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Obsesión. por Pepper

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O B S E S I Ó N

 

 

            Los siete días de libertad que los adultos nos habían concedido prometían ser los peores de mi existencia. Nunca me imaginé que llegaría a echar de menos a mi madrastra. Mi problema era, como tantas otras veces, Nicholas. Cuando descubrí su ‘secreto’ de la peor forma posible, pensé que desde ese momento lo tendría todo ganado, que era el arma de chantaje perfecta y que mi insoportable hermanastro me dejaría en paz.

            Me equivocaba.

            Ahora que yo lo sabía, Nicholas no parecía tener reparo alguno en traer a casa a su rollo de verano, como tampoco en demostrar lo apasionado que podía ser en cualquier parte de la casa. Habría bastado con que yo me encerrara en mi habitación — de hecho es lo que hice— pero las paredes de aquella casa infernal eran de papel. Tuve que tomar medidas extremas, entre otras la de llegar a casa a las tantas, tan tarde que algunas veces incluso estaba amaneciendo.  

            Fue en una de esas ocasiones cuando conocí formalmente a la pareja de mi hermano. Nada más verlo, apoyado perezosamente en la encimera, dando cuenta de lo último que quedaba en el frigorífico y con esa cara de estar muerto de sueño, supe que en otras circunstancias nos habríamos llevado bien.

            No era para nada el tipo que yo habría emparejado con Nicholas, más bien parecía uno de ‘esos gatos callejeros y zarrapastrosos’ con los que yo me juntaba. Iba vestido únicamente con unos pantalones vaqueros que le quedaban grandes y que ni se había molestado en abrochar, y por la extraña forma en la que el cabello rojo caoba se disparaba en todas direcciones, habría jurado que antes llevaba una cresta de lo más imponente.

            Pero toda mi atención recayó sobre la enorme marca amoratada que se adivinaba en el cuello del joven, justo debajo de la barbilla. Aún me costaba hacerme a la idea de lo mucho que había cambiado mi hermanastro mientras yo estaba fuera.

            — Eh, ¿tienes una birra?

            La voz del punk me sacó de mis pensamientos, y solo entonces me di cuenta de que me había quedado mirándolo fijamente.

            — No, os las habéis acabado todas.

            — ¿Fuego?

            — ¿Perdona?

            — Que si tienes fuego.

            Por un momento el espíritu de mi padre ausente me poseyó y a punto estuve de soltarle un ‘No se puede fumar aquí’, pero en el último momento logré contenerme; yo era el primero que fumaba ahí. Saqué un mechero del bolsillo y se lo lancé sin demasiada fuerza, pero él simplemente dejó que le golpeara en el hombro y cayera al suelo. Con una parsimonia que habría desesperado al más paciente de los hombres se agachó para recuperarlo, tendiéndomelo inmediatamente después de haberse encendido un cigarro.

            — Aah… esto sí que es vida.

            — ¿No pierdes el tiempo, eh? Follar, beber, fumar…

            El punky sonrió.

            — Se me ha acabado el chollo. Al menos en lo de follar.

            — ¿Y eso?

            — Nicko y yo lo hemos dejado— dio una larga, larga calada— Lo de ayer fue un polvo de despedida.

            No supe cómo tomarme esa revelación. ¿Significaba eso que al fin iba a poder conciliar el sueño? De repente, estaba de buen humor.

            — Pareces un buen tío, no sé qué mierda haces con el idiota de mi hermanastro.

            El punk sonrió con pereza, pasándome el cigarro. Lo acepté de buena gana.

            — Lo mismo que tú, ¿no? Ya sabes, en la cama es Dios.

            — No quiero detalles — le aseguré,  dejando salir el humo que acababa de inspirar.

            — Ya, imagino que tú lo sabes mejor que nadie.

            — ¿Qué quieres decir?

            — Joder tronco, ya sé que estuvisteis enrollados, no me des largas.

            Casi muero del ataque de tos que me entró en ese momento. Con esa paciencia que había demostrado desde el primer momento, el chaval me palmeó la espalda, esperando a que se me pasara.

            — ¿Q-qué? ¿Nicholas y yo…? — y después de la estupefacción, le llegó el turno al ataque de risa— Pero que dices tío, a mí me gustan más las tías que a un tonto un lápiz.

            Parecía tan confundido como divertido.

            — ¿De veras? Entonces tienes un gran problema… — sonrió, malévolo — Porque tú eres James, ¿no?

