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Café con chocolate por Candy002

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Notas del fanfic:

Pues bien, después de haber visto tantos fans de esta pareja en el fandom inglés, me gustó también. Juadissimo no me resultó ni la mitad de interesante hasta entonces. Ahora lo veo algo como a Foop: algo divertido sobre lo que escribir y para inspirarse.

 

Las invitaciones habían sido enviadas hacía tres días y hoy, por fin, se daría la fiesta prometida de aniversario de bodas entre Cosmo y Wanda. Juandissimo estaba a punto de preparar su tratamiento de belleza de 49 horas para asistir. No era que él lo necesitara, por supuesto. Lo más sensual siempre debe ser natural. Lo artificioso y forzado era una abierta declaración de que no se era lo suficientemente apuesto por sí mismo, y eso no era hermoso de ninguna forma. Sin embargo, admitía la importancia de cuidar de uno mismo. Y de consentirse empleando la primera excusa que se presentara.

Las manos de manicuristas, tan suaves y cuidadosas, eran preciosas en tanto lo ayudaran a él a sacar su belleza interior. Y las pedicuristas, seguras y confiadas mientras masajeaban su piel perfecta, eran también dignas e importantes puesto que era sumamente agradable saber que si surgiera la necesidad de desprenderse de su calzado importado, incluso sus pies se verían sensuales, y lo que era agradable también era hermoso. ¡Y qué decir de las encantadoras señoritas que se dedicaban a lavar sus sedosos cabellos, sacándole brillo a sus mechas moradas!

Juandissimo les soltaba este discurso a las hadas hembras que lo atendían de tal manera y sonreía encantado cuando las veía embeberse con sus halagos, el encanto de sus miradas que sin embargo no iba en detrimento de su trabajo. Aunque todo no fuera más que otro medio de hacer resaltar su propio esplendor, no podía evitar admirarlas a ellas también a su modo.

Sin duda, ser el masajeador del spa más exclusivo del Mundo Mágico tenía sus intrínsecas ventajas. Podía disponer de los servicios de sus compañeras siempre que quisiera, en tanto el administrador (un sujeto desagradable que parecía incapaz de apreciar la importancia de la belleza) no se enterara. Ellas a su vez intentaban encantarlo, mostrando todos los dientes blancos en amplias sonrisas de simpatía o exhibiendo el labial que consiguieron especialmente para la ocasión.

Juandissimo daba cuenta de cada detalle, las hacía derretirse o ruborizarse según el caso, pero manteniéndose a una prudente distancia cuando detectaba sus proposiciones de ir más allá. Esto por lo general no tenía hacerlo más que en frente de las nuevas, las dulces inocentes que todavía creían que podían conquistarlo. Las que ya sabían todo lo que había que saber de él se daban por satisfechas sólo con recibir sus alabanzas, continuando el inofensivo juego del coqueteo que a nadie hace mal y a todos alegra un poco. De todos modos no le importaba ponerlas al tanto a las nuevas. Romper otro montón de camisetas blancas cuando estiraba los músculos de su pecho al hablar, con el debido drama y la fina lágrima de fiel enamorado, acerca del único gran amor de su vida.

Ellas se quedaban decepcionadas pero fascinadas por el espectáculo. Se convencían en poco tiempo de que no tenían posibilidades y la imagen de su escultural figura era guardada en sus mentes como cualquier fotografía que hubieran visto en una revista de bellezas masculinas, sacada de ahí sólo cuando deseaban perderse en la fantasía durante la rutina diaria. Juandissimo no las culpaba, las entendía perfectamente. Si él no fuera él también se enamoraría de él. Todo en un plano platónico, claro, porque en lo que respectaba al Juadissimo único sólo una importaba.

Y por esa una tenía un anillo de diamantes esperándole en casa.

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Cupido adoraba una buena fiesta. No sólo era el poder relajarse y disfrutar de la música. Era también ver al amor en acción algo muy satisfactorio para él. Las parejas que iban y venían, breves o largas, profundas o sólo producto de una copa de más, los sentimientos de amor estaban ahí y resplandecían todos a su modo. ¿Cómo no iba a sentirse orgulloso el dios del amor al ver flotar muy cerca uno de otro a seres tan opuestos como Foop y Poof?

