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Tras La Máscara por _Islander_

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Un hermoso atardecer primaveral daba ahora paso a una apacible y hermosa noche. Las estrellas, sin ningún tipo de pudor, habían decidido tener una inmensa reunión en el vasto firmamento azul y negro, regalando a la vista un tranquilo espectáculo. Y bajo este celestial manto, el Santuario de Atenea, guardaba un tranquilo silencio, en armonía con el silencioso firmamento que esa noche dibuja muchas de las constelaciones que el lugar representaba.

Desde su parte más alta, allá donde se erigía el imponente Templo del Patriarca, Aioria de Leo descendía la amplia escalinata que discurría cuesta abajo por todos los templos de los Caballeros Dorados, como si de una cascada de blanco y puro mármol se tratase.

El joven santo, descendía aquellos impolutos peldaños con tranquilidad, con su vista perdida en aquella techumbre estrellada, y aspirando el fresco aroma de aquella agradable noche. Tan solo había ido a presencia de Atena para dar un informe oral del último encargo que se le había dado. Un mera visita a una de las aldeas dañadas por el cataclismo provocado por Poseidón, donde la bondadosa diosa había colocado un centro de ayuda, igual que en los demás puntos dañados. Las cosas iban bien. Los equipos contratados por la Corporación Kido y los voluntarios estaban haciendo un espléndido trabajo. Y la gente, poco a poco, iba recuperando la esperanza y el buen humor, tras aquel fatídico y traumático episodio.

Resultaba muy curioso pensar que, con algo tan trivial y sencillo como una pequeña visita a una aldea desolada, uno podía sentirse tan pleno. Y lo cierto era que Aioria se sentía totalmente pleno. Ver a aquellos niños, que habían perdido lo poco que tenían, muchos de ellos hasta a sus familias, jugando entre ellos, riendo a pesar de las circunstancias. Aquellos hombres y mujeres, viudos y viudas, que habían perdido hijos, hermanos, padres... luchaban contra aquel dolor interno para no destruir aquella tan merecida alegría de los más pequeños y para poder mirar hacia delante. Hacía un nuevo comienzo. Esas pequeñas cosas llenaban más que cualquier batalla ganada, y eran esas pequeñas cosas las que ahora ocupaban las, prácticamente vacías, agendas de los Caballeros de Atenea. Libres, al fin, de la oscura amenaza de Hades y en paz con el resto del Olimpo, Atenea había recuperado su labor de custodia de la tierra, y con permiso del mismísimo Zeus había revivido a sus caballeros caídos. Aquello fue un regalo por su inigualable labor en favor de la humanidad, aunque también una petición por parte de su diosa de que continuasen con su labor (si de verdad lo deseaban). Pues si bien era cierto que aún quedaban cosas por hacer -como arreglar los desmanes que provocó Poseidón- también era innegable que el peligro aún no estaba subsanado del todo. Pues Hades era un dios, y de todos era sabido que podría volver, y sin duda alguna lo haría. Pues allá donde había luz debía haber oscuridad.

En cuanto al Santuario, lo cierto era que las cosas habían mejorada increíblemente. Las antiguas disputas y los viejos rencores habían sido enterrados, perdonados, y superados. Las heridas abiertas cerradas y cicatrizadas. Todo volvía a ser como antaño, como cuando se conocieron muchos de ellos. O quizá mejor. Aquellos que por unas circunstancias o por otras habían pecado, ya se habían redimido durante la batalla contra Hades y más adelante frente al Muro de los Lamentos. Y tras revivir, habían compadecido en privado, uno por uno, ante su señora, terminando cada una de aquellas tan personales reuniones de la misma manera: con el más protector, maternal y amoroso abrazo por parte de su diosa, consciente de cuantísimo habían pasado por ella. Ahora en el Santuario gobernaba el buen humor. Y el hecho de tener ahora menos labores importantes les dejaba tiempo para probar, por primera vez en su vida, actividades más lúdicas, como reuniones o cenas entre ellos con el único objetivo de divertirse, de hablar de cosas que no fuesen relacionadas con la lucha o su labor... De conocerse.

