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Tras La Máscara por _Islander_

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Notas del capitulo:

Espero que os vaya llamando la atención.

Había tratado de no parecer distante durante la comida. De hablar con Aioros y de sonreír. No quería que su hermano se diese cuenta de que aún le estaba dando vueltas al tema de DeathMask. De que tenía unas imperiosas ganas de levantarse de allí e ir hasta el templo de Mu para ver si este había conseguido respuestas de lo sucedido. Pero debía tener paciencia. Seguramente Mu no o iría al Templo de Cáncer hasta pasada la comida. Asique se obligo a vaciar su cabeza de toda impaciencia y centrar su atención en su hermano, que ahora le hablaba de algunos de los lugares que le gustaría visitar.

 

Tras la comida, Aioria ayudó a Aioros a recoger y fregar los platos, a pesar de que este insistía en que no era necesario.

Quedaron en encontrarse después, junto con sus demás compañeros, para bajar al pueblo.

Tras despedirse, Aioria salió del Templo de Sagitario y bajo a toda velocidad hacia el de Aries. Sintió un fuerte impulso de detenerse en el de Cáncer, pero se contuvo.

Una vez descendía las escaleras de Tauro, se encontró con la figura de Mu, que también se dirigía a su templo. Ambos se encontraron en la entrada.

 

-¿Averiguaste algo? –Preguntó Aioria, mientras trataba de recuperar el oxígeno. Sin siquiera preocuparse de saludar.

 

-Nada –fue la tranquila respuesta de Mu-. Por mucho que insistí DeathMask no quiso decirme nada de lo ocurrido.

 

Aioria soltó un gruñido.

 

-¿Qué haremos ahora? ¿Hablar con Saga o Atenea?

 

Mu soltó un suspiro.

 

-¿A caso no te importa su estado?

 

-¿Qué?

 

-Ni siquiera me has preguntado que tal estaba.

 

Aioria se vio, una vez más, bloqueado por su propia y retorcida necedad. De nuevo su hermano tenía razón ¿Cómo podía ser tan retorcido? Su falta de corazón le hizo, por un momento, compararse así mismo con DeathMask, y eso no le gustó nada.

 

-Bueno… Es un Caballero de Oro, después de todo –trató excusarse, en vano-. Las heridas no eran tan graves.

 

-Creo que deberíamos esperar –dijo Mu, como si aquella parte de la conversación no hubiese ocurrido-. Tal vez dentro de un tiempo logremos que nos cuente algo. De momento deberíamos dejarle tranquilo. Si seguimos atosigándole terminará por enfadarse de verdad.

 

-¿Y si fuese a hablar de nuevo con él?

 

-Ya basta, Aioria –contestó Mu, sin variar lo más mínimo su calma-. Estuve un buen rato hablando con él, lo único que sacaremos si ahora va otro a preguntar es una pelea de verdad. Déjalo estar, por ahora.

 

-Está bien… -accedió finalmente el castaño, de mala gana.

 

De vuelta a su templo, y una vez más, al pasar junto a Cáncer, se vio tentado de pararse y hablar con su guardián. Pero de nuevo se obligó a seguir su camino. Mu tenía razón. Era mejor dejarlo estar, por ahora.

 

Los días pasaron y Aioria prácticamente se olvidó del asunto. Incluso cuando se encontraba a DeathMask en la arena de entrenamientos, ya recuperado, ya no sentía necesidad alguna de indagar en lo ocurrido. A decir verdad, y pensándolo fríamente, tal vez Mu y su hermano tuviesen razón y lo que le ocurrió no fue más que un accidente, como el propio DeathMask había dicho. Aunque el Caballero de Cáncer no fuese objeto de su devoción, Aioria, como Caballero de Oro, debía aprender a tener aunque solo fuese un mínimo de confianza hacia sus compañeros, por muy turbio que fuese el pasado de estos.

Por su parte, DeathMask, seguía saludándolo y lanzando sus típicos comentarios jocosos si se cruzaban por el Santuario, a los que Aioria, como siempre, ignoraba y respondía con la mirada más desdeñosa que era capaz de hacer. El Caballero de Leo sabía jamás llegarían a entenderse. Es más, dudaba severamente de que siquiera pudiesen llegar a llevarse medianamente bien. Pero como caballeros, al menos, debían tolerarse, aunque cada uno lo hiciese a su manera.

