¿Por qué tenía que ser todo tan difícil? ¿Por qué tuve que enamorarme de él? Peleábamos todo el tiempo y un día… No, no podía seguir pensando en él de esa forma, además, él no me correspondía, no me amaría nunca como yo lo hacía. Tenía claro que si alguna vez me armaba de valor y me declaraba, pensaría que soy una aberración de la naturaleza, y no estaría equivocado, yo también lo pensaba, ¿qué locura era esa de un hombre enamorado de otro hombre? No era más que eso, una locura. Y a pesar de todo, le amaba. Mi corazón latía tan fuerte y rápido cuando él estaba cerca, solo con pensar en él, que creía que se me saldría del pecho. No se en que momento empecé a sentir eso, fue de repente, me descubrí mirándole e imaginando que me besaba durante una de nuestras peleas. Decía que le odiaba, pero solo era una tapadera para que no notara lo que sentía por que, en el fondo, él me conocía mejor que nadie.
Las lágrimas acudieron a mi una vez más aquella noche, como tantas otras, y me dormí odiándome por quererte tanto.
Me resistí todo lo posible a levantarme la mañana siguiente, sabía que tendría que verle, discutir con él como cada día y sufrir por mi frustrado amor. No quería, pero no me quedaba más remedio. Me duché, me vestí, desayuné y salí de casa dirección al instituto. La tortura llegó antes de lo que pensaba. Allí estaba él, con su bolsa de deporte al hombre y rodeado de las más preciosas chicas de nuestro curso. Sonreía con superioridad, aquella arrogante y sexy sonrisa que me volvía loco.
Traté de pasar desapercibido a su lado, lo último que quería era empezar una pelea y tener que hablar con él. Un sueño demasiado bonito como para ser real.
-- ¡Hey, Brendom! – dijo para llamarme la atención.
-- ¿Qué quieres, Stefan? – pregunté con un suspiro de resignación.
-- ¿Hoy también vienes a intentar superarme? Pobre pato, no aprende la lección – todas las chicas a su alrededor se rieron de mi. Le dediqué una media sonrisa.
-- Tendrás suerte si logras llevarme a la suela del zapato – respondí con todo de burla – no eres tan buen bailarín como crees, Stefan – le dije para darle en un punto que le dolía. No dijo nada, me dedicó una mirada cargada de odio y de… ¿tristeza? Si, había un deje de pena en su mirada. No soporté mirarle y entré en la academia.
Me dirigí al primer aula libre que encontré. Estaba subiendo la escalera central del conservatorio y llegando al final del pasillo principal. Me cambié de ropa, poniéndome más cómodo para bailar y me puse las zapatillas. Calenté los músculos en la barra un par de minutos y puse el CD en el reproductor, listo para empezar a ensayar. Siempre que tenía una hora libre, aprovechaba para mejorar mi técnica.
La música comenzó a sonar, sencilla y suave. Me miré al espejo, era el momento de sacar toda mi frustración en una coreografía. Cuando bailaba, todo a mi alrededor parecía desvanecerse, solo estábamos yo y mi reflejo. Pero aquella vez era diferente. Estaba distraído, la imagen de Stefan siempre presente en mi cabeza me desconcentraba. Tuve que parar una y otra vez, hasta que el accidente se hizo inevitable.
Una casualidad, una desgracia o simplemente que el destino tenía preparadas para mí más adversidades que las ya grabadas a fuego en mi alma. En uno de los giros, mi tobillo se dobló dolorosamente y me hizo caer, golpeándome la cabeza con la barra de ejercicios.
Escuché una voz que me llamaba, pero el aturdimiento del golpe no me dejaba reconocerla. Se me nubló la vista, alguien me recogió y trató de reanimarme, pero ya era demasiado tarde y la inconsciencia era inevitable. Creí que me había vuelto loco, pero por un momento creí ver a Stefan acunándome en sus brazos antes de sumirme por completo en la oscuridad.