 

            Descubrir que era el protagonista de los sueños húmedos de mi hermanastro no estaba en mis planes. Ahora que lo sabía, me parecía demasiado obvio: Nicholas hacía cualquier cosa para llamar mi atención, siendo su favorita hacerme la vida imposible o pasearse medio-desnudo por la casa. Aunque y para hacerle justicia, desde que lo había dejado con el punky estaba comportándose como una persona normal y no como el capullo egocéntrico e insoportable que solía ser.  Pasamos de pelearnos a todas horas a ignorarnos completamente, llegando a tal extremo que a ratos incluso olvidaba que existía. Casi, solo casi, lo echaba de menos.

            Una noche especialmente aburrida se plantó en mi habitación. Traía dos cervezas, y todo en él gritaba tregua. Bandera blanca. Había algo en su expresión decaída que me impedía echarlo a gritos y, para qué negarlo, sentía cierta curiosidad morbosa por saber qué le ocurría. Siempre me he considerado algo masoquista, y quizá que dejara entrar al diablo en mi cuarto es prueba de ello. Me arrepentí de mi amabilidad en cuanto le vi tumbarse bocaarriba en mi cama, mirando al techo. Yo tuve que conformarme con la incómoda silla de mi escritorio.

            — Espero que estés cómodo — le gruñí.

            Nicholas ni siquiera fingió haberme escuchado. Destapó la botella y, sin incorporarse, le dio un largo trago. Yo hice lo propio, esperando que fuera él quien iniciara la conversación. Pero no lo hizo. Se quedó ahí tirado, con la mirada extraviada, vaciando a tragos cada vez mayores la botella de cerveza.

            Casi parecía un chaval normal. Acababa de salir de la ducha, y el cabello negro le caía desordenado por la frente, sin rastro alguno de la gomina que solía utilizar. Iba vestido únicamente con la parte de abajo del pijama, y su torso desnudo subía y bajaba lentamente, siguiendo el son de una pausada respiración. Era muy blanco. Nunca me había fijado, pero ahora que lo observaba detenidamente, me daba cuenta de lo exagerado de su palidez, solo interrumpida por marcas violáceas de tamaños variables.

—   Joder enano, búscatelos más dóciles que te van a destrozar.

— ¿A qué viene eso?

Nicholas me miraba como si me hubiera crecido un brazo en la frente, desconcertado. Era obvio que no había seguido el hilo de mis pensamientos. Tuve que reconocer interiormente que, de haberme parado a meditar, nunca habría dicho eso. Nunca lo habría llamado enano. Eso sonaba hasta cariñoso.

— Estás lleno de marcas — me encogí de hombros fingiendo naturalidad — Solo me… preocupo.

— Ya, claro. Te preocupas — había burla en su voz — ¿Qué pasa? ¿Te incomodan los silencios prolongados?

— No capullo, me incomodas tú. ¿Qué demonios quieres?

            Sigue asombrándome la capacidad que tenía para sacarme de mis casillas con una sola frase.

            — Hablar.

            — ¿Y a qué esperas? Habla.

            — Estaba pensando la mejor forma de iniciar la conversación — confesó, dejando la botella vacía en el suelo — No quiero que… 

            — Si lo que vas a decirme es que te molo, ahórratelo; ya lo sé — le interrumpí, harto de tanto numerito.

            Supe que había acertado cuando vi el horror iluminar los ojos claros de Nicholas. Se había tensado irremediablemente, y por su expresión de disgusto parecía evidente que aquello no entraba en sus planes. Como siempre, me sorprendió.

—   Te lo has tomado muy bien.

—   Estoy acostumbrado a levantar pasiones.

Sonrió, apenas una mueca vacía

— También te tomaste muy bien que fuera gay.

            — Soy defensor del amor libre, que cada uno haga lo que le dé la gana. He besado a colegas jugando a la botella y sigo vivo.

            — Pero no eres gay.

            — No.

            Se incorporó repentinamente, quedando sentado en la cama.

            — Ni bi.

            — No.

            — ¿Estás seguro?

            — Estoy seguro, Nicholas — respondí, blandiendo la más socarrona de mis sonrisas— Y aunque fuera bi, o gay, o lo que sea, nunca me fijaría en ti.

            A Nicholas le hizo muchísima gracia mi último comentario.

