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Maniaco. por Ciel Phantom

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Notas del fanfic:

Bien, se que me atrace, y que tal vez el otro fic de Mi amado prínciepe o mi príncipe a mado, ya ni se como se llama, no sea tomado como de terro, sin embargo se supone que tendria que llenar el hueco de los fic dedicados en estas fechas.

en fin, pues creo que este sera el unico que suba este año, asi que disfrutenlo y espero que cumpla el cometido, de llenar el calificativo "terror"

Atte: Ciel Phantomhive

Notas del capitulo:

Cuando existen cosas más allá de las que podemos controlar, por lo regular lo atribuimos a la divinidad, pero si, así fuera, entonces,


 ¿Por qué nuestras acciones tienen consecuencias?


No nos creamos Dioses, simplemente tomemos conciencia.


Si golpeas, te golpearan, eso es seguro.

Maniaco.

 

 

 

 

 

 

 

La clase estaba tan entretenida que, sin importar cuanto lo intenta no podía alejar su vista de la ventana. El profesor, hablaba sin parar, señalando o enmarcando ideas y temas que muy seguramente vendrían en el examen, sin embargo en ese instante le parecían tan banales.  Los chirridos del plumín en el pizarrón molestaban los tímpanos, pero ninguno de los alumnos se quejaba, simplemente asentían a la explicación, como si de verdad entendieran al cien por ciento.

 

 

 

Bostezo un par de veces, luego de forma perezosa recargo su cabeza sobre su mano izquierda, siempre mirando hacia afuera. Las aves brincaban de una ramita a otra, trinando, las nubes caminaban tediosamente, arrastradas por el viento; casi podía imaginarse, recostado en el pasto, dormitando mientras el solo le brindaba su calor.

 

 

 

Un leve ruidito llamo su atención. Con curiosidad naciente intento enfocar, tenía que ubicar el punto en donde se había originado aquel sonido. Recorrió todo el salón con los ojos, sus compañeros seguían mirando al frente, y el profesor continuaba con su clase.

 

 

 

¿Fue su imaginación?

 

 

 

Podría ser. La falta total de sucesos nuevos estaba arrinconándolo a una momentánea locura. Rio por las narices, intentando reprimir la gracia que le hacia su propia idea. Su compañero de la izquierda lo observo un segundo para después devolver su atención al encerado.

 

 

 

Un nuevo ruidito lo atrajo de nuevo, algo se movía en la mochila de su compañero tres bancas adelante, está seguro.

 

 

 

Una cabecita rubia asomo de forma tímida, sus cabellitos blondos sobresalían del boquete entre el pupitre y la pared. Sin que representara más que una molestia para el hombrecito, porque eso era, un diminuto hombrecito de cabellos rubios; pateo lejos la mochila que le impedía el paso, el dueño alertado por el estruendo, se inclino para recoger sus pertenencias y colocarlas de nuevo en su sitio.

 

 

 

El pequeño ser se mostro en toda su totalidad, ahora podía ver que se equivoco en su primera observación, no era un hombrecito, pues a lo mas tendría su edad, las enormes esmeraldas que poseía por ojos lo miraban con un toque de picardía, sus bellos y delicados labios rosas le dedicaban una sonrisa para luego de forma coqueta hacer un ademan de silencio.

 

 

 

Yuuri cerró la boca, no se dio cuenta de que estuvo a punto de gritar. Miro al rubiecito subir hasta el escritorio del chico, trepando por una de las patas de madera, luego arranco un trocito de la hoja en donde el estudiante escribía y con total descaro cogió el bolígrafo para garabatear algo en el papel; una vez terminado hizo bola el papel colocándolo a la altura de sus pies, y como si se tratara de un balón de soccer lo pateo con toda su fuerza, que no debió ser poca, pues logro llegar hasta la mesa del pelinegro.

 

 

 

Con manos temblorosas desdoblo el recado, en el, solo se leía, — “Wolfram” —, de forma mecánica sus labios lo susurraron y miro el duendecito, — “¿sería eso?” —, se pregunto con algo de incomodidad, ya que pare ser uno de esos seres míticos, era sin duda toda una monada, es más, si pudiera le gustaría quedárselo como mascota.

 

 

 

El pulgarcito asintió ante la pronunciación de la palabra, señalándose a sí mismo y asintiendo con la cabeza. Ese debía ser su nombre.

 

 

 

—Yuuri. —dijo lo  más alto que el lugar se lo permitía. El ser minúsculo pareció entender su situación y solo le sonrió feliz.

 

 

 

Wolfram, como ahora sabia se llamaba la pequeña belleza, se aventuro a subir sobre la libreta del joven, el estudiante seguía en lo suyo, muy metido y concentrado en anotar todo aquello que el profesor plasmaba en el pizarrón.  El rubio dio unos cuantos brinquitos, que le sacaron una risita a Yuuri, en apariencia trataba de llamar la atención del joven frente a él.