 

Con una fuerte inhalación de aquel fresco aire, Aioria se sentía revitalizado y lleno de energías. Se sentía, sencillamente, feliz.

Decidió dar un pequeño paseo por las inmediaciones del Santuario antes de volver a su templo para descansar. Cada vez que atravesaba uno de los templos de sus compañeros, aumentaba ligeramente su cosmos, como aviso. Descendía del Templo de Cáncer cuando vio una figura que emergía del de Géminis, subiendo las escaleras con aparente dificultad. La noche aún no se había cerrado del todo por lo que Aioria no tardó en ver que se trataba de DeahtMask. El Caballero de Cáncer parecía herido. Había indicios de sangre tanto en su boca como en su frente, y cojeaba notablemente. No llevaba puesta su armadura y en más de una ocasión tuvo que apoyarse en una columna para no perder el equilibrio. Aioria no pudo evitar preocuparse. Bien era cierto que aquel hombre no era objeto de su devoción, y si bien toda antigua disputa o desavenencia del pasado había quedado olvidada, lo cierto era que Aioria no terminaba de confiar en aquel sujeto. Demasiado mal injustificado había causado y su actitud, que no había cambiado ni un ápice desde que resucitaran, no invitaba a la proximidad ni a la confianza. Aioria, desde bien joven, siempre había tenido un sentido de la justicia muy pulido y una escala de valores demasiado asimilada, jamás podría ver a DeathMask como a uno más. Al igual que aún mantenía ciertas precauciones con otros, como Shura, Saga y Afrodita. Pero ese pronunciado sentido del deber también lo obligaba a sentir compasión por los débiles o heridos, aunque estos fuesen individuos indeseables, y lo cierto era que en ese momento DeathMask se veía bastante mal. Aioria no podía pasar junto a una persona herida y simplemente ignorarla, y menos aún si se trataba de un compañero.

Ya habían entablado contacto visual entre ellos, pero DeathMask no tardó en cortarlo, dirigiendo su mirada hacia su templo, como si Aioria no estuviese ahí. Aioria se percató de aquel despectivo gesto pero no le importó. Cuando se encontraron él se paró frente a su compañero haciendo que este detuviese su pesado avance.

 

-¿Qué te ha ocurrido, DeathMask? -Preguntó el Caballero de Leo, sin mostrar ningún matiz de preocupación en sus palabras. Como si aquella pregunta fuese meramente protocolaria por el hecho de ser compañeros.

 

El interpelado sonrió de medio lado, con aquella burlona y sádica sonrisa que tanto le caracterizaba.

 

-Un pequeño accidente, Leo. Nada de lo que debas preocuparte -contestó en tono socarrón.

 

-¿Accidente? -Repitió Aioria alzando las cejas-. No creo que un Caballero de Oro termine en ese estado por accidente, y mucho menos pequeño.

 

-Vaya por dios... -bufó DeathMask, en tono cansino-. Si, es cierto, difícil de creer ¿verdad? Pero lo cierto es que fue así. Así que, si me disculpas...

 

Fue a rodear a Aioria para seguir su camino, pero este se movió a un lado, volviendo a bloquearle el paso. DeathMask lanzó otro bufido y volvió a encararle con gesto molesto, esperando a la nueva cuestión que el castaño tuviese que hacerle.

 

-¿Y qué tipo de accidente fue? -Quiso saber el más joven.

 

-Me caí por las escaleras -respondió DeathMask, con una sonrisa de oreja a oreja.

 

Aioria volvió a alzar las cejas, con un gesto entre escéptico y la vez irónico.

 

-Debió de ser una caída impresionante.

 

-Digna de ver, pequeño, desde el Templo del Patriarca hasta el Templo de Mu, me frenó una columna, sino ya me veía en Rodorio... ¿Acaso no me viste cuando pase rodando por tu templo? Si te salude con la mano.