 

Aquel día el cielo amenaza lluvia. Y eso era algo que no estaba del todo mal después de tantos días calurosos seguidos, parecía que el verano se adelantaba cada vez más. Pero a Aioria, que había bajado al pueblo a hacer unas compras, no le hizo gracia alguna que decidiese llover justo en ese momento. Corría, cargado de bolsas, por el empinado camino hacia el Santuario, maldiciéndose a sí mismo por no haber llevado un paraguas a pesar de ver el estado del cielo, y también por haberse entretenido, previamente, con su hermano tras la comida. Se le había hecho muy tarde y encima se estaba empapando, y no quería coger un resfriado.

Subía las escaleras del Santuario a toda velocidad cuando, llegando al Templo de Cáncer, se vio obligado a pararse en seco al encontrarse a su guardián sentado frente a este, apoyando su espalda contra una columna, empapado y sangrando abundantemente por la frente y la boca. Presentaba además numerosos cardenales por los brazos.

De forma casi mecánica, Aioria dejó caer sus bolsas y corrió hacia él, creyéndole inconsciente.

 

-¡DeathMask! –Gritó.

 

Pero el aludido abrió los ojos y volteó, pesadamente, la cabeza hacia él.

 

-Oh… maldita sea –se lamentó, entre dientes-. Sabía que debí haberme arrastrado un par de metros más.

 

-¡DeathMask! ¡¿Qué ha pasado?! –Quiso saber el castaño, arrodillándose junto a él.

 

-Estás malditas escaleras –ironizó-. Deberían poner una barandilla –rió, pero algo debió de rasgársele por dentro, porque pronto su risa se vio acallada por un quejido-. No debí haber hecho eso… -concluyó, de forma cansina.

 

-¡¿Otra vez la misma broma?! –Protestó Aioria-. ¡Estás heridas no son de ninguna caída, DeathMask, son de una pelea! ¡¿Qué es lo que has estado haciendo?! –Exigió saber.

 

-Para el carro, chico –DeathMask le miró, con una mezcla de reproche y sorpresa-. Yo no tengo porque rendir cuentas contigo, creí habértelo dejado claro la última vez.

 

-¡Rendirás cuantas ante mí y ante todos nosotros si te atreves a quebrantar nuestras normas! ¡Dime que es lo que ha pasado!

 

-Esta sí que es buena –DeathMask apartó a Aioria de un empujón, cosa que le supuso un gran esfuerzo en su estado. El joven Leo se vio sorprendido y termino sobre el mojado suelo mientras DeathMask se ponía en pie y le miraba como si fuese un desagradable insecto-. Escúchame, renacuajo, me estás haciendo perder la paciencia. Alejaos tú y tu código moral de mi vista o sí que tendrás una pelea de la que acusarme ante Atenea ¿Te ha quedado claro?

 

Y sin esperar respuesta alguna, DeathMask le dio la espalda a Aioria, que aún yacía sentado en el suelo, y se internó en su templo.

Por su parte, Aioria, solo podía observar el lugar por el que DeathMask se había ido, con profunda rabia. Apretando los dientes se puso en pie.

 

-Esto no quedará así –declaró para sí mismo.

 

De mala gana decidió no echar abajo la puerta de DeathMask y molerlo a palos. Recogió sus bolsas y continuó su camino hacia su templo, empapado hasta los huesos y de un humor de perros.

Según entro a sus dominios, se apresuró a quitarse la ropa mojada, para no pillar un resfriado, y a darse una ducha caliente. Mientras cavilaba, nuevamente, que era lo que sucedía con el guardián de Cáncer. Una vez más le había dado, casi inconscientemente, un boto de confianza, y una vez más DeathMask le había demostrado que no era merecedor de ser tratado como un igual dentro de los caballeros. Aioria había querido creer en las palabras de Mu cuando le dijo que confiara en el Caballero de Cáncer. Y había querido creer en las palabras de su hermano cuando le dijo que todos merecen una segunda oportunidad, y que, como hermanos de armas y seguidores de una misma causa, debía tener fe en su conflictivo compañero. Pero DeathMask ya había agotado todas las oportunidades que podrían concedérsele a cualquier persona y, sobre todo, había agotado la paciencia del Caballero de Leo. En lo que respectaba a él se habían terminado las oprtunidades y las prorrogas, mañana mismo iría a ver a Saga y a informarle de lo que sucedía.