 

 

 

Con un rápido movimiento, Wolfram, saco de entre sus ropas una espadita, el pelinegro se agazapo mas en su mesa, esperando a ver qué pasaría a continuación, tal vez pensaba picarle alguno de los dedos para así…

 

 

 

 Y su línea de  pensamiento se quedo helada. El rubio, con una agilidad digna de cualquier gato, trepo por la chaqueta del chico hasta su cuello, en donde sin contemplaciones enterró el fino objeto de metal, la sangre no se hizo desear, chorreaba  empapando por completo las ropas de su compañero.

 

 

 

Yuuri se levanto exaltado, su silla cayo estruendosamente por el movimiento y todo el salón lo miraba con expectación,  el moreno solo levanto el dedo apuntado a su compañero, que bancas adelante, intentaba con sus manos detener la sangre que manaba a borbotones de la herida.

 

 

 

—Satou-san… —dijo, los ojos de los presentes cambiaron al señalado, luego se regresaron a él, como si la sangre y los gemidos ahogados que daba el chico fueran normales.

 

 

 

—Shibuya, haga el favor de tomar asiento, o de retirarse de la clase, no me gustan las interrupciones. —siseo el profesor, antes de volver a su lección del día.

 

 

 

Se sentía idiota, debería correr a socorrer al pobre de Satou, sin importarle nada, en cambio estaba ahí, sentado, observando como la vida se le escapaba, escuchado sus gemidos de dolor y el golpe seco que dio su cabeza contra la mesa al caer ya inerte.  Ahora tendría que vivir con eso, y se preguntaba si podría dormir, los ojos del ahora difunto lo observaban, vacios y sin brillo, como reclamándole su falta de piedad y solidaridad para con él.

 

 

 

Bajo la cabeza en señal de arrepentimiento, y porque la verdad no quería pasarse lo que quedaba de su existencia teniendo pesadillas con aquella mirada. Un chisteo hizo que volviera su vista al cuerpo frio de su compañero de clases. Wolfram reía suavemente, cual si lo que hubiese hecho solo fuera una bromita. 

 

 

 

De un salto paso al pupitre de al lado. La chica dibujaba algunos corazones en su libreta, el rubio la miro con curiosidad, luego se volvió hacia el moreno, que ahora lo observaba con terror a lo que ese adolecente en miniatura pudiera hacer.

 

 

 

Wolfram hizo un morrito gracioso, para luego cruzar los brazos y bufar bajito, como si fuera lo más natural del mundo volvió a arrancar parte de la hoja en donde la chica garabateaba, mostrándole el contenido. Se podía leer claramente desde su asiento un: “Yuuri y Nerina”. El pelinegro enrojeció, abochornado, al darse cuenta que a la chica le gustaba, cambiando su gesto al ver que al rubio no pareció gustarle, ni lo escrito, ni su reacción.

 

 

 

Esta vez fue un látigo a medida, Yuuri ahogo un gemido lanzándose en busca de proteger a la chica, cosa inútil pues sus compañeros lo detuvieron incluso antes de que diera un paso lejos del pupitre.

 

 

 

Contenido por varios pares de brazos, no pudo hacer nada más que ver. El pequeño látigo se había enroscado en la garganta de la chica, Wolfram, tiraba de él hacia tras, atándolo contra el respaldo.

 

 

 

—¡Dios! La degollara. —grito, todos lo sujetaron más fuerte.

 

 

 

—Shibuya, esto no es gracioso, le sugiero que si esta es una broma de mal gusto, la termine ahora mismo o me veré en la necesidad de…

 

 

 

—Porque la ignora, es ella la que necesita ayuda, Wolfram, la va a matar… —estaba desesperado.

 

 

 

El rubio se las arreglo para colocase justo encima del rostro de la joven. Ella gritaba y meneaba de un lado a otro la cara, asustada, angustiada. El filo de la espada se dejo ver nuevamente, el alarido de terror de Yuuri, se mesclo con la de Nerina, al sentir como aquella afilada cosita entraba en uno de sus globos oculares.  Ella gimoteaba cosas incoherentes,  y él estaba casi histérico.

 

 

 

—Hideki-san —el instructor se mantenía ecuánime. —vaya ahora mismo a la enfermería, dígale a la enfermera que el señor Shibuya esta tenso y muy perturbable, que necesitamos que le dé un calmante. —el estudiante asintió antes de salir a toda prisa a cumplir el encargo. —Ahora, Shibuya, llamare a sus padres, pero requiero que se quede tranquilo un rato, solo será unos momentos…

 

 

 

Yuuri lo miro aséptico, luego sorprendió y por ultimo resignado, a unos metros de él Nerina había dejado de moverse.  