 

Ante aquella sarcástica y descarada respuesta por parte del peliazul, Aioria se vio bloqueado por unos segundos, debido a que aquella incoherente escenificación por parte de DeathMask le estuvo a punto de hacer reír. El Caballero de Cáncer aprovecho esto para iniciar una nueva evasiva de aquel molesto interrogatorio por parte de su compañero. Pero Aioria aún no se había dado por satisfecho. Quería saber más, y esta vez iría al grano. Volvió a cortarle el paso, sin importarle que DeathMask estuviese, claramente, perdiendo la paciencia.

 

-DeathMask -habló ahora con talante más serio-. Esas heridas no son de ninguna caída. Te las ha tenido que infringir alguien.

 

-Bien, como veo que la ironía no es suficiente para que te des por aludido te lo diré claramente -se acercó un poco más a él, como si fuese a contarle algún secreto que nadie más debía oír. Sus palabras sonaron guturales y tajantes cuando salieron de su boca para decir-: Metete en tus asuntos.

 

Y creyendo haber dejado finiquitado el asunto, volvió a rodearlo para seguir su camino. Esta vez Aioria no se movió, se quedó tal cual estaba, pero cuando DeathMask pasaba a su lado lo tomó del brazo, deteniéndole. DeathMask hizo un gesto de dolor ante aquel firme contacto y Aioria supo que le había tocado en otra zona herida, por lo que lo soltó de inmediato.

 

-Lo siento -se disculpó.

 

Pero su compañero se limitó a chistar y seguir su camino, sin tan siquiera mirarlo. Ante aquella grosera actitud Aioria se giró para volver a hablarle.

 

-No creo necesario tener que recordarte que las peleas no están permitidas ¿verdad?

 

DeathMask se detuvo en el sitio y, poco a poco, se fue girando para mirarlo a los ojos. Sonreía igual que antes. Con aquella maniaca sonrisa tan suya.

 

-Oh ¿Acaso vas a acusarme ante Atenea? -Le dijo con fingido temor. Aioria no contestó, pero la mirada que le regalo no fue nada halagüeña. Ante eso la sonrisa de DeathMask se ensanchó aún más. Le dio la espalda y siguió su camino, subiendo pesadamente los peldaños hacia su templo-. A más ver, Leo -se despidió.

 

Aioria lo observaba alejarse. Vio como tuvo que apoyarse de nuevo en una columna para no perder el equilibrio. Si de él dependiera le dejaría desangrarse en su templo hasta que volviese a rendir cuentas ante el mismísimo Hades. Eso era lo que Aioria pensaba, pero su sentido del deber lo empujaba a ser misericorde.

 

-¿Necesitas ayuda?

 

No obtuvo respuesta alguna, DeathMask ni tan siquiera se giró. Solo hizo un ademán con una mano que Aioria interpreto como un "lárgate por dónde has venido". Con un resoplido de impaciencia el Caballero de Leo volvió a intentarlo.

 

-Esas heridas no parecen estar bien ¿Quieres que te ayude?

 

El peliazul detuvo su camino para volverse y mirarlo.

 

-Como tú muy bien dijiste soy un Caballero de Oro, creo que podré ocuparme solo de un par de rasguños -sonrió-. Pero no te preocupes, si muero a causa de una hemorragia nasal o un arañazo infectado te nombraré porteador.

 

Y entre carcajadas DeathMask se perdió en el interior de su templo, sin ser perdido de vista por la escrutadora mirara de Aioria.

 

-Ese inconsciente... -dijo entre dientes, y se marchó de allí.

 

Cuando llegó al Templo de Aries se topó con su guardián, que en ese momento salía de su interior.

 

-Buenas noches, Aioria -le saludó.

 

-Buenas noches -contestó este, más no con precisamente buen humor.

 

Mu notó enseguida el enfado del castaño y se decidió a preguntarle.

 

-¿Ocurre algo?

 

Aioria sabía que su enfado era más que evidente. Decidió hablar con Mu de lo que había pasado.

 

-Dime, Mu ¿Has visto pasar a DeathMask hace un rato?

 

La pregunta pareció extrañar un poco al pelilila.

 

-Sentí su cosmos al darme el aviso, pero no salí a verlo.

 

-Ya veo.

 

-¿Ha pasado algo?