Aún era temprano para cenar, y aún más para acostarse, y el tiempo no invitaba a ninguna actividad en el exterior. El joven castaño pensó en ir a hacerle una visita a su hermano, pero reconsideró esa opción. Ya fuese con su hermano, con Mu, o cualquier otra persona, entablar cualquier tipo de conversación en esos momentos le haría perder los estribos y despotricar sobre su infame compañero todo lo que se estaba guardando dentro. Por un lado esa opción le resultó algo tentadora, pues no solo descargaría las tensiones acumuladas, sino que además les mostraría a Aioros y a Mu que estaban equivocados y que DeathMask debía ser juzgado y merecidamente castigado. Era tal la seguridad que el joven caballero tenía en la culpabilidad de su camarada que estaba realmente convencido de que la amonestación que le aplicarían a DeathMask sería realmente severa. Tanto, que quizá le costaría su título de caballero y, por ende, su armadura. Esos pensamientos provocaron casi de forma involuntaria un sentimiento de placer dentro de Aioria, cosa que le hizo estremecerse. No podía creerlo. No de él mismo. Esa sensación de regocijo ante el sufrimiento de otra persona era algo típico de personas como el Caballero de Cáncer, pero no de él. ¿Acaso Mu y Aioros tenían razón en cuanto a él? Ya le habían reprochado su comportamiento cuando les fue a hablar de lo ocurrido con DeathMask. De cómo aquel profundo odio y aquella extrema desconfianza no eran propios de él. Y el mismo Aioria se había dado cuenta de que ninguno de los dos estaba errado en lo que decía, pues de verdad se había comportado de forma indebida y hasta casi indecorosa para un caballero. Pero ahora era diferente, ahora estaba seguro de que el Caballero de Cáncer había infringido, una vez más, sus reglas, y de que era una persona desmerecedora de aquella segunda oportunidad de vivir que se les había otorgado a todos. Si, eran Mu y Aioros los que estaban ciegos y no él. Desenmascararía a ese traidor y se aseguraría de que todos lo vieran como era realmente.

 

 

Aioria se levantó temprano aquella mañana. Se había acostado muy pronto y, a pesar de que su mente no dejaba de darle vueltas a aquel asunto que tanto le desquiciaba, había logrado dormir profunda y largamente.

Se dio una ducha y desayunó con calma. Después de todo no consideraba apropiado ir tan temprano a presencia del Patriarca asique optó por hacer algo tiempo.

Eran las nueve y media de la mañana cuando ya ascendía hacía el Templo del Patriarca, dando la formalizada señal de cosmos a su paso a sus compañeros cada vez que atravesaba sus respectivos templos.

Cuando llegó al último templo se topó con su guardián, que parecía observar el cielo, inmerso en sus propios pensamientos. No lucía su armadura.

 

-Buenos días, Aioria –saludo Afrodita.

 

-Buenos días –respondió Airoia, con sequedad-. Debo ir a hablar con el Patriarca.

 

-¿Ha ocurrido algo?

 

-Es un asunto personal.

 

El Caballero de Leo no quería ahondar en detalles. Ya se enterarían todos llegado el momento.

 

-De acuerdo –fue la respuesta del Caballero de Piscis, a modo de indicación de que podía atravesar su templo.

 

El castaño continuó su camino pero se paró de pronto. Una idea cruzó su mente. Afrodita era íntimo amigo de DeathMask. O, mejor dicho, si ese desgraciado podía tener algo parecido a amigos Afrodita podía considerarse un sujeto a agregar a esa lista. Se volvió para encontrase de nuevo con el peliazul, que lo observaba en silencio.

 

-¿Has visto a DeathMask últimamente? –Fue la pregunta de Aioria.

 

Afrodita pareció pensárselo unos segundos.

 

-No, lo cierto es que últimamente no lo he visto mucho –aquella respuesta pareció no agradarle al castaño, cosa que hizo despertar la curiosidad del guardián del último templo-. ¿Pasa algo con él?

 

-Pronto lo sabremos –murmuró, casi para sí.

 

Y dicho esto, dio media vuelta y siguió su camino.