 

 

 

Recorrió el salón con la mirada, Wolfram no estaba por ningún lado. Un débil tirón en su pantalón lo estremeció, el rubio le hacia una seña de que se inclinara, y a pesar del miedo que pudiera estar sintiendo su cuerpo obedeció al mini jovencito.

 

 

 

—¿Por qué lo hiciste? —fue la primera cosa que salió de los labios de Yuuri.

 

 

 

—Tú me gustas. —respondió llanamente. Y sin duda esas palabras no tenían nada que ver con la incertidumbre del pelinegro. —Tú me gustas, así que si alguien decide mirarte de más de la cuenta, lo matare, así como aquellos que se interesen en ti, o que fantaseen contigo. Eres mío. —iba a replicar algo, tenía que decir algo que dejara en claro que no podía ir  por ahí matando gente. —Inclínate. —mandato el rubiecito, reiteradamente su constitución acataba ordenes. Wolfram se acerco, despacio, suave, sus manitas blancas se aferraron a la rostro del pelinegro antes de plantarle un dulce beso. —Eres mío. —repito y Yuuri asintió.

 

 

 

La risa de Wolfram inundo sus oídos, grabándose en su memoria, era tan hermoso, increíblemente bello.

 

 

 

—Me deseas tanto como yo a ti. —Aseguro con una sonrisita socarrona en sus labiecitos. —Por ello, saciare tus deseos. —y con esa mueca de felicidad aun más amplia continuo explicando. La emoción se notaba en sus lindos  ojitos verdes. —Pero para ello necesito, digamos que algunas cosas.

 

 

 

—¿Qué clase de cosas? — algo dentro de él le decía que se arrepentiría de haber preguntado.

 

 

 

—Cómo la vida de tus amiguitos. Aunque para mí no representan más que una molestia. Ellos tienen tu atención y…

 

 

 

—Pero no es gusto, ellos no…

 

 

 

—Cállate. —exigió, Yuuri enmudeció. —ahora te vas a quedar ahí sentadito, tranquilo y sin hacer ningún ruido mientras yo me encargo de ellos. —y señalo al grupo en general, el pelinegro quiso protestar, toda su constitución, parecía haberse entregado de forma sumisa al rubio, ignorándolo a él. —Bien, ya regreso.

 

 

 

Y tras aquellas palabras brinco, cual chapulín hasta el asiento de su izquierda.

 

 

 

Yuuri gritaba en su mente, sus ojos a duras penas se movían en la dirección que él deseaba y solo por el rabillo del ojo logro captar el momento en que su compañero era atacado, algunas gotas de sangre le brincaron sobre la cara, manchándolo, el olor acérrimo del liquido viscoso se coló por sus narices provocándole horcadas en el estomago. Era horrendo y asqueroso el genocidio que Wolfram estaba llevando a cabo.  

 

 

 

Todos y cada uno de los ocupantes del aula fueron cayendo, algunos desfigurados otros simplemente de un golpe mortal, y sin embargo, a Yuuri lo único que parecía impresionarle era el hecho de que nadie hiciera nada, ni para huir, ni para detener a ese pequeño demonio que les arrebataba sus preciosas vidas sin remordimiento, incluso el profesor sucumbió ante el ataque de aquel diminuto ser.

 

 

 

—Como lo prometí, ahora estaremos juntos. —susurro quedito a su oído, unos segundos después el reducido sicario se trasformo en un chico casi de su estatura y complexión. —Yuuri, siempre estaré contigo. —el pelinegro se estremeció. Estaba asustado. No de Wolfram, o de la frialdad de la que estaba haciendo gala, no, estaba asustado de sí mismo, de que a pesar de los cadáveres a su alrededor, él solo podía pensar en lo increíblemente lindo que era el rubio, en lo que sentía al tocar su piel, en besarlo, en tenerlo y poseerlo.

 

 

 

Sus manos dibujaban círculos en la espalda del ojiverde, arrancándole suspiros y… ¿En qué momento había recuperado la movilidad de su cuerpo?

 

 

 

Unos pasos detrás de la puerta lo sobresaltaron, luego vinieron golpes violentos contra la puerta y la exclamación de una voz fuerte y rasposa. —Salga con las manos en alto, no intente hacer ningún movimiento brusco. —el pelinegro meneo la cabeza y abrazo mas fuerte al rubio. Seguramente estaban ahí por Wolfram, se lo llevarían lejos, los separarían.  —Salga con las manos en alto, no intente hacer ningún movimiento brusco. —repitió la misma voz.

 

 

 

Dio un paso adelante, justo cuando de una potente patada tres hombres entraban en la estancia.