 

-Estaba herido -le informó Aioria-. No quiso decirme que había pasado pero presentaba heridas evidentes de una pelea -Mu lo miró, sorprendido-. Ese inconsciente parece no poder cejar en sus violentas costumbres. Jamás imaginé que pudiese existir alguien tan desagradecido -decía tiñendo de desdén cada palabra que salía de su boca.

 

-¿Estás seguro?

 

-Se reconocer heridas de pelea, Mu -le recriminó Aioria, ofendido.

 

-No me refiero a eso -atajó Mu, guardando, como siempre, la compostura-. Digo si estás seguro de que él es el culpable.

 

-¿Quién sino?

 

-Pudo ser atacado.

 

-Nadie es tan estúpido para atacar a un Caballero de Oro. Además, los dos conocemos a DeathMask.

 

Mu suspiró. No tenía sentido iniciar una discusión.

 

-¿Cómo estaba? -Quiso saber el Caballero de Aries, tratando a la vez de alejarse de la disputa ética sobre la persona de DeathMask.

 

-Mejor de lo que merece -Mu alzó una ceja ante la respuesta y Aioria soltó un bufido-. No se le veía muy bien -admitió finalmente, con molestia-. Pero rechazó mi ayuda y yo no tenía intención alguna en insistirle más.

 

-Quizá debería subir a verle.

 

-No te lo recomiendo. Le sobrará tiempo para decirte que te largues ¿Crees que debería informar a Atenea?

 

-Creo que primero deberíamos saber que ha pasado. Y solo DeathMask puede contestar a eso.

 

-Entonces te deseo suerte -le dijo Aioria dándole una pequeña palmada en un hombro-. Yo solo he conseguido sus típicos comentarios mordaces.

 

Y finalizada la conversación Mu quedó en ir a hablar con él al día siguiente. Aioria se despidió del él y continuó su camino. Salió del Santuario y comenzó a dar vueltas por las inmediaciones. En un principio había tenido en mente bajar al pueblo, pero aquel encontronazo con DeathMask le había quitado las ganas, por lo que no se alejó mucho de allí. Ahora lo que necesitaba era pensar. Se sentía muy molesto. Molesto por saber que a pesar de todo lo que habían pasado aún había alguien al que parecía no importarle. Alguien para el que aquella nueva vida que se les había concedido no significaba nada. Alguien que parecía no aprender la lección.

Con fastidio, pateó una piedra que se cruzaba en su camino. ¿Cómo era posible? ¿Cómo podía alguien que había sido perdonado, a pesar de su terrible conducta, volver a sus antiguos y retorcidos hábitos? Aioria, al igual que sus compañeros, había creído ya en la batalla contra Hades, en la que DeathMask y sus demás compañeros caídos habían hecho una alianza secreta contra el Dios del Inframundo, que el Caballero de Cáncer había pasado página y trataba de redimir sus pecados. Y luego en el Muro de los Lamentos pareció haber recuperado definitivamente la confianza por parte de sus compañeros. Incluso con aquella actitud altanera, sarcástica, irritante y muchas veces insultante, Aioria no había querido culparle hasta tales límites, y menos aún teniendo en cuenta que había sido la propia Atenea la que había decido resucitarle junto al resto de sus compañeros. Pero aquel encontronazo que acababan de tener momentos antes había confirmado todas las sospechas de Aioria. DeathMask seguía siendo un traidor y retorcido asesino.

Aún dándole vueltas al asunto, regresó a su templo. Cuando atravesaba el Templo de Cáncer se vio tentado de llamar a su puerta para volver a intentar hablar con su guardián, pero sabía de sobra que obtendría el mismo trato despótico de antes. Además, posiblemente DeathMask aún estuviese ocupándose de sus heridas, así que Aioria prefirió dejarlo estar por esa vez.

Una vez en su templo, el Caballero de Leo tomó una ducha, y tras una frugal cena se metió en la cama, teniendo muy claro que al día siguiente iría a hablar con Mu para ver si este había logrado sonsacarle de alguna manera información a DeathMask. Después de todo, una de las muchas cosas de las que podía jactarse el Caballero de Aries era de su ecuanimidad para con todos y de su sereno talante. Si había alguien en el Santuario que pudiera obtener información de aquel hombre, a parte de la propia diosa, ese era Mu.

