La nieve estaba cayendo aquel día sobre mi ventana. El frio calaba más que aquella noche… aquella noche en la que te vi entrar a mi habitación. Aquella habitación que usabas como mi cárcel, para que no escapara de ti(?).
Entraste con una cara seria dejando de lado aquella sonrisa de idiota que por lo general siempre llevas. Te acercaste a mí y sonreíste con una malicia que solo se puede llamar lujuria.
Tu enorme saco crema empezó a caer de tus hombros mientras yo miraba con expectativa sorpresa. Mi boca se empezaba a secar y mi cuerpo temblaba… ¿de frio?
Me intente levantar de aquella cama pero el peso de tu cuerpo y de las heridas quemando por el frio fueron suficiente para regresarme dolorosamente contra la cama.
Tu cara aun tenía esa curvada sonrisa, no la habitual, no la que tenías cada vez que te rehusabas a ver a tu prisionero, a mí.
La puerta abierta de mi celda dejaba entrar la luz del corredor y entre las sombras bailaba la silueta de uno de tus pequeños temblorosos que veía con miedo lo que el gran señor Braginski hacía. Recuerdo tu expresión cuando te giraste regalándole solo una sonrisa infantil y el salió corriendo soltando la bandeja que traía en las manos, sabía que después de terminar con migo te harías cargo de él.
Tu cuerpo aplastaba el mío, las heridas de mi cuerpo quemaban igual que el maldito frio con el toque de tus manos en mi piel. Susurraste algunas estupideces en mi oído que no logro [no quiero] recordar. Mi cuerpo se adelantó a querer propiciarte un buen golpe en el rostro por tus estupideces, pero fue detenido por tu helado agarre, un agarre sin sentimientos… no sentía más que el frio de tus manos en mi brazo.
Me empujaste contra la cama y mi cabeza golpeo duramente contra la cabecera. El dolor era horrible. Tus heladas manos empezaron a recorrer mi desnudo pecho cubierto solo por vendas que ahora se teñían del rojo de mi sangre al abrirse las heridas. Tus manos bajando hasta mi entre pierna, un respingo de mi parte, ¡no sabes como quería tirarte un buen golpe dumm!
Mis manos lucharon en tu contra, las aprisionaste con tu frio agarre, no pude ocultar el dolor en mi rostro. Tu sonrisa victoriosa salió a la luz ante las reacciones de mi cuerpo por tus toques. Pensabas que me tenías a tu disposición, ¡sigue soñando maldito comunista! No puedes tener como a tu linda mascota a alguien tan genial como yo.
Tu mano libre empezó con su trabajo en mi entre pierna, mi espalda se curvo levemente, ¡verdammte Bastard!
Aún recuerdo la brutalidad con la que me tomaste, tus duras envestidas sin anticipación de algún tipo. Tú frías manos recorriendo mi piel desnuda, mi cuello, las heridas abiertas, esparciendo la sangre de estas, dibujando en mi piel como si fuera tu lienzo.
Aun no quiero admitir que en ese momento el frio se fue.