            — ¿Bromeas? Si siendo hetero no puedes quitarme el ojo de encima, no quiero imaginarme si fueras de la otra acera.

            — ¿De qué coño vas, cabrón? No te estoy mirando.

            — Vamos James, si no te interesara me habrías mandado a paseo desde el primer momento.

            — Existe una cosa que se llama educación.

            — ¿Educación? Que te jodan, James.

            — Eso quisieras tú.

            — En realidad preferiría que fuera al revés.

            Mi cara debió de ser un poema, porque Nicholas estuvo riéndose de mí casi cinco minutos. Creo que me puse pálido. Una cosa era bromear con él, otra dejar que creara esas escenas en mi mente. Porque yo, adolescente en plena efervescencia hormonal, fui incapaz de reprimir la imagen mental que Nicholas me sugería. Y no me resultaba precisamente desagradable.

            — Hagamos una cosa, James. Un morreo, solo uno.

            — Ni de coña.  

            — Déjame acabar — frunció el ceño — A cambio, yo te dejaré en paz. ¿Te han gustado estos días de tranquilidad? Si haces tu parte, el resto de tu vida será así. Hola y adiós, no tendré nada más que decirte. Incluso le diré a mi madre que te deje en paz.

            La oferta era, cuanto menos, tentadora.

            — ¿Todo eso por un beso de mierda? Sí que estás desesperado.

            — Solo una condición: durará lo que yo imponga.

            Verlo tan serio me hizo gracia. De repente, la situación me parecía de lo más surrealista. Nicholas — ¡Nicholas! — mendigándome un beso a cambio de dejarme vivir la vida. Me dieron ganas de reírme en su cara. Hundí las manos en los bolsillos, decidido a darle el capricho al crío. Porque, en el fondo, Nicholas no era más que un crío.

            — Muy bien. Adelante — sonreí, incapaz de disimular lo absurda que veía la situación — Haz lo que tengas que hacer.

            Creo que acepté porque no lo consideraba capaz de hacerlo. Y como tantas otras veces, me equivoqué. No lo vi llegar.

            Nicholas era diferente a todo lo que había probado hasta el momento. No era suave ni delicado, sino todo lo contrario. Al principio no participé en el húmedo contacto — mi hermanastro no había especificado nada acerca de eso— pero al sentir un brusco tirón de pelo seguido de una intensa profundización del beso me vi obligado a cumplir mi parte. Nicholas me engullía, literalmente. Su lengua buscaba la mía para abrazarla, sus dientes mordían mi boca y sus labios acariciaban los míos. En algún momento el sabor de la sangre se confundió con el de nuestra saliva. Pronto me vi completamente embebido, respondiendo a cada estímulo con otro de mayor intensidad, y creo que en algún momento llegué a atraer el cuerpo de Nicholas hacia el mío.

            El beso se prolongó mucho más de lo que me gusta reconocer.  Cuando finalmente Nicholas se apartó jadeaba con esfuerzo, y había un brillo de mal contenida excitación en su mirada. Parecía frustrado.

            — Se acabó — murmuré cuando fui capaz de hablar — Ahora es tu turno.

            Sin decirme nada, salió de la habitación dando un portazo.

 

            Cumplió su palabra. Nicholas no volvió a darme el coñazo. A los tres días de nuestra última conversación, llegó con un nuevo ligue a casa. Esta vez el elegido era un roquerillo rubiales con un extraño sentido del humor. Se pasaban el día follando y toqueteándose por los rincones, y yo volvía a tener problemas de insomnio.

            Pero eso no era lo peor.

            Los ruidos en la habitación de al lado no era lo único que me impedía dormir. Y es que, desde que el muy cabrón me había obligado a besarle, yo solo podía pensar en cómo sería tener sexo con él. ‘En la cama es Dios’ había dicho el punk. Llegó un momento en el que dejó de importarme que fuera un tío. ¡Joder, me estaba perdiendo unas sesiones de sexo brutales! En mi defensa diré que llevaba mucho tiempo a pan y agua, y que la carne es débil.

            Me di cuenta de que el asunto se me estaba yendo de las manos cuando empecé a masturbarme al escucharlos follar, pero no le di verdadera importancia hasta que, una tarde, me empalmé al verlo salir de la ducha.