 

A la mañana siguiente Aioria había quedado con su hermano en el Coliseo para entrenar temprano. Ambos caballeros luchaban ferozmente en las arenas de entrenamiento. Lo cierto era que cuando regresaron a la vida Aioros era el que más se había oxidado físicamente, pero el Caballero de Sagitario, haciendo honor a su fama, se recuperaba rápidamente.

Cuando ya empezaba a faltarles el aliento, Aioros decidió dejarlo por ese día. Los dos hermanos se sentaron en una de las gradas de piedra que rodeaban aquel coliseo y descasaron. Aioros no podía quitarle la mirada de encima a su hermano pequeño mientras este bebía agua con evidente enfado. El joven Caballero de Leo había lucido molesto y distante durante todo el entrenamiento, como si se hubiese encontrado en todo momento en otro lugar, muy lejos de allí.

 

-¿Vas a decirme que te ocurre? -Rompió finalmente Aioros el silencio.

 

-¿Eh? -Aiora le miró, extrañado-. ¿A qué te refieres?

 

El mayor dio un largo suspiro.

 

-Es cierto que hemos pasado mucho tiempo separados, Aioria -le comentó-. Pero aún creo conocer a mi hermano pequeño, y puedo ver claramente que algo te ocurre.

 

Aioria bajó la mirada, concentrándola en la botella de agua que hacia girar entre sus manos. Sabía que Aioros –y que cualquiera- se daría cuenta de su más que evidente molestia, y se reprochó a sí mismo el ser tan transparente. Aún no quería sacar a la luz el tema de lo sucedido con DeathMask. Tal y como había dicho Mu, lo mejor era esperar a saber que había pasado. Pero viéndose descubierto por Aioros el joven castaño no vio otra salida más que contárselo. De todas maneras confiaba ciegamente en su hermano y sabía que este no lo airearía por ahí.

 

-Es DeathMask -contestó finalmente.

 

-¿Qué pasa con él?

 

-Ayer me lo encontré en la entrada de su templo, en un estado bastante lamentable. Creo que se ha metido en alguna pelea.

 

-Vaya... -fue lo único que dijo Aioros, llevándose una mano a la barbilla en gesto reflexivo.

 

-Ese inconsciente ha vuelto a sus malsanos hábitos -escupió Aioria, con evidente repulsión-. Nos insulta a todos con su despreciable actitud y sus horribles actos. Y sobre todo, insulta a nuestra diosa y traiciona su confianza desperdiciando esta nueva oportunidad que se la ha dado. No voy a permitir que después de todo lo que hemos pasado vuelva a corromper el Santuario. Es un traidor y un...

 

-Espera, Aioria -le cortó su hermano-. ¿Cómo puedes hablar así de un compañero?

 

-¿Qué cómo puedo? -repitió este, sin dar crédito a lo que oía-. Sabes de sobra lo que hizo en el pasado, Aioros.

 

-Sí, lo sé -admitió el mayor-. Como también sé lo que hizo después.

 

-Sí, nos ayudo ¿Pero como sabemos que no fue más que un truco para ganarse el perdón de Atenea? Él es máscara de muerte, no es de extrañar que sea un experto en mascaradas.

 

Aioros lo miro, sorprendido. ¿Desde cuándo era Aioria tan desconfiado?

 

-No puedo creer que hables así -le recriminó Sagitario con una mezcla de reproche y decepción-. Me decepcionas, Aioria. Nunca pensé que tú fueses tan retorcido.

 

-¿Qué? -Airoa lo miraba, sin entender.

 

-Juzgas muy a ligera.

 

-Yo solo juzgo lo que vieron mis propios ojos -se defendió el hermano pequeño.

 

-No. Dijiste que le viste herido. Pero no viste que le ocurrió.

 

Ante aquello Aioria no supo que decir. Aioros le había dicho lo mismo que Mu. Y era cierto.

