Dónde estamos, ehm…? No me has dicho tu nombre –dijo, tomando una bocanada de aire. 

-Nile. Estamos cerca del lugar que describió la mujer, creo.

-Duele –murmuró Sonn para sí, llevándose una mano a la boca como si mordérsela pudiera reducir el dolor.

Nunca se había sentido tan dolorido. En realidad, ni siquiera podía recordar haber sentido dolor. Ahora compadecía a los humanos mucho más. 

-No podemos quedarnos aquí. Verán tus alas, te cogerán y te llevarán al zoo pensando que eres un pájaro mutante… -dijo Nile con una sonrisa ladeada. Se quitó la chaqueta y cubrió los hombros y las alas de Sonn mientras el muchacho se sentaba.  

-¿No es ése el edificio? –preguntó Sonn, señalando una construcción oscura a unos doscientos metros de la carretera. 

-Si lo es, la mujer nos ha dado unas indicaciones muy malas. Tienes que intentar y caminar hasta la puerta, chico. Mis poderes necesitan un respiro –dijo Nile levantándose. 

-¿Quién será el dueño de ese hostal? Si es humano, quizás me dirija a una jaula sin ayuda.

Sonn se puso en pie e intentó condensar las pocas fuerzas que le quedaban para caminar. 

-Por desgracia, no parecía una mentirosa. Y yo que pensaba que los ángeles confiaban demasiado en los humanos…

-Tienes prejuicios –Sonn sonrió abiertamente por primera vez, y Nile pensó que la curva de sus labios desentonaba en un rostro tan exhausto, como una piedra preciosa engarzada en un colgante de latón.  

     El edificio de color verde, una construcción de tres plantas con persianas en cada ventana y ningún rótulo con el nombre del hostal, parecía retroceder a medida que Sonn caminaba a trompicones hacia él, siguiendo a Nile en silencio. Minutos antes, había creído que podía aceptar la derrota y la muerte de forma natural si esa era la voluntad del Jefe. Ahora su intuición le decía que tal vez su hora no había llegado. Quería resistir. Miró alrededor, al descampado solitario que se extendía junto a la carretera y aún más allá, a las montañas de Wee, cuyas cimas verdes y marrones apenas eran visibles en la oscuridad. Sus sentidos se debilitaban en forma humana, haciéndolo más vulnerable entre un sinfín de sonidos que no podía escuchar y de colores que no podía ver. Durante un segundo, se preguntó si a Nile le pasaba lo mismo. Al menos él no tenía que preocuparse de sus alas: los demonios utilizaban medios diferentes para hacerlas desaparecer, o eso le habían contado.    

     Una vez llegaron a la estrecha puerta principal, se detuvieron con sobresalto. Había alguien sentado en el porche, aparentemente esperándolos. Un solo farol proyectaba su luz en unas ondas de pelo dorado.  

-He sentido vuestra llegada. ¡Bienvenidos!

Una mujer joven se levantó rápidamente, sonriendo. Estaba en pijama, con una camisa y pantalón rojo oscuro, y parecía llena de vitalidad. 

Nile se sintió abochornado. A los ojos de un extraño, debían de componer una pareja muy extraña. “¿Sabe ella lo que somos?” Ésta había sido su idea, de todas formas, y pretendía seguir adelante aunque condujera a su propio final. Miró de cerca a la muchacha; era preciosa pero humana al fin y al cabo. Nile parpadeó, frunciendo el ceño, al sentir una presencia intrusa en su mente. “¡¿Qué diantres…?! Tiene que ser ella. No puedo echarla” –pensó irritado. 

-Perdona, eso ha sido de mala educación –la mujer sonrió con aire de culpa, encogiéndose de hombros-. Necesito comprobar quiénes son mis huéspedes antes de dejarlos entrar, para mantener a todos a salvo.  

-Recuérdame que me zampe tu alma después –gruñó Nile, cruzándose de brazos. 

-Tú no comes almas –Sonn y la mujer dijeron al unísono, y se miraron sorprendidos. 

-Chico, ¡estás hecho polvo! Venga, entra –dijo la chica tirando de la muñeca de Sonn, con expresión preocupada. Se detuvo un momento para mirar a Nile con desconfianza-. Sin embargo, tú pareces estar perfectamente, demonio.

-Me quedo. Después de este lío quiero ver si sobrevive.

-¡Es asombroso! –exclamó la joven, boquiabierta-. Que alguien como tú le haya ayudado, claro. Bienvenido, entonces, pero con confundas a mis huéspedes más de lo que ya lo están, ¿de acuerdo?

     Sonn se sintió aliviado cuando se apoyó en la desconocida. Tocarla no dolía, y parecía que quería ayudarlo. Miró atrás de soslayo para asegurarse de que Nile los estaba siguiendo. El demonio estaba alerta, como si esperara que algún peligro oculto se manifestase. Entraron en una habitación simple y bien iluminada, el prototipo de recepción de un hostal, con un mostrador de madera, una colección de llaves y una pila de cuadernos y agendas.  

 

-Mandy nos envía –dijo el ángel-. Mi nombre es Sonn. 

-Bien. Yo soy Myria. Pero no te esfuerces en hablar. ¿Puedo ver esa herida?

Sonn asintió mientras ella levantaba la parte trasera de la chaqueta con cuidado. 

-¡Dios mío! –exclamó Myria, tapándose la boca con una mano-. Tenemos que tratar esto enseguida. ¡Alex! ¡Querido, ven aquí! –Llamó con voz sonora.