 

 

 

—¡Dios, santo! —grito uno de los hombres al ver la carnicería

 

 

 

—Ponga las manos en alto, no intente hacer ningún movimiento brusco. —exigió el que parecía estar al mando.

 

 

 

Fue solo una milésima de segundo, su mundo dio un giro y todo cambio. Wolfram se había esfumado en la nada. Yuuri miro sus manos, estaban manchadas al igual que su ropa de rojo carmesí. Sobre su mesa descansaban un cúter y varios lápices también cubiertos de sangre.

 

 

 

—Yo… —intento comprender, luego cambio de opinión. —Wolfram, fue él, es pequeño… como del tamaño de mi dedo corazón y …

 

 

 

—Si claro, lo que tú digas, solo baja esas tijeras. Vamos chico, solo bájalas, todo estará bien.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

—Les aseguro señores Shibuya, que su hijo esta excelentemente atendido. —dijo el Doctor mientras los conducía por el estrecho callejo de paredes blancas. —El caso de su pequeño es excepcional, único, aunque lo que más me llama la atención es el hecho de que no deja de mencionar a un tal Wolfram.

 

 

 

—¿Wolfram? —el tono de Souma Shibuya fue lúgubre.

 

 

 

—Sí, ¿lo conocen o saben a quién se refiere? —pregunto intrigado el médico.

 

 

 

—Pues solo conozco a alguien con ese nombre y…

 

 

 

—Señor Shibuya, es necesario que sepa si ese muchacho existe. —aunque condescendiente, el padre de familia noto cierto toque de superioridad.

 

 

 

—Existe. —declaro rotundamente. —o mejor dicho existió, lleva muerto más de trece años.

 

 

 

—¿Qué relación tenia con su hijo?

 

 

 

—Eran muy amigos. —contesto Miko. —Wolfram fue el primer amigo que Yuuri tuvo cuando nos mudamos aquí, siempre estuvieron juntos, eran inseparables. —sollozo un poco, luego limpio su nariz ruidosamente. —luego, eso paso. —esta vez si soltó su llanto.

 

 

 

—Wolfram era el tercer hijo de una mujer muy adinerada, pero ella no podía o no quería cuidarlo, por lo que lo dejaba encargado con un adolescente. —continuo el relato Souma. —Una tarde a Yuuri se le olvido su juguete favorito en casa de Wolfram y como no dormiría si no lo tenía cerca, pues regresamos a recuperarlo, la casa del niño no estaba lejos. —bajo la mirada apenado, el psicólogo comenzaba a hacer conjeturas. —el joven a quien le pagaban por cuidar del niño…  lo violaba cada tarde. —El doctor abrió los ojos. —cuando intente intervenir el chico le rebano el cuello a Wolfram, justo frente nuestro. —los tres habían detenido su avance, Miko casi al borde de un desmallo y el galeno entre asustado e intrigado. —Me tomo mucho tiempo que Yuuri volviera a sonreír, y luego pareció olvidar todo lo sucedido, volvió a ser el de antes.

 

 

 

—Ahora entiendo. —la mano del clínico jugaba de forma inconsciente con el botón de su bolígrafo. —aunque eso no cambia en nada, su hijo sufre una psicosis severa, es peligroso para los que lo rodean y para él mismo. Mi recomendación es que lo dejen en este hospital psiquiátrico, y si muestra algún progreso…

 

 

 

—¿Nos permitirán verlo? —Miko parecía desesperada.

 

 

 

—Pues… de lejos, es preferible no arriesgarse. —Como les dije su hijo está bien atendido, les mostrare su habitación, así podrán decidir.

 

 

 

La rendija por la cual podían asomarse apenas si era del tamaño de una goma de borrar. Ahí entre paredes acolchonadas se encontraba su hijo. Yuuri reía a la nada y platicaba animosamente, levantaba la mano como acariciando el aire, se inclinaba suavemente para besar el espacio vacío y volvía a platicar.

 

 

 

—¡Dios! No lo soporto. —Miko salió corriendo, destrozada.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

—Ahora ya nada nos podrá separar, Yuuri, te amo. —decía el rubio recargando su cabeza sobre el pecho del pelinegro.

 

 

 

—Yo también te amo, siempre te amare, Wolfram. Te quedaras conmigo, ¿verdad? —su espalda estaba recargada sobre la pared y sus piernas extendidas sobre el suelo, su mano derecha jugaba con los risos dorados.

 

 

 

—Sí, hasta que mueras. Y luego, más allá. —contesto plantándole un dulce beso en los labios.

 

 

 

Fin.

 

 

Notas finales:

El loco se cree cuerdo, mientras el cuerdo reconoce que no es sino un loco



William Shakespeare



querida Prue, ¿somos locos que vivimos en un mundo de cuerdos? ó ¿cuerdos que vivimos en un mundo de locos?


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