            Por suerte mi hermanastro no lo notó. O eso creía porque, oportuno como solo él podía serlo, entró en el baño cuando yo estaba en plena faena. Me quedé tan bloqueado de ver al objeto de mis deseos mirándome de aquella forma tan lasciva que fui incapaz de pronunciar palabra. Nicholas estaba incluso peor que yo.

            Nunca lo había visto así. Sofocado, ansioso. Parecía incapaz de apartar la mirada.

            — Lárgate. ¡Fuera!

            Mi grito pareció devolverlo a la realidad. Me miró fijamente, primero sin comprender, luego con cierto brillo maléfico en sus ojos grises. Esbozó una sonrisa que parecía sacada de una novela de terror y salió del servicio.

            No me sorprendió encontrarlo en mi habitación diez minutos después. Nicholas era agotador, siempre tan incomprensible, siempre extravagante. Para no variar se había recostado en mi cama, aunque esta vez había necesitado de mi vieja consola para entretenerse. La apartó a un lado, encendida, en cuanto me vio entrar.

            — ¿Qué cojones haces aquí? Prometiste que me dejarías en paz.

            — Venía a avisarte de algo.

            — No me interesa. Vete de mi cuarto y no vuelvas a entrar. Estoy hasta los cojones de ti.

 

            Lo cierto es que empezaba a mirar al idiota de mi hermanastro con otros ojos. No podía entender por qué mi cuerpo me jugaba semejantes pasadas. Me ponía nervioso, a cien por hora, con solo verlo vagabundear por la casa. Ni qué decir cuando lo sorprendía en alguna escena comprometida con su nuevo ligue. ¡Joder!

            Sin duda alguna lo peor es que él ya no intentaba provocarme. Había dejado de pasearse desnudo por la casa, y se comportaba con una naturalidad pasmosa. Como si yo no estuviera ahí. Me gustaba el nuevo Nicholas. Me gustaba ese chaval que pasaba de la gomina y de los trajes de corbata, ese que se sentaba a ver la tele poniendo los pies en la mesa, recostado contra el sofá. No quedaba nada del antiguo Nicholas en él. A excepción, claro, de esa mirada de diablo que de vez en cuando me dedicaba.

            Pensé que estaría deprimido. En mi arrogancia, creí que no había superado que yo lo rechazara. Qué iluso e idiota era yo en aquellos tiempos.

            La noche antes de la fecha prevista para que regresaran mi padre y Galatea Nicholas montó una fiesta en el piso. No era una reunión de amigos, ni nada que se le pareciera. Era un fiestón de los gordos, con música, drogas, alcohol y comida suficiente para alimentar a un regimiento. Cuando entré en casa, me recibió un ambiente cargado en el que se respiraba vicio y diversión.

            Nicholas me la había jugado bien por varias razones. La primera y más importante: me culparía a mí ante mis padres, que lo creerían a él sin lugar a dudas. Lo que nos lleva irremediablemente al segundo punto: yo era incapaz de decirle que no a una fiesta, especialmente si tenía tan buena pinta como aquella.

            Para cuando quise darme cuenta tenía un porro en cada mano y a dos preciosidades que se disputaban mi atención.  Creo que me lié con alguna de ellas. Quizá con los dos. Gran parte de lo sucedido aquella noche fue borrado por los litros de alcohol que ingerí. Sin embargo, sí recuerdo haber visto y saludado al punky, y también lo que sucedió con Nicholas a continuaciónn. O, al menos, la mayor parte.

            El muy cabrón esperó a que yo estuviera completamente bajo los influjos de la droga y el alcohol para abordarme.  Sus finos dedos de pianista sostenían un cubata de color radioactivo, y sus ojos estaban ligeramente enrojecidos, quizá por el tabaco, pero parecía tan sereno como el mar en calma.  Me invitó a ir a su habitación.

            Y yo acepté. Joder, ¡acepté!

            Una vez dentro, pensé que Nicholas se me lanzaría encima. Lo que no entraba en mis planes era lanzarme yo. No sé en qué momento perdí el control. Me  vi a mí mismo desnudando a Nicholas a velocidad de infarto, besándolo como si no hubiera mañana. Mi hermanastro tampoco se quedaba atrás. Sentía sus manos recorrer ansiosas mi cuerpo. Me pareció que estaba nervioso, que era incapaz de decidir a que parte de mi anatomía dedicarle atención.