 

Saga tardó unos minutos en recibir a Aioria, pues estaba algo atareado con algunos asuntos referentes a fundación de ayuda a las víctimas de Poseidón.

Una vez Aioria entró en su despachó se sentó frente a su mesa.

 

-Y bien –habló Saga, con calma y una pequeña sonrisa dibujada-. ¿En qué puedo ayudarte?

 

-Es sobre DeathMask.

 

-¿Le ha ocurrido algo?

 

El Caballero de Leo tuvo una inevitable sensación de dejavu y soltó un suspiro. ¿Es que todos estaban ciegos?

Le contó a Saga todo lo referente a lo que había pasado con DeathMask. El lamentable estado en el que se lo había encontrado en ya dos ocasiones y sus violentas reacciones cuando él había intentado saber cuál había sido el motivo. Saga le escucho en silencio, sin perder detalle alguno de lo que el caballero le estaba diciendo. Cuando Aioria terminó su relato se apoyó contra el respaldo de su silla y dio un profundo suspiro.

 

-¿Alguien más lo sabe?

 

-Aioros y Mu –respondió el castaño-. El propio Mu intentó hablar con él, pero no consiguió nada.

 

-¿Mu no logró que le contase que había ocurrido? – preguntó Saga, escéptico, y le miro con extrañeza.

 

-Me sorprende tanto como a usted…

 

-Aioria, por favor, deja de lado las formalidades y tutéame.

 

A Saga no le gustaba que lo tratasen de usted, no al menos sus hermanos de armas. Y no dudaba en insistir que se ahorraran los tratos reverenciales para con su persona. Sin embargo, eso era algo que a Aioria le costaba en especial, pues seguía considerando incorrecto referirse a la máxima autoridad del Santuario como si fuese uno más.

 

-Volviendo al tema de Deathmask… -Saga se inclinó de nuevo hacia delante, apoyando su barbilla entre sus entrelazadas manos, y retomó el hilo de la conversación-. ¿Qué piensas que está ocurriendo?

 

Aioria desvió la mirada durante unos segundos, no porque sintiera vergüenza o porque no supiera muy bien que contestar, sino porque no deseaba dedicarle al Patriarca la fulminante mirada que se vio obligado a enfocar hacia otro punto de la estancia. Sabía de sobra lo que Saga quería, pues él mismo ya se había delatado al presentarse allí en persona y narrarle lo sucedido tiñendo casi cada palabra con más que evidentes matices de molestia, hastío e incluso rabia. Pero ya le había pasado algo similar con Mu y su hermano y no repetiría su error. Saga era totalmente consciente de lo que él estaba pensando, pero no permitiría que la cuestión se desviara hacía su actitud para con el Caballero de Cáncer. Esta vez se centrarían en el problema principal: DeathMask.

 

-La verdad, no lo sé –respondió finalmente Aioria, haciendo soberanos esfuerzos por parecer calmado y hasta inocente-. Por eso he recurrido a ti.

 

-Él es muy testarudo, si no ha querido dar detalles de lo ocurrido ni tan siquiera a sus compañeros será casi imposible hacer que hable. Hasta para mí.

 

-¡Pero usted es el Patriarca! –Aioria casi dio un brinco en su silla-. ¡No puede negarle la palabra! ¡Tendrá que hablar tanto si quiere como si no!

 

Ante aquel repentino ataque rabia por parte del Caballero de Leo Saga solo pudo alzar un ceja, mostrando un gesto que definía muy bien tanto su sorpresa como su extrañeza.

Airoa carraspeó y trató de recuperar la compostura.

 

-¿Qué te acabo de decir hace un momento, Aioria?

 

El mentado bajo levemente la mirada, algo avergonzado.

 

-Disculpa, Saga.

 

-Así está mejor.

 

El castaño sintió un gran alivio al observar que aquel momentáneo arranque de furia no había provocado ningún tipo de reticencia por parte de Saga, pues este había vuelto a redundar en su deseo de ser tratado como compañero y no como superior. Lo que Aioria no sabía era que Saga no había pasado por alto aquella reacción por parte de su camarada, y aunque había optado por no darle importancia no pudo evitar que a su mente acudiera la idea de que había algo más en torno a lo que estaba sucediendo. Estaba comenzando a pensar que, por alguna razón que aún no conocía, Aioria se estaba llevando todo aquello al terreno personal, y se mirarse por donde se mirase aquello no era bueno. Por ningún motivo Saga podía permitir pendencias dentro de su comunidad. No después de lo que les había costado ser los que una vez fueron. No después de haber logrado, tras soberanos esfuerzos, un clima de camaradería y concordia entre ellos, de amistad. No después de aquel tan preciado regalo que su diosa les había dado, aquella nueva oportunidad de vivir.