Hasta era divertido sólo verlos. El anti-hada, huraño y despectivo, tan claramente fuera de lugar que no se separaba de su contraparte y a veces le susurraba comentarios que le hacían reír hasta casi derramar la bebida. No dudaba que fueran críticas hacia los invitados y Poof se sentía un poco culpable mientras reía sin poder evitarlo. Incluso el pequeño nuevo ahijado de la pareja celebrada estaba brillando al ver a Rizos Dorados conversar con sus compañeros de la Academia. ¡El sonrojo inocente del pequeño cuando la chica lo pillaba y le sonreía, enternecida! Nada más poderoso que el primer enamoramiento. El dios se sentía tan benevolente por su buen humor que palmeó la cabeza del pequeño.

Los enamoramientos nunca duraban mucho y muchas veces terminaban mal. Tanto que podían llegar a empañar amores futuros, generando dudas e insatisfacciones. Pero mientras estaban en esa primera etapa de ilusiones y expectativa, el enorme poder que generaban sustentaba en gran parte toda su energía.

El castillo había sido decorado con notable gracia femenina, empapándose en colores rosados de diferentes tonos. Quien sea que hubiera sido el responsable, obviamente había puesto mucho trabajo en cada detalle. La música sonaba por los altavoces rosa de los techos, simulados tras suaves cortinajes. Estatuas de hielo, entremeses étnicos listos para cumplir todos los gustos. Una bola de cristal en perpetuo giro, pintada de rosa también. Todo hacía una perfecta combinación con su traje informal de dos piezas.

La fiesta se desarrollaba amenamente. Hasta Mama Cosma estaba satisfecha con conversar con Papi Mafia cerca de los bocadillos. Los grupos se hacían, deshacían, mezclaban, llevaban las copas de un lado a otro. A muchos él los conocía y se ponía al tanto. Reían e intercambiaban palabras animadamente.

Por todo esto fue tan sorpresivo el grito de la anfitriona.

—¡POR ÚLTIMA VEZ, NO!

Inmediatamente los seres se alejaron y en el medio de la pista, Cupido vio encima de las cabezas la escena espectacular. Juandissimo de rodillas con una caja que contenía un anillo de diamantes que debió costarle muchos meses de sueldo, tan estupefacto como el resto ante la rabia que manaba del hada de pelo rosa. La cara de Wanda estaba roja y de sus orejas salía vapor caliente. Estaba hermosa con su vestido de gala amarillo. La mirada que le dirigía a su pretendiente podría haber hecho echarse atrás a la lava.

Cupido buscó al esposo y lo encontró en una de las primeras filas, comiendo de un tazón de papas fritas. Parecía fascinado de que el enojo no fuera con él.

—¿¡Cuántas veces más tengo que decírtelo!? —siguió gritando Wanda, ignorando que todas las conversaciones se habían detenido—. ¡Estoy felizmente casada y nunca en la vida me fugaría contigo! ¡Eres el ser más egocéntrico y narcisista que ha existido sobre la faz de la tierra!

"Bueno, es el hijo de Narciso" pensó Cupido. A diferencia de la mayoría, su centro de atención se había movido más hacia Juandissimo que hacia Wanda. Ahora que era obvio que el arrebato era real y no un impulso involuntario del cual el hada no se retractaría pronto, lentamente la expresión de su rostro se borró. En cualquier otro, esa sería la cara de uno que recibe una cachetada sin esperarla. Y no es que Juandissimo fuera demasiado hermoso para no recibir tales muestras de descontento; sólo que nunca se había dejado afectar demasiado por ellos. Su optimismo dramático rompe—camisetas solía salir pronto a la luz.

Por fin, un atisbo, una chispa de esa antigua resolución le hizo dar una última sonrisa tentativa.

—¿Eso es un no?

—¡Es un largo de aquí! ¡No quiero volver a verlos a ti y a tu anillo JAMÁS!

Wanda siempre había negado las proposiciones de Juandissimo, no era nuevo. Solía contentarse con darse la media vuelta o aclarar, una vez más, que no estaba disponible. Defendía a su esposo cuando hacía falta, con seguridad y lealtad, no agresividad. Lo cierto es que para empezar nunca se la había visto gritar a otro que no fuera su esposo.

—¿No me escuchaste, señor cola de cabello? ¡FUERA DE AQUÍ!

—¿Estás segura de que no quieres...?

—¡LARGO!

—De acuerdo, no quieres —aceptó Juandissimo con una sonrisa y miró alrededor.

Sólo entonces pareció darse cuenta de la escena formada. Las miradas de lástima o incomodidad en rostros que ya conocía. Algunas habían sido sus admiradoras. Volvió a Wanda, asintió y se guardó el anillo mientras se erguía.

—Está bien —dijo. Miraba a Wanda pero se dirigía a todos. El dramatismo renacido generó una cara tristona sobre la suya—. Sé muy bien cuando no me aprecian. ¡Disfruten de su fiesta, señores!