Antes de que Nile pudiera preguntarse quién era el tal Alex, un hombre alto entró en la habitación. Tenía el pelo plateado, pero no a causa de la edad, porque aparentaba estar en la treintena. Llevaba una bata azul oscuro y parecía haberse levantado de la cama hacía segundos. “Éste sí que no es humano” –pensó Nile, concentrando sus poderes en volverse etéreo de nuevo para identificar la naturaleza del extraño.  

-No lo hagas –dijo el hombre mirándolo-. Es mejor que permanezcas así. 

“No pienso seguir órdenes” –pensó el demonio, sonriendo para sí mientras se transformaba y se sentaba en un chaise lounge rojo junto a la pared. Alex no era un ni demonio ni un ángel, aunque podría pasar por cualquiera. Su aura era vagamente humana, confusa. “Ya lo descubriré” –se dijo. Concentró toda su atención en Sonn, que se había sentado en un taburete. Myria y Alex estaban examinando la herida.

 

-¿Te duele mucho? –preguntó Myria; ni siquiera se atrevía a tocar. Sus enormes ojos castaños estaban llenos de preocupación.

-No puedo compararlo con ningún otro dolor, así que… -Sonn se encogió de hombros, e hizo un gesto de dolor. 

-Podría intentar cortar la hemorragia –Alex sugirió con voz tranquila. Sus rasgos simétricos y agradables hicieron que Nile pensara en una estatua de mármol-. Mis poderes curativos no son grandes, pero podrían bastar. 

-Te dolerá un poco –añadió Myria, mordiéndose el labio inferior. 

-Parece el corte de un Luchador muy habilidoso, que además usó una daga asombrosa –dijo Alex como si pensara en voz alta. Miró a Nile con sospecha.

-Él no lo hizo –dijo Myria, poniendo una mano en el hombro de su compañero. 

-¿Tiene que quedarse? –preguntó Alex, en absoluto convencido. 

-Hablaremos de eso más tarde- respondió ella en voz baja, sonriendo a Nile como si dijera “no le hagas caso”. 

     Alex quitó los jirones en que había quedado convertida la camisa del ángel con cuidado, y colocó ambas manos sobre la herida. Su expresión neutra se convirtió en una de profunda concentración. Desde su rincón, Nile vio cómo las manos del hombre resplandecían mientras la energía curativa fluía a través de sus brazos hasta llegar a las yemas de sus dedos.  

     Sonn cerró los ojos e intentó no pensar en nada. Las manos de Alex quemaban como carbones ardientes contra su piel. Normalmente la energía curativa producía una sensación refrescante y agradable, pero algo iba mal. Ni siquiera tenía fuerzas para preguntar. Myria le había advertido así que no sería un efecto extraordinario. Poco después, Alex exhaló un suspiro y apartó las manos. 

-Creo que ha dejado de sangrar, pero me temo que esto es todo lo que puedo hacer. No puedo hacer que la herida cicatrice, pero quizás con el tiempo… Eres fuerte para ser un ángel tan joven. Una herida así habría matado a cualquiera de tus mayores.  

-Gracias –dijo Sonn, volviéndose para mirarlo. Se preguntó quién sería aquél hombre que parecía saber tanto. 

-Estando en forma corpórea puedes dormir. Inténtalo- añadió Alex, y Sonn vio un destello de amabilidad en sus ojos azul hielo.  

-Espera un momento –dijo Myria, y salió de la habitación. Un minuto más tarde regresó con una toalla húmeda y una camisa gris que parecía demasiado grande para el ángel-. Deja que te limpie un poco.

Se puso a frotar con cuidado las manchas de sangre; parecía aliviada. “Es tan buena que me van a dar arcadas” –pensó Nile, meneando la cabeza.

-Hay una habitación lista arriba, ¿no? –Myria preguntó a Alex. 

-Una doble. Pero yo no lo dejaría sólo con el demonio.

-El demonio podría haberlo matado cien veces a estas alturas –dijo Nile, irritado, mientras caminaba hacia ellos con cara de pocos amigos. Uno de sus amantes le dijo una vez que era muy mono cuando intentaba dar miedo; en ese momento esperó que no fuera verdad.

-Es verdad –murmuró Myria, pensativa-. Pero las circunstancias son extrañas. Nunca hemos tenido un ángel y un demonio aquí al mismo tiempo. Podrías empezar por decirnos tu nombre.

-Nile.

-¿Cómo el río en inglés?

-Sí.

-Puedes quedarte, Nile, pero compartirás habitación con mi novio esta noche. Y puedes estar tranquilo porque nadie te encontrará en este lugar. 

Nile percibió que a Alex no le hacía gracia la idea. Sonn los estaba mirando atentamente.  

-¿Qué es este sitio? ¿Por qué puedes verme, y curiosear en mi mente cuando estoy en forma corpórea? –las preguntas salieron de la boca de Nile antes de que pudiera contenerse. 

-Es tarde. Hablaremos mañana. Sonn, ven conmigo, podemos compartir mi habitación. Por la mañana os prepararé habitaciones mejores- dijo Myria con un bostezo, y Nile miró al reloj que colgaba de una pared. Eran casi las tres de la madrugada. 

     Nile no necesitaba dormir pero quería tiempo para pensar. Esperaba que el hombre llamado Alex se durmiera enseguida. Lo siguió escaleras arriba y a través de un pasillo con puertas a ambos lados. Alex se detuvo frente a una de ellas, justo al final. 

-Buenas noches, Nile –susurró Sonn detrás suyo. Él asintió con la cabeza y observó cómo el ángel seguía a Myria en dirección a la tercera planta. 

Alex abrió la puerta y señaló una de las dos camas. Sin mirar al demonio de nuevo, se dejó caer sobre la otra y se tapó con la colcha.

-Echo de menos no tener que dormir –murmuró Alex para sí mismo, antes de cerrar los ojos.  

 

 

 

 

 

 


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