            Nos interrumpieron cuando yo me disponía a quitarle los pantalones. Entraron varias parejas en el dormitorio, así como una belleza pelirroja con la que había estado charlando al principio de la fiesta. Sin dar explicación alguna se interpuso entre nosotros. Primero besó a Nicholas. Luego me besó a mí. Sé que pasé  un buen rato con ella, porque cuando me abandonó para interponerse entre otra pareja, Nicholas no estaba.

            Salí de la habitación para buscarlo, cachondo y con la vaga sensación de que tenía algo que decirle.

            Mientras yo estaba en la habitación la fiesta había alcanzado su clímax. La música era atronadora, la juerga máxima. Yo tenía la cabeza tan embotada que acabé por dejarme caer en un sofá, un nuevo porro en la mano. La realidad era difusa, una mezcla de colores desenfocados que dibujaban mil figuras imposibles. Alguien se me sentó encima, y una lengua experta comenzó a recorrer las figuras de mi torso en una húmeda caricia.

            Distinguí una cabellera negra en las brumas de mi mente. Enterré las manos en ella para guiarla más abajo, y cuando los labios de aquel chaval rozaron mi miembro, perdí definitivamente todo instinto racional. Las oleadas de placer me desbordaban, me volvían loco. Mi cuerpo actuaba solo, dejándose llevar por los instintos más primarios.

            La música había sido sustituida por gemidos animales y jadeos desesperados. Mis gemidos y jadeos. Mi respiración agitada, la de Nicholas. No sé cómo lo hizo, pero entre las grandes lagunas de mi memoria, una imagen se distingue con total nitidez:

            La de él, Nicholas, mirándome con esos ojos grises cargados de ansia a través del cabello negro húmedo de sudor. La de él, mi hermanastro, regalándome placer con la boca mientras yo repetía su nombre y lo obligaba a ir más y más rápido.

 

 

            Desperté pasado el medio día. Me recibieron un pulsátil dolor de cabeza y unas nauseas incontenibles. Todavía hoy me sigo preguntando cómo diablos conseguí llegar al baño. Me pasé allí casi media hora, vomitando toda la mierda que había tragado la noche anterior.

            Cuando salí del servicio, sintiéndome tan mal que creía volver a estar borracho, Nicholas me estaba esperando. Me bastó con un rápido vistazo a su cara triunfal para saber que había hecho algo de lo que me iba a arrepentir. Bloqueé los recuerdos relacionados con él que comenzaron a asaltarme, y eché a andar nuevamente hacia el salón  sin dirigirle palabra alguna. Él me siguió.

            — Hablamos luego — fue lo único que dije, antes de caer en un profundo sopor del que no despertaría hasta horas más tarde.

 

            Cuando abrí los ojos me encontraba mucho mejor. Por la falta de luz, habría jurado que era aproximadamente la hora de cenar, pero fue mi estómago el que me confirmó que, en efecto, iba siendo hora de alimentarlo.

            — ¿Ya estás despierto? Empezaba a pensar que no sobrevivirías.

            Aunque quizá la comida tendría que esperar. Esbocé una sonrisa cansada al ver a Nicholas.

            — Ya claro, eso quisieras tú.

            — Te tenía por un dios del sexo, pero no sabía que después necesitarías una semana para recuperarte.

            Así que, después de todo, había acabado acostándome con Nicholas. Solté un bufido, frustrado. ¿Cómo se podía ser tan jodidamente idiota?

            — La fiesta fue una trampa — lo acusé — Querías emborracharme para follarme después.

            Nicholas se encogió de hombros. Capullo.

            — Intenté avisarte. Además, anoche no te quejabas nada. ‘Oh, sí Nicholas’ ‘Joder me encanta esto’ — me parodió, poniendo una voz lo suficientemente ronca y lasciva como para poner a todas mis hormonas a bailar claqué.

            ¿Qué cojones me pasaba?

            — Puedes decir misa, Nicholas. No me acuerdo de nada.

            En parte era cierto; no recordaba haber tenido sexo con mi hermanastro. Y, si el muy cabrón era tan bueno como decían sus ligues, sin duda no lo habría olvidado.

            — Vete a la mierda, James. Joder, no follamos. Pero fue porque yo no quise.

            — ¿De verdad? ¿Y por qué no ibas a querer follar tú?

            — ¡Porque ibas borracho, jodido idiota! ¡No sabías ni dónde tenías la mano derecha!

            — ¿Y eso qué importa? ¿No era lo que querías?