En cualquier caso, Saga debía poner en orden sus prioridades. No podía ignorar lo que Aioria le había contado con respecto al Caballero de Cáncer. Primero hablaría con DeathMask. Intentaría saber que era lo que le había ocurrido. Y luego, cuando logrará solucionar aquel problema, trataría esclarecer que era lo que exactamente ocurría entre los caballeros de Leo y Cáncer.

 

-Bien –resopló finalmente Saga, tras unos minutos de silenciosa reflexión-. Iré pues a hablar con DeathMask. Trataré de que me cuente que es lo que ha pasado –Aioria asintió, complacido por la decisión de su superior-. ¿Hay algo más que quieras decirme? –Añadió entonces el peliazul.

 

-No, eso ha sido todo, le agradezco su tiempo, em… -Aioria dudó unos instantes, ante la ceñuda y cansina mirada del Patriarca-. Gracias por recibirme, Saga –se corrigió, mostrando una boba sonrisa.

 

Saga concluyó por sonreír casi de igual forma.

 

-Eso está mejor.

 

-Me retiro entonces.

 

Aiora salió del despacho del Patriarca dejando a este con bastantes cosas en las que pensar. Saga había creído hasta el momento que entre ellos ya habían enterrado todos viejos rencores pero… Algo le decía que eso no era cierto del todo. No tenía idea alguna de qué era lo que le sucedía a DeathMask, y estaba dispuesto a descubrirlo. Mas, desgraciadamente, si que podía hacerse una cercana idea de lo que le sucedía a Aioria, aunque no lograba entender del todo que era lo que lo suscitaba. El Patriarca supuso que algo así era de esperarse cuando dos mentalidades tan distintas como las de esos dos chocaban entre sí. DeathMask era un cabezota incorregible que jamás admitiría sus fallos aunque fuese consciente de ellos. Y Aioria se agarraba obcecadamente a un código moral estrechamente definido por él mismo, en donde personas como DeathMask no tenía cabida. Si en algo podía parecerse esos dos era en su incorregible testarudez.

Saga volvió a apoyarse con pesadez en el respaldo de su silla, soltando un profundo suspiro. Presentía que aquel sería un día muy largo.

 

Aioria ya se sentía más tranquilo. Estaba seguro de que Saga solucionaría el problema. Decidió pasar por el templo de su hermano para contarle que finalmente había reportado el tema de DeathMask al Patriarca, y aunque sabía que a Aioros no le haría mucha gracia era mejor que se enterase por él.

Nadie contestó cuando llamó al Templo de Sagitario, y tampoco sentía rastro alguno del cosmos de su guardián o de su presencia por lo que el joven castaño supuso que estaría entrenando en el Coliseo.

Continuó su descenso por el Santuario, ahora con la intención de informas a Mu, quien si se encontraba en su templo. El Caballero de Aries, al saber que Aioria tenía algo que contarle le invitó a pasar en sus dominios para tomar una de té. Allí Aioria le narró todo lo ocurrido desde su segundo encuentro con un DeathMask en lamentable estado y su audiencia con el Patriarca.

 

-No me ha parecido correcto lo que has hecho –sentenció Mu, aunque rebosaba la calma de siempre, mientras le daba un sorbo a su taza de té.

-¿Y qué querías que hiciera?

 

-Esperar –fue la sencilla respuesta.

 

-¡¿Es que no has oído nada de lo que te he contado?! –Le reprochó el castaño, con sumo enfado.

 

-Te he escuchado perfectamente, Aioria.

 

El joven Leo le miró casi con desagrado. Observaba a su compañero con una mezcla de incomprensión, sorpresa y exasperación. Si aquello que estaban teniendo era una discusión desde luego Mu no lo demostraba. Le resultaba increíble la dirigencia de la que podía llegar a hacer alarde el pelilila. Su neutralidad resultaba casi ofensiva. Pero no era solo el impertérrito semblante de Mu lo que molestaba a Aioria, sino el hecho de que tanto él como su hermano parecían profundamente empeñados en defender a DeathMask, y por mucho que se esforzaba no lograba averiguar el por qué. ¿Por qué demonios perdían tiempo y credibilidad intentado darle justificación al comportamiento de un traidor? Esa pregunta no tenía respuesta para el castaño.