No se rompió la camiseta. No se enjugó una lagrimita brillante mientras apretaba el puño y observaba el horizonte, prometiendo que no se rendiría. Hizo una ligera reverencia y desapareció. Wanda lanzó un bufido, dando vuelta a los ojos.

—Debo ver los platos —dijo a nadie en particular y se desvaneció en una nube de polvo mágico.

Nadie se atrevió a hablar.

—Qué perdedor —comentó la voz de Foop.

En medio del silencio las palabras llegaron a todos. Los invitados se echaron a reír. Luego, relajados, continuaron con sus charlas como si nada hubiera pasado. Sólo Cupido no había sentido el impulso de reírse. Por su trabajo (y propios principios), no podía burlarse de una manifestación de amor.

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Lo primero que hizo Juandissimo al llegar a casa fue depositar el anillo en el mismo cajón donde lo tuvo los días anteriores. No sabía bien qué haría ahora con él, pero suponía que siempre podía devolverlo a la joyería para recuperar el dinero. Total, nadie lo había utilizado.

Encendió la luz de un vestuario cerca de su cuarto. Ahí había juntado, por siglos, los objetos que le parecían representaban a su amado. Una silla de metal con respaldo que contenía la imagen de su perfil. Una estatua de porcelana en la que sonreía mientras se peinaba el cabello. Fotografías, tanto de ahora como era en la secundaria.

Lo había empezado cuando todavía era un adolescente, un descuidado y nada sexy estudiante de intercambio que estaba prendado de su mejor amigo, la única chica que le hablaba entonces. Flotó por encima de los adornos y llegó a un cuadro de aquella época. Wanda era preciosa, aun con sus frenillos que le rodeaban la cabeza como un instrumento de tortura medieval. Sonreía todo lo que podía al lado de un Juandissimo fofo, joven, de cabellera desgreñada.

Bastó un semestre para que estuviera seguro de que la deseaba. Por eso se pasó tantas vacaciones haciendo ejercicios, visitando gimnasias y privándose de las cosas más deliciosas con tal de ganarse la figura que haría cambiar a Wanda de opinión acerca de lo de ser "sólo amigos". Pero cuando por fin lo consiguió, ya era demasiado tarde. Wanda ya se había librado de sus frenillos y salía con el tonto menos atractivo de la escuela, Cosmo, dejándolo a él en un segundo plano. Las hadas hembras que revoloteaban a su alrededor impidieron que se deprimiera demasiado por el hecho, pero nunca se olvidó de cuando sólo eran dos. En cómo esos dos inadaptados, destinados a ser hermosos pero no todavía, se juntaron y enfrentaron a los abusadores envidiosos porque su destino no era nada precioso.

¿Cuánto había sido de eso? Si se guiaba por el número del aniversario, debió haber sido hace más de veinte mil años. Y en todo ese tiempo, Wanda siguió al lado de su marido.

Irónicamente, eso hizo que la admirara aun más. Lo hacía verla como una mujer fuerte, honesta, digna de ser la compañera del ser más hermoso del universo. Una joya de valor, inteligencia y sutil sensualidad que con los años sólo se hizo más evidente a sus ojos.

Siempre confió en que se cansaría. En que vería lo soso y ridículo que era Cosmo y buscaría algo mejor. Sólo era cuestión de tiempo para que se diera cuenta de lo inferior de esa hada frente a él. Tuvo sus momentos de duda cuando nació Poof, cierto, pero pronto volvió la idea fija. Nunca contó con que Wanda fuera a quererlo, a pesar de lo imbécil que era.

—Supongo que éste es el adiós, mis queridas —dijo teatralmente al vestuario, a las figurillas y marcos dorados.

Curiosamente no se sentía mal. Ni triste ni penoso ni con ánimos de inventar un discurso típico de héroe que ha sufrido una momentánea derrota. Sólo cansado y confuso entre los pensamientos que giraban por su cabeza, como si estuviera metido en un cuarto en el que una multitud hablara diferentes cosas al mismo tiempo. No quería oírlos de momentos. La concentración para ello podría dejarles arrugas en el rostro.

Mañana pensaría mejor las cosas. Se tomaría un día libre del trabajo. No podían negárselo si era el primero que tomaba en mil años. Cambió su ropa por los pantaloncillos ajustados que usaba para dormir y se echó en la cama. Todavía era temprano. No importaba. Mientras más largo el sueño de belleza, más relajada la tez al levantarse.

Notas finales:

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