            — ¡No! ¡No, maldita sea! — le dio una patada a la silla, rabioso — ¡Quiero que quieras acostarte conmigo!

            Nunca había visto a Nicholas perder el control de aquella manera y, durante unos segundos, el espectáculo de gritos y golpes no me permitió comprender las implicaciones de las palabras de mi hermanastro.

            Cuando finalmente lo hice, quise morirme.  Nicholas estaba colado por mí. No era solo físico, no era el deseo de conseguir lo imposible, como yo había pensado. Realmente estaba pillado. Sentí ganas de vomitar, y poco faltó para que me cayera al suelo. Nicholas no estaba mucho mejor que yo. Estaba mucho más pálido de lo normal, y una expresión de horror contraía sus finas facciones. Parecía no dar crédito a lo que había dicho. Me quedé mirándolo fijamente, sin saber qué decir o hacer.

            — Olvídalo — dijo, pasados unos segundos — He sido un imbécil.

 

            No volví a hablar con Nicholas. Nos pasamos casi toda la noche limpiando la casa, sin mirarnos, sin hacer ningún comentario. Cuando nuestros padres volvieron mi hermanastro volvía a ser el chico perfecto que tanto asco me daba, y yo intenté utilizar eso para olvidarme de él.

            Me pasé las tardes que quedaban hasta empezar el nuevo curso tirado en mi cama, pensando.

            Descubrí que la ‘malsana obsesión que tienes con tu hermano’ de la que me acusaban mis colegas desde que conocí a Nicholas era algo más que eso, era una especie de amor-odio del que no había sido del todo consciente hasta ese verano.  Con sus continuas provocaciones, mi hermanastro había acabado por encender la llama de mi curiosidad, una llama que había ardido hasta hacerme cuestionar cuál era mi verdadera sexualidad.

Sin embargo, de lo que sí estaba convencido es de que no quería a Nicholas. Al menos, no de la misma forma que él me quería a mí.

            Yo quería su cuerpo. Era un adolescente en plena efervescencia hormonal, siempre dispuesto a probar cosas nuevas, y lo que mi hermanastro me ofrecía me tentaba como el dinero tienta al ladrón. Cada vez iba a peor. Soñaba con él, y en mi mente se mezclaban las escenas de la fiesta con las ficticias. Me levantaba entre sudores, con un calentón de los que hacen historia y la convicción de que, o salía pronto de aquella casa, o acabaría volviéndome loco.

            Lo que más me frustraba era saber que tenía al objeto de mis deseos ahí, al alcance de mi mano. Bastaría con tres palabras bien escogidas y Nicholas sería todo mío. Pero nunca se las dije. Me gusta pensar que me contuve para no hacerlo sentir un mero objeto, pero sé que si me callé, si no intenté tener nada con él, fue por mi estúpido y gigantesco orgullo. Era así de idiota.

 

            El día que acabaron las vacaciones Nicholas fue a despedirme a la estación. Su mirada era dura, su rostro de piedra. Nos estrechamos la mano en un gesto tan frío y formal que hasta mi padre se sorprendió. Si hubiera sabido lo sucedido en su ausencia, probablemente le habría dado un ataque al corazón. O algo peor.

            — Que pases un buen año, James — me deseó mi padre.

            — Igualmente.

            Miré una vez más a Nicholas, pero él ya no me prestaba atención. Incómodo, les hice un último gesto de despedida y, finalmente, subí al tren. Me sentía vacío, triste. Normalmente me marchaba cargado de rabia, dispuesto a ingeniar una venganza para la cruel treta con la que mi hermanastro me decía adiós a finales de verano. Aquella vez fue diferente. Parecía yo el malo de la película. Sentí que lo iba a echar de menos, habría preferido acabar a golpes.

            Ya acomodado en mi asiento, hundí las manos en los bolsillos en busca de algo que llevarme a la boca. Fue entonces cuando mis dedos toparon con un sobre blanco perfectamente doblado. En él, escrito con cuidada y pulcra caligrafía, se podía leer ‘James’. Lo abrí rápidamente, y me bastó apenas un vistazo para saber quién era el autor de aquella escueta nota.

 

            No te relajes demasiado, Jimmy, esto aún no ha acabado. Prepárate, nos vemos en diciembre.

           

            A mi pesar, sonreí.

 

Notas finales:

Sé que es un tanto... extraño. Pero me ha gustado escribirlo. Si habéis llegado hasta aquí, dejad review :3


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