 

-Os dije a mi hermano y a ti que esperaría la primera vez –continuó Aioria, tratando ahora de controlar su tono de voz a pesar de su enfado-. Pero he vuelto a encontrármelo, y en peores condiciones que la última vez. Dime Mu ¿Qué habrías hecho tú?

 

Mu dio otro tragó de té y luego miró a Aioria a los ojos, su tranquilidad era casi un insulto para el castaño, y más cuando contestó:

 

-Nada.

 

No podía creerlo ¿Acaso Mu se estaba burlando de él? Conforme más hablaban más grande se hacía en la cabeza de Aioria la idea de que su compañero era terriblemente estúpido.

 

-Nada –repitió Aioria, con una media sonrisa. Aquello perdía sentido por momentos y su paciencia pendía de un hilo, pero decidió tomárselo con calma a pesar de todo-. ¿Sabes, Mu? Creo que empiezo a entenderos a mi hermano y a ti –las palabras de Aiora estaban tintadas con un cinismo que sorprendió enormemente al Caballero de Aries-. Ambos me habéis reprendido por el hecho de protestar en contra del comportamiento de DeathMask –continuó, bajo la atenta e imperturbable mirada de Mu-. Pensaba que me veíais como una especie de monstruo sin corazón ni consideración hacia sus compañeros solo por el hecho de querer mantener el orden entre nosotros. Pero ahora me he dado cuenta de quienes son los monstruos.

 

El entrecejo de Mu se arrugo ligeramente, mostrado su confusión. Aquel fue su primer gesto facial durante toda conversación.

 

-¿Aioria que estás diciendo…?

 

-Estoy diciendo que me encontré a DeathMask herido e intenté ayudarlo, a pesar de que me desdeñó. Y después fui a ver a Saga para que hablase con él ya que se niega a recibir ayuda alguna. Y, según tú opinión, lo mejor hubiese sido no hacer nada –Parecía que con cada palabra que decía Aioria mostrase más repulsión hacia la persona de Mu, que no dejaba de mirarle con mudo asombro-. Según tú opinión, Mu –continuó-, lo más razonable es dejarle en paz. Dejar que siga apareciendo en el Santurio con heridas cada vez más graves hasta que ya no haya problema por el que preocuparse.

 

-Estás yendo muy lejos, Aioria –a pesar de todo Mu mantenía la compostura-. Estás malinterpretándolo todo.

 

-Acláramelo entonces –le escupió, con desagrado.

 

-Creo que ninguno de los dos conocemos lo suficiente en DeathMask, pero yo confió en él.

 

-Tú confianza ciega no me sirve, Mu.

 

-Estoy seguro de que DeathMask tiene una buena explicación para todo esto. Sé que él nunca haría nada que pusiese en peligro la paz que tanto nos ha costado lograr.

 

-¿Y para ti eso es suficiente? ¿Lo dejarías pasar simplemente porque crees que él ha tenido razones? ¿Razones inofensivas?

 

-Solo digo que es más que probable que sea un asunto personal. De DeathMask y solo de él. No somos solo caballeros, Aioria, también somos personas. Ya es hora de que te vayas dando cuenta de que no puedes controlarlo todo.

 

 Ante esas últimas palabras Aioria se puso en pie violentamente, haciendo que la silla en la que estaba sentado cayese al suelo tras él.

 

-¡No voy a permitir que me sermonees como lo hace mi hermano! –Gritó-. ¡DeathMask no es de confianza, es un traidor y siempre será un traidor! ¡No merece estar entre nosotros! ¡No merece la nueva vida que se le ha dado! –Aioria salió de allí a grandes zancadas, pero antes de atravesar la puerta se volvió de nuevo hacia Mu, que seguía sentado, tranquilamente, observándolo-. Él no merece el perdón que se le ha dado.

 

Aioria se marcó del templo de Aries dejando a su guardián sumamente preocupado.  


Notas finales:

Gracias por leer!


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