 

-No se me ocurre otra explicación... -musitó el joven castaño mientras volvía a concentrar su atención en su botella de agua, algo avergonzado.

 

Con una paternal sonrisa, Aioros le acarició la ensortijada cabellera.

 

-¿Recuerdas cuando a mi me acusaron de traición? -Aiora no respondió a aquello. Aioros sabía que a su hermano pequeño no le gustaba nada recordar aquella oscura época de su vida, sin embargo este continuó-. Muchos, a pesar de sus dudas iniciales, finalmente acabaron creyendo y asimilando la idea de que yo les había traicionado a todos. Incluso tú.

 

-¡Yo nunca...!

 

-Puede que no públicamente -le cortó de nuevo Aioros-. Pero... ¿Vas a decirme que en tu interior nunca llegaste a albergar alguna duda? -Y nuevamente, Aioria agachó la mirada, cohibido por la vergüenza. Pero Aioros sonrió-. No tienes que preocuparte. Es normal.

 

-¡¿Es normal dudar de tu hermano aunque solo sea por un segundo?! -Le reprochó Aioria-. ¡¿Incluso sabiendo a ciencia cierta que todos aquellos rumores eran falsos?!

 

-Sí -fue la sencilla respuesta del mayor, que aplacó la furia del más joven al no esperarse esa reacción-. Nadie sabía que había pasado, y los informes que llegaban a vuestros oídos, de boca del mismísimo Patriarca, me situaban a mí como al culpable. Es normal que dudases, Aioria. Es como una histeria colectiva. Lo que intento decirte con esto, es que estás colocando a DeathMask en el mismo lugar en el que mi persona se vio una vez. Dale un boto de confianza, aunque solo sea por los años que os unen como caballeros de Atenea. Averigua que ha pasado en realidad. Si te limitas a lanzar solo juicios de valor, tal vez termines arrepintiéndote.

 

Aiora estrujó la botella entre sus manos, molesto. Molesto con sigo mismo.

 

-Soy un idiota -dijo entre dientes.

 

-Eres humano -le corrigió su hermano rodeándole los hombros con un brazo, en un paternal abrazo-. Y los humanos aprenden a base de errores.

 

Airoa solo atinó a mostrar una pequeña media sonrisa. Se sentía muy abatido por su infantil conducta. Conmovido por el apesadumbramiento de su hermano y algo cohibido por la reprimenda que le había echado, Aioros tomó su propia botella de agua y se la vació en la cabeza, haciendo que Aioria se levantase de su asiento casi de un bote.

 

-¡¿Pero qué?! -Dijo un empapado y confuso Aioria.

 

Por su parte, Airos solo pudo reír.

 

-Lo siento hermanito -se disculpó falsamente entre carcajadas-. Lo necesitabas.

 

-¿Ah, sí? -Contestó Aioria con una pícara sonrisa. Y sin decir más roció con le quedaba de agua en su botella a su hermano, que de tanto reír ni se molestó en esquivarla-. Tú también parecías tener calor.

 

Y aquel infantil gesto dimanó en una nueva batalla por toda la arena de entrenamiento, donde ambos hermanos trataban de darse alcanza y derribarse entre ellos al son de sus propias risas.

 

Cuando dieron por finalizados los juegos, regresaron y, tras despedirse hasta la comida, cada uno se fue a su templo para darse una ducha.

Mientras sentía el agua tibia relajar sus músculos, Aioria reflexionó con más detenimiento el asunto. Su hermano tenía razón, aunque le tuviese poca estima a DeathMask eso no borraba el hecho de que podía haber muchas explicaciones a lo ocurrido, y él, cegado por su infantil odio y su remarcada desconfianza, no se había preocupado en buscar ninguna. Y aquello lo atormentaba. Atenea luchaba usando como armas el amor y la concordia, y él, que se creía fiel devoto de su causa, había resultado ser un desconfiado, por no hablar de un horrible compañero.

Con un molesto suspiro, se levantó de la tina y comenzó a sacarse. Después de comer con su hermano, iría a ver a Mu para ver si él había conseguido respuestas por parte de DeathMask sobre lo que le ocurrió.

 


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